Estamos acostumbrados a hablar de la crisis económica que afecta durante los últimos siete años el bienestar de los norteamericanos y los europeos pero ni siquiera nos imaginamos que sucedería si la actual crisis duraría más de 200 años. Cualquiera dirá que esto es imposible.
Sin embargo, hay casos en los que la realidad supera la fantasía. Existe un país en las Antillas que casi es una nación invisible, se llama Haití y sus habitantes han estado luchando para sobrevivir desde 1804 debido a una grave crisis económica que resultó de la injerencia de la civilización occidental. Y pensar que Haití, que fue la primera nación en el mundo en abolir la esclavitud, adelantando en tres años a Inglaterra, y fue el primero en América Latina y en el Caribe en declarar su independencia en 1804; por esto fue finalmente "arrojado al basural por eterno castigo de su dignidad”, según el escritor uruguayo Eduardo Galeano. Esto produce la indignación y rechazo de cualquier ser humano pensante. Parece que el Occidente hasta ahora no puede asimilar el hecho de que una nación poblada por los descendientes africanos, mulatos y los llamados negros cimarrones hubieran podido resistir el dominio español y posteriormente, cuando los españoles cedieron la parte occidental de la isla La Esmeralda a los franceses en 1697, no se conformaron con el nuevo dueño de su destino. En aquel entonces Haití estaba poblado por 300.000 esclavos y 12.000 personas libres: blancos y mulatos principalmente. La lucha por la emancipación tomó más de 100 años hasta que en 1803 decenas de miles de sublevados, bajo la dirección de Jean Jacques Dessalines, vencieron a las tropas de Napoleón Bonaparte en la batalla de Vertierres donde murieron más de 20.000 soldados franceses y unos 4.000 legionarios polacos. También los haitianos perdieron la mitad de su población. Las plantaciones de caña que azúcar estaban destruidas durante la guerra, y el país entero, que durante el régimen colonial francés suministraba la mitad del azúcar y café consumidos en Europa, se quedó en ruinas. Para colmo, los europeos y los norteamericanos apoyaron el bloqueo que impuso Francia obligando a Haití a pagar una indemnización por el daño que le hizo al país galo por liberarse. Los 150 millones de francos oro que tuvo que pagar Haití y los intereses correspondientes durante un siglo arruinaron definitivamente la economía del país. Por desgracia, allí no terminaron las calamidades del pobre Haití. Ningún país reconoció su independencia a excepción de Francia a cambio de dinero. Increíblemente, el hombre que luchaba por la libertad de los pueblos, Simón Bolívar, tampoco la reconoció a pesar de que Haití le dio amparo, armas y soldados cuando llegó derrotado a la isla en 1816. Al comienzo del Siglo XX, en 1909, The National City Bank of New York echó el ojo a Haití y se apoderó del país con el pretexto de sacar a los franceses definitivamente de la región, lo hizo dizque siguiendo las instrucciones del Departamento de Estado de acuerdo a la Doctrina Monroe que establecía que Caribe y Centroamérica formaban parte de la "esfera de influencia exclusiva de EEUU”. Así el dominio francés fue reemplazado por el imperialismo norteamericano que percibió a los haitianos como "niños crecidos” que necesitaban regimentación y tutela. The National City Bank pagaba los sueldos al presidente y a todo el gobierno y cuando quiso transferir las reservas nacionales de oro por el valor de 500.000 dólares amenazó al gobierno con el cese del pago de sus sueldos. Cada robo a nivel de Estado tiene su pretexto y Washington anunció que quiso proteger las reservas haitianas de la posibilidad del hurto local. Pero esto le pareció poco a los banqueros norteamericanos que pidieron el envío de los marines a Haití para prevenir futuros levantamientos. El 28 de julio de 1915, unos 300 marines se apoderaron de la capital, Puerto Príncipe, y ocuparon posteriormente todo el país obligando al presidente a firmar la liquidación del Banco de la nación que se convirtió en una sucursal del National City Bank. También los estadounidenses establecieron sus reglas "civilizadoras y democráticas” según las cuales se prohibía al presidente y sus súbditos negros entrar en clubes, hoteles y restaurantes reservados para los blancos. La misión "protectora y civilizadora” norteamericana duró 19 años hasta 1934 cuando la resistencia popular hizo retornar a los marines a su lugar de origen. Como saldo dejaron a 11.000 personas asesinadas y al jefe de la guerrilla Charlemagne Péralte clavado en cruz contra una puerta en el centro de Puerto Príncipe para el escarmiento de los habitantes. Los marines se fueron al año siguiente y el National City Bank vendió su sucursal, el Banque Nationale de Haití, a su gobierno, sin embargo ambas instituciones dejaron en su reemplazo a la Guardia Nacional y los futuros dictadores militares a su servicio incondicional que siguieron pillando el país durante muchos años. Los más sangrientos de ellos eran Francois "Papa Doc” Duvalier que gobernó el país de 1957 a 1971 y posteriormente su hijo Jean-Claude "Baby Doc” Duvalier (1971-1986). Ambos utilizaron sus propios "camisas negras” llamados Tonton Macoutes —sus escuadrones de la muerte para mantenerse en el poder con un saldo de más de 150 mil personas asesinadas o desaparecidas, por supuesto todo con la venia de la CIA y del departamento de Estado. Cualquier disidente o descontento se tildaba de ser "comunista”, la misma característica que dio el presidente Ronald Reagan al sacerdote católico salesiano portavoz en su país de la Teología de la Liberación, Jean-Bertrand Aristide por su participación en las manifestaciones populares contra el duvalierismo. Y no podía ser de otra forma debido a la convicción de Aristide que "el capitalismo es un pecado moral”. En el período 1986-1991 cuando las dictaduras militares se turnaban frecuentemente, Aristide se convirtió en un fuerte portavoz de la resistencia. Fue elegido presidente en 1991 con las consignas "dignidad, transparencia, participación, simplicidad” pero en menos de ocho meses fue sacado del poder por un golpe militar. Posteriormente la historia se repitió en 1994-1995 y en su tercera presidencia 2001-2004 fue derrocado por una oposición llamada la Convergencia Democrática, creada con el apoyo de Washington que no le perdonaba a Aristide su acercamiento a Cuba y Venezuela y sus amplios programas sociales. La violencia que se desató en el país indujo a las Naciones Unidas a enviar a Haití en 2004 la Misión de la Estabilización (MINUSTAH) que sigue permaneciendo allí hasta ahora, actuando como una fuerza de ocupación militar. Su rol en la reconstrucción del país había sido insignificante, igual que el de todas las organizaciones no gubernamentales (ONGs) de las cuales está lleno Haití. El terremoto del 12 de diciembre de 2010 que azotó al país ocasionando unos 300 mil muertos, más de 300 mil heridos y un millón de desplazados confirmó la ineficiencia y la corrupción de la MINUSTAH y de las ONGs. De acuerdo al luchador social haitiano y economista Camille Chalmers, "estamos aún bajo las botas de ocupación militar. Ya no son soldados norteamericanos, pero es la MINUSTAH, instrumentalizada por el imperialismo que llegó en 2004 y sigue el papel de la dominación y la instalación de las condiciones para favorecer el saqueo de nuestros recursos a favor de las empresas norteamericanas. Se trata de tropas que buscan remilitarizar la cuenca del Caribe para defender sus intereses estratégicos, sobre todo frente a los pueblos rebeldes como Cuba y Venezuela”. Las tropas de MINUSTAH han participado activamente en la represión de los movimientos sociales en estos 11 años, en la corrupción de los menores, prostitución por hambre, las violaciones, narcotráfico y también en la propagación del cólera por los soldados de Nepal. Hay 800.000 casos del contagio y 8.500 muertos. Para combatir este brote se necesitan unos dos mil millones de dólares pero el presidente de las Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, que se comprometió a ayudar con dinero y recursos, finalmente entregó sólo un dos por ciento de esta cantidad (22 millones de dólares). A la vez, de acuerdo al Center for Policy and Economic Research (CEPR), la mayoría de la ayuda financiera que llega a Haití se queda con contratistas y solamente 1,3 por ciento es transferido a las compañías haitianas. Entre 2010 y 2012 Haití recibió 6,43 mil millones de dólares en donaciones y de esta cantidad solo nueve por ciento (57 millones) se quedaron en el país. Precisamente, con este dinero para la reconstrucción, una de las primeras obras construidas fue el hotel de cinco estrellas Royal Oasis y un Complejo Deportivo Olímpico, pero solamente 9.000 casas fueron edificadas. Entonces ya podemos imaginar qué es lo que está pasando en el Haití de hoy bajo la presidencia de un incondicional servidor de Washington, Michel Martelly, quien recibe ayuda y apoyo permanente de USAid y otras organizaciones similares. Mientras tanto su pueblo vive en la miseria, los 85.000 damnificados siguen alojados en 125 campamentos provisionales. Más de seis millones del total de 10,4 millones de habitantes viven en la pobreza ganando menos de 2,44 dólares al día y otros 2,5 millones viven en la pobreza extrema con menos de 1,24 dólares al día. Su promedio de vida es de unos 50 años. Haití es el país con el mayor número de analfabetos en América: 54,3 por ciento de habitantes (5,6 millones). Y todo esto está sucediendo en pleno siglo XXI a vista y paciencia de las Naciones Unidas, Organización Mundial de Salud, la UNESCO, el UNASUR, la CELAC, la ALBA. ¿Dónde está la integración y la solidaridad latinoamericana y la del Caribe? ¿Desde cuándo y por qué los soldados ecuatorianos, bolivianos y venezolanos de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América están defendiendo los intereses imperiales en Haití y son parte, según la opinión pública haitiana, de los invasores? Todas estas preguntas necesitan una respuesta urgente porque se trata de un pueblo orgulloso, rebelde y talentoso condenado por los ricos y poderosos de este mundo a más de 200 años de miseria sin fin y un olvido incomprensible. Parafraseando al clérigo sudafricano Desmond Tutu, los haitianos necesitan una seria ayuda y una sincera solidaridad y no "migajas de compasión que caen de la mesa de alguien que se considera su amo”. Lo que quieren los haitianos es el "menú completo de los derechos”.
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Terminado el paréntesis de los cinco domingos que hemos dedicado al c. 6 del evangelio de Jn, retomamos el de Mc. Después de la multiplicación de los panes. Jesús se encuentra en los alrededores del lago de Genesaret, en un lugar muy alejado de Jerusalén, donde eran mucho menos estrictos a la hora de vigilar el cumplimiento de las normas de purificación. No se trata de una trasgresión esporádica de los discípulos de Jesús. El problema lo suscitan los fariseos, llegados de Jerusalén, que venían precisamente a inspeccionar.
Hoy no se requiere mayores explicaciones. El texto contrapone la práctica de los discípulos con la enseñanza de los letrados y fariseos. Jesús se pone de parte de los discípulos, pero va mucho más lejos y nos advierte de que toda norma religiosa, escrita o no, tiene siempre un valor relativo. Cuando dice que nada que entra de fuera puede hacer al hombre impuro, está dejando muy claro que La voluntad de Dios no viene de fuera. Solo se puede descubrir en el interior y está más allá de toda Ley. Podemos seguir manteniendo la Ley y la tradición como norma, pero no debemos olvidar que Jesús desbarató el sentido absoluto que le daban los fariseos. Hoy sabemos que Dios no ha dado directamente ninguna norma. Dios no tiene una voluntad que pueda comunicarnos por medio del lenguaje, porque no tiene nada que decir ni nada que dar. La Escritura es una experiencia personal cristalizada por la aceptación de un pueblo. Las experiencias del Éxodo las vivió el pueblo en el s. XIII a. de C., pero se pusieron por escrito a partir del VIII. Los evangelios se escribieron 50 años después de morir Jesús. Todas las normas que podemos meter en conceptos, son preceptos humanos; no pueden tener valor absoluto. Un precepto que puede ser adecuado para una época, puede perder su sentido en otra. Es más, las normas morales tienen que estar cambiando siempre, porque el hombre va conociendo mejor su propio ser y la realidad en la que vive. El número de realidades que nos afectan está creciendo cada día. Las normas antiguas no sirven para las situaciones nuevas que van apareciendo. Algunas cosas que eran importantes para el ser humano en el pasado, han perdido ahora todo interés en orden a dar plenitud humana. En todas las religiones las normas y preceptos se dan en nombre de Dios. Esto puede tener consecuencias desastrosas si no se entiende bien. Todas las leyes son humanas. Cuando esas normas surgen de una experiencia auténtica y profunda de lo que debe ser un ser humano y nos ayudan a conseguir nuestra plenitud, podemos llamarlas divinas. En realidad, la verdadera voluntad de Dios no es más que nuestro propio ser en cuanto perfeccionable. Eso que puedo llegar a ser y aun no soy, es la voluntad de Dios. Dios no tiene voluntad. Dios es un ser tan simple que no tiene partes. Todo lo que tiene lo es, todo lo que hace lo es. No existe nada fuera de Él y nada puede darnos que no sea Él. El precepto de lavarse las manos antes de comer, no era más que una norma elemental de higiene, para que las enfermedades infecciosas no hicieran estragos entre aquella población que vivía en contacto con la tierra y los animales. Si la prohibición no se hacía en nombre de Dios, nadie hubiera hecho puñetero caso. Esto no deja de tener su sentido. Si comer carne de cerdo producía la triquinosis, y por lo tanto la muerte, Dios no podía querer que comieras esa carne, y además si lo comías, te castigaba con la muerte. Lo que critica Jesús, no es la Ley como tal, sino la interpretación que hacían de ella. En nombre de esa Ley, oprimían a la gente y le imponían verdaderas torturas con la promesa o la amenaza de que solo así, Dios estaría de su parte. Daban a la Ley valor absoluto. Todas las normas tenían la misma importancia, porque su único valor era que estaban dadas por Dios. Esto es lo que Jesús no puede aceptar. Toda norma, tanto al ser formulada como al ser cumplida, tiene que tener como fin primero el bien del hombre. Ni siquiera podemos poner por delante a Dios, porque el único bien de Dios es el del hombre. La base de todo fundamentalismo está en proponer el bien de Dios, incluso en contra del bien del hombre. Lo que llamamos mandamientos de las religiones, son normas en las que se recoge lo mejor de la experiencia humana conocida, que busca lo que es bueno y lo que es malo para el hombre. Los diez mandamientos intentan posibilitar la convivencia de una serie de tribus dispersas y con muy poca capacidad de hacer grupo. En aquella época, cada país, cada grupo, cada familia tenía su dios. Para hacer un pueblo unido, era imprescindible un dios único. De ahí los mandamientos de la primera tabla. Los otros van encaminados a respetar la vida y hacienda de los demás y hacer posible una convivencia, sin destruirse unos a otros. La segunda enseñanza es consecuencia de esta: No hay una esfera sagrada en la que Dios se mueve, y otra profana de la que Dios está ausente. En la realidad creada no existe nada impuro. Tampoco tiene sentido la distinción entre hombre puro y hombre impuro, a partir de situaciones ajenas a su voluntad. Por eso la pureza nunca puede ser consecuencia de prácticas rituales ni sacramentales. La única impureza que existe la pone el hombre cuando busca su propio interés a costa de los demás. Las tradiciones son la principal riqueza de un colectivo, hay que valorarlas y respetarlas en grado sumo. La tradición es la cristalización de las experiencias ancestrales de los que nos han precedido. Sin esa experiencia acumulada, ninguno de nosotros podríamos alcanzar el nivel de humanidad que desplegamos. Siendo cierto todo esto, no podemos dar valor absoluto a ese bagaje, porque lo convertiremos en un lastre que nos impide avanzar hacia mayor humanidad. En el instante en que una tradición se convierta en un lastre que nos impida ser más humanos, debemos abandonarla. Es lo que quiere decir Jesús: dejáis a un lado la voluntad de Dios por aferraros a las tradiciones de los hombres. Todo el que pretenda daros leyes en nombre de Dios, os está engañando. La voluntad de Dios, o la encuentras dentro de ti, o no la encontrarás nunca. Lo que Dios quiere de ti, está inscrito en tu mismo ser, y en él tienes que descubrirla. Es muy difícil entrar dentro de uno mismo y descubrir las exigencias de mi verdadero ser. Por eso hacemos muy bien en aprovechar la experiencia de otros seres humanos que se distinguieron por su vivencia y nos han trasmitido lo que descubrieron. Gracias a esos pioneros del Espíritu, la humanidad va avanzando en el camino de una mayor dedicación a los demás, superando el egoísmo. Todo lo que nos enseñó Jesús, es la manifestación de su experiencia de Dios, que quiere decir experiencia de su ser más profundo. "Todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer". Esa experiencia completamente original, hizo que muchas normas de su religión se tambaleasen. La Ley hay que cumplirla porque (y cuando) me lleva a la plenitud humana. Para los fariseos, el precepto hay que cumplirlo por ser precepto no porque ayude a ser más humano. El tema no puede ser más actual. En la medida que hoy seguimos en esta postura "farisaica", nos estamos apartando del evangelio. El obrar sigue al ser, decían los escolásticos. Lo que haya dentro de ti, es lo que se manifestará en tus obras. Es lo que sale de dentro lo que determina la calidad de una persona. Yo diría: lo que hay dentro de ti, aunque no salga, porque lo que sale puede ser una pura programación. Lo que comas te puede sentar bien o hacerte daño, pero no afecta a tu actitud espiritual. La trampa está en confiar más en la práctica externa de una norma, que en la actitud interna que depende solo de mí. Las prácticas religiosas son, con frecuencia, una coartada para dispensarnos de la conversión del corazón. Meditación-contemplación "El culto que me dan está vacío". También hoy, en la mayoría de los casos. Todo culto que no proceda del corazón Y no lleve a descubrir la cercanía de Dios, es inútil. ..................... Dios no tiene ojos para ver las ceremonias Ni oídos para escuchar los cantos y oraciones. Eres tú el que tienes que descubrir a Dios dentro de ti Y escuchar lo que te dice a través de tu propio ser. .................... Los ritos, ceremonias, sacramentos y oraciones son útiles en la medida que me llevan al interior de mí mismo, Me hacen descubrir lo que Dios es para mí en ese instante y me llevan a vivir y manifestar esa realidad en mi relación con los demás. El conflicto de los fariseos con Jesús se centró en cuestiones relativas a la imagen de Dios, al carácter absoluto o no de las normas religiosas y descendió incluso hasta las llamadas normas de pureza.
De un modo esquemático, podría resumirse en estas contraposiciones: la gratuidad frente al mérito; el valor de la persona por encima de la ley; y el cuidado de la interioridad frente a la absolutización de las tradiciones. En el texto que leemos hoy, Jesús trae un texto del profeta Isaías, que desnuda radicalmente cualquier pretensión de absolutismo religioso: “La doctrina que enseña son preceptos humanos”. Las religiones han sido (son) muy reacias a reconocer algo que, sin embargo, resulta obvio: todas ellas son construcciones humanas. Nacidas a partir de la enseñanza de algún personaje especialmente carismático, a quien le fue dado “ver” más allá de lo habitual, no son otra cosa que el intento de plasmar aquellas intuiciones místicas. Dicho de un modo más amplio: toda religión es una construcción humana, con la que se trata de vehicular el anhelo espiritual que habita al ser humano y que constituye una de sus dimensiones fundamentales y, por tanto, irrenunciable. El humano es un ser habitado por un misterio mayor que él mismo. A la capacidad para reconocer esa dimensión profunda se la empieza a nombrar ahora como “inteligencia espiritual”. El problema surge cuando aquella construcción humana –cualquier religión- se absolutiza, hasta el punto de pretender identificarse con la verdad, presentarse como mediadora exclusiva con el Misterio y puerta de entrada obligada para acceder a lo que denomina “salvación”. Cuando ello ocurre, por decirlo en palabras del propio Jesús, los responsables religiosos ni “entran a la vida” ni dejan entrar (Mt 23,13). Una religión absolutizada se hace indigesta y provoca automáticamente rechazo en las personas más libres, lúcidas y abiertas, que se rebelan contra la imposición, el autoritarismo y cualquier pretensión exclusivista (y, por tanto, excluyente). Y en la medida en que las personas crecen en espíritu crítico, descubren con facilidad que, tras la fachada de solemnidad con la que suelen revestirse, se esconde la misma debilidad humana que con frecuencia ellas mismas condenan. Toda doctrina es humana, viene a decir Jesús, citando a Isaías. Y no puede ser de otro modo. Incluso lo que se proclama como “palabra de Dios” –por más que haya un modo “adecuado” de interpretar esa expresión- no son sino conceptos humanos elaborados en un contexto histórico y sociocultural que los condicionaron. La prioridad no corresponde, por tanto, a las doctrinas cuanto al corazón. Porque suele ocurrir algo que resulta llamativo: a mayor insistencia en las doctrinas, más frialdad en el corazón. Este parece ser el reproche que Jesús dirigía a los fariseos, es decir, a las personas que tienden a absolutizar la religión: se “honra a Dios con los labios” (los rezos), pero el corazón está apagado. La invitación a “tener el corazón cerca de Dios” podría traducirse de este modo: vivir conscientes de nuestra verdadera identidad, en conexión con lo que realmente somos –esa es la dimensión específicamente espiritual-, lo cual nos abrirá a una vivencia abierta e inclusiva, humilde y tolerante, gozosa y compasiva…, a partir de la Unidad radical en la que nos reconocemos. España, Europa, el mundo, están sumidos en una profunda crisis, que no es solamente económica, sino sobre todo una crisis de humanidad, una crisis de valores éticos. Una expresión de esta situación es el egoísmo colectivo frente a los países afectados por la deuda y la indiferencia y endurecimiento frente al fenómeno de las migraciones y de los refugiados que huyen de la guerra.
La situación en España es un reflejo de la crisis global. Persiste la exclusión social. Más de 600.000 familias han sido desalojadas por la fuerza de sus viviendas. Un promedio de 250 desalojos diarios se están dando en el país violando la Constitución, la Declaración Universal de DDHH y los convenios y pactos firmados por el Estado Español, que son, asimismo, una violación a los más elementales principios éticos y cristianos. Más del 50% de los jóvenes se encuentran sin trabajo y más de medio millón han "huido" al extranjero. Crece la macroeconomía, es decir, la economía de los bancos, grandes empresas y de todo el sector económico, sin embargo, aumenta al mismo tiempo la desigualdad y la exclusión. Los datos de Caritas, Oxfam y Cruz Roja son cada vez más dramáticos. Y para colmo, la corrupción y el desvío de grandes sumas de dinero a paraísos fiscales por altos dirigentes políticos, es una ofensa para los cinco millones de españoles que viven bajo el umbral de la pobreza. España, Europa, el Mundo "necesitan un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras, porque este sistema ya no se aguanta. No lo aguantan los campesinos, los trabajadores, las comunidades, los pueblos, y tampoco lo aguanta la Tierra, la hermana madre Tierra. Un cambio que lleva consigo la globalización de la esperanza, que nace de los pueblos y crece entre los pobres, debe sustituir esta globalización de la exclusión y de la indiferencia", señala el Papa Francisco. Cuando aparece un movimiento social o líder político rompiendo moldes y proponiendo cambios profundos con programas sociales que benefician a los más desfavorecidos y apuntan hacia una nueva humanidad de justicia, armonía y fraternidad, se le descalifica por activa y por pasiva llamándolo "populista", "extremista" y "radical". Incluso, gente sencilla del pueblo, de tanto escuchar esta cantalata por los medios de comunicación, llegan a pensar lo mismo. ¿Quiénes lanzan estas descalificaciones? Los que están instalados en el status quo, los que detentan el poder económico-financiero o están ideológicamente influidos por el sistema. El miedo a perder sus privilegios les lleva a denigrar a aquellos que presentan un cambio a favor de los pobres. No quieren que nada cambie porque están bien acomodados en el sistema. Pregonan que es natural que exista desigualdad y pobreza. Si nos asomamos a Jesús de Nazaret, ¿qué vemos? En primer lugar, su madre, María, alaba a Dios porque "sacó a los poderosos de sus tronos y puso en su lugar a los humildes. Repletó a los hambrientos de todo lo que es bueno y despidió vacíos a los ricos" (Lc 1,52-53). En un mundo tan desigual como el de Palestina en el siglo I, María se sitúa al lado de los pobres. Algunos la calificarían de extremista y radical. Su hijo Jesús no fue menos. Después de varios años de trabajo rudo en el taller familiar y campos de Nazaret, recorre los caminos de Galilea proclamando una nueva y gran noticia: que Dios ama a este mundo y que los pobres son sus preferidos, que Dios quiere instaurar su reino de justicia y fraternidad universal entre los seres humanos. Por eso sale al encuentro de los pobres, enfermos y excluidos de la sociedad. Los consuela y los sana de sus dolencias. Con estos signos de liberación hace presente el reinado de Dios. Jesús no se acomodó al sistema de su tiempo. Más bien se rebeló contra él. Proclamó: "Bienaventurados los pobres... Bienaventurados los que trabajan por la justicia y la paz... Malditos aquellos que se hacen ricos a costa de los pobres...". Descalifica el orden existente cuando dice: "Como sabéis, los jefes de las naciones se creen dueños de ellas y tiranizan a sus súbditos con gran poder, pero entre vosotros no ha de ser así. Al contrario, el que quiera ser el primero que se haga servidos de todos" (Mc 10, 42-45). A un joven rico le dice que si quiere ser su discípulo debe entregar su dinero a los pobres (Mc 10,17-22). A otro rico, llamado Zaqueo, le exige, para que la salvación entre en su casa, comparta su riqueza con los pobres y devuelva lo que ha robado (Lc 19, 1-9). Condena al rico Epulón porque no compartió con el pobre Lázaro (Lc 16, 19-31). Descalifica a los sacerdotes porque dan más importancia al culto que a la solidaridad. Por eso alaba a aquel excluido, el samaritano, porque se compadeció, solidarizó y comprometió eficazmente con el herido del camino (Lc 10, 25-37). Expulsa violentamente del Templo a los que utilizan la religión para hacer negocios privados (Jn 2,13-20). El mensaje del reino de Dios, un reino opuesto radicalmente a los reinos de este mundo, choca frontalmente con los poderes establecidos. La práctica de Jesús es profundamente radical. Señala que el criterio para salvarse no es la adhesión a dogmas, normas y ritos, ni siquiera la pertenencia a una religión, sino la práctica de la justicia, la misericordia y la fe sincera (Mt. 23, 23). Proclama que en el "juicio de las naciones" se salvarán los que se hayan solidarizado con los pobres: forasteros, inmigrantes, los sin techo, encarcelados, hambrientos, enfermos..., aunque no conozcan a Dios. Por eso es inconcebible que los cristianos permanezcamos indiferentes ante el fenómeno del hambre en el mundo y de la inmigración, de los refugiados políticos que huyen de las guerras, de los ahogados en el Mediterráneo y de los desahuciados de sus viviendas. Jesús proclama que la persona está por encima de toda ley. Por eso el sistema dominante lo acusa de ser un falso profeta, un impostor, un populista radical. Desde el primer momento, Jesús entró en conflicto con el sistema dominante. Las autoridades religiosas hacen alianza con el poder económico (los saduceos), político (rey Herodes) y militar (Poncio Pilato), para detener a Jesús. Es un subversivo, un extremista, un hombre peligroso (Lc 23,5). Lo descalifican ante el pueblo diciendo que "está endemoniado" (Jn 8, 48), que es "un mentiroso que engaña a la gente" (Mt 27,63). Una noche la policía lo detiene, le hacen un juicio sumarísimo, lo torturan y lo condenan a muerte. La historia se repite. El sistema económico–político-militar y religioso se prolonga hasta el día de hoy. Así hicieron con Gandhi, Luther King, Monseñor Romero, Juan Gerardi y con tantos hombres y mujeres que se comprometieron por un mundo más justo y humano. Hay que estar muy atentos para no dejarse engañar por aquellos que utilizan el miedo y la calumnia cuando aparecen movimientos o líderes que buscan un cambio profundo en la sociedad para que impere la justicia, la paz y la fraternidad universal. Los poderosos tienen miedo, un miedo atroz, a todo movimiento que propicia un cambio y lo descalifican por todos los medios como "extremista", "radical" y "antisistema". Jesús nos llama a ser sencillos como palomas, pero astutos como serpientes, al mismo tiempo que nos convoca a un cambio profundo de la conciencia y del corazón, para ser hombres y mujeres que buscan el bien de la humanidad, comenzando por los más desfavorecidos. Más allá de la Inteligencia Racional (IR) y de la Inteligencia Emocional (IE) el ser humano tiene la Inteligencia Espiritual (IES) que es la facultad que nos capacita para relacionarnos con Dios, encontrar el sentido de nuestras vidas y responder a nuestra llamada íntima que es la propia vocación. El rechazo a ciertas imágenes de Dios ha llevado a muchas personas a la increencia o a la salida de la institución eclesial, quedando el ser humano a merced de sí mismo y de los valores que le propone la sociedad. Pero la imagen de Dios a la que tenemos que aspirar es la de un ser bondadoso al extremo que nos acompaña y está presente en nuestras vidas en lo más profundo de nuestro ser. Como dice el apóstol Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? ...estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8,35-39). No desarrollar nuestra (IES) es como quedar decapitados en nuestro interior.
Si la (IR) se alimenta con raciocinios, la (IE) con emociones, la (IES) se alimenta del silencio. Necesitamos el silencio para entrar en contacto con Dios, mediante la oración, y poder escuchar su voz: “Habla Señor, que tu siervo escucha” (1Sm 3,9). Dios quiere comunicarse con nosotros, pero no le queremos escuchar. Deberíamos dedicarle un tiempo para darle la oportunidad de que nos hable. Se trata de entrar sin miedo en el interior de uno mismo, abandonando la superficialidad de las cosas, para descubrir las maravillas interiores. Dios nos crea criándonos y en ningún instante nos deja de la mano y nos deja de criar (Teresa de Ávila). El hecho de haber sido creados a imagen de Dios genera en nosotros un dinamismo interior: somos imagen suya, pero hemos de llegar a ser “verdadera imagen suya” desplegando nuestra Inteligencia espiritual. Y el culmen de este camino interior, como nos dice Olivier Clément, “es la oración incesante. Quien llega a ella se ha establecido en su morada espiritual. Cuando el Espíritu pone su morada en un hombre, éste ya no puede dejar de orar, ya que el Espíritu ora continuamente dentro de él. No importa si duerme o está despierto,la oración estará siempre trabajando en su corazón. No importa si como o bebe, si descansa o trabaja, el incienso de la oración se prolongará desde su corazón por si solo. La oración dentro de él ya no estará relacionada con un momento especial, es ininterrumpida. Incluso cuando duerme, su acción continúa, a escondidas, ya que el silencio de un hombre que se ha hecho libre, de por sí ya es una oración. Sus pensamientos se los sugiere Dios, el mínimo impulso de su corazón es como una voz que canta para el Invisible en silencio y en secreto”. Todo un reto. El reciente viaje del papa Francisco a Ecuador, Bolivia y Paraguay ha terminado por disipar las dudas de los escépticos de dentro y de fuera sobre el cambio radical que está llevando a cabo día tras día desde su elección en marzo de 2013. Todo en el recorrido por tierras latinoamericanas ha sido histórico, rupturista, radical, alternativo: los escenarios, los gestos, los protagonistas e interlocutores, los mensajes. Histórico dentro de la normalidad y de la espontaneidad, sin que nada desentonara ni nadie se sorprendiera o escandalizara, salvo los que vienen haciéndolo desde que saliera al balcón del Vaticano cuando fue elegido papa.
El gesto más provocativo, que el papa acogió con naturalidad, fue el regalo que le hizo Evo Morales de un Cristo crucificado en una hoz y un martillo, reproducción del crucifijo tallado por el jesuita español Luis Espinal, asesinado por los paramilitares en marzo de 1980 por su compromiso con las luchas populares en Bolivia. Era un regalo en plena sintonía con el proyecto plurinacional e inter-étnico de la nueva Bolivia y con el tono provocador de los discursos de Francisco. Sintonía que se dejó sentir en el trato de Evo al papa, a quien llamaba “hermano papa Francisco” y al que este respondía con la misma familiaridad. En contra de lo que suele ser costumbre en este tipo de viajes papales, las personas que acompañaron al hermano Francisco no fueron clérigos ensotanados, ni personalidades encorbatadas, sino enfermos terminales, comunidades indígenas, líderes obreros y campesinos, personas mayores, presos a quienes visitó en la cárcel de Palmasola (la más peligrosa del país), activistas de los Movimientos Populares de todo el mundo reunidos en el II Encuentro –el primero fue en Roma en octubre de 2014-, a quienes calificó de “sembradores del cambio”. Fue en ese Encuentro donde pronunció el discurso más crítico de todo su pontificado contra el capitalismo, el colonialismo y el expolio de la tierra. Todo ello era la mejor demostración de la identificación del papa con las reivindicaciones de las comunidades indígenas, de los presos, de los excluidos del sistema y de la llamada “izquierda radical”, representada por los movimientos populares. Con estas actitudes estaba dando su apoyo directamente a los Gobiernos latinoamericanos que aplican políticas anti-neoliberales, anti-coloniales y ecologistas . Sus discursos no fueron estrictamente religiosos, menos aún espiritualistas, sino abiertamente políticos. No fueron reformistas, sino revolucionarios, desestabilizadores del statu quo, política, económica y socialmente incorrectos tanto en sus términos como en su contenido. Discursos que no acostumbramos a escuchar a líderes políticos nacionales o internacionales, ni siquiera a los que se consideran de izquierdas, y menos aún a los eclesiásticos, a quienes recordó que su misión no es instalarse cómodamente en el sistema esperando recibir pingües beneficios, sino que “nuestra fe es siempre revolucionaria. Ese es nuestro más profundo y constante grito”. Ese fue el mensaje dirigido a un millón de asistentes congregados en Quito el 7 de julio. Criticó “la dictadura del dinero”, a la que llamó “estiércol del diablo”. Denunció el sistema económico actual que no solo degrada a las personas y a los pueblos, sino que los mata. Visibilizó las graves situaciones de injusticia sufridas por los excluidos en todo el mundo y mostró cómo todas las exclusiones están entrelazadas por un hilo invisible y provocadas por un sistema que impone la ganancia como objetivo único, sin pensar en la exclusión social que genera ni en la destrucción de la naturaleza que provoca. Este sistema ya no se aguanta, dijo. No lo aguantan los campesinos, los trabajadores, las comunidades, los pueblos, y tampoco “la hermana Madre Tierra”. Mostró su sintonía con el grito de independencia de dos siglos atrás de los pueblos latinoamericanos, nacido de la conciencia de explotación, falta de libertades y saqueo por los conquistadores. Pidió perdón por las masacres de los conquistadores “en nombre de Dios” y denunció la opresión que sufren actualmente dichos pueblos por mor del nuevo colonialismo, generador de violencia contra las culturas indígenas, su organización, su cosmovisión, sus tradiciones, sus ritos... No era la primera vez que un papa pedía perdón por crímenes tan atroces. Lo hicieron con especial radicalidad Juan Pablo II y en un tono más mesurado Benedicto XVI. Pero la misma petición, pronunciada en escenarios de mayoría indígena, en presencia de las comunidades herederas de los pueblos originarios y con el respaldo de algunos dirigentes políticos que tienen entre sus prioridades la visibilización de dichas comunidades y la defensa de sus derechos, tiene más fuerza y es más convincente. Esa petición de perdón recuerda las denuncias proféticas de la Brevísima relación de Indias, deBartolomé de Las Casas, y el memorial de violencias de los conquistadores narradas en el libro de Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina. Pero Francisco no se quedó en tan demoledor diagnóstico. Ante él no vale resignarse, cruzarse de brazos o remitir la respuesta al más allá. Todo lo contrario, defendió un cambio de sistema, “un cambio real, un cambio de estructuras”, cuyos sujetos no son los poderosos, sino “ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres, los excluidos”, en cuyas manos está, en gran medida, el futuro de la humanidad. Y clamó: “Ninguna familia sin vivienda, ningún trabajador sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún anciano si una venerable ancianidad”. Es un programa pegado a la realidad, responde a la más elemental aplicación de la Declaración de los Derechos Humanos, pero, hoy, suena a revolucionario. ¿Tanto hemos retrocedido para que unas reivindicaciones tan obvias se conviertan en revolucionarias? ¿Tanto se ha extendido la pobreza en el mundo? La respuesta no puede ser más que afirmativa. El mensaje de Francisco, que se ha convertido en el azote del capitalismo, fue pronunciado en América Latina, pero iba dirigido al mundo entero, incluidos los dirigentes políticos europeos que han doblegado al pueblo griego, no han respetado su voluntad soberana expresada por abrumadora mayoría en un referendum y lo han extorsionado hasta la extenuación. No es de extrañar que los sectores políticos conservadores, los poderes financieros, los organismos nacionales e internacionales que velan por el estricto cumplimiento de la ortodoxia neoliberal, y los movimientos preconciliares de la Iglesia católica que velan por el mantenimiento de la ortodoxia dogmática, se dieran por aludidos y atacaran sus discursos calificándolos de heterodoxos, desestabilizadores e incluso de comunistas. Normal que se dieran por aludidos, ya que iban contra ellos. El problema es la aplicación de esos mensajes en el día a día del Vaticano, que cuenta con una enorme burocracia, y en las miles de diócesis de todo el mundo, regidas muchas de ellas por eclesiásticos instalados en el paradigma neoconservador de los papas anteriores, insensibles a los cambios que está llevando a cabo el hermano papa Francisco. El problema, en fin, es la falta coherencia entre la teoría y la práctica, entre la defensa de los derechos humanos en la sociedad y su transgresión en el interior de la Iglesia católica. ¡Es la incoherencia vaticana, que afecta también al propio Francisco. ¿Una enfermedad, al parecer, incurable? Hace algunos meses leí en el diario una noticia que me conmovió y por alguna razón me vino estos días a la memoria. Emma, una mujer de 91 años, había caminado 1.200 kms en peregrinación hasta Luján. Me acuerdo que el diario decía “Llevaba consigo una promesa y una intención a la Virgen”. La admiré en muchos niveles, por su inmensa fe, por su determinación y voluntad, por sus ganas de vivir. Pero hubo algo que me dejó especialmente reflexionando, ¿Cómo es que ocurre esto? ¿Qué hace que una mujer a los 91 años camine por más de 45 días seguidos? ¿Qué es eso tan fuerte que la mueve?
Pienso que la vida de cada uno se parece mucho a una peregrinación, como la de Emma. Nos movemos hacia un destino llevados por deseos, ganas y promesas, pero eso no quita que nos perdamos, nos lastimemos, cambien nuestros compañeros de viaje y debamos dejar atrás magníficos paisajes si deseamos continuar avanzando. A veces venimos muy campantes caminando por la vida y de repente nos encontramos con algo que nos pone patas para arriba. La enfermedad de un hijo, la vida en riesgo de un ser querido, una profunda crisis de pareja... son algunas de las situaciones sumamente dolorosas que en las últimas semanas le han tocado vivir a personas que quiero mucho. Realidades diferentes pero que, de una manera u otra, nos encuentran con nuestros límites y nos llenan de preguntas. ¿De dónde se supone que debemos sacar fuerzas? ¿Cómo hacemos para seguir? ¿Cuál es el alimento que nos mantiene de pie y en camino? Quizás no es la mejor analogía, solo es la que me sale, pero creo que en esos momentos lo que nos mantiene en camino es algo muy parecido a lo que mantuvo a Emma cuando el cansancio y el dolor después de tantos días de caminar se debe haber hecho insoportable: “Una intención y una promesa”. ¿Cómo es esto? Hay un pedacito del evangelio de Juan que narra una conversación entre Jesús, que está cansado al borde del camino, y una mujer samaritana que llega a donde Él está. Creo ilustra con simpleza y gran sabiduría esto que quiero decir con “una intención y una promesa”. Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta. Vino una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber. (…) La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí. Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva. (…) Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; más el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás. El evangelio nos muestra esta vez a un Jesús que está cansado. También para Él llega la hora de detener el camino porque necesita fuerzas para seguir. Y estando así, necesitado, llega alguien más con quien el comparte su intención, su pedido, diciendo “Dame de beber”. Dame de beber traducido a nuestros días es dame un abrazo, dame fuerzas, dame un consejo, dame razones, dame confianza, dame tiempo, reza por mí. Dame lo que necesito para seguir en camino porque duele, porque estoy cansado. También nosotros a veces necesitamos fuerzas para seguir y, ante esto, la propuesta es una intención que se comparte. Animarse a pedir, lisa y llanamente. Una intención que expresa a la vez límite y anhelo frente a quien tenemos cerca. Y solemos pensar que los únicos que tenemos cerca son las personas que queremos pero inexplicablemente su apoyo a veces no alcanza… ¿no nos sale de adentro clamar ese pedido a Dios? aunque supuestamente no creamos, aunque haga tiempo que no pisemos una Iglesia, hay una sed que bien intuimos solo Dios puede saciar. Lo que pasa es que mientras más de adentro nazca esa intención, más nos encuentra con Dios. Porque ese que creemos afuera y lejos está dentro y cerca, como dice San Agustín en sus confesiones “Señor Dios mío, tú eres interior a mi más honda interioridad”. Y lo que nos recuerda este diálogo de Jesús con la samaritana debiera ser algo que tengamos tatuado en el corazón. Ante esta intención que brota de lo más profundo, siempre hay una respuesta que toma forma de promesa: “Si conocieras el don de Dios, tú le pedirías, y él te daría agua viva”. Bien adentro todos conocemos a Dios y cuando vamos a lo más hondo lo volvemos a encontrar, porque está dentro de nosotros. Algunos quizás deban sacudirle el polvo por los años en que lo han tenido aplastado debajo de cuestionamientos o lejos castigado por atribuirle a Él lo que condenamos de una religión de hombres. No importa, Él está, solo tenemos que pedirle sin rodeos. A todos Él nos dice: el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás. Sí, nuestra vida se parece mucho a una peregrinación. Habrá momentos en que los paisajes nos deslumbren y nos desborden las ganas de vivir. Pero cuando llegue la hora de la prueba, cuando se caigan los apoyos y nos preguntemos cómo hacemos para seguir, no busquemos fuera lo que está dentro. Quizás sea allí, cansados al borde del camino, donde nos encontremos con lo verdadero. Quizás sea ese el momento en que nos animemos a pronunciar con fe la intención que nos convierta en testigos de que la promesa es cierta y la Vida nos está esperando. El llamado “discurso eucarístico” –obra de varios glosadores- concluye con una especie de catequesis que quiere responder a quienes –dentro de la propia comunidad joánica de finales del siglo I- rechazaban la lectura sacramentalista que se acababa de exponer.
En la respuesta pueden advertirse varios elementos característicos de la teología de este evangelio: la referencia al origen divino de Jesús, repitiendo una expresión similar a la que había aparecido ya en los primeros capítulos (Jn 1,51; 3,13…); la insistencia en que solo puede creer en Jesús aquel “a quien el Padre se lo concede” (Jn 6,44); la sabiduría que acompañaba a Jesús desde el principio, por lo que aparece como “señor” de los acontecimientos, conocedor de las intenciones del corazón humano. Y la catequesis culmina en la afirmación que el redactor pone en boca de Pedro –símbolo de la autoridad-, y que constituye una proclamación solemne de la fe de la propia comunidad joánica, que cree en Jesús como “el Santo consagrado por Dios” y, por tanto, portador de “palabras de vida eterna”. ¿A quién acudir? ¿Por dónde buscar? Antes o después, todo ser humano se verá planteando estas preguntas. En un primer momento, es prácticamente inevitable que la respuesta se busque fuera: en objetos o en doctrinas, en logros propios o en personas ajenas. Hasta que, gracias quizás a la ayuda recibida y a las mismas decepciones padecidas, empecemos a dirigir la búsqueda hacia el interior, no en una actitud vanidosa o solipsista, sino desde la intuición que todo ser se haya habitado por la sabiduría del único Misterio. Lo que buscamos, más allá de las apariencias y de los nombres que le atribuyamos, es siempre la vida: “Tú tienes palabras de vida”, dice Pedro. Y la búsqueda cesará en el mismo momento en que reconozcamos que somos uno con lo buscado. Mientras veamos la vida como “algo” separado, andaremos confundidos. Al reconocer que somos vida, todo se ilumina. Quizás las creencias en las que crecimos nos llevaron a decirle a Jesús: “Tú eres la vida”. Y ese pudo ser un buen comienzo…, siempre que no se vea como punto de llegada. A partir de aquella afirmación, una vez superado el engaño que se deriva de la naturaleza separadora de la mente, podremos reconocer a Jesús –y a cualquier otra persona- como un “espejo” en el que nos vemos a nosotros mismos. En realidad, lo que vemos siempre es vida, lo que somos, que se manifiesta bajo infinitos “disfraces”, pero siempre la misma y única Vida. Estamos en el final del cap. 6 del evangelio de Jn. Llega la hora del desenlace. La disyuntiva es clara: o acceder a la verdadera Vida, o permanecer enredados en la pura materialidad. Recordar lo que decíamos el primer día: no tomar ninguna decisión es mantener el camino fácil del hedonismo, en el que estamos. ¿Qué resultado tuvo la oferta de Jesús?
Este modo de hablar es inaceptable. ¿Quién puede hacerle caso? Son inaceptables estas palabras, para ellos y para nosotros. Van en contra de toda lógica, pues contradicen nuestras apetencias más íntimas. Quieren llevarnos más allá de lo razonable. Todo aquel que se deje guiar por el sentido común, se “escandalizará”. Lo que nos pide Jesús es salir del egoísmo y entregarse a los demás. ¡Qué disparate! Desde el punto de vista religioso, se trata de sustituir a Dios por el hombre. ¿Cómo podemos dejar de servir a Dios para dedicarnos a los demás? ¿No es el primer deber de todo ser humano dar “gloria” a Dios? La incapacidad de comprender es consecuencia del afán de entender desde la carne. Y ojo, que no se trata de despreciar y machacar la carne. Entendido de esa manera maniquea, tampoco tiene ninguna salida el mensaje de Jesús. Se trata de descubrir que el verdadero sentido de la vida fisiológica y terrena, para un ser humano, el verdadero sentido de la carne, está en la trascendencia; es decir, desplegar las posibilidades más sublimes que el ser humano tiene de crecer y ser más que simple biología. La vida terrena, caduca, transitoria no puede ser meta para el hombre. La meta es deshacerse en la entrega total. El espíritu es el que da vida, la carne no sirve para nada. Este versículo es clave para entender todo el capítulo. Aquí, carne y espíritu no se refieren a dos realidades concretas y opuestas, sino a dos maneras de afrontar la existencia humana. Solo una actitud espiritual puede dar pleno sentido a una vida humana. Vivir desde las exigencias de la carne sola, lleva consigo una limitación radical, y por lo tanto cercena la verdadera meta del ser humano. En teoría se entiende muy bien y es aceptable, pero en la práctica, ¿quién de nosotros se cree, de verdad, que la carne no vale para nada? ¿Por qué luchamos? ¿Cuál es nuestra mayor preocupación? ¿Cuánto tiempo dedicamos al cuerpo y cuánto al Espíritu? Después de remachar por activa y por pasiva que había que comer su carne, ahora nos dice que la carne no vale para nada; que lo único que vale es el espíritu. Estas palabras nos obligan a hacer un esfuerzo sobrehumano para poder comprender lo que nos quiere decir. No es ninguna contradicción. Se trata de descubrir que el valor de la “carne” le viene de estar informada por el espíritu. Con el espíritu, la carne lo es todo. Sien el espíritu, la carne no es nada. De nuevo queda claro el profundo sentido que da Jn al la encarnación. Las palabras (propuestas) que os he dicho son espíritu y son vida. Las palabras no tienen valor por sí mismas. Debemos ir más allá de las palabras y descubrir el espíritu al que ellas hacen referencia. Como en el discurso de Nicodemo y el de la Samaritana, la referencia al espíritu es clave para entender el mensaje de Jesús. “Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es espíritu”. “Dios es espíritu, y hay que acercarse a Él en espíritu y en verdad”. Todo el capítulo viene diciendo que él es el pan… Ahora nos dice que son sus palabras las que dan la Vida. Para un ser humano la única propuesta que le puede llevar a la plenitud es la que hace Jesús, con su Vida y con sus palabras. Por eso os he estado diciendo quenadie puede llegar hasta mí si el Padre no se lo concede. El proyecto creador del Padre es ofrecer al hombre la plenitud de Vida. Jesús no hace más que ejecutarlo. Quién rechaza al Dios que está en su centro, no aceptará nunca a Jesús. El espíritu es indispensable para entrar en la dinámica de la entrega/amor. Sin una experiencia de Dios, las palabras más sublimes se quedan en palabrería vacía. Ya decía Plotino: “Hablar de Dios sin una auténtica virtud, es pura palabrería”. Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. En este proceso de alejamiento entre Jesús y los que le siguen, se da el último paso, el abandono. Fijaros bien que hasta ahora los que le criticaban y murmuraban eran "los judíos", ahora son "los discípulos" los que deciden abandonar a Jesús. Tal vez la mayoría de los oyentes ya le habían abandonado antes. Recordemos que todo el capítulo se ha planteado como un proceso de iniciación. Terminado el proceso, hay que tomar una decisión. ¿También vosotros queréis marcharos? Qué lejos esta Jesús de la búsqueda, por todos los medios, de la aprobación general. Tanto los políticos como los medios lo condicionan todo a la audiencia. Lo importante es vender, a cualquier precio. Jesús acepta el reto que su doctrina provoca. Está dispuesto a quedarse completamente solo, antes que ceder un ápice en la radicalidad de su mensaje. La pregunta manifiesta un deje de profunda amargura. Pero también deja muy clara la convicción que tiene en lo que está proponiendo. ¿Con quién nos vamos a ir? Tus exigencias comunican Vida definitiva. Pedro, da la única respuesta adecuada: “Nosotros creemos”. La mayoría de los que escuchan a Jesús, se sienten más seguros con el cumplimiento de la Ley que con la oferta de Jesús. En la comida eran cinco mil. Quedan doce. Más tarde, demostrarían que ellos tampoco lo entendieron. Para entenderlo tuvieron que pasar por la experiencia pascual. Antes de esa experiencia ni la gente, ni los discípulos, ni los doce entendieron nada. Juan deja claro que el fundamento de la Iglesia que se empieza a organizar, son los doce, y que Pedro es la cabeza que la dirige. También en los sinópticos, Jesús empieza siendo aclamado con entusiasmo por la multitud, pero termina siendo abandonado por todos, incluido sus discípulos. “Todos le abandonaron y huyeron”. Si hoy en día nos declaramos cristianos dos mil millones de personas, se debe a que no se exige la radicalidad de su mensaje y estamos en el engaño de lo que nos puede dar, no en la conciencia de lo que nos exige. Si descubriéramos que la médula del mensaje de Jesús es que tenemos que dejarnos comer, ¿Cuántos quedarían? Eso es precisamente lo que nos pide Jesús. Antes que morder a otro hay que dejarse comer. En este discurso, Jn intenta aclarar las condiciones de pertenencia a la comunidad de Jesús: La adhesión a Jesús y la asimilación de su propuesta de amor. Su ‘exigencia’ es una dedicación al bien del hombre a través de la entrega personal. El mesianismo triunfal queda definitivamente excluido. En contra de lo que se nos sigue diciendo, Jesús ni busca gloria humana o divina ni la promete a los que le sigan. Seguirlo significa renunciar a toda ambición, y aceptar la entrega total de sí mismo en beneficio de los demás. Hoy seguimos ignorando la propuesta de Jesús. En nombre del evangelio seguimos ofreciendo unas seguridades derivadas del cumplimiento de unas normas. No se invita a los fieles a hacer una elección de la oferta de Jesús, porque no se les presenta dicha oferta. Hemos manipulado el evangelio para salirnos con la nuestra. No nos interesa el mensaje de Jesús, sino nuestros propios anhelos de salvación que no van más allá de la sola carne. Hasta la eucaristía, que es el símbolo (sacramento) de la entrega, la hemos convertido en objeto de adoración o de devoción, para evitar el compromiso de dejarnos comer. No queremos ni oír hablar de la realidad significada: el don de sí mismo. Es descorazonador, seguir pensando que Dios está más presente en un trozo de pan, que en el ser humano que sufre y espera nuestra comprensión y ayuda. Es decepcionante que la celebración de la eucaristía no tenga ninguna repercusión en nuestra vida real ni me exija cambiar nada. Meditación-contemplación “Tú tienes palabras de Vida eterna”. Tú manifiestas en tu vida, esa Vida plena y definitiva. La experiencia pascual les llevó a hacer suya esa Vida. No fue fácil superar el apego a las seguridades de su religión. ……………… Nosotros, con una religión tan anclada en la Ley como la judía, no lo vamos a Tener más fácil que ellos. También tenemos que arriesgarnos y perder el miedo a lo desconocido que nos desborda. ……………… La oferta es absoluta: Vida definitiva. No me debe extrañar que la exigencia sea también absoluta. Conozco bien la oferta. Solo falta elegir… Si no tomo una decisión, seguiré el camino de la nada. El 30 de julio de 2015 fue el Día Mundial contra la trata de personas, un fenómeno que afecta a millones de personas “en 137 Estados se ha explotado a víctimas de por lo menos 127 países ya sea como punto de origen, tránsito o destino” -estimación de Naciones Unidas- , problemática denunciada reiteradamente por el Papa Francisco como “un crimen contra la humanidad” […] “es necesaria una responsabilidad común y una voluntad política más fuerte para vencer en este frente” […] “Una intervención legislativa adecuada en los países de origen, tránsito y llegada, pues facilitar la regularidad de las migraciones, puede reducir el problema”; preocupado por este flagelo añade en abril de 2014 “la trata de personas es una herida abierta en el cuerpo de la sociedad contemporánea, una llaga en el cuerpo de Cristo”.
La trata de personas es una actividad delictual a gran escala, interrelacionada con otros delitos globalizados y organizados, como el tráfico de drogas y de armas. La trata ocupa, como actividad económicamente rentable, el segundo lugar detrás del tráfico de drogas y por encima del tráfico de armas. Según la Organización Internacional del Trabajo, la trata afecta cada año a unas 2.500.000 personas entre mujeres, hombres, niños y niñas en todo el mundo, es un negocio que genera unos 7.000 millones de dólares anuales. Hay que destacar que un 80% de las víctimas son mujeres y niñas, por lo que se convierte en una problemática de género y en una grave violación a los Derechos humanos que al mismo tiempo, suele implicar la violación de otros derechos como: Derecho a – no sufrir esclavitud o servidumbre forzada, ni prácticas de tortura u otras formas de trato inhumano o degradante – la salud – una vivienda digna en condiciones de seguridad – no ser discriminado por razón de género – un trabajo justo y con condiciones favorables – la vida Según la Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada (Protocolo de Palermo) define a la trata de personas como “la captación, el transporte, el traslado, la acogida o la recepción de personas, recurriendo a la amenaza o al uso de la fuerza u otras formas de coacción, al rapto, al fraude, al engaño, al abuso de poder o de una situación de vulnerabilidad o a la concesión o recepción de pagos o beneficios para obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre otra, con fines de explotación. Esa explotación incluirá, como mínimo, la explotación de la prostitución ajena u otras formas de explotación sexual, los trabajos o servicios forzados, la esclavitud o las prácticas análogas a la esclavitud, la servidumbre o la extracción de órganos”. La intención detrás de esta definición es facilitar la convergencia en los enfoques nacionales en relación con el establecimiento de infracciones penales nacionales que apoyen la cooperación internacional eficaz en la investigación y el enjuiciamiento de casos de trata. Otro objetivo del Protocolo es proteger y asistir a las víctimas con pleno respeto de sus derechos. La Vida Religiosa en América Latina intenta formar redes contra la trata, esta lucha requiere que se contemplen las múltiples aristas de este fenómeno. Prevención y procuración de justicia son elementos importantes, más no suficientes, si no se considera con el mismo tesón el plano de la protección y la asistencia a las víctimas así como ofrecer una oportunidad de reiniciar su vida. Esto supone un compromiso interinstitucional en el que la cooperación entre entidades religiosas, públicas y sociedad civil resulta fundamental. “Un grito por la vida”; “Red Kaway” y “Red Ramá”, son redes lideradas por mujeres consagradas, pertenecientes a la CLAR, que han decidido tomar como prioridad el combatir este crimen y se han propuesto articular las respuestas que religiosas y religiosos están dando en el continente. Desde el año 2012 la CLAR impulsa la reflexión sobre esta problemática y sus acciones en 22 países donde la Vida Religiosa se encuentra presente. Se van generando compromisos desde una lectura crítica de la realidad iluminada por la reflexión teológica. Es un asunto que también ha preocupado a la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG), en un Congreso que tuvo lugar en Roma en el año 2008 declararon: “Denunciamos el crimen de la Trata de personas que constituye una grave ofensa contra la dignidad humana y una seria violación de los Derechos Humanos”. En el año 2004 la UISG constituyó la “Red Talithakum”, de carácter mundial (supone 21 redes en 75 países de los cinco continentes). A nivel sudamericano, la “Red Kaway” –palabra quechua que significa ¡Vive!, ¡Vive ya!- congrega a Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela. La “Red Ramá” integra a la mayor parte de los países de Centroamérica y de las Antillas: Belice, Costa Rica, Cuba, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua, Uruguay y Panamá. Y “Un Grito por la vida”, está presente en el amplio territorio brasilero. Estas redes articulan sus acciones con centros de derechos humanos, pastorales y otras redes de vida consagrada que actúan en el resto de América Latina y otros continentes. Realizan actividades de formación, concientización, debates, denuncias, prevención, asistencia a las personas afectadas. Realizan encuentros, talleres, congresos, campañas a nivel local, regional, nacional. En cada país buscan coordinarse con organizaciones civiles, organismos estatales e iglesias locales. Una esperanza desde la Palabra de Dios Una vez más los gritos de dolor toman el cuerpo femenino. La vida de la esclava egipcia Agar puede iluminar el caminar de las víctimas de la esclavitud y de quiénes se solidarizan con ellas. Agar nos revela al Dios que no desampara y su nombre: [Agar] dijo: “tu eres Él-Roi, el Dios que me ve” (Gén 16,13). Como bien sabemos en la historia de Abraaham y Sara observamos que a pesar de las repetidas promesas de Dios, Sara no ha tenido hijos y ya llevan diez años viviendo en Canáan. Sara duda de la palabra de Dios y decide una solución: su marido poseerá a su esclava, ella adoptará al hijo que nazca de esa unión y suya será su descendencia. Las cosas no salen bien. Agar queda embarazada y logra lo que Sara no consigue. Sara experimenta sentimientos negativos y violentos: siente rabia, celos, ira; llevada por ellos y por el orgullo de Agar, que embarazada, mira por encima a “su señora”, comienza a maltratarla. Agar tiene claro que no cuenta con ninguna protección, pues Abraham se debe a su mujer, y siente un profundo temor. Confusa y llena de dudas prefiere huir. Así es como se encuentra en medio del desierto, en plena soledad. Cuando el vigor de Agar se ha extinguido, se cruza “un ángel”, quien la encuentra cerca de una fuente. Agar bebe, el ángel la envía de regreso a la casa de Sara y le promete también a ella una gran descendencia. Ante la figura del ángel podemos preguntarnos: ¿se encontró con una persona o con su propia voz interior? Como quiera que fuera Agar ve con lucidez dos cosas: no puede huir de Sara, pues está sola, sin derechos y sin medios. No tiene posibilidad alguna de sobrevivir ni ella ni el niño. Pero ha sido bendecida: tendrá un hijo, un regalo especial para su vida. Por lo tanto decide tener su hijo y regresar al lado de Abraham y Sara. Agar vuelve sobre sus propios pasos, depone su orgullo porque ama la vida de su hijo y la suya propia. Pasa el tiempo y tampoco para Agar y su hijo Ismael (“Dios ha escuchado”), llega la paz. En el capítulo 21 del Génesis se narra que Sara queda embarazada y nace Isaac. Sara no puede vivir bien con la situación que ella misma ha provocado. Se ha entablado una espiral de violencia. No soporta que Ismael e Isaac jueguen juntos, se lleven bien y puedan un día compartir la promesa de Dios hecha a Abraham sobre su descendencia y sus posesiones… Así que exige a su marido que expulse a Agar y a su hijo. Abraham, a pesar de querer a Ismael, le da a Agar un odre con agua, pan y los envía al desierto. El drama continúa. Agar no quiere ver a su hijo morir, lo coloca debajo de unas matas, se sienta a cierta distancia y llora desconsoladamente. La vida de Agar con el embarazo se ha convertido en sufrimiento: ha sido despreciada, maltratada, humillada y enviada a morir al desierto junto a su hijo. Nuevamente aparece un ángel, que alivia a Agar en su desesperación: “Levántate, toma al niño, ¡Dios está contigo!”. Y encuentra una fuente. Ambos están a salvo. Agar cría a su hijo en el desierto, quien tendrá una gran descendencia. Ella será el origen de un gran pueblo, porque “Dios ha escuchado su aflicción”, porque Dios es EL –Roi, “el que ve”. La esclavitud y la muerte son derrotadas por una libertad y una vida abiertas al futuro. El Señor nos prepara, para que como Él nos pongamos en contacto con tantos gemidos, llantos y gritos de la humanidad. Las redes de la vida consagrada contra la Trata nos muestran cómo, gracias a Dios, nos hacemos sensibles a los gritos de las “periferias existenciales”. Dios que ve y escucha, da fuerza y valor para enfrentar semejante crimen, conscientes de que se expone la vida por amor a estas víctimas. |
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