La religiosidad africana es “una realidad cultural que la Iglesia respeta y trata de evangelizar conforme a su misión”, dijo Pérez Riera, Secretario de los Obispos Católicos de Cuba en el marco de la visita del Papa, que igual que en 1998 ignorará a las colectividades religiosas afrocubanas, gran mayoría en la isla.
Si de verdad respetan esa realidad cultural, no deberían pretender cambiarla y tampoco hacer como que no existe. No reconocer al 80% de la población cubana practicante de la santería y religiones populares afroindígenas con arraigo natural incontestable; es racismo. La salvaguarda de costumbres milenarias de pueblos originarios, es desvelo de organizaciones internacionales de derechos humanos. Son grupos altamente vulnerables debido a sus desventajas centenarias sufridas por el trauma brutal de la invasión de Europa; que la Iglesia Católica apoyó en ese momento; en la llamada América. ¿Cómo pueden decir que los quieren cambiar? Con solidaridad, diálogo franco y amor hacia la feligresía del catolicismo: hay una deuda histórica imposible de soslayar. La fe propia de las etnias víctimas de muerte y esclavitud, indígenas y africanos, fue -junto a sus bienes materiales y a su humanidad- devastada, profanada y condenada al exterminio en nombre del cristianismo papal. Los dueños de la iglesia-institución cómplice del genocidio americano, impusieron sus creencias a fuerza de asesinatos en masa de indígenas, apropiación territorial y robos de incontables riquezas naturales que hoy sostienen universales poderíos económicos y políticos. Sus vírgenes y santos fueron designados por imposición de las autoridades eclesiásticas, como “patronos” o “patronas” -o sea dueños- de los distintos países donde el verdugo instaló su dominio y como forma de mantenerlo, creando “apariciones” milagrosas y leyendas con protagonistas nativos o afrodescendientes, rasgos indios y piel oscura en las imágenes católicas para lograr sutilmente la apropiación, por parte de los oprimidos, de esos símbolos-valores, propios de los enemigos de la cultura aborigen. Sencillamente perverso. Con el pretexto de “evangelizar”, la “virgen ¿de la caridad? del cobre” por ejemplo, actualmente con visibilidad eterna de mito, fue presentada como salvación a la vez que era sustento ideológico -como el resto del santoral- a la masacre de indígenas y africanos explotados sin piedad por el despotismo europeo en la extracción del cobre y otros minerales valiosos robados a Cuba durante casi cinco siglos. Por la cruel prohibición de manifestar su religiosidad tradicional, los africanos en las Américas colonizadas, tuvieron que camuflar sus objetos de veneración en los íconos del amo blanco, los únicos permitidos. El espacio que se abrió a la cultura espiritual originaria fue el del sincretismo o mezcla de liturgias donde se vieron obligados a disfrazar las creencias ancestrales, factor que se yergue como símbolo de resistencia cultural. Por ello molesta ahora a los máximos jerarcas católicos lo que antiguamente se fomentó como método de captación, y que los cubanos vean a la Orixá Ochún en la Virgen del Cobre por poner un ejemplo. A fin de hacer valer su verdad religiosa como única, el llamado Papa utiliza una vez más la colonización, esta vez ideológica, basada en la implícita superioridad del Evangelio frente a la Santería Africana. Por eso no los considera, porque para él “no existen” aunque en su pureza interior y en la confianza de quien sabe que la fe no tiene fronteras ni murallas, los despreciados lo esperan con alegría. Por eso los quiere “convertir” a la fuerza sin importarle su religión de cuna, la que practicaron sus padres, abuelos y bisabuelos. Se coarta la libre elección con agentes manipuladores millonarios, dueños del poder de los medios y otros poderes sociales. Hay sub valoración de la tradición del otro manifestada en la convicción acerca de lo trascendente, y se viola el derecho humano a la identidad. El etnocidio es la destrucción de la cultura de un pueblo basada en el axioma de la mayor jerarquía del que pretende “cambiar al otro para su bien”, forma macabra de genocidio por desarraigo, desviación y alejamiento cultural. Es la base ideológica del etnocidio está el etnocentrismo que pregona la supremacía de una cultura sobre otras. Éste tipo de prédica fundamentalista, contiene la valoración de que el otro está equivocado y es un imperativo convencerlo a la fuerza. Tratándose de credos originarios se da una situación particular, pues al medrar su sentimiento ritual se está medrando su esencia o raíz. Fue la idea que justificó la conquista del viejo al nuevo mundo, cuya verdadera razón última y primera fue económica y donde todos los intervinientes en el despojo sacaron tajada. ¿Por qué sería mejor creer en Cristo que en los Orixás? Mis dudas crecen: ¿El socialismo cubano recibe con plácemes a quien da la espalda internacionalmente a sus religiones autóctonas que aún adolecen de reconocimiento oficial? ¿Realmente es necesaria esta especie de pacto entre la revolución y el papado que desprecia ostensiblemente la cultura propia de una tierra en sus aspectos más sensibles? Las épocas de expansión y conflictos bélicos por territorios involucraron al planeta en una gran depresión y dolor colectivo de consecuencias interminables: el surgimiento del imperialismo capitalista, las dictaduras latinoamericanas y tantos endémicos males sociales. Hoy, que al menos estamos en proceso de asumir responsabilidades, valoración de los derechos humanos y de reparación moral a las víctimas de todo tipo de opresión y desigualdad, es insólito ponerse en pose para que nos pateen y además festejar el golpe. Y por las dudas, en estas condiciones; ¿Para qué querríamos la venida del Papa a nuestro país? ¿No sería mejor profundizar el debe que hay con las religiones populares indígenas y africanas antes de acrecentar hegemonías, errores y horrores pasados fomentando la discriminación hacia las culturas históricamente postergadas?
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Se nos viene la noche. Así nos lo anuncian todo el tiempo, por todos los medios posibles. Se diría que ya no hay salida para la crisis económica internacional que preserva el neoliberalismo por encima de la vida de la gente. Se diría que la brecha entre “ellos”, “los delincuentes, los peligrosos, los violentos” y “nosotros” los “pobres vecinos de la ciudad, víctimas de sus ataques” –brecha producida por la exclusión social y promulgada a gritos por la televisión- se fuera profundizando de un modo que ya no tuviera retorno. Algo parecido al 2001 parece asomarse amenazadoramente en el horizonte.
Ahí estamos. Camino de Emaús. Volviendo, desilusionados, con la cola entre las patas, enterrando otra vez la esperanza de salvación. Saliendo nuevamente de cierta sensación de que algo tal vez podía andar mejor, de que “alguien” de cualquier signo político podría “rescatarnos”. Incluso nuestro Dios; en palabras de Hilda Lizarazu, “si hay un Dios algo tiene que hacer” (es decir, que se ocupe otro, nosotros infantilmente esperando soluciones que lluevan del cielo de los dioses o de los que mandan). Eso sí. Muchos andamos debatiendo por el camino; tratando de entender, de interpretar lo que vamos viviendo, buscando no comprar las respuestas falaces a la venta en los “escaparates” de los medios y de muchos discursos. La ventaja y el desafío de la des/ilusión, del des/encanto, es justamente que los hechizos se hayan roto, y la verdad de la vida se nos ofrece de nuevo, cruda pero real, para que ahí busquemos las pistas de interpretación… En el camino hacia Emaús, es justamente en esa situación donde se hace presente Jesús. En el debate, que examina los “signos de los tiempos”, se acerca como un “descolgado”, un ignorante, alguien que no tiene idea de qué hablan. Y ahí, los invita, nos invita, a poner la Palabra en diálogo con la realidad que vivimos, con esa realidad que nos golpea, nos interpela, nos duele… Les propone la discusión, el debate comunitario y en común, con otros diferentes, que vienen de otro lado, para poder entender con mayores elementos lo que pasa, lo que nos pasa… Hablan “de la Ley y los profetas”; seguramente recuerdan el sueño de Dios de que la vida se expanda en igualdad y dignidad, en abundancia, para todos, y el martirio de tantos que se atrevieron a proclamarlo delante de los poderosos; recuerdan que “el Mesías debía padecer”, que el amor se vuelve aparentemente impotente frente a la violencia de los sistemas humanos… Revisando con Él y a la luz de la Palabra los últimos acontecimientos, esto de cómo el poder de turno vuelve a triunfar y a deshacerse de los que luchan por la justicia, confirman con más intensidad aún, lo que venían conversando: se nos viene la noche. “Quedate con nosotros, porque el día ya declina”. Se sientan a la mesa, y comparten. Y cuando logran romper las cortezas, cuando todo lo externo que nos separa se abre y queda a la vista el interior, logran descubrirlo. Al despojarnos de las cáscaras protectoras, aparece lo humano que nos habita. Cuando el encuentro logra producirse, a corazón abierto (“como abrir el pecho y sacar el alma, una cuchillada de amor”, como diría Fito Páez), ahí lo reconocemos. “Él está en medio de nosotros”, “hasta el fin de los tiempos”, aunque la realidad que nos circunda parezca negarlo. Y surge tenaz el grito “¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón”. Compartir el pan nos esclarece, caen las vendas de los ojos, nos redescubrimos iguales, hermanos. El fuego renace; “¿no ardía acaso nuestro corazón…?”. Se ahuyenta el miedo, en el encuentro, y la lucha por la vida parece posible nuevamente. La “noche” se vuelve posibilidad de regenerar los lazos fraternos, de apoyarnos mutuamente en este proceso de resurrección social que necesitamos, que se nos reclama… Y desaparece la expectativa mágica de “alguien que nos rescate”, y se hace imperioso salir de regreso al camino, ponerse a trabajar, tomar la utopía del Reino en nuestras manos, construirlo paso a paso, encuentro a encuentro… El texto que acabamos de leer está enmarcado en un contexto más amplio de polémica entre Jesús y los judíos (fariseos), después de la curación del ciego de nacimiento. Quien no entra por la puerta, es ladrón y bandido. Quien no es dueño de las ovejas, sino asalariado, no está dispuesto a dar la vida por ellas.
No se trata de una propuesta anodina sino de una denuncia en toda regla. Todo poder que no se pone al servicio del pueblo es contrario a Dios. Hemos abandonado los relatos pascuales, pero no nos salimos del tema pascual. El único mandato que Jesús recibe del Padre es dar Vida. EXPLICACIÓN El problema que tenemos hoy nosotros para comprender la alegoría del buen pastor, es que apenas sabemos lo que es un pastor; mucho menos podemos hacernos la idea de lo que sería un "buen pastor". En nuestro tiempo un pastor no conoce a cada oveja por su nombre, ni las ovejas reconocen a su pastor. En tiempo de Jesús, el pastor era, casi siempre, el dueño de un pequeño número de ovejas, a las que cuidaba como si fueran miembros de la familia, incluso, cobijándolas bajo el mismo techo, llamándolas por su nombre propio. Es natural que así fuera, porque de ellas dependía el sustento de la familia; lana, leche, carne, piel, abono, contribuían a la subsistencia de sus miembros. La figura del pastor modelo está en contraposición con la figura del mercenario. El pastor que es dueño de las ovejas, actúa por amor y no le importa arriesgar su propia persona para defenderlas de cualquier peligro. El mercenario actúa por dinero, las ovejas le traen sin cuidado. En 4 Esd 5,18 se dice: “No nos abandones como un pastor su rebaño en poder de lobos dañinos”. La figura del lobo está en paralelo con la del ladrón y bandido, (de la que habla un poco más arriba) que arrebata y dispersa. Precisamente lo contrario de lo que hace Jesús, reunir las ovejas dispersas (11,52) La imagen del pastor fue muy utilizada en el AT. Se aplicó a los dirigentes, muchas veces para llamar la atención de que no cumplían con su deber de cuidar como debían del pueblo. También se aplicó al mismo Dios que, cansado de los malos pastores, terminaría por apacentar Él mismo a su rebaño. La única idea totalmente original de Juan es la de dar la vida por las ovejas. Seguramente es una interpretación de la vida y muerte de Jesús como servicio total a los hombres. Hay que recordar una vez más, que no se trata de un discurso de Jesús, sino de una manera de trasmitir lo que los cristianos de aquella comunidad pensaron sobre él durante setenta años. Yo soy el buen pastor. No se trata de resaltar el carácter de bondad y de dulzura. Con la traducción oficial queda devaluada la expresión. Además “bueno” en griego, sería ‘agathos’. ‘Kalos’ significa bello, ideal, excelente, único en su género o modelo de perfección. Denota perfección suma. No se dice solo de las personas (el vino en la boda de Caná (2,10). Sería el pastor por excelencia, único. Pastores “buenos”, puede haber muchos. Pastor ideal solo puede haber uno. El tomar el evangelio que acabamos de oír como excusa para hablar de los obispos y de los sacerdotes como pastores, no tiene ni pies ni cabeza. La tarea de los dirigentes religiosos no tiene nada que ver con lo que nos quiere decir el evangelio sobre Jesús. Todos somos ovejas de Jesús, no del obispo o del párroco; mucho menos si siguen empeñados en que, en vez de ovejas, seamos borregos. El buen pastor se entrega él mismo por las ovejas. La vida (psukhên) se identifica con la persona. En griego existen tres palabras para designar vida: ‘bios’, ‘zoê’ y ‘psukhên’. No significan exactamente lo mismo, y por eso pueden causar confusión. ‘Psukhên’ significa persona, es decir, capacidad de sentimientos y afectos. ‘Tithesin’ no significa dar, sino poner, o mejor, exponer, arriesgar. Como pastor excelente, Jesús pone su persona al servicio de los demás durante toda la vida. Jesús se desvive por los demás. Dice el DRAE: “Desvivirse: mostrar incesante y vivo interés, solicitud o amor por una persona”. Es exactamente lo que queremos decir aquí de Jesús. La entrega de la vida física, es la manifestación extrema de su continua entrega durante su vida. Quien no ama hasta dar la vida no es auténtico pastor. El máximo don de sí es la comunicación plena de lo que él es. No se trata de que, por su muerte, se nos conceda algo venido de fuera. Se trata de que su Vida, puesta al servicio de los demás, prende y se desarrolla en los demás. Cuando seamos capaces de darnos sin límites, será la prueba de que su Vida está en nosotros. Conozco a las mías y las mías me conocen. No se trata de un conocimiento a través de los sentidos o de la razón. En el AT el conocimiento y el amor van siempre juntos. Ese conocimiento mutuo es una relación íntima, por la participación del Espíritu. Esta reciprocidad nos lanza a años luz de la simple imagen de oveja y pastor. Este mutuo conocimiento-amor, lo compara con el que existe entre Jesús y el Padre. La comunidad de Jesús no es una filiación externa, sino una experiencia-vivencia de amor. No se trata de la pertenencia a una institución, sino de la unidad de ser y acción en el mismo Espíritu. El descubrimiento vivencial del amor de Dios al hombre lleva a dar la vida. Tengo otras ovejas que no son de este atrio. Sitúa Juan su evangelio en el amplio contexto de la creación. De ahí deduce la visión universalista de la misión de Jesús. Los supuestos privilegios del pueblo de Israel, desaparecen en beneficio de una comunidad universal. Ya en el prólogo habla de la “luz que ilumina a todo hombre”. Es una pena que nos hayamos olvidado de esta visión. Todos los seres humanos pertenecen al mismo dueño y de todos cuida con la misma solicitud. Tal vez la idea religiosa que más daño ha hecho a nuestro cristianismo, es la de creernos elegidos, y que Dios era propiedad exclusiva nuestra. Todas las religiones han caído en esa trampa; la nuestra ha sido la más exagerada en esa reivindicación de una exclusividad de Dios. "Fuera de la Iglesia no hay salvación". Aún hoy, la idea que tenemos de ecumenismo es raquítica; unirnos todos los que creemos en Cristo. ¿Para hacer frente a los adversarios de una manera más eficaz? La imagen que damos de Dios es lamentable y mezquina. Para nada es la del Dios de Jesús. Un solo rebaño, un solo pastor. La ausencia de conjunción "y" o preposición "con" entre los dos términos, indica que la relación entre Jesús y el rebaño no es de yuxtaposición ni de compañía. Jesús como fuente de Vida es el aglutinante que constituye la comunidad como tal, que no puede ser encerrada en institución alguna, ni nacional ni cultural ni religiosa. Su base es la naturaleza del hombre acabado por el Espíritu que da cohesión y unidad interior. Jesús no ha creado un corral (la Iglesia) donde meter a sus ovejas, todos los hombres forman parte de su rebaño. Esto seguimos sin entenderlo, después de dos mil años. Va siendo hora de que abandonemos la seguridad de nuestros supuestos privilegios. APLICACIÓN La disposición a dar Vida, es la categoría intelectual que empalma estos relatos con el tiempo de Pascua que estamos celebrando. Decíamos que la raíz de la experiencia pascual era que Jesús seguía vivo y estaba comunicando Vida a la comunidad. Es mucho más que celebrar la muerte y creer en una vuelta a la vida. Se trata de descubrir que Jesús comunica a otros lo más valioso de sí mismo. Como los primeros cristianos, nosotros tenemos la misma posibilidad de hacer nuestra esa Vida. Se trata de la misma Vida de Dios, de su amor que se nos entrega incondicionalmente. "El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por mí". ‘El que me come’, quiere decir ‘el que me hace suyo, el que se identifica con mi manera de ser, de pensar, de actuar, de vivir’. Si Jesús es pan de Vida, no es porque lo podemos comer a él, sino porque nos capacita para dejarnos comer. Si no me desvivo por el otro, es que su Vida aún no se ha desplegado en mí. En la medida que cada uno de nosotros hayamos hecho nuestra esa Vida, estaremos dispuestos a desvivirnos por los demás. Como la vida biológica, esta Vida es un “movimiento desde dentro”. El salir de sí mismo e ir a los demás para potenciar su misma Vida, no debe depender de las circunstancias; es un movimiento que tiene su origen es esa misma Vida que se me ha comunicado y que no tiene más remedio que manifestarse en la entrega a lo otros, sin ninguna clase de distinción. El amor que nos pidió Jesús, está reñido con cualquier clase de acepción de personas. No estamos acostumbrados a tener este detalle en cuenta, y así creemos que es amor lo que no es más que recíproco interés o simpatía visceral. Amar y servir al que me ama y sirve, no es garantía ninguna del amor cristiano. El ayudar al que puede ayudarte y ser amable con la persona que puedes necesitar no es más que un sutil despliegue de egoísmo. Si no atendemos a este detalle en nuestras relaciones con los demás, fácilmente podemos creernos en la cima del cristianismo, simplemente porque somos capaces de sacrificarnos por aquellos de los que dependemos. Meditación-contemplación “Yo doy mi vida por las ovejas”. Trata de descubrir el verdadero sentido de esta frase. No es cuestión de dar la vida muriendo, sino de poner toda tu vida al servicio de los demás. ………………….. Solo lo que se da, se gana. Todo lo que se guarda, se pierde. Si te empañas en salvaguardar a toda costa tu vida, habrás desperdiciado tu existencia. ………………. Nadie va a exigirte que entregues tu vida muriendo, pero de tu vida solo permanecerá lo que entregues. No pienses en grandes sacrificios y renuncias. Date poco a poco en las cosas más sencillas de cada día. En cierto sentido, el verbo “entregar”, que ocupa un lugar destacado en el cuarto evangelio, podría definir a Jesús: él es quien se entrega (o “el entregado”): “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Único” (3,16).
Una entrega que recuerda a la imagen del grano de trigo, usada por el mismo evangelista: “El grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; solo entonces producirá fruto abundante” (12,24). Esta imagen nos hace caer en la cuenta de una ley que parece regir en todo, pero que con frecuencia olvidamos. Todo lo que conocemos es unmisterio de muerte-resurrección. Únicamente resucita lo que muere; solo se recupera lo que se entrega. Y todos nos hallamos inmersos en esa misma dinámica. Me gustaría expresarlo con palabras de Claudio Naranjo: “Una cosa es clara: que el proceso de evolución de la conciencia individual es una especie de metamorfosis psico-espiritual –una transformación- que entraña un proceso de muerte y renacimiento… “Atravesamos por diversas y pequeñas muertes psicológicas a través de las cuales vamos dejando atrás ciertas motivaciones, y nos vamos desprendiendo de aspectos de la personalidad forjada durante la infancia, de lo postizo, que es algo que hemos interiorizado de la patología social que nos rodea o algo que tuvimos que adoptar a modo de defensa… “A medida que nos vamos liberando de lo obsoleto y limitante, va emergiendo nuestra potencialidad interior, esa conciencia mayor que llamamos espíritu y que es como la flor de nuestra vida. En el lenguaje de la Psicología Transpersonal, vamos dejando atrás el ego, y con ello vamos liberando nuestro ser esencial de la prisión de nuestra «neurótica» compulsividad condicionada”. El misterio de muerte-resurrección, en los seres humanos, no es otro que la posibilidad del paso del ego a nuestra verdadera identidad. Ese paso es de tal envergadura que, hasta donde sabemos, solo se puede producir a través de la “noche oscura” en la que, nos entregamos por completo, para ser completamente “reencontrados” en otro nivel de nuestra identidad. El ego es ese grano de trigo que, al morir, permite que emerja la espiga que realmente somos. Jesús vivió este paso (que, probablemente, quiso quedar reflejado en el relato de las tentaciones), y eso hizo posible que toda su vida fuera entrega. La capacidad de entrega es uno de los primeros signos de madurez personal. La persona madura es aquélla que es capaz de amar y de entregarse de forma gratuita. No lo hace por un voluntarismo moral, ni por la búsqueda de una recompensa religiosa. La entrega nace de la comprensión de quienes somos. Es cierto que la experiencia de la propia vulnerabilidad puede abrirnos a socorrer la vulnerabilidad de los otros. Pero solo cuando comprendemos que nuestra identidad es Amor universal y gratuito –la identidad transpersonal, a la que se refería Claudio Naranjo-, la entrega brota espontánea. La entrega de Jesús –que se visibilizará en la cruz, pero que lo acompañó durante toda su vida- queda plasmada en la alegoría conocida como “del buen pastor”. Se trata de una imagen que a nuestros contemporáneos les resulta, a la vez, anacrónica y peligrosa. Anacrónica, porque las escenas del pastor cuidando del rebaño han desaparecido del universo mayoritariamente urbano y desarrollado. Peligrosa, porque la imagen del rebaño conlleva resabios de borreguismo, que la conciencia moderna rechaza visceralmente, por evocar el binomio poder/sumisión. El hombre y la mujer contemporáneos no andan buscando “pastores”, por más que luego se vayan detrás de cualquier señuelo, sino compañeros de camino que hayan experimentado lo que dicen y que, por ese mismo motivo, puedan ser guías eficaces. No era así en la Palestina del siglo I. Tal como quedó plasmada en el Salmo 23 -“el Señor es mi pastor, nada me falta”-, la imagen del “pastor” fue aplicada a Yhwh, y hacía alusión al cuidado amoroso, que permite vivir en una confianza inquebrantable. Por eso hoy, aunque la imagen haya quedado obsoleta, con reminiscencias autoritarias, y sea irrecuperable –no sé si resulta positivo seguir usando la imagen del “pastor” en la comunidad cristiana-, su contenido sigue siendo plenamente actual, en cuanto proclama laactitud de entrega a los otros hasta el final. Se trata, además, de una entrega que se basa en el mutuo “conocerse”, tal como este verbo se entiende en el mundo bíblico: “conocer” hace referencia a algo íntimo y experiencial. En este sentido, la entrega, así entendida, es lo que vivió Jesús, quien “pasó por la vida haciendo el bien” (Hech 10,38). Pero puede considerarse también como un nombre de la Divinidad: Dios es Entrega, pura Donación, puro Amor y Cuidado. Eso es lo que caracteriza a la Fuente de todo lo real. Y entrega es también nuestra vocación, porque es nuestra identidad. No somos el ego narcisista, que gira en torno a sí mismo, en un movimiento egocentrado y devorador…, aunque con frecuencia nos vivamos así, como consecuencia de nuestra ignorancia y de nuestras carencias afectivas. No somos ese ego, que no es sino un conjunto de pautas mentales y emocionales, grabadas con fuerza en nuestro psiquismo. Somos el Amor incondicionado, que es cuidado y entrega. También desde esta perspectiva, podemos reconocer a Jesús como el “espejo” de lo que somos. El vive lo que es… y eso hace que despierte en nosotros lo que somos, en una Identidad compartida o no-dual. El texto habla de “entregar la vida” y “recuperarla”. En realidad, solo la recuperamos cuando la entregamos. Sin entrega, nos hallamos encerrados en el caparazón narcisista, alejados también de la consciencia clara de la Vida. Somos como el gusano que se niega a ser mariposa. En la medida en que nos abrimos y entregamos, lo que aparece ahí es la Vida, y nosotros nos reencontramos con nuestra verdadera identidad. No somos el ego que tenemos transitoriamente, sino la Vida que se expresa en esta forma concreta. El misterio de muerte-resurrección, al que aludía en el inicio, consiste en morir al ego para que pueda vivir la vida que realmente somos. O, en palabras del propio Jesús, “quien quiera salvar su vida (ego), la perderá, pero el que la pierda por mí y por la buena noticia, la salvará” (Marcos 8,35). “Perder la vida” por Jesús es asumir su modo de vivir, desidentificado del ego y entregado hasta el final. Con esas palabras, el evangelio nos pone frente a todo un desafío: el de entender nuestro vivir como un aprendizaje continuo, hasta reconocernos en quienes somos; un aprendizaje que es, en términos del propio evangelio, metanoia, conversión, paso del ego a la Consciencia que somos. Cambiamos de contexto. No se trata ya de los relatos de la Resurrección sino de un mensaje de Jesús. La escena se sitúa en Jerusalén. Se ha producido inmediatamente antes la curación del ciego de nacimiento, que ha provocado por una parte la admiración del pueblo, y por otra el rechazo de los jefes. A continuación, Jesús se presenta como "puerta" y como "pastor". Y vuelve a provocar la división: unos creen en él, por sus signos y por sus palabras, otros se le oponen cada vez con más violencia. El párrafo siguiente es muy significativo:
Se celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Jesús se paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón. Le rodearon los judíos, y le decían: «¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente.» Jesús les respondió: «Ya os lo he dicho, pero no me creéis. Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.» Los judíos trajeron otra vez piedras para apedrearle. Jesús les dijo: «Muchas obras buenas que vienen del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme?» Le respondieron los judíos: «No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios.». Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había estado antes bautizando, y se quedó allí. Muchos fueron donde él y decían: «Juan no realizó ninguna señal, pero todo lo que dijo Juan de éste, era verdad.» Y muchos allí creyeron en él. (Jn 10:22‑42) Se trata pues de la presentación de Jesús, de una manera definitiva. Después de la discusión, Jesús, prudentemente, se marcha de Jerusalén. Pero volverá llamado por la enfermedad y muerte de su amigo Lázaro, volverá la predicación del Templo, y la inevitable consecuencia del arresto y la muerte. Estos fragmentos evangélicos muestran por tanto todo el planteamiento de Juan, paralelo a la predicación de Pedro: "Este, al que vosotros rechazasteis, es el que esperábamos" También a nosotros se nos ofrece el mismo dilema ante Jesús: ¿Es éste el que esperábamos? Todos estos domingos se nos está ofreciendo una reflexión sobre nuestra fe en Jesús, a varios niveles: PRIMER NIVEL: "Lo que creemos de Jesús" No tenemos mucha dificultad en admitir una profesión de fe como la que aparece en los discursos de Pedro: "El hombre lleno del Espíritu, en el que vemos actuar al Espíritu de Dios". Nuestra mente occidental del siglo XX siente más la lejanía de Dios y lo difícil de comprender nada de Dios mismo. Entender a Jesús como "lleno del Espíritu de Dios", nos va bien, y por eso tendemos a quedarnos ahí. Juan vio más, e hizo profesiones de una fe en Jesús que va más lejos aún: “Yo y el Padre somos uno”. Los judíos trajeron otra vez piedras para apedrearle. Jesús les dijo: « Muchas obras buenas que vienen del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme? » Le respondieron los judíos: « No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios.» No podemos olvidar que ésta fue la acusación definitiva por la que le condenaron a muerte. Tras muchas acusaciones y falsos testimonios infructuosos, el Sumo Sacerdote le interpela directamente, y se le condena porque blasfema diciendo que es "El Hijo de Dios". Todo esto se expresa de la forma más llamativa en el prólogo del Evangelio, en que Jesús es presentado como "El Verbo por quien fueron hechas todas las cosas, que puso su tienda entre nosotros" "Y nosotros hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de Gracia y de Verdad" Es éste un buen momento, por tanto, para meditar en nuestra propia Fe en Jesús. Cada uno camina en su fe. Es fácil que ésta última formulación de la fe, la de Juan, nos haya sido transmitida desde pequeños: "Jesús es Dios hecho hombre, encarnado en el seno de la Virgen María". Y lo admitimos así de manera ingenua y confiada, probablemente negando, al admitir esto, la humanidad de Jesús. Cuando nuestra fe fue más adulta, hicimos crítica ella, y tal formulación quizá nos pareció demasiado. "Retrocedimos" a la formulación de Pedro: "El hombre lleno del Espíritu", “Dios estaba con Él”... simplemente porque no podemos entender más. Creo que es bueno que tomemos conciencia de los límites de nuestra mente; tendemos a creer sólo lo que podemos comprender. Pero es igualmente bueno darnos cuenta de que esa otra formulación, la que ve en Jesús "más", está ahí, en Juan, y se nos ofrece como un desafío. SEGUNDO NIVEL: "Le creemos a Jesús, nos fiamos de Él" La fe como aceptación de ideas no es más que un principio, incluso puede ser inútil. Se trata de que nuestra vida necesita sentido. Se trata de que el sentido de la vida es la relación con Dios. Una serie de fórmulas teóricas sobre quién es Jesús no salva nuestra vida. Lo que salva nuestra vida es vivir de otra manera. Las ideas interesan cuando son motores de la vida. Y Jesús, creamos en Él al nivel que creamos, nos importa porque nos descubre quiénes somos y quién es Dios. Y esto puede cambiar nuestra manera de vivir, puede "salvar nuestra vida" En el Evangelio de hoy se ofrece la imagen de Jesús como pastor, buen pastor interesado sólo por el bien de las ovejas, capaz de dar la vida por las ovejas. Jesús imagen de Dios: "Quien me ve, ve al Padre". Se presenta a Dios como Pastor capaz de dar la vida por las ovejas, en la misma línea de todas las imágenes con que los evangelios nos hablan de Dios: el médico, la mujer que busca la moneda perdida, el padre del hijo pródigo... Y en la misma línea en que lo está presentando Juan con símbolos tan conocidos como LA LUZ (en la curación del ciego de nacimiento ) EL AGUA (en el relato de la Samaritana y la fiesta de las tiendas) LA VIDA (en la resurrección de Lázaro) EL PAN (en la multiplicación de los panes y el discurso del Pan de vida ) EL PAN Y EL VINO (en la Eucaristía) Todos estos símbolos de Dios tienen la característica de su funcionalidad: la luz es para caminar sin tropezar: el agua, el pan, el vino, son los alimentos necesarios para trabajar... La vida es ... ¿para qué es la vida? Nos encontramos con la esencia de la Revelación: Dios se revela para decirle al ser humano para qué es la vida: y el mensaje es que eres hijo, que puedes realizarte como hijo, que Dios cuenta contigo para que todos lo sepan y salven su vida. La vida es algo que debe ser salvado de la oscuridad y de la sed, del pecado y de la muerte. Y Dios es el agua y la luz y la vida que está aquí con nosotros para que lo logremos. En Jesús encontramos pues la revelación de Dios y del ser humano: Dios se muestra "para que el hombre viva". El ser humano es, esencialmente, "posibilidad de Dios". En cierto sentido, el verbo “entregar”, que ocupa un lugar destacado en el cuarto evangelio, podría definir a Jesús: él es quien se entrega (o “el entregado”): “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Único” (3,16).
Una entrega que recuerda a la imagen del grano de trigo, usada por el mismo evangelista: “El grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; solo entonces producirá fruto abundante” (12,24). Esta imagen nos hace caer en la cuenta de una ley que parece regir en todo, pero que con frecuencia olvidamos. Todo lo que conocemos es unmisterio de muerte-resurrección. Únicamente resucita lo que muere; solo se recupera lo que se entrega. Y todos nos hallamos inmersos en esa misma dinámica. Me gustaría expresarlo con palabras de Claudio Naranjo: “Una cosa es clara: que el proceso de evolución de la conciencia individual es una especie de metamorfosis psico-espiritual –una transformación- que entraña un proceso de muerte y renacimiento… “Atravesamos por diversas y pequeñas muertes psicológicas a través de las cuales vamos dejando atrás ciertas motivaciones, y nos vamos desprendiendo de aspectos de la personalidad forjada durante la infancia, de lo postizo, que es algo que hemos interiorizado de la patología social que nos rodea o algo que tuvimos que adoptar a modo de defensa… “A medida que nos vamos liberando de lo obsoleto y limitante, va emergiendo nuestra potencialidad interior, esa conciencia mayor que llamamos espíritu y que es como la flor de nuestra vida. En el lenguaje de la Psicología Transpersonal, vamos dejando atrás el ego, y con ello vamos liberando nuestro ser esencial de la prisión de nuestra «neurótica» compulsividad condicionada”. El misterio de muerte-resurrección, en los seres humanos, no es otro que la posibilidad del paso del ego a nuestra verdadera identidad. Ese paso es de tal envergadura que, hasta donde sabemos, solo se puede producir a través de la “noche oscura” en la que, nos entregamos por completo, para ser completamente “reencontrados” en otro nivel de nuestra identidad. El ego es ese grano de trigo que, al morir, permite que emerja la espiga que realmente somos. Jesús vivió este paso (que, probablemente, quiso quedar reflejado en el relato de las tentaciones), y eso hizo posible que toda su vida fuera entrega. La capacidad de entrega es uno de los primeros signos de madurez personal. La persona madura es aquélla que es capaz de amar y de entregarse de forma gratuita. No lo hace por un voluntarismo moral, ni por la búsqueda de una recompensa religiosa. La entrega nace de la comprensión de quienes somos. Es cierto que la experiencia de la propia vulnerabilidad puede abrirnos a socorrer la vulnerabilidad de los otros. Pero solo cuando comprendemos que nuestra identidad es Amor universal y gratuito –la identidad transpersonal, a la que se refería Claudio Naranjo-, la entrega brota espontánea. La entrega de Jesús –que se visibilizará en la cruz, pero que lo acompañó durante toda su vida- queda plasmada en la alegoría conocida como “del buen pastor”. Se trata de una imagen que a nuestros contemporáneos les resulta, a la vez, anacrónica y peligrosa. Anacrónica, porque las escenas del pastor cuidando del rebaño han desaparecido del universo mayoritariamente urbano y desarrollado. Peligrosa, porque la imagen del rebaño conlleva resabios de borreguismo, que la conciencia moderna rechaza visceralmente, por evocar el binomio poder/sumisión. El hombre y la mujer contemporáneos no andan buscando “pastores”, por más que luego se vayan detrás de cualquier señuelo, sino compañeros de camino que hayan experimentado lo que dicen y que, por ese mismo motivo, puedan ser guías eficaces. No era así en la Palestina del siglo I. Tal como quedó plasmada en el Salmo 23 -“el Señor es mi pastor, nada me falta”-, la imagen del “pastor” fue aplicada a Yhwh, y hacía alusión al cuidado amoroso, que permite vivir en una confianza inquebrantable. Por eso hoy, aunque la imagen haya quedado obsoleta, con reminiscencias autoritarias, y sea irrecuperable –no sé si resulta positivo seguir usando la imagen del “pastor” en la comunidad cristiana-, su contenido sigue siendo plenamente actual, en cuanto proclama laactitud de entrega a los otros hasta el final. Se trata, además, de una entrega que se basa en el mutuo “conocerse”, tal como este verbo se entiende en el mundo bíblico: “conocer” hace referencia a algo íntimo y experiencial. En este sentido, la entrega, así entendida, es lo que vivió Jesús, quien “pasó por la vida haciendo el bien” (Hech 10,38). Pero puede considerarse también como un nombre de la Divinidad: Dios es Entrega, pura Donación, puro Amor y Cuidado. Eso es lo que caracteriza a la Fuente de todo lo real. Y entrega es también nuestra vocación, porque es nuestra identidad. No somos el ego narcisista, que gira en torno a sí mismo, en un movimiento egocentrado y devorador…, aunque con frecuencia nos vivamos así, como consecuencia de nuestra ignorancia y de nuestras carencias afectivas. No somos ese ego, que no es sino un conjunto de pautas mentales y emocionales, grabadas con fuerza en nuestro psiquismo. Somos el Amor incondicionado, que es cuidado y entrega. También desde esta perspectiva, podemos reconocer a Jesús como el “espejo” de lo que somos. El vive lo que es… y eso hace que despierte en nosotros lo que somos, en una Identidad compartida o no-dual. El texto habla de “entregar la vida” y “recuperarla”. En realidad, solo la recuperamos cuando la entregamos. Sin entrega, nos hallamos encerrados en el caparazón narcisista, alejados también de la consciencia clara de la Vida. Somos como el gusano que se niega a ser mariposa. En la medida en que nos abrimos y entregamos, lo que aparece ahí es la Vida, y nosotros nos reencontramos con nuestra verdadera identidad. No somos el ego que tenemos transitoriamente, sino la Vida que se expresa en esta forma concreta. El misterio de muerte-resurrección, al que aludía en el inicio, consiste en morir al ego para que pueda vivir la vida que realmente somos. O, en palabras del propio Jesús, “quien quiera salvar su vida (ego), la perderá, pero el que la pierda por mí y por la buena noticia, la salvará” (Marcos 8,35). “Perder la vida” por Jesús es asumir su modo de vivir, desidentificado del ego y entregado hasta el final. Con esas palabras, el evangelio nos pone frente a todo un desafío: el de entender nuestro vivir como un aprendizaje continuo, hasta reconocernos en quienes somos; un aprendizaje que es, en términos del propio evangelio, metanoia, conversión, paso del ego a la Consciencia que somos. “Cristo de nuevo Crucificado” es una novela de Nikos Kazantzakis sobre la que Bohuslav Martinu compuso la ópera La Pasión Griega y cuya première tuvo lugar en Zurich en 1961. Jules Dassis realizó a su vez una versión para la gran pantalla con el título “El que debe morir”, que se estrenó en Festival de Cannes en 1957.
Espiritualmente inquieto, este polémico autor tuvo presente en su pensamiento toda su vida la figura de Jesús. La Iglesia Ortodoxa le excomulgó en 1955, y la Católica Romana condenó su obra al Índice de Libros Prohibidos. No es de extrañar, pues en ella existe una profunda crítica a todas las instituciones eclesiásticas manifestando una nueva visión del cristianismo que irritó –y sigue irritando- a los poderes religiosos. Traemos el tema a Feadulta porque ciertos acontecimientos de estos días –y de siempre- nos recuerdan con dolor los en ellas narrados. Los abordaremos en una doble vertiente: ¿Qué es ser verdadero cristiano? ¿Quién tiene autoridad para separar de la Iglesia a alguno de sus miembros? Empezaremos con el relato de los hechos. Es domingo de Pascua en Lycovrissi. En el exterior de la iglesia, el pope Grigoris anuncia a los vecinos la asignación de papeles hecha por los mandatarios del pueblo para la representación del misterio de la Pasión. En esto llegan harapientos los habitantes de una aldea saqueada por los turcos, con su pope Fotis al frente, solicitando ayuda. Grigoris, revestido con todos los atributos de su dignidad, les increpa con altivez: “Padre, decid la verdad, ¿qué pecado habéis cometido, qué habéis hecho para que Dios os hiciera caer en desgracia?” Una niña de los refugiados da un grito y cae al suelo. Grigoris exclama: “La respuesta que os pedí os la ha dado Dios; hela aquí: ¡es el cólera!” El desconcierto se apodera del pueblo y los habitantes se alejan asustados a pesar de los gritos de Fotis: “¡No es cierto, hermanos! ¡Ha muerto de hambre! ¡Tenemos hambre!”. Lo único que piden es “¡Tierra!, ¡tierra para volver a echar raíces!”. Pero las fuerzas vivas, temerosas por la enfermedad y negándose a repartir su riqueza, los expulsan. (¿Es que su eminencia ignoraba acaso que “dar de comer al hambriento y posada al peregrino” las dijo un tal Jesús en su Sermón de la Montaña?) Algunos aldeanos, y de modo particular los asignados para la representación de la Pasión, regresan para auxiliarles. La primera, Catalina –la Magdalena- trayéndoles agua. Luego Manolios –Jesús- señalándoles un lugar donde poder vivir: “Padre, id al Monte Sarakina; allí hay agua, el monte está lleno de leña seca… podéis hacer fuego, las noches todavía son frías”. Y llenos de decisión y también de amor, la Comunidad inicia la construcción de su segunda aldea. Lo único que piden es paciencia, fuerza para trabajar y no desesperar jamás. Yannakos el comerciante –Pedro-, que les ha estado expiando, se compadece de ellos y entrega a Fotis tres monedas de oro como ayuda. Catalina, la Magdalena, dice a Manolios: “Has pronunciado una palabra que me hace libre: me has llamado hermana”. Y también ella se decide a dar su única oveja para que los niños tengan leche. Otro ofrece la décima parte de su cosecha, y uno más dice: “Yo, Antony, barbero de Lycovrissi, el sábado subiré a Sarakina y afeitaré a todos gratis”. Los demás se unen. Estos hechos les van haciendo a todos tomar conciencia de quiénes son realmente. “Ahora soy consciente de quién era María Magdalena. Eso he llegado a ser: la Magdalena del pueblo… y no me avergonzaré nunca”. Y Yannakos: “También yo desde esta mañana lo empecé a entender”. Manolios –Jesús-, que es motor de esta nueva forma de vida y que tiene una visión de fraternidad universal, les propone sentado en medio de los olivos: “Mirad las aceitunas llenas de aceite, pensad en los pobres… Una buena acción, incluso si se hace en el más remoto desierto, repercute en todo el mundo”. Y ahora ha llegado el momento de replantarse la primera cuestión: ¿quién son los verdaderos cristianos? ¿Los de un Jesús teologizado en conceptos y fosilizado en la roca del tiempo, como propone la Institución? ¿O un Cristo resucitado en la vida de todos y en el humano acaecer de cada día? Las huellas que identifican inequívocamente a sus discípulos no son los Mandamientos –salvo el del amor- sino las Bienaventuranzas. En lo referente a la segunda de “¿Quién tiene autoridad para separar de la Iglesia a alguno de sus miembros?” los hechos son más elocuentes todavía. Y la respuesta más simple: ¡Nadie! ¿Es que puede algún hijo de Dios adjudicarse el poder de apartar de Él a otro hijo igualmente suyo? El pope Grigoris sube con las autoridades y conmina al grupo de rebeldes a bajar. Aludiendo a Manolios dice: “¡Le expulsaré del pueblo! ¡Le haré morder el polvo, ya lo veréis! ¡Se lo haré a todos, a Cristo, a los apóstoles… ¡a todos!” Manolios, en cambio comenta a sus cuatro adeptos mientras descienden el monte: “Cristo está vivo y camina por el mundo. Los corazones se abrieron para darle la bienvenida”. Ya en el interior del templo, Grigoris se dirige así a toda la comunidad: “Hermanos cristianos… si hay una oveja enferma hay que aislarle del rebaño para que no contamine a las demás y llevarla a morir lo más lejos posible… ¡Esa es Manolios! Se ha rebelado contra Dios. Es nuestro deber acabar con él… ¡Estás excomulgado! (¡Genial interpretación de la parábola evangélica del Buen Pastor: “Totus tuus”, menos los que no piensan como tú, claro). Y exhorta al pueblo a que nadie se acerque a él mientras la voz coral repite sus palabras y responde con un asentido ¡Amén! Pero los cuatro que le siguieron y algunos más, protestan que estarán siempre a su lado. A lo que el representante de la iglesia responde gritando: “¡Fuera de la casa de Dios! ¡Excomulgados!” Manolios sale de la iglesia e increpa al pueblo invitándole a la rebelión, a la vista de lo que está sucediendo en Sarakina. En medio de la confusión creada, Jesús es apuñalado por Judas. Aparece entonces el grupo de los refugiados, guiado por Fotis. Se arrodilla junto al cadáver de Manolios, que Magdalena sostiene entre sus brazos a modo de Piedad, y al que dedica un canto final lleno de amor y de fervor. Creo que el mejor epílogo de este drama histórico –y quien tenga oídos para oir, oiga- son las palabras dirigidas por Kazantzakis a las autoridades religiosas de la Iglesia Ortodoxa: “Me habéis dado una maldición, Santos Padres, yo os doy una bendición. Que vuestras conciencias sean tan claras como la mía y que seáis tan morales y religiosos como yo”. Hemos nacido dentro de lo religioso, de lo sagrado, del agua bendita hasta la coronilla. La divinidad estaba presente hasta en el menor recoveco de nuestras vidas. Éramos piadosos, devotos, supersticiosos, crédulos, dóciles; éramos chicos buenos. También éramos místicos. Sublimábamos todo. El mal, el desorden, las desgracias venían siempre de nuestros pecados.
Había que combatir el pecado en nosotros y alrededor de nosotros a través del sacrificio, de la fuerza de voluntad, la disciplina personal, hasta por la violencia y también por las oraciones y por las misiones. A veces uno rezongaba un poco, pero nuestras rebeldías no duraban. Creíamos en un Dios infinitamente bueno, pero creíamos también que éramos absolutamente in-merecedores de su bondad. Había que luchar sin cesar para hacernos dignos de ella. Nada era nunca ni demasiado bello ni demasiado grande para nuestro Dios. Por eso le construíamos iglesias en todas las esquinas. Y le entregábamos nuestra vida sin vasilar. Llenábamos seminarios y conventos, comprometiéndonos con fervor a una vida de austeridad, de oración, de don de nosotros mismos. Nos sentíamos afortunados, privilegiados, por haber conocido este camino de salvación que nos había sido revelado y que permanecía oculto para otras naciones… y suspirábamos por la hora en que todos los pueblos que sobre la tierra “yacían en las tinieblas y en las sombras de la muerte” tendrían la gran suerte de compartir nuestro tesoro. Cuando todavía estábamos en la etapa de la sobrevivencia, esta visión de la vida era a la vez dura y reconfortante. Conocíamos las reglas. Sabíamos a qué atenernos. Éramos los herederos de las alegrías del cielo a condición de que nos invirtiéramos, que aceptáramos la realidad que nos aplastaba y la enfrentáramos con resignación y coraje. Todo el que cuestionaba esta manera de ver las cosas era malo. Luego muy suavemente emergió la razón. El desarrollo de la industria y de la ciencia, el crecimiento de las ciudades y los cambios sociales nos hicieron comprender que había otras formas de ver, de hacer, de pensar. Que de alguna manera uno podía ser dueño de su destino, dueño de forjarlo, de construirlo. Que existía tal vez alguna forma de liberarse de esa vida ardua que nos ataba a la tierra y nos condenaba a aceptar duras obligaciones. Nos abrimos entonces a otra manera de mirar. ¿Solo era el hombre un impotente, un malvado, un culpable, un instrumento del destino, un juguete en las manos de un Dios infinitamente exigente e incluso vengativo...? Descubrimos que éramos simplemente ignorantes. Entonces nos pusimos a la tarea de comprender, luego de explicar y finalmente de conciliarlo todo. A la religión y a Dios o nos libramos de ellos o los hicimos más razonables, más comprensivos y más humanos. De repente redescubrimos a Jesús como un ser humano y al mismo tiempo empezamos a responsabilizarnos por nuestro destino. Las luces de la razón y de la ciencia, que habíamos más o menos despreciado, se habían convertido en nuestra salvación. Jesús ya no era el Salvador ante quien nos arrodillábamos, sino un compañero de camino en nuestras búsquedas. Fue la primavera de la libertad. Un viento liberador soplaba sobre nosotros. Ya no había ningún dueño de nosotros mismos salvo nosotros mismos. Hasta aquí hemos llegado. ¿Habrá que volver atrás? No. ¿Permanecer donde estamos? Seguimos en tiempo pascual. El tema de este domingo sigue siendo Jesús que vive y da Vida. Esa nueva Vida queda reflejada en las tres lecturas de hoy como conversión y perdón.
El pecado es la única muerte a la que debíamos tener miedo, porque es la única realidad que aniquila la verdadera Vida. Pero pecado es siempre hacer daño a los demás o hacerse daño a sí mismo. Solo cuando hay injusticia y opresión podemos decir con propiedad que hay pecado. Si hay pecado, hay muerte y por tanto, falta de Vida Todos estamos de acuerdo (incluido el Papa) en que Jesús no volvió a la vida biológica; por lo tanto lo que pasó en Jesús después de su muerte no puede ser objeto de la ciencia ni de la historia. Una realidad no puede ser a la vez material y espiritual. Si Jesús recuperó su cuerpo, necesariamente tiene que estar en el tiempo y en un lugar. Si decimos que su cuerpo es espiritual (Pablo lo dice expresamente), estamos afirmando que no hay cuerpo. Si no es cuerpo, no se puede constatar por los sentidos y no puede caer dentro del ámbito de lo histórico. Esta realidad, en sí misma, no se puede constatar históricamente, pero los efectos que produjo en sus seguidores, sí pueden ser constatados por la ciencia y por la historia. Solo a través de esos efectos podemos enterarnos de que Jesús sigue vivo y está dando vida a la comunidad. Esto es lo que los textos nos quieren transmitir. La aparición a los once es narrada, por todos los evangelistas, aunque de muy distinta manera. Un verdadero relato lo encontramos solo en Lucas y Juan. Recordemos que son los dos últimos en escribir su evangelio, y por eso nos trasmiten relatos muy elaborados teológicamente. En los textos más antiguos se habla siempre de (ôphthè) “dejarse ver”. Es este un término técnico, que normalmente se traduce por aparecerse, aunque no es una traducción adecuada. Para que veáis la dificultad de traducir esa palabreja, basta tener en cuenta que… · Pablo la utiliza en 1 Cor, 15 para decir que Cristo se apareció a Cefas, a Santiago y a Pablo; y en 1 Tim 3,16, para decir que se apareció a los ángeles. · La misma palabra es empleada para decirnos que Moisés y Elías se “aparecieron” junto a Jesús. · También se utiliza para designar las lenguas de fuego que “aparecieron” sobre la cabeza de los apóstoles. · En el discurso de Esteban, Dios se “aparece” a nuestro padre Abrahán. En los relatos más tardíos, se tiende a la materialización de la presencia, tal vez para contrarrestar la duda, que se destaca cada vez más. En Mateo se duda que sea el Cristo; en Lucas y Juan se duda de que sea Jesús de Nazaret. La materialización y la duda están relacionadas entre sí. Cuando los testigos de la vida de Jesús van desapareciendo, se siente la necesidad de insistir en la corporeidad del Jesús resucitado. Caen en la trampa en la que nosotros seguimos aprisionados: confundir lo real con lo que se puede constatar por los sentidos. Hoy sabemos que la verdaderarealidad no es lo sensible, sino lo espiritual. En el evangelio de Lucas que acabamos de leer, Jesús aparece de improviso, como había desaparecido después de partir el pan en Emaús. Se presenta en medio, no viene de ninguna parte. En el relato que precede de Emaús, había dejado claro que Jesús se hace presente en el camino de la vida, en la Escritura y en la fracción del pan. Aquí se hace presente en medio de la comunidad reunida. Esto lo tenía ya muy claro la primitiva iglesia cincuenta o sesenta años después de la muerte de Jesús, cuando se escribió este evangelio. “Llenos de miedo”. No tiene mucha lógica el terror manifestado, si tenemos en cuenta que los discípulos ya habían recibido el anuncio de las mujeres, la confirmación del sepulcro vacío por parte de Pedro, y una aparición al mismo Pedro que el evangelio menciona, pero no relata. En ese mismo momento en que aparece Jesús, los de Emaús les estaban contando lo que les acababa de pasar. Si a pesar de todo, siguen teniendo miedo, quiere decir que no fue fácil comprender que la Vida puede vencer a la muerte. También nos advierte de que, lo que se narra, no pudo ser una invención de los discípulos, porque no estaban nada predispuestos a esperar lo sucedido. Es curioso: en Juan, los discípulos reunidos tienen miedo de los judíos; en Lucas, tienen miedo del mismo Jesús que se les aparece. “Creían ver un fantasma”. El texto se empeña en que tomemos conciencia de lo difícil que fue reconocer a Jesús. Los que acaban de llegar de Emaús caminan varios kilómetros con él y cenan con él sin conocerle. Incluso Magdalena pensó que se trataba del hortelano. ¿Qué nos quieren decir estas acotaciones? Era Jesús, pero no era él. En el relato de hoy se dice: “Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros”. ¿Es que en ese momento no estaba con ellos? Estas incongruencias nos tienen que abrir los ojos. No es tan sencillo descubrirlo, pero los textos nos quieren decir mucho más que la simple narración de un suceso. “Mirad mis manos y mis pies, palpadme”. Las manos y los pies, prueba de su muerte por amor en la cruz; y de que ese Jesús que se deja ver ahora, es el mismo que crucificaron. Una vez más se insiste en la materialidad de lo narrado. Es importante dejar claro que no se trata de fantasías o ilusiones de los discípulos. En absoluto estaban predispuestos a creer en la resurrección, más bien se les impuso contra el común sentir de todos ellos. Esto da plena garantía de autenticidad a lo que nos quieren trasmitir, aunque al empaquetarlo en una narración, tenemos el peligro de quedarnos en la materialidad. No les importa la falta de lógica del relato. Un refrán escolástico dice: “Lo que prueba demasiado no prueba nada”. Cuando desapareció Jesús ¿qué pasó con aquel trozo de pescado que comió? “Así estaba escrito” Otra característica de Lucas es la insistencia en que se tienen que cumplir las Escrituras. Esto es muy interesante, porque todos los salmos que hablan del siervo doliente terminan con la intervención de Dios que se pone de su parte y reivindica su justicia. En las primeras comunidades, todos eran judíos; no tenían otro universo religioso para interpretar a Jesús que su Escritura. A pesar de que Jesús dio un paso de gigante sobre las Escrituras a la hora de decirnos quién es Dios, ellos siguen echando mano del AT para poder interpretar su figura. Al insistir en que las Escrituras se tienen que cumplir, nos están diciendo que todo está bajo el control de Dios. No son los enemigos de Jesús los que se han salido con la suya, sino que el plan de Dios se cumple a través de los acontecimientos por muy adversos que se puedan presentar. Hoy sabemos que este afán por descubrir en las Escrituras lo que después pasó en Jesús, no pasa de ser una interpretación acomodaticia. “Mientras estaba con vosotros”. Indica con toda claridad que ahora no está con ellos físicamente. Estas son las pistas que tenemos que advertir para no caer en la trampa de una interpretación literal. Jesús está presente en medio de la comunidad. Su presencia es objeto de experiencia personal, pero no caen en la tentación de creer que sea la misma presencia de la que disfrutaron cuando vivía con ellos. Jesús es el mismo, pero no está con ellos como antes. Está con ellos, come con ellos se relaciona con ellos, pero no de la misma manera que lo hacía cuando andaba por los caminos de Galilea. Tampoco pensemos que esta presencia es de inferior categoría. Esta presencia de Jesús en medio de la comunidad es mucho más real que antes. Ahora es cuando descubren al verdadero Jesús. También el encargo de predicar la buena noticia se apoya en las Escrituras. La buena nueva es la conversión y el perdón. Las otras dos lecturas de este domingo apuntan en esta dirección. Si pecado es toda opresión, el dejarse matar antes que oprimir a nadie es la señal suprema de que el pecado está superado. La buena noticia de Jesús es que Dios es amor. Su experiencia del Abba nos tiene que tranquilizar a todos. El amor de Dios es incondicional por su parte. Pero en la primera lectura, Pedro, y en la segunda Juan, nos recuerdan que somos nosotros los que fallamos en la parte que nos corresponde para hacer nuestro ese amor de Dios. (Hch 3,13-19) “Arrepentíos y convertíos para que se os perdonen los pecados”.PRIVATE (1 Jn 2,1-5) “Quien dice: yo le conozco, y no guarda sus mandatos, es un mentiroso y la verdad no está en él.” Para terminar, recordemos la última diferencia notable entre Lucas y Juan. En Juan, sopla sobre ellos y les confiere el Espíritu. En Lucas les promete que se lo enviará. La diferencia es solo aparente, porque el Espíritu ni tiene que mandarlo ni tiene que venir de ninguna parte. Es unarealidad espiritual que está siempre en nosotros. Podríamos decir que llega a nosotros, cuando lo descubrimos, y vivimos su presencia. La epístola de Juan tiene que hacernos reflexionar. Quien dice: yo le conozco y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso. Está claro que no habla de un conocimiento teórico, sino de una identificación con él. Una erudición exhaustiva sobre la figura de Jesús, no garantiza una vida cristiana. Aceptar con escrupulosidad todos los dogmas, no dará seguridad ninguna de verdadera salvación en Jesús. No se trata de conocer mejor a Jesús, sino de nacer a la Vida que él vivió y desplegarla con la mayor intensidad posible. Meditación-contemplación Jesús se hace presente en medio de la comunidad. Ésta es la realidad pascual vivida por los primero seguidores. Ésta es la realidad que tememos que vivir hoy, si queremos ser de verdad sus discípulos. ………………. No debemos esperar que Jesús se vaya a aparecer visiblemente. Somos nosotros los que tenemos que hacerle presente. El objetivo de la vida humana de Jesús, fue hacer presente a Dios en este mundo. ……………….. Hacer presente a Jesús es hacer presente a Dios. Puesto que Dios es amor, solo con amor se le puede manifestar. Cada vez que ayudamos, de cualquier forma, a otra persona, estamos haciendo presente a Dios. El texto de Lucas es paralelo al de Juan que leíamos el domingo anterior. Creo que es interesante subrayar tal paralelismo.
Jesús se presenta en medio de ellos, y les da el saludo de paz. Les da señales evidentes de que es él mismo, mostrando sus llagas y hasta comiendo con ellos. Abre su inteligencia para que entiendan las Escrituras y puedan superar su mesianismo triunfante y creer en él. Y les confía la misión, y el anuncio del perdón por todo el mundo. Comprobamos por tanto que los relatos de la Resurrección, tan diferentes en sus detalles, en la localización geográfica… transmiten el mismo mensaje: el testimonio de Jesús vivo y la misión confiada a los testigos. Como vemos, Lucas tiene muy presente el tema del desánimo de los discípulos. Este evangelio viene a continuación del relato de los dos de Emaús, en el que el tema fundamental es la crisis de fe de los discípulos, provocada por la muerte de Jesús, y la enseñanza de Jesús que "les interpretó las Escrituras, mostrando que el Mesías tenía que padecer". Por otra parte, Juan se refiere más directamente a la Misión. Esto es muy explicable, puesto que Juan termina ya su Evangelio, mientras Lucas va a continuar su narración en el principio de los Hechos, con la Misión y la Ascensión. Todos estos datos nos ayudan a recordar que los Evangelios son obras literarias, en las que los datos están elaborados por los autores conforme a un plan, a un mensaje básico, según las necesidades de las comunidades a que van dirigidos y los tiempos en que se escriben. Respecto al mensaje básico que se resalta en las lecturas de este Domingo, vamos a fijarnos en algunos aspectos más importantes para nuestra fe. 1. Esperaban a otro 2. La fe se ve en las obras 3. La presencia del bien, la curación.... Este tema básico, que desarrolla el discurso de Pedro y se afianza en el evangelio de Lucas es: "la muerte de Jesús no es motivo de escándalo, sino de fe". Esto nos ofrece dos consideraciones importantes. La primera, sobre el rechazo de los judíos. No aceptan a Jesús porque "esperaban a otro". Su imagen del Mesías tenía mucho de libertador político, para el bien del pueblo. Siguen anclados en la más rancia interpretación de La promesa y La Alianza, como si Dios estuviese comprometido con el pueblo para bien exclusivo del propio pueblo, como si el plan de Dios terminase en hacer de ellos una gran nación independiente, con un templo suntuoso en que se adorase al Dios verdadero. Y Jesús ha destruido todo eso: ningún interés político, ningún interés por el Templo, ningún interés por el pueblo como Estado... "No era éste el que esperábamos". Y sin embargo, una lectura superficial del libro del Génesis y del Éxodo puede llevar y de hecho llevó a esta misma conclusión: en eso consistían la Promesa y la Alianza. Pero se trata de una de las trampas religiosas más frecuentes. "Dios está con nosotros", es decir, Dios me ayuda a ser grande contra los demás: soy el ELEGIDO, EL PRIVILEGIADO. Jesús ha entendido más a fondo las ESCRITURAS y las explica: el pueblo es elegido para una misión: dar a conocer al mundo que Dios es Aliado, Perdón... Es un privilegio, ser elegido para la Misión, aunque es muy incómodo y muy duro. Ya no será posible trabajar, disfrutar... morir, como todo el mundo, porque todo es MISIÓN. Dios para mí o yo para Dios, ese es el dilema. A niveles de nuestra vida espiritual, esto es muy importante, y señala la diferencia entre la espiritualidad del cristiano y otras muchas más primitivas. Una fuerte oposición: los dioses sirven de ayuda para vivir mejor ßà Dios pide ayuda para trabajar por los hombres. La segunda consideración es sobre el sentido de la muerte de Jesús. A veces superamos el escándalo de la cruz por medio de consideraciones teológicas aparentemente profundas, tales como el sentido redentor del Sacrificio de Cristo, que paga por nuestros pecados. Ya hemos considerado este tema, pero nunca insistiremos lo bastante. Jesús muere porque todos los seres humanos mueren. Y Jesús muere en la cruz porque todos los profetas acaban mal. Y por eso creemos en la realidad de Jesús, porque no se escapa de morir, porque no puede escaparse, porque no es un extraterrestre, un ser celestial que aparenta humanidad, sino el hombre completo, lleno del Espíritu, por eso es Palabra y Salvación, dentro de la humanidad mortal y sometida a la oscuridad de la tentación, del dolor y de la muerte. Y así entendemos que la Salvación no está en la evasión de la vida, sino en el sentido de la vida. Y Jesús da sentido a la vida, no se escapa de ella. Y por eso la muerte y la muerte en cruz confirma nuestra fe. Los que "esperaban a otro" esperaban en realidad librarse de la vida humana, tener a Dios como aliado particular, evitar el dolor, la pobreza, la muerte. Pero el que Dios envía es Jesús, que no evita nada de lo humano, sino que nos enseña a darle sentido, dándoselo Él el primero, por la fuerza del Espíritu que le invade. Esa es nuestra fe. La lectura de Juan y la moraleja del discurso de Pedro nos lleva a otro tema básico: la presencia del Espíritu se muestra en la presencia del bien, de las obras. Jesús es el gran destructor del culto por el culto. El culto son las obras. El sacrificio es la entrega de la vida. Agradar a Dios no es cumplir ritos sino comportarse como Él quiere. Pero esto no es solo un "cumplir mandamientos" sino "manifestación del Espíritu". En Jesús está actuando "El Espíritu". Por eso cura, atiende a pecadores, predica. La verdad y el bien actúan en Jesús... porque en Él actúa El Espíritu. No puede por menos que curar, ayudar, compadecerse.... Y así, vemos en Él al Padre. No precisamente porque manifiesta "poderes" sino porque manifiesta amor, cuidado por el hombre. Por eso es Jesús revelación de Dios. Y esa es, exactamente, la Misión, nuestra misión, la misión de la iglesia: convertirse, dejarse llenar del Espíritu de Jesús, y obrar luego, como presencia del bien, de la curación, del interés por todos y cada uno de los hijos.... Todo cristiano, el que está lleno del Espíritu de Jesús, actúa siempre curando, trabajando por el bien, trabajando contra el mal.... en todas las obras de su vida. Y en él, en su honradez, su preocupación por los que le rodean, su trabajo por evitar males... se hace visible el Espíritu de Jesús. Eso será motivo de fe para todos. "En el dios de este se puede creer". Podríamos decir que Teresa de Calcuta ha hablado de Dios mucho más que todas las Encíclicas de todos los Papas. En ella se ve cómo es Dios, y es creíble. Porque, una vez más: Dios se presenta en Jesús como "lo que nosotros necesitamos", como Pan y Vino para el camino, y no como una carga más, añadida a la oscuridad de la vida. Todas estas narraciones del principio de los Hechos de los Apóstoles nos producen intensa sorpresa: ¿son estos los mismos que abandonaron a Jesús, que se atrancaron por miedo? ¿Es este el mismo Pedro que no se atrevió a afrontar las burlas de una criada y renegó de Jesús? ¿Qué les ha pasado? Viéndole ahora dando la cara, anunciando precisamente a Jesús Crucificado-resucitado.... nos admiramos del cambio profundo que ha producido en él el Espíritu, de la fuerza del Espíritu de Jesús. Pedro estaba muerto y ha resucitado. Estaba muerto de miedo, de cobardía, de prejuicios religiosos, de falsos mesianismos…estaba muerto y ha resucitado. Es una imagen viva de cada uno de nosotros y la Iglesia entera, en gran parte muertos, necesitados del Espíritu para poder encargarnos de la Misión. ORACIÓN DE PETICIÓN Por la Iglesia que está empeñada en la lucha por el hombre, por la dignidad de los hombres, contra la pobreza y la injusticia, por todos los que están dando la vida ahora mismo, y no son muchas veces bien vistos ni siquiera por nosotros, la iglesia importante, la ortodoxa, la bien vista. En ellos se ve a Dios mucho más que en nosotros. Orad por ellos, para que tengan la fuerza y el vigor del Espíritu para seguir mostrando a Dios, y para que su ejemplo regenere a la misma iglesia. |
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