¿De dónde se sacan estos prelados tan rotundas afirmaciones desprovistas de todo rigor cuando afirman que la homosexualidad es una deficiencia? Porque si se fundan en pasajes evangélicos o bíblicos o en ocurrencias de santos, todo el mundo sabe a estas alturas que en esos textos hay de todo y para todo, y que sirven tanto para apoyar un principio o su contrario…
Cuando se habla de normalidad, se parte de una referencia que es el número de cantidad que sirve de modelo. Por el contrario, deficiencia es privación congénita o mutilación posterior de un atributo presente en el ser “normal” o completo, medida su completitud por el número mayor conocido de “normales”. De modo que o todos los seres son incompletos o todos son completos. Si no fuese así, podríamos llegar a decir, por ejemplo, que el macho padece de incomplentitud, de una deficiencia respecto a la hembra habida cuenta la incapacidad o “deficiencia” del macho para alumbrar seres a la vida. Por ello la aportación del semen a la fabricación de vida no es suficiente como para arrogarse el macho el derecho a pronunciarse sobre el asunto, y menos para coaccionar a la hembra a hacer o a no hacer lo que no quiera hacer con “su” embrión. A fin de cuentas el semen es prácticamente impersonal, puede ser de cualquiera, mientras que el vientre que aloja al ser por venir sólo puede ser “ése”. De aquí el aserto irrefutable latino “mater certa est”, la madre siempre es cierta, el padre no. De lo que no hay es razón suficiente para negar que, como muchos pensamos, todos somos ónticamente perfectos en nuestra precisa mismidad, y que los defectos o deficiencias que se predican son sólo sociales, de costumbres o doctrinarios… Pues en la naturaleza hay de todo. Sentenciar como normalidad o anormalidad lo que existe, sólo puede explicarse por el número de los seres iguales y el número de los seres desiguales a ellos. Y no hay datos fiables del número de los homosexuales en cada sociedad y en el mundo. Cualquier cuantificación o módulo de valoración está abocado a ser falso o cuanto menos lo suficientemente impreciso como para no permitir pronunciamientos que equivalgan a preferencias personales. Porque aun la heterosexualidad muta a menudo en la naturaleza según condiciones y coyunturas. Otra cosa es la perversión: lo que abandona su ser para convertirse en otro “ser” que no es conforme a su “natural” naturaleza. Pues bien la perversión abunda tanto o más que la supuesta anormalidad de los desiguales. Y en este sentido, una suerte de perversión es, por ejemplo, el celibato. La decisión de abstenerse de relación sexual por una idea previa pretendidamente “superior”, sublimada y sin revocación, es una deficiencia mental. Celibato es consagrar la vida a una hipótesis: la de la existencia de un dios antropomórfico, haciendo caso omiso de paso y en último término de su consejo de que “no es bueno que el hombre esté solo”. Y más deficiencia todavía, si el sacrificio de la sexualidad natural lo fuese a otra hipótesis: la de un dios que pueda ser simplemente una ecuación aritmética o un principio dinámico o en reposo pero en cualquier caso filosófico de la existencia toda de este mundo y del universo…
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