El evangelio de Lucas intenta decir algo acerca de la presencia de Jesús después de su muerte. La narración de hoy nos cuenta que Jesús, una vez resucitado, relee su vida a partir de los textos sagrados. Su misión, que incluye su vida, muerte y resurrección tiene sentido en cuanto que puede comprenderse dentro del designio de Dios para con toda la historia de la humanidad.
Los discípulos son testigos de esto. Son testigos, pero no solo de manera externa sino también interna, es decir no solo ven lo que pasa como meros espectadores, sino que sus vidas se delimitan y organizan en relación con el Mesías resucitado. Ellos son sus testigos. Su identidad queda marcada así por la cercanía de la persona en la que se cumplen los designios de Dios. Ser testigos, entendido como aquello que determina la identidad de los discípulos tras la resurrección de Jesús, no implica únicamente mirar para sí mismo y conocer algo novedoso. Ser testigo implica salir y dar testimonio. Eso parece evidente. Sin embargo, la orden de Jesús es la contraria a salir. Ellos son ciertamente testigos, pero deben “Permanecer en la ciudad”. Si en los diferentes relatos de envíos, durante la vida pública de Jesús, la respuesta es “inmediata”, es decir “salen corriendo a anunciar lo que han visto”, tras la resurrección la respuesta requiere quedarse, permanecer, esperar. Esperar una fuerza, una energía que los “revestirá”. Revestir es una palabra extraña que puede significar imbuirse o dejarse llevar por esa fuerza, o cubrir el cuerpo con un ropaje (como lo hace, por ejemplo, el sacerdote en la eucaristía que se reviste con los ornamentos litúrgicos). Las dos acepciones encajan aquí, ya que la fuerza es interior pero también corporal y exterior. La fuerza reviste las emociones y reviste el cuerpo. Así el testimonio será creíble y tangible: estas dos dimensiones son fundamentales en el anuncio de cualquier mensaje. Sin embargo, de momento, el recibir esta fuerza es solo una promesa; no una realidad. Antes, han de recibir una bendición, en Betania. Betania es el lugar del encuentro, del descanso, del fortalecimiento, de la acogida y de la fiesta que Jesús y sus discípulos bien conocen. Ese lugar sigue siendo un lugar de bendición, y es allí el lugar propio para que Jesús los bendiga (casi como a los niños que quiere que se acerquen a él). Pero esta bendición anuncia la despedida. Ahora sí. Si la muerte de Jesús anunciaba una primera separación, llena de pena, decepción y desorientación, la ascensión confirma una segunda separación, pero esta vez, a diferencia de la primera, produce alegría y adoración. Nuevamente llama la atención que, de momento, no se convierten en testigos activos y evangelizadores dinámicos en salida. Se convierten, a primera vista, en todo lo contrario. Son simplemente y ciertamente adoradores: se postran ante Jesús, van a Jerusalén (la ciudad del gran templo) y “estaban en el templo bendiciendo a Dios”. De momento su testimonio es exclusivamente y esencialmente alegría y bendición. Y así será hasta que reciban la fuerza de lo alto prometida. En nuestra sociedad cargada de activismo, este texto se presenta como de una radical humanidad que nos pide tener tiempo y darse tiempo. Tiempo para aceptar la decepción, para aceptar separaciones, para dar lugar al dinamismo propio de la muerte-resurrección y para no adelantar procesos sino dejar que los afectos se decanten. Este dinamismo muerte-resurrección, como momento esencial de todo ser vivo, nos recuerda la distancia, pero también la cercanía; una cercanía trascendente (como una “fuerza que viene de lo alto”) y que, como una bendición, nos fortalece y nos reviste. Es decir, la nueva forma de vincularnos, a partir de las experiencias de muerte y de resurrección, no contrapone la cercanía y la distancia, sino que las integra. Esta forma de entender la vida y el tiempo nos recuerda también la importancia de dar espacio a la adoración, a la alegría y la bendición. El hecho de considerar el tiempo del que disponemos, que transcurre desde el nacimiento a la muerte, nos recuerda que se trata de un tiempo que es limitado y que por tanto nos urge la acción. Pero, para que esta acción sea fecunda, requiere de momentos de espera y de quietud. Momentos para releer nuestra historia comunitaria y personal dentro de los designios de Dios. Y para vislumbrar y dar lugar a lo que viene por delante.
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Ese es el lema a favor de los migrantes frente a las calificaciones de indocumentados, ilegales, extranjeros, refugiados: “¡Ningún migrante es ilegal!” Pues la tierra y sus bienes son de todos. Desde que nuestros primeros antepasados salieron de África, todos somos el resultado de migraciones que nunca han parado a lo largo de la historia de nuestro planeta. Estados Unidos es el ejemplo más recién: el territorio de lo que es hoy América del Norte ha sido invadido hace apenas 250 años por migrantes europeos -a veces de la peor calaña- que eliminaron a físicamente sus ocupantes milenarios.
Ahora se nos habla de 4 caravanas de migrantes centroamericanos que viajan a Norte América huyendo del hambre, la miseria, la violencia, los asesinatos estatales, la falta de seguridad, de empleo, de condiciones mínimas de vida digna… situación provocada por los mismos Estados Unidos, por gobiernos apoyados por ellos, por un sistema capitalista impuestos por el imperio norteamericano. Estos migrantes van a buscar en Estados Unidos lo que se les robó, en definitiva lo que es de ellos… En las Américas en particular, las fronteras han sido inventadas para separar los pueblos, oponerlos los unos a los otros, asegurar la dominación de unos pocos sobre los demás, organizar la explotación por parte de las multinacionales e instituciones internacionales como el FMI (Fondo Monetario Internacional), OMC (Organización Mundial del Comercio), BM (Banco Mundial), BID (Banco Internacional de Desarrollo), etc. Acaba de darse en México el 8° Foro Social Mundial de las Migraciones frente al actual desastre humanitario de dimensiones nunca vistas antes. Su lema era: “Migrar, resistir, construir y transformar”. Dentro de un mes la ONU (Organización de las Naciones Unidas) está convocando a los países del planeta para lograr un ‘Pacto Mundial’ que promueva una migración “segura, ordenada y regular”. Al Foro Social de las Migraciones, el papa Francisco ha enviado un mensaje particularmente frontal. Advierte el papa que no nos podemos limitar a denunciar las injusticias y sus responsables sin promover medidas que las van contrarrestando y superando: todos somos cómplices, directa o indirectamente, de estas migraciones que hoy se vuelven inmensas caravanas de decenas de miles de gentes y familias enteras. Hace notar el papa que “migrantes, refugiados y desplazados son ignorados, explotados, violados y abusados en el silencio culpable de muchos… La ‘cultura del descarte’ se ha vuelto una enfermedad ‘pandémica’ del mundo contemporáneo… Hay maldades que extirpar, injusticias que arrasar, discriminaciones que destruir, privilegios que derrocar, dignidades que reconstruir y valores que plantar”. Recuerda el papa que las organizaciones de la sociedad civil y los movimientos populares, están invitados “a comprometerse para promover una repartición de responsabilidades más equitativa en la asistencia de los solicitantes de asilo y refugiados”. En este tiempo en que ya los grandes almacenes nos manipulan para hacer una Navidad de derroche, ¿qué vamos a hacer, individual y organizadamente, para que nos solidaricemos tanto con migrantes como con las y los que son demasiados pobres para migrar…? He oído a un colega pastor, después del resultado de la primera vuelta para presidente, decir que "la voz del pueblo es la voz de Dios". Esta expresión sonó mal a mis oídos, principalmente porque vino de un religioso. ¡Causó incomodidad! No sé dónde nació este dicho, pero algunos lo sitúan en la antigua Grecia, cuna de la democracia y de los foros populares. Esta expresión ganó fuerza en la Edad Moderna con la Ilustración francesa. Al oponerse al poder monárquico y totalitario, este movimiento concibió la idea de que la voz del pueblo es soberana y, por eso, respetada por Dios. Los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, hasta entonces interpretados por las autoridades monárquica y eclesial, fueron humanizados. El filósofo Voltaire llegó a decir que respeta a Dios, pero ama al humano. En otras palabras: entre los valores el amor tiene prioridad al respecto.
A partir de esta incomodidad, empecé a pensar acerca de este asunto y preguntar: "la voz del pueblo es la voz de Dios"? En este momento de decisiones políticas, donde está en juego el destino de la nación, ¿Dios acepta justificar cualquier decisión popular depositada en las urnas? ¿Qué Dios es éste que se alía y concuerda con un pueblo dividido por el odio, la calumnia, la falta de respeto, la intolerancia? ¡Platón era sabio! Dijo que al filosofar aprendemos a morir; aprendemos a lidiar con lo que nos angustia. Como teólogo, quiero reflexionar acerca de esta "verdad", adoptada muchas veces como absoluta, y que merece una reflexión más profunda. Es voz de Dios el grito de una multitud que no se entiende, no habla la misma lengua, cuya Gestalt presenta más desesperación, debido al miedo y la inseguridad, ¿que la fe y la esperanza? Esta expresión es un plato lleno para unir el poder político-religioso. Entre pastores, sacerdotes y políticos, pocos son aquellos que logran identificar y separar poder y servicio. La teología nos ayuda a pensar esta realidad. Hay varias formas de hacer teología y una de ellas, tal vez sea la más coherente, es a partir de la tradición bíblico-cristiana. La voz de Dios se hizo escuchar y testimoniar en la humanidad en favor de su Reino de justicia y amor, pero no afirmamos que todo el pueblo oyó esta voz. La historia de la salvación muestra, en el Antiguo Testamento, un pueblo ignorante, desobediente e infiel, constantemente advertido de Dios: “Los líderes sobornan, los oficiales del culto se corrompen y los profetas adivinan por dinero. Como si no bastase, buscan justificación en el Señor diciendo: 'Dios está con nosotros y ningún mal nos sucederá' (Mq 3,11). Este versículo habla por sí mismo y no es necesario mucho esfuerzo para interpretarlo. El Nuevo Testamento, no muy diferente, presenta un pueblo ingrato y lleno de odio, manipulado por los principales líderes de la época. La enseñanza, los milagros y las acciones de Jesús desagradaban a aquellos que dominaban el poder y la población. El evangelio de Jesús presenta esta situación y nos ayuda a pensar que, no necesariamente, la voz del pueblo es la voz de Dios. Conducidos por el liderazgo religioso y político de la época, la masa fue llevada a condenar al Maestro. Jesús había dicho: "ciegos guiando a ciegos". Lucas trae la narración (Lc 23,8-12): el rey Herodes, al ver a Jesús, se alegró, pues oyó hablar muchas cosas sobre él y esperaba de él algún signo que se refería a su poder. Pero los sacerdotes y escribas que allí estaban, no dejaron. Acusaron a Jesús con calumnias y difamaciones. Herodes, al oírlo, pidió a los soldados que llevasen al acusado a Pilato, su enemigo político. En aquel día, cuenta el evangelista, Pilato y Herodes se convirtieron en amigos y extendieron su amistad a los jefes religiosos. Enemigos se unen con facilidad cuando el asunto es juicio y condenación. Dios permanece un misterio y tal vez, por cuenta de esto, el pueblo procura interpretarlo según sus propios sentimientos. Nietzsche decía: "amamos nuestro propio deseo, en lugar del objeto deseado". En el fondo, lo que queremos de Dios es su aval para lo que deseamos realizar. Pero el problema se establece cuando el deseo de unos se impone al deseo de muchos, instaurando injusticia, prejuicio y desigualdad. Es un problema y sabemos a partir de nuestra propia condición humana: lo que deseamos realizar en los demás es, muchas veces, lo que hay de peor en nosotros y no nos damos cuenta de ello. He visto manifestaciones políticas que, tomadas por ciertos líderes, son elevadas a la condición de verdad absoluta. Ay de aquellos que desatan estas ideologías, pues serán etiquetados como ignorantes y, muchas veces, serán víctimas de prejuicios y discriminados en el medio donde viven. Al analizar la máxima: "la voz del pueblo es la voz de Dios" llegué a la conclusión que mejor sería invertir: "la voz de Dios debería ser la voz del pueblo". Me ocurre muy a menudo. Pregunto a las personas por nuestro comportamiento y la respuesta es muy frecuente: “es que nosotros no somos como los buenos cristianos”.
No sabemos valorar el bien que hacemos. Nos fijamos casi siempre en ciertas personas y lo que nosotros hacemos, no lo apreciamos. Y descubro cada día y cada momento maravillas muy ordinarias que hacemos las personas en nuestras propias vidas: son causas humanitarias, ayudas vecinales, colaboraciones en las tareas municipales y de asociaciones. Y si se trata de servicio o compromiso por los demás, ahí están las horas dedicadas a voluntariado, a comportamientos políticos, dinero que se comparte con ONGs. A veces no valoramos y lo vemos como lo más normal el adoptar niños como hijos con las dificultades que eso supone. Me acuerdo siempre de lo que nos cuentan los Hechos de los Apóstoles respecto de las primitivas comunidades. Y pienso que era una admiración exagerada aquello de “vivían y ponían todo en común”. Parece que tal ideal duró poco porque Ananías y Safira ya quisieron engañar y mintieron a la comunidad. Es cierto que existe el egoísmo y el interés propio, pero creo que sobresale en la conducta de muchas personas la bondad. Me parece que hemos remarcado y recargado mucho a los cristianos sobre “nuestros pecados” e insistimos demasiado en los fallos. Me parece que es curativo el ir escribiendo y anotando el bien que hacemos, no para presumir, sino para disfrutar y animarnos a crecer en las buenas obras y los comportamientos. Lo que nos dice San Mateo25, lo veo en muchísimas ocasiones: “visitar a los enfermos y a los presos, dar de comer al hambriento…” ¿Nos imaginamos una procesión en la que participásemos todas las personas que de una u otra a manera estamos ayudando a los demás, con sillas de ruedas, llevando del brazo, pagando los dineros para fines sociales, haciendo la vida más fácil y agradable a quienes sufren…? Saber descubrir las señales de resurrección que hay hoy en día y darles más importancia que a las señales de muerte. Creo que este es nuestro problema. Y además creo que el mal solo se va a cambiar cuando nos fijemos y demos más importancia al bien. La mejor forma de derretir el hielo es el calor que acercamos. Nos quedamos abrumados al oír las noticias. Están cargadas de fracasos, tsunamis, muerte, guerras, naufragios… Eso es cierto. Pero también es cierto la bondad que se da en todas las personas del mundo, el bien que se realiza, el amor que se expande. “Todo lo tenían en común”… Igual era una utopía, pero esa utopía empuja a la realidad también hoy. Me gusta contar la vida al estilo de Los Hechos de apóstoles. “El ángel del Señor abrió la puerta a Pedro en la cárcel”. ¿No sería el herrero del pueblo? ES necesario ver y contar la vida con fantasía. Y estos ángeles funcionan a todas horas en nuestra vida y en nuestro mundo. Dios es AMOR. Quien es de Dios y está en Dios AMA.
Simple, que no simplista. Y si el otro | uno/a mismo/a es hetero, homo, bi, trans o de cualquier identidad sexual, ama. Y si quiere –o no– tener un hijo dentro o fuera del matrimonio, ama. Y si la familia es de ellos, ellas o elles, de blanco y negro o de todos los colores, ama. Y si el matrimonio o relación falla, y uno pasa página para no amargarse la existencia, ama. Y si el religioso, cura o monja se enamora de alguien que le quiere y corresponde, ama. Y si el otro elige una opción de vida, muerte o pareja diferente de la tuya, por autenticidad y coherencia, ama. Y sin embargo ahí seguimos, justificándonos y dando explicaciones: la mujer por querer o no ser madre, la religiosa por pretender igualdad y celebrar los sacramentos, el sacerdote por enamorarse, el divorciado por fallarle el proyecto, el trans o el gay… por serlo. En el mejor de los casos, legitimando lo que somos y sentimos (si amamos a esa o aquel, esto o aquello); ocultándolo, en el peor de ellos (por el miedo al qué dirán, represalias en la comunidad, o si me apartan del ministerio). Llevamos siglos proclamando la ley del Amor y hablando de la riqueza y comunión del Cuerpo de la Iglesia. Claro, en abstracto, porque después se reprime la ternura de la piel, la afinidad de los cuerpos, la utopía de una comunidad verdaderamente abierta donde todos puedan SER (reconocidos, reparados, amados) y vivir la vocación a que se sienten llamados: casarse, adoptar, celebrar la Eucaristía o identificarse con uno u otro sexo. En plena época del #meToo, #weAll necesitamos nuevos profetas (llamadles “influencers”, si queréis) que aboguen por este anhelo de libertad y justicia. Libertad para mostrarnos como somos, y mirar/revelar sin pudor (y de una vez) al “Dios que nos habita”. Justicia para restablecer esa dignidad tantas veces perdida. Y poner nombre a todo cuanto nos la quita: abusos de poder, desigualdad machista o tradiciones maniqueas que demonizan el amor, acotan la vocación y nos obligan a castrar lo que no cabe en sus moldes de fronteras rígidas. De verdad, ¿tanto problema existe en que una mujer administre los sacramentos?, ¿en que un sacerdote se case y a la vez sirva a la comunidad?, ¿en que una persona sea cristiana y gay y abogada y mil cosas más?, ¿en que un divorciado vaya a misa y quiera comulgar? Cuando Jesús dice “Ama” no se refiere a “Acoger a Muchos Aunque” (tengan una tara que tratar). Ese AMA nos susurra corazón adentro: “Abrazo” quien eres, me “Maravillo” contigo y “Avanzamos” juntos. Es decir, te doy voz y presencia, responsabilidad e igualdad por ser quien eres, dentro y fuera de la Iglesia: creyente, ateo, judío o masón, hijo legítimo, ilegítimo, buscado, sorpresivo o adoptado. Como mujer, te doy voz y presencia, responsabilidad e igualdad dentro y fuera de la Iglesia: monja, beata, consagrada, divorciada o la novia que el cura esconde (esperemos, por poco tiempo). Como persona, amante y amada, sea cual sea su tendencia o identidad: por ser quien eres, porque eres Iglesia, te doy voz y presencia, responsabilidad e igualdad para que a tu modo la enriquezcas. A ver si un día, por fin (¡por Dios!) dejamos de tirar piedras contra nuestro propio tejado, de esas que casi siempre acaban cayendo en tejado ajeno. A ver si dejamos de lapidarnos y competir para ver quién se acerca más a ese modelo de perfección que hemos inventado para un Dios cuya única medida y mandamiento es el Amor. “Abrazar”, “Maravillarse”, “Avanzar”. Tan simple, que no simplista. AMAR. Seguimos en el discurso de despedida. El tema del domingo pasado era el amor manifestado en la entrega a los demás. Terminábamos diciendo que ese amor era la consecuencia de una experiencia interior, relación con lo más profundo de mí mismo, que es Dios. Hoy nos habla el evangelio de lo que significa esa vivencia íntima. La Realidad que soy es mi verdadero ser. El verdadero Dios no es un ser separado, que está en alguna parte de la estratosfera, sino el fundamento de mi ser y de cada uno de los seres del universo.
Este discurso de despedida, que Juan pone en boca de Jesús, nos habla de cómo entendía y practicaba aquella comunidad el seguimiento de Jesús. No se trataba de seguir a un líder que desde fuera les marcaba el camino, sino de descubrir la experiencia más profunda de Jesús, y repetirla en cada uno de los cristianos. En estos siete versículos podemos descubrir las dificultades que encontraron para expresar la experiencia interior. Por cada afirmación que hemos leído hoy, encontramos en el evangelio otra que dice exactamente lo contrario. Es la prueba de que las expresiones sobre Dios no se pueden entender al pie de la letra. Necesitan interpretación porque los conceptos no son adecuados para expresar las realidades trascendentes. En este orden puede ser verdad una afirmación y la contraria. El dedo y la flecha pueden apuntar los dos a la luna. En Jn 15,9 dice: Como el Padre me ha amado así os he amado yo, permaneced en mi amor. Aquí dice: “si alguno me ama le amará mi Padre…” ¿Quién ama primero? Jesús había dicho que iba a prepararles sitio en el hogar del Padre, para después llevarles con él (14.2). Ahora dice que el Padre y él mismo vendrán al interior de cada uno. Les había advertido: “como me persiguieron a mí, os perseguirán a vosotros (Jn 16,2). Ahora nos dice: “la paz os dejo, mi paz os doy”. Nos había dicho: yo y el Padre somos uno (10,30). Quien me ve a mí ve a mi Padre (14,9). Ahora nos dice: El Padre es más que yo. No os dejaré huérfanos, volveré para estar con vosotros (14,18). Y en esta ocasión nos dice que el Padre mandará el Espíritu en su lugar. Digerir estas aparentes contradicciones es una de las claves para entender la experiencia pascual. Insisto, una cosa es el lenguaje y otra la realidad que queremos manifestar con él. Dios no tiene que venir de ninguna parte para estar en lo hondo de nuestro ser. Está ahí desde antes de existir nosotros. No existe "alguna parte" donde Dios pueda estar, fuera de mí y del resto de la creación. Dios es lo que hace posible mi existencia. Soy yo el que estoy fundamentado en Él desde el primer instante de ser. El descubrirlo en mí, el tomar conciencia de esa presencia, es como si viniera. Esta verdad es la fuente de toda religiosidad. El hecho de que no llegue a mí desde fuera, ni a través de los sentidos, hace imposible toda mediación. Todo intermediario, sea persona o institución, me alejan de Él más que acercarme. En el AT, la presencia de Dios se localizaba en la tienda del encuentro o el templo. La “total presencia” debía ser una característica de los tiempos mesiánicos. Desde Jesús, el lugar de la presencia de Dios es el hombre. Dentro de ti lo tienes que experimentar; pero también descubrirlo dentro de cada uno de los demás. La presencia es interna, pero se manifiesta. El Espíritu es el garante de esa presencia dinámica: “os irá enseñando todo”. Por cinco veces, en este discurso de despedida, hace Jesús referencia al Espíritu. No se trata de la tercera persona de la Trinidad, sino de la divinidad como fuerza (ruaj). “Santo” significa separado; pero no separado de Dios, sino separado de las actitudes del mundo. Si esa Fuerza de Dios no nos separa del mundo (opresión), no podremos comprender el amor. "Os conviene que yo me vaya, porque si no, el Espíritu no vendrá a vosotros." Ni el mismo Jesús con sus palabras y acciones fue capaz de llevar a los apóstoles hasta la experiencia de Dios, que les ayudaría a descubrir al mismo Jesús. Mientras estaba con ellos, estaban apegados a su físico, a sus palabras, a sus manifestaciones humanas. Todo muy bonito, pero que les impedía descubrir la verdadera identidad de Jesús. Al no ver a Dios en Jesús, tampoco descubrieron la realidad de Dios dentro de ellos. Cuando desapareció, se vieron obligados a buscar dentro de ellos, y allí encontraron lo que no podían descubrir fuera. El Espíritu no añadirá nada nuevo. Solo aclarará lo que Jesús ya enseñó. Las enseñanzas de Jesús y las del Espíritu son las mismas, solo hay una diferencia. Con Jesús, la Verdad viene a ellos de fuera. El Espíritu las suscita dentro de cada uno como vivencia irrefutable. Esto explica tantas conclusiones equivocadas de los discípulos durante la vida de Jesús. Las palabras (aunque sean las de Jesús) y los razonamientos no pueden llevar a la comprensión. El Espíritu les llevará a experimentar dentro de ellos la misma realidad que Jesús quería explicar. Entonces no necesitarán argumentos, sino que lo verán claramente. “Paz” era el saludo ordinario entre los semitas. No solo al despedirse, sino al encontrarse. Ya el “shalom” judío era mucho más rico que nuestro concepto de paz, pero es que el evangelio de Jn hace hincapié en un “plus” de significado sobre el ya rico significado judío. La paz de la que habla Jesús tiene su origen en el interior de cada uno. Es la armonía total, no solo dentro de cada persona, sino con los demás y con la creación entera. Sería el fruto primero de unas relaciones auténticas en todas direcciones. Sería la consecuencia del amor que es Dios en nosotros, descubierto y vivido. La paz no se puede buscar directamente. Es fruto del amor. Deben alegrarse de que se vaya, porque ir al Padre, aunque sea a través de la muerte, no es ninguna tragedia. Será la manifestación suprema de amor, será la verdadera victoria sobre el mundo y la muerte. El Padre es mayor que él porque es el origen. Todo lo que posee Jesús procede de Él. No habla la 2ª persona de la Trinidad; sería una herejía. Para el evangelista, Jesús es un ser humano a pesar de su preexistencia: “Tomó la condición de esclavo, pasó por uno de tantos...” Dios se manifiesta en lo humano, pero Dios no es lo que se ve en Jesús. Dios se revela y se vela en la humanidad de Jesús. La presencia de Dios en él no es demostrable. Está en el hombre sin añadir nada, Dios es siempre un Dios escondido. "Toda religión que no afirme que Dios está oculto no es verdadera" (Pascal). El sufí lo dejó bien claro: Calle mi labio carnal, / habla en mi interior la calma / voz sonora de mi alma / que es el alma de otra alma / eterna y universal. / ¿Dónde tu rostro reposa / alma que a mi alma das vida? / Nacen sin cesar las cosas, / mil y mil veces ansiosas /de ver tu faz escondida. En la Biblia existe una tensión entre la trascendencia y la inmanencia de Dios. El hombre no puede ver a Dios sin morir. No puede ser representado por ninguna imagen. No puede ser nombrado. Pero a la vez, se presenta como compasivo, como pastor de su pueblo, como esposo, como madre que no puede olvidarse del fruto de su vientre. En el NT, se acentúa el intento de acercar a Dios al hombre. Los conceptos de "Mesías", "Siervo", "Hijo de hombre", "Palabra", "Espíritu", "Sabiduría", incluso "Padre", son todos ejemplos de ese intento. Meditación Jesús descubrió la presencia absoluta de Dios. Todo lo que vivió y enseñó fue consecuencia de esa experiencia. Sabía que era la clave para que el hombre alcanzase plenitud. Sin identificación con lo divino no puede haber verdadera humanidad. Sin descubrir el tesoro que hay dentro de ti, nunca estarás dispuesto a prescindir de todo lo demás. Igual que el domingo anterior, la primera lectura (Hechos) habla de la iglesia primitiva; la segunda (Apocalipsis) de la iglesia futura; el evangelio (Juan) de nuestra situación presente.
1ª lectura: la iglesia pasada (Hechos de los Apóstoles 15, 1-2. 22-29) Uno de los motivos del éxito de la misión de Pablo y Bernabé entre los paganos fue el de no obligarles a circuncidarse. Esta conducta provocó la indignación de los judíos y también de un grupo cristiano de Jerusalén educado en el judaísmo más estricto. Para ellos, renunciar a la circuncisión equivalía a oponerse a la voluntad de Dios, que se la había ordenado a Abrahán. Algo tan grave como si entre nosotros dijese alguno ahora que no es preciso el bautismo para salvarse. Como ese grupo de Jerusalén se consideraba “la reserva espiritual de oriente”, al enterarse de lo que ocurre en Antioquía manda unos cuantos a convencerlos de que, si no se circuncidan, no pueden salvarse. Para Pablo y Bernabé esta afirmación es una blasfemia: si lo que nos salva es la circuncisión, Jesús fue un estúpido al morir por nosotros. En el fondo, lo que está en juego no es la circuncisión sino otro tema: ¿nos salvamos nosotros a nosotros mismos cumpliendo las normas y leyes religiosas, o nos salva Jesús con su vida y muerte? Cuando uno piensa en tantos grupos eclesiales de hoy que insisten en la observancia de la ley, se comprende que entonces, como ahora, saltasen chispas en la discusión. Hasta que se decide acudir a los apóstoles de Jerusalén. Tiene entonces lugar lo que se conoce como el “concilio de Jerusalén”, que es el tema de la primera lectura de hoy. Para no alargarla, se ha suprimido una parte esencial: los discursos de Pablo y Santiago (versículos 3-21). En la versión que ofrece Lucas en el libro de los Hechos, el concilio llega a un pacto que contente a todos: en el tema capital de la circuncisión, se da la razón a Pablo y Bernabé, no hay que obligar a los paganos a circuncidarse; al grupo integrista se lo contenta mandando a los paganos que observen cuatro normal fundamentales para los judíos: abstenerse de comer carne sacrificada a los ídolos, de comer sangre, de animales estrangulados y de la fornicación. Esta versión del libro de los Hechos difiere en algunos puntos de la que ofrece Pablo en su carta a los Gálatas. Coinciden en lo esencial: no hay que obligar a los paganos a circuncidarse. Pero Pablo no dice nada de las cuatro normas finales. El tema es de enorme actualidad, y la iglesia primitiva da un ejemplo espléndido al debatir una cuestión muy espinosa y dar una respuesta revolucionaria. Hoy día, cuestiones mucho menos importantes ni siquiera pueden insinuarse. Pero no nos limitemos a quejarnos. Pidámosle a Dios que nos ayude a cambiar. 2ª lectura: la iglesia futura (Apocalipsis 21,10-14. 22-23) En la misma tónica de la semana pasada, con vistas a consolar y animar a los cristianos perseguidos, habla el autor de la Jerusalén futura, símbolo de la iglesia. El autor se inspira en textos proféticos de varios siglos antes. El año 586 a.C. Jerusalén fue incendiada por los babilonios y la población deportada. Estuvo en una situación miserable durante más de ciento cincuenta años, con las murallas llenas de brechas y casi deshabitada. Pero algunos profetas hablaron de un futuro maravilloso de la ciudad. En el c.54 del libro de Isaías se dice: 11 ¡Oh afligida, venteada, desconsolada! Mira, yo mismo te coloco piedras de azabache, te cimento con zafiros 12 te pongo almenas de rubí, y puertas de esmeralda, y muralla de piedras preciosas. El libro de Zacarías contiene algunas visiones de este profeta tan surrealistas como los cuadros de Dalí. En una de ellas ve a un muchacho dispuesto a medir el perímetro de Jerusalén, pensando en reconstruir sus murallas. Un ángel le ordena que no lo haga, porque Por la multitud de hombres y ganados que habrá, Jerusalén será ciudad abierta; yo la rodearé como muralla de fuego y mi gloria estará en medio de ella oráculo del Señor (Zac 2,8-9). Podríamos citar otros textos parecidos. Basándose en ellos dibuja su visión el autor del Apocalipsis. La novedad de su punto de vista es que esa Jerusalén futura, aunque baja del cielo, está totalmente ligada al pasado del pueblo de Israel (las doce puertas llevan los nombres de las doce tribus) y al pasado de la iglesia (los basamentos llevan los nombres de los doce apóstoles). Pero hay una diferencia esencial con la antigua Jerusalén: no hay templo, porque su santuario es el mismo Dios, y no necesita sol ni luna, porque la ilumina la gloria de Dios. 3ª lectura: la comunidad presente (Juan 14, 23-29) El evangelio de hoy trata tres temas: a) El cumplimiento de la palabra de Jesús y sus consecuencias. Se contraponen dos actitudes: el que me ama ‒ el que no me ama. A la primera sigue una gran promesa: el Padre lo amará. A la segunda, un severo toque de atención: mis palabras no son mías, sino del Padre. La primera parte es muy interesante cuando se compara con el libro del Deuteronomio, que insiste en el amor a Dios (“amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con todo tu ser”) y pone ese amor en el cumplimiento de sus leyes, decretos y mandatos. En el evangelio, Jesús parte del mismo supuesto: “el que me ama guardará mi palabra”. Pero añade algo que no está en el Deuteronomio: “mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Este último tema, Dios habitando en nosotros, se trata con poca frecuencia porque lo hemos relegado al mundo de los místicos: santa Teresa, san Juan de la Cruz, etc. Pero el evangelio nos recuerda que se trata de una realidad que no debemos pasar por alto. Generalmente no pensamos en el influjo enorme que siguen ejerciendo en nosotros personas que han muerto hace años: familiares, amigos, educadores, que siguen “vivos dentro de nosotros”. Una reflexión parecida deberíamos hacer sobre cómo Dios está presente dentro de nosotros e influye de manera decisiva en nuestra vida. Y todo eso lo deberíamos ver como una prueba del amor de Dios: “mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él”. Por otra parte, decir que Dios viene a nosotros y habita en nosotros supone una novedad capital con respecto al Antiguo Testamento, donde se advierten diversas posturas sobre el tema. 1) Dios no habita en nosotros, nos visita, como visita a Abrahán. 2) Dios se manifiesta en algún lugar especial, como el Sinaí, pero sin que el pueblo tenga acceso al monte. 3) Dios acompaña a su pueblo, haciéndose presente en el arca de la alianza, tan sagrada que, quien la toca sin tener derecho a ello, muere. 4) Salomón construye el templo para que habite en él la gloria del Señor, aunque reconoce que Dios sigue habitando en “su morada del cielo”. 5) Después del destierro de Babilonia, cuando el profeta Ageo anima a reconstruir el templo de Jerusalén, otro profeta muestra su desacuerdo en nombre del Señor: “El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies; ¿Qué templo podréis construirme o qué lugar para mi descanso?” (Isaías 66,1). Cuando Jesús promete que él y el Padre habitarán en quien cumpla su palabra, anuncia un cambio radical: Dios no es ya un ser lejano, que impone miedo y respeto, un Dios grandioso e inaccesible; tampoco viene a nosotros en una visita ocasional. Decide quedarse dentro de nosotros. ¿Qué le ofrecemos? ¿Un hotel de cinco estrellas o un hostal? b) El don del Espíritu Santo Dentro de poco celebraremos la fiesta de Pentecostés. Es bueno irse preparando para ella pensando en la acción del Espíritu Santo en nuestra vida. Este breve texto se fija en el mensaje: enseña y recuerda lo dicho por Jesús. Dicho de forma sencilla: cada vez que, ante una duda o una dificultad, recordamos lo que Jesús enseñó e intentamos vivir de acuerdo con ello, se está cumpliendo esta promesa de que el Padre enviará el Espíritu. Pero hay algo más: el Espíritu no solo recuerda, sino que aporta ideas nuevas, como añade Jesús en otro pasaje de este mismo discurso: “Me quedan por deciros muchas cosas, pero no podéis con ellas por ahora. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena.” Parece casi herético decir que Jesús no nos transmite la verdad plena. Pero así lo dice él. Y la historia de la Iglesia confirma que los avances y los cambios, imposibles de fundamentar a veces en las palabras de Jesús, se producen por la acción del Espíritu. c) La vuelta de Jesús junto al Padre Estas palabras anticipan la próxima fiesta de la Ascensión. Cuando se comparan con la famosa Oda de Fray Luis de León (“Y dejas, pastor santo…”) se advierte la gran diferencia. Las palabras de Jesús pretenden que no nos sintamos tristes y afligidos, pobres y ciegos, sino alegres por su triunfo. En el último domingo de Pascua seguimos leyendo el discurso de despedida de Jesús. En esta narración, la comunidad de Juan quiere resumir el testamento que Jesús deja a sus seguidores. En el fragmento de hoy hay dos promesas: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él… el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será el que os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.” ¡¡¡Genial!!! ¡Estas sí que son Palabra de Vida eterna! ¡Cuántas veces habré leído este texto sin enterarme de nada!
Mi idea de Dios, próxima a la que presenta el AT, que he mantenido larguísimos años de mi formación cristiana, me ponía las cosas muy difíciles para compaginarla con mi evolución intelectual y humana. El dios en que creía se me iba haciendo inverosímil e increíble. No hace mucho oí, por primera vez, la expresión “Hacer experiencia de Dios”. Me pareció una afirmación contradictoria. Mis ideas de experimento y del dios en que creía eran incompatibles. De ese dios lejano (en los cielos), todopoderoso y juez de vivos y muertos no se puede tener experiencia. En cambio, hoy es para mí una evidencia que sólo si experimentas la presencia de Dios en tu vida cotidiana (si tienes la vivencia de su Presencia) puedes ser creyente en Él. Sin hacer equivalentes creencias y fe. La fe es un encuentro personal con un DiosAmor (sin guion) cercano e íntimo. Así es el Dios de Jesús de Nazaret. Hoy puedo vivir con alegría que Jesús es "La morada de Dios entre los hombres" y nosotros también. Así el lugar de la presencia del Dios de Jesús es el hombre. Por eso podemos experimentarlo (vivenciarlo) dentro de nosotros mismos mismo y descubrirlo dentro de cada uno de los demás seres humanos. ¿Qué ha pasado en mi vida para este cambio? Que buscando a dios me he encontrado al Jesús de los Evangelios. Al Jesús modelo de imagen de Dios. Modelo de la encarnación de Dios en todo. Y a partir de este encuentro he ido elaborando otra imagen de Dios, del hombre, de mí misma y del mundo. Y desde ahí veo las cosas “divinas” de otra manera. El encuentro con el Dios de Jesús ha producido en mí una revolución de todo mi sistema creyente. Un Dios cercano, Fundamento de mi ser e identificado conmigo. El Dios Encarnación, Presencia, Fundamento y Padre. (Todo son metáforas porque nuestro vocabulario se queda pobre para nombrar al Innombrable). Igualmente, el cambio en la visión del hombre no ha sido menor. Del ser carente, incompleto, incapaz de bondad, a un ser en evolución y progreso, capaz de desarrollar sus potencialidades y llegar a su realización plena; un ser abierto y autónomo, responsable de sí mismo y de los otros. Un ser para los otros. En síntesis: el hombre como imagen y semejanza del Dios de Jesús. Y como la idea de Dios y del hombre que tengas es fundamental en la espiritualidad que vives y en la religión que practicas, la transformación de ella acarrea necesariamente un cambio de la religiosidad y la espiritualidad. Y en consecuencia, modifica radicalmente tu identidad cristiana. Como veíamos el domingo pasado la señal del cristiano no es la cruz. La señal del cristiano es el amor a Dios en el hombre. Porque son una misma realidad. Porque Dios se ha encarnado, se ha identificado (“a mí me lo hicisteis”) con el hombre. Si nos sentimos “morada de Dios”, si verdaderamente Dios está en nosotros, tenemos necesariamente que manifestarlo. Dios es amor y lo mejor de nosotros es nuestro ser amoroso; que es nuestro verdadero ser, nuestro ser profundo. Somos templos de Dios, presencia constante del Espíritu de Dios con nosotros. Somos seres habitados. No estamos solos. Somos presencia del amor de Dios en el mundo. Nuestra vida tiene que dar testimonio de esa Presencia. ¿Cómo? Siendo sus manos y sus pies. Trabajando con ilusión en la implantación del Reinado de Dios en el mundo. Tenemos que ayudar a Dios en esa tarea. Todo en nosotros es don y tarea. Los talentos recibidos son para emplearlos en los que necesitan de nosotros. Somos administradores fieles y sabios de nuestras cualidades para rentabilizarlas en el bien común de nuestros próximos. Dios los da para el bien de toda la comunidad. Los otros descubrirán la presencia de Dios en mi vida cuando manifieste a través de mis comportamientos lo que de Dios hay en mí. Bondad, honradez, disponibilidad, actitud de servicio a los demás. Cuando, de verdad sea un ser para otro. Desde nuestro ser amoroso. Esto es Vivir desde nuestro ser resucitado, desde nuestra nueva humanidad. Eso es nacer de nuevo, nacer a la Vida divina, eterna, definitiva. Y esto aquí y ahora. Sin dejarlo para más tarde. Dos paradigmas contrapuestos
Nuestra cultura se ha desarrollado con el paradigma del tiempo progresivo: la vida que avanza desde el nacimiento hasta la muerte, el mundo que se expande desde el Big Bang, la Historia que progresa desde el homo sapiens. Es un paradigma compenetrado con nuestra cultura y por eso tan imperceptible como el oxígeno que respiramos. Sin embargo no es el único paradigma posible. La cultura oriental se ha desarrollado con el paradigma de un tiempo cíclico: la naturaleza que gira en la rueda de las cuatro estaciones, el grano de trigo que crece como espiga y vuelve a la tierra para morir y resucitar, la reencarnación. Este monótono girar produce una actitud más estática y contemplativa que se contrapone con la actitud occidental de esfuerzo y progreso. Actualmente nuestra cultura siente el desencanto del progreso: Auschwitz, bomba atómica, estadísticas de pobreza y malaria… Quizás este desencanto nos esté inclinando hacia un paradigma más estático y resignado. La no-dualidad Una muestra de esta tendencia puede ser la conocida como teoría de la no-dualidad. La realidad es una; la variedad del mundo es una creación de nuestro cerebro, del falso yo. Esta realidad única no está sometida al espacio ni al tiempo. Es inmutable y perfecta en sí misma. Esto contradice nuestra experiencia diaria, pero hay que reconocer que los místicos de todas las religiones son los que mejor han percibido esta unión e identificación con la realidad única. Rumi, místico sufi, vivió de tal modo esta identificación de todas las cosas con dios que llegó a afirmar “Yo soy dios”. Los místicos cristianos, siempre vigilados por la ortodoxia, simbolizaron esta identificación en la unión conyugal (pero no olvidemos que la Biblia reconoce esta unión como “serán los dos una sola carne”). Una consecuencia positiva de esta deriva más estática puede ser la superación de la angustia, la paz interior, la valoración de una plenitud humana, inmune a los impactos adversos o favorables del mundo exterior. Una consecuencia negativa, ética y humanamente, de esa satisfacción con nuestra plenitud interior puede ser el egoísmo del aislamiento respecto al prójimo, y muy en particular una negligencia respecto a nuestra responsabilidad por el masivo sufrimiento humano. En el plano teórico, quizás vivimos un replanteamento del viejo problema filosófico del uno y lo múltiple -”no puedes bañarte dos veces en el mismo río”- de la idea platónica y las sombras de la caverna. ¿Platón o Aristóteles? ¿La plenitud de la Idea que se diversifica en la multiplicidad de sus imágenes? ¿O las realidades materiales de las que abstraemos conceptos universales como naturaleza, justicia o amor? Racionalmente no podemos coordinar estas dos interpretaciones de nuestro mundo, unidad y pluralidad, pero vitalmente ambas son auténticas. Nuestra mente racional, al menos en su estadio evolutivo actual, es incapaz de coordinar estas dos interpretaciones extremas; pero nuestro conocimiento sensitivo, al menos en sus estadios más avanzados, sí es capaz de coordinarlos. Lo propuso expresamente Nicolás de Cusa en su “Concordantia oppositorum”, y lo han confirmado los místicos de todos los tiempos y lugares. El Budismo también ha sabido combinar estos dos conceptos. Para evitar el sufrimiento, recomienda suprimir todo deseo, pero al final se caracteriza por la compasión, por compartir el sufrimiento ajeno. No hay consecuencia lógica entre la propuesta inicial y el resultado final, que tanto lo honra; más parece una contradicción. La consecuencia no está en la lógica sino en la naturaleza de la realidad última: al suprimir los egoísmos, renace espontáneamente la solidaridad humana. Conclusión Me vienen a la mente los versos de Machado: “Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre el mar”. La intuición poética de Machado ha sabido coordinar dos afirmaciones contrarias: Es verdad que “todo pasa” -todo es efímero- pero también es verdad que “todo queda”, todo es plenitud permanente. “Pero lo nuestro es pasar”, lo que nosotros vivimos y sentimos es “pasar”, es lo efímero, ya sean momentos de plenitud o períodos de opresiva esclavitud. Adoptemos en buena hora nuestra identificación esencial con el-la-lo trascendente; pero “lo nuestro”, nuestro cometido no es recrearnos en esa plenitud sino mantener la sensibilidad con la multiplicidad progresiva de lo temporal. Gocemos “ya” de nuestra plenitud; “pero todavía no” podemos aflojar en nuestro compromiso temporal por un mundo más justo. Afirma con poesía y acierto el inspirador de la popular terapia de las "constelaciones familiares", Bert Hellinger: “Nuestros antepasados siguen viviendo en nosotros, y por medio de nosotros quieren concluir algo que les dará a ellos y a nosotros paz”. Nuestros antepasados y sus creencias y sus sistemas de entender el mundo pueden merecer, más allá del respeto, también nuestra honra. Sin embargo, ese hueco en nuestro corazón no implica adhesión, hacer nuestro lo que ellos tan intensamente vivieron y fervientemente trasmitieron. Podemos honrar sin necesariamente adherirnos, podemos amar sin identificarnos. Nuestros grandes y pequeños conflictos sociales necesitan mucho de ese altruismo que salta y trasciende bandos, creencias y generaciones.
Euskadi reúne al mismo tiempo una importante fidelidad al pasado y a su vez una marcada cultura del rechazo. Nuestra reciente historia y lo mucho que nos ha tocado enfrentar ha fomentado el espíritu de la confrontación. Sin embargo, de su exceso también nos deberemos igualmente de liberar. A menudo no se le encuentra adecuado límite a esa cultura. Persuadir más allá de lo cabal, en el reproche, implica hipotecar en buena medida el futuro. Honramos a nuestros mayores tomando de ellos lo más atemporal, lo más valido. No conviene excluirles de la noche a la mañana del futuro que nos toca gestar. La adecuación de su legado a los nuevos tiempos facilitará el ejercicio. La enseñanza religiosa puede por ejemplo mutar, desprenderse de las formas que no tienen vigencia y actualizar en lo fundamental, el sentido sagrado de la vida y la condición trascendental del humano. El pasado y su eco nos fracturan demasiado a menudo. ¿Cómo hacer que el ayer se prolongue en su aspecto más positivo y atemporal, sin ningún tipo de imposiciones? Vertebrar la sociedad no es sólo hacerlo entre sus diferentes clases y grupos sociales, sino también entre las diferentes formas de ver e interpretar el pasado y cuanto conlleva. Un importante sector de nuestra sociedad vasca abriga recelo con respecto a nuestro pasado fundamentalmente católico y sus instituciones. No tenemos por qué hacer enteramente nuestra la cosmovisión de nuestros mayores, sin embargo, podemos honrar ese legado extrayendo sus aspectos medulares que no han caducado. Hay valores universales sin fecha que ha vehiculado nuestra tradición religiosa. La no integración de la fe transmitida por nuestros mayores no debiera empujarnos al rechazo global, pues ello comportará, a más o menos largo plazo, algo a sanar. Nuestra sociedad ha cambiado con excesiva rapidez y en medio de esta profunda y acelerada transformación conviene mantener vivo el hilo, el sentimiento de agradecimiento. Sin él, nuestro futuro carecerá de enraizamiento y solidez. La actitud de agradecimiento, no exenta de discernimiento, puede representar un buen uso de esa plena libertad por la que tanto hemos luchado y de la que hoy por fin gozamos. El conflicto de la enseñanza concertada vasca podrá tener su aspecto de reivindicación económica, pero hay quien se pregunta si contiene también algo de este aspecto de rechazo. No conviene que una nueva educación quede lastrada por el rechazo. Cuestionar por entero nuestra herencia cultural y religiosa auguraría una polarización poco recomendable en el ámbito educativo. En medio de esta suerte de complicados equilibrios prevalezca el tino y la buena voluntad. Que cada parte en el conflicto halle su lugar y compromiso de acuerdo a la nota de estos tiempos. Las órdenes religiosas que regentan las instituciones de enseñanza tienen su particular cometido, su cita con un presente sin tutelas internas de ningún orden. Están llamadas a actualizarse, a abrirse, a adecuarse a una sociedad más diversa, a ser testimonio de una fe cada vez más emancipadora, con cada vez menos jerarquía, dogma y fronteras. Los profesionales de la enseñanza concertada en huelga intermitente reconsideren llevar calabazas a ningún portal. Seguramente nadie merece calabazas en este presente simiente en el que unos y otros son llamados a encontrar su sitio, su armónica ubicación en una aula cada vez más ancha y plural. Un lugar para todos es también la enseñanza que subyace en este conflicto. Intrincadas cuestiones laborales a un lado, puedan encontrar su lugar, tanto quienes defienden cierta vigencia del legado del pasado, como quienes ponen acento en la renovación. En medio, un sentido de respeto, de honra a lo que la alteridad representa y es portadora. Hay que concertar el pasado con el futuro y viceversa y hay que hacerlo con habilidad, generosidad y mutua comprensión. Hay que concertar los altares y los encerados de ayer con los del mañana y en esta definitiva apuesta no sobra nadie. El hecho religioso pueda desbordarse a sí mismo, pueda abrir sus límites y tornar más espiritual, es decir más libre y menos categorizado, pueda encontrarse y fecundarse con una creciente laicidad más abierta por su parte al misterio que todo lo permea. Tanto en la escuela como en otros ámbitos de la vida ciudadana, éste constituye un desafío colectivo que no conviene eludir. |
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