Marcos nos narra el primer día de actividad de Jesús. Como veremos entre este domingo y el siguiente, fue un día de plena actividad. Naturalmente es un montaje perfecto para manifestar las intenciones de Jesús al comenzar su vida pública. Su primer contacto con la gente tiene lugar en la sinagoga, emplazamiento donde se desenvolvían las relaciones humanas en aquella época. A la sinagoga se iba para comunicarse con Dios a través de la Ley y la oración. Es un signo de que la primera intención de Jesús fue enderezar la religiosidad del pueblo. Tanto la relación con Dios como la relación con las autoridades religiosas no liberaban, sino que esclavizaban.
Por dos veces en el relato se hace referencia a la enseñanza de Jesús, pero no se dice nada de lo que enseña. El domingo pasado había dejado claro que enseñaba la buena noticia de parte de Dios. No va solo a enseñar, sino a liberar de toda opresión por medio de su enseñanza. La institución no da la libertad, sino que somete a la gente por una interpretación de la Ley literal. Se habla de sus obras. Lo que Jesús hace es liberar a un hombre de un poder opresor. Jesús libera cuando actúa. La buena noticia que anuncia Marcos es la liberación de la fuerza opresora de la Ley. Su intención en este relato es que la gente se haga la pregunta clave: ¿Quién es este hombre? Todo lo que irá desarrollando a lo largo del evangelio será la respuesta. Enseñaba como quien tiene autoridad. La palabra clave es “exousia”. No es nada fácil penetrar en el verdadero significado de este término. Debemos distinguirlo de “dynamis”. Esta distinción es relativamente fácil: “Dynamis” sería la fuerza bruta que se impone a otra fuerza física. “Exousía” sería la capacidad de hacer algo en el orden jurídico, político, social o moral, siempre en un ámbito interpersonal. La palabra griega significa, además de autoridad, facultad para hacer algo, libertad para obrar de una manera determinada. Otra característica de la “exousía” es que la persona la puede tener por sí misma o recibirla de otro que se la otorga. ¿Qué quiere decir el evangelista cuando le aplica a Jesús esa “autoridad”? Se trata de una autoridad que no se impone, de una potestad que se manifiesta en la entrega, de una facultad de acción que se pone al servicio de los demás. Sería la misma autoridad de Dios dándose a todas sus criaturas sin necesitar nada de ninguna de ellas. El concepto de Dios “Todopoderoso” que exige un sometimiento absoluto, nos impide entender la exousía de Jesús. Solo desde la experiencia del Dios-Amor de Jesús podremos entenderla. Jesús no va a potenciar la autoridad de la Ley sino a enseñar con su propia autoridad. No se limita a interpretar lo dicho por otros sino a decir algo nuevo. Jesús enseñaba con autoridad, porque no hablaba de oídas, sino de su experiencia interior. Trataba de comunicar a los demás sus descubrimientos sobre Dios y sobre el hombre. Los letrados del tiempo de Jesús, (y los de todo tiempo) enseñaban lo que habían aprendido en la Torá. De ella tenían un conocimiento perfecto, y tenían explicaciones para todo, pero el objetivo de la enseñanza era la misma Ley, no el bien del hombre. Se quería hacer ver que el objetivo de Dios al exigir los preceptos era que le dieran gloria a Él, no al hombre. Les llamó la atención ver que Jesús hablaba con la mayor sencillez de las cosas de Dios, tal como él las vivía. Su experiencia le decía que lo único que Dios quería era el bien del hombre. Que Dios no pretendía nada del ser humano, sino que se ponía al servicio del hombre sin esperar nada a cambio. Esta manera de ver a Dios y la Ley no tenía nada que ver con lo que los rabinos enseñaban. Todos los problemas que tuvo Jesús con las autoridades religiosas se debieron a esto. Todos los problemas que tienen los místicos y profetas de todos los tiempos con la autoridad jerárquica responden al mismo planteamiento. Cállate y sal de él. Jesús despierta la voz de los sometidos que antes estaban en silencio. La expulsión del “espíritu inmundo” refleja el planteamiento del evangelio como una lucha entre el bien y el mal. “Mal” es toda clase de esclavitud que impide al hombre ser él mismo. Nadie se asombra del “exorcismo”, que era corriente en aquella época. Lo que les llama la atención es la superioridad que manifiesta Jesús al hacerlo. Jesús no pronuncia fórmulas mágicas ni hace ningún signo estrafalario. Simplemente con su palabra obra la curación. Lo que acaban de ver les suscita la pregunta: ¿Qué es esto? Hablar con autoridad hoy sería hablar desde la experiencia personal y no de oídas. Lo único que hacemos, también hoy, es aprender de memoria una doctrina y unas normas morales, que después repetimos como papagayos. Eso no puede funcionar. En religión, la única manera válida de enseñar es la vivencia que se transmite por ósmosis, no por aprendizaje. Esta es la causa de que nuestra religión sea hoy completamente artificial y vacía, que no nos compromete a nada porque la hemos vaciado de todo contenido vivencial. Esta es la razón también de que los jóvenes no nos hagan puñetero caso cuando les hablamos de Dios. Espíritu inmundo sería hoy todo lo que impide una auténtica relación con Dios y con los demás. Para los rabinos, impuro es el que no cumple la Ley, para Jesús impuro es el que está oprimido. Fijaos hasta qué punto estamos todos poseídos por un espíritu inhumano. Esas fuerzas las encontramos tanto en nuestro interior como en el exterior. Nunca, a través de la historia, ha habido tantas ofertas falsas de salvación. Una de las tareas más acuciantes del ser humano es descubrir sus propios demonios; porque solo cuando se desenmascara esa fuerza maléfica, se estará en condiciones de vencerla. Muchas de las fuerzas que actúan en nombre de Dios también oprimen, reprimen, comprimen y deprimen al ser humano. Una importante tarea en el culto sería descubrir nuestras ataduras y tratar de desembarazarnos de ellas. Todos estamos poseídos por fuerzas que no nos dejan ser lo que debiéramos ser. Hoy sigue habiendo mucho diablo suelto que tratan por todos los medios de que el hombre no alcance su plenitud. La manera de conseguirlo es la manipulación para que no consiga alcanzar la libertad que le permitiría lograr su plena humanidad. En el lugar más sagrado para los judíos, Jesús descubre la impureza. No en el mercado, no en las plazas púbicas. Es muy clara la intención del evangelista al poner de manifiesto la realidad de la religión. Nuestra vida debía ser no un acopio de poder sino de autoridad para ayudar al hombre al liberarse de sus demonios. Jesús emplea su autoridad, no contra hombre alguno sino contra las fuerzas que los oprimen. Como individuos, como comunidad y como Iglesia, estamos siempre tratando de aumentar nuestra autoridad, pero no la que desplegó Jesús sino la que nos permite creernos superiores a los demás. Si utilizamos esa autoridad para someterlos a nuestro capricho, aunque sea bajo pretexto de hacer la voluntad de Dios o de buscar el bien de los demás, estamos en la antípoda del evangelio. Todos los seres humanos necesitamos ayuda para superar nuestros demonios, y todos podemos ayudar a los demás a superarlos. Es verdad que existe mucho dolor que no podemos evitar, pero debíamos distinguir entre el dolor y el sufrimiento que ese dolor puede infligir. Soportar el dolor antes de que alcance la categoría de sufrimiento sería la tarea decisiva de cada ser humano. Aquí tenemos un margen increíble para la maduración personal, pero también para desplegar cauces de ayuda a los demás. Estoy seguro de que las curaciones de Jesús fueron encaminadas a suprimir el sufrimiento, no el dolor. Meditación Toda autoridad que se ejerce desde el poder viene del diablo. Solo la autoridad que da el servicio viene de Dios. Tu tarea primera como ser humano es liberarte de todo lo que te impide ser tú. La segunda, es ayudar a los demás a liberarse. La liberación nunca está realizada del todo. Si crees que eres libre y no buscas la libertad es que no tienes conciencia de tus ataduras y vives engañado. Dar por supuesto que Jesús nos salvó por su muerte en la cruz es engañarnos. El hombre siempre será limitación, finitud y carencia. Es en esa perspectiva donde tiene que desarrollar su existencia. Ni Jesús ni Dios pueden curarnos de nuestra finitud. Es en ella y a pesar de ella donde tenemos de desplegar nuestra libertad. La salvación que Jesús nos ofrece no es una receta mágica que nos cura de todo mal, sino una energía que nos ayuda a afrontar la vida desde una perspectiva realista. Jesús nos libra de Dios, de la religión de toda idolatría que nos lleve a esperar una liberación material y exterior de nuestras limitaciones. Jesús nos libera de todo mesianismo materialista que pueda saciar nuestra necesidad de seguridades. Jesús no nos libra de nada, sino que nos invita a liberarnos, no a ser objetos pasivos de una liberación. Antes que Marx, Jesús advirtió que una religión mal entendida era el opio del pueblo.
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La anticipación del Reino en la victoria sobre los espíritus inmundos por: José Luis Sicre1/30/2021 Marcos ha presentado a Jesús recorriendo Galilea para anunciar la buena noticia del reinado de Dios. Pero no ha dicho nada de cómo reaccionaba la gente. Sabemos que cuatro muchachos, atraídos por su persona, lo dejan todo para seguirlo. ¿Y el resto? El evangelio de hoy constata dos reacciones opuestas: la mayoría de la gente se asombra de la autoridad de Jesús y de su poder sobre los espíritus inmundos; pero estos se rebelan inútilmente contra él.
El asombro de la gente Marcos nos sitúa en uno de los pueblos más importantes de Galilea, Cafarnaúm, nudo de comunicaciones con Damasco. Un sábado, Jesús entra en la sinagoga y enseña. Marcos no se detiene a concretar su enseñanza. Lo que le interesa es la reacción del auditorio. La gente se admira de que habla «con autoridad, no como los escribas». La idea es curiosa, porque los escribas no eran gente impreparada e ignorante, que decían cualquier tontería para salir del paso. Tenían una larga y profunda formación. Pero, en opinión de la gente, enseñaban sin autoridad, incapaces de tener una idea propia, de aportar algo nuevo. Jesús, en cambio, los asombra por esa autoridad. ¿Qué dijo para suscitar esa impresión? Marcos no lo concreta, porque su táctica consiste en despertar la curiosidad del lector y animarlo a seguir leyendo. El rechazo de un pobre diablo No todos están de acuerdo con lo escuchado. Hay uno que reacciona en contra: un endemoniado. En realidad, se trata de un pobre diablo. No opone resistencia. Sólo puede protestar, reconocer que los suyos están derrotados y abandonar, retorciéndose y huyendo, el campo de batalla. Espíritus inmundos y demonios forman, en la concepción dramática de Mc, el ejército de Satanás. ¿Existe diferencia entre ellos? En el conjunto del evangelio, tenemos la impresión de que los demonios tienen menos categoría que los espíritus inmundos. Los demonios esclavizan al hombre con todo tipo de enfermedades y desgracias. Los espíritus inmundos resultan más peligrosos, en la línea de lo que llamaríamos «endemoniados»; hacen sufrir más al poseído, y se atreven a enfrentarse a Jesús, aunque siempre terminan perdiendo la batalla. En este caso, no dice Mc qué tipo de enfermo era. Parece un lunático o un poseso. Las palabras que pronuncia condensan el misterio de Jesús y de su actividad. El que aparentemente es solo un hombre natural de Nazaret llamado Jesús, es en realidad «el Santo de Dios». Este título es muy raro. Solo se encuentra aquí, en el texto paralelo de Lucas, y en el evangelio de Juan, cuando Pedro, después de que muchos abandonen a Jesús, afirma: «Nosotros hemos creído y reconocemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6,69). Lo que Pedro y los demás discípulos han terminado creyendo, superando una gran prueba de fe, el endemoniado lo sabe de entrada. Descubrir el misterio de Jesús será una de las misiones del lector del evangelio. En cuanto a su actividad, la pregunta del endemoniado la deja claro: ha venido a acabar con los demonios y con el poder de Satanás. Al lector moderno puede resultarle un lenguaje extraño. Prefiere hablar de lucha contra el mal, de victoria del bien sobre las fuerzas del mal. Pero Marcos se mueve en otras coordenadas culturales y religiosas. Aparece por primera vez, en este contexto, una idea que se repetirá muchos en Mc: Jesús impone silencio al espíritu, prohibiéndole hacer pública su verdadera identidad. Admiración final Tras la huida del demonio, el protagonismo pasa a los presentes en la sinagoga. Antes se admiraron de la autoridad con la que enseña Jesús. Ahora se quedan estupefactos al ver que, además, tiene también poder sobre los espíritus inmundos. Y se preguntan: “¿Qué es esto?” ¿Qué está ocurriendo aquí? ¿Cuál será nuestra reacción? Marcos ha presentado dos reacciones muy opuestas ante la persona y la actividad de Jesús: admiración y rechazo. Con ello queda claro lo que espera de cada uno de sus lectores. Decía Platón que «el asombro llevó a los hombres a filosofar». Marcos, de forma parecida, sugiere que la admiración es el punto de partida para creer en Jesús. Poco a poco, la pregunta de la gente «¿qué es esto?» se convertirá en «¿quién es éste?», ¿Un profeta como Moisés? (Deuteronomio 18,15-20) Jesús, en el evangelio de hoy, no se presenta como profeta, ni su auditorio lo reconoce como tal. Sin embargo, como primera lectura se ha elegido un texto del Deuteronomio en el que Dios promete que, tras la muerte de Moisés, no dejará de comunicarse al pueblo, sino que le suscitará a un profeta como él. Aunque el texto hable de «un profeta», en realidad se refiere a una serie de ellos, a todos los profetas que, a lo largo de la historia de Israel, le transmitirán la palabra de Dios. Sin embargo, la tradición cristiana vio en este profeta a Jesús. Buscando una relación con el evangelio, podríamos verla especialmente en las palabras «Yo mismo pediré cuentas a quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre», aplicadas al personaje poseído de un espíritu inmundo que rechaza a Jesús. «No endurezcáis vuestro corazón» (Salmo 94) Aunque el salmo ha sido elegido por su relación con la primera lectura, en la que Dios exige escuchar al profeta que hable en su nombre, es fácil relacionarlo también con el evangelio. El poseído por el espíritu inmundo endurece su corazón, rechaza a Jesús. Nosotros debemos aclamar al que nos salva, darle gracias y escuchar su voz. En los evangelios sinópticos el comienzo de la predicación de Jesús coincide con las primeras curaciones. Lo cual parece sugerirnos que es el inicio de un camino o itinerario personal que cada uno/a debe realizar. Se trata de poner en orden nuestro propio mundo interior: las falsas imágenes de Dios que hemos heredado o reforzado en determinados momentos de nuestra vida por simple comodidad, un Dios que nos agobia con leyes, normas y cumplimientos poniéndonos difícil el acceso a la auténtica vivencia humana tejida de dignidad y verdad, un Dios controlador que impone “cosas” a sus súbditos, que no hijos/as y, además, condena a quienes osan desobedecerle. Asimismo, ¿qué visión del ser humano tengo que cambiar o renovar?
Esos son nuestros propios demonios que debemos desenmascarar en nuestro interior para poder abrirnos y descubrir un Dios que es Presencia íntima, Amigo incondicional que nos invita a vivir de forma creativa y libre, amarnos a nosotros mismos/as tal como somos no como nos gustaría ser, amar a los demás y a toda la creación secularmente maltratada por la ambición desmedida del ser humano. Lo estamos viviendo con esta pandemia, el cambio climático, los refugiados, las guerras olvidadas… Una historia de la humanidad beligerante, tremendamente injusta. Jesús empieza a curar liberando de un dios opresor y dominador. Sus palabras resuenan radicalmente diferentes a las de los rabinos, y la gente, reunida en la sinagoga, queda sorprendida al escucharle. Habla con autoridad, desde su experiencia interior, no de oídas; despierta la confianza no el miedo, el amor a Dios-Abbá no el sometimiento a la ley que ignora al ser humano; su venida acrecienta la libertad no la servidumbre y, sobre todo, suscita el perdón no el rencor o el resentimiento siempre presente. Anuncia con libertad y valentía un Dios Bueno, Abbá, que reconstruye a la persona con compasión y misericordia una y otra vez. Dicho de otro modo, tendremos que soltar “lastre”, incluso de las tradiciones religiosas, de las falsas interpretaciones de las Escrituras, de las consignas de los letrados de todos los tiempos, si queremos acceder a un nivel más hondo y gozoso de nuestra propia existencia. Ese es el primer paso o marco imprescindible para superar nuestra propia división interna, aquejada, las más de las veces, de “yoes” que nos impiden el acceso a la Verdad hasta encontrar esa revelación o manifestación íntima que será la guía del proceso personal que cada uno/a debe realizar con decisión y confianza. ¿Cuántas creencias, conceptos, imágenes, normas, culpabilidades… a lo largo de los siglos, han ido cargando las religiones, los poderosos y nosotros mismos sobre las personas como una losa asfixiante e inamovible (Mt 11,28-30), sin buscar por encima de todo el bien de éstas? Esos “yoes” son los demonios que nos impiden darnos cuenta de la Luz y la Vida escondida que habita en cada ser humano. Llama la atención que Jesús, cuando se acerca a los endemoniados, no los toca como luego hará con otro tipo de enfermos: leprosos, ciegos, paralíticos. Se mantiene a distancia y ordena con su voz que abandonen a la persona poseída, esclavizada. Con un tajante, “cállate y sal de él” Jesús provoca la reacción personal para liberarnos de nuestros “egos”, algo que nadie puede hacer por nosotros/as. Sólo dos cosas son necesarias para cumplir la voluntad de su Abba-Dios: “que todos los hombres y mujeres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la Verdad y amaos los unos a los otros como yo os he amado”. (1 Tim 2,4; Jn 13,34-35). Una ardua tarea que nos ocupará toda la vida. Desplazar y alejar a ese yo/ego y acoger con firmeza y comprensión el Yo profundo, hará desvanecer cualquier demonio que pretenda entrometerse o manipular nuestra existencia. Lo mismo haremos si los percibimos en otras personas; esto es, “aléjate de quien pretende des-humanizarte o separarte de Dios”. No caer en la ingenuidad de nuestro poder de convicción o entablar un diálogo estéril respecto a ellas. Se trata de despertar en nosotros un “yo” fiel, que sea capaz de expulsar las trampas de esos egos que pululan en nuestra mente. Un “yo” que recibe la Luz y la fuerza del Cristo interno oculto en el Fondo de todo ser humano. También la Iglesia debe cuestionarse si ha contribuido a lo largo de su historia o sigue manteniendo cualquier tipo de servidumbre u opresión que impide a la persona ser ella misma, alcanzar la plena humanidad. De hecho, el rechazo que tuvo Jesús con las autoridades religiosas de su tiempo, los problemas que tienen los/as místicos/as y los/as profetas de cualquier época con los dirigentes revelan el mismo planteamiento. Asimismo, nosotros como personas, como comunidad, como Iglesia podemos hacer mal uso de la autoridad, creernos superiores a los demás, someterlos a nuestros intereses, incluso bajo el pretexto de hacer la voluntad de Dios o buscar el bien de los demás. Podríamos preguntarnos, como la gente que escuchaba a Jesús, “¿qué es esto?”. ¿No va siendo hora de dejar los “yoes” que arrastramos desde hace siglos y empezar a poner orden en el interior de las instituciones, abandonar el clericalismo y el patriarcado en las antípodas del evangelio como denuncia Francisco insistentemente, y desplegar la autoridad verdadera que Dios nos concede, de la que nos habla hoy el evangelio, la única que viene de Dios? Tenemos la capacidad de acceder a la Verdad, conocerle, amar como Él ama y liberar como Él libera. También hoy pedimos a Jesús que nos libere: ¡Líbranos, Abbá, de los espíritus que nos deshumanizan! Buen comienzo. ¡Shalom! España está internamente muy dividida en varios ámbitos de la vida pública: la desigualdad, la forma de Estado, la ideología, la autodeterminación, el enfrentamiento entre los géneros, el aborto y la eutanasia, descuellan por encima de todo lo demás. Pero hay otra división que trasciende las fronteras. El asunto del cambio climático y la pandemia que nos ocupa. En ambos casos de una manera asimétrica. Respecto al primero, son muchos preocupados por la deriva del clima y sus terribles consecuencias. Y son los menos los que se muestran indiferentes, al considerar los sintomas un simple cambio de ciclo. Como si la nomenclatura atenuase la amenaza…
En cuanto a la pandemia y todo cuanto la rodea, son los más los que se lo creen a pie juntillas. Y son los menos también los que admitiendo que en todo esto hay un fondo de verdad, piensan que no responde en absoluto a la dimensión que los gobiernos de todo el mundo, sin excepciones conocidas, empujados por la OMS, le atribuyen. Se plantea así otra más de las muchas fisuras presentes en la sociedad occidental. El cambio climático ya tiene mucha solera, pues los síntomas vienen percibiéndose desde hace décadas, mientras que lo de esta pandemia apenas pasa de los cuatro meses. Es decir, ha irrumpido bruscamente y además coincidiendo con una quiebra técnica del sistema económico regido por la libertad de mercado cada vez más absoluta, sin bridas. Binomio, pandemia y quiebra, lo suficientemente grave como para no relacionar ambos “detalles”, y como para no poder evitar el continuo análisis de todo cuanto se noticia, se dice y se conjetura en todo el mundo… La cuestión, en último término, no está tanto en negar la relativa evidencia de los fallecidos por una epidemia, como en detectar la posible sobredimensión, deliberada o no, del hecho en sí y además en todo el planeta, de las causas verdaderas, de las eventuales intenciones que pueda haber detrás y de los efectos en varios planos de la vida, más allá de ella misma, de la enfermedad que nos trae de cabeza. Pues hay varias cosas que cuanto menos sorprenden, y mucho. Empezamos por la alarma desmesurada desencadenada desde el primer momento por todos los medios de comunicación. Por otro lado el concepto pandemia (palabra no oída hasta ahora casi desde la gripe española de 1918 cuando era indiferente a este respecto habida cuenta los estragos de la segunda guerra mundial) agrava más la sensación de impotencia, fatalidad y pánico que si se hablase de epidemia de una gripe virulenta en cada país por separado. Pues de toda la vida se ha hablado de la gripe en todas partes. De toda la vida se han distinguido años de más virulencia y contagio gripal de otros menos agresiva. Y de toda la vida las precauciones para no contagiarse ni contagiársela a otros, las ponía instintivamente cada persona. Sobre todo los mayores con enfermedades previas, a quienes la gripe los llevaba fàcilmente a la tumba. Por lo que la precaución era fácil, lógica y natural. A fin de cuentas la gripe enseguida postra al enfermo que pierde el apetito súbitamente, tiene fiebre alta y temblores. Se le quitan las ganas de todo y por supuesto de salir, y permanece en cama entre una semana y quince días. Por otro lado lado, los fallecimientos por la gripe común, como se puede comprobar por las estadísticas publicadas, se han contado todos los años por decenas de miles; cifras a las que si se suman las de la neumonía, alcanzan con creces los de esta dichosa pandemia que a tantos espanta, a otros les deja fríos la noticia aunque les arruine económicamente sus vidas y a otros nos mantiene en un estado de estupefacción que ya veíamos acusando hace mucho tiempo aunque sólo sea por nuestra edad: tantos son los disparates, tantos los absurdos, tantos los desajustes, tanto el decir y el desdecirse, tanto el desconocimiento de la manera de actuar el virus… Y luego la nula capacidad de sacrificio de las personas, el hedonismo extremo presente en la vida pública y en las vidas privadas… Signo, todo ello, de una patente decadencia de la sociedad. ¡Ah!, por cierto, quienes creen en todo cuanto se dice oficialmente pueden acusarnos tranquilamente de escépticos redomados. Pues tenemos razones sobradas para serlo, hartos en nuestra larga vida de ver cómo el poder, los poderes de toda clase, conspiran contra todos e intentan a todas horas engañarnos, consiguiéndolo la mayoría de las veces… Hace ahora un año estaba inscribiéndome para estudiar en la escuela de teología que tiene la Compañía de Jesús en Berkeley (EUA), la Jesuit School of Theology. Cuando estaba casi al final de todo el farragoso proceso, el sistema me pidió que seleccionase la región de la que procedía: Europa. A continuación, apareció una nueva ventana desplegable que preguntaba por mi raza. Debía escoger entre blanco o latino. Primero me indigné y, después, me quedé helado. Primero pensé «¿cómo se atreven a pensar que no soy blanco?» Después me vinieron a la mente vagones repletos de personas acinadas en dirección a un campo de exterminio por haber sido etiquetadas con una raza determinada, o personas matando a otras personas después de comprobar que su complexión corporal o el ancho de su nariz o la forma de su cabeza les hacía de una etnia u otra. Pero lo que me heló la sangre fue darme cuenta de que me había indignado que alguien supusiese que yo podía ser latino y no blanco. ¿Por qué no me indignaba que pensasen lo contrario, que podía ser blanco y no latino?
Hace algo más de una semana murió una persona desarmada, esposada, en el suelo y boca abajo, a la que otra persona le estaba presionando el cuello con la rodilla. Según una de las autopsias que se le han hecho, la persona que estaba en el suelo murió ahogada. Se llamaba George Floyd. A falta de lo que dicte un juez, todo apunta a que se trata de un asesinato. También lo parece por lo que se puede ver en el vídeo que alguien gravó sobre lo ocurrido. Esto pasó en Minneapolis, una ciudad al norte de Estados Unidos. Y se da la circunstancia que George Floyd tenía la piel negra y que la persona que estaba apoyando su peso sobre el cuello de la víctima era un policía. Los últimos días se han sucedido protestas en muchas ciudades de Estados Unidos y del resto del mundo para denunciar que George Floyd murió porque le ahogaron en vez de solamente inmovilizarle, y que le ahogaron en vez de solamente inmovilizarle porque era negro. Por supuesto, los mensajes que recibimos como «espectadores» de lo que pasa en el mundo son muy variados (si no, no estaríamos en la era de la desinformación): es cierto que ha habido violencia en algunas de las manifestaciones al igual que es cierto que la mayor parte de las protestas que se están llevando a cabo no son violentas. Es cierto, también, que no todo Estados Unidos está en llamas o en toque de queda, aunque sean más de cien las ciudades del país donde ha habido distintos actos de protesta. Es cierto, también, que, como pasa en multitud de manifestaciones, muchos grupos (también de signo contrario a los manifestantes) intentan «reventarlas» para conseguir que generen violencia o desacreditarlas. Pero todo esto puede distraer del fondo de lo que pasa: el racismo como causa de la injusticia. Cuando en mi escuela de teología me preguntaron por mi raza, tuve que preguntarles de qué raza me consideran. En Europa es mucho más común preguntarse por la clase social, quizá. No obstante, tanto en Estados Unidos como en Europa, los grupos de población con unos rasgos físicos comunes (lo que se considera raza), el nivel de renta, el nivel cultural, el país de origen, etc., se confunden y se entremezclan. Y, todas estas características están relacionadas con la injusticia. Por eso, es necesario preguntarse, por ejemplo, por qué, siendo el 12% de la población total, los afroamericanos son el 60% del total de la población encarcelada en Estados Unidos. ¿Es la gente con la piel negra más propensa a cometer crímenes? La ciencia nos dice claramente que no. Quizá, la estadística tiene más que ver con este dato: por cada 6 dólares que tienen los blancos, los afroamericanos tienen solamente 1. ¿La pobreza es la causa de la discriminación que sufren los afroamericanos o es la pobreza la consecuencia de un sistema que los discrimina? Seguramente, las dos afirmaciones son ciertas y se retroalimentan. Pero nos estaríamos equivocando si pensamos que este es un problema del «salvaje oeste» americano. En la base del racismo encontramos la generalización y el estereotipo. Y debemos reconocer que la generalización y el estereotipo están, también, muy presentes entre nosotros. Todos los de allí son unos «vagos», o «insolidarios», o «incultos», o «prepotentes». «Nos quieren quitar el trabajo y se quedan con nuestras ayudas». «Vigílale porque en esa religión son todos unos fanáticos». Todos tenemos el mismo problema disfrazado de pretextos distintos. Curiosamente, en el proceso de inscripción a mi escuela de teología, me preguntaron por mi raza para que me pudiese beneficiar de las ayudas a «las minorías raciales» y con fines estadísticos requeridos por el estado de California. Con todo, desde mi punto de vista, esa misma «protección» perpetúa el racismo porque clasifica según la raza (si es que eso realmente existe). ¿Sería posible vivir sin estar clasificados? ¿Son necesarios la generalización y el estereotipo? ¿Sería posible librarnos de la dictadura de las etiquetas? Supongo que si el ser humano recurre a la generalización es porque eso le ha permitido sobrevivir a lo largo de la historia. No obstante, en los estereotipos que manejamos encontramos una carga cultural e infundada profundamente injusta. En unas sociedades como las nuestras, en las que la desigualdad es cada vez más patente, nunca podemos dejar de preguntarnos cuándo somos cómplices de la dictadura de las etiquetas. Las etiquetas generan desigualdad y discriminación y lo hacen a todos los niveles. Ciertamente, no todas tienen que ver con el racismo (ideología, religión, clase, cultura…), pero todas llevan, de un modo u otro, a la violencia. La misma violencia insufrible que hay en las imágenes de la rodilla de un sistema entero estrangulando hasta la muerte a un ciudadano anónimo. La primera lectura litúrgica de este domingo teatraliza la “vocación” de Samuel como llamada reiterativa, en espera de respuesta. De muy pequeño, cuando me llevaron a estudiar a un colegio apostólico a quinientos kilómetros de mi casa, en los primeros años cincuenta del siglo pasado, oía hablar de la “vocación” como de un valioso don que Dios hacía a personas escogidas para la misión especial de salvar a los hombres. Aunque no supiéramos exactamente en qué consistía tal misión, era obvio que se trataba de algo muy importante al andar Dios de por medio. Los años de estudio en el colegio, equivalentes a los de Bachillerato de la época, viendo cómo muchos compañeros se descolgaban de tan eximio proyecto, fueron años inquietantes de discernimiento sobre si uno había recibido o no la “llamada especial” de Dios, imprescindible para poder desempeñar dignamente tan selecto menester. Muchos compañeros se quedaron entonces por el camino, mientras parecía que algunos afortunados sí que habíamos sido agraciados con ese don, si bien las circunstancias de la vida terminaron emplazándonos a cada cual en su lugar. Sin embargo, a pesar de los bruscos cambios de timón que vinieron después, tengo la impresión de que nunca se han modificado ni aquella supuesta llamada ni la respuesta dada a la misma.
La llamada que recibe Samuel cobra profundidad en san Pablo, en la segunda lectura de hoy, al darle contenido corpóreo. También el cuerpo humano entra en el juego vocacional como templo del Espíritu que lo habita. El cuerpo de Jesús se constituye en sacramento del reino de Dios en cuanto soporte o sufridor de un “sacrificio redentor” y en cuanto destinatario, en sus miembros místicos, de la gran obra de misericordia que es la predicación de un reino que lo lleva a saciar hambres, a quitar fríos y a curar enfermedades. No deberíamos olvidar nunca el escándalo que provoca la predicación de Jesús al anteponer claramente los hombres, sobre todo los desheredados y excluidos de la sociedad, a la religión, pues no es el hombre para la religión, sino la religión para el hombre. Hablamos de una vocación que se convierte en misión en el arranque de la predicación de la buena noticia de que da cuenta el evangelio de hoy, cuando Jesús comienza a reclutar ayudantes para difundirla como el reino de Dios que es ya su vida y que él se ha propuesto compartir con nosotros. Preciso es dejar atrás la exclusividad de una “vocación religiosa”, pues Jesús no practicó ninguna religión, sino que se entregó de lleno a vivir el reino de Dios ya presente, para ampliar su alcance incluso a la más prosaica y humilde profesión, como la de sentirse especialmente atraído por mantener limpias las calles de una ciudad. Vocación es, en definitiva, la inclinación a prestar un servicio a la comunidad, cualesquiera sean su naturaleza y su alcance. Mírese como se mire, la llamada de la vocación no se percibe por el oído, como si de una voz se tratara, sino por la inclinación y la habilidad que nos llevan a realizar un determinado trabajo en beneficio de la comunidad humana en cualquier ámbito de la vida. Nadie debería dudar de que también él ha sido llamado para llevar a efecto un proyecto, de que su vida tiene sentido y de que se le ha confiado una misión en la vida. Servicio es el que presta el sacerdote en el altar, pero también el del médico que cura, el del camionero que transporta cualquier mercadería y el del policía que salvaguarda la vida en las calles. La categoría y la dignidad de cada uno de ellos no dependerán de la profesión ejercida en sí misma, sino del celo y del primor con que se realice el correspondiente servicio. Es una pena que hayamos perdido el sentido de “vocación” como llamada a prestar un servicio determinado, del orden que sea, a la comunidad humana de la que formamos parte. Ello se ha debido a que, tras haber diseccionado el mundo en dos mitades, una natural y otra sobrenatural, concebimos la vocación como llamada especial a instalarse en la “vida sobrenatural”. Divide y vencerás. Igual pasa con la vida: separa lo natural de lo sobrenatural y tendrás la posibilidad de campear a tus anchas en cada uno de esos supuestos mundos. Digo “supuestos” porque, realmente, no hay más que un solo mundo, el creado por Dios, que es imagen suya y expresa su condición. Cuanto vivimos y hacemos, desde el nacimiento a la muerte, ocurre en ese único mundo, cuyo ser y devenir son palabra del Dios que lo tiene en sus manos. Dios no nos habla al oído ni siquiera como un susurro, sino a través de cada cosa y de cada acontecimiento. Llamada suya son las habilidades con que la naturaleza nos dota y el impulso instintivo que nos empuja a obrar de una determinada manera. Sin duda, llamada suya es la inclinación a prestar un servicio en el ámbito concreto de la religión, sea como ministro del culto o como consagrado que vive conforme a reglas muy exigentes, pero también lo son las inclinaciones a hacerlo en cualquier otro ámbito de la vida humana. Por ello, es un error valorar la vocación como una “elección especial”, como un privilegio que Dios hace solo a algunos de los seres humanos para que lo sirvan de forma especial. Todos los seres humanos hemos sido llamados a ejercer una misión de servicio, a prestar un servicio a nuestros semejantes, sea en el hogar, en la iglesia, en el huerto, en la fábrica o en la calle. Los cristianos deberíamos tener muy presente que somos seguidores de quien hizo presente en su vida el reino de bondad inagotable y de misericordia incondicional de Dios, reino al que sirvió con su palabra y su vida y del que fue su primer adalid. Su vocación, la de hacer el bien sirviendo, rebasó ampliamente el ámbito religioso para emplearse a fondo en el servicio directo a los más necesitados. Al reino predicado por él, cifrado en un gran banquete celestial, no solo han sido convocados los hacendados y los fervorosos cumplidores de la ley, sino también todos los demás seres humanos, especialmente los pecadores, los pobres y los excluidos de la sociedad, los que tienen hambre y están enfermos. *********** Dada la fecha en que estamos, me siento obligado a recordar que mañana se inicia la “semana de oración por la unidad de los cristianos”, tema al que nos hemos referido ya repetidas veces en este blog. En el contexto de “vocación” en que hoy nos movemos, bien podríamos decir que todos los cristianos hemos sido “llamados a la unidad”, tenemos una “vocación de unidad”. Seguramente entenderíamos mucho mejor la vocación si, en vez de emplazarla en el escenario de una “Iglesia” de la que no habló Jesús, con sus muchos componentes intelectuales de dogmas y jurídicos de complicados reglamentos, lo hacemos en el del “reino de Dios”, del que no paró de hablar, con la bondad y la misericordia divinas incondicionales sobre que se asienta, pues, consagrados o no, todos formamos parte de ese reino. La verdad es que, si nos liberáramos de las cargas dogmáticas y de los pesados aparejos cultuales y legales que soportamos, los cristianos podríamos considerarnos mucho más fácilmente como la comunidad fraternal que es de suyo el “reino de Dios”, reino que ya está presente en nuestras vidas. A la unidad hemos de acercarnos por la oración, no por la especulación, y, mucho menos, por el afán de dominio o del sometimiento de nadie. El lema de este año, “permaneced en mi amor y daréis fruto en abundancia” (Jn 15, 1-17) es un buen indicativo del camino a seguir. De hecho, los cristianos somos ya “uno” en el “cuerpo místico” del que formamos parte, aunque nuestro desenvolvimiento social sea un gran escándalo al no reflejar ante la sociedad la esencial unidad de la fe que profesamos y nuestra pertenencia al reino de Dios. La semana que comienza mañana tiene la virtud de demostrar la unidad anhelada en el nivel más profundo de la fe, el nivel de la oración, pues no se puede “orar juntos” de no estar unidos en un mismo propósito y servicio, en una misma forma de vida. Orar juntos requiere caminar juntos y testimoniar una única riqueza de vida. Seguro que la oración por la unidad de los cristianos terminará derruyendo los muros dogmáticos y disciplinares que todavía nos separan. ¡Qué difícil es desarmar las estructuras mentales tras las que nos atrincheramos, armazón sin el que creemos que nuestra vida se vendría a tierra, para abrir paso a la irrupción del Espíritu que nos regala el reino de Dios! No procede rezar juntos "hágase tu voluntad", para seguir haciendo después cada uno la suya. Somos seres complejos a los que influye la realidad que nos circunda. No somos máquinas, por lo que la pandemia afecta a nuestra realidad integral.
El problema es que llevamos tiempo creyéndonos que para todo tenemos solución, que lo controlamos todo; incluso algunos han puesto cerco a la muerte buscando la inmortalidad o al menos un mayor control sobre la vida humana. Se ha perdido la actitud humilde capaz de asombrarse por tantas cosas y de aceptar aquello que no podemos domeñar como lo habíamos previsto. La gran cuestión de fondo en este tiempo de coronavirus es que no sabemos qué hacer y esto no lo soportamos (aceptamos). Por tanto, algunos lo viven como perfectos insolidarios manifestando así su arrogancia. Y algunos otros no pueden reconocer su limitación con la covid-19 dando muestras de un desconcierto al darse cuenta que la existencia no estaba controlada. Algunos países “avanzados” no ven nada mal salvaguardar la actividad económica a costa de que caigan los más débiles. Así se aliviaría, de paso, el coste en las pensiones. No sería la primera vez que se opta por deshumanizar la realidad con decisiones de guante blanco. No estamos acostumbrados a que una pandemia se cebe sobre todo en el Primer Mundo, donde el virus continúa actuando con gran profusión. El estupor crece cuando al abrir la mano a las relaciones sociales, se colapsa la atención sanitaria y crecen las muertes; pero si reducimos la presencia en la calle para mejorar la salud, el desplome económico general está asegurado. Esta tercera ola del virus nos ha descolocado. Por otra parte, la vacuna logrará avances, pero hay que esperar más de lo que creíamos: esperar a la vacunación masiva de la población, a verificar la calidad de su preparado, a que los resultados logren la ansiada normalidad… Es decir, que 2021 va a ser largo y difícil. El cansancio y el desánimo por lo ya padecido es evidente. No son tiempos fáciles para moverse y menos con la falta de humildad de las grandes potencias tecnológicas cuyo poder es insuficiente para acabar con la covid-19: Alemania, Gran Bretaña, Estados Unidos… No está tan cerca convertir la covid-19 en un virus que se cura con un sencillo medicamento de farmacia. ¿Nos engañan? Creo que no, simplemente es que no saben qué hacer para domeñar la pandemia. Y la soberbia obnubila, viendo como el Tercer Mundo está menos afectado, con la rémora de que, si no le damos vacunas, este virus o alguna de sus mutaciones volverá a expandirse entre nosotros. De momento, la tecnología disponible no basta y, lo que es peor, tampoco queremos modificar un ápice el estilo de vida, aunque sea insolidario e injusto, incluso para muchos habitantes del Primer Mundo. Precisamente porque hemos sufrido una prueba acelerada de nuestra vulnerabilidad, habría que construir mecanismos de confianza desde la humildad solidaria. Y esto es lo que ha fallado casi por todas partes. Desde luego que los cristianos no hemos estado a la altura, demasiadas veces, a pesar del faro del profeta Francisco que nos ilumina como un pastor y no como un jerarca. La euforia basada en que “Ya queda poco” o “Esto ha sido un mal sueño”, se desinfla y cada día aumenta el número de quienes no aguantan más trabajando a distancia y de quienes sienten la necesidad de ver a la gente, que el contacto es necesario para avanzar y que es difícil crear complicidades en lejanía. Cara a cara las complicidades crecen, y los humanos estamos hechos de sensaciones y de relaciones. Nos han quitado libertades por una causa superior y no acabamos de aprender la importancia de la solidaridad real. Los cristianos tampoco reflexionamos, en serio, si tenemos deberes morales en torno a esta pandemia, si Cristo nos quiere decir algo a través de ella, si el sufrimiento que estamos viviendo, lejos de ser un castigo, debe vivirse como un aprendizaje. Si recuperamos la apertura del corazón en oración de escucha, con verdadera humildad, estos versos cobran todo su sentido: A eso de caer y volver a levantarte, De fracasar y volver a empezar, De seguir un camino y tener que torcerlo, De encontrar el dolor y tener que afrontarlo, A eso no le llames adversidad, llámale sabiduría. A eso de sentir la mano de Dios y sentirte impotente, De fijarte una meta y tener que seguir otra, De huir de una prueba y tener que encararla, De planear un vuelo y tener que recortarlo, De aspirar y no poder, De querer y no saber, De avanzar y no llegar. A eso no le llames castigo, llámale enseñanza. Seguimos con el evangelio de Marcos que vamos a leer durante todo este año. Es el primero que se escribió y tiene aún la frescura de los comienzos. Es el más conciso. No tiene grandes discursos de Jesús ni cuenta muchas parábolas. Le interesa sobre todo la vida cotidiana de Jesús. Su actitud vital para con los pobres y oprimidos es la verdadera salvación. Las curaciones y la expulsión de demonios, entendidos como liberación, son la clave para comprender el verdadero mensaje de salvación de este evangelio.
Cuando arrestaron a Juan. Quiere resaltar el evangelista que Jesús va a continuar la tarea del Bautista, pero a la vez deja clara la diferencia. ¡Recordad!: Los datos cronológicos no tienen importancia en la elaboración de un “evangelio”. En el evangelio de Juan, después de haber narrado el seguimiento de los primeros discípulos, después de contarnos la boda en Caná, la purificación del templo y el encuentro con Nicodemo, nos dice que Jesús fue con sus discípulos a la región de Judea y bautizaba allí, a la vez que Juan estaba bautizando en otro lugar y dice: “esto ocurrió antes de arrestar a Juan”. Llegó Jesús a Galilea. Está claro que el evangelista quiere desligar la predicación de Jesús de toda connotación oficial. Lejos de las autoridades religiosas, lejos del templo y de todo lo que significaban ambas instituciones. Galilea era tierra fronteriza y en gran parte habitada por gentiles. Esto para un judío era, de entrada, una descalificación, pero tenía la ventaja de menor control oficial y mayores posibilidades de que la gente le entendiese. Se puso a proclamar la “buena noticia” de parte de Dios.Había empezado él su evangelio diciendo que se trataba de exponer los orígenes de la “buena noticia de Jesús”. Estos textos son los que dieron origen a la palabra “evangelio”, cuyo género literario se inaugura con el escrito atribuido a Marcos. No debemos confundir el concepto de buena noticia con el que hoy tenemos de evangelio (género literario muy concreto). Por extraño que parezca, “euangelio” no significa “evangelio”. Hemos caído en un monumental fraude. Hemos confundido el estuche con la joya que debía contener. Aquí “euangelio” significa esa estupenda noticia que Jesús descubrió y nos comunicó de parte de Dios. Se ha cumplido (colmado) el kairos. En la fiesta de Año Nuevo, hablamos del significado de “Cronos” y “Kairos”. Aquí el texto dice kairos, es decir, se trata del tiempo oportuno para hacer algo definitivo. No es que algún cronos sea especial. Cualquier cronos lo podemos convertir en kairos si nuestra actitud vital es adecuada. El texto nos está recordando que todos los kairos se han concentrado en el que ahora está presente. Está despuntando el Reino de Dios. Esta expresión es la clave. No se trata de que Dios reine. Se trata de que Dios se haga presente entre nosotros, gracias a las actitudes de los seres humanos. Jesús hace presente ese Reino, que es Dios, porque sus relaciones con los demás, basadas en el amor y la entrega, hacen surgir en cada instante a Dios. Dios es amor, de modo que está allí donde exista una verdadera empatía y compasión. Ese Reino está ya presente en Jesús porque fue capaz de eliminar toda injusticia. ¡Cambiad de mentalidad! “Convertíos”, no expresa bien el sentido del texto griego. ‘metanoeite’ no significa hacer penitencia ni arrepentirse sino cambiar de mentalidad, pensar de otra manera y afrontar la vida desde otra perspectiva. Lo que pide Jesús es una manera nueva de ver la realidad que no tiene por qué partir de una situación depravada. El cambio se exige como actitud que no de debe abandonarse nunca. La llamada de los discípulos a continuación les obliga a hacer su personal cambio de rumbo (metanoya): “Dejan la barca y a su padre y le siguieron”. Aquí debemos hacer todos un serio examen de conciencia. ¿Cuántas veces hemos descubierto nuestros fallos y nos hemos conformado con ir a confesarlos, pero no hemos cambiado el rumbo? ¿De qué puede servir toda esa parafernalia si continuamos con la misma actitud? Tened confianza en la buena noticia. La traducción oficial del griego “pisteuete” nos puede llevar a engaño. No se trata de creer la noticia sino de confiar en que es buena noticia para nosotros. Tanto en el AT como en el nuevo, la fe no es el asentimiento a unas verdades, sino la confianza en una persona. Si la buena noticia que Jesús predica viene de parte de Dios, podemos tener confianza plena en que es buena. A la llamada de Jesús que acabamos de comentar, corresponden las primeras respuestas personales, de parte de unos simples pescadores sin preparación alguna, que se fiaron y fueron detrás de Jesús. Es muy significativo que el primer instante de su andadura pública, Jesús cuenta con personas que le siguen de cerca y están dispuestas a compartir con él su manera de entender la vida. La comunidad, por muy reducida que sea, es clave para poder emprender una vida cristiana. Darse cuenta de que hemos emprendido un camino equivocado es la única manera de evitarlo. Cada vez que rechazamos un camino falso, nos estamos acercando al verdadero. Convertirse es rectificar la dirección para apuntar mejor a la meta. Pecado en el AT era errar el blanco. Da por supuesto que intentas dar en el blanco, pero te has desviado. Somos flechas disparadas que tienden a desviase del blanco y que constantemente tienen que estar contrarrestando esas fuerzas que nos distorsionan. Convertirse no es abandonar el mal por el bien, porque el mal y el bien en el ser humano no se pueden separar nunca del todo. Para el maniqueísmo está todo demasiado claro: Son realidades distintas que deben estar separadas. Nunca hemos superado esa tentación. La realidad es muy distinta: ni el bien ni el mal se pueden dar químicamente puros. Siempre que trazamos una línea divisoria entre el bien y el mal, nos estamos equivocando. Lo que llamamos mal no tiene entidad propia, es solo ausencia de bien. El mal (ausencia de perfección) no es un accidente, sino que pertenece a la misma estructura del hombre. Sin esa limitación, que hace posible el error, pero que también hace posible el crecimiento, no habría persona humana. La hondura del misterio del mal está precisamente ahí. Del mismo mal surge el bien y el mal acompaña siempre al bien. El afán maniqueo de eliminar el mal a toda costa no tiene nada de evangélico. Dice un proverbio oriental: si te empeñas en eliminar todos los errores dejarás fuera la verdad. Con frecuencia necesitamos la advertencia de alguien que nos saque del error en el que estamos. Aún con la mejor voluntad podemos estar equivocados. Las mayores barbaridades de la historia de la humanidad se hicieron en nombre de Dios. Aún con la mejor intención de caminar hacia la meta, siempre estaremos necesitados de rectificar. Tenemos que aprender de los errores. Los humanos no tenemos otra manera de crecer. Meditación Lo que Jesús nos ha dicho es increíble, pero cierto. Dios es amor, don total, absoluto y eterno. Jesús me invita a experimentar esta realidad. Seguirle es entrar en su misma relación con Dios. Esa relación hará cambiar mi existencia y empezaré al verlo todo de otra manera. El domingo pasado, el evangelio de Juan nos contó cómo Jesús entró en contacto con algunos de los que más tarde serían sus discípulos. Este domingo volvemos al evangelio de Marcos, que será el usado básicamente durante el Ciclo B. En tres escenas, las dos últimas estrechamente relacionadas, nos cuenta la forma sorprendente como comienza a actuar Jesús.
1ª escena: Anuncio del Reino y la conversión (Mc 1,14-15). Marcos ofrece tres datos: 1) momento en el que Jesús comienza a actuar; 2) lugar de su actividad; 3) contenido de su predicación. Momento. «Cuando detuvieron a Juan». Como si ese acontecimiento despertase en él la conciencia de que debe continuar la obra de Juan. Nosotros estamos acostumbrados a ver a Jesús de manera demasiado divina, como si supiese perfectamente lo que debe hacer en cada instante. Pero es muy probable que Dios Padre le hablase igual que a nosotros, a través de los acontecimientos. En este caso, la desaparición de Juan Bautista y la necesidad de llenar su vacío. Mc no se detiene en contar las causas de esta prisión (lo dirá más adelante), y parece dar por conocidos los hechos. ¿Qué hizo Jesús desde la estancia en el desierto hasta entonces? ¿Cuánto tiempo transcurrió? Mc no informa de ello. Lo único que sugiere es que el "precursor", el mensajero, tiene que desaparecer de la escena antes de que Jesús comience su actividad. Lugar de actividad. Galilea. A diferencia de Juan, Jesús no se instala en un sitio concreto, esperando que la gente venga a su encuentro. Como el pastor que busca la oveja perdida, se dedica a recorrer los pueblecillos y aldeas de Galilea, 204 según Flavio Josefo. Galilea era una región de 70 km de largo por 40 de ancho, con desniveles que van de los 300 a los 1200 ms. En tiempos de Jesús era una zona rica, importante y famosa, como afirma Flavio Josefo (Guerra III, 41-43), aunque su riqueza estaba muy mal repartida, igual que en todo el Imperio romano. Zona también conflictiva y politizada. En ella se moverá Jesús. Mensaje. ¿Qué dice Jesús a esa pobre gente, campesinos de las montañas y pescadores del lago? Su mensaje lo resume Marcos en un anuncio («Se ha cumplido el plazo, el reinado de Dios está cerca») y una invitación («convertíos y creed en la buena noticia»). El anuncio encaja en la mentalidad apocalíptica, bastante difundida por entonces en algunos grupos religiosos judíos. Ante las desgracias que ocurren en el mundo, y a las que no encuentran solución, esperan un mundo nuevo, maravilloso: el reino de Dios. Para estos autores era fundamental calcular el momento en el que irrumpiría ese reinado y qué señales lo anunciarían. Jesús no cae en esa trampa: no habla del momento concreto ni de las señales. Se limita a decir que «está cerca». Pero lo más importante es que vincula ese anuncio con una invitación a convertirse y a creer en la buena noticia. Convertirse implica dos cosas: volver a Dios y mejorar la conducta. La imagen que mejor lo explica es la del hijo pródigo: abandonó la casa paterna y terminó dilapidando su fortuna; debe volver a su padre y cambiar de vida. Esta llamada a la conversión es típica de los profetas y no extrañaría a ninguno de los oyentes de Jesús. Jesús invita también a «creer en la buena noticia» del reinado de Dios, aunque los romanos les cobren toda clase de tributos, aunque la situación económica y política sea muy dura, aunque se sientan marginados y despreciados. Esa buena noticia se concretará pronto en la curación de enfermos, que devuelve la salud física, y el perdón de los pecados, que devuelve la paz y la alegría interior. Cualquier persona de buena voluntad aceptaría la invitación a convertirse. Pero las personas de buena voluntad pueden ser también muy escépticas. Ante la idea de que «se ha cumplido el plazo» podrían sonreír, como nosotros cuando diversas sectas nos anuncian el inminente fin del mundo. Para comprender bien el evangelio es importante que adoptemos ante Jesús una postura de distanciamiento. Sería bueno rebelarnos ante este aspecto de su mensaje y resistirnos a creer. Así entenderemos mejor lo que él quiere transmitir realmente y captaremos que no habla de un cataclismo, del fin del mundo, sino de la aparición de algo nuevo. 2ª escena: llamamiento de Simón y Andrés Este acto fundamental de la vida de Jesús lo cuenta Marcos como la cosa más normal del mundo. Pasando por la orilla ve a dos muchachos. Se supone que no es una mirada rápida y superficial, como solemos ver a la gente que nos cruzamos por la calle. Es la visión de uno que busca seguidores e intuye lo profundo de la persona, lo que puede llegar a ser más que lo que es. Marcos dice que son hermanos y cómo se llaman: Simón y Andrés. Queda claro quién es el primer discípulo llamado por Jesús: Pedro, que terminará siendo el más importante[1]. Están en la orilla, tirando el esparavel (avmfi,blhstron), una red pequeña que se lanza con la mano. (En Internet hay videos sobre este sistema de pesca, que sigue practicándose en nuestros días). Jesús no los invita a seguirlo, se lo ordena: «Venid conmigo», y les promete una nueva profesión: «pescadores de hombres». La orden de seguirlo carece de paralelo en los grandes profetas. Isaías, Jeremías, Ezequiel, tuvieron discípulos; pero, que sepamos, a ninguno de ellos le ordenaron: «Vente conmigo». A lo sumo se podría citar el caso de Elías, que echa su manto sobre Eliseo, dándole a entender que quiere que lo siga (1 Re 19). Pero hay una diferencia esencial entre Elías y Jesús. Elías llama a Eliseo porque Dios se lo ha ordenado (1 Re 19,15). Jesús actúa por propia iniciativa y poder. También existe diferencia entre Jesús y los rabinos. Los rabinos tenían discípulos, y era típico de ellos seguir al maestro. Pero el rabino no los llamaba ni les daba la orden de seguirlo. En cuanto a la promesa de convertirlos en «pescadores de hombres», lo más probable es que Simón y Andrés la interpretaran de forma muy sencilla, sin las complicaciones que pretenden algunos comentaristas. En cualquier caso, «inmediatamente dejaron las redes (di,ktua) y lo siguieron». El cambio de sustantivo parece sugerir que, además del esparavel, tenían otras redes, y las dejaron todas. 3ª escena: llamamiento de Santiago y Juan A Santiago y Juan los encuentra también en la orilla, dentro de la barca con su padre Zebedeo, remendando o preparando sus redes (di,ktua). En este caso se trataría de la red de trasmallo, para la que se requiere un bote de unos cinco o seis metros y, al menos, cuatro o cinco personas. A ellos no les habla de convertirse en pescadores de hombres, pero lo siguen «abandonando a su padre en la barca con los jornaleros». Quien conoce la historia de Elías y Eliseo advierte enseguida la diferencia: cuando Elías llama a Eliseo, este pide permiso para despedirse de sus padres y organiza un gran banquete. Elías se lo permite, con tal de que vuelva. No hay prisa. Cuando es Jesús quien llama no cabe dilación ni despedida. Se deja todo de inmediato. Unos protagonistas desconcertantes y misteriosos Estos dos relatos de vocación, aparentemente tan fáciles de entender, están plagados de misterios cuando se piensa en los principales protagonistas. Empezando por Jesús, ¿quién contrataría a cuatro pescadores para fundar y dirigir una multinacional? Solo un loco. No necesitan un título de las universidades de Jerusalén o Babilonia. No es preciso que hayan estudiado con los mejores rabinos ni que se sepan la Torá de memoria. Basta que quieran seguirlo renunciando a todo. Pero, ¿qué pretende Jesús? En este momento del evangelio, sin disponer de más datos, solo podemos decir que busca unas personas que lo acompañen, con intención de que le ayuden a aumentar el número de sus seguidores. ¿Con qué finalidad? No lo sabemos. Si misteriosa resulta la conducta de Jesús, también lo es la de los cuatro llamados. ¿Qué los mueve a dejarlo todo, incluso al padre (de Simón no sabemos todavía que está casado) y seguir a Jesús sin conocerlo previamente? Aquí hay dos cuestiones distintas: el conocimiento previo y el seguimiento radical. Que ya conocían a Jesús lo dan por seguro algunos aludiendo al cuarto evangelio, donde se dice que Jesús entró en contacto con ellos cuando el bautismo (Jn 1,35-51). Pero este conocimiento previo no resuelve el problema del seguimiento radical, renunciando a todo. ¿Qué les movió a ello? Marcos no lo dice en este momento. Más adelante indicará que Santiago y Juan lo hicieron, al menos en parte, por ambición política: estaban convencidos de que Jesús llegaría a reinar en Jerusalén y ellos pretendían los dos primeros puestos en su corte (Mc 10,35-37). También Simón, al confesar a Jesús como Mesías, rechazando el sufrimiento y la muerte, demuestra una preocupación política. Sin embargo, esta explicación, aunque sea válida, supone adelantar datos. En este momento nos quedamos sin saber qué movió a los cuatro a seguir a Jesús. Lo que no admite duda es que lo siguieron. Y esto debía provocar en los primeros lectores del evangelio de Marcos un profundo asombro ante el poder de atracción de Jesús y la disponibilidad absoluta de los discípulos. Algo en lo que se verían reflejados, porque también ellos y ellas habían sentido la llamada de Jesús y, a pesar de todas las dificultades y críticas, lo habían seguido. Estos cuatro discípulos representan el primer fruto de la predicación de Jesús: creen en la buena noticia del Reinado de Dios, lo siguen y cambian radicalmente de vida. La conversión de los ninivitas (Jonás 3,1-5.10) La primera lectura ha sido elegida porque los ninivitas, los nazis de aquella época, al convertirse gracias a la predicación de Jonás, nos sirven de modelo. Mucho más motivo tenemos nosotros para convertirnos al escuchar la predicación de Jesús. Sin embargo, los motivos que aducen Jesús y Jonás son muy distintos: Jesús animaanunciando la cercanía del reinado de Dios; Jonás asustaanunciando que «dentro de cuarenta días Nínive será arrasada». «Señor, enséñame tus caminos» (Salmo 24) El salmo encaja mucho más con el evangelio que con la primera lectura. Porque Jonás no enseña nada, solo amenaza. En cambio, Jesús, proclamando el evangelio de Dios, nos enseña a caminar por el camino que Dios quiere y nos recuerda que «el Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores». Aparte de agradecérselo, debemos pedirle: «haz que camine con lealtad». El reino de Dios esta cerca: de la expectación a la implicación comunitaria por: Pepa Torres Pérez1/22/2021 Vivimos tiempos convulsos, cargados de incertidumbres, tiempos de desastres ecológicos y pandemias, de crisis económica, precariedades y pobreza por desposesión de bienes comunes. Es en este contexto en el que la Palabra de Dios se nos revela de forma provocadora y desinstaladora como una buena noticia inesperada desde el corazón del caos en el que estamos inmersas: “El Reino de Dios está cerca” o, dicho de otra manera, hay un futuro alternativo para la humanidad y la creación toda. Pero ese futuro implica pasar de la expectación, a la implicación, de la indiferencia o la impotencia a la corresponsabilidad y el cuidado de la vida en todas sus dimensiones, empezando por la más frágil y vulnerada.
Así lo descubrió también Jesús tras la detención de Juan Bautista, que fue para él un detonante, como hoy en nuestra vida hay también acontecimientos y personas que nos obligan a replantearnos opciones, formas de vida, estilos de relación y compromiso y que nos hacen descubrir que la realidad no es nunca un inconveniente sino una oportunidad, que todo tiempo, por duro que sea, puede convertirse en un kairós, en una posibilidad para transformar-nos y transformar y que más allá de las miradas exitosas y superficiales de la realidad la vida resiste y estalla desde abajo, abriendo grietas en situaciones inciertas, que piden otros ojos, otras miradas desde la interdependencia y el sentido comunitario y cuidadoso de la vida . Como aquellos primeros discípulos y discípulas Jesús nos sigue invitando hoy, en la encrucijada de nuestro momento histórico y la cotidianidad de nuestra vida, a ser sus compañeros y compañeras. Etimológicamente compañeros vienen de “cum-panis”, que significa es compartir el mismo pan, el mismo sueño, su proyecto de inclusión, fraternidad y sororidad, empezando por los últimos y últimas. La cotidianidad es lugar de reconocimiento y encuentro. Jesús sabe mirarla en profundidad y por eso capta los deseos más hondos de aquellos pescadores que desde la sencillez de sus vidas nunca habían intuido otro horizonte. Como a ellos, si nos dejamos, el Evangelio nos abre a nuevas perspectivas de vida, nos trasforma la sensibilidad y nos convierte en servidores y servidoras del Reino. Para ello tenemos que dejar las viejas redes, soltar amarras y seguridades: estilos de vida, relaciones, consumo, etc, que no nos llevan a una mayor humanización y sostenibilidad sino al colapso. ¿Qué cambios pide de nosotros y nosotras la crisis que estamos viviendo? ¿en qué signos descubrimos la novedad del reino y cómo empujarlos con vigor y energía comunitaria? |
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