El 29 de setiembre la Iglesia celebra la festividad de los arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel. Pensando en ello, me he retrotraído a los tiempos de mi infancia; concretamente a las clases de religión en la escuela del pueblo y a la “doctrina” en la iglesia. Eso de la “catequesis” llegaría con el concilio Vaticano II. Eran tiempos de nacionalcatolicismo y, por tanto, todo estaba supeditado a la influencia, en el mejor de los casos, o al poder que la Iglesia ejercía en nuestro país. La religión, y más en concreto el catecismo, había que sabérselo de memoria (en lenguaje de hoy lo habríamos denominado asignatura troncal). Ello era llevado a cabo en la escuela por el maestro de turno. La iglesia, la parroquia del pueblo en la persona del sacerdote del momento, era la que se encargaba de enseñar a todos los niños y niñas lo que se conocía como Historia sagrada: pasajes del Antiguo Testamento y la vida de Jesús.
Recuerdo muy bien que en una de estas sesiones nos explicó el sacerdote el tema de los ángeles y su estructuración en jerarquías. Si no me falla la memoria, yo diría que eran nueve. Baste decir que todo ello respondía a la visión cósmica existente respecto al universo y a la imagen de un dios soberano de quien emanaban todos los poderes (era sobre todo y fundamentalmente un dios omnipotente y todopoderoso). Un dios lejano y distante, cuyas criaturas estaban debajo de él y le debían absoluta obediencia, veneración y respeto. Entre medias estaba otro grupo formado por los coros angélicos. De ellos, los arcángeles eran los que ocupaban el penúltimo puesto en inferioridad. Estaban al servicio directo de Yahvé para cumplir misiones especiales. De entre estos arcángeles, los mas destacados eran, sin duda, Miguel, que capitaneó la derrota infringida a Satán y a los ángeles rebelados contra Yahvé. Rafael, que acompañó a Tobías en su viaje y le aconsejó en todo momento en nombre de Yahvé. Y, finalmente, Gabriel, cuya función era la de llevar a cabo misiones especiales, buenas noticias concretamente. Anunció a Zacarías el nacimiento del Bautista y a María que sería la madre le Mesías. Como se desprende de lo anterior, la visión de los coros angélicos, de los arcángeles en este caso, responde a una visión cosmológica y a una estructuración jerárquica tanto celeste como terrenal según el lenguaje simbólico de la Biblia; de manera particular del Antiguo Testamento. Así las cosas, la pregunta que surge es si se puede, o mejor quizás, si tiene sentido seguir hablando hoy de ángeles en un mundo con una visión y un lenguaje totalmente diferente, incluso opuesto en muchos casos a los de entonces; y también con una concepción de Dios que nada o muy poco tiene que ver con la que tenía el Antiguo Testamento. Sin dejar de lado el simbolismo propio de los arcángeles, concretamente de estos tres, creo que tiene sentido, y mucho, seguir hablando hoy día de personas, grupos, etc., que continúan ejerciendo, y de qué manera, las mismas funciones que realizaron aquellos ángeles, concretamente los tres mencionados; entendidas estas funciones desde el lenguaje alegórico de la Biblia, pero aplicadas al mundo y a la sociedad de nuestros días. Más aún; ángeles y funciones que traspasan las creencias y, por lo mismo, ejercidas por todo tipo de hombres y mujeres que, a su vez, van a estar al cuidado también de todo tipo de gente, sin distinción ni diferencia. Creo que es de justicia destacar el hecho que continúa habiendo los “Miguel”, no sé cuántos, en nuestros días. Hombres, mujeres, grupos e instituciones, sin violencia física, sino todo lo contrario, sirviéndose de las palabras y las obras para intentar erradicar el sufrimiento que producen en tantos pobres la falta de educación, de sanidad y de condiciones de vida digna. Baste recordar cuántos países y zonas concretas de otros carecen de infraestructuras elementales: viviendas mínimamente dignas, acceso al agua potable, a la alimentación y a otros servicios fundamentales para tener salud. Mujeres y hombres comprometidos contra las numerosas esclavitudes modernas, como pueden ser, entre otras, la trata de blancas, la explotación sexual de adultos y menores, la explotación del trabajo infantil. Personas que han hecho de la erradicación de la violencia de género, de la desaparición de la desigualdad social y de la discriminación por motivos de sexo, ideología u otras toda su razón de vivir. En fin; la lista podría ser felizmente larga. También del acompañamiento de los “Rafael” es de justicia hablar. Por mencionar algunos casos concretos, traer a colación todos esos hombres y mujeres, de edades muy distintas, por cierto, que dedican parte de su tiempo a estar con quienes se encuentran solos/as y/o abandonados/as. Voluntarios que dedican una parte de su tiempo a compartirlo con personas mayores que, por una razón u otra, se encuentran pasando la última etapa de su vida en una residencia. O a quienes pasan las horas y los días solas y solos en casa, limitados por razón de salud y/o con movilidad limitada. Mención especial habría que hacer de quienes han decidido dedicarse como personas voluntarias al mundo de la cárcel. Creo que es más que plausible la labor que hacen estos hombres y mujeres: nada menos que infundir esperanza, cuando precisamente es lo primero que se pierde cuando alguien entra en uno de esos centros. A veces no hace falta la presencia física; también desde la distancia se puede acompañar a quienes se encuentran solas y solos. Quien conozca el Teléfono de la Esperanza podrá dar razón de lo que este medio aporta a personas que viven la soledad física, mental y psicológica. Finalmente, no podemos dejar de hablar de los “Gabriel”. Las buenas noticias que tanto hacen falta en medio de desánimos, amenazas de todo tipo y de malos agoreros encargados de esparcir miedo como el instrumento más propicio para dominar y subyugar, si fuera necesario, a la gente y al pueblo en general. Son esas personas que, sin ocultar en ningún momento la realidad, por muy cruda que pudiera ser, hacen lo que pueden y más para infundir dosis de esperanza, sin las cuales la utopía se acaba y resulta casi imposible seguir caminando. Se me ocurre pensar, en el plano de la religión y de la fe, en esos teólogos y teólogas que no escatiman tiempo ni trabajo de cara a borrar una imagen de Dios opresora y terrorífica, para cambiarla por un Dios que ama y perdona sin condiciones. Que no es poco para quienes intentamos andar el camino de la fe cada día. Y todo esto de los ángeles de hoy no es algo que se le ha ocurrido a alguien y ya está. El sentir popular lo viene haciendo desde siempre, calificando precisamente como ángeles a personas que han llevado a cabo alguna de estas acciones; en algún caso de manera un tanto extraordinaria. Me viene a la mente el caso de Elisabeth Eidenbenz que consiguió salvar del horror de los nazis a numerosos niños y niñas. Tal fue su compromiso con esta causa que recibió precisamente el calificativo de “Ángel de Elna”.
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Siguen adelante los trámites parlamentarios sobre la ley de eutanasia que afecta a las personas con una enfermedad “grave e incurable" o, en su caso, "crónica e invalidante" y que provoque un sufrimiento "intolerable". La finalidad legal de la proposición de ley es hacer compatibles el derecho a la vida y el derecho a "la dignidad, la libertad o la autonomía de la voluntad", según consta en el preámbulo del texto y desde la base al derecho a una buena muerte.
Para solicitar la eutanasia se propone que no sea un requisito que el médico dé su permiso, ya que la decisión de presentar esa petición será del paciente. Lo que sí se contempla en el borrador legal es que los facultativos que intervienen en el proceso tengan el deber de determinar que el paciente cumple los requisitos; y la posibilidad de la objeción de conciencia. El tema es serio, sin duda: personas llenas de lucidez atrapadas en medio de enfermedades irreversibles y con grandes dolores que disparan el sentimiento de inutilidad, depresión o la falta de sentido vital, poniendo a prueba sus fundamentos éticos y morales y los de sus familiares. Contra lo que cree mucha gente, la eutanasia activa así entendida, está prohibida en casi todo el mundo. Cosa distinta es alargar la vida de modo irracional (distanasia) u otorgar al paciente todos los tratamientos para disminuir el sufrimiento y eviten largas agonías (ortatanasia). Cada vez que no se acepta que una persona tiene valor en sí misma se abre la puerta al precipicio del utilitarismo (tanto vales, tanto cuentas) que nos aboca a dejar de respetarnos y a considerar inútiles y costosos a colectivos enteros. Precisamente porque cada ser humano es valioso por serlo, su autonomía es una consecuencia de su dignidad. Pero algunos lo entienden al revés: la dignidad es una consecuencia de la autonomía, sin valorar demasiado las consecuencias. Es una de las razones por las que soy contrario a la eutanasia activa. El problema es serio y por eso hay que verlo también desde otro ángulo que apenas se habla, quizá porque no se han hecho los deberes cuando estamos a las puertas de la eutanasia legalizada. Me refiero al derecho a los cuidados paliativos, al que una gran parte considerable de la población no tiene posibilidad de acceso ante la escasa implantación hospitalaria del mismo. Cuidados paliativos en sentido amplio, es decir, atención médica, social, emocional y espiritual que la enfermedad plantea, incluyendo los cuidados para enfermos terminales. Cuando las personas se sienten mejor en estas áreas, tienen una mejor calidad de vida y la eutanasia deja de ser una prioridad en muchos casos. Según datos de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos y la Asociación de Enfermería y Cuidados Paliativos (abril 2019), casi 80.000 personas que necesitaban cuidados paliativos, no los recibieron. España está muy por debajo de los estándares de los países más desarrollados. El problema añadido es que, incluso cuando exista una ley que acompañe a la tramitación de la ley de la eutanasia, si no está dotada de presupuesto, la universalización de este derecho puede quedarse en papel mojado. Como afirma la Organización Mundial de la Salud (OMS), los cuidados paliativos son pilares esenciales en la atención en los pacientes en fases avanzadas y terminales, como en el caso del cáncer, por ejemplo. En este sentido, los médicos tienen que recibir mucha más formación sobre el proceso de morir en la carrera universitaria, sobre inteligencia emocional. Junto a la necesidad de medicalizar el sufrimiento en el final de la vida, deben coexistir los aspectos más subjetivos (valores, emociones, cuidados, etc.) para tratar a cada paciente desde todas las dimensiones de la persona: bio-psico-social y espiritual. Si todos los enfermos terminales tuvieran la posibilidad de solicitar y recibir este derecho de los cuidados paliativos, es posible que no fuese necesario la regulación legal de la eutanasia como la garantía de la muerte digna. Pero para que exista una decisión libre y se respete la dignidad en el proceso de morir hace falta que exista la alternativa de unos verdaderos cuidados paliativos. Esto exige, claro, repensar nuestra concepción de la dignidad humana y el uso que hacemos de la libertad, porque el resultado no es indiferente. Poner punto final a la vida es tan importante como nacer. Existen muchos avances en torno al parto y morir es igual de importante. Es fundamental ayudar a que la persona se sienta querida hasta el final, que sepa que no está sola y que no sufra en la etapa final de la enfermedad. Si ganan los políticos que solo piensan en bajar impuestos, no será posible. Y si se dicen cristianos, es que no han entendido nada. “Estar presentes es detener la guerra” dice Jack Kornield, del movimiento vipassana. El budismo ha contribuido en importante medida a desnudar nuestra más profunda y oculta psicología. Debemos a los grandes maestros del budismo el poder conocernos un poco más. Resulta que la primera chispa de la denostada guerra nacía en nuestro interior, resulta que también podíamos poner las bases para acabar con ella.
No estaban tan lejos las batallas que han ensangrentado nuestras inmensas geografías, que han lastrado nuestra larga historia, que tantas veces han destrozado nuestras vidas y las de quienes nos rodean. Gracias a Dios en una escala mucho menor, pero ahora también estamos viviendo nuestro pequeño conflicto social a causa de la pandemia. Conviene detenernos en él y analizarlo. Quizás antes de aprestarnos a parapetarnos en un determinado bando, debiéramos hacer por estar “presentes”. Se verbaliza fácil, pero en realidad representa una desafiante apuesta humana. “Presentes” no es permanecer en una nube por encima del bien y el mal, no es eludir criterio; “presentes" es tomar conciencia de no identificación; tomar noción de que somos probados en nuestra capacidad de integración, de vivir y encarnar espíritu de comunión por encima de nuestras diferencias. Permanecer “presentes” es tratar de elevarnos sobre la dualidad, comprender a quien siente y piensa de otra forma. Puedo manifestarme anti-mascarilla, pero nunca anti portador de mascarilla. Si soy anti-mascarilla debo intentar comprender al pro-mascarilla y viceversa, de lo contrario estaré igualmente contaminando el ambiente emocional con un virus también peligroso y contagioso como es el de la confrontación. Estar “presentes” es observar la parte de razón, siquiera pequeña, de la que el otro es portador. La “presencia” sería nuestro verdadero hogar, nuestra verdadera patria en la que no caben los adversarios de ningún tipo, a lo sumo ignorantes del espíritu de la solidaridad universal. La “presencia” muta y se disfraza de lo que sea preciso con tal de acercar a los humanos. Estar “presentes” en nuestro concreto “aquí y ahora” puede incluso implicar subirme la mascarilla hasta cerca de los ojos y sumirme en la uniformidad y el anonimato. Puede ser asfixiarme un poco y en medio de esa situación de falta de aire ofrecer ese sacrificio, esa renuncia a la plena respiración, en favor de la tolerancia y la mutua comprensión entre los humanos. Somos hábiles en fomentar etiquetas y crear bandos, sin embargo deberemos hacer por permanecer un poco en todos ellos. Ahora nos ha dado por dividirnos en oficialistas y mal llamados “negacionistas”. La vida crea los escenarios que necesitamos para evolucionar. La vida genera las coyunturas para la eventual confrontación, sobre todo para trascenderla. Pro y anti mascarillas es la última y fantasiosa trinchera que ha fomentado a escala mayor nuestra personalidad separatista. Tras visionado de innumerables vídeos y profusa lectura del argumentario correspondiente, nos hallaremos bien parapetados en nuestra posición blindada. Podemos incluso tener razón, pero su valor siempre será relativo. La “presencia” no se apega especialmente a ella, no “le pone”. La “presencia” busca reunir los corazones, más que salir triunfante con la razón bajo el brazo. No somos fans de las mascarillas, nos asfixiamos con ellas. Confiamos más en el poder inmune del cuerpo sano, creemos en su cuidado y en el ingente poder defensivo que nos proporciona una vida natural en contacto con los elementos. No somos acérrimos pro mascarilla que nos priva de rostros y sonrisas, pero mientras que sea voluntad mayoritaria la llevaremos con nosotros y nosotras. En medio de la ciudad y de los lugares públicos la estamparemos en nuestra cara. No sufriremos por ello. La “presencia" es devota de la entera humanidad y aprendió a desenvolverse en todos los ambientes, a disfrazarse con todos los rostros, incluso con la falta de ellos. Jesús acaba de realizar la “purificación del templo”. En el episodio inmediatamente anterior, los sumos sacerdotes y los senadores, preguntan a Jesús con qué autoridad actúa así. Él les responde con otra pregunta: “¿El bautismo de Juan era cosa de Dios o cosa humana?”. No se atreven a contestar y Jesús les cuenta esta parábola. Mateo trata de justificar que la comunidad cristiana se apartara del organigrama religioso judío, pero quiere advertir, también a la nueva comunidad, que no debe caer en el mismo error.
En este capítulo siguen las advertencias a la comunidad. Es muy peligroso creerse perfecto. Lo importante es descubrir los fallos y rectificar lo que se ha hecho mal. La pura teoría no sirve para nada, solo la vida salva. Lo que digamos o lo que proclamemos son palabras vacías, mientras no vayan acompañadas por una actitud vital que, inevitablemente, se manifestará en las obras. En el evangelio de Juan, Jesús pone como instancia definitiva sus obras: “Si no me creéis a mí, creed a las obras”. El domingo pasado nos hablaba de jornaleros. Hoy nos habla de hijos. En el AT, el pueblo en su conjunto, se consideraba hijo de Dios. Jesús distingue ahora dos hijos: los que se consideran verdaderos israelitas y los que los jefes religiosos consideran pecadores. Recordemos que ser hijo significaba hacer en todo la voluntad del padre. Un buen hijo era el que salía al padre. El que dejaba de hacer la voluntad del padre, dejaba de ser hijo. ¿Quién hizo la voluntad del padre? quiere decir: ¿Quién es verdadero Hijo? Jesús se enfrenta a los jefes religiosos, como respuesta a la oposición que los evangelios manifiestan. Todos los evangelios dejan clara esa lucha a muerte de las instancias religiosas contra Jesús. Sin embargo, no podemos sacar de estas parábolas argumentos antisemitas. Las prostitutas y los recaudadores de impuestos, que Jesús pone por delante de los jefes religiosos, eran también judíos. Y los primeros cristianos eran todos judíos. Los fariseos no tenían nada de qué arrepentirse. Eran perfectos porque decían “sí” a todos los mandamientos. Consideraban que tenían derecho al favor de Dios, por eso rechazan de plano el cambio que les propone Jesús. Como los de primera hora del domingo pasado, exigen mayor paga por su trabajo. Para ellos es intolerable que Dios pague lo mismo al que no ha trabajado. No se dan cuenta de que su respuesta es solamente formal, sin compromiso vital alguno. El espíritu de la Ley les importaba un pito. El escándalo está servido: Para Jesús no hay duda, los que se consideran buenos son los malos y los malos son los buenos. Los primeros eran los estrictos cumplidores de la Ley, los segundos ni la conocían ni podían cumplirla. Los primeros ponían su empeño en el cumplimiento externo de las normas. Los otros buscaban una posibilidad de hacerse más humanos, porque se sabían pecadores. Jesús deja claro cuál es la voluntad de Dios, y quién la cumple. Pero Jesús deja claro que tanto los unos como los otros son hijos. “Los recaudadores y las prostitutas os llevan la delantera en el Reino”. Es una de las frases más hirientes que pudo decir Jesús a los jerifaltes religiosos. Eran las dos clases de personas más denigradas y odiadas por las instancias religiosas. Pero Jesús sabía muy bien lo que decía. El organigrama religioso-social de su tiempo era represivo e injusto. Que esa situación se mantuviera en nombre de Dios no podía aguantarlo quien había descubierto un Dios que lo único que quiere es el bien del hombre. No se alude en el relato a las otras dos situaciones que se pueden dar: El hijo que dice sí y va a trabajar a la viña, y el hijo que dice no y no va. En estos dos casos no hay posibilidad de equivocarse ni cabe la pregunta de quién cumple la voluntad del padre. Lo que pretende el relato es advertir sobre el engaño en que puede caer el que interprete superficialmente y a la ligera, la situación del que dice “sí” y del que dice “no”. No debemos engañarnos. La simplicidad del relato esconde una enseñanza fundamental. Como conclusión general, tenemos que decir que los hechos son lo importante y que las palabras sirven de muy poco. La praxis prevalece siempre sobre la teoría. El evangelio no nos invita a decir primero no y después sí. El ideal sería decir sí y hacer; pero lo maravilloso del mensaje está precisamente ahí: Dios comprende nuestra limitación y admite la posibilidad de rectificación, después de “recapacitar”, dice el texto. Nuestras actitudes religiosas son incoherentes. Llevamos muchos siglos haciendo una religión de ritos, doctrinas y preceptos. Desde el bautismo decimos: “sí voy”, pero nos quedamos siempre donde estamos. No hay más que ver lo que se entiende por “practicante”, para darse cuenta de que no tiene nada que ver con la vida real. Nos estamos yendo cada vez más por las ramas y alejándonos de la raíz del evangelio. Se nos llena la boca proclamando pomposamente que somos cristianos, pero hay muchos que, sin serlo, cumplen el evangelio mucho mejor que nosotros. El fariseísmo se ha convertido en moneda corriente entre nosotros, y damos por hecho que basta hablar del evangelio, u oír hablar de él, para tranquilizar nuestra conciencia. Hay un refrán que lo expresa muy bien: “Una cosa es predicar y otra dar trigo”. En la primera lectura ya se nos dice que ni siquiera los mayores fallos son definitivos. Podemos en cualquier momento rectificar la trayectoria equivocada. Los errores cometidos pueden ayudarnos a encontrar el camino verdadero. Somos limitados y tenemos que aceptar esta condición porque es parte de nuestra naturaleza. No podemos pretender, ni para nosotros ni para los demás, la perfección. Cuando exigimos a un ser humano ser pluscuamperfecto, estamos exigiéndole que deje de ser humano. Solo la experiencia me dice qué es lo que me deteriora como ser humano y qué es lo que me enriquece. Cuando damos por absoluta una norma, nos anclamos en el pasado y nos negamos a progresar. El gran peligro para esta fijación es creer que Dios nos ha dado directamente esa norma. Desde esa perspectiva se siguen cometiendo verdaderas barbaridades en contra del ser humano. El Dios de Jesús nunca puede ir en contra del hombre; las normas que hemos promulgado en su nombre, sí. Entender la religión como verdades, normas y ritos absolutos, es fundamentalismo puro y duro. También hoy podemos ir un poco más allá de la parábola. Ni siquiera las obras tienen valor absoluto. Las obras pueden ser la manifestación de una actitud vital, pero pueden ser reacciones automáticas desconectadas de nuestro verdadero ser, y conectadas solo al interés egoísta. Los fariseos cumplían escrupulosamente todas las normas, pero lo hacían mecánicamente, sin ninguna sinceridad de corazón. No pierdas el tiempo tratando de situarte en una de las partes. Todos estamos diciendo: “no”, cada tres por cuatro, y todos estamos diciendo: “sí”, con una pasmosa ligereza. La vida es una constante rectificación. Meditación-contemplación Si a la primera no somos capaces de decir “sí”, Dios acepta siempre nuestra rectificación. Casi siempre acertamos a costa de rectificaciones. Nadie es capaz de descubrir la meta a la primera. No deben preocuparme los fallos. Ser incapaz de rectificar es lo frustrante. La pandemia ha hecho que este año bastantes niños estén celebrando su Primera Comunión no en el mes de mayo, sino en septiembre. Pero la Iglesia católica no necesita ningún virus para alterar el orden de los hechos. Como el año litúrgico termina dentro de dos meses (el 22 de noviembre) a partir de este domingo nos ponemos en contacto con las últimas enseñanzas de Jesús, durante lo que solemos llamar el Lunes Santo.
Lucha a muerte en el recinto del templo El día antes, Jesús ha entrado triunfalmente en Jerusalén, ha purificado el templo, expulsando a vendedores de animales y cambistas de monedas, y ha curado en el recinto sacro a cojos y ciegos, unos enfermos a los que les estaba prohibida la entrada en el templo. Es fácil imaginar la indignación de los sacerdotes y de los escribas (representantes de moralistas, canonistas y teólogos). Ese día, domingo de ramos, se limitan a protestar. Al día siguiente, cuando Jesús vuelve a Jerusalén y al templo, todos los grupos con poder religioso y político se irán turnando para ponerlo en aprieto con las preguntas más comprometidas y poder condenarlo. La primera la formulan los sacerdotes y los senadores (representantes del poder político) pensando en lo ocurrido el día antes: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado esa autoridad?». Jesús se encuentra ante una disyuntiva. Si responde: «De Dios», lo pueden acusar de blasfemo. Si dice: «de mí mismo», lo considerarán un loco o un vulgar revolucionario. Evita la respuesta directa y les tiende una trampa. Ya que ellos son los jueces religiosos de Israel, que den su opinión sobre otro personaje famoso: Juan Bautista. «El bautismo de Juan, ¿de dónde venía?, ¿de Dios o de los hombres?». Ellos, viendo el peligro de comprometerse en un sentido o en otro, responden: «No lo sabemos». Y Jesús termina con un escueto: «Pues yo tampoco os digo con qué autoridad hago esto». E inmediatamente pasa al contrataque con la parábola que leemos este domingo: la de los dos hijos (Mt 21,28-32). Obras son amores, y no buenas razones La historieta que propone Jesús es tan fácil de entender que sus enemigos caen en la trampa. Un padre y dos hijos. ¿Quién cumple la voluntad del padre? ¿El hijo protestón y maleducado que termina haciendo lo que le piden, o el hijo amable y sonriente que hace lo que le da la gana? La respuesta es fácil: el primero. Lo importante no es decir palabras bonitas; tampoco importa protestar mucho. Lo importante es hacer lo que el padre desea. «Obras son amores, y no buenas razones». Pero Jesús saca de aquí una consecuencia asombrosa. Es preferible vivir de mala manera, si al final haces lo que Dios quiere, que vivir de forma aparentemente piadosa y negarse a cumplir la voluntad de Dios. Dicho con las palabras hirientes del evangelio: es preferible ser prostituta o ladrón, si al final te conviertes, que pertenecer a cualquier organización o institución religiosa y ser incapaz de convertirse. ¿En qué consiste la conversión? Nueva sorpresa. No se trata de aceptar a Jesús y su mensaje, sino a Juan Bautista, que mostraba el camino de la justicia, de la fidelidad a Dios, como primer paso hacia el evangelio. Con ello, Jesús responde indirectamente a la pregunta que no habían querido responder las autoridades: «¿De dónde procedía el bautismo de Juan, de Dios o de los hombres?». El bautismo de Juan era cosa de Dios, su predicación marcaba el camino recto. Las prostitutas y los recaudadores, representados por el hijo protestón, pero obediente, creyeron en él. Las autoridades religiosas, representadas por el hijo tan amable como falso, no le creyeron. ¿Tirando piedras contra el propio tejado? Lo curioso de esta interpretación de la parábola es que parece volverse contra Juan y contra Jesús. Los que dan testimonio a su favor son gente indigna de crédito, prostitutas y explotadores; quienes lo rechazan o se abstienen, personalidades religiosas de buena fama, los sacerdotes. Puestos a elegir, ninguna persona piadosa aceptaría la opinión de unos cuantos drogatas y unas pocas prostitutas en contra de lo que decida una Conferencia Episcopal. Además, el judío piadoso de tiempos de Jesús (como muchos cristianos piadosos de nuestro tiempo) está convencido de que no necesita convertirse. Y si en algo tiene que cambiar, el camino no deben indicárselo personas tan extrañas y discutibles como Juan Bautista, Martin Lutero King, Oscar Romero, Pedro Casaldáliga o el Papa Francisco. Así adquieren pleno sentido las palabras de Jesús: «Los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios». Para entrar en ese reino hay que abrirse a una nueva forma de vida, aunque suponga un corte drástico y doloroso con la vida anterior. La institución religiosa seguirá firme en sus trece, incluso utilizará el argumento de la parábola para rechazar a Juan y a Jesús. Pero el Reino se irá incrementando con esas personas indignas de crédito, pero que creen en quien les muestran el camino de una nueva forma de fidelidad a Dios. Esas personas que, como dice el profeta Ezequiel en la primera lectura, son capaces de recapacitar y convertirse. El texto evangélico de este domingo nos sorprende de nuevo por su claridad y radicalidad. Su contexto es tremendamente provocador: Una discusión en el Templo mantenida entre Jesús, los fariseos y los sumos sacerdotes. Jesús denuncia su hipocresía desenmascarando su modo de actuar. Dicen querer hacer la voluntad del Padre y sin embargo con su conducta la niegan. Paradójicamente quienes tienen fama de pecadores, como son los publicanos y las prostitutas se abren a la novedad de Dios y su Buena Nueva de misericordia y liberación, por eso les precederán en el reino. Estas palabras también están dichas para nosotros y nosotras hoy cuando nuestra fe no coincide con nuestras prácticas, cuando está descomprometida con la hospitalidad, la justicia, la inclusión y la misericordia con los más excluidos y excluidas.
Por eso este tiempo de pandemia, con toda su dureza, es también una oportunidad y un desafío para nuestra vida como creyentes. Podemos blindarnos, atrincherarnos desde el miedo y la desconfianza hacia los otros y otras, o poner la vida en el centro, pero no solo la propia, sino especialmente las más amenazadas y vulneradas. Desde el evangelio es inaceptable el sálvese quien pueda o la estigmatización y culpabilización de los más pobres por el hecho de serlo. Conectando este texto con la realidad vienen a mi memoria dos hechos que hemos vivido en estos días. El primero es el confinamiento de los barrios obreros y marginales de Madrid, responsabilizándoles por sus formas de vida, de la extensión de la pandemia. El segundo, el cierre de los burdeles. Con esta última medida se ha ignorado la situación de vulnerabilidad aún mayor en que han quedado las mujeres que trabajan en ellos, ya que esta decisión no ha ido acompañada de ninguna medida de protección para quiénes no solo tienen en estos clubes su principal o única fuente de ingresos sino, además, su única residencia. El Evangelio va en contra de toda forma de estigmatización. Antepone la mirada de justicia y misericordia a la de la moralidad. Por eso, como cristianos y cristianas, hemos de estar muy atentos a que en la gestión de la crisis sanitaria y social que actualmente estamos atravesando, las vidas y la dignidad de los últimos no sean costes para sacrificar, sino la brújula que nos oriente, por muy políticamente incorrecto que resulte. La inclusión, la acogida y la misericordia no pueden darse de baja en tiempos de pandemia, sino activarse. En su clásico Jesús (Buenos Aires, Sur, 1968), publicado en su original alemán a inicios del siglo XX, Rudolf Bultmann admitió que “ahora ya no podemos conocer nada sobre la vida y la personalidad de Jesús, toda vez que las primitivas fuentes cristianas no demuestran interés por ninguna de estas dos cosas, siendo, además de esto, fragmentarias y, muchas veces, legendarias, y no existen otras fuentes sobre Jesús”.
La autoridad intelectual de Bultmann aplastó bajo una piedra esa línea de investigación. Interesarse por el Jesús histórico era una pérdida de tiempo. Sin embargo, en 1953 Ernst Käsemann quebró este tabú en el sendero del método de estudio bíblico de Orígenes que, en el siglo III, se consideraba un cazador que andaba silenciosamente por el bosque hasta presentir alguna cosa moviéndose. Y entonces, corría en su persecución. La ventaja de Käsemann y de todos los que se abalanzaron sobre el Jesús histórico en la segunda mitad del siglo XX, es que, ahora, muchas cosas se movían y traían luz donde antes había oscuridad. En 1947, tres beduinos pastoreaban sus rebaños al oeste del Mar Muerto. Uno de ellos vio dos grandes boquetes en una ladera de un peñasco y lazó una piedra dentro del más pequeño. Escucharon un sonido, como si la piedra hubiese impactado en jarras de barro. Días después, el más joven escaló solo el peñasco y se coló en la caverna. En las jarras no había ningún tesoro. Pero una de ellas contenía dos envoltorios de paño y un rollo de cuero. Los beduinos guardaron su hallazgo en un saco y lo amarraron, por algunas semanas, en el poste de una tienda cercana a Belén. Luego, negociaron los envoltorios a un revendedor de Belén, el zapatero Kando quien, ignorando el valor de lo que tenía en sus manos, los mostró a unas personas interesadas en antigüedades. Los dos envoltorios de paño y el rollo de cuero eran los primeros Manuscritos del Mar Muerto en ser descubiertos. Después, otros documentos fueron hallados en diversas cuevas. James H. Charlesworth rechaza el método de la desemejanza o el principio de discontinuidad, que pretende destacar a Jesús como figura singular, fuera del común de la gente, como si fuera un pez fuera de las aguas judaicas de su tiempo. Para el autor de Jesus within judaism (1988), “Jesús de Nazaret, como hombre histórico, tiene que ser visto dentro del judaísmo” (p. 10, grifo del autor). A pesar de interesarse, como cristiano, por las cuestiones teológicas referentes a Jesús, él se mantiene dentro de los límites de la Historiografía. Los documentos que analiza permiten conocer mejor el contexto en que vivió Jesús, y por lo tanto, el significado de alguna de sus palabras y acciones. Jesús era mucho más judío de lo que suponemos –es lo que el libro, basada en abundante y erudita documentación, demuestra en lenguaje accesible a los lectores en general–. No se trata de enfocar a Jesús y el judaísmo, sino a Jesús en el judaísmo. El autor argumenta que ya disponemos de recursos científicos suficientes para tener alguna idea de la comprensión que Jesús tenía de sí mismo. Comprueba, por ejemplo, que el título “Hijo de Hombre”, frecuente en boca de Jesús, no es una creación cristiana, ya que es encontrado en documentos judíos anteriores a la destrucción de Jerusalén por los romanos, entre los años 66 y 70. Todos los evangelios son posteriores a aquella fecha. En una exégesis detallada de la intrigante parábola de los Viñadores Homicidas (Marcos 12, 1-12), no duda en defender que Jesús se sentía adoptado como hijo de Dios. Charlesworth no investiga a Jesús para mostrarlo “como un héroe del pasado para ser admirado” (p. 31), sino para destacar la veracidad de ciertos hechos de su vida, como la elección de los discípulos en un contexto en el que lo habitual era que los alumnos eligieran al maestro. Mientras sus contemporáneos rendían culto a un Dios distante, Jesús trataba a Dios como un Padre muy íntimo, repleto de compasión y amor, especialmente para con los pobres y pecadores. Esto desentonaba con los de la época, que clamaban por venganza divina y exigían punición para los malos. Habiendo convivido con grupos esenios –pues 4.000 de ellos se distribuían por la Palestina–, de ellos Jesús habría heredado el celibato “por amor al Reino” (Mateo 19, 10-12). Sin embargo, criticaba las purificaciones formalistas de los esenios, que les impedía amar al prójimo y reconocer que en el corazón de una prostituta puede haber más pureza que en todas las abluciones rituales. Y con ellos tenía en común, más allá del tiempo y el lugar (Palestina), las mismas antiguas tradiciones hebreas, como la lectura de Isaías y el rezo de los Salmos. La conclusión del autor aplaca el recelo de los que temen la verdad histórica. “El hecho de examinarse documentos contemporáneos a Jesús y de estudiar arqueología, contrariamente, nunca debe ser encarado como una tentativa de probar o dar soporte a alguna fe o teología. Una fe autentica no necesita de eso. Filólogos, historiadores y arqueólogos no pueden dar a los cristianos un Señor resucitado, pero sí pueden ayudar a comprender mejor la vida, el pensamiento y la muerte de Jesús” (p. 142). Lo curioso es que, de los tres documentos analizados en el libro de Charlesworth –Pseudo-epígrafos, Manuscritos y Nag Hammadi– no fueron descubiertos por arqueólogos ni investigadores, sino por gente simple del pueblo. Hoy, en las Comunidades Eclesiales de Base de América Latina, es esa misma gente simple que relee la Biblia y, gracias a la asesoría científica de exégetas como Carlos Mesters, descubre que el Jesús de la fe, el Cristo, se hace de nuevo presente en la historia a través de los que oran “Padre Nuestro” porque, juntos, buscan el “pan nuestro”. Llama la atención que la mística Juliana de Norwich, en pleno siglo XIV, afirmase que "El pecado es necesario, pero todo acabará bien". Lo dijo varias veces, y leído así, puede parecer algo nacido de una conciencia deformada en la fe. Pero lo que Juliana experimentó y nos legó es que el pecado debe ser visto como parte del proceso de aprendizaje de la vida, no solo como la malicia que necesita perdón, ya que el pecado realizado por los seres humanos es debido a que somos más ignorantes que malos. Lo esencial de su revelación es que es que Dios es fundamentalmente amor y sanación que nos vela con amor paterno y materno (por expresarlo con categorías humanas) mientras que el pecado nos despierta a la realidad como contraste brutal con el Amor como el significado del universo.
Esta mujer fue audaz cuando aplicaba la teoría de que, para aprender, debemos fallar. Nuestra imperfección nos impide evitar al pecado; caemos, pero lo importante es la disposición a levantarnos y a mejorar. El dolor causado al pecar es un recordatorio del dolor de la pasión injustísima de Cristo. Así, esta mujer mística le da la vuelta al pecado mismo, sin quitarle un ápice de lo que significa de ausencia de Dios, pero señalando que Dios logra darle una utilidad, y es que volvamos a Él: Juliana creía que el pecado, además de inherente a la condición limitada humana nos purga al tiempo que nos lleva al conocimiento de uno mismo. Esto facilita, a su vez, nuestra aceptación del papel necesario de Dios en la vida como seres imperfectos que somos, pero nacidos para el Amor. Ya que pecamos, que sea lo menos posible; pero cuando nuestra imperfección nos lleve a caer en la tentación, que la experiencia de nuestro vacío por la falta de amor (eso es el pecado en sus distintas intensidades) sirva para buscar lo que realmente nos hace libres y dichosos. Juliana cree que todas las cosas creadas por Dios son intrínsecamente buenas, y el pecado o el mal no es una "cosa", ni un ser, sino la consecuencia de nuestra pequeñez. No es una creación de Dios. Y la vida es el camino de aprendizaje para dejarnos trabajar por el amor divino incluso desde el fracaso del pecado. En este sentido, me viene al recuerdo una de las ideas mejores que he leído sobre el verdadero aprendizaje, atribuida a Confucio: Escucho… y olvido. Veo… y recuerdo. Hago… y comprendo. Aplicado a Juliana, el pecado tiene el papel de despertarnos a la realidad de que el amor es el significado del universo: peco y siento, casi físicamente, el daño que causo y me causo; y necesito convertirme, cambiar a mejor. Su tiempo fue una época de turbulencias, cuando las calamidades llegaron en forma de hambruna, guerras y la peste bubónica que provocaron una crisis a todos los niveles hasta cuestionar el papel de la Iglesia y el rol de los monarcas. Sin embargo, su experiencia mística le hizo vivir esperanzada, hablando del amor a Dios en términos de alegría y de compasión más que de la ley y el deber formal. La experiencia teologal que dejó escrita es única en tres aspectos: su visión de Cristo desde la donación y la ternura de madre, el pecado como oportunidad y su experiencia de que en Dios no cabe la ira. Tenemos mucho que aprender de esta casi desconocida gran mujer y de su mística audaz y práctica. Es importante para reflexionar a fondo en clave oracional, sobre nuestra actitud al evangelizar y sobre el valor cristiano del perdón. Juliana no eligió encerrarse en sí misma degustando sensibilidades teologales. Vivió en una celda anexa a la iglesia de San Julián (de ahí su nombre de Juliana), pero convertida en centro de escucha y consejo para miles de personas que iban en busca de luz porque ella fue una radical de la esperanza en el amor de Dios. Venerada por católicos y protestantes, ¿por qué sigue siendo para nosotros una gran desconocida? No niego el sano y positivo anhelo de libertad que subyace en las movilizaciones anti-medidas drásticas por el COVID que están adquiriendo magnitud planetaria, pero urge restar plomo y ofensa a sus consignas. No más vincular el discurso en favor de la urgente vida natural, de la defensa de la Madre Tierra con el espíritu de confrontación antisistema. Sencillamente ley de analogía: "Como es arriba es abajo". Las élites sólo son el reflejo de la conciencia de la ciudadanía y a la ciudadanía la ganaremos con amabilidad y clara visión, con argumento, razón y corazón, no con arengas a la batalla.
La invitación a superar el paradigma de la confrontación no debe, de ninguna forma, entenderse como sugerencia de pasividad ante cualquier forma de opresión, abuso o explotación. La dignidad humana, el principio superior de solidaridad universal, nos invitan no sólo a solidarizarnos con cualquier persona que padezca cualquier género de abuso o explotación, sino que nos sugieren poner los medios para atajar esas injustas situaciones. La no-violencia activa implica una gran fuerza interior que podemos invertir en la emancipación humana, en la lucha contra la opresión. También en tratar de ganar la conciencia del ignorante que patrocine ese abuso o explotación. El coraje y la firmeza ante cualquier clase de explotación no han de confundirse nunca con agresividad u ofensividad. Éstas sólo denigran las nobles causas. Las medidas drásticas anti-COVID tomadas por los gobiernos no se pueden interpretar como abuso o explotación. Por mucho que no sean de nuestro agrado, son respaldadas por la inmensa mayoría de nuestra ciudadanía. Lejos de arremeter contra los gobiernos, habremos de ir ganando con argumento y amabilidad para la causa naturista al conjunto de la población. Aceptación no es para nada sumisión o pasividad. Puede ser también compromiso para llevar de la forma más didáctica, creativa y comprensible al mayor número de ciudadanos/as, la necesidad de abrazar una vida más saludable y natural, más en comunión con la Tierra, nuestra Madre. Puede ser emprender una labor didáctica tendente a revelar que las enfermedades infecciosas que estamos padeciendo, tienen su innegable y más que probado origen en la destrucción de la Madre Naturaleza. El no mostrarse beligerante ante los gobiernos por las políticas anti COVID no significa comunión, sino sencillamente creer en el valor de la alternativa, de la propuesta, no de la pugna. Creo en la fuerza de nuestros argumentos, de nuestros valores, de nuestros principios de vida natural, de amor a la Madre Tierra. Creo firmemente en el beneficio de nuestra serena y firme Presencia, en el potencial de nuestro legado no violento y no ofensivo, no en nuestra artillería arrojadiza. No necesitamos, ni deseamos odiar a nadie. Tampoco a quienes eventualmente nos oprimen. No tenemos ni ganas, ni fuerza, ni interés de arremeter contra la clase poderosa. Lo hemos hecho ya en demasía. Para nada comulgamos con las medidas anti Covid del Gobierno, pero tampoco tenemos duda de que actúan de buena fe, la suya, la mejor que conocen. Sencillamente desconfían de otras soluciones más enfocadas al reforzamiento del sistema inmunitario, más proclives a una vida junto a la Naturaleza y sus elementos que nosotros pregonamos. El mundo que hemos de construir jamás lo haremos a la contra y desde la desconfianza. Toca prender luz, no aporrear sombra. No necesitamos más información, sino más compasión para comprender que incluso ellos, la élite gobernante, es exponente de una conciencia mayoritaria que irá evolucionando. Nos hace falta más compasión para observar que los mandatarios también son nuestros hermanos, muchas veces equivocados, pero al igual que nosotros/as hijos de su entorno y circunstancias. La ignorancia no es falta de información, sino de Conocimiento. “¡Humanos levantaos!”, es el titular del discurso de Robert Kennedy en la gran manifestación de Berlín contra las severas medidas anti COVID. “¡Humanos levantaos!”, pero no espoleados por el odio y la agresividad, sino por el puro anhelo de nuestra propia transformación. Levantémonos sobre nuestros propios miedos y limitaciones y tengamos la valentía de asumir como raza nuestras propias responsabilidades, el coraje de no de seguir echando a otros la culpa de la situación que padecemos. No somos antisistema, no nos podemos tomar el lujo de serlo. Somos por otro sistema, somos por otra civilización más solidaria, fraterna y respetuosa con la Tierra, nuestra Madre. No tenemos nada contra la señora Merkel, ni contra George Soros o Mark Zuckerberg. No somos contra la canciller alemana que, en claro disenso con respecto al criterio mayoritario de su partido y del Parlamento, abrió la puerta a los refugiados que huían de la guerra, que planta cara al verdadero e implacable dictador que representa Putin y que no se halla en ninguna mediática diana. No estamos contra el joven universitario que tuvo el ingenio y la audacia de crear esta maravillosa Red con la que tan a menudo nos comunicamos. No han estado, ni lo estarán en nuestra diana. En realidad, no tenemos diana. Esos hombres y mujeres no conspiran para que nos volvamos "esclavos", tal como afirmaba el sobrino del legendario presidente de los EEUU. Quizás consoliden otro sistema diferente al que queremos, pero no son nuestros enemigos. El mayor desafío de nuestros días junto con el Clima es la superación del paradigma de la confrontación. Necesitamos líderes que nos inviten a construir un mundo nuevo solidario, verde y fraterno, sin necesidad de odiar a quienes edificaron el viejo. Uno de nuestros mayores retos es tomar noción de que no hay enemigos, sino la ya mentada ignorancia; a menudo ésta colmada de egoísmo y violencia, pero ignorancia al fin y al cabo. Quizás consoliden otro sistema diferente al que queremos, pero no son nuestros enemigos, son nuestros hermanos. El mayor desafío de nuestros días junto con el Clima es la superación del paradigma de la confrontación. Necesitamos líderes que nos inviten a construir un mundo nuevo solidario, verde y fraterno, sin necesidad de odiar a quienes edificaron el viejo. Uno de nuestros mayores retos es tomar noción de que no hay enemigos, sino la ya mentada ignorancia; a menudo ésta colmada de egoísmo y violencia, pero ignorancia al fin y al cabo. Así nos lo susurran las Grandes Almas, los Grandes Mensajeros para la humanidad de nuestros días. Me permito recomendar, a todos los que puedan acceder a ella, la entrevista en La Contra (del diario La Vanguardia) del pasado miércoles 2. Un pobre chaval norteamericano, antiguo soldado en Irak, desquiciado por esa experiencia, y que luego irá dando bandazos entre la droga, el psiquiatra y la cárcel, donde tiene tiempo para escribir un libro (Cherry) en el que cuenta su historia.
La fina sensibilidad de Ima Sanchis devuelve así importancia a una página que antes era de las más valiosas de nuestra prensa y se había ido adocenando con el tiempo. Pero esto es accidental, como también lo es que gracias a esa cárcel hayan aparecido unas grandes cualidades literarias que de otro modo habrían quedado desconocidas (el libro ha llegado a finalista del premio Pen/Hemingway). Eso es accidental. Lo decisivo es que ese pobre ser humano, con un destino tan atroz y tan inhumano, es un hijo de Dios, hermano de todos nosotros, y que no es un caso único. Hay miles como él, con una amplia gama de variantes en todo nuestro mundo civilizado, y en aquel país que se considera adalid de la libertad y poseedor de un “destino manifiesto” de dominar a todo el mundo, amparado hoy por un pseudoevangelismo sectario.. Y si ahora cambiamos de tercio, surge de ahí una pregunta que no conviene dejar pasar. Estos días de la pandemia se ha preguntado mil veces (algunas con cierta sorna) si la pandemia era un castigo de Dios. Muchos creyentes se apresuraron a responder que de ningún modo es un castigo divino: que afirmar eso sería algo así como confundir a Dios con un policía gringo y resultaría casi blasfemo. Quienes preguntaban eso no conocen la frase del profeta Oseas (11,9): no destruiré a mi pueblo “porque soy Dios y no hombre”. Coronavirus, castigo de Dios Totalmente de acuerdo. Pero cualquier investigador sabe que lo decisivo para llegar a una buena conclusión es hacer todas las preguntas necesarias. Y temo que estemos utilizando esa respuesta de que la covid no es un castigo de Dios, como excusa para no hacernos otra pregunta decisiva: nuestro mundo actual ¿puede vivir con la conciencia tranquila?; ¿no se merece más bien un castigo muy serio? Aunque la pandemia no sea un castigo de Dios, eso no significa que no valga de nuestro mundo lo que escribió antaño sobre la Sudáfrica del apartheid el gran A. Nolan: “Dios está tremendamente enojado con Sudáfrica. Lo digo con toda seguridad”. A veces, la misma naturaleza tiene eso que los griegos llamaban una némesis (una ley de venganza inmanente), que se expresa también en el refrán castellano: “el que la hace la paga”. No siempre, por desgracia, pero algunas veces sí que sucede eso. ¿No podría ser algo de eso la covid? Y lo que esa pregunta quiere decir es que andamos muy necesitados de un examen de conciencia muy serio que nos negamos decididamente a hacer. Y que, dejando en paz a Dios, la pandemia puede ser una invitación apremiante a ese examen. Pero parece que en vez de afrontar esa pregunta preferimos volver a nuestra antigua anormalidad. Examen de conciencia Para evitar eso nosotros hemos de hacer nuestro propio examen (no el de EEUU ni el del mundo). Y bien: nos hemos hartado de oír que España es el país de toda la UE donde más crece la pandemia. ¿Nos atreveríamos a preguntar si ese dato tiene algo que ver con el hecho de que España es, en estos momentos, uno de los países más individualistas y más insolidarios de toda la UE? Pero quien pregunte eso será tachado en seguida de poco patriota y de populista. Es mucho mejor aprovechar el dato para criticar al gobierno (que está actuando más o menos como los otros gobiernos europeos) y ver si así puedo ponerme yo en su lugar. Algún ejemplo rápido: ¿cómo se puede decir que “mi partido no firmará unos presupuestos si los firma también tal otro grupo”? ¿No saben aún esos políticos que lo importante de unos presupuestos no es el quién (los firma) sino el qué (qué pretenden ingresar y gasta y cómo)? Que algo tan intolerante lo afirme alguien que pretende ser de izquierdas, solo indica hasta qué punto ha perdido hoy identidad nuestra izquierda burguesa. Un buen examen de conciencia le iría muy bien a nuestras izquierdas. ¿Y si pensáramos en los impuestos?: “No es hora de subir impuestos” dicen los sofistas de turno. Una frase general que intenta enmascarar otra gran verdad. No es hora de subir los impuestos indirectos (que afectan por igual a todos y que son los primeros que subimos): y si quieren bajar impuestos que bajen el IVA que es de los más injustos. No es hora de tocar los impuestos de la clase media y baja; pero sí los de las grandes fortunas, que son en realidad grandes robos. También nuestras derechas necesitan aquí un buen examen de conciencia. Son solo ejemplos pero hay muchas culpas similares a esas. Este es nuestro mundo. Y si eso tan elemental nos negamos a verlo, no es de extrañar ni el que tengamos pandemias ni el que haya casos tan dramáticos como el de la entrevista de La Contra que abrió estas reflexiones. En cualquier caso, querido lector, estés o no de acuerdo, mira de encontrar esa entrevista. No te arrepentirás. |
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