Jesús atraía discípulos y llamó a algunos para ir con él y anunciar el Reino de Dios.
Convocó a los Doce apóstoles y a otros 72 discípulos. También a las “santas mujeres”, que lo ayudaban con sus bienes. A ellas se les apareció, resucitado, antes que a los Doce. Jesús era un hombre carismático, que estableció pocas normas. Habló de la vocación al celibato, pero no lo impuso. Entre los convocados estaba Simón Pedro, cuya suegra curó. Al crecer la comunidad primitiva, se hizo necesario establecer normas. No había Internet y las Iglesias locales siguieron tradiciones diferentes. En el tema del celibato podemos hablar de dos grandes áreas: la Iglesia de Occidente, centrada en Roma, y la Iglesia de Oriente, en Constantinopla. En Oriente, la tradición fue ordenar a hombres casados. Los que sentían la vocación de célibes eran los monjes. En Occidente, al comienzo hubo cierta variedad, pero desde el siglo III fue creciendo la tendencia a ordenar célibes. Los papas y los concilios de Occidente urgieron esta obligación, que no todos cumplían. Con la Reforma protestante se inicia otro estilo. Los pastores pueden casarse, no sólo antes de la ordenación, como en Oriente, sino también después. La “ordenación” adquirió diversas modalidades, algunas cercanas a la nuestra, como la anglicana, otras más distantes. Pero el enfrentamiento entre católicos y protestantes hizo del celibato una bandera incuestionable, como si se tratara de un dogma de fe. ¿Podría la Iglesia modificar esta norma? Es obvio que sí, en primer lugar porque no es una ley universal. Aunque la mayoría de las Iglesias de Oriente integran la Iglesia Ortodoxa, algunas se unieron al obispo de Roma, al papa. En la Argentina tenemos a los Melquitas, Armenios, Maronitas y Ucranianos, con obispos propios. Los sacerdotes nos presentan a su mujer y a sus hijos. ¿Desearía la Iglesia modificar esta norma? En parte, sí. Desde Pío XII, si un pastor se hace católico y desea ser sacerdote, se lo puede ordenar, estando casado. En los últimos años, varios centenares de sacerdotes anglicanos ingresaron al catolicismo. El papa Benedicto estableció un régimen especial para ellos, donde puedan conservar su estilo tradicional. Otra modificación fue introducida en el Concilio (1965) para la ordenación de diáconos casados. No son sacerdotes, pero pueden predicar y bendecir matrimonios. El papa Pablo VI tenía en estudio un proyecto para ordenar sacerdotes a hombres casados en territorios de misión, donde fueran necesarios. Se han dado muchas razones para la vocación al celibato, como la dedicación exclusiva (que se puede dar en varias profesiones), o la consagración espiritual (que también realiza el sacerdote de Oriente). Creo que la más fuerte es el deseo de vivir como vivió Jesús, dedicado a los pobres y afligidos. Esto es muy personal y hay que sentir el deseo con fuerza para emprender ese camino.
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Muchos están (estamos) sorprendidos con las cosas que dice y que hace el Papa Francisco, en línea de evangelio. Nos parece muy bien, pero pensamos que la Iglesia necesita más que un Papa (aunque un Papa en la línea de Francisco es necesario).
Muchos estamos convencidos de que el Concilio Vaticano II (1962-1965) fue un don para la Iglesia, y que su visión general y sus documentos deben ser actualizados y cumplidos. Pero pensamos que ya no basta un Concilio, pues quizá la era de los concilios episcopales de la Iglesia, que empezó en el palacio imperial de Nicea ha terminado. Necesitamos algo más, más que papa, más que un concilio… 1. Más que un mero concilio Resulta comprensible que algunos, en este momento de cambios, deseen la celebración de un nuevo concilio, que diga lo que debe ser la Iglesia y dentro de ella la estructura de la jerarquía, siguiendo el modelo medieval del Concilio de Constanza (1414-1418). Les gustaría que se definieran pronto nuevas estructuras para la iglesia, resolviendo desde arriba temas como el celibato, ordenación de mujeres, poder de los obispos, función del Papa… ‒ No es momento. Ahora, año 2014, cuando la mayoría de obispos de la Iglesia Católica han sido nombrados en una línea muy sacral e incluso fundamentalista, un Vaticano III al que sólo asistirían ellos, sería poco representativo del conjunto de la iglesia y de la dinámica del evangelio. Por otra parte, un concilio cristiano resulta hoy imposible sin la participación del conjunto de las iglesias que están comprometidos desde Jesús al servicio de los pobres, católicos, protestantes u ortodoxos etc. ‒ Empezar desde la vida. Más que un Concilio, que decida desde arriba lo que son o deben hacer los creyentes, queremos iglesias que exploren y busquen caminos de evangelio, desde abajo, mientras sirven a los pobres, en comunión mutua, sin esperar soluciones exteriores. Por eso, con el lenguaje anterior, parece necesario que siga existiendo todavía un tiempo de «caos», para aprender a compartir el sufrimiento de los expulsados y para abrir con ellos un camino de libertad, en el gran bazar del mundo. Nadie (ni dentro ni fuera de la iglesia) tiene que dar a los cristianos autoridad para pensar y celebrar, para organizarse y decidir su vida, pues la autoridad la tienen ellos mismos (cf. Mt 18,15-20), de manera que son concilio permanente. ‒ Contra la endogamia. Un concilio cerrado sobre sí, ocupado sólo de temas internos de la iglesia, sería signo de egoísmo. Lo que importa son los pobres, no un concilio central. Por otra parte, en la medida en que es comunión y servicio de amor, toda la vida cristiana es concilio, es decir, reunión permanente de los convocados por el Espíritu de Cristo, para anunciar el evangelio de la libertad y de la vida. Según eso, el posible Concilio no ha de ser un acto separado, sino expresión de la vida de las iglesias, bazar permanente de contactos múltiples donde hombres y mujeres regalan y comparten su vida (cf. 1 Cor 13). Éste es el principio de la experiencia cristiana: que la iglesia pueda alzarse y decir humildemente que «los pobres son evangelizados», añadiendo que todos los cristianos pueden reunirse, en un gesto de amor, para comunicarse entre sí, para ofrecer libertad a los oprimidos y expulsados de la vida, proclamando así su fe en el Dios creador, en la línea de Jesús. El auténtico Concilio de las iglesias es su vida diaria, en la que se van creando formas concretas y comprometidas de presencia y servicio a los pobres, a quienes ofrecen palabra y pan, dignidad y comunión de amor. Estaríamos así ante un Concilio permanente, llamados a crear un lenguaje de comunicación directa (no sacralizada), un lenguaje de salud y apertura a los marginados, uniendo razón y sentimiento, gozo por Dios y compromiso a favor de la vida (desde los pobres y excluidos de la sociedad), partiendo de unas iglesias donde hombres y mujeres de diverso origen comparten la palabra y el pan. Por eso, más que celebrar un Concilio importa ser concilio, promoviendo redes multifocales de comunicación directa y universal, que se expresan en el pan compartido, que no cierran, ni excluyen a nadie, sino que capacitan a todos para recorrer la travesía de lo humano . ((NOTA. En ese sentido, ser cristiano es «vivir en concilio», cultivando la unidad que brota de la palabra y de la vida compartida, desde los más pobres. Sólo en ese contexto podrá hablarse de obispos y papas, con otros ministros igualmente importantes. El cristianismo es concilio o red de relaciones que no se pueden cosificar (delegar), de manera que nunca pueda surgir una persona (un Papa) o un comité (autoridad colegiada) que acalle a los demás y hable en su nombre sin haberles escuchado. Este cristianismo conciliar al que aludo no tiene que hacer grandes cosas (alzar catedrales, crear comisiones, ganar guerras), sino simplemente ser puente o cátedra donde todos puedan encontrarse. Estas cuestiones fueron discutidas en la primera mitad del siglo XV (concilios de Constanza, Basilea, Florencia…), y deben resolverse asumiendo las dos “autoridades” como funciones inseparables y complementarias. (1) Autoridad conciliar de la comunicación, con el surgimiento de redes que nunca se encierren en sí mismas o actúen de un modo impersonal, pues lo que importa es el contacto inmediato, en el plano de la vida, el encuentro directo, de los ojos con los ojos, de las manos con las manos, de la palabra con la palabra, en afecto corporal y espiritual, simbolizado en el pan compartido. (2) Autoridad de las personas, volver a los hombres y mujeres insertos en esa red de conexiones y concilios, para recordarnos que son ellos, los hombres y mujeres concretos, los que entregan la vida y la comparten, en esperanza de resurrección; en ese contexto hay que insistir en el valor de las personas (obispos, papa, otros tipos de ministros), pero no por encima de otras personas sino con ellas)). 2. Más allá de lo que hay. Más que un mero papa, gran utopía. Como vengo indicando, hasta ahora ha triunfado un tipo de globalización económico-política, que ha tomado formas helenistas o, mejor dicho, platónicas, con separación de niveles (arriba lo espiritual, abajo lo material) y con estructuras jerárquicas, donde los nobles (los sabios-dignos-superiores) dominan sobre los plebeyos (ignorantes-indignos-inferiores). En estos últimos siglos, ese modelo ha desembocado en un tipo de capitalismo neoliberal, estableciendo un nuevo y más fuerte modelo de separación clasista en el plano económico y técnico, militar y administrativo. Pues bien, en contra de esa tendencia buscamos la catolicidad cristiana, partiendo de la gracia de Dios que se expresa por los pobres. Por eso, por coherencia histórica y espíritu evangélico, los que se dicen sucesores de Pedro y los dirigentes de las iglesias han de volver al lugar donde estuvo Jesús (y los primeros cristianos: Magdalena, Pedro, Pablo…), entre los hambrientos y marginados del imperio antiguo, para redescubrir y recrear la catolicidad del evangelio, sin tomar para ello el poder, pues si lo tomaran dejarían de ser signo de evangelio . (( Los cristianos pueden y deben alegrarse del decreto de tolerancia de Constantino, pero sin aceptar en modo alguno su «regalo de poder», es decir, su patronazgo, ni volverse dependientes del imperio para cumplir sus funciones (fue malo que se reunieran en el palacio imperial de Nicea para celebrar su Concilio). En esa línea hay que superar el platonismo espiritualista y jerárquico antiguo (que se olvida de los pobres) y un tipo de ilustración capitalista que igualmente los margina (pues no le importan, de hecho, los hombres reales), para volver a la inspiración del evangelio, como principio de revolución (mutación) humana, desde los excluidos del sistema)). Lo que une a la Iglesia no son unos “dogmas” propuestos de un modo más o menos helenista (según los concilios), ni unas leyes fijadas en un Código Canónico, ni unos jerarcas superiores, sino la mutación evangélica de Cristo, que se expresa en el amor mutuo y el pan compartido, en un perdón que no se ofrece desde arriba (como efecto de una misericordia clasista), sino desde los mismos pecadores perdonados. En ese contexto se sitúa la declaración fundacional de la primera asamblea o Concilio de Jerusalén, donde los representantes de las comunidades (que no eran obispos), discutieron, dialogaron y terminaron poniéndose de acuerdo en lo fundamental, para declarar: «Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros…» (Hech 15, 28). Este «nos ha parecido…» significa que los cristianos se descubren impulsados por el Espíritu de Cristo y de esa forma «les parece bien» que las comunidades de línea paulina (aceptadas por Pedro) pueden abrirse a los gentiles, pidiéndoles sólo que “se acuerden de los pobres” (cf. Gal 2, 9-10. Ciertamente, dentro de la comunión compartida del Espíritu puede y debe haber funciones diferentes (cf. 1 Cor 12-14), como aquella que el Jesús pascual confió a Pedro al decirle: «Simón, Simón, he aquí que Satanás ha querido cribaros como al trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no decline; por eso tú, una vez que te conviertas, fortalece a tus hermanos» (Lc 22, 31-32). Pedro cumplió una tarea muy importante en el comienzo de la Iglesia, pero con él debemos recordar a Magdalena y a María, la madre de Jesús, con Santiago y con Pablo y con otros muchos. El Dios de Jesús habla a cada uno, en su intimidad, pero en comunión con otros. Sin duda, es importante que lo creyentes escuchen de un modo personal la Palabra (a través de la Escritura o por inspiración interna), como han puesto de relieve los cristianos evangélicos. Pero hay que potenciar también la vida de las comunidades, que exploran y tantean, que abren y ofrecen caminos de experiencia compartida (de evangelio), en este tiempo (año 2014) en que muchos nos sentimos amenazados por el sistema, condenados al individualismo o dominados por grupos de presión que quieren imponernos su dictado. En ese contexto he de señalar que todos los cristianos son sacerdotes, porque el sacerdocio común de los fieles (fundado en la fe y en el bautismo, es decir, en la inserción eclesial) es lo primero. Por eso, la celebración del bautismo y de la eucaristía no es un derecho que los obispos o el Papa conceden a los fieles, al ordenar algunos sacerdotes especiales, sino un elemento esencial de las comunidades, que pueden recibir a nuevos creyentes y celebrar la memoria de Jesús. Por eso debo indicar que no es la jerarquía la que hace posible la eucaristía, sino al contrario: la misma eucaristía, celebrada por el conjunto de la comunidad, reunida en nombre de Jesús, hace posible el surgimiento de una comunidad donde los creyentes poseen y comparten dones diferentes, pero todos al servicio del mismo cuerpo eclesial (cf. 1 Cor 12-14) . ¡Y sin pedir permiso! Si nos lo pidiera querríamos detenerlo para que ciertas circunstancias duraran más, o acelerarlo para que otras pasasen más rápidamente. A veces queremos retenerlo, otras se nos escapa y aún hay quien dice que lo pierde. Qué misterio es el tiempo. El pasado ya no existe y el futuro no ha llegado.
Y el presente... bueno, igual ya se ha ido. En realidad sólo tenemos el presente en nuestras manos, al menos de alguna manera. Se alimenta del pasado, por eso nos dice José Antonio Marina que debemos escoger "qué pasado" queremos retener, y anticipa el futuro, siempre incierto, y a la vez lleno de posibilidades. El Eclesiastés ya nos indica que Todo tiene su tiempo. Es como si nos dijera que deberíamos saber discernir "cómo habitarlo" en cada momento. Los antiguos griegos tenían dos palabras para hablar del tiempo. Una es la palabra Cronos que se refiere al tiempo transcurrido de forma objetiva. Es el que marca el reloj, y es igual para todo el mundo. La otra palabra es Kairós y se refiere al "tiempo vivido", la manera subjetiva de percibirlo. No todos lo vivimos igual. El Cronos se padece, el Kairós se vive. El Cronos transcurre pero el Kairós es una experiencia. ¿Y a qué llamamos perder el tiempo? ¿se pierde de verdad? Indudablemente, el Cronos no se puede perder, pero el Kairós es otra cosa. Se suele identificar esa pérdida con "no hacer nada" o " haber empleado mal el tiempo". Muchos de nuestros contemporáneos piensan que para no perder el tiempo hay que llenarlo de actividades. Hacer muchas cosas en poco tiempo. Lo del "en poco tiempo" llega a ser una obsesión. Todo debe ser "Express", desde el café hasta las conversaciones. Ya no hay tiempo para pensar, por eso nos hemos inventado el Slogan, diseñado para que la gente reaccione, no que reflexione. Me gusta la expresión, "tomarse el tiempo necesario". Porque debemos habitarlo de la manera que más nos permita disfrutar de la vida. Como dijo alguien: No se trata de añadir años a la vida, sino de añadir vida a los años. Leí hace poco esta historia: Un filósofo estaba dando un paseo por la isla griega de Hidra. En su recorrido se encontró con un anciano que estaba sentado al borde de un camino que rodeaba un olivar. Observó que los olivos no estaban demasiado cuidados y que las olivas estaban la mayoría caídas en el suelo. Se acercó al anciano y le preguntó: - ¿Qué hace por aquí, amigo? - Disfrutando del sol, y del paisaje. - ¿Sabe a quién pertenece ese olivar? - Es mío. - ¿Y cómo es que lo tiene en ese estado? ¿Sabe lo que podría ganar con él? - No - Pues si lo cuida y trabaja en él todo el día, podría vender sus aceitunas y ganar mucho dinero. - ¿Para qué? - Pues.....para hacer lo que uno quiera en la vida Y el anciano respondió con una condescendiente sonrisa: - ¿como... venir a sentarme aquí y disfrutar del sol y del paisaje? Esta historia me desafía. ¿Cómo habito mi tiempo? ¿Estoy atrapado por la idea de que el tiempo se pierde? Quizás lo que he perdido es la capacidad de tomarme tiempo para contemplar, disfrutar y... amar. Porque para que la vida sea un auténtico Kairós debemos transcender el Cronos. Ir más allá del tiempo del reloj. Y si como dijo San Pablo, "el amor nunca deja de ser", entonces todo encuentro entre amigos, esposos, hermanos, todo acercamiento compasivo al necesitado, toda mirada del corazón, convierte mi tiempo en un instante de eternidad. La cuestión parecía resuelta y aquietada. Pero, no. Vuelven a oírse voces que reclaman pronunciamientos contundentes: en el aborto se daría siempre, desde el primer momento, la eliminación de un ser humano, un crimen.
No me cuesta suponer que esa afirmación puede expresarse de buena fe, como si fuera la única verdadera y, en consecuencia, toda acción abortiva se la considera reprobable. Digo que no me cuesta, porque el ser humano es limitado y multicondicionado y puede llegar a mantener como verdad lo que es un error. Mientras en la cuestión del aborto se utilice la costumbre y no el análisis, la obediencia y no la razón, la fe como instancia suprarracional y no como instancia compatible con la razón, no podremos presumir de una convivencia basada en normas sopesadas y acordadas por todos. Hoy, muchas normas del pasado las discutimos e incluso las modificamos porque conocemos mejor la realidad humana. Los avances científicos descubren aspectos ignotos, ahora conocidos, que imponen cambios y renovación. El tema del aborto desde siempre lo he visto flaquear por un fallo fundamental: suscita partidarios del sí y del no, sin pararse a averiguar el por qué de la divergencia. Todos estamos a favor de la vida, pero el sí unánime se rompe por suprimir el acto primero: averiguar de qué se trata. Y nos lanzamos a una disputa que no se sabe si es de convicción o manipulación. En el aborto ocurre una gran confusión, que hoy no debiera ocultarse. Y es lo que urge poner al descubierto: el aborto, propiamente hablando, se da cuando se frustra la vida de un individuo humano. ¿Cuándo ocurre esto en el proceso de gestación? ¿Se da desde el primer momento del cigoto? Esta es la cuestión, importante, y que requiere dilucidación. Tenemos que averiguar en qué momento el embrión queda constituido como ser humano. Hasta no esclarecer esto, difícilmente se aclararán otras cuestiones posteriores. De no hacerlo, continuaremos en el ámbito de la polémica estéril y de la condenación mutua, sin dar en el blanco. Procedo, por tanto, a plantear dos cuestiones: 1ª) Cuándo comienza la vida humana. 2ª). Cómo y quiénes en un Estado democrático y de Derecho tienen la responsabilidad de hacerlo y promulgarlo para todos. 1. Cuándo comienza la vida humana Desde el nuevo enfoque de la biología molecular, hoy se afirma por numerosos científicos que el genoma no es sustancia al modo aristotélico, ni es sujeto humano. Los factores genéticos son parte del embrión, pero no bastarían ellos para constituir un individuo humano: “La biología molecular ha llevado a su máximo esplendor el desarrollo de la genética, en forma de genética molecular. Pero, a la vez, ha permitido comprender que el desarrollo de las moléculas vivas no depende sólo de los genes” (Diego Gracia, Ética de los confines de la vida, III, página 106). Los genes no son una miniatura de persona. Tanto para el desarrollo como para la ética del embrión, la información extragenética es tan importante como la información genética, la cual es también constitutiva de la sustantividad humana. La constitución de esa sustantividad no se daría antes de la organización (organogénesis) primaria e incluso secundaria del embrión, es decir, hasta la octava semana: “Trabajos como los de Byme y Alonso Bedate hacen pensar que el cuándo (de la constitución individual) debe acontecer en torno a la octava semana del desarrollo, es decir, en el tránsito entre la fase embrionaria y la fetal. En cuyo caso habría que decir que el embrión no tiene en el rigor de los términos el estatuto ontológico propio de un ser humano, porque carece de suficiencia constitucional y de sustantividad, en tanto que el feto sí lo tiene. Entonces sí tendríamos un individuo humano estricto, y a partir de ese momento las acciones sobre el medio sí tendrían carácter causal, no antes” (Idem, páginas 130-131). Lógicamente, quien siga esta teoría puede sostener razonablemente que la interrupción del embrión antes de la octava semana no puede ser considerada atentado contra la vida humana, ni pueden considerarse abortivos aquellos métodos anticonceptivos que impiden el desarrollo embrionario antes de esa fecha. Esto es lo que, por lo menos, defienden no pocos científicos de primer orden (Diego Gracia, A. García-Bellido, Alonso Bedate, J. M. Genis-Gálvez, etcétera). La teoría expuesta establece un punto de partida común para entendernos, para orientar la conciencia de los ciudadanos, para fijar el momento del derecho a la vida del prenacido y para legislar con un mínimo de inteligencia, consenso y obligatoriedad para todos. Haciendo de esto una lectura desde la historia y cultura cristianas, comprobamos que nunca en el cristianismo existió posición unánime que afirmase que la vida se daba desde el comienzo. San Alberto y Santo Tomás eran de opiniones diversas y la diversidad se mantuvo hasta nuestros días. El mismo concilio Vaticano II aludió al tema (GS 51), pero se cuidó mucho de no pronunciarse sobre el cuándo se da la vida humana, confirmando lo que es opinión general entre teólogos. “No está en el ámbito del Magisterio de la Iglesia, el resolver el momento preciso después del cual nos encontramos frente a un ser humano en el pleno sentido de la palabra” (Bernhard Häring, Moral y Medicina, Madrid, PS, 1971, pp, 78-79). 2. Quiénes en un Estado democrático y de Derecho tienen la responsabilidad de hacerlo y promulgarlo para todos Si tenemos en cuenta lo dicho, entonces estamos en condiciones de poder alcanzar un acuerdo racional, científico y ético prepolíticos, porque la puerta de que disponemos para entrar en esa “realidad” es común a todos, y no es otra que la de la ciencia, la de la filosofía y la de la ética. Puerta que vale también para los que se profesan creyentes. En un Estado democrático, ninguna instancia civil o religiosa puede atribuirse el poder legislativo, como si dimanase de sí misma al margen de la realidad personal de los ciudadanos. La ética debe determinarse en cada tiempo mediando la racional y responsable participación de los ciudadanos, pues la razón con todo el abanico de sus recursos investigativos es la que, por tratarse de la dignidad humana y de sus derechos, nos habilita para llegar a ellos, explorarlos, entenderlos, valorarlos y acordarlos democráticamente. Por lo mismo, en el tema del aborto desde instancias científico-éticas se recorre un camino común, compartible por todos. Sin negar validez a los credos religiosos, podemos de esta manera convivir acordando entre todos lo mejor éticamente para cualquiera de los problemas que se planteen a toda comunidad civil. La competencia legislativa de la Sociedad y del Estado no significa que siempre exprese en sus leyes el contenido perfecto de la Moral. Pueden consensuarse normas democráticamente que, por circunstancias y razones varias, exijan un perfeccionamiento posterior y haya ciudadanos que, con todo derecho, así lo demanden. ¿Es un derecho de la mujer el derecho al aborto? Deseo referirme ahora al aspecto problemático del “ derecho” de la mujer al aborto. La realidad nos dice que la vida en gestación no es, propiamente hablando, una parte del cuerpo femenino. La gestación tiene como causa, aunque de manera diferente, a dos sujetos, varón y mujer, en una relación que sobrepasa la estricta individualidad e implica responsabilidad de ambos. En este sentido, cuando se dice que la mujer tiene derecho a decidir sobre su propio cuerpo, lo es en el sentido en que lo es toda persona: el propio cuerpo, si se lo conoce bien, marca propiedades, cualidades y exigencias que hay que respetar y que imponen límites a actuaciones que pudieran resultar irracionales o perjudiciales. Siempre la persona se distingue por obrar responsablemente. Pero la decisión cobra otro sentido cuando implica a una persona en situación de embarazo. Los derechos brotan siempre de la realidad de la persona. Un derecho es aquel que pertenece a la persona, en todo momento y lugar, en razón de su misma condición y dignidad. ¿Existe en alguna legislación el derecho al aborto como un derecho de la mujer? El embrión o feto no es una parte más del organismo femenino, una parte parasitaria, sino efecto de una relación de dos cuerpos y de dos voluntades, de dos personas. Otra cosas es con qué calidad y grado de conocimiento, amor y responsabilidad se lleva a cabo esa relación. En este sentido, creo que la acción abortiva no puede reclamarse como un derecho de la mujer, pues no versa sobre el cuerpo de la mujer sino sobre el efecto de una relación, que se llama embrión y sobre cuyo valor ontológico debe decidir la investigación humana, apoyada en las ciencias y en la ética. Para determinar si el aborto es un derecho de la mujer se precisa determinar el contenido de esa acción. Por otra parte, la configuración ética de la acción de abortar (finalizar el embarazo) tiene un significado que se enmarca en el contexto y evolución histórica de una Cultura, Sociedad, Religión y Estado. Cuando nacemos y entramos en sociedad todos participamos del código y normas que esa sociedad nos depara, irremediablemente. Y habrá normas diversas que reflejarán más o menos justicia, más o menos igualdad, más o menos patriarcalismo, etc. Y tarea de los ciudadanos será trabajar para que las normas desfasadas o injustas sean cambiadas y perfeccionadas. En esa historia registramos la realidad de la tiranía ejercida sobre la mujer por el patriarcalismo. Toda lucha será poca hasta lograr que la igualdad sea un hecho en las relaciones masculino-femeninas. Pero, tal empeño no implica, creo, la afirmación de que el aborto es un derecho de la mujer. Ciertamente, será la pareja quien decida en última instancia, pero el significado de la acción de abortar es lo que es y nadie lo puede anular o cambiar a su antojo. La realidad nos dice que el embrión no es una parte constitutiva del cuerpo de la mujer, sino otra cosa. Y, como he indicado antes, una cosa es el embrión hasta la octava semana, hasta ahí no sería todavía sujeto humano constituido; y otra es cuando ya pasa a ser feto (sujeto humano sustantivizado) a partir de la octava semana. Lo más importante, hacer innecesario el aborto Son muchas, ciertamente, las causas que pueden provocar el aborto. Pero, en una sociedad abierta y pluralista como la nuestra, que goza de información suficiente y de múltiples instancias educativas, no se entiende la magnitud que el aborto reviste en edades juveniles. Seguramente, son muchos los factores que inhiben en unos y en otros una tarea informativa y educativa obligatoria y a tiempo. Conocer esos factores y combatirlos sería la manera más eficaz de hacer desaparecer el aborto. Ahí, la sociedad entera (familia, escuela, medios, administración política…) tienen creo, la responsabilidad mayor. Apostar por la vida de todos Hago un canto a la vida y me sumo a todos aquellos que, de mil maneras, la defienden, la liberan y la protegen cuando de vidas humanas reales se trata. No obstante, me parece absurdo y contradictorio – y por eso lo denuncio- el hecho de que personas, sectores, movimientos y muchas instancias civiles salgan a defender con intransigencia una vida embrionaria y no adopten actitudes con parecido ardor y urgencia respecto a los miles y millones de vidas que, a diario, viene sacrificadas en el altar de la guerra, de la explotación, de la miseria, de la injusticia y esto en grados de alta crueldad y complicidad. Tras el relato del bautismo –inicio de la actividad pública- y de las tentaciones en el desierto –como marco simbólico de la misma-, Mateo sitúa a Jesús en Galilea, en concreto en Cafarnaún, que va a constituir el "centro de operaciones" en la primera etapa de la misión del maestro.
Según uno de sus objetivos manifiestos –mostrar que en Jesús se cumplen las profecías judías-, el autor del evangelio aplica a su maestro un bello texto de Isaías: es la "luz que brilla en las tinieblas". Parece que no podía haber encontrado un pórtico mejor para iniciar el relato. Inmediatamente después, se va a centrar en dos cuestiones decisivas: la proclamación condensada de su mensaje (el llamado kerigma) y la llamada de los primeros discípulos. Con respecto al mensaje, en cuanto a la forma, llama la atención que sea exactamente igual que el de Juan el Bautista (Mt 3,2), probablemente una señal más del interés de los primeros cristianos por presentar a Juan como uno de ellos. Por lo que respecta al contenido, presenta un doble acento: el anuncio de la cercanía del Reino y la correspondiente llamada a la "conversión" ("metanoia"): es necesario convertirse porque está cerca el Reino. ¿Qué puede significar eso para nosotros, hoy? Sabemos la lectura que se hace de esas palabras desde una consciencia mítica y desde el modelo mental, subrayando el aspecto espiritualista e individualista, tanto de la conversión como de la salvación. El mensaje, sin embargo, en inmensamente más rico y profundo: habla de novedad y de cambio. La novedad radica en el anuncio: la cercanía del Reino. Si por "Reino" entendemos, no una especie de "territorio" mítico, sino el secreto último de lo real, lo único capaz de responder a nuestro anhelo más profundo, porque constituye, en definitiva, nuestra identidad, podremos entender la "urgencia" y el "apremio" que se derivan de las palabras del sabio de Nazaret. Y parece claro que es a esto a lo que Jesús se refería: al "tesoro oculto" que, una vez descubierto, hace que uno se llene de alegría y se desprenda de todo con tal de lograrlo (Mt 13,44). Ese "tesoro", el único que realmente vale la pena –parece decir Jesús-, está ya a nuestro alcance. Únicamente necesitamos "verlo"..., y para eso necesitamos "convertirnos". El significado de la conversión se pone de manifiesto en el término griego utilizado: "Metanoia" ("meta-nous" = "más allá de la mente"). En contra de acepciones habituales en las predicaciones y los catecismos, que parecían atribuirle connotaciones de mortificación, remordimiento o incluso culpa, tal término apunta a algo más profundo. Se trata de una invitación a salir de la rutina de la mente –la inercia de lo ya conocido o la jaula de nuestros pensamientos, prejuicios y etiquetas-, para ser capaces de "ver de otra manera". Un "ver" que nos permita captar precisamente la realidad del Reino, es decir, aquello que constituye el Secreto de lo Real y nuestro Núcleo más profundo, aquello que las religiones han llamado "Dios" y que no es sino el Misterio Uno de todo lo que es. Al descubrirlo, experimentamos la Plenitud. Porque no es "Algo" separado que debamos lograr, sino nuestra identidad más profunda, el Fondo común y compartido con todos y con todo. Al descubrirlo, se sale de la ignorancia, la confusión y el sufrimiento. Pero únicamente podemos verlo si adoptamos la visión adecuada, es decir, si desarrollamos la capacidad que late, con frecuencia "dormida", en todos nosotros; a esa capacidad, que podemos llamar "inteligencia espiritual", el evangelio la llamaba "metanoia" o conversión. Desde el punto de vista teológico, es muy importante para Mateo dejar claro que Jesús comienza su actividad lejos de Judea, de Jerusalén, del templo, de las autoridades religiosas. Quiere desligar la actividad de Jesús de toda posible conexión con la institución. Y quiere dejar claro que la predicación de Jesús es continuación de la de Juan. También queda reflejada otra obsesión de Mateo. Estamos al comienzo del evangelio y ya ha repetido seis veces: "Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura".
No hemos tenido suficientemente claro que Jesús nunca se predicó a sí mismo, sino que el centro de su mensaje fue siempre el "Reinado de Dios". Es verdad que él se identificó totalmente con ese Reino, pero es muy conveniente tratar de ver la diferencia. La predicación de Jesús es fruto de una profunda experiencia humana. La importancia de Jesús estriba en que fue la más fiel manifestación del Reino que es Dios. Mateo habla de "el Reino de los Cielos", los demás evangelistas y también alguna vez Mateo, hablan de "el Reino de Dios". Con las dos fórmulas se quiere expresar la misma realidad. A los judíos les resultaba violento emplear la palabra Dios, por eso empleaban circunloquios para evitarla. Uno de ellos era esta expresión "los Cielos". Sería el ámbito de lo divino, la divinidad. En los escritos más tardíos del NT se habla del Reino de Cristo. Esa expresión es muy peligrosa porque nos puede hacer pensar que Jesús es la meta y olvidarnos de Dios, como acabamos de señalar. Hoy podemos asegurar, que el núcleo de la predicación de Jesús, fue "El Reinado de Dios". Es curioso que Mateo ponga en boca de Jesús, al iniciar su predicación, exactamente la misma frase que había puesto en boca de Juan Bautista: "Arrepentíos, está cerca el Reino de los Cielos". Esto no quiere decir que la predicación de Juan y de Jesús sea idéntica. Juan entiende la frase desde la perspectiva del AT. Jesús le da una significación nueva. Juan pone el énfasis en el arrepentimiento. Jesús acentúa la presencia liberadora de Dios. Lo contrario del Reino de Dios no es el reino de Herodes sino el "ego-ismo". La primera palabra de esa frase es ya una dificultad. El primer significado de "metanoeo", (de donde viene "metanoia") significa originariamente cambiar de opinión, y también rectificar y de ahí, cambiar de mentalidad, cambiar de rumbo. Al traducirlo por arrepentirse, damos por supuesto que la actitud anterior era pecaminosa. Pero también se puede cambiar de una opinión buena a otra mejor. Por no tener esto en cuenta, damos por supuesto que sólo se tiene que convertir el "pecador". Este error nos ha llevado a una concepción completamente maniquea de la vida espiritual. Convertirse es rectificar la dirección que llevo, cuando me he dado cuenta de que la meta no está en la dirección que mantengo sino en otra. El esfuerzo debe orientarse a descubrir lo que me hace más humano, que es la meta. Debemos tener en cuenta que muchas veces no es posible descubrir que una senda es equivocada, hasta que no la hemos recorrido. Por eso el rectificar es de sabios como decían los antiguos. Es muy difícil concretar lo que entendió Jesús por Reino de Dios. Nunca se explica su significado en los evangelios. Seguramente ese significado se iría desvelando a través de toda su vida. Es muy probable que partiera del significado que tenía para los judíos de su tiempo y que fuera enriqueciendo la idea con su experiencia. También es muy probable que pensara en una llegada inmediata de ese Reino. La palabra griega "basileya" se refiere en primer lugar, al poder ejercido por el soberano, no al territorio ni a los súbditos. Sería más acertado traducirlo por "Reinado de Dios". Es imposible entender esta expresión si no salimos de la idea de un dios soberano, todopoderoso que desde su trono del cielo gobierna el universo entero. Mientras no superemos ese dios arcaico, no habrá manera de entender el mensaje de Jesús. Dios es Espíritu. Cuando decimos: "reina la paz", "reina la oscuridad" o "reina el amor", no pensamos en entes que están dominando alguna parte de la realidad sino en un ambiente, en un medio inmaterial en el que se desarrolla la realidad. Esta idea es una pista para comprender la frase y escapar del peligro de materializar a Dios. Reinado de Dios, quiere decir que el ser humano debe desarrollarse por lo que tiene de espiritual, que el ámbito de lo divino está presente en lo humano y constituye su atmósfera y su fundamento propio. El Reino es una atmósfera en que las relaciones verdaderamente humanas, conmigo mismo, con los demás, con las cosas son posibles. Juan dijo: "Él bautizará con Espíritu Santo". Siempre que el hombre se deja mover por el Espíritu y actúa desde él, está haciendo presente lo divino. No se trata de que Dios en un momento determinado de la historia haya decidido establecer una relación nueva con los hombres. Con la venida de Jesús no ha cambiado nada por parte de Dios. Él ha estado siempre inundándolo todo. Lo que ha cambiado es la toma de conciencia de esa realidad y la actitud de los hombres ante ella. Entrar en el Reino es tomar conciencia de esa realidad de Dios en mí e inmediatamente actuar en consecuencia. La dinámica del Reino se despliega de dentro a fuera. En el evangelio de hoy está muy clara esta dinámica. Primero propone lo que Jesús decía, pero termina el relato diciendo que, eso que decía, lo practicaba. "Y recorría toda Galilea enseñando en la sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando todas las enfermedades y dolencias del pueblo". Un cristianismo que no me empuje a darme a los demás, no tiene nada que ver con Jesús. El Reino se manifiesta en el que "cura", no en el curado. Es Jesús el que hace presente a Dios, no el cojo o el ciego cuando dejan de serlo. El Reinado de Dios, que Jesús predica y vive, significa la radical fidelidad y entrega de Dios al hombre. Por lo tanto la realidad primera de ese Reino la constituye Dios que se derrama y se funde con cada ser humano. No es una realidad que hace referencia en primer lugar al hombre, sino a Dios. El hombre debe descubrirla y vivirla. Dios no hace un favor al hombre, sino que responde a su ser, que es amor. Esto es un evangelio, es decir, "buena noticia". Es ridículo creer que Dios nos ama por ser buenos. El hombre, para ser fiel a Dios no tiene que renunciar a sí mismo, al contrario, la única manera de ser él mismo, es descubrir lo que Dios es en él. Por eso no puede haber otra perspectiva para el ser humano. En cuanto pone su fin fuera de Dios (fuera de si mismo), el hombre falla estrepitosamente a su verdadero ser. Ya no hay posibilidad de ser fiel ni a Dios ni a sí mismo, de una manera extrínseca, cumpliendo unas órdenes que vienen de fuera. Solamente si soy fiel a mí mismo puedo ser fiel a Dios. No debemos caer en la tentación de identificar el Reino de Dios con la Iglesia, entendida como organización. "Jesús predicó el Reino de Dios pero nació la Iglesia". Esta frase tan repetida debería hacernos pensar. El Reino de Dios no podemos identificarlo con ninguna organización social, política o religiosa. Recordemos que Dios es Espíritu y es imposible detectarlo directamente por los sentidos. Ahora bien, ese Reinado de Dios siempre se manifiesta en las relaciones entre los seres humanos. El reinado de Dios se hace presente en todo ser humano que actúa como tal. Debemos comprender y aceptar que el cristianismo no tiene el monopolio de lo humano. Lo que importa es el hombre. Meditación-contemplación ¿Arrepentirse o rectificar? Es muy difícil entrar en la dinámica de conversión sin caer en el sentimiento de culpabilidad. Pero la culpabilidad nos hunde en la miseria y nos hace entrar en una falta de autoestima nefasta. ....................... El punto de partida es una toma de conciencia: soy un diamante, pero lleno de impurezas adheridas. Tal como me encuentro, estoy impresentable. Pero el valor absoluto ya está ahí, aunque camuflado. ........................ Mi tarea es limpiar, tallar, pulir; pero nada que añadir. Está ya todo ahí, porque está Dios el Absoluto. Si eres capaz de eliminar lo que no es Dios, aparecerá lo divino en todo su esplendor. Eso eres tú. Galilea
Mateo hace una lectura de la historia en clave de 'cumplimiento'. Fiel a este planteamiento general de su evangelio, sigue diciendo: "Éste es el que anunciaron los profetas". Aplica a Jesús la "profecía" de Isaías. Lucas (4,16) pone en boca de Jesús esta misma interpretación cuando, en la sinagoga de Nazaret, lee a Isaías y se lo aplica a sí mismo. (Marginalmente, es bueno recordar que la insistencia de los evangelistas en que Jesús es galileo es un dato fuerte en favor de su historicidad: Galilea es considerada medio pagana -Galilea de los gentiles-, es zona despreciada -¿de Nazaret puede salir algo bueno? – y no figura en los Profetas como cuna del Mesías... Es decir, nadie inventaría algo tan perjudicial para la figura del Mesías.) Los cuatro evangelistas constatan el principio de la vida pública de Jesús en Galilea. Los discípulos, después de la Resurrección, se considerarán "testigos" de todo lo que hizo y dijo "desde el principio", desde Galilea. Galilea viene a ser como la patria espiritual de la primera comunidad. Aunque esté en Jerusalén, Jesús resucitado les citará para Galilea. A pesar de las dificultades y las oposiciones, Galilea, el lago, serán una época dorada, de entrañable recuerdo... en contraposición a Jerusalén y el Templo, donde la oposición de "el mundo" acabará por llevar a Jesús a la cruz. El Reino "Convertíos, que ya está aquí el Reino". Así empieza Jesús. Son sus primeras palabras, con dos centros: conversión y el Reino, que se pueden juntar: "cambiaos al Reino". Primer planteamiento: lo de Jesús es para cambiar. Y para cambiar a mejor. Se sale de la esclavitud al reino, se sale de vivir como esclavos enfermos y ciegos a ser reyes, libres. Por eso hablamos de Buena Noticia, de una noticia (=novedad) y buena (=estupenda). La llamada "Venid y seguidme: inmediatamente dejaron sus redes y le siguieron" Sabemos que los relatos de la elección de los doce están modificados. En el cuarto evangelio tenemos otros detalles muy distintos de esa misma "vocación". Por tanto, esto no sucedió exactamente así. Se trata aquí de mostrar "la elección y la respuesta", tema básico en el Reino. Dios ofrece un camino y el hombre acepta la propuesta de Dios. "Seguir a Jesús" es consagrar la vida al Reino. "Vende lo que tienes y sígueme". Vender lo que se posee puede tener el significado real de dejarlo todo... Esta será una manera concreta de servir al Reino. Pero todo el que sigue a Jesús "lo vende todo", es decir, ya no tiene nada más que para el Reino. Aunque siga en su misma vida, todo lo que tiene habrá cambiado de significado. Ya no será para sí mismo, sino un medio para el Reino. "Pescadores de hombres". Es un símil que hoy nos gusta poco, porque parece que entraña "engañar al pez y sacarlo de su medio natural". No es ése el sentido. En realidad no hay que buscar sentido teológico al símbolo de pescar. Simplemente Jesús se dirige a pescadores y les dice que van a ser algo mucho más importante, que su vida es para más que eso. Una interpretación ingeniosa y verdadera: "dejaron las redes y le siguieron": seguir a Jesús es una liberación. En realidad lo que se deja es sólo redes, lo que nos apresa, lo que no nos deja ser libre, Seguir a Jesús es liberarse de esas redes, en semejanza con la parábola del tesoro, con el episodio del joven rico... Es una interpretación estimable, pero no parece que exista tal intención en el relato del evangelista. La actividad de Jesús Es una descripción total de Jesús: cura y enseña: proclama la Buena Noticia y la hace presente con la salud que se devuelve a los necesitados. El relato es como una síntesis global de la actividad futura de Jesús, incluido aquí como un "resumen programático", escrito por alguien que conoce cómo será su futuro. Este texto es muy importante, y más aún colocado aquí, en la presentación del trabajo público de Jesús. Jesús está mostrando cómo es la acción de Dios en el mundo: proclamar la buena noticia, curar. Los dos símbolos básicos de Jesús, que revelan quién y cómo es Dios para nosotros: médico y luz. Por eso adquieren tanta importancia simbólica los relatos de curación de ciegos, hasta el punto de que el cuarto evangelio convierte la curación del ciego de nacimiento en uno de los ejes del mensaje, conectándolo con el tema "la luz y las tinieblas" que es una de sus líneas temáticas fundamentales. Luz y salud: palabra y curación. Es el oficio constante, exclusivo, de Jesús en Galilea. Descubriremos que esta imagen de Jesús por Galilea es la revelación del Padre, si aplicamos consecuentemente las expresiones básicas de nuestra fe: "Dios estaba con Él" "El hombre lleno del Espíritu" "El Hijo nos lo ha dado a conocer" El Padre es luz y salud, palabra y curación. Es el corazón de la Buena Noticia. En ese Dios creemos. Creemos en un solo Dios, el Padre. Somos cristianos si creemos en el Dios de Jesús, en Dios para la salud, en Dios para la vida. Se nos han presentado, en el principio de la vida pública de Jesús, los parámetros fundamentales de toda la existencia cristiana, las líneas básicas de la Buena Noticia: quién es Dios y quiénes somos nosotros. La presentación de Jesús como "el Hijo", el "hombre lleno del Espíritu" quiere decir que viéndole podemos conocer a Dios. Esa es la primera piedra de la fe cristiana: acceder a Dios a través de Jesús, ver a Dios en Jesús. Ver al Espíritu de Dios trasformando a Jesús en el Hijo significa que sabemos también cómo es el ser humano como Dios lo sueña. En Jesús podemos contemplar a Dios y contemplarnos a nosotros mismos. Y Jesús empieza por invitarnos a cambiar, a convertirnos, a abrirnos al Reino. La predicación de Jesús es: "Ya está aquí el Reino, convertíos". Convertirse es cambiar, cambiar desde el fondo, mirar a otros objetivos, adoptar otros valores. Se ofrecen como valores y objetivos los del Reino, es decir, la Voluntad de Dios, la Salvación. Y es éste uno de los tests más significativos de nuestra vida cristiana: ¿Cambias o estás siempre igual? ¿Eres caminante o estás anclado en lo de siempre? ¿Te estás convirtiendo constantemente en algo nuevo y mejor? Una vez más las parábolas "vegetales" nos dan las pistas correctas. ¿Cómo va la semilla, va creciendo? ¿Cómo va la masa, va siendo fermentada por la levadura? ¿Hay frutos de tu árbol? En resumen, y aplicando literalmente la palabra "conversión": ¿en qué se está convirtiendo tu vida? El llamamiento a la conversión va unido al llamamiento a la misión, a ser, como Jesús, salvadores. Así queda definida la vocación de la iglesia, de nosotros la iglesia: pasar haciendo el bien, curar, ser luz, ofrecer salud y claridad... Con la sencillez del que sabe que no da lo suyo, sino lo que ha recibido, con la urgencia del que sabe que no lo ha recibido por privilegio, sino para darlo. No pocas veces hemos restringido el llamamiento a unos pocos, los sacerdotes, los religiosos: esos deben dejarlo todo, esos tienen una misión. Pero Jesús está llamando a todos. Somos la Iglesia los que queremos aceptar la llamada de Jesús, los que queremos que toda nuestra vida sea Misión. Unos desde el matrimonio, otro desde el celibato; unos poseyendo, otros renunciando; unos dedicados a la vida contemplativa, otros trabajando en las faenas cotidianas... todos siguiendo a Jesús y trabajando por el Reino: por ser el Reino, por convertirse al Reino y por anunciar el Reino, convertir el sueño de Jesús en una realidad. Hoy podríamos situarnos en el lago y sentirnos llamados por Jesús, personalmente. Quizá no estoy llamado a cambiar los modos exteriores básicos de mi vida: pero es seguro que Jesús me llama a cambiar de criterios, de valores y de estilo: es seguro que Jesús me ofrece que toda mi vida sea Misión, que todo tenga valor para el Reino. ¿De dónde se sacan estos prelados tan rotundas afirmaciones desprovistas de todo rigor cuando afirman que la homosexualidad es una deficiencia? Porque si se fundan en pasajes evangélicos o bíblicos o en ocurrencias de santos, todo el mundo sabe a estas alturas que en esos textos hay de todo y para todo, y que sirven tanto para apoyar un principio o su contrario…
Cuando se habla de normalidad, se parte de una referencia que es el número de cantidad que sirve de modelo. Por el contrario, deficiencia es privación congénita o mutilación posterior de un atributo presente en el ser “normal” o completo, medida su completitud por el número mayor conocido de “normales”. De modo que o todos los seres son incompletos o todos son completos. Si no fuese así, podríamos llegar a decir, por ejemplo, que el macho padece de incomplentitud, de una deficiencia respecto a la hembra habida cuenta la incapacidad o “deficiencia” del macho para alumbrar seres a la vida. Por ello la aportación del semen a la fabricación de vida no es suficiente como para arrogarse el macho el derecho a pronunciarse sobre el asunto, y menos para coaccionar a la hembra a hacer o a no hacer lo que no quiera hacer con “su” embrión. A fin de cuentas el semen es prácticamente impersonal, puede ser de cualquiera, mientras que el vientre que aloja al ser por venir sólo puede ser “ése”. De aquí el aserto irrefutable latino “mater certa est”, la madre siempre es cierta, el padre no. De lo que no hay es razón suficiente para negar que, como muchos pensamos, todos somos ónticamente perfectos en nuestra precisa mismidad, y que los defectos o deficiencias que se predican son sólo sociales, de costumbres o doctrinarios… Pues en la naturaleza hay de todo. Sentenciar como normalidad o anormalidad lo que existe, sólo puede explicarse por el número de los seres iguales y el número de los seres desiguales a ellos. Y no hay datos fiables del número de los homosexuales en cada sociedad y en el mundo. Cualquier cuantificación o módulo de valoración está abocado a ser falso o cuanto menos lo suficientemente impreciso como para no permitir pronunciamientos que equivalgan a preferencias personales. Porque aun la heterosexualidad muta a menudo en la naturaleza según condiciones y coyunturas. Otra cosa es la perversión: lo que abandona su ser para convertirse en otro “ser” que no es conforme a su “natural” naturaleza. Pues bien la perversión abunda tanto o más que la supuesta anormalidad de los desiguales. Y en este sentido, una suerte de perversión es, por ejemplo, el celibato. La decisión de abstenerse de relación sexual por una idea previa pretendidamente “superior”, sublimada y sin revocación, es una deficiencia mental. Celibato es consagrar la vida a una hipótesis: la de la existencia de un dios antropomórfico, haciendo caso omiso de paso y en último término de su consejo de que “no es bueno que el hombre esté solo”. Y más deficiencia todavía, si el sacrificio de la sexualidad natural lo fuese a otra hipótesis: la de un dios que pueda ser simplemente una ecuación aritmética o un principio dinámico o en reposo pero en cualquier caso filosófico de la existencia toda de este mundo y del universo… “No es lo mismo aborto que interrupción de gestación” por: Juan Masiá, teólogo y bioeticista1/23/2014 No es lo mismo aborto que interrupción de gestación. Tampoco es lo mismo, decía santo Tomás, la mentira y el falsiloquium, ya que mentira sería por definición falsear injustamente la verdad cuando se está obligado a decirla ante quien tiene derecho a preguntarla. Puede haber ocasiones en las que sea irresponsable no interrumpir una gestación antes de que sea demasiado tarde para hacerlo sin que sea injusto contra el feto.
Si aborto es la interrupción injusta e irresponsable de un embarazo, no toda interrupción voluntaria del embarazo constituye un aborto en el sentido moralmente negativo de este término. Hay casos en que la decisión de interrumpir un embarazo es precisamente para evitar un aborto. Por ejemplo, cuando una pareja reconoce que, por serias razones, no se puede responsabilizar de dar a luz y criar una criatura (por ejemplo, en casos de malformaciones muy graves y en el contexto de una sociedad que no ayuda con leyes eficaces a proteger la dependencia ), en vez de decir que tiene derecho a abortarla, debería decirse que tiene responsabilidad de interrumpir en sus primeras fases el proceso de gestación antes de que su interrupción se convierta en un aborto. Interrumpirían, en ese caso, responsablemente un embarazo precisamente para impedir un aborto. Interrumpirían el proceso emergente del embrión durante las primeras fases antes de completarse la constitución del feto. (Para entender esto hay que entender en biología lo epigenético y hay que contar con una filosofía emergente y procesual, en vez de mitificar el mal llamado “momento de la concepción”, que no es momento, sino proceso). Pero, lamentablemente, en los debates sobre el aborto en el estado español, llama la atención la belicosidad de dos posturas extremas: la de quienes pretenden dar muestras de identidad religiosa mediante prohibiciones legales y la reacción contraria por parte de quienes identifican a ultranza la permisividad incondicional con tomas de posición no religiosas. Aún se empeora más la tensión entre ambos extremos cuando se considera a los primeros como únicos abanderados del derecho a la vida, y a los segundos como monopolizadores del derecho a decidir. Veo incorrectos ambos extremos. Ojalá valiese la presunción de que ambos comparten la postura pro-persona, para proteger por igual el bien jurídico de madre y feto. No ayudan para un debate sereno los planteamientos dilemáticos en términos de sí o no, blanco o negro, como, por ejemplo: “¿por la vida o contra la vida?”, o “¿por la madre o por el feto?”, y otras disyuntivas semejantes que conducen a un callejón sin salida. Esas disyuntivas condicionan el debate desde el principio como si fuera un enfrentamiento entre dos reclamaciones absolutas sin excepciones: los “guerreros del antifaz” contra los “guerreros sin antifaz”. Pienso que el planteamiento no debe ser disyuntivo en cualquier hipótesis, sino de búsqueda de alternativas en situaciones de conflicto. La pregunta es: ¿Cuándo, con qué condiciones y limitaciones es responsable, justa y justificada la decisión autónoma de la mujer que opta por acoger la vida naciente o que se encuentra en la situación de tener que decidir la interrupción del proceso de su gestación? Cualquier legislación que se adopte deberá siempre garantizar la seguridad jurídica y los límites éticos para que dicha decisión autónoma reúna la triple condición de ser responsable, justa y justificada. Cuando preguntaban, en 2010, parlamentarios o parlamentarias (de una y otra bancada, de gobierno y oposición) si podían votar en conciencia la ley de salud sexual y reproductiva, había que responderles: “Votar en conciencia significa que ni la afiliación política de partido ni la pertenencia confesional religiosa condicione el estar a favor o en contra. Puede haber en ambos lados del arco parlamentario, tanto quienes estén a favor como quienes estén en contra, por razones ético-legales (también científicas), y no por presiones ideológicas, ya sean político-partidistas, religiosas o irreligiosas”. Lo mismo habrá que responder si nos repiten la pregunta cuando se presente un posible proyecto de modificación de la citada ley. Una ley de apariencia restrictiva puede, de hecho, favorecer sutilmente su aplicación permisiva, cuando se la interpreta en un contexto social favorable a la hipocresía moral bajo capa de legalidad. Podrá aducirse como ejemplo la práctica ambivalente del recurso al dictamen médico para cerciorarse del riesgo de un embarazo para la salud de la gestante con el fin de acogerse al correspondiente supuesto despenalizador. Pero prefiero citar el caso insólito del recurso al supuesto de motivación económica en la legislación japonesa, porque pone de manifiesto la ambigüedad de algunas despenalizaciones y la hipocresía de algunas penalizaciones. Una abogada japonesa ha demandado al Estado, solicitando que se dicte sentencia (para condenarla o para absolverla con indemnización) por la interrupción del embarazo que le fue practicada en la 18 semana de gestación. La ecografía había detectado notables anomalías en un feto previsiblemente inviable y esta gestante accedió a la recomendación médica de interrumpir el embarazo. Otra opción que le ofrecían era aguardar el fallecimiento fetal antes del alumbramiento. Sin embargo, tanto retrasar la interrupción como aguardar al alumbramiento de un feto fallecido, conllevaba riesgos graves. Finalmente, ella accedió a la recomendación de interrumpir el embarazo antes de que fuera demasiado tarde, como explica ella misma respondiendo a una entrevista en el semanario Aera (7-I-2013) . El certificado de “nacimiento sin vida”decía: “Alumbramiento artificial de feto sin vida, a petición de la gestante, por indicación económica, de acuerdo con la ley de protección materna”. La gestante no podía firmarlo, ni justificar su aborto por “indicación económica”. Su motivación se debía a las anomalías fetales. El médico le recordó lo que, como abogada, ya sabía ella: la ley japonesa no admite la indicación por malformaciones. Las clínicas japonesas, para evitar el delito, registran la operación como “aborto por indicación económica”, admitido por la “ley de protección materna”. Desde que se promulgó (1996), jamás se han condenado abortos por malformaciones, aunque los avances en diagnóstico prenatal los incrementan; pero se salvan las apariencias, certificando “abortos por indicación económica”. “No estoy en penuria, decía la gestante, ni abortaría por ese motivo; lo hice previendo las dificultades de supervivencia del feto. Sería hipócrita aducir la razón económica”. Tal hipocresía favorece el doble estándar: una penalización, en apariencia estricta, condena el aborto por malformaciones; pero el sistema sanitario, de hecho, la infringe, acogiéndose a la indicación económica. La hipocresía social -fomentada en el caso de Japón por una ley que, con apariencia menos permisiva, ampara veladamente su violación-, es un caso paradigmático que nos hace pensar. "Necesito poco, y lo poco que necesito, lo necesito poco":
(Francisco de Asís)]. Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero tiene el corazón y la cabeza más sanos que he conocido y cada día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida. Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan. Rechazo el cinismo de una sociedad que solo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que solo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser. Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan solo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila. También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Solo quiero eso. Casi nada o todo. |
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