Hace mucho ya que la humanidad cayó en la cuenta de que no 'tenemos un cuerpo' que nos aprisiona, sino que somos esa corporeidad, ese sistema complejo de materia y energía, fuente de sensaciones, de placer y dolor. Único modo disponible para relacionarnos con el mundo, con los otros, y con lo que nos trasciende. Único modo de ser, en definitiva, y de ser humanos.
Somos cuerpo que vibra y late. Que necesita del abrazo y la mirada de otros cuerpos, del calor de otras pieles. Y allí te encontramos, Dios que quiso hacerse cuerpo, y sangre, para tocar, para hundir los ojos, para respirarnos cerca, para mojarnos con tu saliva, para hacer que las entrañas reaccionen y se pongan ardientes. Aquí, en los avatares del cuerpo, te haces presente. Así vamos, intentando comprender qué es la encarnación. Cómo vivimos nuestra humanidad, en esta dimensión perturbadora de lo que se conmueve y responde a veces sin filtros. Que puede clamar efusivo, aunque intentemos no escucharlo. "Suelta", "abraza la novedad", "aléjate". Temblores, vértigo, náuseas, taquicardias, respiración agitada; rubor o palidez, vómitos y contracturas. El cuerpo es mensajero de aspectos de nuestra verdad que en tantas ocasiones la razón no alcanza a asir. Cómo damos espacio, o no, a sus mensajes agudos y a sus insistencias, integrándolos en nuestras decisiones. Para seguir cosiendo a mano tanta contradicción que somos. Para cosechar el sentido, ponerlo en primer plano sin engañarnos. Dejándonos inspirar por este varón o esta mujer que vamos siendo, pluridimensional, llamado a una abundancia cada vez mayor. El acceso a la verdad nos libera. Es cierto. También nos compromete en una tarea más lúcida y más valiente de integración. Parece más 'fácil' no ver, no darnos cuenta, 'no entender a qué se refiere' el cuerpo cuando grita. O dejarnos llevar por él, como si fuera un poder externo sobre el cual no tenemos alternativa. Necesitamos asumir 'esta humanidad que somos, tierra que anda', que se quiebra, que explota en géiseres, que se calma en algunas brisas y quiere beberse toda la lluvia. Esta tierra que queda temblando a la espera del rocío, que añora, que se relaja cuando se deja acariciar por la potencia ineludible del sol. Esta tierra viva, en marcha. Necesitamos anudar sus sollozos y sus fiestas. Porque lo que queda fuera de nuestra conciencia, rechazado, retorna como un monstruo que busca imponerse a toda costa, destruya a quien destruya... Jesús, que sabes mirar, tocar, sostener, acariciar, alejar, indignarte y gozar. Danos de esa luz verdadera, que nutre la encarnación: La luz que vino al mundo para permitirnos ver con mayor hondura nuestra humanidad, en el espejo de la tuya. Esa que explora nuestros rincones más íntimos para hacernos más dueños de lo que somos, para que accedamos a más de nuestro misterio. Para que mirándonos al desnudo, caídas las máscaras de la pura razón, podamos seguir buscando tus sueños. Viéndonos con ojos sabios, descubrimos tu presencia y tu provocación en cada una de nuestras células.
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Las páginas deportivas acercan estos días contenidos de calado. Lance Armstrong nos ha invitado a explorar este capítulo informativo en el que aparece su entrevista, sin desperdicio. No en vano nos ha regalado como nadie sólidos argumentos a favor del "otro mundo posible". De boca del siete veces campeón del "Tour" se confiesa en realidad una civilización moribunda, un mundo caduco, una cultura altamente desfasada. Le podrán quitar todos los "maillots" amarillos, pero nadie le privará de la valentía de haberse sincerado hasta tal extremo.
El "ganar a cualquier precio" no sólo ha hundido al ciclista norteamericano. De no ser superada esa misma y omnipresente filosofía, puede acabar por hundir al "pelotón" de la entera humanidad. Con la sola mirada en el triunfo, en el beneficio personal, todo, por supuesto el planeta, tiene los días contados. El deporte excesivamente competitivo no es sino el reflejo de una sociedad caracterizada por la pugna a tantos niveles y esferas. No, no es Armstrong sólo el que se confiesa. Un sistema fallido y agotado, inspirado en el ganar a costa de todo, de triunfar por encima de los demás, pareciera entonar, a través del caído icono de la bicicleta, su "mea culpa". Esa misma "arrogancia e instinto insaciable" no sólo asaltan al humano sobre el sillín de la bicicleta. Da lo mismo que la dura competencia se establezca en el ámbito del deporte, la economía, la política, el arte... Lance Amstrong entonaba en realidad el canto de cisne de la cultura individualista, enterraba ante millones de telespectadores, la conciencia ignorante y cortoplacista del triunfo individual. Faltan más catarsis como la del laureado deportista. Sus frases lapidarias habrían de ser extrapolables: "Esta historia fue perfecta durante demasiado tiempo." ¿Durante cuánto tiempo se nos ha animado por tantos medios al progreso personal, al margen del desarrollo y el beneficio de la mayoría? Lo verdaderamente sostenible a largo plazo es la obra, el beneficio, el horizonte colectivos... Hemos de reprogramar el "chip" tan arraigado de la prevalencia del triunfo personal, si queremos hacer torcer el rumbo que nos llevaría al abismo. Ya no más victorias a costa del prójimo, ya no más estirar un pasado en el que siempre salía alguien perdiendo. Si en algo se ha de caracterizar el nuevo tiempo es por el "win win", por el triunfo grupal... Compartir y no contender es la señal de identidad de todo afán, gesto, iniciativa... de progreso. Armstrong ha tenido gran valor al mostrar ante los ojos de todo el mundo, lo efímero de una fama regalada por el EPO, el hastío de los laureles que facilita la droga, el artificio de una gloria trampeada. Gana el "superman" al desinflarse y confesarnos lo pronto que se agota uno de todo ello. Un poco de sensibilidad interior acaba pinchando el ego sobrecrecido. Todos/as nos la jugamos en el "Tour" de los días, en la atención a los más rezagados, en el "Tourmalet" de un amor y entrega que nos invitan siempre a escalar más alto. Siempre hay más auténtica cumbre, siempre hay más amor de lo que conocemos por amor. "Doparse era como poner aire en nuestras ruedas", pero nuestras bicicletas aún no necesitan volar y a nuestras venas les basta una sangre pura. Ahora ya sabemos que la química acelera las piernas, pero entumece el alma; que el que sólo piensa en sí mismo y en su "maillot" está llamado a estrellarse en una curva o a "desnudarse", tarde o temprano, ante una famosa e implacable entrevistadora. Toca reescribir las pautas del más importante deporte. Todos nos la jugamos en esta carrera de fondo en la que ha de primar el colaborar sobre el competir. Ahora ya sabemos que lo importante es llegar juntos a "Meta", que el pelotón atraviese unido los Pirineos y también los valles, los días soleados y los aciagos. Ahora ya sabemos que nuestra contribución a ese progreso y beneficio colectivo es la más alta gloria que podemos cosechar al final de este largo "sprint" por nombre vida. Según una antiquísima tradición, Lucas es un médico griego convertido por Pablo, que le acompaña en sus viajes hasta el final. El texto que hoy leemos tiene dos partes. La primera parte es el prólogo de su evangelio. En él se presenta la intención y método del autor. Un griego llegado a la fe ofrece una justificación de por qué puede creer en estos hechos, garantizados por testigos de vista, fiables.
Es un texto importante para nosotros: conocemos cómo se escribieron los Evangelios. Hubo personas, como Lucas, que recogieron cuidadosamente la información: la recogieron de personas que fueron testigos oculares de los hechos, y luego fueron predicadores de ese mensaje. Se trata de ofrecer una aportación más a la justificación de la fe en Jesús, de mostrar que no estamos creyendo en leyendas inventadas, sino que nuestra fe parte de hechos, garantizados por testigos fiables, que por esos hechos llegaron a la fe en Jesús y nos la transmiten. La segunda parte se sitúa en el principio de la predicación de Jesús. Después del "evangelio de la infancia" (caps. 1 y 2) se presenta la predicación del Bautista, el bautismo de Jesús y la cuarentena en el desierto (cap.3). Inmediatamente después Jesús empieza su predicación en Galilea. Éste es el texto de hoy. Jesús se presenta a sí mismo como la presencia del Espíritu, como el Mesías, anunciado en Isaías (61:1-2). Es decir, Lucas presenta a Jesús como el Mesías esperado, pero no como Mesías davídico-guerrero-triunfante, sino como el que ya vislumbran algunos profetas ("el que va a dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor") El mismo pasaje está también en Marcos c.6, pero subrayando otros matices diferentes. LA ANTIGUA Y LA NUEVA LEY La Ley se proclama al pueblo: el pueblo llora al oírla. Se invita a una conversión gozosa. ¡Tenemos la Palabra! Aunque nuestros pecados nos han apartado de ella, la Palabra está ahí, ofrecida, para que tengamos vida. Jesús se presenta también así: la Buena Noticia, la libertad. Los evangelistas presentan a Jesús como plenitud y también como superación del Antiguo Testamento. Y ésta es una línea clave de toda la Biblia: Dios Libertador. Se planteó el tema en el Génesis y se desarrolló ampliamente en el Éxodo. Desgraciadamente, existió en Israel la tendencia a apropiarse del mensaje: Dios con nosotros, para que seamos un pueblo fuerte, para que todos los pueblos tengan que venir a rendir culto a Dios en nuestro Templo. Cuando el pueblo y Jerusalén y el Templo son destruidos, y al volver del destierro, los Profetas llegan a comprender mejor el mensaje y lo hacen mucho más espiritua¬l. No esperamos la protección de Dios como un mensaje político, sino espiritual. Cumplir la Ley no nos traerá el triunfo sobre otras naciones, sino sobre el pecado. Jesús se presentará así; no sólo como cumbre de lo antiguo, sino como superación sorprendente. Tan sorprendente, que el pueblo de Israel, sus jefes y sacerdotes, lo rechazarán. Este episodio de Nazaret termina en escándalo. Sus convecinos le rechazan y hasta quieren matarlo. No es ése el Mesías que esperan. La relación entre los dos textos es clara. La Antigua y la Nueva Ley. La Palabra de Dios realizada en Jesús. El testimonio de los que descubrieron en Jesús la Plenitud de la Alianza y de la Palabra. La Buena Noticia que se anuncia a todos los pueblos, no sólo a Israel. Y la Buena Noticia que es liberación, enorme alegría para todos los pobres, los pecadores, los que sienten necesidad de Dios. Y puede ser rechazada. LA NOVEDAD DE JESÚS: LA BUENA NOTICIA. "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado a dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor". Y, enrollando el Libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y se puso a decirles: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír" La Buena Noticia es que para Dios todo es al revés: los de arriba tienen que ponerse a servir: los de abajo son los más queridos. Dios no es patrimonio de ricos o poderosos: ni siquiera es poder: Dios es alimento, luz, liberación. Esta es la línea que da coherencia a toda la actividad de Jesús, hechos y dichos: Buenas Noticias: Dios no es como nos lo habían pintado, amo poderoso, juez temible, poder que reina desde templos; y por eso Jesús está a gusto entre la gente normal, cura infatigablemente, libera a los poseídos y enseña de manera que todos le entienden. Buenas Noticias... para algunos. Para los que están bien instalados en una religión de poderes, de cultos, de misterios... malísima noticia. Esta Noticia le llevará a Jesús a la muerte. Pero los que buscan de corazón a Dios creerán en él a pesar de la cruz y verán en el la presencia de Dios: es la esencia de la primera predicación: "Pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal porque Dios estaba con éL". Así que el resumen de la Buena Noticia es con quién está Dios, y que esto se ve en Jesús. Por eso creemos en él, y eso es lo que creemos de él. La escena de la Sinagoga de Nazaret es impresionante. No es casual que Lucas la elija como punto de partida de todo el ministerio de Jesús. Llama la atención ante todo el "descaro" de Jesús: él, el carpintero del pueblo, sin cualificación alguna, se levanta en la sinagoga de su propio pueblo y se arroga la función del escriba, se presenta como maestro, ante la admiración de todos. Admiración que va a cambiarse en rechazo. "¿No es éste el hijo de José?". Lo que viene a significar: ¿quién se ha creído éste que es? ¡Si le conocemos de toda la vida! Reconocer a Dios es difícil cuando entre Él y nosotros se interponen nuestros modos culturales, nuestros prejuicios religiosos, nuestras conveniencias... La gente de Nazaret sería gente normal... como la de Cafarnaún, como tantos que le siguieron. Pero no pudieron reconocer a Dios en su vecino el carpintero. Quizá nosotros, la iglesia, estamos demasiado cerca de Jesús, lo conocemos de toda la vida... de tal modo que la Buena Noticia nos resulta escándalo... LOS "CARISMAS" EN LA CARTA A LOS CORINTIOS La primera carta de Pablo a los cristianos de Corinto tiene un contenido doctrinal muy variado. A partir del capítulo 11 trata ampliamente de la celebración de la "Cena del Señor", y del buen orden de la reunión. Dentro de estas instrucciones, se incluye la parte referida a los "carismas", los diferentes dones de cada cristiano, con la intención de ordenar su participación en la asamblea, para el bien común. Este tema se inició ya en la lectura del domingo pasado. En este contexto, se hace una exposición de los "carismas", para mostrar que todos ellos están dados por Dios para la Iglesia, para el bien de todos, y que el mayor de ellos es la caridad, que les da sentido a todos y sin el cual todos los demás no son nada. Para aclarar este punto, Pablo expone su imagen de la iglesia como "Cuerpo de Cristo". La intención de la imagen es mostrar que así como en un cuerpo cada órgano no tiene fin en sí, sino para el conjunto del cuerpo, y ninguno es despreciable, así también en la Iglesia, todos tienen su función, y no se aprecia más a uno por ser cabeza que a otro por ser pies, puesto que todos son necesarios en el Cuerpo de Cristo. Pero el carisma de todos, el alma de todo el Cuerpo, es el amor, sin el cual todos los demás carismas carecen de sentido. Y éste será el tema que recogerá nuestra lectura del próximo domingo. Esto nos lleva a una consideración de la vida cristiana desde el plan de Dios. Todos pensamos que nuestras cualidades son "nues¬tras" y que al ejercitarlas contraemos "méritos ante Dios". El Evangelio, muy especialmente en la parábola de Los Talentos, invierte esta noción - como tantas otras - dándole un sentido mucho más profundo. Las cualidades son "dones", regalos que Dios ha puesto en mí para el provecho común. Es la noción que se aplica igualmente a los bienes interiores y a los exteriores. Toda propiedad, toda cualidad se entiende como algo dado por Dios para el bien de todos, de lo que el propietario es "administrador" para beneficio común. Esta es la explicación profunda de la parábola del Fariseo y el Publicano. El Fariseo tenía razón para dar gracias, pero no tenía razón porque se creía bueno por lo que tenía, como si fuese suyo, como si no fuera eso su obligación con Dios. Son varias las parábolas que encarnan este mensaje. Los siervos vigilantes, el administrador infiel, el rico insensato, las minas y los talentos. En todas ellas, todo lo que poseemos tiene valor para sacar rendimiento de ello. Este rendimiento se logra cuando se usan para lo que Dios nos lo da. Y Dios nos lo da porque los demás lo necesitan. Así, somos un don de Dios para los otros, y los otros son un don de Dios para mí. Soy inteligente porque mis hermanos necesitan inteligencia: tengo el don de consolar porque en este mundo hace falta el consuelo... Hasta las carencias y los defectos pueden entenderse así. Las enfermedades dan ocasión a los sanos para servir, la ignorancia da ocasión para enseñar.... Entender así nuestras relaciones es formidable. Doy y recibo, soy don de Dios para todos y todos son regalos de Dios para mí. Quizá mi falta de inteligencia me la soluciona el otro, quizá su falta de ojos se la soluciono yo...Si tenemos un poco de imaginación, veremos un mundo diferente, una fraternidad universal que comparte sus dones, para construir un cuerpo, la humanidad pensada por Dios. PARA NUESTRA ORACIÓN 1.- Reflexión sobre la sociedad humana entendida como Dios la entiende: todo lo que los hombres necesitan, lo tienen. En unos, el don de consolar, en otros el de dirigir, en otros el de curar, en otros.... Y esta gran familia se construye en la solidaridad, en el apoyo mutuo... Pensar qué lejos ha estado siempre la sociedad de poder llamarse cristiana, aunque hayamos bautizado a sus miembros y a sus estructu¬ras. Soñar en la Ciudad de Dios, en una humanidad según la voluntad de Dios. Terminar pidiendo a Dios "venga tu Reino", "hágase tu voluntad". 2.- Pensar en mis carismas, mis dones pensados por Dios para los demás. Examinar si me creo algo por tenerlos, o si, - como debe ser - me creo obligado por ellos a servir mejor. Pensar qué reciben de mí los que me rodean: pensar si considero a los demás para mí o me considero a mí para los demás. Dar gracias a Dios porque cuenta conmigo. 3.- Dar gracias a Dios por la Palabra y los que nos la han transmitido. Desde los "testigos", que vivieron con Jesús, pasando por los evangelistas, que pusieron por escrito la enseñanza de los testigos.... hasta nuestros padres, hasta nosotros. Dar gracias a Dios por esta cadena de testigos por la que nos ha llegado el evangelio. Esta cadena es la Iglesia, en la que conocimos a Jesús. Sentirnos eslabón de esa cadena. Ese carisma es de todos: comunicar la Palabra. Y lo haremos viviendo conforme a la Buena Noticia de Jesús, haciéndo¬la visible en nuestras acciones, poniendo nuestros carismas al servicio de todos. MIS PALABRAS PARA TI El salmo responsorial de la eucaristía de hoy es el salmo 18, que da gracias a Dios por la Ley. Reconocemos en este Salmo que la manera de vivir que Jesús nos propone es la verdad, que no hay modo de vida imaginable mejor que éste. Los cielos cantan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos. No son misterios incomprensibles En toda la tierra resuena su Palabra, hasta los confines del mundo. La Ley del Señor es perfecta, reconforta el alma. La Palabra del Señor es verdad, sabiduría de los sencillos. El Mandato del Señor es luminoso, luz para los ojos. Los preceptos del Señor son rectos, alegran el corazón. Los juicios de Dios son verdad, justos para siempre. Mucho más deseables que la riqueza, más dulces que la miel son sus Palabras. Cuanto más las conoce mi alma, más se alegra de cumplirlas. Pero ¿quién está libre de error? Líbrame de mis pecados más secretos. Preserva mi alma del orgullo, que no tenga poder sobre mí, entonces quedaré libre de mi peor pecado. Acepta las palabras de mi boca y el murmullo incesante de mi alma, ante Ti, Señor, mi roca, mi salvador. En su conocido “prólogo”, el autor del tercer evangelio señala el “recorrido” que se siguió hasta la redacción de los textos que han llegado hasta nosotros. Las etapas del mismo, como han detallado los estudiosos del método histórico-crítico aplicado a los evangelios, habrían sido estas: 1) los hechos ocurridos, 2) la transmisión de los testigos oculares, 3) la tradición de los “predicadores de la palabra”, y 4) la redacción definitiva.
A pesar de que han transcurrido al menos cincuenta años desde que acontecieron los hechos, Lucas tiene cuidado en subrayar que lo ha “comprobado todo exactamente”, con el objetivo de mostrar “la solidez de las enseñanzas” recibidas. Ciertamente, el proceso de redacción de los textos evangélicos fue largo y complejo. No buscaban ser crónicas ni tenían el mismo concepto de “historia” que nosotros. Con toda probabilidad, desde muy temprano empezaron a circular tradiciones que servían de “memoria” de lo ocurrido y que alimentaban la vida y la fe de aquellas comunidades incipientes, todavía en el seno de la religión-madre (judía). Poco a poco, y de una manera tajante y violenta a partir del año 70, tras la destrucción de Jerusalén por el ejército romano, las comunidades se separaron y comenzaron su andadura como iglesias autónomas. Este hecho tuvo que hacerles “marcar distancias” con el judaísmo oficial –rescatado ahora, en la asamblea de Jamnia, por los grupos fariseos-, a la vez que veían la necesidad de consolidar las tradiciones recibidas, en la medida en que los “testigos oculares” empezaban a desaparecer. Con todo ese trasfondo, Lucas va a presentar el inicio de la actividad de Jesús –tras el relato del bautismo y el de las tentaciones- con este “discurso programático”, en la sinagoga de Nazaret, su lugar de origen, y a partir de un texto conocido del profeta Isaías (61,1). Me parece que Lucas no podía haber encontrado palabras más apropiadas para describir la misión de Jesús: en esa cita de Isaías, de la que se elimina la frase que hacía alusión a “la venganza de nuestro Dios”, se condensa lo más característico de la persona de Jesús y de su Buena Noticia. Pero en esta ocasión quiero detenerme en la última frase: “Hoy se cumple esta Escritura”. Sabemos que el “hoy” de Lucas –que aparece en ocasiones señaladas a lo largo del escrito- se refiere al presente, al momento en que el lector lo pronuncia. Por tanto, “hoy” equivale a “siempre”, al “presente eterno”. En realidad, solo existe Hoy, Ahora, el Presente. Nuestra mente ve el tiempo como algo lineal –no puede hacerlo de otro modo-, pero todo ello acontece en el presente, como “espacio” que todo lo contiene, incluido lo que llamamos “tiempo”. Por eso, tiene razón Jesús cuando proclama: “Hoy se cumple esta Escritura”. En realidad, hoyse cumple todo. Cada vez que una persona cae en la cuenta de que solo existe Ahora y deja de cavilar y preocuparse por lo que ocurrió en el pasado o por lo que teme que ocurra en el futuro, experimentará que el presente es pleno, que no le falta nada. Esto no significa renunciar a planificar el futuro, ni dejar de aprender de la experiencia de lo vivido. Se trata de otra cosa: de hacer todo ello sin escaparnos del momento presente. Cuando estamos en aquello que estamos haciendo en este preciso momento, cesan todas las preocupaciones e inquietudes. Y, una vez más, parece necesario insistir en que eso no es pasividad, indolencia, dejadez ni despreocupación. Se hará lo que tenga que hacerse, y se hará incluso mucho mejor. Porque del presente brotará siempre la acción más adecuada. Como escribe el psiquiatra Jon Kabat-Zinn, “la calma, la visión profunda y la sabiduría solo surgen cuando podemos reconocer verdaderamente que somos completos en este momento… Lo gozoso es que no es preciso que ocurra nada más para que este momento esté completo” (J. KABAT-ZINN, Mindfulness en la vida cotidiana. Dondequiera que vayas, ahí estás, Paidós, Barcelona 2009, pp.56.70). Como sabéis, este ciclo C nos toca leer al evangelista Lucas. Después de los relatos de infancia, narra el bautismo de Jesús y a continuación las tentaciones del desierto. En 4, 14 comienza propiamente la vida pública de Jesús con este relato de la predicación en la sinagoga de su pueblo, después de una breve introducción general en la que habla de sus enseñanzas por las sinagogas de Galilea. En el texto queda claro que no es la primera vez que entra en una sinagoga porque dice "como era su costumbre". Y en los versículos siguientes: "haz aquí lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún".
EXPLICACIÓN El texto de Isaías que Jesús mismo lee, es el punto de partida. Pero más importante aún que la cita, es la omisión voluntaria de la última parte del párrafo, que dice: "... y un día de venganza para nuestro Dios" (estaba expresamente prohibido añadir o quitar un ápice del texto). Jesús manifiesta talante, antes de empezar el comentario. Los que escuchaban conocían de memoria el texto, y se dieron cuenta de la omisión. Parece que le muestran su aprobación, pero no pasa de una nerviosa expectación. Que el hijo de José se atreva a rectificar la Escritura era inaceptable. Para un judío era impensable que alguien se atreviera a cambiar la idea de Dios reflejada en la Escritura. En el texto de Isaías queda claro que la buena noticia anunciada era para los judíos. Jesús trae una buena noticia para todos. No comenta un texto de la Torá, que era lo más sagrado para el judaísmo de aquel tiempo, sino un texto profético. El fundamento de la predicación de Jesús se encuentra más en los profetas que en el Pentateuco. Debemos dejar claro que el mismo Espíritu que ha inspirado la Escritura, unge a Jesús para ir mucho más allá de ella. El valor absoluto que se daba a la Escritura queda abolido. No se anula la Escritura, sino el carácter absoluto que le habían dado los rabinos. Ninguna teología, ningún rito, ninguna norma pueden tener valor absoluto. El hombre debe estar siempre abierto al futuro. Al aplicarse a sí mismo el texto, está declarando su condición de "Ungido". Seguramente es esta pretensión la que provoca la reacción de sus vecinos, que le conocían de toda la vida y sabían quién era su padre y su madre. En otras muchas partes de los evangelios se apunta a la misma idea: la mayor cercanía a la persona de Jesús se convierte en el mayor obstáculo para poder aceptar lo que verdaderamente representa. Con la Escritura en la mano, Jesús anuncia la raíz más profunda de su mensaje. Fijémonos bien. A las promesas de unos tiempos mesiánicos por parte de Isaías, contrapone Jesús los hechos, "hoy se cumple esta Escritura". Toda la Biblia está basada en una promesa de liberación por parte de Dios. Pero debemos tener mucho cuidado para no entender literalmente ese mensaje, y seguir esperando de Dios lo que ya nos ha dado. Dios no nos libera, Dios es la liberación. Soy yo el que debo tomar conciencia de que soy libre y puedo vivir en libertad sin que nadie me lo impida. Como Jesús, no debo dejar que nada ni nadie me oprima. Ni Dios ni los hombres en su nombre, pueden exigirme ningún vasallaje. La libertad es el estado natural del ser humano. La "buena noticia" de Jesús va dirigida a todos los que padecen cualquier clase de sometimiento, por eso tiene que consistir en una liberación. No debemos caer en una demagogia barata. La enumeración que hace Isaías no deja lugar a dudas. En nombre del evangelio no se puede predicar la simple liberación material. Pero tampoco podemos conformarnos con una propuesta de salvación meramente espiritual, desentendiéndonos de las esclavitudes materiales, en nombre de una salvación que nos empeñamos en proyectar para el "más allá". Oprimir a alguien o desentenderse del oprimido, es negar radicalmente al Dios de Jesús. El Dios de Jesús no es el aliado de unos pocos que le caen en gracia. No es el Dios de los buenos, de los piadosos ni de los sabios. Es, sobre todo, el Dios de los marginados, de los excluidos, de los enfermos y tarados, de los pecadores. Solo estaremos de parte de Dios, si estamos con ellos. De otro modo, podemos estar seguros de que nos relacionamos con un ídolo. Una religión, compatible con cualquier clase de exclusión, es idolátrica. Cuando el Bautista envía dos discípulos a preguntar a Jesús si era él el que había de venir, responde Jesús: "id y contarle a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan... etc. Más que nunca busca hoy el ser humano su liberación, pero algo está fallando en esa búsqueda. Buscamos con ahínco la liberación de las opresiones externas, pero descuidamos la liberación interior que es la primera que tenemos que conseguir. Jesús habla de liberarse, antes de hablar de liberar a los demás. Sobre todo en el evangelio de Juan, está muy claro que tan grave es oprimir como dejarse oprimir. El ser humano puede permanecer libre, aunque le lluevan sometimientos externos. Hay siempre una parte de su ser que nada ni nadie puede doblegar. La vida de Jesús ha sido el mejor ejemplo. Para Jesús, la primera obligación de un ser humano es no admitir ninguna esclavitud. Y el primer derecho de todo hombre es verse libre de cualquier opresión. Debe quedar muy claro que la opresión más deshumanizadora es la que se ejerce en nombre de Dios. ¿Cómo conseguir ese objetivo? El evangelio nos lo acaba de decir: Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu. Ahí está la clave. Solo el Espíritu nos puede capacitar para cumplir la misión que tenemos como seres humanos. Tanto en el AT como en el NT, ungir era capacitar a uno para una misión. Pablo nos lo dice con claridad meridiana: si todos hemos bebido de un mismo Espíritu, seremos capaces de superar el individualismo, y entraremos en la dinámica de pertenencia a un mismo cuerpo. La idea de que todos formamos un solo cuerpo es sencillamente genial. Ninguna explicación teológica puede llevarnos más lejos que esta imagen. La idea de que somos individuos con intereses encontrados es tan demencial como pensar que cualquier parte de nuestro cuerpo pueda ir en contra de otra parte del mismo cuerpo. El individualismo instintivo solo puede ser superado por la conciencia de unidad a la que nos lleva el Espíritu. Pablo nos invita a aceptarnos los unos a los otros como diferentes. Esa diversidad es precisamente la base de cualquier organismo. Sin ella el ser vivo sería inviable. Tal vez sea una de las exigencias más difíciles de nuestra condición de criaturas, aceptar la diversidad, aceptar al otro como diferente, encontrando en esa diferencia, no una amenaza sino una riqueza insustituible. Si somos sinceros, descubrimos que estamos en la dinámica opuesta: rechazar y aniquilar al que no es como nosotros. Todavía hoy sigue siendo una asignatura pendiente para nuestra religión, no ya la aceptación, sino el simple soportar al diferente. La única predicación de Jesús fue el amor, es decir, la unidad de todos los hombres. Eso supone la superación de todo egoísmo y por lo tanto la superación de toda conciencia de individualidad. Los conocimientos adquiridos en estos dos últimos siglos vienen en nuestra ayuda. Somos parte del universo, somos parte de la vida. Si seguimos empeñándonos en encontrar el sentido de mi existencia en la individualidad terminaremos todos locos. El sentido está en la totalidad, que no es algo separado de mi individualidad, sino que es su propio constitutivo esencial. No solo para sentirme unido a toda la materia, sino para sentirme identificado con todo el Espíritu. Ya sabemos que el "Espíritu" no es más que Dios presente en lo más hondo de nuestro ser. Eso que hay de divino en nosotros es nuestro verdadero ser. Todo lo demás, no solo es accidental, transitorio y caduco, sino que terminará por desaparecer, querámoslo o no. No tiene ni pies ni cabeza que sigamos empeñados en potenciar lo que de nosotros es más endeble, aquello de lo que tenemos que despegarnos. Querer dar sentido a mi existencia potenciando lo caduco, es ir en contra de nuestra naturaleza más íntima. Meditación-contemplación Todo lo que es y significa Jesús, es obra del Espíritu. Él descubrió dentro de sí esa realidad, y la vivió. Por eso le llamaron Jesús el Cristo (ungido) La buena noticia es que todos podemos llegar a la misma experiencia. ............................... Hoy se cumple esa Escritura en ti. Ese mismo Espíritu que actuó en Jesús, está actuando siempre en ti. Dios da el Espíritu sin medida. Si no descubres y experimentas esto, ninguna vida espiritual será posible. ........................... El Espíritu te llevará al encuentro del otro. El amor se manifestará en actitudes, que siempre beneficiarán a los demás. La fuerza del ego nos separa. La fuerza del Espíritu nos identifica. Conecta con esa energía divina que ya está en ti, y la espiritualidad será lo más espontáneo y natural de tu vida. Querida abuela,
El año 2013 se inició con ruido de botas y silbido de misiles, sin omitir el gas sarín ni a los siempre posibles hongos nucleares dispuestos a sembrar la abominación. ¿Qué bendición pedirte entonces cuando la violencia de las armas multiplica las víctimas, en Siria, el Congo, Mali, Irán, Afganistán y en México, en vísperas de una eventual guerra contra Irán, que llevará a los pueblos de todo el mundo a una conflagración apocalíptica? La tierra toda se ha convertido en un campo de batalla en el que las multinacionales buscan, por todos los medios, adueñarse de toda la riqueza de los pueblos. A principios de este año, abuela Sara, volví a abrir el álbum de familia y descubrí tu risa, la risa más perturbadora de la Historia. Huyendo del país de los Caldeos con tu viejo Abraham, arrastraste tu triste vida de desierto en desierto, como tantas familias de refugiados que buscan desesperadamente un pedazo de tierra en donde sobrevivir. Marchabais solos, cansados y viejos, guiados por la utópica esperanza de una promesa. Pero he aquí que en el oasis, bajo el árbol de la vida, pasaron unos extranjeros, misteriosos visitantes que estremecieron tu vientre marchito. Te reíste, vieja Sara, te reías en el interior de tu tienda mientras escuchabas la conversación de aquellos hombres. "Gastada como estoy y junto a un hombre viejo ¿Podré sentir placer todavía?" "¿Por qué reía Sara" ¿Imposible? ¿Extraño? Nada le es imposible al Dios de la vida "Volveré dentro de nueve meses y Sara tendrá un hijo". Estallaste, entonces, de alegría, gritaste, bailaste e hiciste reír a todo el mundo. Su nombre: Isaac, "el reirá" Cada vez que nombrabas a tu pequeño, cada vez que le llamabas, que le regañabas, que lo guiabas, te acordabas de tu risa. El hijo de la risa. El hijo de lo imposible. Y cuando su padre Abraham creyó santamente que el cielo le reclamaba la vida de su hijo, Isaac supo desconcertarlo sagazmente mientras subían la montaña "Papá ¿adónde encontrarás el animal para el sacrificio?" Estas palabras del joven Isaac repercutieron a través de los siglos para detener el brazo asesino de los hombres que continúan sacrificando a sus hijos en el altar de la guerra. Abuela Sara, que tu bendición nos transmita tu risa. No queremos guerras imperiales ni conflictos fratricidas. Queremos que en el oasis Tierra, perdido en el gran desierto cósmico, en este jardín del Edén que compartimos, nuestros hijos puedan vivir despreocupados y felices y que sus risas sean ecos de las de Isaac "él reirá" Inocúlanos, oh, abuela de los y las creyentes, una alegría porfiada y explosiva cuando toda salida parece obstruida. Que tu risa atraviese nuestra historia y sus horrores, una risa de resistencia, de desafío, de fe y de terca esperanza. Bendícenos este año abuela de lo imposible y haznos reír. Reír porque la imposible paz terminará por llegar. Reír de los embrutecidos planes de los poderosos de este mundo que depositan su fe en el oro de sus bancos. Reír, porque la vida sin alegría, simplemente, no existe. Transmítenos una alegría visceral a pesar de todos los dramas y de todas las tragedias. Esa risa que afirma la vida y la prodiga. Lo necesitaremos en grande, ¡risueña abuela! "Si el nacimiento en Belén es simplemente un símbolo teológico de la mesianidad davídica de Jesús, ¿se puede decir lo mismo de la afirmación, explícitamente formulada en los relatos de la infancia, de que Jesús, a través de José, pertenecía legalmente a la casa de David? Para responder a esta pregunta, primero debemos conocer con claridad lo que dicen los relatos de la infancia. En contra de una idea generalmente sostenida por la teología cristiana posterior -idea que tiene su origen en Ignacio de Antioquía y Justino mártir, ambos del siglo II , el NT nunca dice que María fuese de la tribu de Judá ni de la casa de David. La única indicación sobre el linaje de María aparece en Lc 1, donde se dice de Isabel que es (v.5) «de las hijas de Aarón» (por tanto, de una estirpe sacerdotal perteneciente a la tribu de Leví) y también (v. 36) "pariente" (singuenis un término vago) de María. Si interpretamos a Lucas literalmente, la ascendencia de María sería levítica y, caso, aarónica . Sin embargo, es discutible que esta connotación de Lc 1 suponga alguna información histórica.
En su relato de la infancia, Lucas maneja dos ciclos narrativos de anunciación y nacimiento, uno correspondiente al Bautista y el otro a Jesús. En su mayor parte, los dos ciclos discurren paralelos, sin nexos entre ambos. El solo punto de contacto directo es el parentesco entre María e Isabel, que da lugar a la "visitación" (1,39-56), la única vez en que se cruzan ambos ciclos. Esta intersección de dos ciclos, por lo demás independientes, mediante la relación de María con Isabel, bien podría ser obra de Lucas , por eso dicta la prudencia no conceder peso a los textos que implican un linaje levítico de María. En el fondo, tenemos que admitir nuestra ignorancia respecto a su genealogía. En realidad, está fuera de lugar toda consideración del linaje de María a partir del NT En el ambiente judío del que proceden los relatos de la infancia, la genealogía de un niño se trazaba a través de su progenitor varón, fuera o no su padre biológico. Esto difiere sobremanera de nuestra idea de la paternidad. A los ojos de los modernos occidentales, el padre biológico, no el adoptivo, es el verdadero padre, para el AT, el padre legal era el verdadero padre, hubiese procreado físicamente o no al hijo. Por eso es el linaje de José el que determina el de Jesús, punto éste que aparece subrayado no sólo en los relatos de la infancia en general, sino -lo que es más importante- también en los mismos pasajes que inculcan la idea de la concepción virginal de María. Esta afirmación de que Jesús desciende de David se podría catalogar fácilmente, junto con su nacimiento en Belén, como teologúmeno (una idea teológica narrada como un acontecimiento histórico), si no fuera por el hecho de que numerosas y diversas corrientes de la tradición neo testamentaria también afirman el linaje davídico de Jesús. Especialmente interesante es la fórmula primitiva del credo que Pablo cita en Rom 1,3-4, y donde en parte se dice que Jesús «nació de la estirpe de David por línea carnal» . Lo sorprendente aquí es que Pablo, escribiendo al final de la primera cincuentena de nuestra era a una iglesia que nunca había recibido su visita ni su enseñanza, pueda suponer que los cristianos romanos reconozcan esta fórmula de fe como una expresión de su fe compartida y una base para una discusión posterior. El auténtico motivo por el que Pablo empieza su epístola con tal fórmula es que ésta constituye un terreno común que comparte con los romanos y le sirve para mostrarse ante ellos como un "verdadero creyente" que profesa su misma fe. Los cristianos romanos eran, al parecer, un grupo heterogéneo plagado de tensiones y, por lo menos algunos de ellos, podrían haber encontrado sospechosa la versión paulina del Evangelio. Sin embargo, al acabar la década de los cincuenta, unos veintiocho años después de la crucifixión de Cristo, Pablo y los cristianos romanos podían coincidir, sin gran dificultad, en el origen davídico de Jesús como fundamental objeto de fe. Lo cual es tanto más llamativo cuanto que el mismo Pablo no da gran relevancia a ese aspecto, que nunca aparece en las formulaciones de las ideas teológicas paulinas. Que esta creencia en el linaje davídico de Jesús arraigó tempranamente en algunas fórmulas del credo cristiano lo confirma la que se cita en 2 Tim 2,8: «Acuérdate de Jesús el Mesías, resucitado de la muerte, nacido del linaje de David». Aunque no fue el mismo Pablo quien compuso la segunda carta de Timoteo, sino un discípulo suyo hacia el final del siglo 1, los críticos coinciden generalmente en que 2 Tim 2,8 representa una profesión de fe cristiana primitiva que circuló mucho antes de ser escritas las epístolas pastorales. Aparte de las epístolas paulinas, la creencia en que Jesús era de origen davídico también aparece difundida en otras corrientes del cristianismo primitivo. Lo afirman Marcos (10,47; 12,35-37) 55, Mateo (9,27; 12,23; 15,22; 20,30; 21,9.15; 22,42-45) 56 Y Lucas (3,31; 18,38-39; 20,41-44; Hch 2,25-31; 13,22-23) 57. La epístola a los Hebreos no llama directamente a Jesús "hijo de David", pero el gran énfasis en Jesús como Rey-Sacerdote-Mesías en la línea de Melquisedec, rey-sacerdote de Jerusalén (capítulo 7), más la declaración explícita del autor respecto a que Jesús nació no de la tribu de Leví, sino de la de Judá (Heb 7,14), hace plausible que el autor conociese la tradición del origen davídico . Que esta tradición se valoraba en las corrientes apocalípticas más fogosas del cristianismo primitivo se advierte claramente en Ap 3,7; 5,5; 22,16. Resumiendo: hubo en el cristianismo del siglo l una creencia en el origen davídico de Jesús, de la que existen abundantes testimonios, y de la que ya se hablaba en la primera generación cristiana, sobre todo dentro del contexto de la resurrección. Si examinamos las fórmulas confesionales de Rom 1,3-4 y 2 Tim 2,8, así como los sermones de Pedro y Pablo en Hch 2,24-36 y 13,22-37, el objeto de afirmar que Jesús es «de la estirpe de David», parece ser que en Jesús, y especialmente en su resurrección, Dios cumplió la promesa hecha a David en 2 Sm 7,12-14: «Estableceré después de ti una descendencia tuya [...] y consolidaré su reino. [...] Consolidaré su trono real para siempre. Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo». Quizá, pues, la primera conexión que la fe cristiana hizo entre Jesús y el origen davídico fue dentro del contexto de su resurrección y a la luz de la promesa veterotestamentaria a David." Tan propio de la naturaleza humana es querer escabullirse cuando uno no ha obrado bien y echar la culpa al otro, como anteponer el bien de los demás al de uno mismo. Ahora que Los Miserables de Víctor Hugo vuelve a estar de moda en versión adaptada al cine, tenemos en el protagonista Jean Valjean un ejemplo eterno de lo que procuran el amor y el perdón, del valiente capaz de auto inculparse por evitar la cárcel a un inocente. O el ejemplo del humilde obispo Bienvenu Myriel, que acoge a Valjean dándole cobijo y comida ante al rechazo de todo el pueblo cuando vuelve estigmatizado como ex-presidiario; y todo por robar unas hogazas de pan para dárselas a unos niños hambrientos, que le costaron cinco años de presidio.
Pero en mitad de la noche, Valjean le roba unos cubiertos de plata, lo único de valor que poseía el obispo, puesto que todo lo que recibía lo destinaba para ayudar a los pobres. Al huir del pueblo lo detiene la policía con los cubiertos y lo llevan ante el obispo, quien de nuevo lo salva, diciendo que él le había regalado aquellos objetos para que empezara una nueva vida. Además le dice que se había olvidado llevarse los candelabros (también de plata) que igualmente le había regalado. La humildad y bondad del obispo operan en Jean Valjean como un revulsivo que cura sus heridas y lo convierte en un hombre bueno y sensible, capaz de realizar gestos heroicos con los necesitados. Estas y otras conductas inventadas por Víctor Hugo también son patrimonio de la realidad humana universal. Basta fijarse en las biografías, sobre todo cuando narran tiempos de penuria y extrema necesidad, para reconocer a “Valjeanes” y “Myrieles” bien cerca nuestro. Es las épocas bonancibles cuando menos dispuestos estamos a salvar al vecino, y tampoco a asumir la propia culpa aunque se deriven consecuencias dolorosas para otras personas. Las obras imperecederas como Los miserables tienen la ventaja de que no suelen ser pasto de la acostumbrada censura social imperante sobre cualquier mensaje moral y ético que se oponga frontalmente a los valores posmodernos de liquidez ética e individualismo que cosifican al ser humano y lo reducen a simples relaciones consumistas y de utilidad. Como afirma Vargas Losa en su recomendable ensayo La tentación de lo imposible (Alfaguara) en torno a esta novela: “No hay la menor duda de que Los miserableses una de esas obras que en la historia de la literatura han hecho desear a más hombres y más mujeres de todas las lenguas y culturas un mundo más justo, más racional y más bello que aquél en el que vivían”. Afortunadamente, el Espíritu sopla donde quiere, y no solo donde le dice que lo haga la conservadora jerarquía católica. Por eso resulta reconfortante y esperanzador que muchas personas que no hallan nada de interés para sus vidas en el escaparate religioso oficial, puedan encontrar los mejores valores evangélicos viendo una película basada en una novela decimonónica impregnada de valores aletargados -como les ocurre a los Thénardier- que sin embargo todos llevamos dentro y por los que la humanidad ansía caminar, a pesar de que el consumismo haya logrado difuminarlos hasta el extremo. La pena es que el principal personaje de la novela, el desmesurado narrador, no aparece como tal en la película. Aun así, el mensaje de sus interpolaciones éticas y orientaciones refuerzan el papel de los personajes de esta obra con pretensiones extraordinarias capaces de desbordar la propia historia novelesca, ambientada en la Revolución de 1830, que no es más un pretexto para lograr sus verdaderos objetivos que hoy nos siguen cuestionando. Por ejemplo: no debemos protestar contra la religión sino contra las actitudes que la falsifican. Feliz sentada cinematográfica, aunque se logrará mayor vitalidad torrencial si la decisión pasa también por hincarle el diente a la novela. El bus está tan repleto de gente que casi revienta. Pero el chófer para en la primera esquina y hace subir tres personas más, y otras cuatro más adelante. Luego dos más y así en lo sucesivo. En nuestro país, siempre hay lugar. Para todo... Sobre el techo del bus se apila una montaña de bultos, junto con unos animalitos.
Corre el vehículo. No lo atajan ni las subidas, ni las curvas ni las vacas ni los barrancos. Nadie protesta. Van todos como sardinas en lata, sudando, dormitando, aguantando. Menos uno, que está sentado solo, forcejeando para que nadie lo toque. Se contorsiona para leer su diario, fuma cigarro tras cigarro, se queja de todo, echa pestes contra el chofer, contra el país, contra el gobierno, contra el mundo entero, hasta que de un frenazo para el bus. El chófer y dos pasajeros fornidos se levantan, agarran al pesado personaje por el cogote y las patas y lo tiran afuera. El miserable cae sentado en la cuneta en medio de una bandada de zopilotes1. "¡Adiós!" le gritan los pasajeros mientras el bus sigue viaje. Los zopilotes olfatean desde cierta distancia al intruso que acaba de aterrizar en su corro. "¡Demasiado amargo!" dicen haciendo hocico; y, sin tocarlo, levantan vuelo. El Reino, o sea el fantástico proyecto de Jesús para un mundo abierto y humano, no está hecho para los plomos. En ese mundo de Jesús, hay lugar para todos, los buenos y los malos. Pero no para los que pasan la vida hinchando y rabiando y que terminan ahogándose en el infierno de su amargura. Es para la gente audaz, crítica por cierto, pero solidaria, que confía en la vida, le tiene cariño al pueblo y se hace cómplice de un Dios alegre quien, cada día y hasta el fin del mundo, convida a todos los humanos al gran banquete de bodas de su hijo. Con este relato Juan empieza lo que se ha llamado "el Libro de los Signos". Juan recoge solamente siete "signos", siete milagros de Jesús, y este es el primero.
Son los siguientes: • Las bodas de Caná • El funcionario real • El paralítico de Betseda • La multiplicación de los panes • Camina sobre el mar • El ciego de nacimiento • La resurrección de Lázaro. De ellos, las bodas de Caná, el paralítico de Betseda, el ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro no están en los sinópticos. Encontramos aquí, una vez más, una muestra de cómo cada evangelista ha recogido diversas fuentes, y las ha seleccionado y organizado según su intención. Juan elige siempre sus relatos porque cuenta con que ya son conocidos los hechos y las palabras de Jesús, y está ofreciendo una gran elaboración teológica. No se trata ya de informar: eso ya está hecho. Se trata de una reflexión, para la cual Juan selecciona lo que más le interesa. En la narración de sucesos, Juan siempre hace lo mismo: cuenta lo que sucedió como medio de comunicar su mensaje. Lo que sucedió tiene valor por lo que significa. Así, en su narración es inseparable el hecho de su contenido, de su significado y su simbolismo. Y no es que el suceso le da una oportunidad para expresar una idea. Lo que pasa es que Juan "ve" lo que significa lo que sucedió. Es una antiquísima manera de expresarse de toda la Biblia. Cuando Israel escapa del faraón en el Mar de las Cañas, el suceso que ven los ojos es una fuga con suerte. El suceso verdadero es la acción de Dios liberando a Israel. Ese "suceso" es el que nos cuenta el Libro del Éxodo. Del mismo modo, en Caná nos cuenta Juan lo que sucedió, lo que verdaderamente sucedió aunque no lo vieron los ojos. En Caná, sobre el hecho de la presencia de Jesús en una boda y la "multiplicación" del vino, se construye toda una elaboración teológica sobre quién es Jesús, los Nuevos tiempos, la Plenitud que Jesús significa. Por otra parte, de los pequeños detalles, de los diálogos, no deben sacarse excesivas conclusiones. Se han dicho miles de cosas sobre esto: Jesús cayó de repente a la boda con sus discípulos y no había vino para todos... María hizo que se precipitara "la hora" de Jesús... No va por ahí. El estilo de Juan nos lleva a sacar conclusiones más profundas, no aplicaciones piadosas inmediatas. En el Evangelio de Juan es imposible separar historia y símbolo. Este es precisamente su género literario, de tal manera que intentar distinguirlos equivale a destruir su manera de transmitir el mensaje. De hecho, en este relato hay tanta teología que resulta completamente imposible reconstruir lo que realmente sucedió. Para nuestra mentalidad, esto es a veces una dificultad. Nos han convencido de que los evangelios narran solamente historias sucedidas y que todos y cada uno de los detalles que se cuentan sucedieron realmente. No es así. Sobre la base de un suceso se crea un relato teológico, en el cual el significado es mucho más importante que el suceso. Nos guste o no, así tenemos que leer el evangelio de Juan, porque así lo escribió su autor. Por lo tanto, en vez de interesarnos tanto en reconstruir el suceso, nuestra atención se debe centrar en el mensaje que Juan nos dirige. Y el mensaje, como veremos, es riquísimo. LAS BODAS Demasiadas veces hemos hablado de Dios como "El Señor", "El Juez". Y sin embargo, la Biblia está llena de esta otra imagen: El Esposo, el Novio enamorado. Lo hemos visto en el precioso texto de Isaías. Un libro entero, el Cantar de los Cantares, presenta a Dios así (tal es al menos la lectura que hace la iglesia). Y esta será la esencia de la última revelación de Jesús, y el eje fundamental del Evangelio de Juan: Dios es Amor. ¿Por qué nos interesan más las imágenes de poder o de juicio que las imágenes de abundancia, de felicidad y de amor? Nada hay en las relaciones humanas tan estupendo como una boda, la celebración del amor, esa cualidad específicamente humana que significa estar una persona loca por otra, incluso contra toda razón, prudencia o justicia. Una boda es la fiesta que todos armamos para celebrar esa locura. Es el triunfo del amor sobre la vida cotidiana, sobre lo razonable, sobre lo justo. Es como el descanso de fin de semana, en que celebramos nuestra liberación del trabajo y de la utilidad. Y La Biblia ha elegido esta locura para hablar de Dios, de cómo es Dios con nosotros. La boda, y la abundancia. Seiscientos litros de estupendo vino. El tema conecta con la multiplicación de los panes, con la harina y el aceite que nunca se acababan en los milagros de Elías y Eliseo, con el Banquete que la Sabiduría preparaba a los hombres... Y empieza a avanzar una catequesis de la Eucaristía, en que no es el maná ni la ley lo que nos alimenta, sino la Palabra y el Amor de Dios hechos presentes en Jesucristo. Juan empieza sus SIGNOS por aquí. Una boda, en que Jesús colabora a la estupenda abundancia de vino. Sin Jesús, la boda hubiera sido triste. Con Jesús, fue lo nunca visto. Increíble Juan. Es estupenda le expresión de este evangelio: "manifestó su gloria". Nos sentimos tan sorprendidos como en aquella "señal" que se ofreció a los pastores en Belén (un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre). Entonces decíamos: ¡extraña señal, un niño pobre nacido en una cuadra! Ahora pensamos: ¡escasa gloria, una boda pueblerina en que se soluciona el problema del vino! Pero la lección es en ambos casos la misma: la gloria de Dios, su señal, es la alegría del reino, que es cosa de sencillos, de pobres; la gloria de Dios fuera del Templo y del poder y de la ley: la gloria de Dios que es siempre la felicidad de sus hijos. EL VINO NUEVO Todo el Evangelio de Juan está basado en que Jesús es "La Palabra hecha carne", "la luz que resplandece en las tinieblas", "El Pan de la Vida". Estos son los grandes temas-síntesis que provienen de su propia experiencia personal con Jesús y de una honda reflexión sobre lo que vio, una especie de síntesis y profundización final en la fe. El vino nuevo y los odres viejos es un tema presente en los Sinópticos. Cambiar el agua vieja por el vino nuevo, entrar en el Banquete del Reino, apreciar la riqueza y la novedad del "Dios con nosotros Salvador que nos invita a la vida de Hijos, a la plenitud humana que produce la presencia de Dios..." En la narración de Caná se hace presente todo esto a partir del suceso histórico. El banquete de bodas, el agua de los antiguos ritos superada por la abundancia y la calidad del vino nuevo, la manifestación de Dios-amor en Jesús, los discípulos que creen en Él... Está claro que la contemplación del suceso de manera meramente histórica no es suficiente. Juan está presentando quién es Jesús. A veces reducimos el sentido de estos "signos" de una manera casi mágica, como si los milagros de Jesús fueran prodigios que demuestran su poder; como una demostración de fuerza para que quede claro que es más que humano. No es así: los signos son revelación de Dios: este signo muestra, a través de Jesús, que Dios es la abundancia, la novedad, la plenitud muy por encima de lo que la razón puede saber de Él. Esto lo hemos visto en Jesús EL REINO ES UN BANQUETE, ES UNA FIESTA. "El Reino se parece a un mercader de perlas, que encuentra una extraordinaria y vende todo lo que tiene y la compra... se parece a un tesoro que un hombre encuentra en un campo, y lleno de alegría, vende todo lo que tiene para comprar el campo". "Os anuncio una gran Alegría: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido el Salvador". Y el anuncio del Reino es, desde el principio, el Evangelio, La Buena Noticia. Es imprescindible que vivamos así nuestra fe en Jesús, como una fiesta. El centro del mensaje es una Noticia increíble: Dios me quiere; todo lo demás se debe entender en ese marco. Es el fondo de la fe: aceptar en lo más íntimo que Dios me quiere. Esta es la fe a que llegó el autor de la profecía de Isaías, que se permite la osadía de presentar a Dios como un novio enamorado. Es la fe que nos ha hecho leer el Cantar de los Cantares como un poema de amor entre Dios y el hombre. Esta es la fe que nos hace ver en el matrimonio un signo de la presencia de Dios. Esta es la primera Buena Noticia, la que lo cambia todo. Lo primero que se cambia es el sentido del pecado: Dios me quiere como soy, como se ama al hijo enfermo. Porque el amor no surge del aprecio, sino al revés. No se ama a alguien porque es maravilloso. Primero se ama, y luego todo es aceptable, excusable... Esto se entiende a veces mejor en la mera amistad. "Somos amigos"... Y mi amigo puede ser lo que sea, pero le quiero y puede contar conmigo siempre. No le quiero porque es bueno: le quiero. Mis pecados no estorban el amor de Dios. Cuento con Él para que mis pecados no me abrumen. Él es el que quita el pecado, el Salvador, el Libertador. Él quita el pecado porque es la fuerza para librarme del pecado, y porque es el amigo al que no le ofenden mis enfermedades. Es la primera Fiesta: en mi vida no manda el Juez; en mi vida manda mi Madre. Lo segundo que se cambia es el sentido de "los otros". El amor es contagioso. Descubrimos con alegría que se puede vivir amando y sirviendo. Descubrimos que así el mundo es mejor, más fácil, más "como debe ser". La Gran Noticia hay que anunciarla, hay que compartirla. Hay que hacer un mundo de Hijos que pelean contra el mal, con la fuerza del perdón, con la intransigencia plena contra todo lo que hace sufrir a los Hijos. Esto da sentido a la vida: Dios no está, pero yo sí estoy. Dios no está, pero sus hijos sí están. Toda mi vida está pensada para anunciar la Buena Noticia, tiene valor, tiene sentido. ¿Cuáles son "mis carismas", como les llama Pablo? Es decir, ¿qué instrumentos se me han dado para poder servir, para poder anunciar la Noticia, para hacer creíble el amor de Dios? |
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