Se nos va este año 2013 con un nombre propio: el papa Francisco. Su figura ha traspasado las fronteras eclesiales para instalarse en el corazón de la actualidad mundial. La revista Time lo declaraba personaje del año. Es la tercera vez que un papa obtiene este reconocimiento. Juan XXIII, a los cuatro años del inicio de su pontificado, y Juan Pablo II, a los dieciséis. Francisco solo a los nueve meses. No conviene olvidar el dato.
Nancy Gibbs, managing editor del prestigioso semanario, lo justificaba así: "Rara vez un nuevo actor en el escenario del mundo ha capturado tanta atención, tan rápido, de jóvenes y viejos; de fieles y de cínicos, como él (...). En sus nueve meses en el cargo, se ha colocado en el centro mismo de los debates centrales de nuestra época: sobre riqueza y pobreza, equidad y justicia, transparencia, modernidad, globalización, el papel de las mujeres, la naturaleza del matrimonio, las tentaciones de poder...". Y todo en momentos delicados para la propia Iglesia, que venía sufriendo escándalos internos y deterioros de significación externa. El teólogo Hans Küng advertía del riesgo de la Iglesia de "convertirse cada vez más en una secta insignificante". Los datos avalaban el temor. Mientras que en Europa desciende el porcentaje de católicos, en otros continentes asciende, aunque en América Latina, el lugar con mayor porcentaje, las sectas frenan su avance. Y es que en el Viejo Continente, la Iglesia se ha ido desgastando en demasiadas guerras (la de los Treinta Años marcó el mapa religioso europeo). Nuevas formas de guerras de religión. Y, como sucede mientras se libran, aumentan las víctimas colaterales: intelectuales en el XVIII, obreros en el XIX y jóvenes en el XX. Releyendo a Albert Camus en el centenario de su nacimiento, encuentro: "El gran Cartago lideró tres guerras: después de la primera, seguía teniendo poder; después de la segunda, seguía siendo habitable; después de la tercera ya no se encuentra en el mapa". La Iglesia libró la primera contra el "marxismo, intrínsecamente perverso" y su variante comunista, pero siguió teniendo poder; después llegó otra contra el relativismo y sus variantes laicistas, y sigue manteniendo un lugar habitable. Habrá que evitar una tercera guerra para no convertirnos en una secta, como dice Küng, o desaparecer del mapa, como augura Camus. La elección del cardenal de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, supuso un vendaval de ilusión. Y justo en el 50 aniversario de la elección de Pablo VI, en el ecuador del Vaticano II. No he encontrado mejor definición del Concilio que la del propio Montini a un periodista: "Lo que la Iglesia ha hecho en este Concilio ha sido acercarse a la humanidad sufriente para curar sus heridas y devolverle la esperanza". Ya Juan XXIII, en su convocatoria, dijo que no se buscaba otra cosa que "inyectar el Evangelio en las venas de la humanidad". Cincuenta años después, Francisco vuelve a reiterar esa labor samaritana en momentos especialmente graves, cuando la situación económica global ofrece escasas luces y las soluciones entran en una fase de laboratorio, a la búsqueda de nuevas ideas que devuelvan la esperanza. Un nuevo perfil de hombre va emergiendo. La Iglesia desea caminar junto a él para seguir curando sus heridas y alentando su camino. Una Iglesia "más hogar que aduana; más mesa que estrado; más camino que callejón sin salida", decía no hace mucho el Papa, que nos ha dejado este año que se va tres claves de futuro: Una Iglesia sinodal... La centralización romana de la Iglesia fue siempre discutida. Los tiempos corren y el Vaticano II sustrajo del arcón de la tradición patrística la riqueza sinodal, que nada tiene que ver con una cierta visión de las diócesis como sucursales de Roma. Francisco, con el mero hecho de presentarse como obispo de Roma, ya puso sobre la mesa la urgencia de revitalizar la importancia de la Iglesia local. El Sínodo convocado, y otros gestos más, apuntan a esa manera de trabajar la comunión eclesial. Escuchar las voces de todos, aprender de los cristianos, desde la misma base, y poner en práctica el discernimiento, algo que, como se está viendo, el Papa ha puesto en valor, desde su formación jesuita. Es ese discernimiento el que va acompañando sus pasos en la escucha, la oración y la actuación decidida, pero siempre tras la escucha... para la que cuentan las periferias. Es otra de las claves subrayadas este año: la Iglesia tiene que despojarse de su "eurocentrismo". Desde que Francisco se asomó al balcón de la Basílica de San Pedro, quedó muy claro: "Mis hermanos cardenales se han ido a buscar al nuevo obispo de Roma casi al fin del mundo. Y aquí estoy". Un mapa de periferias geográficas y existenciales. Salir de las aulas de la ideologización y de las sacristías vaporosas es su tarea. Cuando se está en una habitación cerrada que huele a humedad, se llega a enfermar. También se puede salir a la calle y tener un accidente. Lo repite Francisco: "Prefiero mil veces una Iglesia lesionada que una Iglesia enferma". Salida de lo autorreferencial, sin miedos ni complejos. Lampedusa, paradigma. La Iglesia tiene señalado el camino en este paradigmático lugar. Hay que recordarlo, pues estamos en epidemia de amnesia. Lampedusa, paradigma y vergüenza. Vuelta a los orígenes de la esencia del amor. No es moralina, sino Evangelio descarado. El gesto en esta isla y su mensaje será un impulso para la auténtica renovación, la que se respira desde Asís. Lampedusa es, además, un aviso para los navegantes que creen que las reformas eclesiales deben de ser cosméticas y hasta se atreven a ponerlas en solfa. "Cambiar todo para que todo continúe igual". Es el fondo del El Gatopardo, la novela de aquella isla. Un año en el que se han atisbado reformas, no restauraciones. Siempre queda la urgencia y prioridad del amor y el abrazo al que sufre; eso nos ha traído el año, y a eso nos lanza el nuevo.
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Mateo sigue fiel a su finalidad, mostrar a Jesús como el cumplimiento de lo anunciado en el Antiguo Testamento. El pueblo de Israel estuvo en Egipto y fue esclavo: el Señor "le llamó", le sacó de Egipto. El profeta Oseas comenta este episodio, y a éste texto se refiere Mateo, aplicándolo a Jesús.
Estos relatos de la infancia de Jesús son utilizados por la Iglesia para evocar la infancia de Jesús: José es el protector de la familia, el que "está en lugar de Dios" para cuidar de María y Jesús. Mateo no cuenta que José y María vivieran en Nazaret antes de ir a Belén. Esa es la razón por la que Nazaret se presenta aquí como si fuese la primera vez que José y María vivieran allí. Son posibles varios niveles de reflexión en esta fiesta y sobre estos textos. El primero es el que nos lleva a la contemplación de la infancia de Jesús, de su crecimiento, de su vida en familia. Este nivel es legítimo. Hay muy pocos datos en los evangelistas a partir del nacimiento y la adoración de los magos. Solamente se menciona este episodio de la huída a Egipto, la pérdida del Niño en el Templo, y un breve comentario sobre cómo el Niño crecía sometido a sus padres. Nada más. Y debemos recordar que en todos estos relatos predomina la intención teológica –el mensaje- sobre la intención meramente narrativa de hechos históricos. Nuestra imaginación pone el resto, intentando adivinar sucesos de aquellos treinta años que hemos llamado "la vida oculta", con el peligro evidente de proyectar sobre ellos nuestras costumbres y creencias sin demasiada verdad. Pero es un tema espléndido de contemplación, y la devoción del pueblo cristiano se ha fijado insistentemente en estas escenas. El segundo nivel sería aplicar todo esto a la institución familiar. La vida de Jesús en aquella familia se extiende a todas las familias. La familia queda bendecida, la Familia de Jesús se pone como ejemplo de todas las familias, y se le suponen, sin duda con toda razón, todas las virtudes que desearíamos que reinasen en nuestras familias. También esto es correcto, por supuesto, aunque aquellas familias eran muy diferentes de las nuestras, se parecían más a lo que nosotros llamaríamos "clan", con mucha más relación entre hermanos, primos, de manera que en los evangelios aparece varias veces la expresión "los hermanos de Jesús", refiriéndose quizá a sus primos. En este nivel, más que atender a la Palabra, nos imaginamos lo que La Palabra podría decir, la utilizamos, con evidentes riesgos. Hay un tercer nivel que nos puede importar más. Tomar aquella familia y toda familia comomodelo de vida, imagen y manifestación de todo un modo de vida, de relación entre los hombres y de relación con Dios. Es éste un símbolo perfecto, introducido por el mismo Jesús cuando nos enseñó a llamar a Dios "Abbá", con lo cual "ya no sois esclavos sino hijos, y si hijos, también herederos". Jesús hablaba de Dios con las imágenes que sacaba de la vida diaria: el pastor, la puerta, el agua, la luz... Me gusta pensar que Jesús habló de Dios como "Padre", porque nunca vio en la tierra cosa más maravillosa que José y María, porque el recuerdo de su vida en Nazaret lo marcó para siempre. Desde este símbolo se entiende muy bien la nueva relación con Dios y con la Ley que Jesús inaugura. "Abbá" es el papá del niño pequeño, para quien su papá lo es todo, le inspira absoluta admiración, dependencia y confianza. De "Abbá" se puede esperar todo, toda la grandeza, solución para todo, todo el cariño. Sentirse pequeño y querido, relacionado con Dios por un cariño más que racional, que brota de la sangre, de lo íntimo del ser. Y siendo todos así, hijos, se sienten hermanos, con ése vínculo inexpresable que supera también lo racional. No se quieren los hermanos por sus cualidades, ni porque se aprecien, ni porque se necesiten... sino, por encima de todo, porque son hermanos, y se sienten así. Por muy mal que nos hayamos comportado, podemos volver siempre a un hermano, y no digamos al padre (y más aún a la madre), sabiendo que estará incondicionalmente con nosotros, para lo que haga falta. ¿Dónde acaban las obligaciones de cada miembro de la familia? ¿Qué Ley las regula? ¿Hasta dónde debe servir la madre a los hijos? ¿Cuánto debe preocuparse el padre por su hijo? ¿Hasta dónde atenderá un buen hijo a su padre necesitado? Este es sin duda un estupendo modo de entender por qué Jesús nos libra hasta de la Ley: porque donde hay amor, la Ley se queda siempre muy corta. Cuando hay amor, la única ley es la necesidad del otro, incluso el gusto y hasta el capricho del otro. A eso se responde, y no importa lo que cueste. Vivir en ese clima es sacrificarse sin darle importancia, querer siempre hacer más, estar deseando poder dar más... Y en este contexto se entienden bien todos los mandamientos, superados por Jesús. ¿Cómo vamos a hablar de no matar, de no robar... en la familia? Y Dios es juez, sí, como mi madre es juez, es decir porque sabe más y tiene razón, sólo por eso. En una frase: "tranquilo, hijo, el Juez es tu madre". Y si piensa usted que esto lleva a no exigirse, a no cumplir... es que no se ha enterado usted de nada y tiene que volver a leer este párrafo y el anterior. Quizá lo que pasa es que usted necesita que le expliquen qué es amor, pero eso es imposible: el amor está más allá de lo racional y si no se ama, es imposible entender. Esta es una singularidad absolutamente original de Jesús. Ninguna religión, ningún pensador, nadie ha pensado nunca en comparar a Dios con "mamá", tal como lo puede decir un niño pequeño. Todos los hombres de bien aspiran a un mundo en que reine la justicia. Jesús sabe que esto ni basta ni es posible: la justicia premia y castiga, pero no cura, y no puede perdonar. Todos somos hermanos pecadores que sobrevivimos solamente porque los demás nos quieren, porque Dios nos quiere. Una vez más, y como siempre, Jesús sabe de Dios y del hombre mucho más que todas las filosofías. Hay todavía un cuarto nivel de reflexión/contemplación, que debe estar presente en todas nuestras consideraciones sobre la Navidad. La fe en Jesús verdadero hombre. No vamos a extendernos en él, pues ha sido tema recurrente de muchos de nuestros comentarios. Pero es importante "ver" que Jesús crece, madura, aprende, recibe de sus padres lo que no tiene. Imaginar a Jesús, como hacen algunos de los Apócrifos, haciendo pajaritos de barro que luego echan a volar, o cosas aún peores, es la exageración de una cristología meramente descendente que nos lleva a negar la humanidad de Jesús. Si algo es importante en nuestras contemplaciones de Jesús en el vientre de María, en el portal de Belén, salvado por José de Herodes, creciendo y aprendiendo en Nazaret, es, precisamente, la constatación de la humanidad. Posiblemente para los creyentes de hoy sea ésta una asignatura pendiente. Hay que creer en ese hombre. Si nuestra fe no sigue ese camino (conocer-entusiasmarse-cuestionarse-creer) mucho me temo que estemos construyendo un Jesús a nuestra imagen y semejanza. Hay que creer en Dios tal como se manifiesta, no tal como nuestras construcciones mentales intentan representarlo. Y Dios se manifiesta en Jesús, un hombre. La verdad es que el tipo de familia de Nazaret que se nos ha propuesto durante siglos, es muy probable que no haya existido nunca. El modelo de familia del tiempo de Jesús, era el patriarcal. La familia molecular era completamente inviable, tanto social como económicamente.
Cuando el evangelio nos dice que José recibió a María en su casa, no quiere decir que formaran una nueva familia, sino que María dejó de pertenecer a la gran familia de su padre y pasó a integrarse en la familia a la que pertenecía José. El relato de la pérdida del Niño es impensable en una familia de tres. El valor supremo de la familia patriarcal, era el honor. En la honorabilidad estaban basadas todas las relaciones sociales, desde las económicas hasta las religiosas. Si una persona no pertenecía a un clan respetado, no era nadie. En consecuencia, el primer deber de todo miembro de la familia, era el mantener y aumentar su honorabilidad. Esto explica las escenas evangélicas donde se dice que su madre y sus hermanos vinieron a llevarse a Jesús, porque decían que no estaba en sus cabales. Querían evitar a toda costa el peligro del deshonor de toda la familia. Lo que pasó después confirmó sus temores. Las instituciones son entes de razón, son medios que el hombre utiliza para regular sus relaciones sociales. Son imprescindibles para su desarrollo como persona humana. Como todo instrumento, ni son buenas ni son malas en sí mismas. La bondad o malicia depende de su utilidad para conseguir el fin. Todas las instituciones pueden ser mal utilizadas, con lo cual, en vez de ayudar al ser humano a perfeccionarse, le impiden progresar en humanidad. La familia debe estar al servicio de cada persona que la integran y no al revés. La familia también puede ser utilizada para oprimir y someter a otros seres humanos. En los evangelios no encontramos ningún modelo especial de familia. Se dio siempre por bueno el ya existente. Más tarde se adoptó el modelo romano, que tenía muchas ventajas, pues desde el punto de vista legal, era muy avanzado. No sólo se adoptó sino que se vendió después como modelo cristiano, sin hacer la más mínima critica a los defectos que conllevaba. Voy a señalar sólo tres: No contaba para nada el amor. El contrato era firmado por la familia según sus conveniencias materiales o sociales. Una vez firmado por las partes, no había más remedio que cumplirlo, sin tener en cuenta para nada a las personas. La mujer quedaba anulada como sujeto de derechos y deberes jurídicos. De un plumazo se reducían a la mitad los posibles conflictos legales. Esto ha tenido vigencia prácticamente hasta hoy. Hasta hace unos años, la mujer no podía abrir una cuenta corriente sin permiso del marido. El fin del matrimonio era tener hijos. Al imperio romano lo único que le importaba es que nacieran muchos hijos para nutrir las legiones romanas que eran diezmadas en las fronteras. Hoy se sigue defendiendo esta ideología en nombre del evangelio. El número de hijos no tiene por qué afectar a la calidad de una paternidad; siempre que la ausencia de hijos no sea el fruto del egoísmo. Aunque esos fallos no están superados del todo, hoy son otros los problemas que plantea la familia. La Iglesia no debe esconder la cabeza debajo del ala e ignorarlos o seguir creyendo que se deben a la mala voluntad de las personas. No conseguiremos nada si nos limitamos a decir: el matrimonio indisoluble, indisoluble, indisoluble, aunque la estadística nos diga que el 50 % de ellos se separan. Dos razones de esta mayor exigencia son: a) La estructura nuclear de la familia. Antes las relaciones familiares eran entre un número de personas mucho más amplio. Hoy al estar constituidas por tres o cuatro miembros, la posibilidad de armonía es mucho menor, porque los egoísmos se diluyen menos. b) La mayor duración de esa relación. Hoy es normal que una pareja se pase sesenta o setenta años juntos. En un tiempo tan prolongado, es más fácil que en algún momento surjan diferencias insuperables. Como cristianos, tenemos la obligación de hacer una seria autocrítica sobre el modelo de familia que proponemos. Jesús no sancionó ningún modelo, como no determinó ningún modelo de religión u organización política. Lo que Jesús predicó no hace referencia a las instituciones, sino a las actitudes que debían tener los seres humanos en sus relaciones con los demás. Jesús enseñó que todo ser humano debía relacionarse con los demás como exige su verdadero ser, a esta exigencia le llamaba voluntad de Dios. Cualquier tipo de institución que potencie y favorezca esta actitud humana, es válido y cristiano. Es verdad que la familia está en crisis, pero las crisis no tienen por qué ser negativas. Todos los cambios profundos en la evolución de la humanidad vienen precedidos de una crisis. La familia no está en peligro, porque es algo completamente natural e instintivo. Como cristianos tenemos la obligación de colaborar con todos lo hombres en la búsqueda de soluciones que ayuden a todos a conseguir mayores cotas de humanidad. Tenemos que demostrar, no solo de palabra, sino con hechos, que el evangelio es el mejor instrumento para conseguir una humanidad más justa, más solidaria, más humana. Si tenemos en cuenta que todo progreso verdaderamente humano es consecuencia de las relaciones con los demás, descubriremos el verdadero valor de la familia. En efecto, la familia es el marco en que se pueden desarrollar las más profundas relaciones humanas. No hay ningún otro ámbito o institución que permita una mayor proximidad entre las personas. En ninguna otra institución podemos encontrar mayor estabilidad, que es una de las condiciones indispensables para que una relación se profundice. Podemos estar seguros que las primeras lecciones de humanidad las recibió Jesús en el entorno familiar. Este entorno no se redujo a José y a María; comprendía también a sus hermanos (si los tuvo), a sus primos, tíos y abuelos (sobre todo paternos). En una familia auténticamente israelita, la base de todo conocimiento y de todo obrar era la Biblia. Sin este trasfondo sería impensable el despliegue de la figura del hombre Jesús. Jesús fue mucho más allá que el AT en el conocimiento de Dios y del hombre, pero allí encontró las orientaciones que le permitieron descubrir al verdadero Dios. Debemos olvidarnos de espectacularidades externas y descubrir su infancia como la cosa más normal del mundo. Fue una familia completamente normal. Nada de privilegios ni protecciones especiales, ni ellos ni sus vecinos pudieron enterarse de lo que ese niño iba a ser, porque también él fue completamente normal. Es en esa absoluta normalidad donde tenemos que ver lo extraordinario, su vida interior y su cercanía a Dios que era lo que les mantenía unidos y entregados unos a otros, como soporte de la convivencia. Jesús fue un ser humano, aunque en esa humanidad se estaba manifestando la plenitud de la divinidad. Es Dios el que se hace hombre, no Jesús el que se hace Dios. Si a Jesús le hacemos Dios, nosotros quedamos al margen de ese acontecimiento. Si descubrimos que Dios se hace hombre, podré experimentar que se está haciendo en mí. Este es el verdadero mensaje del evangelio. Esta es la buena noticia que nos aportó Jesús. Meditación-contemplación Por encima de todo, el amor que es el ceñidor de la unidad. La familia es el marco más íntimo de relaciones humanas. Es, por tanto, el marco privilegiado de humanización. Ahí debe manifestarse y potenciarse nuestra plenitud humana. ...................... El amor que nos pide el evangelio es un amor efectivo. Las teorías y las ensoñaciones no llevan a ninguna parte. Mi relación con los 'próximos' manifiesta el grado de mi amor. Examinar esas relaciones en la clave de todo progreso espiritual. ....................... Dentro de mí, en lo hondo de mi ser, debo descubrir esa necesidad de amar. Los lazos familiares me ayudan a salir de mí e ir al otro. La familia es el mejor campo de entrenamiento para hacerme más humano. Si desaprovecho esa oportunidad, no llegaré nunca a amar. Siempre dentro de los "relatos de infancia", Mateo presenta a Jesús como el "nuevo Moisés". Si el primero condujo la liberación del pueblo, desde la esclavitud de Egipto hasta la "Tierra prometida", el segundo asegurará la liberación de la muerte, triunfando sobre ella.
Con ese interés, el autor del evangelio –siguiendo lo que constituía algo habitual entre los biógrafos de la época- quiere mostrar, ya desde su misma infancia, lo que será la vida y la misión de su biografiado. En realidad, este era siempre el "objetivo" de aquel tipo de relatos sobre la niñez de los personajes: no había que buscar en ellos "historia", sino intencionalidad en función del objetivo perseguido. Dicho en palabras más simples: ¿Qué signos de la infancia de un determinado personaje muestran lo que será después? Con el objetivo indicado –presentarlo como el "nuevo Moisés", el gran liberador del pueblo-, Mateo lleva a Jesús hasta Egipto. Si Moisés fue liberado "milagrosamente" de la mano del Faraón, que había ordenado la muerte de todos los hijos varones de los israelitas, Jesús también será liberado de la mano de un nuevo "Faraón", Herodes, que buscaba su muerte. Como Moisés, hará todo el recorrido desde el país del Nilo hasta la "Tierra prometida", mostrando así lo que será su misión: conducir al "nuevo pueblo" a la libertad definitiva. A partir del simbolismo del relato, y desde una perspectiva no-dual, el lector se ve "reflejado" en el mismo, al entender su propia existencia como un camino de liberación progresiva de todo aquello que suele mantenernos encerrados en la ignorancia y el sufrimiento. En un primer momento, puede brotar la pregunta más sencilla: ¿en qué consiste, en concreto, en este momento de mi vida, mi mayor esclavitud? ¿Qué es lo que me está quitando libertad? ¿Cuál habría de ser mi particular camino de "Egipto" hasta la "Tierra prometida"? ¿Por dónde me siento llamado/a a empezar? Solo la consciencia de nuestras "esclavitudes", acogidas desde la lucidez y la humildad, nos aportará la comprensión y la motivación necesarias para ponernos en camino, aunque eso suponga abandonar inercias que nos tientan a permanecer en lo ya conocido, antes que aventurarnos a una "travesía por el desierto", que provoca inicialmente sensaciones de inseguridad e incluso desamparo. La libertad requiere dejar atrás las rejas de la jaula de la ignorancia, la confusión y el sufrimiento. Y si bien podemos percibir múltiples manifestaciones de tal jaula, el origen de nuestro encierro –con todas las consecuencias que lo acompañan- no es otro que la creencia que nos lleva a considerarnos como "seres separados". Creerse "alguien separado" es el único "pecado" y la fuente de toda ignorancia. Porque tal creencia nos sitúa, desde el inicio mismo, en una percepción errónea. Desde ella, no podremos sino responder, también erróneamente, a cualquier cuestión que nos planteemos. Dicho de otro modo: si contesto equivocadamente a la pregunta "¿quién soy yo?", me confundiré igualmente cuando quiera saber qué es la vida, que es la muerte, quiénes son los otros, quién es Dios... Por todo ello, nuestro "Egipto" no es otro que la identificación con el yo, que nos lleva a reducirnos a la peor de las esclavitudes. La "Tierra prometida" no es otra que la Consciencia, nuestra verdadera identidad, el Territorio olvidado y con frecuencia oculto tras tantos "mapas" como nuestra mente fabrica. Al salir de ese "Egipto", nos iremos encontrando con todos y con todo. También con el propio Jesús, cuya identidad compartimos, porque no puede haber sino un único Territorio. De este modo, la adoración a Jesús –sin excluirse- se convierte en intimidad sin ningún tipo de fisuras. “Feliz Navidad, feliz Navidad, feliz Navidad, próspero año y felicidad” dice la canción. Y yo me pregunto, ¿feliz Navidad? ¿Seguro?
Me resulta difícil imaginar unas felices fiestas para los casi seis millones de parados, para esas 532 familias que son desahuciadas diariamente, para los doces millones de personas que viven en situación de pobreza, para los cuatro millones que no pueden pagar ni la luz ni la electricidad. ¿Próspero año nuevo cuándo cuatro de cada diez parados no reciben ningún tipo de ayuda económica? ¿Cuándo se calcula que más de un millón de personas no tienen qué comer o tres millones viven en la calle? Pero, ¡es Navidad! Olviden su presente: “Aquí está la navidad, pon tus sueños a jugar“. Y si no murieron de miedo tras ver el anuncio, qué mejor que comprar un boleto de la Lotería Nacional e invertir su dinero, aunque sea poco, en el juego. Millones de euros en premios. ¿Qué haría usted si le tocara el Gordo? Sueñe, aunque la probabilidad de que eso pase sea la de una entre cien mil. Y si no le tocó, tiene otra oportunidad con la Lotería del Niño o espere al año que viene y juegue de nuevo. Nos cuentan que la Navidad es amor, compartir, afecto, dicha, reencuentro. Es ese hijo que “vuelve a casa vuelve por Navidad“, si puede, como los turrones. O ese otro que aparece por sorpresa tras la puerta, extrañando el olor a café, “el aroma que nos une“. Como dice el anuncio: “Desde que empezó la crisis, más de un millón de jóvenes han tenido que abandonar el país”. Lo afirma la misma multinacional, que como muchas otras, precariza el empleo, nos deja sin trabajo, pero que ofrece a sus clientes coleccionar tickets de compra y entrar en un sorteo de 600 vuelos para “reencontrarte con tus seres queridos”, forzados a emigrar, para que vuelvan a casa porque es… Navidad. Y como son fiestas nos tenemos que sentir orgullosos de este país. Olvidemos la crisis. “Hazte extranjero nos dicen“, los que ya nos tienen acostumbrados cada año para estas fechas a apelar a nuestro corazón. Si el año pasado fue “El currículum de todos” el que, de la mano de Fofito, llamaba al “orgullo nacional” con los logros de la patria (desde los premios Nobel, a los ganadores de los Óscar hasta los Iaioflautas y la lucha antidesahucios -que el marketing no olvida a nadie) y el anterior apelaba a “Que los malos tiempos no nos quiten la sonrisa“, con los supuestos grandes de la comedia española reunidos ante la tumba de Miguel Gila, ahora llega el turno a la “marca España”. Crisis, ¿qué crisis? ¿Qué en el Estado español sea donde hay mayor desigualdad de toda la eurozona? ¿Que aquí los ricos ganen siete veces más que los pobres? ¿Qué una de cada cinco personas viva por debajo del umbral de la pobreza? No importa, como dice el anuncio, “que nada ni nadie nos quite nuestra manera de disfrutar de la vida”. Venga, ¡a estar contentos de que nos roben, desahucien, dejen sin empleo y sin ahorros! Spain is different. Disfruten de las fiestas, si pueden. Es Navidad. Para vivir el significado de la Navidad y la encarnación por: J. I. González Faus, teólogo12/26/2013 En los días navideños, la Iglesia propone en la liturgia de cada día una lectura de la primera carta de Juan. Es una elección muy acertada pues en ese texto hay algo fundamental para el cristianismo: nada como esa carta nos desentraña el significado de la encarnación: que Dios se hizo hombre para que le buscáramos entre los hombres y no en las nubes del cielo. Pero esa carta de Juan es un texto difícil por dos razones: una es su estilo semita, lleno de repeticiones, anticipos y vueltas atrás, ajeno a nuestra mentalidad occidental. Otra es nuestra ceguera como lectores: San Agustín avisaba de que “el corto entender nos coarta en esta carta” (Obras, BAC, XVIII, 239).
Una ayuda para comprender la carta de Juan puede ser el comentario de san Agustín, una de sus mejores obras. En este sentido proponemos aquí una breve selección de ese comentario. 1.- Del comentario de Agustín puede salir un impresionante canto al amor desinteresado. Veámoslo: “Amor, dulce palabra; realidad más dulce” (308). “El amor es la culminación de todo nuestro obrar; él es la meta y hacia él corremos” (351). “Cada cual es lo que sea su amor” (231). 2.- El amor es necesariamente activo, porque, en un mundo cruel como éste, cree Agustín, y pide: “que la caridad golpee tus entrañas” (percutiat viscera tua charitas 273). Por eso: “Nadie puede decir qué rostro tiene el amor. Sin embargo tiene pies y ellos llevan hacia la Iglesia, tiene manos y ellas socorren al necesitado; tiene ojos pues por ellos ves al indigente; tiene oídos y a ellos les dice el Señor: ‘el que tenga oídos para oír que oiga’” (305). 3.- Ese amor implica un olvido total de sí, incluso de nuestra inacabable necesidad de justificarnos: “en cuanto empiezas a no defender tu pecado, ya estás camino de la justicia” (249). 4.- Por eso puede decirse de ese amor que en él está todo. Y este es el significado pleno de la encarnación de Dios: “El que ama a su hermano ama a Dios. Es inevitable que ame a Dios, pues es necesario que ame al Amor mismo. ¿Acaso podría alguien amar al hermano y no amar al amor? Imposible. Y amando el amor ama a Dios. ¿Ya no recuerdas lo que antes decía: “Dios es Amor”? Pues si Dios es Amor, quienquiera que ame al amor ama a Dios. Por tanto: ama a tu hermano y quédate tranquilo: pues no podrás decir amo a mi hermano y no amo a Dios. Al revés: mientes, tanto si dices que amas a Dios y no amas a tu hermano, como si dices que amas a tu hermano y pretendes no amar a Dios. En resumen: si amas a tu hermano es preciso que ames el amor. Es así que el Amor es Dios. Luego quien ama a su hermano ama a Dios”[1] (342-43). [1] Mantengo la palabra Amor con mayúscula cuando se refiere a Dios, para eludir la ambigüedad de nuestras traducciones que no tienen palabras para la “agapê” griega. Pues traducir por amor conlleva el riesgo de nuestra identificación facilona entre amor y deseo. Pero traducir por caridad es proyectar en Dios la devaluación minimalista que nosotros hemos hecho de esa espléndida palabra (pues caridad empalma con el griego “charis” que alude a la gratuidad). Y traducir por solidaridad, que pudo ser hoy la palabra más expresiva, puede implicar una reducción grupal de la solidaridad, que la prive de su carácter universal. En el primer caso el amor haría menguar la libertad, en el segundo la igualdad y en el tercero la fraternidad. Por eso opto por Amor con mayúsculas. NB. Los textos citados están tomados del libro de González Faus: El rostro humano de Dios: de la revolución de Jesús a la divinidad de Jesús. capítulo 3º. Navidad, Navidad, dulce Navidad, los ángeles cantan y los pastores se vuelven a su majada tan muertos de hambre como vinieron. Parece como si los ángeles no se percataron de ese pequeño detalle y el Niño era demasiado pequeño para enterarse.
Pero le vino muy bien que sus padres fueran pobres artesanos y haber nacido en una cuadra. Le vino muy bien, porque ya desde el principio tuvo corazón de pobre, y se sintió bien toda su vida siendo pobre, y hasta llegó a decir "dichosos los pobres porque de ellos es el Reino". Más tarde fue creciendo, fue creciendo, palpó y sufrió la injusticia, la opresión, comprendió que su pueblo andaba "como ovejas sin pastor". No eran buenos pastores los políticos, ni los romanos ni el sanedrín. Todo se reducía a sacarles sus míseros dineros a los currantes, a los últimos, a los don nadie. Hasta el Templo bailaba a este son y se entretenía ofreciendo a su dios oro, incienso, bellas canciones y sacrificios, aprovechándose de la sumisión generosa y temerosa de la gente y engordando a su costa. Y un día se dijo: "esto no puede ser, los hijos de mi Padre se merecen más, mucho más". Y se echó a los caminos, a poner las cosas claras mientras arreglaba como podía los problemas de algunos miserables. Pero sabía muy bien que lo que fallaba era el sistema. Y no precisamente porque la organización política y económica estuviera mal, dirigida a hacer más ricos a los ricos y hundir más en la miseria a los más pobres... No sólo era eso. El problema estaba más adentro, en el corazón de piedra de los poderosos, en su asquerosa necesidad de poseer cada vez más, en la ausencia de honradez y de compasión, en el desprecio de los humildes. Descubrió que, para cambiar esto, el templo era inútil, más bien estaba al servicio del sistema. Ni la Ley de Dios bastaba, porque la habían acaparado los sabios doctores y la deformaban a su gusto, ni tenía ningún efecto la santidad de los fariseos, que sólo pensaban en ellos mismos, ni sería suficiente una revolución armada, porque eso siempre produce los mismos efectos: primero muchos odios, muchas muertes y más miseria, y después el retorno de lo mismo, en que sólo ha cambiado quiénes son los ricos, pero los pobres siguen siendo los mismos. Y lanzó una revolución, mucho más profunda: cambiar los corazones. Fue tan ambicioso que puso en marcha "el Reino de Dios", o sea una humanidad que viviera con los valores que le gustan a Dios, que no sólo creyeran en dios sino que le hicieran caso, y de corazón. Aunque acabaron matándole no fracasó. De él nació un movimiento contagiado de sus ideas: pobres, honestos, enganchados a su Proyecto, decididos a vivir a su estilo, que cambian el yo por el nosotros y quieren contagiarlo a todos. Nació la Iglesia y en muchas partes y tiempos humanizó fuertemente a la sociedad, aunque en otros momentos se fue olvidando de Jesús y se pareció cada vez más al Templo de Jerusalén, a los doctorees estériles, a los fariseos, hasta a los romanos opresores. Y mire usted por dónde, después de siglos de terribles errores, doctrinas filosóficas que poco se parecen a las parábolas, de esplendores imperiales y templos/palacios... de tantas otras aberraciones, la Iglesia despierta. Despierta desde abajo, desde los más marginados, desde los curas y monjas y catequistas, que tienen contacto y consciencia de la miseria y la injusticia. Su voz se hace tan fuerte que hasta resuena en las alturas del poder jerárquico y de la ciencia teológica: resuena en los sublimes e indigestos mensajes de los papas, en los formidables documentos de los concilios, y va madurando hasta hoy, cuando en lo más alto del poder eclesiástico vuelve a sonar, inmaculado como un niño y afilado como una espada, el mensaje de Jesús. No me resisto a copiar un párrafo de J.M. Castillo: "Yo leo y releo el Evangelio. Y lo que en él encuentro, en cada página de ese gran relato, es que el centro de las preocupaciones de Jesús no fue la religión del templo, sino el sufrimiento de la gente de la calle. Justamente, lo que no se cansa de repetir el papa Francisco. Este papa extraño que, de pronto, se ha hecho presente en la escena mundial. Para recordarnos a todos -empezando por el clero- que, por muy importante que sea la asignatura de religión en la enseñanza, es mucho más apremiante remediar el hambre y atender a la salud de niños, ancianos y enfermos". Lo dijo, más sencillo y más provocativo, el mismo Francisco: "Lo primero para los cristianos es que no haya niños muriendo de hambre. Después ya nos preocuparemos de nuestras diferencias doctrinales". Estoy seguro de que algunos (sabios y santos, desde luego) se habrán horrorizado, porque se habrán dado cuenta de que se pone el servicio al prójimo por encima del dogma. Lo harán porque nunca se han enterado de que hasta los mejores del Antiguo Testamento habían descubierto que "no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti y que en eso consiste toda la ley y los profetas" Navidad, navidad, dulce navidad. Buena Noticia para los últimos, para los que sufren, para los de abajo. Significa simplemente: mantened la esperanza, Dios está con vosotros. Mala noticia para los de arriba. Significa, alarmantemente: ¡cuidado!, Dios no está con vosotros. Preocupante noticia para la Iglesia. Significa ¿con quién estás? ¿con Jesús o con los que le crucificaron? Feliz navidad, hermanos. Desde la perspectiva de la tradición cristiana suele haber dos visiones distintas sobre la Navidad tal como la conocemos y vivimos en nuestras ciudades.
La primera es muy crítica. Supuestamente se celebra el nacimiento de Jesús pero en la práctica ese recuerdo se va olvidando para dejar paso a una pura fiesta de derroche, consumo y excesos. Sería necesario recuperar para los creyentes una fiesta que era suya y ahora ha caído en manos de las grandes superficies, con la seducción de sus ofertas y catálogos. La segunda visión aporta por el contrario una reflexión positiva. La celebración de la Navidad, tal como transcurre, es una manifestación de la fiesta, ese componente indispensable de la vida humana ("si la fiesta desapareciera"..., reflexionaba el desaparecido fundador de Taizé). Aun olvidando el origen cristiano, las fiestas navideñas son la expresión del sí a la vida que toda fiesta proclama. Sin duda hay derroche y excesos pero precisamente lo exuberante, lo excesivo, son componentes esenciales de la fiesta, que sin ella no existiría. Los posibles excesos no invalidan su fondo positivo. A ambos puntos de vista puede hacérseles reproches. Al primero hay que recordarle que la fiesta de Navidad vino a sustituir a una romana, la del sol invictus, es decir, la del solsticio de invierno. Hoy vivimos en sociedades laicas y multirreligiosas, en las que cada vez será más difícil que una sola religión imponga los días festivos y las celebraciones comunes. Poco a poco se irá reivindicando incluso el cambio del nombre: no se hablará ya de la Navidad sino de las fiestas de invierno. Acaso acompañado de lamentos y nostalgias, no parece que ese proceso sea evitable. Al dictamen más positivo, aun valorando su afán conciliador, se le puede objetar que acaba diluyendo una fiesta específicamente cristiana en el concepto general de lo festivo. ¿Qué queda del anuncio evangélico del nacimiento de Jesús? ¿será finalmente la fiesta de la venida de papá Noel, de la afirmación de la bondad hecha abuelo sonriente? Podemos acaso ensayar un punto de vista diferente. El teólogo alemán Johann Baptist Metz, adalid de la teología política, ha defendido el valor subversivo del relato frente a la razón puramente especulativa. Frente al concepto que disuelve todo en lo general, el relato recuerda los hechos y a quien en ellos han sufrido. El cristianismo, afirma, es una religión de relatos. Sin duda, cualquiera de ellos, aun cuando persista en la memoria, corre el riesgo de ser asimilado, de convertirse en una realidad cotidiana inofensiva. Pero el relato es testarudo y vuelve siempre a recordarnos las promesas no cumplidas y es siempre el testigo de las víctimas que la historia suele olvidar. Si volvemos ahora a la Navidad ¿qué clase de Navidad es la que echamos de menos? ¿La casera, familiar, llena de buenas intenciones para los cercanos? No hay nada que objetar a los buenos deseos que suele traer consigo ni a las palabras de cercanía o amistad ni a los gestos cariñosos. Pero lo cierto es que ellos hacen poca justicia al relato del nacimiento de Jesús. Porque en ese nacimiento Jesús comparte el desarraigo, la soledad, el rechazo y el abandono que son patrimonio de tantos seres humanos. Jesús no quiere sin duda amargarnos la fiesta. Sí en cambio viene a decirnos con quiénes debemos celebrarla. "Si sólo hacéis fiesta con los que os aman ¿qué mérito tenéis?". Aquel acontecimiento de la natividad fue una gran alegría para unos pobres pastores que dormían al raso. Los que hoy duermen al raso escasamente pueden escuchar una buena noticia. ¿Y qué hacer para que sea de otro modo? Parece humano añorar unas Navidades que en algunos de sus gestos podrían llamarse cristianas pero también aquí al que nos pida la capa hay que darle el manto. Que se queden con la franquicia de aquella Navidad. Nosotros procuraremos ser la buena noticia para los que están despiertos, para los que, a pesar de todos las contrariedades, aún no han perdido la esperanza de encontrar un Salvador. El papa Francisco nos ha hecho un valioso regalo de Navidad: su documento programático titulado "La alegría del Evangelio". Supone, en muchos aspectos, una revolución copernicana para la Iglesia. De tal manera, que los grupos eclesiales más conservadores lo han visto con suspicacia y con recelo. Un periódico italiano, "Il Foglio", escribía hace poco: "Este papa no nos gustas, está cambiando la religión. No toleramos sus palabras: "Yo creo en Dios, no en un Dios católico". La exhortación papal analiza los problemas de la sociedad actual y de la Iglesia católica. Señala unas lúcidas pistas para ir haciendo presente un mundo más justo y fraterno, combatiendo –señala Francisco- la "cultura del descarte", esto es, de la marginación y de la exclusión. Pretende, al mismo tiempo el impulsar una Iglesia de la misericordia y de la compasión, más de acuerdo con el camino abierto por Jesús.
Nosotros, los hispano hablantes, estamos de enhorabuena pues ha sido la primera vez en 2000 años de historia, en que un papa escribe directamente un documento en castellano, (con algún que otro modismo argentino). Francisco anima a todos, obispos y laicos, para que "apliquen con generosidad y valentía las orientaciones de este documento sin prohibiciones ni miedos" (nº 33). Porque este documento pretende "indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años" (nº 1). En este escrito Francisco nos dice que el hecho de que el Hijo de Dios se hace carne en cada Navidad, nos invita a todos a participar en "la revolución de la ternura", una expresión inédita en el lenguaje pontificio. Les trascribo varias frases textuales de las sugerentes palabras de Francisco en el nº 87 y 88 del documento que comentamos: "Hoy, que las redes y los instrumentos de la comunicación humana han alcanzado desarrollos inauditos, sentimos la necesidad de transmitir la mística del vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar en esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria...Salir de si mismo y unirse a otros hace bien....No tratemos de escapar de los demás hacia la privacidad cómoda... No olvidemos la dimensión social del Evangelio...El Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo de encontrarnos siempre con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos..., con la alegría que contagia un constante cuerpo a cuerpo..., a la reconciliación con la carne de los otros. El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invita a la revolución de la ternura". Sin duda, que hace un siglo, estas palabras habrían sido calificadas, por los cancerberos o guardianes severos de la ortodoxia vaticana, si no como heréticas, al menos como "piis auribus male sonanti", (escandalosas para unos oídos piadosos). Pero, gracias a Dios y a Francisco, las cosas van cambiando. ¡Qué buen programa para estas navidades y para el año que vamos a estrenar! Les deseo a todos una feliz Navidad, en la que tomemos impulsos para hacer más presente en nuestros ambientes "la revolución de la ternura". Estamos ya en el centro del misterio de la Encarnación. ¿Quién es Jesús? Hoy la clave nos la da Pablo: "Nacido, según la carne, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu, Hijo de Dios."
Pero hay otra frase en el evangelio de Juan todavía más esclarecedora; cuando Jesús propone a Nicodemo que hay que nacer de nuevo, dice: "lo que nace de la carne es carne; lo que nace del espíritu es espíritu". Lo cual quiere decir, que de la carne no puede surgir el espíritu, pero tampoco del Espíritu puede nacer la carne. Pablo considera normal la procedencia de la humanidad de Jesús, pero deja muy claro que lo importante es lo que hay en él de divino; y eso, sin duda ninguna, ha nacido del Espíritu. Los relatos "de la infancia" de Mateo y Lucas no son crónicas de sucesos, no son "historia" en el sentido que hoy damos a la palabra. Son teología narrativa. Marcos no sabe nada de la infancia de Jesús. Juan tampoco quiere saber nada de esas historias. La fuente Q tampoco hace alusión alguna a ellas. Por otra parte, los relatos de Mateo y Lucas solo coinciden en lo esencial. En los detalles, no se parecen el uno al otro en nada. Su intención no fue hacer una crónica de sucesos. Es ridículo tratar de determinar, desde nuestra manera de entender el mundo, si es verdadero o es falso lo que dicen. Todas esas afirmaciones tienen su verdad. El interés por la figura de Jesús empezó con su vida pública, y sobre todo, con la muerte-resurrección. Antes de eso, nada extraordinario sucedió en él que se pudiera descubrir desde el exterior. Nadie reparó en aquel niño. Para poder resaltar de una manera convincente lo que Jesús fue para los primeros cristianos, vieron la necesidad de hablar de las maravillas de su infancia, fue una necesidad de comunicación, para hacer creíble lo que ellos habían descubierto con tanta dificultad. Los conocimientos que hoy tenemos nos hacen pensar que la infancia de Jesús fue de lo más normal. Nadie pudo adivinar lo que después iba a manifestar con su vida. Sus padres lo trataros siempre como un niño normal. La mejor prueba de ello es que, cuando empezó a salirse de la norma, creyeron que estaba loco y quisieron impedírselo. Solo después de la experiencia pascual, se intentó explicar quién era Jesús, más allá de lo que se veía. El modo en que lo hicieron era lógico para ellos. Ni se engañaban ni quisieron engañar. Nos engañamos nosotros al entender literalmente el texto, dando al relato un sentido distinto al que ellos le dieron. En todas las culturas se ha intentado explicar la grandeza de unos personajes, contando historias sobre su nacimiento portentoso. De más de cuarenta personajes anteriores a Cristo, se dice, que han nacido de madre virgen. Esos datos no pretenden afirmar nada sobre sus madres sino sobre ellos. En todos los casos se habla de la infancia de esos personajes después de haber constatado que su vida sobrepasó lo que se puede esperar de un ser humano. Si lo que hace es más que humano, tiene que ser divino. Es una manera de hablar que todos entendían y que no causaba conflicto alguno. Los primeros cristianos, después de descubrir en la experiencia pascual lo que Jesús significaba para ellos, razonaron: Si de personas famosas se puede decir que son hijos de dios, de Jesús con mucha más razón. "María estaba desposada con José". El matrimonio, constaba de dos partes: el contrato y la boda. Lo importante era el contrato (desposorio). En la boda se celebraba la acogida de la esposa en casa del novio. María y José estaban casados a todos los efectos jurídicos. ¿Por qué ha tenido tan poca repercusión en nuestra religión este anuncio, comparada con la que ha tenido la Anunciación de María? El anuncio se hace a José. Vamos a dar un somero repaso al texto que acabamos de leer. "Antes de vivir juntos". Mateo quiere transmitirnos el origen divino de Jesús. Por dos veces lo dice sin rodeos. Todo lo que es y significa Jesús, es obra del Espíritu Santo. Pero, ¿creéis que eso queda explicado diciendo que Dios se hizo espermatozoide? El pensar que Dios garantiza su presencia en Jesús por vía biológica es una monstruosidad. Dios no puede manipular la materia biológica. Dios no tiene actos puntuales. En Dios ser y actuares la misma realidad. La presencia de Dios en Jesús, se manifiesta en lo humano, pero no se reduce a lo biológicamente humano. Lo divino es una presencia en Espíritu. "Por obra del Espíritu Santo". Dos veces hace Lc referencia al Espíritu. En los dos casos está sin artículo. Al traducirlo con artículo determinado, estamos empujando a entenderlo mal. "Pneumatos Agiou", hace referencia a Dios Espíritu (viento, aliento vital, fuerza, energía). Sería: "por obra de la fuerza de Dios". "Agiou" (Santo) tampoco coincide con nuestro concepto de santo; significa, más bien, separado, incontaminado, completamente distinto, y además separador y purificador. Apunta a una absoluta originalidad. Jesús no es obra de la casualidad, ni de una evolución progresiva, sino que responde a la presencia en él de Dios José, su esposo que era bueno." José es el centro del relato. Ni la palabra "bueno" ni la de "justo", traducen la riqueza del término griego. Significaría un israelita auténtico, temeroso de Dios y cumplidor de la Ley. Simboliza el "resto de Israel" fiel. María, para Mt, simboliza la nueva comunidad. En las dificultades que encuentran estos dos personajes, se está manifestando el conflicto que se vivía en tiempo de Mt, entre el judaísmo fiel al AT y la nueva comunidad asentada sobre la figura de Jesús. El origen divino simboliza la superioridad del NT. El encargo a José de recibir a María, está indicando que todo buen israelita debe aceptar la novedad, aunque cause problemas, porque es lo que Dios quiere. "El ángel del Señor", no es una naturaleza angélica como lo concebimos nosotros, sino la presencia misteriosa del mismo Dios. Es Dios mismo el que hace la invitación a dar el salto. Los judíos pueden sentirse seguros al abandonar lo antiguo y hacerse cristianos. "En sueño", es la manera normal de dirigirse Dios a los hombres en todo el AT. "Hijo de David". La referencia a David, deja bien clara la pertenencia al pueblo judío. José es el encargado de legitimar la transición. Se trata de deshacer toda posible prevención. "Tú le pondrás por nombre Jesús". Si conociéramos lo que significaba en todo el AT poner el nombre a una persona, descubriríamos la importancia que toma José en este relato. El nombre resumen de todo lo que va a ser una persona. El innombrable va a tener nombre, y la imposición de ese nombre va a depender del hombre José. Recordemos que en relato de Lc el nombre se le revela a María y ella será quien se lo imponga. "Para que se cumpliera la Escritura". Mt hace especial hincapié en el cumplimiento de lo anunciado por el AT. En el párrafo de Isaías citado, la palabra hebrea 'almâ, que significa joven, fue traducida de manera incorrecta por "párthenos" que significa (célibe, soltera, doncella, virgen). En hebreo hay una palabra (betûâ) que significa de manera precisa virgen, pero no fue la usada en el pasaje. El malentendido lo denunció ya Trifón (s II). Se refiere a la joven esposa de Acaz que va a tener su primer hijo, y que iba a suponer la salvación para el reino. Jesús será salvador, como aquel hijo fue la salvación. "Enmanuel (Dios-con-nosotros)". La ausencia de Dios era la causa de todos los males para Judá. Su presencia garantizaba que las cosas iban a ir bien. Jesús no será un enviado más de Dios. Al no tener padre humano, no tiene en la tierra nadie a quien imitar. Su modelo será exclusivamente Dios. Será Hijo porque en todo imita al Padre. Para nosotros es un lenguaje extraño, pero en aquella época, la referencia de un hijo al padre no se medía por lo biológico, sino por la capacidad del hijo para hacer lo que hacía el padre. "Constituido, según el Espíritu, Hijo de Dios". Pablo tenía muy claro la diferencia entre carne y espíritu. Nada que ver con la interpretación biológica que hemos hecho de la encarnación. Jesús nació de la carne; y nació del Espíritu. Lo que soy biológicamente me vine dado por la naturaleza. Lo que puedo llegar a ser espiritualmente me viene de Dios. Pero tengo que nacer del agua y del Espíritu. Nadie puede hacerlo por mí; ni siquiera el mismo Dios. El Espíritu ya está dentro de mí. Mi tarea es darle a luz; es decir, tomar conciencia de esa realidad y manifestarla en mi vida, para que la vean los demás. Ese proceso me llevará a la plenitud humana. |
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