El sacerdote cordobés Nicolás Alessio, del grupo Enrique Angelelli, oficiará hoy su última misa como párroco de la iglesia del barrio de Altamira, a donde llegó hace 26 años, con 24 años recién cumplidos y estrenando sotana.
Decidió dejar los hábitos para dedicarse a la política partidaria luego del entredicho que mantuvo con el obispo cordobés Carlos Ñáñez por apoyar el matrimonio homosexual, entre otras razones que desgranó durante una entrevista con el programa Zona de Noticias de la radio rosarina FM Meridiano. --¿Por qué deja los hábitos? —Lo que ha ocurrido es lo siguiente: en la gestión de Benedicto XVI, porque esto tiene que ver con Roma y con el Vaticano, se fueron achicando cada vez más los espacios dentro de la jerarquía de la Iglesia, de la Iglesia institucional, para pensar distinto, para poder ser creativos, para poder estar más cerca de la gente. Así, se está viviendo un invierno eclesial muy fuerte. Y en Córdoba esto llegó a un punto máximo de conflicto cuando el obispo decide sancionarme, iniciarme juicio, acorralarme al impedirme ejercer el ministerio simplemente por estar a favor del matrimonio igualitario. Y esto para mí fue un límite y dije basta: no quiero pertenecer más a la jerarquía de la Iglesia Católica, me voy del clero, me voy de esta casta sacerdotal que se va alejando cada vez más de la vida y de la gente. Pero no me voy ni de mi fe ni de mis convicciones, ni siquiera me voy de esta Iglesia conflictiva. Me voy de la jerarquía. No quiero ser más parte de la casta sacerdotal. —¿Cómo ha tomado esta decisión? —Por un lado desazón porque uno sigue soñando con una jerarquía distinta. El miércoles recordábamos al obispo mártir Enrique Angelelli, que fue alguien que soñó también con una Iglesia distinta. Entonces queda un poco de desazón por darnos cuenta de que peleamos contra molinos de viento. Pero por otro lado con mucha esperanza y mucha confianza porque uno sabe que está intentando ser fiel al Evangelio, ser fiel a una Iglesia más popular, más fraterna, a una Iglesia de los pobres. Y en este camino uno no está solo, hay una larga historia de mártires, de curas censurados, de obispos que también fueron controlados por Roma. En Argentina tuvimos el ejemplo de Jorge Novak, Miguel Esteban Hesayne, Jaime De Nevares, obispos muy valiosos, ni qué hablar de Angelelli, por supuesto. Entonces uno se siente muy acompañado y que no está solo en esta búsqueda de una Iglesia realmente más fiel al Evangelio. —¿Y cómo han tomado los fieles de su parroquia su decisión? —Lo viven con mucha tristeza. Yo hace 26 años que estoy acá en el barrio Altamira, he crecido junto a esta comunidad, tenemos muchos trabajos populares importantísimos que mantener y sostener. La gente siente un poco el desgarrón de mi partida, pero también todos entendemos que a veces hay que mirar con esperanza caminos nuevos a transitar. Y estamos en ese momento de duelo, aceptar una ruptura, una crisis, pero también mirarlo con confianza y esperanza. —¿Se va a dedicar a la política? —Nunca estuve lejos del problema social ni político de la gente. Recuerdo que desde que la democracia se inició yo y los curas del grupo Angelelli hemos tenido una participación muy activa en las luchas gremiales, en las luchas piqueteras, en las luchas barriales, en las luchas por los derechos humanos, y voy a continuar en ese camino porque entiendo que toda lucha que tenga que ver con la vida, por las personas y su dignidad, es coherente con el Evangelio. —¿Qué opina del celibato? —Que hoy es una ley absurda, que atenta contra el derecho humano básico a la felicidad, a tener una familia, a poder formar una pareja. Es una ley que la Iglesia, urgente, hoy debería modificar, entre otras tantas. —¿Está pensando también en formar una familia y casarse? —No, en principio no. Hoy no es un tema que acapare mi atención. Obviamente es una posiblidad más, es una perspectiva que habrá que tenerla en cuenta, pero hoy no es el centro de mis preocupaciones sino más bien cómo continúo por un lado este desgarrón que se produce en la comunidad y después seguir con mi compromiso en función y al servicio de la gente. —¿Tiene trabajo? —Tengo una changuita, por decirlo así, colaborando en la Cámara de Diputados con una legisladora en el área de educación. Esa changuita dura, si no me corren, cuatro años, como un mandato legislativo. Y después tendré que buscar trabajo. —¿Qué les diría a los sacerdotes que tienen su mirada sobre otra Iglesia pero que continúan en la estructura? —No me siento como el modelo a seguir ni mucho menos. Llegué a un límite. A lo mejor otros compañeros entienden que deben seguir peleando desde ese lugar que nos da la jerarquía eclesiástica. Ese lugar ya no me ayuda a vivir dignamente. No es calidad de vida, atenta hasta contra mi salud. Entonces decido irme. Ahora, a los compañeros que deciden quedarse, los animo a que sigan peleando en ese lugar hasta que puedan, pero que si alguna vez tienen una situación.como la mía que se animen a salir, a iniciar un camino nuevo. —¿Qué opina del cardenal Jorge Bergoglio? —Bergoglio realmente tuvo una actitud nefasta en este tema tan polémico de la ley del matrimonio igualitario. Su carta a las monjas carmelitas hablando de “la guerra de Dios” y hablando de que los que pensábamos distinto éramos “instrumentos del padre de la mentira”, me pareció realmente un desastre. Creo en esto los obispos fueron necios para entender la libertad, la diversidad, la igualdad. —¿Qué piensa del aborto? —Es un tema muy difícil de abordar porque genera muchos fanatismos, pero nadie puede estar a favor del aborto. Todos sabemos que es una situación muy traumática que vive la mujer embarazada, una situación que nadie desea. Ahora, lo que hay que pensar es si la ley que actualmente regula este tema favorece la vida, porque si tenemos en cuenta que hay mujeres pobres (que son pocas sino muchas), que se mueren por hacerse un aborto clandestino porque la ley las impulsa a eso, o quedan con daños físicos serios, hay que ver si esta ley realmente está haciendo bien a salud la población, si no, hay que modificarla. Y hay que debatirlo con serenidad. Nadie está a favor del aborto, pero tampoco podemos seguir manteniendo una ley que condena a la muerte o a daños físicos a cientos de mujeres pobres porque las que tienen dinero recurren a clínicas privadas y se hacen abortos con toda tranquilidad. —¿Este 7 de agosto va a dar su última misa? —Sí, voy a estar con toda la feligresía de Córdoba que viene a pedir por paz, pan y trabajo como cada 7 de agosto. Y para mí es un momento maravilloso para poder decir estoy con ustedes y el año que viene a lo mejor estaré desde el otro lado caminando en la calle como uno más, pero celebrando con mucho gusto esta fiesta popular. l
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