El pueblo, sujeto soberano del poder político
La experiencia del Coronavirus ha puesto al descubierto , quizás como nunca, a ese otro virus, que apenas se menciona y que, sin embargo, es el que hace posible la aparición sucesiva de otros muchos virus en el tiempo. El poder económico es necesario, quién lo duda, y sirve para resolver las múltiples necesidades, problemas y derechos de la ciudadanía en todo tipo de Sociedad. Pero, ese poder se ha concentrado en unas minorías tecnocientíficas que se autootorgan el derecho de propiedad sobre los bienes producidos por la sociedad, siendo ellas también las que dictaminan el precio y destino de todos esos bienes. Su ética no es otra que el menosprecio de la dignidad del ser humano – valor primero y nunca medio- y así poder asegurar un mayor lucro y beneficios con el subsiguiente efecto de una crecida desigualdad, injusticia, discriminación, empobrecimiento, hambre y muertes sin cuento. Nadie duda de la magnitud de este virus, aposentado prácticamente en los cinco Continentes y que, al parecer, nadie cuestiona políticamente, pues utilizan ellos mismos al poder político como mediación y altavoz de que el capitalismo neoliberal –hoy cínico- ostenta la mejor forma de convivencia democrática para el bien de todos. Y ahí, en ese consentido instante de sutil y omniabarcante manipulación, se consuma la cómplice y cobarde capitulación de los políticos y el pisoteamiento de la cándida credibilidad popular. Creo que, envuelto de una u otra manera, es este CORONAVIRUS el que necesita una vacuna eficaz, universal, si queremos acacabar con el escándalo, hoy ya inocultable, de seguir asistiendo año tras año, en un lugar o en otro, a los devastadores conflictos de unos pueblos con otros, que salen marcando en cifras aterradoras, los desastres de invasiones y guerras con sus horribles consecuencias de esclavitud,empobrecimiento, hambre, sufrimiento y muertes. Este virus viene actuando, aún después de las dos guerras mundiales,aún después de la creación de la ONU y aún después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aún después de que en todas las naciones existen Poderes POLITICOS que las gobiernan. Los hechos de una y otra parte, a nivel nacional e internacional, dan para afianzar cada vez más la idea de que lo que más ha degradado nuestra convivencia ciudadana ha sido la ineptitud, la cobardía, el sometimiento y la arrogancia de los políticos. Ha imperado el poder financiero, sigue arrampando; todo porque los políticos viven desconectados del pueblo, alejados de sus problemas, necesidades y derechos y se subordinan servilmente al poder financiero. Es decir , eso de que son elegidos para garantizar el Bien Común, nanain marimorena. En cuanto se sientan en la silla , creen que tienen la voluntad de mandar, la dominación: “yo tengo el monopolio del poder”; el monopolio más bien habría que decir, de la coacción, del absolutismo antidemocrático. Les ha faltado las más de las veces la conciencia, la honestidad y el coraje de admitir que el poder reside en el pueblo: el pueblo es el único soberano político, que delega a los políticos para que sean sus representantes y servidores. Pero, en nuestras “democracias liberales”, la representación por el simple voto en las urnas –y nada más- se ha convertido por lo general en una representación vacia. Ahí, en el votar, se acabó toda la participación del pueblo. Y una representación sin la participación del pueblo, a todos los niveles, es pura ficción: los políticos no saben, no conocen , no sienten, no hacen suyas las quejas, las demandas , las carencias y necesidades, los derechos de la ciudadanía, porque están lejos de ella, despegados de su marginación, frustración y y empobrecimiento. Sin participación directa de los ciudadanos, que llene la mente, el corazón, la palabra, las deliberaciones y las leyes de los diputados en Cortes, la representación es vana. Es éste el gran desafío que nos espera: construir una teoría política, que defina cómo hay que gobernar. Nadie apenas ha descrito y argumentado qué es un Gobierno de veras político, cómo funciona, con qué principios, en qué debe incidir, con quiénes y para qué. Los políticos, incluso “demócratas de nuestro tiempo”, han buscado en general, batir al adversario y vencerlo, no ocuparse de conocer, resolver y garantizar la vida, las necesidades y los derechos de los ciudadanos. La política está en barbecho, han dimitido, la han puesto a los pies del egoismo, de la soberbia y de la avaricia insaciable de los grandes especuladores financieros. ¡Manda y arrasa el poder económico más inhumano, ajeno a toda ética! Hacer una teoría política servidora y liberadora del pueblo, está por hacer, no la hizo ni Marx y es, en este sentido, posmarxista,ha escrito muy fundadamente Enrique Dussell. Y qué bien describe todo esto el sentir popular cuando dice: Los políticos tachan a los ciudadanos de ineptos para la política, están no más que para servirles y escuchar de ellos promesas y promesas que nunca cumplen, predicen el futuro sin dar una y se insultan unos a otros de ladrones y corruptos en el mismo hemiciclo parlamentario. Una democracia, que no garantiza la vida del pueblo, no se justifica como democracia.
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Los textos que vamos a leer estos días están tomados del “evangelio de la infancia”. Debemos tomar conciencia del sentido “no histórico” de los textos. El anuncio del nacimiento de un hijo de dios, el nacimiento de madre virgen, el nacimiento en una gruta, los pastores adorando al niño, el intento de matar al niño, la huída después de un aviso, la muerte de los inocentes, el anuncio por medio de una estrella, la adoración de unos magos, etc.; todos son relatos míticos ancestrales y ninguno es original del cristianismo.
El decir “mítico” no quiere decir “mentira”. Este es el primer error a superar. El mito es un relato que intenta desvelar una verdad radical que atañe al hombre entero, y que no se puede explicar por medio de discursos racionales. Al decir que estos relatos son míticos, no estamos devaluando su contenido, sino todo lo contrario; nos estamos obligando a descubrir el significado profundo y vital que tienen. Lo nefasto es haber considerado los relatos míticos como crónicas de sucesos sin mayor alcance vital. Todo esto lo ha descubierto la exégesis hace muchas décadas. No acabo de comprender por qué existe tanto miedo a que el pueblo conozca la verdad. ¿No nos dice el mismo evangelio que la verdad os hará libres? ¿O es que lo que nos asusta es esa libertad? Es verdad que la explicación del sentido profundo de estos textos no es sencilla, pero es precisamente esa dificultad la que debía espolearnos. He visto a la gente abrir ojos como platos cuando han comprendido la profundidad del mensaje. En las lecturas de hoy destaca el contraste entre la actitud de David, que después de hacerse un palacio, decide hacer un favor a Dios, construyéndole un templo para que habite; y la actitud de María que ve solo la gratuidad de Dios para con ella. La humildad de María hace posible el acercamiento a Dios. La soberbia de David le aleja de Él. La lección es clara: Nosotros no podemos hacer nada por Dios, es Él quien lo hace todo por nosotros. Ni siquiera tenemos que comprar su voluntad con sacrificios y oraciones. Lo que Lucas nos propone es la teología de la encarnación entendida desde el AT. Todas las palabras del relato hacen referencia a situaciones bíblicas. El evangelista acaba de narrar la concepción de Juan que tiene como modelo la de Isaac. Para la concepción de Jesús, Lucas toma como modelo la creación de Adán. Como Adán, Jesús nace de Dios sin intermediarios; y como él, va a ser el comienzo de una nueva humanidad. No es uno más de los grandes personajes de la historia de Israel. Esta es la clave de todo el relato. Ángel=mensajero no tiene, en el AT, la misma connotación que tiene para nosotros. No debemos pensar en unos seres al servicio de Dios, sino en la presencia de Dios de una manera humana para que el hombre pueda soportarla. El pueblo de Nazaret no es nombrado en todo el AT; es algo completamente nuevo. Galilea era la provincia alejada del centro de la religiosidad oficial. La intervención divina en Jesús rompe con el pasado y va a constituir una auténtica novedad. Todo sucede lejos del templo y de la oficialidad. La escena se desarrolla en una casa sencilla de un pueblecito desconocido. A una virgen= doncella, no ligada a la institución sino completamente anónima. Ni tiene ascendencia ni cualidad alguna excepcional. De los padres de Juan acaba de hacer grandes elogios, de María, ninguno. Virgen no debemos entenderla según nuestro concepto actual. Se trata de una niña aun no casada. Alude a la absoluta fidelidad a Dios, por oposición a la imagen del pueblo rebelde, tantas veces representado por los profetas como la adúltera o prostituta. María representa al pueblo humilde, sin relieve social alguno, pero fiel. Alégrate, agraciada, el Señor está de tu parte. Alusión también a los profetas: “Alégrate hija de Sión, canta de júbilo hija de Jerusalén”. Es un saludo de alegría en ambiente de salvación. Cercanía de Dios a los israelitas fieles. Dios se ha volcado sobre ella con su favor. La traducción oficial, “llena de gracia”, nos despista, porque el concepto que nosotros ponemos detrás de la palabra “gracia”, se inventó muchos siglos después. No se trata de la gracia, (un ser divino) sino de afirmar que le ha caído en gracia a Dios. Al contrario que en Mateo, José, descendiente de David, no tiene papel alguno en el plan de salvación anunciado en Lucas; María misma impondrá el nombre a Jesús (Salvado). No será hijo de David, sino del Altísimo. Ser Hijo, para un judío, no significa generación biológica, sino heredar la manera de ser del padre, y tener por modelo al Padre. No será David ni cualquier otro ser humano, el modelo para Jesús, sino Dios. Jesús no puede tener padre humano, porque en ese caso tendría la obligación de obedecerle e imitarle. El Espíritu Santo y la fuerza del Altísimo son lo mismo. Cubrir con su sombra hace referencia a la gloria de Dios, que en el Génesis se representaba por una nube que cubría el campamento. Santo=Consagrado, Hijo de Dios, son designaciones mesiánicas. Consagrado hace referencia siempre a una misión. El rey ungido era, desde ese instante, hijo de Dios. El Espíritu no actúa sobre el cuerpo, sino sobre el ser de Jesús, dándole calidad divina. “De la carne nace carne, del Espíritu nace Espíritu”, dice Juan. No es la carne de Jesús la que procede del Espíritu, sino su verdadero ser. Claro que Jesús fue ‘engendrado’ por obra del Espíritu, pero de un modo más profundo de lo que pensamos. Aquí esta la esclava del Señor. Hemos insistido tanto en los privilegios de María que hemos convertido en impensable la encarnación de Dios en alguien que no sea perfecto. Pablo nos habla del misterio escondido y revelado. El misterio mantenido en secreto, por generaciones, es que Dios es encarnación. Dios salva desde dentro de cada persona, no desde fuera con actos espectaculares. La buena noticia es una salvación que alcanza a todos. Misterio que está ahí desde siempre, pero que muy pocos descubren. No es que Dios realice la salvación en un momento determinado; Dios no tiene momentos. Cambia el concepto de Dios para el evangelista. El Dios que a través de todo el AT se manifiesta como el poderoso, el invencible, el dador de la muerte y la vida, pide ahora el consentimiento a una humilde muchacha para llevar a cabo la oferta más extraordinaria en favor de los hombres. Ese formidable cambio en la manera de concebir a Dios no es fácil de comprender. Una y otra vez, hemos vuelto al Júpiter tonante, que está a nuestro favor y en contra de nuestros enemigos, pero estará también contra nosotros si fallamos. Dios se hace presente en la sencillez. Seguimos esperando portentos y milagros en los que se manifieste el dios que nos hemos fabricado. Ningún acontecimiento espectacular hace presente a Dios. Al contrario en cualquier acontecimiento por sencillo que sea, podemos descubrirlo. Somos nosotros los que ponemos a Dios allí donde lo vemos. Pascal dijo: “Toda religión que no predique un Dios escondido, es falsa”. Los budistas repiten: “Si te encuentras al Buda, mátalo”. Todo dios que percibimos viniendo de fuera es un ídolo. Meditación La disponibilidad de María es la clave del mensaje. Dejar hacer a Dios es descubrir lo que está haciendo. Él lo está haciendo todo en cada instante. Descubrir esta presencia activa es la esencia de toda vida espiritual auténtica. No tienes que hacer nada ni conseguir nada. En ti está ya la plenitud que quieres alcanzar. Al final de numerosas aventuras, David se ha convertido en rey del Norte y del Sur, de Israel y Judá. Ha conquistado una ciudad, Jebús (Jerusalén) que le servirá de capital. Se ha construido un palacio. Y ahí es donde comienzan los problemas. Mientras se aloja cómodamente en sus salas, le avergüenza ver que el arca de Dios, símbolo de la presencia del Señor, está al aire libre, protegida por una simple tienda de campaña. Decide entonces construirle una casa, un templo. El profeta Natán está de acuerdo. Dios, no. Será Él quien le construya a David una casa, una dinastía. A su heredero lo tratará como un padre a su hijo. «Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre».
En esta antigua promesa se basa la esperanza mesiánica. Vendrán crisis políticas, morirán reyes judíos asesinados, terminará desapareciendo la monarquía cuando los babilonios deporten a los últimos reyes. Pero algunos grupos siempre mantendrán la certeza de que Dios no ha abandonado a David y le suscitará un descendiente, concebido con rasgos cada vez más grandiosos. Segundo mensajero (Gabriel) y segunda promesa (a Israel) El anuncio de Gabriel a María es como un cuadro que solo comprendemos bien cuando lo comparamos con otro situado a su izquierda: el anuncio de Gabriel a Zacarías. Contemplando las diferencias captamos mejor su mensaje. 1) El anuncio a Zacarías tiene lugar en el espacio sagrado del templo, el de María, en un pueblecillo desconocido de Galilea, de doscientos habitantes. 2) Gabriel se aparece a un anciano venerable, casado con una mujer muy piadosa, los dos israelitas modélicos; luego Dios lo envía a una pareja joven, todavía sin casar, de los que no se menciona ninguna virtud. 3) En el primer caso, el protagonista es un varón (Zacarías); en el segundo, una muchacha (María). 4) A Zacarías se le aparece provocándole un miedo sagrado; a María la saluda con palabras tan elogiosas que se siente turbada y sorprendida. 5) En ambos casos se anuncia el nacimiento de un niño, pero con enormes diferencias entre ellos: Juan será un profeta, al estilo de Elías, y su misión consistirá en preparar al pueblo; Jesús será un rey que gobernará en la Casa de David eternamente. A menudo se pasa por alto el fuerte contenido político de las palabras relativas a Jesús: «Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.» Si tenemos en cuenta que «Hijo del Altísimo» no significa «Segunda persona de la Santísima Trinidad», sino que es un título del rey de Israel, las palabras de Gabriel repiten insistentemente la idea de la realeza de Jesús. Pero su reino no es universal, se limita a «la casa de Jacob». 6) En ambos casos, el nacimiento parece imposible: Zacarías e Isabel son ancianos; María no ha tenido relaciones con José. [La traducción habitual: “no conozco varón” se presta a malentendido, ya que María conoce a José, es su novio; lo que quiere decir es «no he tenido relaciones sexuales con ningún hombre».] 7) Ante esa dificultad, Zacarías pide una garantía de que eso pueda ocurrir [algo que solo se percibe claramente en el texto griego: kata. ti, gnw,somai tou/toÈ]; María se limita a formular una pregunta: «¿Cómo puedo quedarme embarazada si no he tenido relaciones con un hombre?» [pw/j e;stai tou/to( evpei. a;ndra ouv ginw,skwÈ]. 8) En consecuencia, mientras Zacarías queda mudo hasta el día del nacimiento de Juan, María es la que pronuncia la última palabra: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Esta frase sintetiza la actitud de María en toda su vida y, al mismo tiempo, la presenta al cristiano como modelo de disponibilidad absoluta. Tercer mensajero (Pablo) y tercera promesa (al mundo entero) Pablo no ha visitado todavía Roma cuando escribe su carta a los romanos. Pero tiene una larga experiencia de apostolado y de reflexión. Sobre todo, ha tenido una experiencia fundamental en el momento de su vocación: el Mesías Jesús no ha sido destinado por Dios solo al pueblo de Israel, sino a todas las naciones. El misterio Desde David hasta Pablo se recorre un largo camino y la perspectiva se abre de modo asombroso: lo que comenzó siendo la promesa a un rey, más tarde a un pueblo, termina siendo la promesa al mundo entero. Como dice la segunda lectura, esta es «la revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos». Tres reacciones a tres mensajeros ¿Cómo reaccionan los interesados antes los mensajes que reciben? La respuesta de David no la recoge la lectura, pero es una extensa oración de alabanza y acción de gracias por la promesa que Dios le hace (2 Samuel 7,18-29). María reacciona con aceptación y fe. No imagina los momentos tan duros que tendrá que aceptar por causa de Jesús («una espada te atravesará el alma») ni la cantidad de fe que necesitaría cuando vea a su hijo criticado y condenado por terrorista y blasfemo. La reacción de Pablo, la que desea inculcar a sus lectores romanos, es cantar la sabiduría y la gloria de Dios a través de Jesucristo. Estas tres reacciones nos sirven para vivir estos días previos a la Navidad. Como otras muchas veces nos encontramos hoy con un texto evangélico muy conocido, un texto que hemos oído explicar muchas veces referido exclusivamente a María. Es verdad, el texto nos habla de esta mujer, toda de Dios que bajo la acción del Espíritu Santo consiente, da su SI incondicional al Creador y, así, por su medio, el hijo de Dios se hace hombre, persona humana como nosotros. Esta reflexión nos ha ayudado, sin duda, a conocer y admirar a María. A considerarla realmente la madre de Jesús por obra del Espíritu Santo.
Pero este evangelio, no habla solo de María. No está escrito solo para que la conozcamos, o conozcamos su historia. Estamos ante una catequesis que busca ayudarnos a crecer en la fe. La palabra catequesis significa “resonar, hacer eco”, es decir, una catequesis es la resonancia de una palabra ya dicha. En este caso la resonancia de la Palabra de Dios en nosotros. Por eso, ante este evangelio, hoy, en este final del adviento de 2020, en las circunstancias que estamos viviendo es bueno que nos preguntemos: ¿Qué resuena en mí al escuchar esta Palabra de Dios? ¿Qué eco queda en mi corazón de lo escuchado en profundidad? También podemos preguntarnos, ¿qué nos quiere decir Lucas en este texto? ¿Cuál era el mensaje o el propósito de escribir este texto, esta catequesis, que forma parte de los que llamamos evangelios de la infancia de Jesús y que solo él nos narra? En primer lugar, desvelar o explicar de algún modo los orígenes de Jesús. Este Jesús que ha vivido entre nosotros, al que hemos visto morir a manos de los romanos y del que tenemos la “experiencia” de que está vivo y camina a nuestro lado, aunque de otra forma, ¿Quién es realmente? ¿De dónde viene? ¿Cuál es su origen? Y Lucas contesta inequívocamente: viene de Dios, es obra de su Espíritu; pero a la vez su gestación y nacimiento se realizan a través de una mujer, como el de cada uno de vosotros. Por eso Jesús es hijo de Dios e hijo de María, una mujer sencilla del pueblo, totalmente disponible ante Dios. María, la esposa de José, por quien Jesús entra a formar parte del pueblo judío, en la tribu de David, y de la humanidad entera (Lc. 3, 23) Pero también hay un segundo objetivo. Si, como dice Dolores Aleixandre, de todo texto evangélico puedo decir: “esta historia es mi historia”, ¿qué dice de mí y que me dice a mí este evangelio? Si miramos en profundidad dejando un poquito de lado lo que tantas veces hemos oído, podemos descubrir que este texto habla de nosotros. Nos dice a qué estamos llamados todos los seguidores y seguidoras de Jesús, nos habla de nuestra común vocación, poniéndonos como referente a María. Como a ella, también a cada uno de nosotros nos llega la palabra de Dios, que “entrando donde estamos” allí, en nuestra vida habitual, en nuestras familias y tareas… irrumpe con un saludo que nos paraliza y nos choca. No entraba en nuestros planes, posiblemente. Y como ella nos preguntamos, ¿Qué saludo es este? ¿De qué nos hablas, Señor? Nuestra vida, como la de ella, ya está organizada y planificada aunque ahora el COVID lo líe todo… Ya somos cristianos, medianamente buenos, vamos a misa, rezamos, ayudamos a los pobres… ¿Qué quieres de nosotros ahora? Nuestra vida, como la de María, está llamada a ser lugar de encuentro con Dios. ¿Nos permite nuestra forma de vivir “enterarnos” de la presencia de Dios, allí donde estamos? También nosotros nos llenamos de temor, nos da miedo… Porque intuimos que la llamada de Dios, todas sus llamadas, nos sacan de lo habitual, de lo de todos, de lo que pensábamos… pero con infinito amor y comprensión, en vez de regañar nuestra falta de fe (motivos tendría) nos dice: NO TENGAS MIEDO. No temas María, no temas José, no temas Carmen, Antonio… “Has encontrado gracias ante mí” Te miro con amor, te he elegido… para que tu vida sea fecunda, y sea una vida que viene de Dios, para que hagas presente a mi hijo en la tierra. Y nos toca contestar. Arriesgar desde la fe, dejar que sea la fuerza del Espíritu la que nos cubra con su sombra y que lo que nazca de nosotros sea “hijo de Dios, vida de Dios” o… callarnos, o decir que no, o darnos la vuelta y seguir con lo de siempre, con los cumplimientos que controlamos y nos hacen sentirnos seguros. Quizá hasta justificándonos, “Yo no conozco varón, yo no tengo fuerza, yo no…” Ojalá que poco a poco, como María, cada uno de nosotros y nosotras, como todas las personas “llamadas” de la Biblia, vayamos descubriendo que el protagonismo y la fuerza vienen de Dios, de su Espíritu, que “nos cubrirá con su sombra”, expresión repetida en el AT tiene un sentido muy profundo. Desde esta experiencia también descubriremos que la inmensidad de la encomienda no es proporcional a nuestras posibilidades de personas creyentes pero débiles. Y entonces, lúcida y confiadamente, respondamos SI a este deseo, voluntad, sueño de Dios. “Si tú lo vas a hacer, por mí no hay problema”. En luz y en oscuridad… pero en confianza y cariño. En la medida en la que experimentemos que el Espíritu nos habita y nos cubre con su sombra, tomaremos conciencia, con más fuerza, de la necesidad de hacer un mundo más al estilo de Dios, de reconstruir esta sociedad desde otras claves: trabajando para que haya vacuna para todos los pueblos y todas las personas, tejiendo nuevas redes de solidaridad y fraternidad, relativizando estructuras eclesiales, etc. En definitiva, la experiencia de que Dios le “anuncia” no solo es de María, nos anuncia a cada uno y cada una de nosotras que hemos encontrado gracia ante Él, que gratuitamente nos quiere y quiere hacerse presente, nacer en el mundo por medio nuestro… Ojalá, aun en medio de pequeños o grandes temores, encontremos la confianza y el amor suficiente, aunque sea para balbucir tan solo: Si, hágase en mí… El resto es cosa del Espíritu. Las grandes riquezas han multiplicado en nuestro país sus beneficios en los ocho meses que llevamos de pandemia, también a nivel mundial. ¿Por qué entonces se dice que la pandemia produce pobreza? Los virus causan enfermedad, no pobreza. A las pruebas me remito: En este tiempo se ha multiplicado la riqueza de unos pocos al mismo tiempo que se ha multiplicado el número de pobres. ¿Qué sinergias hay en ello? ¿No será esta forma de hacer riqueza la causa de la pobreza?
La pandemia lo que ha hecho es romper las costuras de un vestido estrecho y viejo, y ha enseñado las tripas por dentro. Desde la atalaya de la pandemia podemos ver cómo el sistema deja a muchos sin recursos, y los hace profundamente pobres, pero ella no aumenta la pobreza; la pobreza ya estaba con nosotros: Pobreza económica acompañada de una mentalidad y unas iniciativas sociales paupérrimas ¿Por qué seguimos respondiendo a las crisis económicas y sociales de la misma manera que en el 2013 cuando escribí esta editorial, a pesar de que las recetas que se dieron no han solucionado y cambiado nada? Sentaron las bases para lo que nos pasa hoy ¿Por qué seguir con las campañas de alimentos como iniciativa social permitida que sólo sirven para taponar malamente la sangría? ¿Por qué corremos para llevar alimentos y no lo hacemos con la misma firmeza para poner sobre la mesa social y las agendas políticas la injusticia contra los empobrecidos, reclamando soluciones auténticamente nuevas? ¿No vivimos en una sociedad democrática y por tanto igualitaria? Con apariencia de buenos deseos, no queremos que cambie nada. ¿Por qué si no, cuando surge una pequeña iniciativa de corregir la desigualdad salen en tromba la sociedad para apagarlo? ¡¡La pobreza es un negocio!! Lo de crear riqueza para mejorar, es un mito. A la vista está. Y además una coartada para muchísimas organizaciones y personas para sentirse y parecer mejores personas. La pandemia también hace visible la iniciativa, generosidad, y la compasión impagables de muchas personas. Algo está vivo en medio de esta falta de resolución para abordarla honestamente. No importa para nada el sufrimiento, ni la enfermedad… Llama la atención que no se habla del aumento de la mortalidad y mayor tasa de discapacidad que se está imponiendo en enfermos clásicos, de cáncer, y enfermedades degenerativas, fruto de la disminución de recursos para ellos. ¿Sabemos cómo se van a distribuir los fondos europeos? ¿En el caso de la Sanidad y la dependencia, irán a parar a fondos financieros y habrá una nueva reprivatización? ¿Por qué no han aumentado el personal sanitario en ningún nivel? ¿En qué están pensando? La pobreza es muy buena para unos pocos y, es buscada y sostenida por cualquier sistema autoritario, porque una opresión evidente e inexorable (a través del paro, de perder el domicilio, de pérdida de derechos, de perder la vida) como la que viven cientos de miles de personas y familias, no engendra como reacción inmediata la rebelión y una sociedad mejor, sino la sumisión, y a los espectadores y cercanos el miedo terrible a convertirnos en unos de ellos. La adversidad, la confusión y el miedo aniquilan la capacidad de reacción… La consecuencia inevitable de esta inseguridad latente y del estado de deshumanización es la descomposición social que facilita el triunfo de los autoritarismos y de los que sacan provecho en ellos. Y no nos olvidemos que ellos no buscan tanto dominio, cuanto convertirnos en seres superfluos. Merece le pena que lo pensemos Hoy es el día Mundial del SIDA otra pandemia que creemos que no nos afecta, de la que guardamos silencio. Ya en los últimos compases de la evolución, sucedió que unos primates genéticamente esclavos de sus instintos, adquirieron la capacidad de sofocarlos y supeditarlos a la razón. También sucedió que aquel mundo de individuos egoístas, donde los conceptos de bien y de mal carecían de sentido, dio paso a un mundo de seres capaces de amar y compadecer, capaces del arte y capaces de Dios. Y la pregunta es... ¿de dónde le viene al ser humano su bagaje intelectual, espiritual y moral?
Desde la ciencia se afirma que fue la coevolución entre el cerebro —cada vez más grande— y las relaciones sociales —cada vez más complejas— la que propició el salto ontológico que media entre un animal irracional y un ser humano. Y la cosa debió ocurrir más o menos así, pero tuvo que haber algo más, pues la escala ontológica es como la ladera de una montaña, en la que una piedra solo puede ir hacia abajo y nunca remontarse hacia arriba. Un ser humano puede descender en esta escala si pierde la razón y deviene en “irracional”, o si muere y se convierte en materia inerte, pero nadie ha sido capaz de dotar de vida a un objeto inanimado ni de razón a un ser irracional. Desde la lógica metafísica podemos afirmar que para que algo exista en el mundo —como libertad, tolerancia o amor— tiene que haber un “principio de su existencia”, y claro, si no lo encontramos dentro del mundo tendremos que buscarlo fuera. Dentro no lo hemos encontrado, pues sabemos por experiencia que ninguna realidad ontológica —ninguna “forma de ser” (inerte, viva o consciente)— puede tener el principio de su existencia en otra inferior, lo que nos sitúa ante la acción de una causa eficiente ajena a nosotros e inasequible a nuestro entendimiento. La película “2001, odisea en el espacio” de Stanley Kubrick (quien manifiesta no creer en Dios), narra la historia de la evolución humana a lo largo de varios millones de años, y lo curioso es que imagina esa evolución dirigida por algún tipo de fuerza o inteligencia indeterminada representada por un monolito negro. El monolito aparece en los momentos clave de la evolución, cuando el cambio es sustancial, y en cierto modo expresa lo que aquí estamos planteando. Y es que —al parecer— a Kubrick le ocurría lo mismo que a nosotros: que le resultaba muy difícil imaginar un mecanismo evolutivo capaz de convertir un animal irracional esclavo de sus instintos, en un ser humano libre y consciente. La lógica por tanto invita a pensar que al principio tuvo que haber una mente a la que le resultasen familiares la materia, la vida y la psique, y que planificase el proceso para que fuesen surgiendo sucesivamente. Es más, es posible que este proceso no haya concluido, aunque desde nuestra perspectiva de personas humanas no podamos concebir siquiera nuevos atributos que hoy no existen y que pueden existir en el futuro. Stanley Kubrick termina su película con la imagen de un niño raro que se supone un nuevo hito en la escala evolutiva, pero lógicamente se queda en el símbolo y no va más allá. ¿Y qué dice la religión? Hace tres mil años el cronista bíblico lo tenía muy claro: «Modeló Yahvé al hombre de la arcilla, y sopló en su rostro aliento de vida». Desde nuestra cultura cientifista, desdeñamos su interpretación porque nos consta que no sabía nada de cosmología, selección natural ni genética, pero quizás nos convendría hacer un pequeño esfuerzo por comprenderle. Nuestro cuerpo y nuestro cerebro proceden del barro, pero es evidente que somos más que barro. El cronista expresa este plus con una imagen preciosa: “el soplo de Dios; el espíritu de Dios”. Y desde esta imagen se puede comprender por qué amamos, por qué compadecemos, por qué sabemos distinguir entre el bien y el mal, por qué nos estremecemos con la música… y es porque venían con el soplo de Dios. Dios nos ha trasmitido su espíritu, y su espíritu es amor, inteligencia, libertad, belleza... Lenguaje típicamente femenino, resulta incluso extraño en contextos litúrgicos.
De eso se trata, de visibilizar, dar nombre y con ello dar vida a tanta riqueza y sentido dejado en tinieblas, en la mentira, por intereses y mezquindades. El icono de Adviento, por excelencia, es el de una mujer gestante. La vida que está latiendo en ella es metáfora para que comprendamos y tomemos consciencia de que en esa gestación estamos todos y todo. Se nos invita a entrar en ese silencio habitado, para experimentar, al unísono, el latido de lo divino en nosotros, dentro de nosotros. Conectar, atender, escuchar ese silencio es un regalo que tendríamos que hacernos las personas que cuidamos la espiritualidad, para no detener la gestación de la vida en todo. ¿Por qué tenemos emergencia climática? Es evidente, que al no aprender a escuchar la vida en todo, hemos “utilizado” y así abusado, violado la vida en el planeta y en las personas. La espiritualidad se confundió con devociones… craso error de religiones que finalmente empiezan a reaccionar. Detendrá el aborto de la vida en el universo quien la deje gestar en sí misma. La vida de Dios y la del universo y la nuestra es la misma vida, la Vida. Son días sagrados, de andar de puntillas, para que el ruido de nuestros egos no impida que oigamos el latido real de todo, en todo, y en todos. Sin Adviento no hay Navidad. Sin gestación no hay nacimiento. Sin espiritualidad seria no hay vida. Proponemos desde nuestro blog una cadena de silencio consciente, por la mañana y por la tarde/noche, sabiendo que esta consciencia nos conecta al universo que no sólo desde el “kairos” o tiempo de Dios se está gestando, también hoy sabemos que desde el “kronos” o tiempo real podemos cambiar el rumbo de la vida. Os invitamos, a sentirnos y respetarnos y respetar a todo desde el silencio que marcan los amaneceres y anocheceres, y que la liturgia ha marcado como tiempos en que todo se detiene para orar, para entrar en silencio en el misterio de la gestación de la vida. La vida gestante escucha el latido del corazón que le da vida. ¿Y nosotros? Aprendamos del proceso de gestación como si de una liturgia se tratara. ¡Feliz Adviento! Además, la pandemia nos ha forzado a reevaluar algunos de nuestros comportamientos y los recursos disponibles para afrontarla. La pandemia podría transformar nuestra manera de entender la fe religiosa, y esta fe renovada podría ser un apoyo fundamental para superar la situación a la que nos enfrentamos.
La percepción de lo religioso depende intensamente del contexto social y las circunstancias personales. Ciertos momentos pueden dotar a la experiencia religiosa de una intensidad especial que sería impensable en otros momentos. Sabemos que nuestro entorno tiene un efecto que con frecuencia es determinante en nuestro modo de experimentar la trascendencia. No es lo mismo el ajetreo de la ciudad que trasladarse a una aldea o vivir en el campo abierto. El caso del desierto es aún más extremo, y la historia de las religiones ofrece una larga lista de lugares sagrados por su relación con el medio natural. La experiencia tampoco es la misma en tiempos serenos y relajados que la que se vive en momentos difíciles. Estas variaciones se incluyen en la lista de factores que inciden en la experiencia religiosa, que va mucho más allá de la presencia de ciertas estructuras mentales que favorecen la percepción de agentes sobrenaturales – como indican los psicólogos cognitivistas – o la conveniencia de algunos rasgos que alientan conductas prosociales, como sugieren los evolucionistas. Por otro lado, el fenómeno religioso – siempre elusivo y difícil de objetivar – ha sido observado a partir de sus funciones o bien de su utilidad para las personas y las sociedades. El planteamiento funcionalista ha sido siempre, al menos desde el gran sociólogo Emile Durkheim, una fuente de buena información sobre lo religioso, un acceso a esa realidad que nos revelaba, si no qué es, al menos qué hace o qué proveen las creencias y prácticas religiosas. Ciertamente, la sociología de la religión ha desarrollado varias propuestas y teorías que hoy enriquecen un repertorio denso y plural. También en nuestro tiempo la cuestión de la religión se plantea – de forma legítima – en torno a sus funciones y utilidad. Hasta cierto punto la cuestión tradicional sobre la credibilidad de una fe religiosa, como la cristiana, se expresa de forma más indirecta y práctica en términos de utilidad o de prestaciones que sirvan a personas y grupos. Si un conjunto de creencias no supera dicho test – si aportan o no algo práctico, si resuelven o no determinados problemas, entonces se vuelve irrelevante. La cultura que nos envuelve es eminentemente pragmática. De acuerdo con ella, si la religión no presta ningún servicio positivo (o si resulta en más impactos negativos que positivos) entonces no debería mantener un lugar en nuestras sociedades. La religión se ha asociado tradicionalmente, entre otras, a tres funciones diferentes: proporcionar significado (1); prestar recursos para hacer frente a la angustia y las dificultades vividas (2), y establecer normas morales junto a la motivación para cumplirlas (3). Sin embargo, la gran difusión de una mentalidad secular comprende la religión como un conjunto de creencias y prácticas que se han vuelto superfluas, de poca o nula utilidad en las sociedades avanzadas. ¿Sigue siendo útil la religión o podemos sustituir las funciones que prestaba por medios más eficientes y actuales? La pandemia de Covid-19 ha reactivado esta discusión: no es claro hasta qué punto la religión, al menos sus expresiones más evolucionadas y universales, todavía tiene sentido y puede ayudar en estos tiempos difíciles. Sabemos que las crisis pueden tener repercusiones en la espiritualidad y la fe. Según algunos, el humanismo renacentista surgió de la crisis multidimensional provocada por la peste, que tuvo un impacto profundo no solo en la salud pública, sino que también reestructuró la dinámica social, desafió la economía y transformó las percepciones existentes sobre ciencia y religión. Durante los peores momentos de la epidemia, los enfermos eran abandonados a su suerte incluso por sus mismas familias, lo que llevó a un marcado individualismo en los supervivientes. A la vez, se hizo patente que tanto las iglesias como la medicina de aquellos momentos eran completamente impotentes ante la infección. La confianza en ambas instituciones se vio quebrada de tal manera que el teocentrismo medieval acabó desapareciendo, y comenzó a construirse una nueva ciencia basada en la experimentación. ¿Cambiará también la pandemia de Covid el papel de la religión? Examinemos esta cuestión para cada una de sus funciones. La primera función de la religión es la de proporcionar significado, especialmente en tiempos difíciles. El sociólogo alemán Niklas Luhmann solía atribuir a la religión la función de determinar lo indeterminado; o gestionar riesgos inmanejables (Luhmann, Funktion der Religion, 1977). Donde otros sistemas sociales agotan sus recursos debido al exceso de complejidad y a la incertidumbre, la religión acude al rescate. Como regla general, cuando aumentan la incertidumbre y el riesgo, la función de la religión se vuelve más necesaria y más difícil de reemplazar por medios seculares. Luhmann siguió madurando su teoría social de la religión para señalar después su función de contribuir a superar o desactivar las paradojas que inevitablemente surgen del funcionamiento de los sistemas sociales. Se trata de un nivel más abstracto, pero probablemente la pandemia que vivimos también pone en evidencia algunas de esas paradojas – como es el caso de abundancia y precariedad, de seguridad e incertidumbre – y puede de nuevo volver la función de la religión más necesaria. Los estudios de la socióloga Crystal Park aportan más luz a ese respecto. Su enfoque es más empírico, y señala que la religión se convierte en una fuente de significado más necesaria cuando los medios habituales que proveen sentido a muchos se ven desbordados por las circunstancias o por crisis personales o sociales que generan demasiada tensión o se vuelven más amenazantes. Está bastante claro que la fe religiosa sigue siendo una fuente potente de significado, pero no es ni mucho menos la única. La fe religiosa coexiste con otros sistemas de proyección de sentido, o sistemas de creencias y valores, como, por ejemplo, la dimensión familiar, la realización profesional, los grandes ideales que nos motivan, las mejores amistades, o las experiencias más exaltantes que podemos vivir y sentir. La cuestión no es tanto cuál sea la fuente de sentido mejor o más segura, pues no es necesario concebirlas en competencia, o en un esquema de ‘suma cero’, sino en qué medida la fe religiosa mantiene un cierto espacio y funcionalidad cuando el sentido de la vida se construye de forma plural y a menudo un tanto fragmentada, o bien parcelada según momentos o situaciones vitales. La cuestión es en qué medida la fe religiosa mantiene un cierto espacio y funcionalidad en el contexto actual, que probablemente implica una reorganización de los sistemas de sentido [1]. La segunda función de la religión, la del afrontamiento, está estrechamente relacionada con la primera. Desde hace algunas décadas se estudia desde varios puntos de vista la capacidad de la religión para afrontar situaciones difíciles. La función de afrontamiento (religious coping) se vuelve aún más valiosa en tiempos de amenaza y angustia, de crisis (a nivel personal o social) e, intuitivamente, en la enfermedad o la proximidad de la muerte. Existe una abundante literatura científica que establece firmemente el alcance y la efectividad del afrontamiento religioso, convirtiéndose ahora en un amplio programa de investigación, que se inspira sobre todo en los trabajos pioneros de Kenneth Pargament y su equipo[2]. La situación que vivimos en estos meses confiere un valor especial a los recursos de afrontamiento, que se necesitan con carácter de urgencia cuando hay que afrontar la enfermedad en primera persona o en un ser querido -una experiencia demasiado habitual para muchos en estos tiempos convulsos. Existe evidencia anecdótica de que, para muchos, la oración ha sido más frecuente e intensa durante los tiempos de confinamiento. Encontramos también ejemplos como el artículo de Tanya Luhrmann en The New York Times, con el título “Cuando Dios es tu terapeuta”[3], señalando el papel fundamental que desempeñan muchas iglesias en el cuidado de quienes padecen trastornos psicológicos. Incluso la famosa revista The Economistseñalaba hace pocos meses la importante función que las iglesias y otras entidades sociales pueden desempeñar para hacer frente a síntomas similares al trastorno de estrés postraumático asociados al Covid-19 y su tratamiento [4]. Lo cierto es que las estrategias de afrontamiento no son exclusivas y que esa exigencia psicológica ante situaciones de gran estrés, o del creciente número de casos de depresión, ansiedad y otras patologías causadas por la prolongada pandemia, han incrementado esta necesidad[5]. De nuevo, la religión no es ni mucho menos la única estrategia de afrontamiento disponible; las redes familiares y sociales proporcionan un apoyo insustituible. La relación con la naturaleza, el deporte, el arte o la lectura pueden también proporcionar un apoyo valioso. La tercera función que atribuimos a la religión también es tradicional: las creencias y prácticas religiosas ayudan a alimentar una actitud más responsable hacia los demás en momentos en que tal actitud es particularmente necesaria, pero no todo el mundo parece estar convencido de dichos deberes sociales. También en este caso, una gran cantidad de investigaciones ha tratado de comprender hasta qué punto la religión está relacionada con el comportamiento prosocial[6]. Cierto consenso apunta sólo a algunas religiones, las denominadas ‘Post-Axiales’ (entre las que se inscriben el cristianismo, el judaísmo, el islam o el budismo). Estas religiones enfatizan los deberes morales hacia los demás junto a la devoción religiosa o espiritual. En otras palabras, el vínculo entre religión y deber social no puede asumirse en todos los casos, pero se observa bajo ciertas condiciones que incluyen a las principales religiones que existen en la actualidad. A menudo se observa una orientación de preferencia hacia el propio grupo o los miembros de la misma religión, lo que vuelve dicha inclinación un tanto parcial. De todos modos, cabe esperar que las personas religiosas se comporten de forma más responsable y respetuosa hacia los demás, sobre todo en tiempos de emergencia sanitaria en los que se invita a la población a extremar las precauciones para no contagiar a otros. Cabe esperar que aquellos más sensibles hacia los demás, motivados por creencias religiosas más exigentes en ese campo, puedan asumir conductas más convenientes para ellos y para el conjunto de la población. En otros términos, sería previsible que una población más religiosa – en el sentido de una religión prosocial – pudiera seguir mejor las consignas que pudieran limitar los contagios. Todas las religiones post-axiales comparten las tres funciones descritas, lo que permite conjeturar una posible convergencia interreligiosa, una tendencia que permitiría superar algunos de los problemas acuciantes asociados al exclusivismo y el fanatismo religioso, que probablemente constituyen los dos principales argumentos actuales en contra de la religión. El exclusivismo constituye una barrera lógica a la creencia religiosa (“Si una religión es cierta, entonces no pueden serlo las otras. Por tanto, ninguna es cierta”). El fanatismo religioso sería la consecuencia más desastrosa del exclusivismo y el impacto negativo por el que muchos juzgan a la religión en su conjunto. Sin embargo, parece cada vez más claro que las principales religiones puedan encontrarse y compartir sus propuestas más profundas, o bien reconocerse mutuamente no tanto como instancias en competencia, sino como propuestas que colaboran a varios niveles para contribuir de manera positiva a las sociedades. Las religiones, según este principio, proporcionan significado, una estrategia de afrontamiento ante el dolor y también valores para guiar las decisiones personales para el bien común. Dichas prestaciones implican una cierta convergencia hacia objetivos comunes, o bien la asunción de prioridades en momentos difíciles que obligan a relativizar otros componentes y objetivos en cada forma religiosa: ahora, lo primero es hacer frente a la pandemia, y en eso estamos todos implicados. Aunque la religión es mucho más que estas tres funciones, y el análisis en clave funcionalista es claramente parcial, evaluarlas debería ser el primer paso para valorar qué nos aporta la religión desde un punto de vista social, y clarificar si tiene sentido en un contexto que algunos sociólogos describen como ‘postsecular’. Si la religión contribuye de manera positiva a la realización de estas funciones, entonces su papel práctico en las sociedades debería reconocerse. Necesitamos ir más allá de una visión simplista que identifica la religión con un sentimiento espiritual vago, cercano a lo estético y desprovisto de cualquier efecto práctico. Si la fe y la experiencia religiosa no tienen un impacto práctico en la vida de las personas, entonces es que no tienen demasiado sentido. Si, por el contrario, la fe nos resulta útil o sigue prestando funciones convenientes, seguirá teniendo un papel en nuestras sociedades. Ahora bien, parece bastante claro que la función de la religión en las sociedades avanzadas evoluciona con el tiempo y según circunstancias cambiantes. La pandemia ha introducido niveles de riesgo e incertidumbre, además de un incremento de trastornos mentales, que vuelve el recurso a la dimensión religiosa más necesario, su función más urgente. La situación actual invita a superar esquemas más reductivos en el tratamiento de lo religioso, y también a ir más allá de los modelos de secularización que se concibieron a partir de una cierta concurrencia entre las agencias religiosas y entidades políticas, educativas u otras. La idea de post-secularización implica más bien alcanzar un cierto nivel de integración constructiva y de colaboración entre esos sistemas sociales, cada uno con sus propias prestaciones y servicios. Como consecuencia, la percepción que precipita el actual estado de emergencia sanitaria invita a la fe religiosa a integrarse mejor en el conjunto social y con los demás sistemas o propuestas que tratan de afrontar la presente crisis, como es el sistema sanitario, el de la investigación científica, el de información, y el de gestión política. Además, dicha integración invita a las religiones a abandonar formas exclusivistas y a asumir un formato de convergencia y colaboración de cara al bien común. Este es un punto en el que insiste el Papa Francisco y su reciente encíclica Fratelli tutti, un punto que la pandemia ha evidenciado todavía más. Es posible que la experiencia de la pandemia haya transformado nuestra manera de entender nuestro papel en el mundo. En un contexto de sociedad del cansancio, de estrés crónico generalizado, de valorar la economía y la productividad por encima de todo, la pandemia nos ha puesto de bruces con nuestra vulnerabilidad y la de nuestros seres queridos y, lo que es más importante, con las incongruencias entre los valores y la organización de la propia vida. Muchos han sentido de manera íntima e intensa la necesidad de sentido más allá del materialismo consumista en el que nuestras sociedades llevaban décadas funcionando de manera inconsciente y cada vez más insostenible. La confianza en las instituciones se ha visto gravemente erosionada y sigue deteriorándose, al igual que nuestro sistema económico. Cuando algo se destruye es necesario sustituirlo por algo que cumpla mejor las funciones faltantes. La pandemia está transformando nuestras sociedades, nuestra economía y nuestra ciencia. Si aprovechamos las oportunidades que vengan más allá de las tragedias que nos asolan ahora, podemos construir un mundo más sostenible y justo, una economía más humana y una ciencia más humilde, prudente y transparente. La religión puede contribuir a esta tarea aportando sentido, apoyando en los momentos difíciles y fomentando la cooperación desde un marco integrador. Esperamos que así sea. [1]Park, Crystal L. “Making sense of the meaning literature: an integrative review of meaning making and its effects on adjustment to stressful life events.” Psychological bulletin 136.2 (2010): 257. [2]The psychology of religion and coping: theory, research, practice. Kenneth I. Pargament. Guilford Press, New York, 1997. [3]https://www.nytimes.com/2013/04/14/opinion/sunday/luhrmann-when-god-is-your-therapist.html [4]https://www.economist.com/international/2020/08/29/worldwide-covid-19-is-causing-a-new-form-of-collective-trauma [5]LixiaGuo, MingzhouYu,WenyingJiang, HaiyanWang,Thepsychological and mental impact of coronavirus disease 2019 (COVID-19) on medical staff and general public – A systematic review and meta-analysis, Psychiatry Research291 (2020) 113190; https://doi.org/10.1016/j.psychres.2020.113190 [6]Para revisiones de la extensa bibliografía disponible: Preston, Jesse Lee, Ryan S. Ritter, and J. Ivan Hernandez (2010), Principles of Religious Prosociality: A Review and Reformulation, Social and Personality, Psychology Compass4/8: 574–590;Galen, Luke. W. (2012). Does religious belief promote prosociality? A critical examination. Psychological Bulletin, 138, 876 –906. Las lecturas nos invitan a repensar nuestra condición de criaturas, limitadas, pero con posibilidades infinitas. El tono es de alegría. La verdadera alegría nace del descubrimiento de lo que somos en Dios. No solo tenemos derecho a estar alegres, sino que tenemos la obligación de ser alegres. Puede ser interesante hablar de la alegría justo en este momento que estamos rodeados de pandemia. ¿Qué alegría buscamos en esta fiesta?
El primer paso sería diferenciar el placer y el dolor de la alegría y la tristeza. El placer y el dolor son mecanismos que la evolución ha desplegado para asegurar nuestra supervivencia como individuos y como especie. Son respuestas automáticas del organismo ante lo que es bueno o perjudicial para nuestra biología. Si el contacto con el fuego no me produjera dolor, me abrasaría sin poner remedio alguno. El placer que nos proporciona la biología no es malo. Pero las necesidades de placer no tienen límite y nunca quedan satisfechos. Debemos encontrar otro camino para desplegar una vida feliz. Esa alegría es la clave para alcanzar la felicidad que permanece en el tiempo. La alegría es un estado que debemos alimentar desde dentro. Nacerá de un verdadero conocimiento de nuestro ser y de la estructura de nuestra psicología. Una alegría que perdure tiene que estar fundamentada en nuestro ser profundo, no en lo accidental que podemos tener hoy y perder mañana. No se puede apoyar en la riqueza, en la fama, en los honores; realidades que vienen de fuera de nosotros mismos. Pero tampoco se puede apoyar en la salud, en la belleza, en el culto al cuerpo, porque también esas realidades son efímeras y antes o después las perderemos. Nuestra principal tarea como seres humanos es descubrir ese verdadero ser y vivir desde la perspectiva de su realidad inconmovible. Entonces nuestra alegría será completa y nuestra felicidad absoluta y duradera. El ser felices, o desgraciados, no depende de las circunstancias que nos rodean, sino de la manera como cada uno respondemos a esas influencias de lo externo y de lo interno. Es probable que el versículo 6 fuera el principio del evangelio de JN. Muchos libros del AT comienzan así: “Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba…” Los otros 10 versículos son la continuación del prólogo, y nos narran una misión de los “judíos”. Da por supuesto que el lector conoce lo que el Bautista hacía en el desierto de Judea. Empieza con el interrogatorio al que le someten los enviados. Eran los responsables del orden, por tanto no tiene nada de extraño que se preocupen por lo que está haciendo. La pregunta es simple: ¿Tú quién eres? Existían varias figuras mesiánicas. La principal era el Mesías, pero también la de un profeta escatológico (como Moisés). La de Elías que volvería. Juan atrajo mucha gente a oír su predicación y a participar en su bautismo. La pregunta quería decir: ¿Con cuál de las figuras mesiánicas te identificas? La respuesta es también sencilla: Con ninguna; No soy el Mesías ni Elías ni el Profeta. No quedan satisfechos y le exigen que defina su papel. La respuesta es también simple: Soy una voz. Allanad el camino al Señor. Es el grito de todo profeta. Esto es lo que nos dice Jesús por activa y por pasiva. Lo que debemos tener en cuenta hoy es que “el Señor” no tiene que venir de fuera sino dejarle surgir desde dentro. Con esta salvedad, esta sugerencia sigue siendo la clave de toda religiosidad. ¿Cómo conseguirlo? Apartando de nosotros todo lo que impide esa manifestación de lo divino en nosotros, el egoísmo e individualismo. Entonces, ¿por qué bautizas? No se identifica con ninguno de los personajes previsibles, pero se siente enviado por Dios. La pregunta lleva en sí una acusación. Es un usurpador. El hecho de bautizar estaba asociado a una de las tres figuras anteriores. Consideran su bautismo como un movimiento en contra de las instituciones. En realidad era un símbolo de liberación de las autoridades. Yo bautizo con agua. La justificación de su bautismo es humilde. Se trata de un simple bautismo de agua. El que ha de venir bautizará en espíritu santo. Esta distinción entre dos bautismos, agua y Espíritu es típicamente cristiana, se trae a colación para dejar, una vez más, bien clara la diferencia entre la propuesta de Juan y la del cristiano. Entre vosotros hay uno que no conocéis. El bautista habla de una presencia velada que no es fácil de descubrir. Es el recuerdo de lo que les costó conocer a Jesús. Esa dificultad permanece hoy. Incluso los que repetimos como papagayos que Jesús es Hijo de Dios, no tenemos ni idea de quién es Dios y quién es Jesús. Ni lo tenemos como referente ni significa nada en nuestras vidas. En el mejor de los casos, lo único que nos interesa es la doctrina, la moral y los ritos oficiales para alcanzar una seguridad externa. Para entender la relación entre la figura del Bautista y Jesús, es imprescindible que nos acerquemos a la narración sin prejuicios. Para nosotros, esto no es nada fácil, porque lo que primero que hemos aprendido de Jesús es que era el Hijo de Dios, o simplemente que era Dios. Desde esta perspectiva, no podremos entender nada de lo que pasó en la vida real de Jesús. Este prejuicio distorsiona todo lo que el evangelio narra. Lucas dice que Jesús crecía en estatura, en conocimiento y en gracia ante Dios y los hombres. Jesús desplegó su vida humana como cualquier otro ser humano. Como hombre, tuvo que aprender y madurar poco a poco, echando mano de todos los recursos que encontró a su paso. Fue un hombre inquieto que pasó la vida buscando, tratando de descubrir lo que era en su ser más profundo. Su experiencia personal le llevó a descubrir dónde estaba la verdadera salvación del ser humano y entró por ese camino de liberación. Si no entendemos que Jesús fue plenamente hombre es que no aceptamos la encarnación. Es comprensible que los primeros cristianos no se sintieran nada cómodos al admitir la influencia de Juan Bautista en Jesús. Esta es la razón por la que siempre que hablan de él los evangelios, hacen referencia al precursor, que no tiene valor por sí mismo, sino en virtud de la persona que anuncia. A pesar de ellos, tenemos muchos datos interesantes sobre Juan Bautista. Incluso de fuentes extrabíblicas. El primer dato histórico sobre Jesús que podemos constatar en fuentes no bíblicas es el bautismo de Jesús por Juan. Jesús acepta la propuesta de Juan, pero no renunció a seguir buscando. Eso le llevó a distanciarse de él, yendo más allá de él en muchos puntos. Están de acuerdo en que no basta la pertenencia a un pueblo ni los rituales externos para salvarse. Es necesaria una actitud interior de apertura a Dios que se traduzca en obras. Juan insiste en una estrategia para escapar del castigo. En Jesús prevalece una propuesta definitiva de amor de Dios a todos y enseña la manera de participar del amor, no solo de escapar de la ira. Meditación “No era él la luz, sino testigo de la luz”. La luz física no puede ser percibida directamente. El ojo ve los objetos que reflejan la luz que los alcanza. El ser humano Jesús, tampoco era la Luz, pero dejaba ver con toda claridad la Luz que es Dios. La Luz te está alcanzando siempre. ¡Refléjala! La liturgia del tercer domingo de Adviento, teniendo en cuenta la cercanía de la Navidad, pretende ser una clara invitación a la alegría. El protagonista de la primera lectura afirma: “Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios”; san Pablo pide a los tesalonicenses “estad siempre alegres”. Juan Bautista es demasiado serio para hablar de alegría, pero da testimonio de la luz que inundará el mundo, y eso también es motivo de gozo. Aparte de este dato común, la mejor forma de entender las lecturas es imaginarnos espectadores de una obra de teatro en tres actos.
Acto primero Cuando se descorre el telón se ve un personaje de pie en el centro del escenario, rodeado de una multitud sentada en el suelo, pobremente vestida. Son antiguos desterrados en Babilonia, actuales oprimidos por el imperio persa. La escena está en penumbra, transmitiendo al espectador una sensación de profunda tristeza; sólo un foco ilumina el rostro del protagonista. Mira en silencio, durante largo rato, a la multitud que le rodea. Finalmente, abre la boca y dice algo inaudito: “El Espíritu del Señor está sobre mí”. Suena a blasfemia. El Espíritu del Señor hace siglos que no se posa sobre nadie. Eso dicen algunos sabios: que el Espíritu se retiró después de la destrucción del templo de Jerusalén. Pero el personaje parece muy seguro de lo que dice. Y les habla de la misión que llevará a cabo movido por el Espíritu: “daros una buena noticia a vosotros que sufrís, vendar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, proclamar el año de gracia del Señor”. Poco a poco, la luz que iluminaba solo el rostro aumenta de intensidad y permite ver que el protagonista, a diferencia de los demás, está vestido de gala, envuelto en un manto regio y espléndido, que refuerzan la alegría de su rostro. Pero no habla como un rey a su corte. Se dirige a campesinos, con el lenguaje que pueden entender: “Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los cantos de alegría ante todos los pueblos.” Acto segundo En el centro del escenario un muchacho de unos veinte años sentado a una mesa y escribiendo. Pablo camina por la habitación mientras dicta. ̶ “Guardaos de toda forma de maldad.” ̶ No sigas. (Lo interrumpe el muchacho cuando acaba de escribir la frase). Ya van siete consejos. Pablo lo mira extrañado. ̶ ¿Los has ido contando? ̶ Claro. Los seis anteriores han sido: “Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión. No apaguéis el espíritu. No despreciéis el don de profecía. Examinadlo todo, quedándoos con lo bueno.” Ahora basta con que los encomiendes a Dios y les asegures su protección. ̶ ¿Cuál de esos consejos te viene mejor? El muchacho se queda releyendo los consejos y pensando mientras cae el telón. Acto tercero Escena a orilla del río Jordán. En el centro Juan Bautista, rodeado de un grupo de sacerdotes y levitas. Las noticias que han llegado a Jerusalén son alarmantes. Cada vez más gente acude al río, y las autoridades temen que se produzca una revuelta. ¿Quién es ese Juan? ¿Es el Mesías, el rey que los liberará del poder romano? ¿Es cierto, como dicen unos, que es el profeta Elías, que ha vuelto a la tierra? ¿O es el profeta del que habló Moisés, el que otros esperan antes del fin del mundo? ¿Qué dice él de sí mismo? Lo asedian a preguntas, pero no consiguen arrancarle más que negativas, cada vez más escuetas: “No soy el Mesías”. “No lo soy”. “No”. Al final, cansado de tanto interrogatorio, les da una clave que ellos probablemente no comprenden. “Yo sólo soy una voz que grita en el desierto. Al que deberías buscar es a uno que no conocéis, que viene detrás de mí, mucho más importante que yo.” Los sacerdotes y levitas dan a Juan por imposible y se retiran. Juan mira a sus discípulos y les comenta: ̶ Han venido desde Jerusalén queriendo saber quién soy yo, y no les interesa lo más mínimo saber quién es el que viene detrás de mí. Crítica del periódico Como preparación a la Navidad se representó ayer una extraña obra en tres actos que provocó bastante desconcierto entre el público presente. En opinión de este comentarista, la clave se encuentra en el contraste entre los actos primero y tercero: el primero habla de un personaje seguro de sí mismo y de su misión; el tercero de Juan, que se empequeñece a sí mismo para poner de relieve la grandeza del que lo sigue. Y el que lo sigue es precisamente el que lo ha precedido, el protagonista del primer acto. Alguien con un mensaje de esperanza y alegría para los que sufren. Quien no esté de acuerdo con estas sutilezas deberá contentarse con poner en práctica los buenos consejos de Pablo. |
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