Nuestra iglesia evangélica, igual que la católica, parece haberse obsesionado por los temas sexuales, como si ésos fuesen los únicos problemas críticos de nuestro tiempo y como si de ellos dependiera el futuro de la iglesia y de la civilización. Temas sexuales, especialmente la homosexualidad, dominan abrumadoramente el discurso de los políticos protestantes; entre la gran mayoría de los evangélicos, la sola mención de homosexuales y lesbianos les infunde pánico.
Más que sólo principios bíblicos y teológicos, que por supuesto son cruciales, parece funcionar aquí un profundo prejuicio social. Los evangélicos, junto con los católicos, salen en masa para unirse a las marchas contra los homosexuales. Manifestaciones multitudinarias se han realizado en Costa Rica, Argentina, Brasil y muchos otros países. Es una causa popular, apoyada por el prejuicio de la sociedad misma. No estoy minimizando la importancia de la ética sexual ni de nuestra fidelidad bíblica, pero sí quiero cuestionar las prioridades erradas de esta obsesiva campaña contra los homosexuales. ¿Por qué será que para una marcha anti-homosexual salimos a la calle por cientos de miles, pero cuando se trata de una protesta contra la corrupción en el gobierno (como el Manifiesto de la Vergüenza en Costa Rica), somos mudos y brillamos por nuestra ausencia? ¿Por qué no se han unido las iglesias protestantes y católicas para organizar marchas contra las guerras de Irak y Afganistán? ¿Por qué no se les ha ocurrido a nuestros líderes religiosos una masiva protesta contra el golpe de Estado en Honduras y el régimen represivo de su gobierno “democrático”? Precisamente por eso, las iglesias evangélicas carecen de autoridad moral para que sus campañas anti-homosexuales sean convincentes. Los partidos protestantes han sido casi siempre cómplices del sistema, a veces hasta partícipes en la corrupción. Líderes ambiciosos han manipulado a los miembros ingenuos para quedar electos en puestos políticos, y ya electos no muestran una mínima comprensión de las necesidades reales del país ni una visión positiva del futuro nacional. Por eso, sus arengas contra la homosexualidad quedan en ridículo ante los sectores pensantes y críticos de la población y a veces huelen a oportunismo e hipocresía. En amplios sectores de nuestras sociedades latinoamericanas, nuestras iglesias evangélicas se conocen más por su oposición a la homosexualidad que por cualquier otra cosa. Parece que la iglesia protestante en América Latina siempre ha necesitado algún gran enemigo con quien pelear. Es el síndrome del “anti”. Originalmente era anti-catolicismo, después anti-comunismo y anti-ecumenismo, y ahora más que otra cosa, anti-homosexual. Pero el evangelio no vive de negaciones sino de las buenas nuevas. El evangelio es el “Sí” y el “Amén” de Dios (2 Cor 1:19-20); cuando lo negativo domina en la iglesia, ella está enferma. La cuestión homosexual no siempre tenía la importancia que ahora tiene. En los Estados Unidos, Ronald Reagan, con gran astucia, forjó una alianza entre católicos y protestantes en torno a dos temas: homosexualidad y aborto. Les hizo pensar que esos eran los mayores problemas del país y los únicos criterios para el voto. Con esa táctica ganó la presidencia y el apoyo para sus guerras en Centroamérica y sus fatales políticas económicas, de las que hoy sufrimos las consecuencias. Con la misma táctica Nixon y los dos Bush politizaron estos temas para cometer más atrocidades. Y hoy, si nos unimos con la cruzada anti-homosexual, nos estamos aliando con otras causas que son contrarias al evangelio y negativas para el futuro de nuestros países. Por todo eso quiero proponer una moratoria, digamos de unos cinco años, en que dejemos en paz a los homosexuales y que nos dediquemos a otros temas más importantes y más evangélicos. ¡Una moratoria de diatribas homofóbicas, nada de ataques e insultos, nada de marchas populacheras! Un descanso, para volver a respirar aire fresco. Y de hecho, la causa anti-homosexual no perderá nada, porque la jerarquía católica y las grandes mayorías homofóbicas de nuestros países se encargarán de proteger la patria y la familia. Propongo que durante este período de moratoria nos dediquemos a analizar con calma este tema, dispuestos con humildad a juzgar nuestros propios pecados, pues el juicio debe comenzar en la casa de Dios. Debemos analizar mucho más a fondo los aspectos bíblicos de este tema (exegéticos y hermenéuticos), que tienen sus bemoles muy importantes. Nos haría mucho bien recordar que los mismos pasajes denuncian la avaricia (¡los avaros no entrarán al reino de Dios, pero sí en las iglesias!); el Nuevo Testamento dice mucho más contra la avaricia y la codicia que contra la homosexualidad. Otras preguntas que requieren un análisis imparcial son: ¿es congénita la homosexualidad en algunos casos, y cómo afecta eso el tema? ¿Cómo afecta la homosexualidad, positiva y negativamente, a ellos mismos, comparado con el matrimonio heterosexual? ¿Amenazan estas prácticas a la familia y la sociedad? ¿Cómo? Confieso que no tengo respuestas a estas preguntas, pues hasta ahora no me convencen los argumentos ni de un lado ni del otro. Una pregunta fundamental: ¿Qué significa el mandamiento de amar, el gran mandamiento de la ley, para este tema? Muchas iglesias evangélicas ahora se conocen más por su aparente odio contra otros grupos que por su amor cristiano. Con la moratoria que propongo, la iglesia evangélica podría volver a ser conocida como la comunidad de amor en Cristo y no como un enemigo más de otro sector social ¡Qué lindo sería! Me parece que hoy la iglesia está enferma con fiebre, y necesita reposo para bajar la calentura. Esta guerra homofóbica está haciendo mucho daño a nuestras iglesias. Es hora para una tregua. Sería muy saludable y nos haría muchísimo bien. ¡Qué lo permita Dios! [Lupa Protestante / Enviado por Agencia de Noticias Prensa Ecuménica - Ecupres]
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El sacerdote cordobés Nicolás Alessio, del grupo Enrique Angelelli, oficiará hoy su última misa como párroco de la iglesia del barrio de Altamira, a donde llegó hace 26 años, con 24 años recién cumplidos y estrenando sotana.
Decidió dejar los hábitos para dedicarse a la política partidaria luego del entredicho que mantuvo con el obispo cordobés Carlos Ñáñez por apoyar el matrimonio homosexual, entre otras razones que desgranó durante una entrevista con el programa Zona de Noticias de la radio rosarina FM Meridiano. --¿Por qué deja los hábitos? —Lo que ha ocurrido es lo siguiente: en la gestión de Benedicto XVI, porque esto tiene que ver con Roma y con el Vaticano, se fueron achicando cada vez más los espacios dentro de la jerarquía de la Iglesia, de la Iglesia institucional, para pensar distinto, para poder ser creativos, para poder estar más cerca de la gente. Así, se está viviendo un invierno eclesial muy fuerte. Y en Córdoba esto llegó a un punto máximo de conflicto cuando el obispo decide sancionarme, iniciarme juicio, acorralarme al impedirme ejercer el ministerio simplemente por estar a favor del matrimonio igualitario. Y esto para mí fue un límite y dije basta: no quiero pertenecer más a la jerarquía de la Iglesia Católica, me voy del clero, me voy de esta casta sacerdotal que se va alejando cada vez más de la vida y de la gente. Pero no me voy ni de mi fe ni de mis convicciones, ni siquiera me voy de esta Iglesia conflictiva. Me voy de la jerarquía. No quiero ser más parte de la casta sacerdotal. —¿Cómo ha tomado esta decisión? —Por un lado desazón porque uno sigue soñando con una jerarquía distinta. El miércoles recordábamos al obispo mártir Enrique Angelelli, que fue alguien que soñó también con una Iglesia distinta. Entonces queda un poco de desazón por darnos cuenta de que peleamos contra molinos de viento. Pero por otro lado con mucha esperanza y mucha confianza porque uno sabe que está intentando ser fiel al Evangelio, ser fiel a una Iglesia más popular, más fraterna, a una Iglesia de los pobres. Y en este camino uno no está solo, hay una larga historia de mártires, de curas censurados, de obispos que también fueron controlados por Roma. En Argentina tuvimos el ejemplo de Jorge Novak, Miguel Esteban Hesayne, Jaime De Nevares, obispos muy valiosos, ni qué hablar de Angelelli, por supuesto. Entonces uno se siente muy acompañado y que no está solo en esta búsqueda de una Iglesia realmente más fiel al Evangelio. —¿Y cómo han tomado los fieles de su parroquia su decisión? —Lo viven con mucha tristeza. Yo hace 26 años que estoy acá en el barrio Altamira, he crecido junto a esta comunidad, tenemos muchos trabajos populares importantísimos que mantener y sostener. La gente siente un poco el desgarrón de mi partida, pero también todos entendemos que a veces hay que mirar con esperanza caminos nuevos a transitar. Y estamos en ese momento de duelo, aceptar una ruptura, una crisis, pero también mirarlo con confianza y esperanza. —¿Se va a dedicar a la política? —Nunca estuve lejos del problema social ni político de la gente. Recuerdo que desde que la democracia se inició yo y los curas del grupo Angelelli hemos tenido una participación muy activa en las luchas gremiales, en las luchas piqueteras, en las luchas barriales, en las luchas por los derechos humanos, y voy a continuar en ese camino porque entiendo que toda lucha que tenga que ver con la vida, por las personas y su dignidad, es coherente con el Evangelio. —¿Qué opina del celibato? —Que hoy es una ley absurda, que atenta contra el derecho humano básico a la felicidad, a tener una familia, a poder formar una pareja. Es una ley que la Iglesia, urgente, hoy debería modificar, entre otras tantas. —¿Está pensando también en formar una familia y casarse? —No, en principio no. Hoy no es un tema que acapare mi atención. Obviamente es una posiblidad más, es una perspectiva que habrá que tenerla en cuenta, pero hoy no es el centro de mis preocupaciones sino más bien cómo continúo por un lado este desgarrón que se produce en la comunidad y después seguir con mi compromiso en función y al servicio de la gente. —¿Tiene trabajo? —Tengo una changuita, por decirlo así, colaborando en la Cámara de Diputados con una legisladora en el área de educación. Esa changuita dura, si no me corren, cuatro años, como un mandato legislativo. Y después tendré que buscar trabajo. —¿Qué les diría a los sacerdotes que tienen su mirada sobre otra Iglesia pero que continúan en la estructura? —No me siento como el modelo a seguir ni mucho menos. Llegué a un límite. A lo mejor otros compañeros entienden que deben seguir peleando desde ese lugar que nos da la jerarquía eclesiástica. Ese lugar ya no me ayuda a vivir dignamente. No es calidad de vida, atenta hasta contra mi salud. Entonces decido irme. Ahora, a los compañeros que deciden quedarse, los animo a que sigan peleando en ese lugar hasta que puedan, pero que si alguna vez tienen una situación.como la mía que se animen a salir, a iniciar un camino nuevo. —¿Qué opina del cardenal Jorge Bergoglio? —Bergoglio realmente tuvo una actitud nefasta en este tema tan polémico de la ley del matrimonio igualitario. Su carta a las monjas carmelitas hablando de “la guerra de Dios” y hablando de que los que pensábamos distinto éramos “instrumentos del padre de la mentira”, me pareció realmente un desastre. Creo en esto los obispos fueron necios para entender la libertad, la diversidad, la igualdad. —¿Qué piensa del aborto? —Es un tema muy difícil de abordar porque genera muchos fanatismos, pero nadie puede estar a favor del aborto. Todos sabemos que es una situación muy traumática que vive la mujer embarazada, una situación que nadie desea. Ahora, lo que hay que pensar es si la ley que actualmente regula este tema favorece la vida, porque si tenemos en cuenta que hay mujeres pobres (que son pocas sino muchas), que se mueren por hacerse un aborto clandestino porque la ley las impulsa a eso, o quedan con daños físicos serios, hay que ver si esta ley realmente está haciendo bien a salud la población, si no, hay que modificarla. Y hay que debatirlo con serenidad. Nadie está a favor del aborto, pero tampoco podemos seguir manteniendo una ley que condena a la muerte o a daños físicos a cientos de mujeres pobres porque las que tienen dinero recurren a clínicas privadas y se hacen abortos con toda tranquilidad. —¿Este 7 de agosto va a dar su última misa? —Sí, voy a estar con toda la feligresía de Córdoba que viene a pedir por paz, pan y trabajo como cada 7 de agosto. Y para mí es un momento maravilloso para poder decir estoy con ustedes y el año que viene a lo mejor estaré desde el otro lado caminando en la calle como uno más, pero celebrando con mucho gusto esta fiesta popular. l Este artículo muestra el sesgo conservador y neoliberal de los cinco rotativos de mayor difusión en España (tanto en sus editoriales como en su cobertura de las noticias) así como su excesiva tolerancia hacia el insulto y sarcasmos que aparece con gran frecuencia entre sus colaboradores.
Existe una situación preocupante en la democracia española de la cual apenas se habla, o se escribe, en nuestro país. Me estoy refiriendo a algunos problemas todavía pendientes en los medios escritos de mayor difusión de España, problemas que disminuyen la calidad de nuestra democracia. Seguro que la gran mayoría de españoles estarían de acuerdo en que una democracia viva, intensa y dinámica requiere un amplio abanico de rotativos pertenecientes a distintas sensibilidades que garanticen una pluralidad de puntos de vista, presentados éstos de una manera profesional y competente y con un estilo y tono que facilite el debate, en lugar de inhibirlo. Pues bien, ello no siempre ocurre en nuestro país. Es fácil de demostrar, por ejemplo, que el abanico de sensibilidades mediáticas es bastante reducido en España. Si miramos los cinco rotativos de mayor difusión podemos ver que ninguno de ellos ha escrito editoriales favoreciendo unas políticas expansivas de gasto y empleo público, como manera de estimular la economía y salir de la crisis. Todo lo contrario, todos ellos han escrito editoriales apoyando las políticas de austeridad de gasto público y reducción de empleo público, promovidas por el liderazgo de la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo. Voces críticas a estas políticas son también muy escasas en sus páginas de opinión. A esta falta de diversidad se añade frecuentemente un sesgo conservador y/o neoliberal en sus noticias. Y permítame el lector que me refiera a una experiencia concreta que creo es bastante representativa. El gobierno catalán nombró hace un año una Comisión de expertos (llamada Comisión Vilardell, en honor al Dr. Vilardell, quien presidió tal Comisión) para hacer recomendaciones al Gobierno de la Generalitat de Catalunya acerca de cómo conseguir más fondos para el sector público sanitario. Conozco bien lo que ocurrió en aquella Comisión y las recomendaciones que hizo, pues yo era miembro de ella. Pocas horas después de la presentación formal (que tuvo lugar hace unas semanas) del informe de la Comisión a los Consejeros de Hacienda y de Salud del Gobierno Catalán, aparecieron los primeros reportajes periodísticos. La mayoría de tales reportajes en los cinco rotativos de mayor difusión no presentaron correctamente las recomendaciones de tal Comisión. El País, por ejemplo, abrió el reportaje sobre las recomendaciones de tal comisión con un título muy llamativo y muy alarmante para los ancianos. Decía, y cito textualmente, “los expertos proponen que los jubilados de rentas altas paguen por sus fármacos” (21.07.10). La Comisión, sin embargo, no propuso esta medida. Léanse el informe, colgado en la web de la Generalitat de Catalunya, en el que podrán ver que no hubo consenso sobre este punto, señalando que algunos miembros de la Comisión lo recomendaban, pero otros no. Está ahí bien escrito y redactado en el informe, colgado en aquella web. El profesional que hizo el titular forzó lo que dijo la Comisión para hacer el título más impactante, aún cuando ello no fuera lo que ésta dijo. Por si no fuera poco, otro artículo, también en El País (21.07.10), indicó que el informe Vilardell aconsejaba que se exigiera el copago a todos los usuarios del sistema público sanitario, lo cual, de nuevo, no es cierto. Algunos expertos lo propusieron, y otros no, pero la Comisión como tal no hizo tal recomendación. Un tanto semejante ocurrió con La Vanguardia, que también con palabras muy llamativas informaba al lector de que la Comisión pedía un copago (Un informe encargado por la Generalitat propone el copago sanitario y desgravar las mutuas privadas, 20.07.10). De nuevo, ello no es cierto, lo cual no es obstáculo para que se reprodujera una y otra vez en aquel rotativo. Y lo mismo ocurrió en El Periódico, en El Mundo y en ABC. Quisiera subrayar que no es mi intención defender o criticar ninguna de tales propuestas en este artículo (para ello remito al lector a mi artículo “La sanidad española”, PÚBLICO, 29.07.10), sino acentuar la falta de rigurosidad en la noticia, la cual llegó al máximo extremo en el reportaje sobre las recomendaciones de la Comisión en el Diario Médico, el mayor diario existente en España dirigido a los médicos y financiado por la industria farmacéutica. Al definir la ocupación y base institucional de los miembros de la Comisión, a mí me definieron como “cirujano, trabajando en el servicio catalán de la salud”. Soy economista y politólogo, y Catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra, habiendo trabajado en estudios del estado del bienestar, incluyendo la sanidad, durante muchos años. De cirujano, sin embargo, no tengo nada. Y así una larga retahíla de errores que parecen menores, pero que no lo son. Los reportajes mediáticos de las recomendaciones de la Comisión escogieron presentar aquellas recomendaciones que reflejaban mejor su punto de vista, acentuando un consenso que no existió. Sí que hubo consenso, por cierto, en otras medidas, como el aumento de los impuestos finalistas o exigir que las mutuas laborales patronales paguen los gastos de los pacientes con enfermedades laborales (que hoy no pagan) que apenas tuvieron visibilidad mediática, aún cuando su capacidad recaudatoria sería mucho mayor que los famosos copagos. La excesiva agresividad e hipérbole Pero los problemas no terminan ahí. La prensa escrita de mayor difusión se caracteriza por una gran permisividad de la agresividad en la narrativa utilizada por algunos de sus colaboradores. He vivido en muchos países (en Europa y Norteamérica) durante mi largo exilio, y en ninguno he visto tanta agresividad como en muchos artículos que leo en España. En muchos de ellos el insulto y el sarcasmo son la práctica habitual. Así, uno de los autores más conocidos en nuestro país (que goza de enormes cajas de resonancia en los medios madrileños) es el Sr. Fernando Savater, que utiliza un promedio de siete insultos y/o sarcasmos por artículo, lo cual suele encantar a aquellos que comulgan con su nacionalismo mesetario. Sus últimos insultos incluyeron referirse a la manifestación del 10 de julio en Barcelona (en contra del dictamen del Estatut del Tribunal Constitucional) como “manifestación reaccionaria”, sin definir el por qué tal manifestación es merecedora de este adjetivo. Y otro insulto es definir la prohibición de la corrida de toros por el Parlamento catalán como comparable a los actos realizados por la Inquisición, sin elaborar el porqué de este insulto. El Sr. Savater insulta y se queda tan tranquilo. Y los rotativos lo imprimen para el goce de los lectores a los que les encanta este tipo de discurso. Este “insulto fácil” alcanza dimensiones grotescas en los comentarios que aparecen en las versiones digitales de tales medios, en los que aparecen abundantes insultos personales. Yo escribo en varios países y en ninguno (repito, ninguno), hay tanta agresividad y mala educación como en aquellos comentarios; mala educación, por cierto, mucho más frecuente y palpable entre las derechas que entre las izquierdas. Por último, sería de desear que se diluyera la hipérbole que dificulta también el debate. A la vuelta del exilio, escribí varios artículos y libros criticando la definición de la transición de la dictadura a la democracia como modélica. No cuestionaba si podría haberse hecho de otra manera y si el enorme dominio del proceso por parte de las derechas podría haberse evitado. No sé si hubiera habido o no esta posibilidad. Pero lo que critiqué es que a la Transición se la definiera como modélica, pues la utilización de tal termino asume que la democracia que tenemos ya es homologable a cualquier democracia que exista en la Unión Europea, lo cual no es cierto como he demostrado en mis escritos. La respuesta de aquellos que configuran la sabiduría convencional fue casi hostil, tergiversando deliberadamente lo que yo sostenía, atribuyéndome la postura (que no comparto) de que la transición había sido un “desastre”, termino que no utilizo nunca, tergiversación hecha con el objetivo de ridiculizar una tesis que se está probando (acontecimiento tras acontecimiento, desde la decisión del Tribunal Supremo sobre el caso Garzón, a la decisión del Tribunal Constitucional en el caso del Estatut de Cataluña), ser más acertada para definir aquel proceso que la acrítica expresión de modélica. Finalmente, quiero agradecer a El Plural, uno de los pocos foros progresistas en la prensa española abierto a la crítica de los medios, por publicar este artículo. Artículo publicado por Vicenç Navarro en el diario digital EL PLURAL, 9 de agosto de 2010 El descubrimiento de la doble vida que llevaban algunos líderes cristianos nos ha conmovido a todos, católicos y no católicos o cristianos de a pie. Nos duele el daño que han hecho en vidas humanas. Nos escandaliza que esos líderes hayan presionado conciencias en virtud de su mismo ascendiente espiritual y que las instituciones hayan levantado un sospechoso muro de silencio en torno a todo ello.
Debido a esta conmoción emocional profunda, muchos nos hemos puesto a reflexionar de nuevo sobre nuestro seguimiento de Jesús. Reflexionar de nuevo, es decir, una vez más, pero también: en forma nueva, porque la confusión nos aconseja tomar distancia de la institución y despegarnos de algunos moldes tradicionales de pensamiento, precisamente de aquéllos que tales descubrimientos han remecido. Los moldes remecidos - y para algunos tal vez definitivamente removidos, como por un seísmo espiritual - son aquellos que vinculan nuestra fe a la adhesión a una institución religiosa, la iglesia. Y no sólo la católica. Tras el remezón o en medio de él, viene tal vez el tiempo de recordar lo único importante, lo de Pablo: que “nadie ponga otro fundamento que el que está puesto: Jesucristo” (1 Cor. 3, 11). Pero Jesús está lejos en el tiempo. Y de todos modos, él nos ha sido trasmitido por la iglesia. Y los escándalos de que vamos hablando han sucedido precisamente en el ejercicio de esa trasmisión. ¿Cómo escapar de este círculo vicioso? Creo que una de las formas - quizás la única - es mirar primero a Jesús con ojos nuevos, y luego, desde esa mirada, ejercer la sospecha, si no la crítica, frente a algunas de las creencias que nos han sido trasmitidas como certezas. Poniendo los ojos en Jesús (Hebreos 12, 2) La enorme admiración y fascinación de que dan cuenta los evangelios y otros escritos cristianos cercanos a Jesús parece haberse debido a que él introdujo y practicó una forma de comunicarse poco común: era un lenguaje libre y, en los hechos, fuertemente crítico de las discriminaciones sociales, pues su atención iba de preferencia hacia los excluidos por enfermedad, pobreza o impureza legal. Sus dichos eran a veces ásperos al enfrentar ciertas enseñanzas rabínicas y prácticas relacionadas con el culto: fustigó la religión del templo en la que se articulaban la acumulación mercantil de riqueza en provecho de una casta (”cueva de ladrones”), el compromiso con la dominación política del poder imperial (”devolved al César lo que es suyo”), y la mentira con que la fastuosidad del templo, admirada por los discípulos, ocultaba la pobreza del pueblo (”no quedará piedra sobre piedra”). En esta libertad frente a lo establecido y en aquellas preferencias escandalosas a ojos de los dueños de la opinión pública, se jugaba, según su propio testimonio, su relación con Dios. Ello se sigue de la parábola del juicio final, de Mateo 25, donde le da el valor de lo definitivo sólo a los actos de compasión - no a los de culto. Jesús seguía cercano al pueblo pese a esta dureza. El vivía conversando con quienes le salían al encuentro en los caminos de Galilea, las callejas de los pueblos palestinos, los bordes de los lagos, las casas de algunos amigos o de gente que le invitaba. Allí se introducían, a veces, otros u otras sin previo aviso. Jesús no los rechazó nunca. Los acogía a todos y, con una palabra y un gesto, les devolvía su dignidad, como lo hizo con una mujer y con un paralítico, ambos sin nombre y llegados sin invitación (ver Lucas 7, 36-50 y Marcos 2, 1-12). El tema de su conversación era la vida misma de la gente: a veces su llanto; su pobreza casi siempre; sus dolencias y sus angustias; la opresión y persecución por parte de los poderosos, pero también sus alegrías y sus fiestas, aquéllas que se celebraban por tener pan, por perdonarse las deudas, por encontrar de nuevo lo que se había perdido, desde una dracma bajo un mueble, hasta un hijo extraviado. En tales situaciones de enfermedad y salud, de pérdida y encuentro, de fiesta y de duelo, la palabra de Jesús mostraba lo que comúnmente quedaba oculto a los ojos: la presencia y la acción de Dios. El volvía real esa presencia, la hacía visible y palpable, con su manera de volcarse entero en la necesidad, la pena o el gozo de los demás y de vivirlos intensamente como propios, experimentándolos o padeciéndolos en sí mismo, compadeciéndose como quien no tiene otra pasión personal que la de compartir, ni una vida que quisiera guardar para sí en propiedad, pues su vida era la de los demás. No vivir para sí, sino para los otros, encontrándose con ellos en la profundidad y la angustia de las situaciones límite: tal era su manera de encontrarse con Dios. Lo que le urgía era que, en medio de la vida con los demás y del intercambio mutuo, estaba aconteciendo lo que nadie parecía ver, por seguir esperando una intervención fulminante y exterior. El acontecer de Dios, que él llamaba su Reino, no venía de fuera, - de ello estaba él convencido - sino que estaba llegando ya, ahí dentro, en medio de la vida, con todas sus contradicciones. Allí era donde había que aguardar su venida, orando por ella y viviendo en consecuencia. Vivir era para él abrir su vida a todos, sin restricciones, en la apertura total ante el Otro en quien todos se encontraban asumidos, como hijos de un mismo padre. No vivía, pues, ante un Dios solitario, sino uniéndose con Aquél que le salía al encuentro en el trato con todos, - porque la compasión que estremecía sus entrañas era una pasión de pertenencia al común destino humano. A esa pasión de pertenencia quiso invitar a sus seguidores, haciéndoles ver que allí - y sólo allí - estaba sucediendo de veras el reino de Dios. A ello apuntaban acciones que más tarde fueron narradas en las categorías mitológicas de “milagro”, como el así llamado de la multiplicación de panes al que hoy se le redescubre y reinterpreta más bien como el de la multiplicación de las solidaridades. Esa pasión de pertenencia le llevó a situarse del lado de quienes no eran reconocidos por el poder religioso, el mismo que, en su tiempo, ejercía el poder político y social. Su pasión había comenzado, pues, como compasión antes de que culminara en su padecer en cruz. La cruz no le vino de afuera. Tampoco la buscó. Pero le salió al encuentro, inevitable, como consecuencia última de su caminar compasivo. Para evitarla habría tenido que silenciar su crítica a la interpretación de las Escrituras de Israel de quienes querían fundamentar en ellas la subordinación de la mujer al hombre, o la prioridad de las observancias legales sobre las necesidades humanas, o la legitimidad de los negocios y la acumulación bancaria del templo de Jerusalén en provecho de una clase sacerdotal privilegiada y sometida al imperio romano. Paradójicamente, el Reino de Dios se le hizo presente en las angustias de la propia agonía y en el abandono de Dios que experimentó en la cruz. Abandono que era también, por miedo, el de la mayor parte de la gente que le había acompañado y con quienes él había ido descubriendo la llegada del Reino. Esta descripción somera de lo que fue importante para Jesús permite afirmar que él no entendió su misión como la de quien tiene verdades nuevas para comunicar sobre Dios, el cielo, el infierno, los ángeles y otras cosas que se enseñan en el catecismo o la escuela dominical y en la teología, ni tampoco nuevas prescripciones u obligaciones morales. En su vida de fe, él partió suponiendo la validez de lo que todo israelita sabía o practicaba. Lo que él intuyó y enseñó es que no todo allí tenía la misma importancia, y que todo tiene que estar subordinado al amor mutuo y la entrega de la vida por el bien de todos, porque, como lo experimentó en su propia vida, allí es donde Dios se vuelve real o, en otras palabras, donde acontece su Reino. El autor de la primera epístola de Juan expresó con fidelidad a Jesús esta equivalencia cuando escribió que “a Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud” (1 Juan 4, 12). Volviendo a nuestra comunidad Ella se llama iglesia. En ella nos reunimos quienes queremos seguir a Jesús. Él es su fundamento, aunque no quien la fundara. Ella no tiene en sí nada divino, - ni su jerarquía, ni su institución, ni siquiera sus sacramentos, ni la predicación de la palabra. Es cierto que en todo ello puede que Dios se haga presente y real. Pero ese acontecimiento de Dios sucede cuando - y sólo cuando - se enciende en ella o por ella una chispa de amor auténtico y de compasión - el que llamamos el espíritu (con minúscula o con mayúscula). Y su sola razón de ser es hacer posible que esta chispa se encienda en provecho de muchos, para hacernos a todos más humanos y hermanos, compasivos desde dentro y no desde arriba, reconciliándonos en nuestras oposiciones y enriqueciéndonos recíprocamente, en vez de oponernos, en nuestras diversidades. En un mundo de frialdad y competencia, de individualismo y soledad, de brutalidad y violencia, hacen falta comunidades donde una chispa como ésa se guarde, se cuide y se expanda, no sólo en provecho del grupo, sino de la sociedad toda entera y con miras a urdir entre todos un proyecto de futuro para el mundo. A ello invita el seguimiento de Jesús en la comunidad llamada iglesia: a retroalimentarse ahí mutuamente con miras a una enorme y maravillosa tarea - si logramos cumplirla. Es una de las invitaciones disponibles en la sociedad y en la historia. Hay también otras igualmente valederas. La nuestra no tendría que entrar a disputar clientelas, sino a reconocer con todas ellas que Dios, es decir, la realidad definitiva que a todos nos engloba, sucede o acontece o sale al encuentro de quienes procuran acercarse y entenderse y amarse, en reciprocidad, igualdad y verdad. El lugar del descubrimiento de Dios debería ser la vida y la conversación cotidiana - como lo fue para Jesús - en la relación con el hermano y la hermana, la mujer y el marido, la hija, el colega, el pasajero del bus. Un descubrimiento muchas veces sin nombre, una mirada fugaz hacia el misterio que vive en el otro y en mí cuando somos de veras el uno para el otro. Porque para eso sí que vale la pena vivir y morir. La comunidad que llamamos iglesia no debería nunca hacerse pasar por la realidad a la que sólo indica. Ella no es divina. Es tan humana como Jesús. Como lo somos todos en la cruz de nuestras vidas. Dios puede acontecer en ella, de manera oculta, como en la cruz de la angustia, o clara y manifiesta, como en el gozo de una dignidad recuperada, de una nueva vida de comunicación recíproca en la verdad. Adherir a una comunidad llamada iglesia tendría que ser algo así como abrirse nuevamente en el seguimiento de Jesús a la gratuidad del acontecer de Dios; hacer nuevamente real, mediante el amor, la presencia de Dios en nuestras vidas, esa presencia que Jesús realizó en el encuentro diario con sus hermanos y hermanas. En la comunidad llamada iglesia se invoca esa realidad en la oración, que es una forma de aguardarla en el silencio (Lam. Jer. 3:26-33); y se la percibe, en el respeto y cuidado mutuo, como el más allá que nos viene de regalo al comunicarnos de verdad, cuando acontece “en medio nuestro” lo dicho por Jesús de los “dos o tres reunidos en su nombre…” Cómo, dónde, cuándo, con quiénes se articule esa adhesión a una iglesia, son circunstancias que no dependen de liderazgos institucionales o supuestamente carismáticos, sino de las vueltas de la vida, de la búsqueda de cada cual y del discernimiento en común junto con quienes nos reconozcamos y descubramos como afines en una pasión como la de Jesús por la dignidad humana y por su realización en la fraternidad de lo que él llamó “reino de Dios”. Puede que en este camino de búsqueda nos encontremos con quienes le den otro nombre a una realidad que es objeto de anhelo e intuición en muchas culturas, espiritualidades y religiones. El nombre importa menos que aquello a lo que se apunta desde diversas perspectivas, traspasando las fronteras de catecismos y campanarios. Pirque, 8 de julio, 2010 Santiago Ahora todos estamos preocupados con la multiplicación de los secuestros de personas. Resultan de verdad, casi siempre, intolerables. Siempre penosos y ambiguos, por lo menos. En ocasiones, son de lo más criminal que pueda imaginarse.
Pero ¿quién piensa en el secuestro de Jesús por parte de la iglesia? El secuestro ha consistido en quitar de en medio a Jesús para poner en su lugar a la iglesia. A la operación han ido contribuyendo, a través de la historia, sobre todo los jerarcas y, en general, los «hombres de iglesia». Naturalmente el secuestro se ha realizado con guante blanco. Un poco como esos secuestradores (alguno ha habido), que tratan a cuerpo de rey al secuestrado. El Señor está sobre las nubes, en un retiro celeste. Lo que cuenta en la tierra, es la iglesia. A Jesús lo tienen los «hombres de iglesia». Y hay que ir a ellos, para poder llegar a Jesús. (Que luego, en el fondo, casi no es llegar, porque los hombres de iglesia están siempre al acecho para decirte que ellos dominan tu relación con Jesús, y te lo quitan si tú no haces lo que a ellos les dé la gana). Yo no digo que la acción de secuestrar haya sido realizada de mala fe. Habrá habido algo de mala fe, quizá larvada, en algunos o en muchos. Y habrá habido en otros, a lo mejor en muchos o en muchísimos, perfecta buena fe. Pero el secuestro está ahí. En vez de ir a Jesús y ponerse en contacto con él, y creer vitalmente en El (es decir, entregarse a su persona, y vivir la liberación inestimable de la fe en El), lo que hay que hacer es «entrar en la iglesia». Como quien entra en un edificio grandioso, en parte de mal gusto, en cuyo fondo, fondo, hay un icono resplandeciente, hierático y mudo, que te contempla con grandes ojos quietos. Pero los que se mueven por allí son los hombres de iglesia. Ellos mandan. Con ellos hay que entenderse. A ellos hay que obedecer. De lo contrario, no hay Cristo que te valga, porque ellos son los amos, y Cristo tiene que estar a lo que ellos digan. Pero el secuestro de Jesús se realiza también por gente personalmente digna, llena de «celo por las almas». Si nos descuidamos, se realiza un poco por todos. Por el establecimiento» eclesiástico, sus funcionarios y sus jerarcas. El fiel no puede simplemente amar a Jesús y buscar la inspiración del evangelio. Ha de amar a Jesús y a la Iglesia, e inspirarse en el evangelio, siguiendo la doctrina del magisterio de la iglesia. Y al final no es el evangelio la medida con que hay que justipreciar la doctrina del magisterio de la iglesia, sino que el magisterio es la vara con que hay que medir el evangelio. Porque luego resulta que amar a la iglesia no es querer a los hombres que creen en Jesús, sino obedecer a la jerarquía. Con esto, Jesús queda cada vez más lejos, más encerrado en una urna. Y la gente se encuentra con los hombres de iglesia. Y la gente, la buena gente del pueblo, hambrienta y sedienta de justicia, no cree en ellos, porque le ha perdido el miedo al poder de esos hombres de hacerla entrar en la boca de Lucifer el mayor. Es absolutamente necesario liberar a Jesús del secuestro de que ha sido víctima desde hace casi dos mil años. Las primeras generaciones cristianas se vieron muy pronto obligadas a plantearse una cuestión decisiva. La venida de Cristo resucitado se retrasaba más de lo que habían pensado en un comienzo. La espera se les hacía larga. ¿Cómo mantener viva la esperanza? ¿Cómo no caer en la frustración, el cansancio o el desaliento?
En los evangelios encontramos diversas exhortaciones, parábolas y llamadas que sólo tienen un objetivo: mantener viva la responsabilidad de las comunidades cristianas. Una de las llamadas más conocidas dice así: «Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas». ¿Qué sentido pueden tener estas palabras para nosotros, después de veinte siglos de cristianismo? Las dos imágenes son muy expresivas. Indican la actitud que han de tener los criados que están esperando de noche a que regrese su señor, para abrirle el portón de la casa en cuanto llame. Han de estar con «la cintura ceñida», es decir, con la túnica arremangada para poder moverse y actuar con agilidad. Han de estar con «las lámparas encendidas» para tener la casa iluminada y mantenerse despiertos. Estas palabras de Jesús son también hoy una llamada a vivir con lucidez y responsabilidad, sin caer en la pasividad o el letargo. En la historia de la Iglesia hay momentos en que se hace de noche. Sin embargo, no es la hora de apagar las luces y echarnos a dormir. Es la hora dereaccionar, despertar nuestra fe y seguir caminando hacia el futuro, incluso en una Iglesia vieja y cansada. Uno de los obstáculos más importantes para impulsar la transformación que necesita hoy la Iglesia es la pasividad generalizada de los cristianos. Desgraciadamente, durante muchos siglos los hemos educado, sobre todo, para la sumisión y la pasividad. Todavía hoy, a veces parece que no los necesitamos para pensar, proyectar y promover caminos nuevos de fidelidad hacia Jesucristo. Por eso, hemos de valorar, cuidar y agradecer el despertar de una nueva conciencia en muchos laicos y laicas que viven hoy su adhesión a Cristo y su pertenencia a la Iglesia de un modo lúcido y responsable. Es, sin duda, uno de los frutos más valiosos del Vaticano II, primer concilio que se ha ocupado directa y explícitamente de ellos. Estos creyentes pueden ser hoy el fermento de unas parroquias y comunidades renovadas en torno al seguimiento fiel a Jesús. Son el mayor potencial del cristianismo. Los necesitamos más que nunca para construir una Iglesia abierta a los problemas del mundo actual, y cercana a los hombres y mujeres de hoy. La Iglesia, que participa de los gozos y esperanzas, de las penas y alegrías de sus hijos, quiere caminara su lado en este período de tantos desafíos, para infundirles siempre esperanza y consuelo (cf. Gaudium et spes, 1). (Fragmento del Discurso Inaugural de la V Conferencia Episcopal Latinoamericana de la Aparecida de Benedicto XVI)
Montevideo, 27 de julio de 2010 – Hace algún tiempo, José Luís Cortés, con sus caricaturas evangélicas, nos enseño a soñar con una Iglesia…a expresar aquello de la Iglesia que yo quiero…o la Iglesia que yo sueño… Pero resulta que silenciosa y callada, casi invisible en medio de los pueblos de la America Latina, esta presente, en el trabajo cotidiano y sencillo de los servidores de la vida…Por eso cuando ella se hace presente, queremos saludarla, abrazarla, por dos cosas, la primera porque lo que soñamos, esta ahí, es vida y segundo porque nos hace descubrir, que casi sin meritos propios, muchos estamos en un dinámica comunitaria del Espíritu, que nos lleva a parecernos mucho a esa Iglesia que soñamos… Por eso a esta Iglesia que se expresa en los apoyos a su pueblo desde el México de ATENCOS, de las naciones indoamericanas, de los Zapatistas, de el SME, hasta la Honduras de las comunidades en resistencia y así podríamos recorrer toda la geografía latinoamericana país por país, existe una Iglesia que hoy aún todavía desde muchos martirios, sigue intentado seguir al maestro, más que las normas… (Mc. 2,27-28) Por eso mi sentido abrazo a esta Iglesia Panameña, que sale a comprometerse, a hacerse visible, para ocupar el puesto que le corresponde en la primera línea de lucha junto al pueblo Sin embargo existen algunos nombres que se han transformado en sinónimos de esa Iglesia, desde Joan Sobrino a Leonardo Boff, desde Mons. Casaldaliga a Jose María Vigil y entre ellos muchos otros, muchos de los cuales, han sufrido persecución dentro de la misma Iglesia y sin lugar a dudas, el ataque de los poderosos…por sistematizar y socializar, la confrontación entre la palabra y la vida, que las comunidades insertas en medio de las luchas de sus pueblos, realizan, desde esa misma inserción…desde el compromiso con el pobre y explotado…Con los cambios por un mundo más humano y justo que el pueblo realiza, por el proyecto de Reino que en el corazón de los pueblos el Viviente ha plantado…Confrontación y relectura, que al sistematizarse se descubre como una teología de la lucha por la liberación que el pueblo realiza en Él…Por eso siguiendo la entrañable intuición de Gustavo Gutiérrez, le llamamos Teológica de la Liberación En resumen la Iglesia que soñamos es cosa de gente pobre, de comunidades a la intemperie, perseguidas y confiadas en el Señor de la Vida…Por eso la Iglesia que soñamos esta viva…, en las comunidades, en la gente, en la lucha…En nuestros mártires, que son significados, en el recuerdo de los Palottinos y Mons. Angelelli en Argentina, Por los Jesuitas de la UCA, y Mons. Romero en el Salvador y son una larga procesión, que recorre todo el continente…En la reivindicación histórica de los más pobres, explotados y de las naciones indoamericanas, por eso hoy junto a la Iglesia de Panamá…Todos somos de Bocas del Toro…no como un acto de militancia, sino como exigencia de coherencia con el seguimiento del Maestro, que hoy sufre y resiste junto a ellos… (Información recibida de la Red Munidal de Comunidades Eclesiales de Base) El avión se deslizó suavemente sobre el pequeño aeropuerto mientras sentía que el corazón me latía más rápido que lo acostumbrado. Para mi sorpresa, sentía ansiedad sobre lo que iba a encontrar, luego de más de quince años de haber pisado por primera el suelo de otra hermosa isla del Caribe y a seis meses del terrible terremoto que causó docenas de miles de muertos, incontables personas heridas y muchas más que perdieron sus viviendas y escasas propiedades.
Había llegado a Haití, una de las hermanas gemelas fraternas que ocupan La Española. Allí, a pesar de las desgracias naturales que la han asolado en múltiples ocasiones, de la pobreza indescriptible en la cual lucha por sobrevivir su población, encontré personas trabajadoras que se movían activamente por las calles prácticamente destruidas, por los mercados atestados de quienes venden y compran, que entraban y salían de las múltiples casetas que forman los campamentos levantados alrededor de la ciudad y evadían los escombros que todavía permanecen en medio de todo. Siento gran admiración por las puertorriqueñas y los puertorriqueños, así como hermanas y hermanos de países de todo el mundo que, recién ocurrida la tragedia sísmica, viajaron a Haití para hacer labor de solidaridad. Si aún conmueven emocionalmente las condiciones en que quedó la Isla, podemos imaginarnos cómo sería cuando todavía había personas que perdieron la vida bajo las estructuras que cayeron, mientras la gente deambulaba desorientada y la ayuda internacional y de las organizaciones no gubernamentales apenas comenzaba a llegar. En la medida en que pude desplazarme por el país, incluyendo un viaje a la ruralía en el extremo sur, con el propósito de visitar uno de los proyectos que apoya la organización Red de Esperanza y Solidaridad (REDES), antes Guerra Contra el Hambre- Diócesis de Caguas, de la cual me honro en ser amiga, me fui colmando de esperanza y de expectativa positiva porque la población haitiana está activa, aprovechando todas las oportunidades, creando sus propios espacios para ponerse de pie, una vez más, luego del golpe recibido. Atravesamos caminos destruidos y otros en proceso de construcción por más de ocho horas para llegar al hermoso proyecto educativo y de autogestión ubicado en Abricots, donde niñas y niños de escuela primaria estudian, mientras personas adultas de la comunidad elaboran hermosos manteles y otras artesanías. Verificamos cuán bien empleados están los fondos que REDES le asigna a este esfuerzo de la Sra. Michael Valcouirlle, donde se respira el aire del mar al cual se asoma. De regreso a Puerto Príncipe pude observar el contraste de la gente en un día laborable y cuando es domingo. Mujeres y hombres vestían sus mejores galas para ir a las iglesias: ellas con sus hermosas trenzas o sombreros, algunos de ellos con camisas muy planchadas, muy pocos con chaquetas, en cualquier caso con zapatos, no descalzos o con las chancletas con que les vimos el viernes o el sábado. No pude observar una sola mujer que no caminara erguida, con un movimiento muy natural de sus caderas, fuera niña, joven o vieja, tuviera una pesada carga en la cabeza, en día de trabajo o de camino al culto religioso, llevando de la mano a sus pequeñas crías. La visión de estas hermanas haitianas, tanto en el campo como en la capital, trajo a mis labios la palabra dignidad. Esas mujeres simbolizaron para mí la dignidad del pueblo Haitiano. La dignidad haitiana es real, no simbólica. Por algo fueron la segunda nación en alcanzar la independencia en América, constituyeron la primera república negra del mundo y les tendieron la mano a otros países, incluyendo a Puerto Rico para que adelantaran en su proceso de liberación. No en vano resistieron las dictaduras, las invasiones de Europa y de Estados Unidos. Tampoco es casualidad que se hayan podido sobreponer a los más dramáticos fenómenos naturales y que continúen animándose, cantando y danzando aun en los peores momentos. Sin embargo, este panorama positivo desde el punto de vista humano contrasta con la lentitud con que se llevan a cabo los procesos de reconstrucción en la isla, luego del sismo. Aunque la visita fue corta, pude conversar con alguna gente y ver directamente lo que está ocurriendo en la calle. Sería mucho pedir que todo estuviera corriendo como miel sobre hojuelas, pero no hay duda de que al cabo de seis meses al menos los escombros deberían ser removidos de las calles para que el tráfico que siempre ha sido un poco caótico en la capital, fluyera mejor. Vimos muy poco trabajo con relación a esta tarea. La peor situación ocurre en los llamados campamentos que se identifican por los toldos azules y por las casetas. Hay hacinamiento de las frágiles estructuras de lona o de plástico y también de las personas que se cobijan dentro de ellas. Las frecuentes lluvias empeoran las condiciones, sobretodo en esta temporada de huracanes. Es un secreto a voces que las agresiones sexuales a mujeres y niñas en los campamentos son alarmantemente recurrentes y que esto propicia a su vez embarazos en adolescentes y enfermedades de transmisión sexual, como VIH-SIDA, que desde antes del 12 de enero tenía cifras alarmantes en el país. La falta de seguridad en los campamentos contrasta con la presencia masiva, prepotente y fuertemente armada de las fuerzas especiales de la Organización de las Naciones Unidas; los llamados Cascos Azules. Andan en tanquetas exhibiendo las metralletas o en vehículos mostrando armas largas. Quién sabe cuántos millones de la ayuda internacional se está utilizando para asumir esos gastos, además de los salarios de los militares y su estadía en el país. Si a una que está allí solamente por unos días le resulta tan molesto y ofensivo este exhibicionismo de la llamada ayuda internacional, cuánto lacerará la dignidad de Haití. Sabemos que hay variedad de opiniones en el país sobre el particular: algunas organizaciones y personas piensan que no existiendo una policía nacional adiestrada para manejar la seguridad, la salida de las fuerzas especiales puede poner en riesgo a la población. Otros consideran que es necesaria su presencia, pero cuestionable el propósito para el cual se está utilizando y sus estilos de trabajo. Hay sectores que abogan por la salida de los extranjeros militares. Lo cierto es que desde el tiempo que llevan los Cascos Azules en Haití, antes del terremoto, nada o muy poco han hecho para preparar una guardia nacional que asuma la seguridad del país. Para evidenciarlo solamente hay que transitar por las calles de Puerto Príncipe y ver lo que ocurre en una intersección con semáforo cuando la guardia trata de controlar el tráfico mientras los soldados de la ONU observan. La ineficiencia es absoluta. El Pueblo no siente la presencia gubernamental y hay un cuestionamiento general sobre su desempeño. Desafortunadamente, no parece haberse cuajado una oposición que, aunque con diferencias, promueva un consenso que viabilice un cambio político que, a su vez establezca las estrategias y los planes económicos y sociales que harían posible un desarrollo sustentable, más allá de la recuperación inmediata luego del terremoto. El Plan de Reconstrucción Nacional que el gobierno del Presidente Preval ha preparado y que se supone abra la llave para importantes ayudas internacionales, ha sido duramente criticado por las organizaciones políticas y no gubernamentales porque no partió de la realidad nacional, según la perciben y sienten sus protagonistas, que es el Pueblo. No hubo consultas, vistas públicas o cualquier otro mecanismo que permitiera recibir la opinión de aquellas y aquellos a quienes se supone va dirigido. Los días 14 y 15 de julio hubo manifestaciones de organizaciones políticas en contra del gobierno en las calles haitianas. Al menos estas demuestran que la gente no está resignada a su suerte, como no lo ha estado nunca. Yo apuesto a la voluntad del pueblo haitiano para que camine hacia un futuro que le haga justicia a su gloriosa historia de lucha y libertad. A corto y mediano plazo la solidaridad boricua es necesaria para seguir apoyando a las organizaciones sin fines de lucro que llevan a cabo proyectos relacionados con la educación, la salud, la vivienda, la autogestión y el desarrollo sustentable. Se trata de un respaldo directo que no se pierde en sueldos y burocracia. De la misma forma que la mujer haitiana camina derecha, sin falsas poses, pero dueña de la cadencia natural de su cuerpo, ya sea con el sombrero que orgullosamente luce los domingos o con la pesada carga que lleva a vender al mercado o el latón de agua que busca en el pozo o en la cascada para los quehaceres domésticos; igual que las niñas y los niños lucen con alegría y entusiasmo sus coloridos e impecables uniformes para ir a las escuelas que paulatinamente han ido volviendo a la normalidad, aunque sea en espacios temporeros, saludándote con un cantarín bon jour, todo ello dentro de su increíble pobreza, así mismo la hermana isla se yergue digna ante la adversidad, incluyendo el asedio extranjero que pretende usurpar su soberanía. Han pasado seis meses desde el terremoto, pero demasiados años sin que a Haití se le haga justicia. Nuestro activismo para contribuir a que por sí misma la hermana Nación alcance esa meta, es un compromiso que no termina. En la cumbre de monaguillos y monaguillas celebrada en Roma, las mujeres eran más que los hombres. En una proporción del 60-40 a favor de las chicas. Según el propio periódico del Papa, se trata de un signo evidente de la “masiva incorporación, en las últimas décadas, de chicas a un papel antaño reservado exclusivamente a los chicos”. Suben, pues, cada vez más mujeres al altar. Pero sólo de monaguillas.
Y algo es algo. Porque, antes, ni eso. Tenían prohibido acercarse al altar. Hasta hace unos años, en muchas diócesis, los obispos más conservadores prohibían a las niñas ser monaguillas. Unos, más papistas que el Papa, porque decían que podrían sembrar la confusión en los fieles en torno a la ordenación sacerdotal. Si ayudaban en el altar, ¿por qué no podían oficiar en el mismo altar? Otros, porque sostenían que los monaguillos eran una buena cantera de futuros sacerdotes. Y, por lo tanto, en época de escasez sacerdotal, había que primar la presencia de monaguillos en los altares. En 2003, en Roma se estuvo pensando incluir, en un documento sobre los abusos en la liturgia, la prohibición de las monaguillas, aunque, después de una fuerte crítica interna, el documento se flexibilizó y, al final, no hizo referencia a ellas. Ahora, son ellas las que salvan la cara a la Iglesia en medio del tsunami de la pederastia. Una vez más se la salvan. Sin ellas, sin las mujeres, el catolicismo se reduciría e mucho más de la mitad. A pesar de seguir marginadas. Al menos pueden seervir al altar. Algún día (no tardará) pedirán tener los mismos derechos que los hombres. También en el altar. El 20 de agosto de 1940, en plena guerra mundial, el hermano Roger llegó solo al pueblo de Taizé con el proyecto de fundar una comunidad. Asesinado por una joven enferma durante la oración vespertina, muere el 16 de agosto de 2005. Esta doble conmemoración, los setenta años de la fundación de la comunidad y los cinco años de la muerte del hermano Roger, será marcada por una celebración el 14 de agosto a las 19:30 horas en Taizé.
Para la ocasión el hermanos Alois, sucesor del hermano Roger, recibió algunos mensajes de los cuales les presentamos algunos extractos. Están también disponibles en su totalidad. El Papa Benedicto XVI Aunque él ha entrado en el gozo eterno, el querido hermano Roger continua hablándonos. ¡Qué su testimonio de un ecumenismo de la santidad nos inspire en nuestro caminar hacia la unidad y que vuestra comunidad continúe viviendo e irradiando su carisma, de modo especial hacia las generaciones más jóvenes! El Patriarca Bartolomeo de Constantinopla “Con el hermano Roger y con los hermanos que compartían su visión, Taizé se ha vuelto un verdadero centro, un punto de convergencia y de encuentro. Un lugar para profundizar la oración, la escucha y la humildad. Un lugar de respeto de la tradición del otro. Acción de gracias por el otro, por su rostro y por su ser, son condiciones necesarias para un amor a la imagen de quien nos amó “sin límites””. Cirilo I, Patriarca de Moscú y de todas las Rusias Más de una vez me reuní con el hermano Roger, y todas las veces pude apreciar hasta qué punto la Palabra de Dios y las obra de los Padres de la Iglesia eran un fundamento para su experiencia espiritual personal. Conjugar la fidelidad a las enseñanzas de los Santos Padres con una actualización creativa en el ministerio misionero entre los jóvenes de hoy en día caracterizaba el camino del hermano Roger, como así también el de la comunidad fundada por él. El Arzobispo de Canterbury, Rev. Dr Rowan Williams “Continuamos celebrando al hermano Roger como alguien que nos da confianza en la resurrección y nos invita a vivir en y por la resurrección. A la luz de su testimonio, somos liberados para fijarnos en las crisis y los traumas de nuestro tiempo.” El Secretario General de la Federación Luterana Mundial, Rev. Ishmael Noko “No podemos recordar la muerte violenta del hermano Roger sin darnos cuenta, incluso de manera más viva, que él dió testimonio de una visión alternativa de vivir . . ., El compromiso de Taizé por la reconciliación, la paz y la unidad de la humanidad es más actual que nunca” El Secretario general de la comunión mundial de las Iglesias reformadas, Setri Nyomi “Celebramos el particular impacto que la comunidad de Taizé tiene sobre cientos de miles de jóvenes en todo el mundo. Taizé sabe qué es lo que está cercano del corazón de nuestro Señor Jesucristo:la importancia de la generaciones jóvenes.” El Secretario del Concilio Mundial de las Iglesias, Rev. Dr. Olav Fykse-Tveit La “parábola de la comunidad” ha sido un servicio pionero : ésta ha inspirado a las Iglesias de todo el mundo, ella es un modelo por su participación en las necesidades espirituales y materiales del pueblo de Dios y, en particular, las de los jóvenes. ——————————————————————————– Para esta doble conmemoración ha sido publicado un pequeño libro para jóvenes que contiene algunos textos esenciales del hermano Roger: “Vivir para amar”. El hermano Alois dice en el prefacio: “Estas son páginas que permiten descubrir la vida y el pensamiento del hermano Roger… La herencia que no ha dejado está viva. Él tenia las certeza que Dios está unido a cada ser humano, incluso con quienes no tienen conciencia de ello. Es a partir de esta confianza en la presencia de Dios que encontraba una paz que intentaba comunicar a los demás.” “Vivir para amar” Palabras escogidas. Hermano Roger, de Taizé 1915-2005 |
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