“Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra”. (Isaías 2,4).
“Érase una vez un lobito bueno, al que maltrataban todos los corderos. Y había también un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado. Todas estas cosas había una vez, cuando yo soñaba un mundo al revés” (José Agustín Goytisolo). Por deseos que no quede; y, además por mi parte, los más abundantes y mejores: ¡Feliz año 2021! No hace falta ser muy avisado para darse cuenta de que, en ningún principio de año como este, nos hemos deseado tanta felicidad y con tanta fuerza. Es verdad que razones no nos faltan después de lo vivido durante prácticamente todo el año que acaba de finalizar. ¡Y lo que nos queda, a pesar de la llegada de los tan ansiados remedios farmacéuticos! Sí; porque los males “epidérmicos” tienen solución de manera rápida, una vez descubierta la “pócima milagrosa”. Pero en este caso el mal que nos acecha es de muy profundo calado. Hemos llegado tan lejos que ya no sirven ni valen los paños calientes ni los apaños. El deseo de felicidad personal y mutua, sobre todo para las personas más allegadas, es algo que el ser humano ha tenido desde siempre, pero de manera especial cuando la situación se ha convertido en crítica o rayando con ello debido a que las cosas parece que no funcionaban ni funcionan como fuera o es de esperar. Dos ejemplos muy claros separados por veintiocho siglos en el tiempo son el profeta Isaías y el escritor José Agustín Goytisolo. ¡Qué mejor y mayor deseo que transformar armas destructoras en instrumentos capaces de producir alimentos! O, ¿se puede soñar algo más inverosímil que la maldad más cruel convertida en bondad e inocencia? ¿O la fealdad más horrenda en la hermosura más bella? ¿Y qué decir de quien habiendo hecho del atropello el objetivo de su vida decide convertirse en una persona pulcra y decente? Como podemos ver, tanto Isaías como Goytisolo lo dejan muy claro: no valen los remiendos ni los barnices que adornan y lo dejan aparentemente muy bonito, pero que siguen procrastinando la verdadera solución del problema. Las medias tintas, según puede deducirse de sus palabras, deben ser descartadas de manera definitiva. Aunque pueda sonar duro, cabe decir que hace falta ese cambio radical y profundo que tan bien expresado y definido viene dado por las palabras “metamorfosis” y “metanoia”. “El mundo al revés” de Goytisolo y la gran utopía de Isaías “No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra” son el claro paradigma de lo que nuestro planeta y nuestra sociedad están esperando con una urgencia inaplazable. Esperar, esperar… Claro que sí; esperar con fuerza y entusiasmo hasta pulir esta virtud de toda actitud pasiva o conformista ante los retos con los que podemos ir encontrándonos. Pues, si es verdad que la esperanza exige siempre compromiso y apuesta sin condiciones, lo es mucho más y de manera radical al comenzar un nuevo año, cuando parece que los buenos propósitos, los mejores deseos y los óptimos augurios solamente van a continuar haciendo imposible que se convierta en realidad la utopía más inverosímil. El planeta, el mundo y todas y cada una de las personas no podemos seguir esperando a que todo se vaya sucediendo a nivel de pequeños cambios; necesitamos un “mundo al revés”; de ello debemos convencernos a pie juntillas, porque en ello, valga la redundancia, nos va todo al planeta, a la sociedad y a cada uno de nosotros. Hablar, pues, de esperanza en estos momentos es hablar del pleno convencimiento por nuestra parte, desde el que únicamente será posible pensar en una transformación profunda y radical. Convencidos de mente, por supuesto; pero además y sobre todo apostando de manera decidida desde la voluntad. Pero ¡ojo!, porque no es cuestión de salir en tromba y comenzar a dar sin más, a diestro y siniestro. Pues, si es verdad que nada de lo que nos rodea nos puede ni nos debe ser ajeno, no lo es menos el hecho de tomar conciencia de que la primera y gran proximidad comienza por cada una de nuestras propias vidas. Intentando evitar con ello “ver la paja en el ojo ajeno y no ver la biga en el propio”, llegando a convertirnos en prácticamente ciegos a nosotros o, como mínimo, distorsionando la realidad que consideramos que debe ser transformada de manera urgente. Esto nos está indicando que la radicalidad del compromiso debe comenzar por el yo, el tú y el nosotros a la hora de provocar esa transformación profunda que tan urgente nos parece y que, sin duda, debe ser realizada cuanto antes respecto a nuestro entorno. Coherencia, esa palabra vieja y bastante en desuso, sería la que mejor definiría esa actitud inaplazable por nuestra parte. No pensemos, pues, en pequeños retoques, en pequeños cambios de vida o algo por el estilo. Pienso que se hace necesario encentar un nuevo paradigma en cuanto a valores; o, a lo mejor, vivir los que en su momento tuvimos, pero que, por vete tú a saber qué intereses o caprichos, quedaron guardados entonces a buen recaudo. ¡Feliz 2021, pues, en un mundo al revés!
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Seguimos manteniendo la costumbre de felicitarnos las fiestas unos a otros, a modo de estribillo en las conversaciones de estos días. Es un uso que va a menos, pero sigue teniendo su fuerza social navideña: felicidades, bon Nadal, Gabon zoriontsuak!, boas festas, feliz Navidad…
¿Qué estamos diciendo cuando nos mandamos estos mensajes verbales y en postales navideñas de papel o internet? No hay duda que hay ganas de regalar al menos una sonrisa junto a la frase navideña cargada de buenas intenciones. La pregunta que muchos se hacen es en torno al sentido que tiene repartir urbi et orbe buenos deseos navideños en estas fechas, multiplicados a través de guasaps, si el resto del año andamos a la greña entre los felicitados. O procuramos que la Navidad y lo que representa se manifieste todo el año, o es hora de dejar las frases que pueden sonar más a farsa que a otra cosa. Así lo sienten muchas personas ¿Estamos pues ante otro uso social, incuestionable como tantos otros hasta que la inconsecuencia resuena más fuerte que las frases bonitas? No falta base para la queja, aunque hay que decir bien alto que no son pocos los que desean y trabajan por una Navidad “diferente”; es decir, auténtica, solidaria, humanizada, esperanzada, de ternura con el desvalido y de comprensión con el débil. Personas que se esfuerzan desde sus limitaciones humanas para que las felicitaciones generalizadas de estas fechas, sean expresión de una actitud personal de todo el año, que ahora la desbordan en palabras y gestos cargados de buenos y sinceros deseos con sus seres queridos y con otros no tan queridos. Es cierto que tras las luces de colores y los mensajes navideños solo hay el deseo de unas fiestas que tienen mucho de farsa consumista y de un uso social vacío más allá del cambio de solsticio y sin más fondo que el divertimento y derroche con barniz religioso que solo produce contradicción y escándalo. Pero esta es solo una parte de la realidad. Existe otra parte de la Navidad no menos visible a nada que agudicemos un poco la vista: familias que se sienten unidas y que sufren porque el coronavirus les impide juntarse, personas cargadas de buenos deseos, hechos solidarios con los más necesitados, gentes que ponen la mejor sonrisa del corazón especialmente en estas fechas, ¡y no solo en estas fechas! No pocos cristianos experimentan la Pascua de Navidad desde el deseo de vivirla de manera solidaria para que nazca la Buena Noticia desde la experiencia de la alegría, solidaridad y amor, ajeno al consumismo insolidario. Fiestas estas que llevan su carga especial de tristeza, con los graves desajustes que la pandemia sigue causando, con soledades agudizadas por el tono mortecino del invierno, una mala economía que impide sumarse a “la fiesta”, la tristeza que desempolva dolores que vuelven con más fuerza en estas fechas… Deberíamos sentirnos agradecidos por lo que nos sobra y girar la mirada hacia los que más sufren, a los pobres de todo tipo -no solo de dinero- que están bien cerca de nosotros: pobres de salud, de ánimo, de soledad, de amor, de desesperanza, de incomprensión, de trabajo, de ilusiones; todos aquellos que padecen más intensamente sus penas. Nuestra actitud, como casi siempre, para bien y para mal, es una poderosa herramienta ante el presente que se nos impone. Es la única manera de que el deseo de un año mejor deje de ser un tópico y pueda calar en lo más hondo de quienes lo reciben, sean ateos o creyentes. No solo hay que regalar buenos deseos, lo importante es regalar nuestra mejor actitud. Es lo que nos gustaría que nos regalen no unos pocos días sino todo el año. En la Navidad del covid-19, se hace más necesario descubrir que no es un momento del año sino un estado del corazón. Mi mejor deseo cristiano, pues, es que se haga verdadera Navidad entre nosotros. Aunque lo parezca, no es el título de una película de terror. Es una invitación navideña a dirigir la mirada a las mutaciones, cambios y transfiguraciones que vivieron algunos personajes de los relatos evangélicos del nacimiento de Jesús. Con la secreta intención de que a quien lo lea, le entren ganas de apuntarse también a “mutante”.
Zacarías e Isabel abren el pórtico del evangelio de Lucas, viejísimos ellos, cumplidores modélicos de la Ley y acostumbrados (mayormente él) al Templo, sus horarios y sus inciensos; estériles ambos (mayormente ella) y con poco futuro por delante. Pero después de la visita del ángel, él se queda mudo (¿se habría vuelto todo él escucha?), pero vuelve a casa rejuvenecido y ella se queda embarazada (rejuvenecida también vía consorte). Y de puro contenta, se quita de en medio durante cinco meses para saborear, sin que nadie la moleste, su pequeño magnificat: ¡Así me ha tratado Dios! María entra en escena como una mujer de su casa, calladita ella como corresponde a muchacha honesta, casadera, vecina y residente en Nazaret. Pero sale de escena transformada en una mujer intrépida y caminante que se atraviesa medio país para encontrar a Isabel y poder contarse la una a la otra (pero ¿de qué se ríen las mujeres?) cómo las ha tratado Dios y lo contentas que están con Él y con las primeras pataditas de sus niños. De lo de José tiene un poco de culpa su propio nombre (“que el Señor añada…”), y vaya que si le añadió: como hombre justo, prudente y temeroso de Dios, había decidido cerrar sigilosamente la puerta de su vida y de su casa dejando fuera a María, por puro respeto y por pura discreción. Pero no le quedó más remedio que abrírsela de par en par y dejar que entrara, no sólo ella, sino también y como “añadido” el que iba a asociarle a su torbellino mesiánico. A los pastores los vemos al principio en lo suyo de cuidar ovejas, amedrentados y un poco liados en medio de aquella noche loca de ángeles, cánticos y resplandores en torno a una cuadra. Pero al final ya no parecen los mismos y, en vez de hablar de sus temas de siempre (“Estos piensos ya no son como los de antes”; “Lo que faltaba: Estrellita de parto precisamente esta noche”; “A ver si se van pronto los ángeles, que ya va siendo la hora de ordeñar…”), se ponen a “glorificar y a alabar a Dios”, dejando inventados de golpe el canto gregoriano, la Filarmónica de Viena y el Orfeón Donostiarra. Para Simeón y Ana lo de subir cada día al Templo formaba parte de su rutina, eso sí, empleando cada día más tiempo en el recorrido: “Cada día distingo peor estos dichosos peldaños”, “No te quejes que subirlos con artritis es muchísimo peor…” Pero cuando él tuvo al Niño en sus brazos (¿qué hace un Niño como tú en un Templo como este…?) le reverdeció todo el ser, como si se le llenaran los ojos de candelas y sus rodillas vacilantes recobraran vigor. Se le fue del todo el miedo a la muerte y era como si en vez de sostener él al Niño, fuera éste quien le sostuviera. Ana decidió aquella mañana que para ella se habían acabado los ayunos, las penitencias y las vigilias: se puso un pañuelo blanco en la cabeza y, en plan abuela de la Plaza del Templo, daba vueltas por allí, con la imagen del Niño grabada en sus pupilas y contándole a todo el mundo cómo era. Y sintieron ellos, lo mismo que todos los demás (lo mismo que nosotros si estamos dispuestos a “mutar”), que habían llegado por fin a sí mismos. La presencia de la Sabiduría de Dios, que sigue acampando entre nosotros, no es un misterio oculto, sino que “hemos visto su luz”. El texto del prólogo de Juan señala que el acontecimiento de la encarnación es accesible a todos cuantos creen en su nombre; antes, ahora y para el futuro. Así, para cualquier lector del evangelio de Juan, el misterio de la encarnación no es un mero recuerdo de algo que aconteció en el pasado. Es la actual transformación de quienes creen en su Palabra, en su Sabiduría y son por ello vueltos a una nueva vida, nacidos de Dios.
Esta presencia no nos deja incólumes, sino que Dios es justamente la “luz que alumbra a todo hombre” y por quien “todos hemos recibido gracia tras gracia”. El evangelio nos habla de este modo de la plenitud que ofrece Dios. Es transformación de la persona y el texto habla especialmente de quienes “no han nacido de sangre ni de amor humano ni carnal, sino que han nacido de Dios”. Esta idea de nacer de Dios nos muestra esta imagen de Dios que engendra y da a luz a todos los que creen en su Palabra. El texto, que parece referirse en un primer momento a la presencia de la Sabiduría entre nosotros, da un giro inesperado hacia nuestro nuevo nacimiento. Hacia una nueva manera de presencia vinculada a la Sabiduría en medio nuestro y a una nueva manera de ser para quienes hemos nacido de Dios. Así puede resumirse muy bien el mensaje de Navidad resumido en el prólogo del Evangelio de Juan. De hecho, este prólogo representa una síntesis y un adelanto de todo el evangelio; podríamos decir, por poner una comparación, que es como el tráiler de una película en el que podemos intuir todo lo que se desarrollará en adelante. El prólogo centra nuestra atención en la Sabiduría de Dios que está en medio nuestro. Y no de cualquier manera sino en la carne y “acampando” entre nosotros. El texto dice que “vino a su casa” y no contrapone esta presencia en casa con la gloria de Dios. Por el contrario, afirma que todos hemos contemplado, a partir de esta vida entre nosotros, su gloria. Hoy quiero poner el acento en esas dos palabras “presencia” y “transformación”. La presencia de Dios también nos muestra maneras de estar presentes, aquí y ahora, justamente porque es transformadora. Este movimiento activo de Dios sigue hoy y nos enseña el verdadero significado de la Navidad: la completa transformación; el nuevo nacimiento. Y este hecho de engendrar, gestar, dar a luz… bien puede utilizarse como metáfora para la vida espiritual. En doble sentido: Dios nos da la vida; nosotros dejamos que él se encarne ahora. Se trata de una presencia real de Dios que nos transforma y de una presencia nuestra en su sentido más verdadero, como quienes hemos nacido de Dios. Debemos aclarar que el modelo de familia de aquella época tenía muy poco que ver con el nuestro. Los estudios sociológicos que se han hecho sobre la familia en tiempo de Jesús no dejan lugar a duda. Si no tenemos en cuenta los resultados de esos estudios será imposible entender nada del ambiente en que se desarrolla la infancia de Jesús. El tipo de familia de Nazaret, que se nos ha propuesto durante siglos, no ha existido. El modelo de familia del tiempo de Jesús era el patriarcal. La familia molecular era inviable, tanto por motivos sociológicos como económicos. ¿Qué podían hacer dos jóvenes de 13 y 14 años con un recién nacido en los brazos?
Cuando el evangelio nos dice que José recibió en su casa a María, no quiere decir que fueran a vivir a una nueva casa. María dejó de vivir en la casa de su padre y pasó a integrarse en la familia de José. Esto no quiere decir que no tuvieran su intimidad y sus relaciones más estrechas los tres. El relato de la pérdida del Niño en Jerusalén es impensable en una familia de tres. Pero cobra su verosimilitud si tenemos en cuenta que es todo el clan el que hace la peregrinación y vuelven a casa todos juntos. El relato evangélico que acabamos de leer es muy rico en enseñanzas teológicas. Está escrito sesenta o setenta años después de morir Jesús. Lucas quiere dejar claro, desde el principio de su evangelio, que la vida de Jesús estuvo insertada plenamente en las tradiciones judías. Su persona y su mensaje no son realidades caídas del cielo, sino surgidas desde el fondo más genuino del judaísmo tradicional. Debemos buscar la ejemplaridad de la familia de Nazaret donde realmente está, huyendo de toda idealización que lo único que consigue es meternos en un ambiente irreal que no conduce a ninguna parte. Sus relaciones, aunque se hayan desarrollado en un marco familiar distinto, pueden servirnos como ejemplo de valores humanos que debemos desarrollar, cualquiera que sea el modelo donde tenemos que vivirlos. Jesús predicó lo que vivió. Si predicó el amor, es decir, la entrega, el servicio, la solicitud por el otro, quiere decir que primero lo vivió él. Todo ser humano nace como proyecto que tiene que ir desarrollándose a lo largo de toda la vida con la ayuda de los demás. Debemos tener mucho cuidado de no sacralizar ninguna institución. Las instituciones son instrumentos que tienen que estar siempre al servicio de la persona, que es el valor supremo. Las instituciones no son santas, menos aún sagradas. Nunca debemos poner a las personas al servicio de la institución, sino al contrario. Con demasiada frecuencia se abusa de las instituciones para conseguir fines ajenos al bien del hombre. Entonces tenemos la obligación de defendernos de ellas con uñas y dientes. Claro que no son las instituciones las que tienen la culpa. Son algunos seres humanos que se aprovechan de ellas para conseguir sus propios intereses a costa de los demás. No debemos echar por la borda una institución porque me exija esfuerzo. Todo lo que me ayude a crecer en mi verdadero ser me exigirá esfuerzo. Pero nunca puedo permitir que la institución me exija nada que me deteriore como ser humano; ni siquiera cuando me reporte ventajas o seguridades egoístas. La familia sigue siendo el marco privilegiado para el desarrollo de la persona humana, pero no solo durante los años de la niñez o juventud, sino que debe ser el campo de entrenamiento durante todas las etapas de nuestra vida. El ser humano solo puede crecer en humanidad a través de sus relaciones con los demás. Y la familia es el marco idóneo. La familia es insustituible para esas relaciones profundamente humanas. Sea como hijo, como hermano, como pareja, como padre o madre, como abuelo. En cada una de esas situaciones, la calidad de la relación nos irá acercando a la plenitud humana. Los lazos de sangre o de amor natural debían ser puntos de apoyo para aprender a salir de nosotros mismos e ir a los demás con nuestra capacidad de entrega y servicio. Si en la familia superamos la tentación del egoísmo amplificado, aprenderemos a tratar a todos con la misma humanidad: exigir cada día menos y darse cada día más. No tenemos que asustarnos de que la familia esté en crisis. El ser humano está siempre en constante evolución; si no fuera así, hubiera desaparecido hace mucho tiempo. En el evangelio no encontramos un modelo de familia. Se dio siempre por bueno el existente. Más tarde se adoptó el modelo romano, que tenía muchas ventajas, pues desde el punto de vista legal era muy avanzado. Los cristianos de los primeros siglos hicieron muy bien en adoptar ese modelo. Lo malo es que se sacralizó y se vendió después como modelo cristiano, sin hacer la más mínima crítica. Con el evangelio en la mano, debemos intentar dar respuesta a los problemas que plantea la familia hoy. La Iglesia no debe esconder la cabeza debajo del ala e ignorarlos o seguir creyendo que se deben a la mala voluntad de las personas. No conseguiremos nada si nos limitamos a decir: el matrimonio, aunque la estadística nos diga que el 50 % se disuelven. No se trata de que las personas sean peores que hace cincuenta años. Hoy, para mantener un matrimonio, se necesita una madurez mayor. Al no darse esa madurez, los matrimonios fracasan. Dos razones de esta mayor exigencia son: a) La estructura nuclear de la familia. Antes las relaciones familiares eran entre un número de personas mucho más amplio. Hoy al estar constituidas por tres o cuatro miembros, la posibilidad de armonía es mucho menor, porque los egoísmos se diluyen menos. b) La mayor duración de la relación. Hoy es normal que una pareja se pase sesenta años juntos. Es más fácil que surjan dificultades. Como cristianos tenemos la obligación de hacer una seria autocrítica sobre el modelo de familia que proponemos. Jesús no sancionó ningún modelo, como no determinó ningún modelo de religión u organización política. Lo que Jesús predicó no hace referencia a las instituciones, sino a las actitudes que debían tener los seres humanos en sus relaciones con los demás. Jesús enseñó que todo ser humano debía relacionarse con los demás como exige su verdadero ser; a esta exigencia le llamaba voluntad de Dios. Cualquier tipo de institución que permita esta relación puede ser cristiana. No solo no es malo que se separen dos personas que no se aman. Es completamente necesario que se separen, porque no hay cosa más inhumana que obligar a vivir juntas a dos personas que no se aman. Esto no contradice en nada la indisolubilidad del matrimonio, porque lo único que demostraría es a la falta de amor que ha hecho nulo, de todo derecho, lo que hemos llamado matrimonio. Si hay sacramento, ciertamente es indestructible. Pero para que haya sacramento es imprescindible que se dé el amor. La celebración de tres misas el día de Navidad debe de ser muy antigua, porque la famosa misa del Gallo, por la noche, se remonta al siglo V. Sigue la misa de la aurora y se termina con la del día. Cada una de ellas tiene sus lecturas propias, las mismas en los tres ciclos (A, B, C). No es normal que la gente asista a las tres misas. Por eso indico brevemente el mensaje global de los tres evangelios.
El de la misa del Gallo nos habla de un niño que nace muy pobremente, sin nada que envidiarle a los más pobres de la actualidad. Pero, inmediatamente después, un ángel nos presenta a ese niño como Salvador, Mesías y Señor. El de la misa de la aurora indica diversas reacciones ante ese niño: los pastores corren a visitarlo y vuelven alabando y dando gloria a Dios; los presentes se admiran; María medita todo lo que oye. El evangelio de la misa del día, el Prólogo de Juan, dice de ese niño algo más grande que el ángel a los pastores: es el Verbo de Dios, que lo acompaña desde el principio, antes de la creación. Y, aunque fue ignorado por el mundo y rechazado por su propio pueblo, se hizo carne, habitó entre nosotros y nos concede poder ser hijos de Dios. 25 de diciembre Misa de medianoche Aunque desconocemos el día y la hora en que nació Jesús, imagino que fueron estas palabras del libro de la Sabiduría las que animaron a situar el nacimiento a medianoche: «Un silencio sereno lo envolvía todo, y al mediar la noche su carrera, tu palabra todopoderosa se abalanzó desde el trono real de los cielos» (Sab 18,14-15). En cualquier caso, el papa Sixto III (siglo V d.C.), introdujo en Roma la costumbre de celebrar en Navidad una vigilia nocturna, a medianoche, «en seguida de cantar el gallo», en un pequeño oratorio situado detrás del altar mayor de la Basílica de Santa María la Mayor. Ya que los antiguos romanos denominaban Canto del Gallo al comienzo del día, a la medianoche, se quedó con el nombre de Misa de Gallo la que se celebraba a esta hora. La liturgia, con tres lecturas preciosas y muy ricas de contenido, suponen un desafío para quien pretenda comentarlas sin agotar al auditorio. Tres motivos de alegría (Isaías 9,2-7) En El Danubio rojo, película ambientada en la Segunda Guerra Mundial, la noche de Navidad, en medio del frío y la nieve, un grupo numeroso de soldados y refugiados comienza a cantar en un tren el villancico «Noche de Dios». Ese es el ambiente más adecuado para entender la primera lectura. El profeta se dirige a un pueblo que camina en tinieblas, que ha sufrido durante un siglo la opresión del imperio asirio, y le anuncia un cambio prodigioso: un mundo de luz y alegría. Por tres motivos: el fin del opresor, el imperio asirio, que oprime a Israel con el yugo y el bastón, como si fuera un animal de carga; será derrotado, igual que lo fueron los madianitas en tiempos de Gedeón; el fin de la guerra, simbolizado por la desaparición, no de lanzas y espadas, sino de los elementos menos peligrosos del soldado: bota y túnica; la aparición de un niño, que se puede interpretar como el nacimiento de un príncipe o su entronización. Influido por el ritual egipcio, se coloca sobre sus hombros un manto que simboliza el poder, y se le dan diversos nombres: en Egipto eran cinco, aquí son cuatro, que expresan las cualidades más admirables que se pueden esperar de un gobernante: que sepa aconsejar, que sepa defender, que se comporte como un padre con sus súbditos, que traiga un reinado de paz. Por último, abandonando el influjo egipcio y con mentalidad plenamente judía, se relaciona a este niño con David. Y su labor de paz, justicia y derecho, aparentemente imposible, será obra del celo de Dios. Dos motivos de compromiso (Carta a Tito 2,11-14). El autor une la primera venida de Jesús («se ha manifestado la gracia de Dios») con la segunda y definitiva («la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo»). ¿Motivos de alegría? Sin duda. Pero estas dos venidas son también motivo de compromiso. Amor con amor se paga. Hay que renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, llevar una vida sobria y honrada, esperar la vuelta del Señor, dedicarse a las buenas obras. ¿Un niño pobre o un personaje maravilloso? (Lucas 2,1-14) El evangelio de esta noche consta de dos escenas radicalmente distintas, pero que se complementan. El nacimiento de un niño pobre La primera escena, que se desarrolla únicamente en la tierra, contrasta a poderosos y débiles. Empieza hablando del emperador Augusto, con autoridad para dar órdenes a todos sus súbditos, y del gobernador de Siria, Cirino, que manda empadronarse a la población de su provincia, cada cual en su ciudad, sin preocuparle las molestias que eso puede causar. Frente a los poderosos, los débiles, representados por una familia muy modesta, a la que solo le cabe obedecer, aunque la esposa deba recorrer, embarazada, los 150 km de Nazaret a Belén. Según Lucas, cuando llegan a su destino no encuentran alojamiento y deben pasar algunos días en la parte baja de una casa, donde están los animales. Son pobres, y para ellos no hay sitio en el piso de arriba («la posada»). Los «nacimientos» que se montan actualmente en iglesias, casas particulares y otros sitios, ofrecen un pesebre bonito y limpio. Lucas piensa en uno muy distinto, en el que habrá comido un animal poco antes, arreglado aprisa para recostar al niño. Es una escena de pobreza y humillación. Basta pensar en José, un padre que no tiene otra cosa que ofrecer a su mujer y a su hijo. La escena no se presta a comentarios románticos, sino a preguntas candentes: ¿por qué Gabriel no le dijo a María toda la verdad? ¿Por qué le anunció que su hijo sería el rey de Israel sin advertirle que no tendría riqueza ni poder? ¿Por qué elige Dios el camino de la pobreza y la humillación? ¿Por qué rechazamos los cristianos a quienes no pueden pagarse un pasaje en avión o en barco para llegar hasta nosotros? ¿Por qué no imaginamos que Dios pueda nacer en una chabola de mala muerte, en una familia pobre que trabaja recogiendo la aceituna? ¿Se puede esperar algo de este hijo de emigrantes, que no tendrá cultura ni formación? El Salvador, el Mesías, el Señor La segunda escena se desarrolla en cielo y tierra. Es también de poderosos y débiles, de ángeles y pastores. La profesión de pastor, aunque a algunos le recuerde a los antiguos patriarcas de Israel, era de las más despreciadas y odiadas en aquel tiempo, sobre todo por los campesinos. En la escala social de la época, los pastores ocupan el penúltimo lugar, el de las clases impuras, porque su oficio se equipara al de los ladrones. Y pasar la noche al aire libre, vigilando el rebaño, no es la ocupación más agradable. El hecho de que el ángel se dirija a ellos deja clara la «política incorrecta» de Dios. El gran anuncio del nacimiento del Mesías no se comunica al Sumo Sacerdote de Jerusalén, ni a los sacerdotes y levitas, ni a los estudiosos escribas, ni a los piadosos fariseos. Por otra parte, el anuncio modifica totalmente la imagen de la escena anterior. El niño que ha nacido no es un simple niño pobre. Su nacimiento supone «una gran alegría para todo el pueblo», porque es Salvador, Mesías y Señor. Este ángel anónimo es muy escueto. No comenta ninguno de los tres títulos. Pero es más sincero que Gabriel. No oculta que, a pesar de su grandeza, el niño está envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Afortunadamente, los pastores no son especialistas en la Biblia ni teólogos. En tal caso habrían preguntado de inmediato de qué o de quién iba a salvar ese niño; si era un mesías-rey, como David, o un mesías-sacerdote, como Aarón; si su señorío era igual que el de Dios o que el del César; si los pañales y el pesebre debían ser interpretados de forma real o simbólica… y cómo se compagina la «gran alegría para todo el pueblo» con el hecho de que, años después, el pueblo termine alejándose del Calvario golpeándose el pecho. En realidad, los pastores no tienen tiempo de preguntar nada porque, de pronto, aparece una legión del ejército celestial alabando a Dios y proclamando la paz. ¿Qué harán los pastores? Quien desee saberlo tendrá la respuesta en el evangelio de la Misa de la Aurora. Pero el lector del evangelio puede ponerse en su lugar y advertir el mensaje que le está proponiendo Lucas. La vida de Jesús se puede interpretar de dos formas muy distintas: desde una óptica puramente humana o desde la fe. La primera resulta descarnada y dura. La segunda puede parecer ingenua; si no de cuento de hadas, de cuento de ángeles. Si se mantiene en la primera, terminará viendo a Jesús como un personaje peligroso y considerando justa su condena a muerte. Si acepta la segunda, a pesar de todas las dudas, terminará creyendo en él como su Salvador. 25 de diciembre Misa de la aurora El evangelio de la misa del Gallo nos dejaba con una duda: ¿qué harán los pastores tras escuchar al ángel y al coro celeste? No han recibido ninguna orden, solo una buena noticia. Lucas no se limita a contar su reacción. Tres reacciones ante la noticia (Lucas 2,15-20) El evangelio empieza y termina con los pastores, que corren a Belén y vuelven alabando y dando gloria a Dios. Esta gente, tan despreciada socialmente, corre hacia Jesús, cree que un niño envuelto en pañales y en un pesebre puede ser el futuro salvador, aunque ellos no se beneficiarán de nada, porque, cuando ese niño crezca, ellos ya habrán muerto. La visita de los pastores simboliza lo que dirá Jesús más tarde: «Te alabo Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla». Está también presente un grupo anónimo, que podría entenderse como referencia a la demás personas de la posada, pero que probablemente representa a todos los cristianos, que se admiran de lo que cuentan los pastores. Finalmente, el personaje más importante, María, que conserva lo escuchado y medita sobre ello. En los relatos de la infancia, Lucas ofrece dos imágenes muy distintas de María. En la anunciación, Gabriel le comunica que será la madre del Mesías, y ella termina alabando en el Magnificat las maravillas que Dios ha hecho en ella. Sin embargo, cuando Jesús nace, Lucas habla de María de forma muy distinta. A partir de ese momento, todo lo relacionado con Jesús le resulta nuevo y desconcertante: lo que dicen los pastores, lo que dirá Simeón, lo que le dirá Jesús a los doce años cuando se quede en Jerusalén. En esas circunstancias, María no repite: «proclama mi alma la grandeza del Señor». Se limita a callar y meditar, igual que hará a lo largo de toda la vida pública de Jesús. Estas tres actitudes se complementan: la admiración lleva a la meditación y termina en la alabanza de Dios. Lucas juega con el lector, lo desafía. ¿Qué salvador les ha nacido a los pastores? ¿Qué señal portentosa puede ser un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre? Al día siguiente, los pastores estarán de nuevo con el rebaño, vigilando en medio del frío. Pero su vida ha cambiado, y la dureza de su vida no les impide alabar y dar gloria a Dios. Con ello se convierten en un ejemplo perfecto para el cristiano. Una buena noticia para Jerusalén y la Iglesia (Isaías 62, 11-12) Este breve pasaje recoge una imagen típica de la época del destierro en Babilonia: Jerusalén como esposa y madre. Como esposa, su marido, el Señor, la ha abandonado; como madre, ha perdido a su hijos, ha quedado despoblada. El profeta le anuncia un cambio radical: su marido vuelve, como salvador, acompañado de sus hijos. La liturgia aplica este anuncio de la llegada de un salvador al nacimiento de Jesús. Y en los pastores podemos ver a ese «pueblo santo» y a «los redimidos del Señor». Cuando se piensa en los millones de cristianos que celebran la Navidad, vemos cómo se cumple la antigua profecía. Una buena noticia para nosotros (Carta a Tito 3,4-7) El evangelio habla de tres reacciones ante el nacimiento de Jesús. La carta de Pablo se centra en Dios y en nosotros. Ante todo, lo ocurrido es una manifestación de la bondad de Dios y de su amor al hombre. Como diría el cuarto evangelio: «De tal manera amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único» (Juan 3,16). Si la gente se admiró de lo que decían los pastores, igual debemos admirarnos nosotros de esta prueba del amor de Dios. Sobre todo, teniendo en cuenta que no es algo que nosotros hayamos merecido ni ganado por nuestros propios méritos. Además, la salvación que entonces tuvo lugar se actualiza en nuestro bautismo, que nos hace nacer de nuevo, nos concede abundantemente el Espíritu Santo, y nos hace herederos de la vida eterna, donde «estaremos siempre con el Señor» (1 Tesalonicenses 4,17). 25 de diciembre Misa del día La misa de la aurora nos presentó a María meditando lo que han contado los pastores. Es una pena que Lucas, que transmitió en el Magnificat su reacción a las palabras de Isabel, en este caso guarde silencio. Dos teólogos cristianos, los autores del cuarto evangelio y de la carta a los Hebreos, sí nos dejaron su reflexión sobre Jesús y su nacimiento. La liturgia les antepone la visión de un profeta-poeta. «El Señor ha consolado a su pueblo» (Isaías 52,7-10) El texto de Isaías de la misa de la aurora presentaba a Jerusalén como esposa y madre, que recupera a su esposo y sus hijos. Este la presenta como ciudad, sin rey y en ruinas después de la caída en manos de los babilonios. Pero el mensaje de esperanza es el mismo: Dios vuelve a ella como rey, y las ruinas, reconstruidas, cantarán de alegría. Como en el caso anterior, la liturgia aplica la venida de Dios-rey a Jesús, que nace como Mesías y Salvador. «El Señor nos ha hablado por su Hijo» (Hebreos 1,1-6) Imaginemos al autor de la carta ante el pesebre. Pero el niño no acaba de nacer, él escribe bastantes años después. Es mucho lo que ya se ha dicho y discutido sobre Jesús. Y él comienza su carta con un resumen ambicioso, que abarca desde el comienzo de los siglos hasta la glorificación del Señor. Lo primero que destaca es la novedad de que Dios nos hable a través de su Hijo, no a través de profetas. Un hecho tan grande que no debemos esperar algo distinto y mayor: estamos en la «etapa final». Luego acumula palabras para describir la dignidad del Hijo. Retrocede del momento en el que hereda todo (se supone que tras la resurrección) al momento en el que intervino en la creación del mundo. Habla de su identidad e identificación con Dios con expresiones misteriosas: «reflejo de su gloria, impronta de su ser». Dedica una frase, casi de pasada, a la vida terrena, en la que solo sugiere, de forma velada, su muerte, que purifica nuestros pecados. Y termina con su triunfo a la derecha de la Majestad y su encumbramiento por encima de los ángeles. San Ignacio de Loyola, al hablar del nacimiento de Jesús, sugiere al ejercitante pensar cómo el Señor nace en suma pobreza «y al cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz» (Ejercicios espirituales, nº 110). El autor de la carta a los Hebreos tiene una perspectiva más amplia. No menciona aquí los sufrimientos y la muerte (tema que desarrollará más adelante) sino su triunfo y su gloria. La historia del Verbo de Dios (Juan 1,1-5.9-14) (forma breve) Dos advertencias: 1. Según muchos comentaristas, el autor del cuarto evangelio utilizó al comienzo un himno sobre el Verbo Dios, introduciendo por medio, en dos ocasiones, sendas referencias a Juan Bautista. La liturgia permite elegir entre la forma larga, con todo el texto actual, y la breve, que suprime lo referente a Juan. Es esta la que comentaré brevemente, presentando el himno como una historia del Verbo de Dios en cinco etapas. 2. Para comprender esta historia habría que conocer las reflexiones sobre la Sabiduría de Dios en los dos siglos antes de Jesús. En el segundo domingo después de Navidad se vuelve a leer el prólogo de Juan, y la lectura que lo acompaña es, con razón, la del libro del Eclesiástico. Primera etapa: la Palabra junto a Dios En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. «En el principio creó Dios el cielo y la tierra». Así comienza el libro del Génesis. Para el autor del prólogo, en ese momento existía ya el Verbo, junto a Dios. Es lo mismo que se dice de la Sabiduría en el libro de los Proverbios y en el Eclesiástico. Segunda etapa: el Verbo y la creación Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Aunque parece una nueva matización del Génesis, supone un desarrollo. Allí se dice que Dios crea por su palabra («dijo Dios») y su acción. Aquí, esa palabra se convierte en compañera suya imprescindible durante el acto creador. Todo fue creado por el Verbo: sol, luna, estrellas, montañas, mar, animales de toda especie, ser humano. Además de habernos creado, es también nuestra vida y nuestra luz. Dos términos claves en la teología del cuarto evangelio, que presentará a Jesús como «el camino, la verdad y la vida». En esa misma teología encaja la referencia a la tiniebla como símbolo de la oposición a Jesús y a Dios. Tercera etapa: el mundo, creado por el Verbo, lo ignora. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. El mundo no se refiere aquí a los seres inanimados sino a las personas que ignoran a Dios, no lo adoran, o prescinden de él. El autor del Prólogo piensa en los pueblos paganos, que podrían haber conocido al Dios verdadero, pero que habían caído en diversas formas de idolatría. Cuarta etapa: la Palabra se instala en Israel; unos lo rechazan, otros la acogen. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. ¿Qué hará el Verbo cuando se vea ignorado por el mundo? Para un judío, la respuesta es clara: refugiarse en Israel, el pueblo elegido, igual que hacía la Sabiduría: «Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad». Pero el Verbo se encuentra con una desagradable sorpresa: «los suyos no lo recibieron». Da la impresión de que un autor posterior consideró esta afirmación demasiado pesimista y añadió que algunos lo recibieron, convirtiéndose en hijos de Dios. Pero este aparente añadido destruye el dramatismo del himno primitivo. Quinta etapa: el Verbo se hace carne y habita entre nosotros. La Palabra ha sufrido dos derrotas: el mundo la ignora, su pueblo la rechaza. ¿Qué haría cualquiera de nosotros en su lugar? Quedarse junto a Dios y olvidarse de todos. Afortunadamente, Dios no es así. El Verbo toma la decisión más asombrosa que se puede imaginar. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Reflexión final El fiel cristiano que haya acudido a la iglesia pensando escuchar unas lecturas bonitas y sencillas sobre Jesús niño y los pastores se encuentra en la misa del día con unas lecturas muy teológicas, pero que le recuerdan la dignidad e importancia de ese niño que ve en el pesebre. En el evangelio de Lucas que leíamos anoche, encontramos un relato folclórico pero simbólico del nacimiento de Jesús. En el de Juan, que acabamos de leer, afrontamos un relato metafísico que se remonta a la esencia de Dios. Es casi imposible descubrir que hacen referencia al mismo ser. En ambos textos se quiere comunicar el misterio de la encarnación. En ambos, con lenguaje muy diverso, se nos quiere decir lo que es Dios. Pero lo que Dios es, solo podemos conocerlo si descubrimos lo que es Jesús. Por eso es tan importante esta fiesta. Mientras más nos acerquemos al Jesús de Nazaret, mejor podremos vivir lo que él vivió.
El misterio de la encarnación no es cosa de niños sino algo muy serio. Tan serio que en él nos va la Vida. Retomamos la idea central de la Navidad: La encarnación es la verdad fundamental del cristianismo, pero no siempre la hemos entendido bien. Estamos, sin duda, ante la página más sublime de toda la literatura universal que yo conozco. Se trata de un himno cristológico anterior al evangelio, fruto de la experiencia de una comunidad eminentemente mística. Es una condensación de todo su evangelio. Es prólogo, pero podía ser epílogo sin perder nada de su esencia. El problema es que si lo afrontamos racionalmente no podemos entender nada. En la encarnación estamos celebrando que Dios se identifica con la creación entera. Los primeros cristianos vivieron la implicación de Dios en Jesús y en cada uno de los seres humanos. Algo incomprensible a la razón pero simple para el corazón. Cuando en el s. II se encontró el evangelio con la Razón griega, los Santos Padres trataron de explicarlo racionalmente y lo complicaron hasta hacerlo irreconocible. Esa complicación se plasmó definitivamente en los s. IV y V, hasta hacerlo inútil para la vivencia espiritual. Nuestra tarea es superar la racionalidad y volver a la vivencia. El primer versículo nos dice ya tres cosas sobre Dios y el Logos: Que el Logos está en el origen (en el principio ya existía la Palabra); Que los dos estaban volcados el uno sobre el otro (la Palabra estaba junto a Dios); Que aunque distintos, uno y otro eran lo mismo (la Palabra era Dios). No se trata de conceptos trinitarios posniceanos. Al comenzar con la misma palabra que el Génesis, nos está diciendo que la encarnación no es el comienzo de algo nuevo, sino la culminación de la creación. El Logos no comenzó, porque es el origen de todo. Luego, se hace carne (comienza a ser en el tiempo) para terminar la creación del hombre. Al traducir ‘Logos’ por Palabra, se pierde la originalidad del concepto que quiere expresar el texto. La palaba ‘Logos’ ya existía, pero el concepto que Juan aporta es nuevo. ‘Logos’ se encuentra por primera vez en Heráclito, s. VI a C, (precisamente en Éfeso, donde se escribió este evangelio) y significaba la realidad permanente dentro del devenir de la realidad material. La utilizan los estoicos, Platón, y Filón de Alejandría que la emplea 1.200 veces. En NT tiene un amplísimo significado; desde palabra engañosa hasta el sentido cristológico del prólogo que estamos comentando. Repito que aquí el concepto es original; no deducible de las distintas tradiciones. No se repite más, ni siquiera en Juan. El concepto es incomprensible sin la experiencia pascual. Sin una profunda experiencia mística no se puede acceder al significado que se quiere expresar. Podíamos decir que es el Proyecto eterno que esa comunidad descubrió realizado en Jesús. Es muy interesante la expresión: "junto a Dios", en griego: vuelto hacia…, volcado sobre. Expresa proximidad pero también distinción. Está en íntima unión por relación pero no se confunda con Dios. Se deja un margen para el misterio. Este dato no siempre lo hemos tenido en cuenta. Por medio de la Palabra se hizo todo”. En el AT Dios crea siempre por su Palabra. No se trata de un sonido que emite Dios. Otra vez tenemos que ir más allá del significado primero. Quiere decir que Dios, al concebir una idea, está creando lo que significa esa idea. Nos está diciendo que el Logos es origen de todo. Con una redundancia, intenta llevarnos más allá de la misma palabra. Al margen de Dios y del Logos, no existe nada. No se trata solamente de lo que existe en el tiempo, sino de todo lo que existe en absoluto: material y espiritual. Y la tiniebla no la recibió. El mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Esta insistencia tiene que hacernos reflexionar. En Juan se percibe esa lucha incesante entre la luz y la tiniebla. Era una idea que flotaba en el ambiente de la época. En un escrito de Qumrán se dice: Que la luz no sea vencida por las tinieblas. Ni siquiera los suyos fueron capaces de descubrirla. Tenemos aquí el primer reproche al pueblo judío que no fue capaz de ver en Jesús la Vida que podía llevarle a la comprensión de la ley. Dudo que lo hayamos descubierto nosotros. Pero a cuantos la recibieron… Vemos que lo anterior era una exageración. Unos no la recibieron pero otros sí la recibieron. Se habla aquí de creer en sentido bíblico. No se trata de la aceptación de verdades sino de la aceptación de su persona. Sería: a los que confían en lo que significa Jesús y lo viven, les da poder para ser hijos de Dios. Tenemos aquí la buena noticia. El que cree es engendrado como hijo de Dios. En Juan se advierte una diferencia clara en el concepto de hijo cuando se dice de Jesús y cuando se dice de otros. Se descubre que Jesús es Hijo porque actúa como Dios, no porque conozcamos su naturaleza. Y la Palabra se hizo carne. Meta de toda lo anterior. Se trata de una nueva presencia de Dios. Dios no está ya en el templo, ni en la tienda del encuentro. Ahora está en Jesús. No se identifica Palabra y Jesús. Se deja una margen para el misterio. En la antropología semita, el hombre se podían apreciar cuatro aspectos: hombre-carne, hombre-cuerpo, hombre-alma, hombre-espíritu. Se hizo hombre-carne; limitado pero susceptible de Espíritu. Se hizo carne sin dejar de ser Logos, sin dejar de estar volcado sobre Dios se identifica con lo más bajo del hombre. Los cristianos no hemos sido aún capaces de armonizar la trascendencia con la inmanencia en Dios y en nosotros. En nuestra estructura mental cartesiana, no cabe que una realidad sea a la vez inmanente y trascendente. Nuestra racionalidad no puede comprender las realidades que están más allá del tiempo y el espacio. Por eso nuestro lenguaje sobre Dios es siempre ambiguo. Dios está más allá que toda realidad, pero a la vez es el fundamento de todo, está siempre encarnándose. En Jesús, esa encarnación se manifestó claramente. De esa manera nos abrió el camino para vivirla nosotros. Les da poder para ser hijos de Dios. El relato de Lc no es una crónica de sucesos, sino teología narrativa, que es algo muy distinto. Hoy identificamos verdadero con histórico. En tiempo de Jesús era distinto y lo importante era la vida, no la historia. Jesús vivió en un momento y en un lugar histórico. Pero lo importante es que nos invitó a vivir la realidad de un Dios que no está atado a un tiempo ni a un espacio. Lo importante de este relato es la idea de Dios que transmite. La profundización no es nada fácil, porque exige una actitud personal de silencio y de escucha. Lo que venga de fuera es muy poco lo que te puede ayudar a esta tarea.
Lo que deja claro el evangelista es que Jesús se inserta plenamente en la historia universal, para que nadie pueda poner en duda su condición humana. Un censo oficial al que están sujetos, como cualquier mortal, sus padres. Importa poco que los datos no sean exactos. Lo que nos interesa es la intención de Lucas, es decir, conectar la buena noticia con Jesús que nace en un lugar y en un momento de la historia. A nosotros hoy, lo que de verdad nos cuesta es descubrir al Jesús humano que nos pueda servir de modelo. Enfrascados durante siglos en la trascendencia, nos hemos olvidado de que no hay más divinidad que la que se manifiesta a través de la plenitud de un ser humano. Ponernos en el lugar del que escribe es la clave para poder entender lo que nos quiere trasmitir. Para Lucas, de mentalidad helenista, Dios está en el cielo. Si quiere hacerse presente, tiene que bajar. Viene a salvar a los pobres y empieza por compartir su condición. La salvación se hará desde abajo, pero para llevarla a cabo, Dios tiene que bajar primero. Pero solo lo encontrará el que está en camino, el que está buscando, el que está velando, no los que están satisfechos, instalados cómodamente en este mundo. No lo encontrarán en el bullicio de las relaciones sociales del día, sino en el silencio de la noche. Los dioses, desde su trascendencia, necesitan intermediarios. Estos se ponen en acción y quieren anunciar el acontecimiento. ¿Quién estará preparado para escucharlo? Solo los pastores, la profesión más despreciada y marginada de aquella sociedad. La salvación se anuncia en primer lugar a los oprimidos, a los que menos cuentan. Los demás están descansando, dormidos, cómodos; no necesitan ninguna salvación. Este dato es decisivo porque nosotros nos encontramos entre ese grupo que para nada necesita la salvación que el ángel anunció. Solo necesitamos que nos confirmen en nuestro bienestar. El anuncio es ‘buena noticia’. El Dios verdadero es siempre buena noticia. La noticia es que Dios viene para salvarlos. “Os ha nacido un Salvador”. Puesta al día, la noticia sería que Dios está viniendo siempre hacia mí para darme plenitud. Los pastores salen corriendo. No será fácil encontrarlo. Alguna pista: Un niño en un pesebre (comedero) semidesnudo y entre pajas, él mismo es alimento (apuntando a la eucaristía). Está acompañado por sus padres que no dicen nada. ¿Qué podrían decir? Cuando Dios decide enviar su Palabra a los hombres, resulta que nos envía a un niño que no sabe hablar. Es importante el matiz de que la salvación es para todo el pueblo, no para los privilegiados del momento. No en Jerusalén, sino en la ciudad de David. Él viene a destronar a los poderosos, pero se presenta como uno de los pobres y oprimidos. Esto es la causa de la alegría en el cielo y de la alabanza a Dios en la tierra. Los pastores descubren con alegría la gran noticia y no tienen más opción que proclamarla. Entre los que escuchan, sorpresa. Dios se encuentra lejos de las instituciones, lejos del templo. El evangelista no está dando los primeros datos de una biografía, sino poniendo los fundamentos de una teología. Desde la perspectiva de una biografía, tendríamos que decir: No sabemos nada; ni dónde nació, ni cuándo, ni cómo. Por el contrario, tenemos suficientes elementos de juicio para saber que no pasó nada extraordinario desde el punto de vista externo. Ni María ni José ni nadie se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo allí. Nació como todos los niños. Fue un niño normal. Cuando Jesús empezó su vida pública, decían sus vecinos: ¿No es este el hijo de José, su madre no se llama María? ¿De dónde saca todo eso? En otra ocasión su madre y sus hermanos vinieron a llevárselo porque decían que estaba loco. ¿Se habían olvidado de los prodigios de su nacimiento? Y sin embargo aquello era el comienzo de todo. Allí empezaba Jesús su andadura humana, que iba a ser capaz de hacer presente a Dios entre los hombres. Era Emmanuel (Dios-con-nosotros) y era Jesús (salvado). Nacimiento, vida y muerte de Jesús, forman una unidad inseparable. Es importante su nacimiento por lo que fue su vida y su muerte. Hizo presente a Dios, amando, dándose, entregándose a los demás. Eso es lo que es Dios. Salió a su Padre. Es Hijo de Dios. Como pasó con todos los grandes personajes anteriores a él, se hace la biografía de la infancia desde la perspectiva de su vida y “milagros”. En el ambiente de la celebración de la Navidad, hoy, lo más probable es que nos quedemos en las pajas y no vayamos al grano. La importancia del acontecimiento se la tengo que dar yo, aquí y ahora. Dios no tiene que venir de ninguna parte, ni puede estar en ninguna parte más que en otra. Dios está donde nosotros le descubrimos y le hacemos presente. Dios está donde hay amor. Allí donde un ser humano es capaz de superar su egoísmo y darse al otro. Allí donde hay comprensión, perdón, tolerancia, allí está Dios. Dios no será nada si yo no lo hago presente con mi postura ante los demás. El único objetivo de esta fiesta es que aprendamos a amar. Que aprendamos a salir de nosotros mismos y seamos capaces de ir al otro. Esto lo podemos hacer aunque estemos limitados por el coronavirus dichoso. El verdadero amor es el resultado del nacimiento de Dios en mí, en todo ser humano, en todo niño recién nacido. No debemos cerrarnos al entorno familiar o afectivo. Debemos recordar también a aquellos niños o mayores que en este momento están muriendo de hambre o de cualquier enfermedad perfectamente curable. Mueren porque nosotros preferimos adorar un muñeco de cartón, antes que aceptar que cualquier recién nacido es divino porque en él reside Dios. Todo lo que nos hace más humano debemos incorporarlo a la fiesta. La reunión con la familia, la comida, los encuentros y abrazos, todo puede ayudarnos a descubrir lo que somos como seres humanos y a manifestarlo con alegría. La fiesta cobrará sentido para todos en el momento que sepamos aunar lo humano y lo divino. Si unos y otros sabemos ir más allá de los mitos y folklores nos podemos encontrar celebrando la única realidad que debe interesarnos a todos: la VIDA que está en nosotros y espera ser desplegada. Merece la pena hacer un esfuerzo en estos días y dedicar tiempo a lo que nos debía interesar de verdad: ser hoy un poco más humanos que ayer, pero menos que mañana. Meditación Lo que el silencio no diga nadie te lo podrá decir. Cuanto te venga de fuera de nada puede servir. En tu interior está el pozo donde tienes que beber. Ningún líquido prestado llegará a apagar tu sed. La humanidad cristiana lleva dos mil años celebrando esta fiesta que se ha ido cargando a lo largo de los siglos de lenguajes, significados, símbolos, sentidos y sinsentidos. Si releemos los textos bíblicos del Primer Testamento, que han sido aplicados al anuncio del nacimiento de Jesús de Nazaret en el Segundo Testamento, si leemos especialmente a Isaías y a los profetas en general, podemos darnos cuenta de su potencia poética, de su fuerza expresiva para anunciar un cambio sustancial en el orden de cosas y aseverar la intervención de Dios en el mundo, en favor de la justicia, de la vida y del amor.
La conmemoración del nacimiento de ese niño en Belén ha sido expresada en la pintura de cientos de lienzos con fuerzas diferentes, desde la sensibilidad de cada tiempo y de cada artista. Se trata de expresiones culturales que van más allá de la religiosidad de los pintores y que han atravesado edades y territorios. En este siglo XXI, asistimos, sin embargo, a un alejamiento total de esta “cultura religiosa”: Intereses, sensibilidades y creencias caminan lejos de estas tradiciones y de estos mensajes. Como dije hace poco en otro artículo, la Navidad se ha alejado cada vez más de su sentido primigenio. Y sin embargo para quienes creemos que Jesús de Nazaret tiene mucho que decir al mundo, se hace necesario encontrar la manera de transmitir hoy la fuerza y permanente novedad de su mensaje. Joan Chittister nos dice: La tarea de una generación de mujeres mayores es ofrecer posibilidades a la generación venidera. No hemos cumplido nuestro cometido hasta que no les enseñamos toda lección, hasta que no les pasamos todo interrogante, hasta que no les preparamos a fondo, hasta que no les concedemos posibilidades de comenzar y hasta que no les permitimos el privilegio de arriesgarse. (Joan Chittister: Doce momentos en la vida de toda mujer). Es importante encontrar la forma de “pasar la voz”. Para quienes estamos abiertos/as de una u otra manera a la trascendencia, la celebración de la Navidad tiene un hondo sentido: es la fiesta de la luz que llega a la oscuridad, es la fiesta en la que actualizamos el que la Divinidad se hace carne en nuestra historia, por tanto es la fiesta en la que nos abrimos a esa encarnación de la Divinidad en nuestra persona y en nuestras rutas. Esa encarnación no tiene sentido si no se hace realidad en cada momento. Pero es claro que no encontramos la manera de tocar a las nuevas generaciones con estas realidades. Invito a un ejercicio conjunto que nos ayude a encontrar los lenguajes para celebrar que: Todavía es posible traer la luz a nuestras vidas y caminos Todavía es posible hacernos como niños para mirar las cosas desde un corazón limpio Estamos aún a tiempo de corregir el rumbo y lograr hermanarnos Es importante afirmar y anunciar que los sueños aún pueden habitarnos: celebrar que aún hay mujeres y hombres que soñamos con un mundo equitativo y de justicia en el que los sencillos y los y las desposeídas encontrarán su pan Soñar que al otro lado habrá una luna que ilumine una tierra respetada, un agua no desperdiciada, una naturaleza habitada con respeto sagrado Cómo encontrar palabras para gritar al mundo que la estrella que guíe nuestros pasos sea estrella del amor y la equidad Celebrar que la fiesta que puede reunirnos es la felicidad de todos y de todas y que ya nunca más será posible que unos pocos se atoren con los bienes de todos Cantar en las colinas y los valles, en las pantallas de la televisión o del computador que llegó la mañana que animará los surcos de una cosecha nueva Celebrar que aún es tiempo de corregir el rumbo y que llega el anuncio de una economía nueva, diferente y sencilla al alcance de todos y de todas Cantar que la mañana llega con amaneceres de antorchas, con cantos de esperanza, con músicas de júbilo Proponer que la vida puede mostrar su entraña más allá del whatsapp, del Instagram y redes de todos los pelajes Que el canto de la alondra llegará a nuevos rumbos Celebrar que soñamos y construimos sueños Anunciar porvenires en los que las mujeres no teman por sus vidas y sus cuerpos no lloren por violaciones y atropellos Celebrar que personas como el maestro de Galilea, o Gandhi o Luther King… María de Magdala o Hildegarda de Bingen y Juliana de Norwich… mostrarán sus caminos y haremos entre todos y todas relaciones distintas Se hace necesario renovar la esperanza cada año, para repotenciar los horizontes y ampliar las utopías. Se hace imprescindible, vivir por unos días la potencia de vida que recorra los cuerpos y encienda el corazón. Saber que los encuentros, los regalos, los árboles hay que mirarlos en un más allá de sí mismos y los bailes sólo tienen sentido si expresan en nuestros cuerpos el anuncio de realidades nuevas. Invito a redimensionar nuestras vidas, para alcanzar un más allá de cotidianidades baladíes. Hagamos realidad la afirmación de Octavio Paz: Ver con los oídos, sentir con el pensamiento, combinar y usar hasta el límite nuestros poderes, para conocer un poco más de nosotros-as mismos-as y descubrir realidades incógnitas ¿no es ese el fin que asignan a la poesía espíritus tan diversos como Coleridge, Baudelaire y Apollinaire?... La poesía explora el universo… (Octavio Paz: Corriente Alterna) Busquemos las palabras, la expresión, el lenguaje para “pasar la voz”. Para ello seamos conscientes del agotamiento de nuestros símbolos. Amigos José y María: Todos los años celebramos el nacimiento de Jesús. Pero este año con el coronavirus, os voy a mandar ciertas advertencias para que las tengáis en cuenta, no vaya a ser que, con la covid, agarréis la enfermedad y lo compliquemos todo.
Ya sé que marcháis con tiempo hacia Belén porque si os pilla un confinamiento, por menos de nada, os quedáis encerrados a medio camino. . Al hacer los trámites o papeleo, cuidado con estar junto a muchas personas. No paséis de media docena. Y vosotros sois tantos de familia y de antepasados…. . Cuidado al ir por las casas pidiendo posada, no os contagiéis. . Que los pastores pasen a la cueva en turnos, para que nunca estéis más de seis personas. . Y no se os olvide la mascarilla. Bueno, a Jesús no se la pongáis porque es tan pequeño… . No sabéis los días que vais a tener que permanecer. A ver si hay suerte y no os confinan. Por eso, llevad un poco más de ropa y comida. . Cuando nazca el Niño, dejadle en el pesebre. Primero lo purificáis con vuestras manos y lo dejáis sobre las telas tan limpias y desinfectadas que le ha preparado María . Conviene que los ángeles canten bajito. Que es perjudicial el cantar muy fuerte y además en lugar pequeño. Y ojo, nada de muchos ángeles. . Tenéis una ventaja: dicen que hace falta buena ventilación. Aire ya os sobra, el que entra por la boca de la cueva. . Y este año, nada de cantos. Tenéis más tiempo para contemplar a Jesús y para hablar entre vosotros dos. . Cuidado con las visitas, que Herodes es capaz de mandaros algún soldado contagiado. Así que silencio y recogimiento. . Como sois tan espirituales los dos, vais a tener tiempo para dedicarlo a contemplar a vuestro Hijo y a decirle bajito vuestros cariños y alegrías. . Ojo: limpiad las piedras y los troncos en que se sienten los que os visiten. Pasad luego un paño para limpiar. Y salvo, María, Jesús y José, guardad las distancias. Eso sí, haced una pequeña trampa y dejad darle un beso al Niño, que ese no puede transmitir nada malo. . Si podéis, cuando lleguen los magos, mirad a ver si traen de oriente alguna hierba rara que cure los males y encargadle gran cantidad a ver si curan como vacuna este virus de la pandemia. Y nada más. Felicidades y un beso para el Niño. |
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