Cuando los llamados "relatos de la infancia" se leen de una forma literal, no solo se llega a conclusiones infantiles, inasumibles para personas que han superado el nivel mítico, sino que se pierde toda la hondura y riqueza que contienen.
Por el contrario, cuando nos acercamos a ellos, no ya solo desde el simbolismo, sino desde una clave de lectura no-dual, nos regalan luz y sabiduría sobre nuestra verdadera identidad. El mensaje teológico que el relato parece querer transmitir es sencillo: Jesús es realmente Hijo de Dios y, como tal, no tiene otro padre que Dios mismo. El ángel –mensajero de Dios- advierte a José, que se hará cargo, legalmente, de la nueva familia. Al mismo tiempo, Mateo, siempre interesado en demostrar que los anuncios proféticos se realizan definitivamente en Jesús, utiliza el texto de Isaías, aplicándolo a su relato. Hasta aquí, teología cristiana, lógicamente en clave teísta. Pero, al acercarnos al texto desde una perspectiva no-dual, resulta profundamente evocador. Al Hijo se le llama "Emmanuel" ("Dios-con-nosotros"): se expresa en él la Unidad de todo lo Real, lo Invisible ("Dios") y lo manifiesto ("nosotros"). El nacimiento de una "virgen" quiere apuntar al origen "virginal" de todo lo que es, en el sentido de que trasciende –abrazándolo- el nivel de las formas. Por ello mismo, ese "Hijo" somos todos, es todo lo real. Tenemos una "forma" humana, en la que se está expresando, temporal y transitoriamente, lo que realmente somos –y hemos sido- desde siempre. La no-dualidad es el abrazo de lo invisible con lo visible, de nuestra forma concreta con nuestra identidad auténtica. No como una suma de dos entidades, sino como re-conocimiento de la unidad de lo Real. "Mi suelo y el suelo de Dios son el mismo suelo", repetía el gran místico cristiano, Maestro Eckhart. "Emmanuel" recoge bien esa "doble cara" de lo Real: el mismo y único "Suelo" (no podrían existir varios "suelos" de todo) manifestándose en infinidad de "formas". Pero "Emmanuel" solo puede nacer de una "virgen". Únicamente podremos re-conocer nuestra verdadera identidad cuando nuestra mente quede "virgen" de conceptos, juicios, etiquetas... La identificación con la mente nos reduce y reduce nuestra propia visión, hasta el punto de tomar como real lo que no son otra cosa que sus propias "interpretaciones". Al empezar a acallarla, empezamos a ver. El místico turolense Miguel de Molinos escribía en el siglo XVII: "Tres maneras hay de silencio. El primero es de palabras; el segundo, de deseos, y el tercero, de pensamiento... No hablando, no deseando, no pensando..., se oye la interior y divina voz; se le comunica la más alta y perfecta sabiduría". En el silencio de la mente, emerge la Presencia que somos y la consciencia de la unidad con todo. Porque lo que somos en profundidad es justamente aquello –y solo aquello- que queda cuando "dejamos caer" todo lo demás. No somos nada que podamos pensar ni sentir; nada que podamos objetivar. Eso son únicamente "formas" (objetos). Somos Eso que no puede ser pensado –consciencia pura-, pero que podemos vivenciar de modo directo, inmediato y autoevidente. En la tradición cristiana, Jesús es el paradigma de aquella unidad ("El Padre y yo somos uno") y, por tanto, espejo en el que todos quedamos reflejados. No se trata, por tanto, de "creer" en él, como un ser separado, sino de re-conocernos en la misma y única identidad compartida: somos Emmanuel.
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Mateo escribe su evangelio para judíos, específicamente para judíos fervorosos, del tipo espiritual de los fariseos, para mostrar que Jesús es el Mesías, que en Él se cumplen las promesas del Antiguo Testamento. Este texto muestra el nacimiento de Jesús como el cumplimiento de la profecía de Isaías. "Emmanuel" significa "Dios con nosotros".
"Jesús" significa "Dios salvador". Está claro por tanto que el texto muestra cómo todo lo que el Antiguo Testamento esperaba y prometía se cumple con la llegada de Jesús, el Hijo de David, el Mesías anunciado y esperado, el libertador de Israel. "Este evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras santas, se refiere a su Hijo". Esta es la interpretación del mismo Pablo acerca de toda la Escritura, y la leemos en dos sentidos: toda la escritura se encamina a Jesús: Jesús es Evangelio, Buena Noticia. Toda la escritura se encamina a Jesús A veces no tenemos en cuenta que los evangelistas presentan a Jesús con el lenguaje del Antiguo Testamento, con sus símbolos, sus imágenes. Esto pasa muy especialmente en Mateo, que escribe para judíos y presenta a Jesús como cumplimiento de la Promesa. En el texto de Mateo tenemos un hermoso ejemplo: como Isaías anunció el nacimiento del Rey Ezequías como salvador, se presenta a Jesús como salvador, como Emmanuel, incluso forzando el texto de Isaías para que diga "virgen". Mateo está empleando un viejo género literario, el de "la infancia del héroe". Es lo mismo que hizo el libro del Éxodo con Moisés: le aplicó un nacimiento prodigioso, tomado de otras literaturas, para mostrar que su destino era extraordinario, salvar al pueblo de la esclavitud. Hay que tener mucho cuidado con estos textos, porque nosotros tendemos siempre a entenderlos como simplemente históricos, que cuentan sin más lo que pasó, pero tienen mucho más sentido: son relatos llenos de teología, de mensaje sobre Dios. Mateo aplica a Jesús el texto de Isaías, mostrando con ello que Jesús no es un niño corriente, sino "obra del Espíritu". No pocas veces solemos conformarnos con una explicación biológica: la obra del Espíritu consiste en que un niño fue concebido sin intervención de varón. No basta. El sentido de los textos va más allá: Jesús es obra del Espíritu, su vida es así por el Espíritu que está en ÉL: su vida, su palabra, su muerte... obras del Espíritu. La concepción virginal, sin su profundo significado, no pasa de ser una curiosa anomalía biológica. En estos textos se está preparando la fiesta de Navidad y avivando nuestra fe en Jesús; no es simplemente que admiremos a un hombre extraordinario; es que en ese hombre extraordinario hemos llegado a ver una extraordinaria presencia del Espíritu de Dios; tanto, que hemos llegado a llamarle "El Hijo". Esta es una de las razones por las que debemos leer el Antiguo testamento; porque entendiendo su lenguaje podremos comprender a fondo lo que quieren decir los evangelistas. Sin embargo, debemos recordar siempre que tenemos que leer la Biblia con perspectiva. Nada de lo que se dice en todo el Antiguo Testamento es definitivo ni completo. Son caminos que van hacia la cumbre... algunos muy lejanos. Algunos ni se dirigen a la cumbre. Jesús no es un príncipe que salvará al pueblo de Israel de los asirios. Jesús no es Emmanuel como pudo serlo el rey Ezequías o David o Moisés. Jesús es el Hijo, el hombre lleno de la plenitud de Espíritu, en el que Dios se hace visible. Por eso es importante leer todo el Antiguo Testamento desde Jesús, y no al revés. El AT es admirable en muchas cosas. Y es incompleto en casi todas. La revelación de Dios ha sido progresiva. Israel ha ido entendiendo a Dios poquito a poco, y ha dejado en la Biblia un impresionante testimonio, una crónica de su descubrimiento de Dios. Desde la cumbre, desde Jesús, lo entendemos todo mucho mejor, porque Él es la luz plena, y todo lo anterior no eran más que grandes y pálidas lunas que anunciaban al sol. Jesús salva de los pecados Le pondrás por nombre, Jesús, el Libertador, el que salva al pueblo de sus pecados. Libres de nuestros pecados. ¿Estamos libres de nuestros pecados? Se ha interpretado a veces esto de manera simplemente jurídica: la deuda con Dios que significan nuestros pecados ha sido pagada por Jesucristo. Ahora ya podemos ser perdonados. Es tremendamente insuficiente. Es como si Dios cobrase a Jesús. Es como si Jesús fuese el bueno y Dios sólo el justo. Una imagen verdaderamente estrecha. Libres. Esta palabra nos llena la boca. Esto es lo que define al ser humano: puede elegir; es su grandeza y su riesgo. Desde la filosofía y desde nuestra sensibilidad actual, ser libre es lo más humano, lo más grande que tenemos. El Evangelio sin embargo va más adentro. No somos libres: somos esclavos de nuestros pecados. Nuestros pecados no son actos de desobediencia, sino tendencias, fuerzas, apetitos... Nos apetece lo que no nos conviene: somos como no queremos ser. Nuestros pecados nos impiden ser lo que queremos y actuar como queremos. El pecado se define siempre en la Biblia como Esclavitud. La Biblia presenta a Dios como Libertador. La primera liberación es La ley. "Haz esto y vivirás". El pecado nos mata. Cumplir la Ley nos libra de la muerte. Pero el Evangelio va más adelante, incluso desde el punto de vista de la sicología humana. Cuando deseamos, cuando elegimos, atendemos a lo que valoramos: elegimos algo porque nos parece bueno, conveniente, apetitoso. En nuestra libertad, en nuestra elección, hay un componente muy importante de información: en el pecado hay un componente muy elevado de error, de engaño: nos apetece lo que en realidad no merece la pena: nos fascina algo que nos perjudica: preferimos un placer inmediato antes que un bien duradero. Jesús revela cómo es Dios: y Dios es apasionante. Jesús ofrece al hombre una Misión: y la Misión es apasionante. Esta es al novedad de Jesús. La Ley pide sumisión: lo de Jesús es apasionarse. El pecado queda muy atrás, porque ya no atrae. Es el Reino el que nos libra de la atracción del pecado. Y hay más aún. No podemos ser tan ilusos que pensemos que nada más conocer el evangelio nos sintamos arrebatados por Dios y por la misión. Puede suceder, y así son las grandes conversiones, la de Pablo, la de Javier... Nosotros nos convertimos despacito, crecemos lentamente en nuestro conocimiento y en nuestro amor, la levadura va fermentando lentamente nuestra masa... Y nuestros pecados siguen ahí, y nos tientan. Queda en nosotros mucha masa aún sin fermentar. Y servimos a dos señores, y damos dos pasos adelante y uno atrás. Entonces nos sentimos traidores a Dios, indignos de la misión... Y es entonces cuando Jesús revela cómo es Dios con nosotros, pecadores: acogida permanente, vuelta a empezar sin cansarse, apoyo incondicional. Es el reino el que nos libra del miedo a ser pecadores, porque nos libra del miedo a Dios. El conocimiento de Dios y de la Misión nos libera de la atracción del pecado. El conocimiento de Dios nos libera del miedo al pecado. Lo más sorprendente de la revelación de Jesús sobre el hombre es que no cuenta con que seamos justos, santos. Cuenta con que somos pecadores, con que no sabemos nuestro destino y nos atrae el pecado. Cuenta con ello, y nos llama desde ahí. No se trata de justicia, de ser irreprochables ante Dios para poder darle cuentas de nuestra vida sin temor. Vivimos del perdón, no de nuestra justicia. Vivimos de enamorarnos de Dios, de entusiasmarnos con la misión. Eso nos saca del pecado, que ya no interesa, que sentimos como regresión, que nos va repugnando. Eso nos saca del miedo. Eso nos saca sobre todo de creernos santos, de ponernos como modelo ante los demás.... Es una revolución. Lo de Jesús es una revolución. Otro Dios, otro ser humano, otro modelo de vida, otro modo de religión. ¿Era esto, o esperábamos a otro?. Es momento de pensar muy seriamente si aceptamos eso. Eso es lo que viene en Navidad. Quizá nosotros esperamos otra cosa: Dios-Juez-Justicia quizá. ORACIÓN sobre el salmo 27 El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es el refugio de mi vida, ¿por quién he de temblar? Pero mi vida está llena de temores. Temo enfermar, temo ser pobre, temo fracasar, temo hacer el ridículo. Y me temo sobre todo a mí mismo, porque sé que me olvido de quién soy, me olvido de caminar, me dedico a construir una casa confortable aquí, como si fuese para siempre. Y sin embargo Aunque acampe contra mí un ejército, mi corazón no teme; aunque estalle una guerra contra mí, estoy seguro en ella. En mi vida no va a pasar nada que no pueda servirme para caminar hacia Casa. En mi vida todo puede ser iluminado por la luz de Dios. Será más o menos agradable, será más o menos duro. Pero la vida no es algo fácil ni agradable, para mí ni para nadie. Y cuento con Él para que sea válida. Una cosa he pedido al Señor, una cosa estoy buscando: morar en la Casa del Señor, todos los días de mi vida, para gustar la dulzura del Señor Sólo una cosa es necesaria, sólo una: que no me falte Señor tu santo Espíritu. Morar en tu casa, gustar de Ti, sentirme en tu casa. No pido que hagas mi vida más fácil, sino que hagas mi espíritu más fuerte. Que él me dará cobijo en su cabaña en día de desdicha; me esconderá en lo oculto de su tienda, sobre una roca me levantará. Encontrar una cabaña de pastores en medio de la ventisca. Estar escondido en tu propia tienda, mientras ronda el peligro. Estar de pie, seguro, en roca firme, sobre el campo inundado... Hace ya dos mil quinientos años que un hombre como yo oraba así. Y oraba bien, ya conocía a Dios y confiaba en Él No me abandones, no me dejes, Dios de mi salvación. Si mi padre y mi madre llegaran a abandonarme, el Señor siempre me acoge. Nunca me abandonaría mi propio padre. Mi madre... ni pensarlo. Aunque yo sea culpable, aunque todo sean evidencias contra mí, con mi madre podría contar siempre. Pero si ella fallara... Pues no, Dios es mi padre y mi madre, y ellos sólo me quieren porque se parecen de lejos a Dios. Este salmo nos puede enseñar bellos modos de orar. Si vamos de excursión y empieza una tormenta y encontramos un refugio, el corazón se eleva a Dios: Dios es así, mi refugio en la tormenta. Si trabajando en mi ordenador estoy en un apuro y un amigo me da la solución, mi espíritu se levanta y recuerdo: en los apuros de mi vida, es Dios quien me soluciona mis mayores problemas... Y así pueden hablarme de Dios tantas cosas. Abrir el paraguas, mirar un mapa de carreteras, beber un vaso de agua, dormir... Y es que todas las cosas son imagen de Dios, y todas pueden hacer que constantemente me esté acordando de Él. En todas partes se encuentra La Palabra. Éste es el último domingo de Adviento; se termina nuestro camino hacia la Navidad. Hemos recibido dos mensajes muy importantes: • Que el ser humano, y toda la humanidad, están sin terminar, van a algún sitio, deben construirse, eligen entre realizarse o fracasar. • Que el ser humano solo no llega a buen fin. Que su final está en Dios, y que Dios está también en el camino, como fuerza, como luz, como Espíritu, para que lleguemos. Ahora ya sabemos por qué es tan grande esta fiesta, ya sabemos la importancia de lo que viene. No viene la muerte, viene la Vida. No viene el juez, viene el Libertador. Viene la Gran Noticia que cambia nuestra vida. Viendo a Jesús nos vamos a enterar, de una vez por todas, del mensaje que cambia la vida entera: que Dios nos quiere, y que la vida es un Encuentro, repleto de esperanza y de sentido. Es arriesgado imaginar el prestigio futuro de Rouco Varela. Su final está siendo un calvario
Hace siete años, el 14 de diciembre de 2004, el Vaticano emitía un comunicado que parecía elevar a lo más alto del poder eclesiástico mundial (o sea, católico) al cardenal Rouco, entonces como ahora arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE). Juan Pablo II le nombraba miembro de un llamado Consejo de Cardenales para el estudio de los problemas organizativos y económicos de la Santa Sede, y suscitaba la impresión de que quería a su lado, en Roma, al prelado español, en completa comunión con el papa polaco. Rouco estaba a punto de terminar un segundo mandato al frente del episcopado y debía contar con los dos tercios de los votos para un tercer trienio. Solo el cardenal Tarancón había logrado superar esa barrera. Así que no era una temeridad imaginarlo en un alto cargo en la Santa Sede, desde donde pudiera seguir mandando en España, entonces la gran preocupación del pontificado romano. No sucedió y, como temían sus fieles, Rouco fue apeado meses después de la presidencia de la CEE por “un tal Blázquez” (así lo habían recibido como obispo de Bilbao: Juan Pablo II castigó su victoria congelándole en ese rango). Vinieron entonces tiempos de grandes tribulaciones. Frente a un líder débil al frente de la CEE, Rouco campó a sus anchas por la política nacional, empeñado en campañas para torcer el brazo del Gobierno de turno, en un proyecto restauracionista que, de nuevo en la presidencia episcopal en un tercer mandato que acaba ahora, no ha cosechado más que enemigos, deserciones o resentimientos. El último incidente es la ruptura con los obispos catalanes, severamente irritados con la corte mediática del cardenal presidente. Ni siquiera Tarancón ha mandado tanto como Rouco. Sus admiradores, que son legión, se remontan al cardenal Cisneros para encontrarle un par, o, como poco, al cardenal Ciriaco Sancha, que fue primado de Toledo, patriarca de las Indias, senador durante la Restauración y ya es hoy beato (desde 2009). En su tumba en la catedral de Toledo, de bronce, recibe flores a diario y figura este epitafio: “Vivió pobre y pobrísimamente murió”. Es arriesgado imaginar el prestigio futuro de Rouco. Su final de etapa está siendo un calvario poco beatífico. Se afanó en influir en el Gobierno de España, pero se va aislado por Roma, ninguneado por el Ejecutivo del PP y con el compromiso del PSOE de denunciar el Concordato de 1979 con la Santa Sede, harta la izquierda, incluso la católica, de los egoísmos políticos o económicos de la CEE. Después de 20 años en el arzobispado y tres trienios al frente del episcopado, él mismo reconoce que España es hoy un “país de misión”, acosado por múltiples enemigos, algunos exteriores pero muchos dentro de su fortaleza. No es pequeña su responsabilidad: si los pastores han fracasado, ha sido él quien seleccionó a la mayoría, como miembro de la pontificia Congregación encargada de proponérselos al Papa. Son legión los que le deben el cargo, incluido su sobrino Alfonso Carrasco Rouco, ahora prelado de Lugo. El ex presidente sudafricano Nelson Mandela, fallecido el pasado jueves a los 95 años, ha logrado este domingo en Sudáfrica lo que muy pocos consiguieron a lo largo de la Historia: que todos los credos aparquen sus diferencias por un instante y recen en memoria de una misma persona.
El Día Nacional para la Oración y la Reflexión, decretado por el Gobierno para honrar a Mandela, ha sido uno de los mayores ejemplos del legado de Madiba, la posibilidad de una convivencia sin muros raciales ni religiosos. En todos los templos de todas las religiones se ha rezado hoy por el alma de Mandela, en un ejemplo de ecumenismo y solidaridad en honor de un líder que supo trascender razas, credos e ideologías. Johannesburgo, paradigma del desarrollo africano y crisol de cultos, atestiguó esta proeza en cada uno de sus barrios, donde iglesias, sinagogas, mezquitas y templos oficiaron ceremonias en su honor. "Mandela fue un hombre extraordinario, que hizo mucho por nosotros durante una vida llena de logros y sacrificios. Hoy le honramos por todo lo que nos dio", dijo a Efe Chris Taylor, miembro de la parroquia anglicana de Santo Tomás, en el barrio residencial de Linden, donde los feligreses encendieron una gran vela en su memoria. Mientras tanto, en el antiguo gueto indio de Lenasia, la comunidad asiática sudafricana acudía a sus templos con Mandela en su listado de oraciones, y en el norte, en el acomodado suburbio de Bryanston, el presidente de Suráfrica, Jacob Zuma, se sumaba al homenaje religioso a Madiba en una iglesia metodista. "Mandela predicó y practicó la reconciliación" tras el desmantelamiento del régimen racista del "apartheid", que combatió durante gran parte de su vida, dijo Zuma, citado por la agencia de noticias sudafricana, Sapa. La parte más festiva, también con oficios religiosos pero con un carácter menos solemne, se vivió en el antiguo gueto negro de Soweto, donde el expresidente vivió durante quince años. Allí, en la famosa iglesia Regina Mundi, en la que el joven Madiba celebraba asambleas clandestinas junto a sus compañeros del Congreso Nacional Africano, el sacerdote Sebastian Rossouw, animó a sus fieles a encontrar un nuevo referente. "El mundo necesita otro Madiba. Él no puede ser el último", pidió Rossouw a una congregación donde los coloridos tejidos africanos vencieron a las prendas de luto. Fuera de la iglesia, una docente de Ingeniería hablaba con emoción del héroe que derrocó al régimen racista: "Nunca pensaba que los blancos llegarían a llamarme profesora". Danos, Dios bueno, entrañas de misericordia.
Inspíranos la conciencia colectiva, que nos anime a buscar, sin desesperar, el bien común, la comunión, la colegialidad, y el discernimiento como actitud cotidiana. Abre nuestra mirada y nuestros oídos, para darnos cuenta de tu salvación, y haznos saludables para los demás y para toda la creación. Departiendo animadamente una noche en Coyoacán con Fer y Andrea, me vinieron al corazón rostros y ecos importantes... Nuestro país, como nuestro planeta, padece severamente las consecuencias del egoísmo; es decir, del imperio del ego que hemos confundido con nuestro auténtico yo. El ego, nos hace creer que nuestra individualidad se pone en riesgo ante la comunión, que para estar "bien" necesitamos conseguir o retener bienes (que nos den placer corporal o psíquico). Nos creemos que somos ese ego voraz e insaciable de estímulos, logros, metas, poder, éxito. Nos divide y aleja de los demás y de lo demás... Hace que nuestra motivación central sea en primera persona del singular (mí, mio, mis, a mí, yo, para mí...). Eso trae como consecuencia que prevalezca en cada persona, entre las personas y en el planeta (incluyendo cada ecosistema), la división, la competitividad, la exclusión, el sinsentido, y todas las diferentes formas de violencia cuya consecuencia es la muerte. Sin embargo, crece la certeza de que hay más y más gente despertando... Dándose cuenta de que somos individualidad pero también y esencialmente colectividad. Dándose cuenta de que no existen esas fronteras que nos movían a guerras, no existen los enemigos ni siquiera los extranjeros, ni mucho menos los ajenos. Cada vez más gente se da cuenta de que todo es de todos (como canta Luis Guitarra), de que somos unidad (comunión aunque no fusión) y que sólo nos salvará el amor: dejar el ego y volver a ser quienes somos en verdad, dejar de buscar sólo el bienestar individual y buscar más el bien común, darnos cuenta del espíritu y vivir más desde él y menos desde la compulsiva búsqueda de estímulos pasajeros que no nos dan esa paz plenitud que necesitamos. Necesitamos cuidar la higiene psico-espiritual. (¡Si viviéramos parte de los mensajes y reflexiones que recibimos y compartimos mediante la red!). Practicar más momentos de silencio, respirar, comunicarnos más auténticamente, hablar más en primera persona del plural que del singular (más lo nuestro que lo mío), sentir más ternura y compasión, practicar mucho más la empatía en cada relación, meditar, orar, dar, compartir, sonreír, cuidar, comunidad, fraternidad, solidaridad... Misericordia!... Ser más quienes somos en realidad, imagen y semejanza divina... Aprender a estar más en el presente, siendo conscientemente, con atención. No es el presentismo del que algunos nos previenen. Aceptar con paz (que no es resignarse pasivamente) y echarle creatividad a la vida... Para ser... Recordar y comprender el pasado, sabiendo soltar, libres de la melancolía o el resentimiento al que muchas veces nos hemos hecho adictos. Agradecer y aprender... Para ser y estar... Prever y preparar el futuro, sí, sabiendo esperar (esperanza) pero no intentar vivir el futuro, soltar las expectativas que nos hacen sufrir. Vislumbrar con valentía y alegría... Para ser, estar y hacer con gratuidad lo que hacemos, lo que nos corresponde hacer, honesta y generosamente. Vivir culpando menos, vivir sin culpar a los demás, a nosotros mismos, a Dios. Vivir asumiendo más nuestra responsabilidad. Vivir expresando más y mejor lo que sentimos, pedir lo que necesitamos, ayudarnos mutuamente a empatizar. Escucharnos más... comprendernos mejor... Vivir viviendo de verdad, con amabilidad, muchas dosis de empatía, sentirnos menos víctimas y más protagonistas de la libertad... Soñar, y en grande, con sueños en los que quepa toda la humanidad... Trabajar con esfuerzo y celebrar con sencillez y austeridad. Cuidando de la vida y de toda criatura vida, sintiendo comunión. ¡Seamos saludables para toda la comunidad global desde nuestra sencilla y cotidiana realidad local! Preguntar, reflexionar, dialogar y actuar... ¡Manos a la obra ya! Acerquémonos a los demás, buscar comunidad... Hay mucho que hacer, muchos rostros que consolar y sanar, muchos corazones que despertar y liberar, mucha corruptela y egoísmo que extirpar, mucho pecado, mucha división, demasiada violencia de la que nuestro planeta necesitamos liberarnos. ¡Despertad ya quienes aún dormís! ¡No esperemos más... el hoy apremia! Desgastemos más energía en lo que realmente es importante y prioritario; no las ideologías ni ver quién tiene más razón y quién convence a quién, no ver quién se sale con la suya... ¡Seamos ya comunión! En todo esto, me siento en comunión con muchos más rostros; (hermanas y hermanos, maestros y maestras: Pilar, Miguel, Maria Antonia, Pepelu, Maripatxi, Alfonsos, Águila, Fer, Andrea, Roger, Javi, Bea, Luis, Mamen, Nico, Jorge, Paula, Edu, Maca, Paloma, Eduardo, Pepín, Ramón, Claudio, Javier, Jesús Iván, Fabián, José, Eckhart, Wiligis, Ken, Vicente, Enrique... ¡y tantos más!) ¡Agradezco cada encuentro feliz! ¡Que viva y reine el Espíritu Santo, y que seamos más plenamente quienes somos! Santidad, soy un barcelonés abandonado por su obispo, un obispo que vive de espaldas al Evangelio y a la ternura de Jesús, y que sólo busca mantenerse en el poder para acumular todavía más poder.
Somos muchos los que en mi ciudad no encontramos ningún refugio espiritual en nuestro obispo, cientos de miles de ovejas sin pastor que asistimos con desolación al tétrico espectáculo de ver cómo la mayoría de nuestras parroquias están cerradas todo el día y los seminarios trágicamente se vacían. Santidad, cada persona y cada rebaño necesitamos a nuestro pastor, alguien que nos ayude a estirar los dedos hasta tocar la cara de Cristo. El hombre sin espíritu es carne amontonada. Mientras nuestro obispo juega a repartir cargos para aferrarse al poder, miles de almas sin alimento ni guía se destensan, se desparraman, y cada vez estamos más solos, más alejados. Somos misterio y esperanza, y lo único que recibimos es tacticismo y burocracia. Somos la alegría de la Anunciación y un obispo agrio y desconfiado nos humilla con su desprecio y su cansancio. Reconozco y respeto el principio jerárquico, y la obediencia como valor cuando el poder se usa para concretar el deseo de un mundo mejor; pero lo que más minuciosamente hemos aprendido de Su Santidad en los intensos días de su papado es que el poder por el poder es una ofensa a Cristo, que contra el cinismo tenemos no el derecho sino el deber de rebelarnos, y que el Evangelio necesita ser proclamado. Santidad, con todo el respeto y con toda la humildad, y también con toda la inquietud y toda la ansiedad de tantos barceloneses que como yo nos sentimos abandonados, con las parroquias cerradas y nuestro pastor de espaldas; Santidad, con mi alma necesitada y el corazón en la mano, le pido un obispo que nos haga crecer en nuestra espiritualidad y en el Misterio de la Cruz, que nos acompañe en la alegría infinita de ser cristianos, que no tenga miedo de la verdad y no se esconda de ella en mediocres conspiraciones palaciegas. Somos un rebaño debilitado. La Iglesia en Barcelona tiene una presencia sombría y vulgar, como si el amor de Dios no salvara o María no fuera nuestra madre. Le imploramos, Santidad, un obispo que nos ame. Después de haber hablado de la vida pública de Jesús durante ocho capítulos, el evangelio de Mateo vuelve a hablar de Juan de una manera sorprendente. Mateo ya nos ha dicho quién es Jesús, pero Juan desde la cárcel no las tiene todas consigo.
La pregunta a Jesús es muy concreta, pero él responde a dos cuestiones muy distintas. De sí mismo responde de manera indirecta con lo que dice Isaías del Mesías. De Juan responde por su cuenta y riesgo, de una manera también sorprendente. La propuesta del evangelio de hoy es desconcertante. El Precursor dudando que el anunciado sea auténtico. ¡Cómo que Juan no sabía quién era Jesús! ¿No había dicho que no era digno de llevarle las sandalias? ¿No había dicho que su bautismo era sólo de agua, que él bautizaría con Espíritu Santo? ¿No había dicho que él era el que tenía que ser bautizado por Jesús? ¿No había visto al Espíritu bajar sobre él? ¿No había oído la voz del cielo: Este es mi Hijo amado? ¿A qué viene ahora la pregunta ingenua de, si es o no es, el que ha de venir? Está claro que este episodio tiene muy pocas probabilidades de ser histórico. Una vez más recordamos que los evangelios no son crónicas de sucesos. Aunque hacen referencia a hechos que sucedieron realmente, la intención al relatarlos es aclarar problemas teológicos. El tema que se propone hoy fue muy difícil de resolver para los primeros cristianos, que eran todos judíos. Su mensaje y su manera de comportarse, nada tenía que ver con lo que los judíos de su tiempo esperaban del Mesías. No se trata de hablar de Juan, cuanto de intentar que todos se den cuenta del significado de Jesús. Los evangelios nacen en una cultura oriental, completamente distinta de la cultura grecorromana donde se desplegó más tarde el cristianismo. En aquella cultura, la manera de comunicar verdades, era el relato. Contando una historia, se le dice al interlocutor lo que se le quiere comunicar. Nada que ver con la cultura grecorromana, que había desarrollado un lenguaje lógico, discursivo, racional, que por medio de silogismos accedía y comunicaba la verdad. Sigue siendo una catástrofe para la interpretación del evangelio que nos empeñemos en mirar como lenguaje lógico lo que no es más que un relato, y tomarlo como crónicas de sucesos históricos. En estos días de Navidad, da verdadera pena oír hablar de los pastores, de los reyes magos, de los inocentes, de los ángeles apareciéndose a los pastores o de las apariciones a María y a José, como historias reales, cuyo objetivo es comunicarnos lo que pasó. Y todo, sin hacer puñetero caso a los exegetas que llevan más de dos siglos diciendo que esa no es la manera adecuada de entender la Biblia. No sólo distorsionamos los textos, haciéndoles decir lo que no dicen; sino que nos quedamossin el verdadero mensaje, y esto es mucho más grave. Podéis imaginar lo que yo siento cuando veo a una persona salirse de la iglesia por oírme decir que esos relatos no son historia. "Contadle a Juan lo que estáis viendo". No les está diciendo que su misión sea curar a los inválidos. Lo que hace Jesús es recordar la manera de hablar de Isaías, para que Juan asocie lo visto con los tiempos mesiánicos. Ni todos los leprosos van a quedar limpios, ni todos los sordos van a oír (en realidad no llegan a una docena los milagros que nos cuentas los evangelios). Además, también dice Isaías que el lobo habitará con el cordero y la pantera se tumbará con el cabrito, que el desierto y el yermo se regocijarán, que se alegrarán el páramo y la estepa. Estas imágenes no tenemos más remedio que entenderlas como símbolos. ¿Por qué esperamos que los ciegos vean, los sordos oigan, cuando llegue el Mesías? ¿Por qué habla de ciegos, sordos, cojos, inválidos, leprosos...? Son colectivos objeto de marginación. El texto quiere decir que la llegada del Reino tendrá consecuencias para todos, pero sobre todo para los más desfavorecidos, que habían perdido toda esperanza. Quiere decir que el que acoja el Reino, saldrá de la dinámica de la opresión y entrará en la dinámica del servicio. Por cierto, entre los signos de la presencia del Mesías no hay ni un solo signo religioso: ni culto ni rezos ni sacrificios... Esto tenía que hacernos pensar. Los cristianos nos olvidamos con frecuencia que, para Jesús, lo primero es el hombre; incluso antes que el culto (Dios). La buena noticia que se anuncia a los pobres (que hemos olvidado los cristianos) es la noticia de que Dios es Abba para todos. La noticia de que la salvación viene de Dios y ya se la ha concedido a todos. La noticia de que Dios no va a pedirnos cuenta de nuestros pecados, sino que nos ha liberado ya de todos ellos. La noticia de que no son los sabios y entendidos los que descubrirán ese Dios sino los sencillos. La noticia de que no son los que detentan el poder, sea civil o religioso, los que están más cerca de Dios, sino los que lo sufren y padecen. La noticia de que no son los "buenos" los que encontrarán a Dios de cara, sino las prostitutas y los pecadores. Ni Juan ni los apóstoles estaban capacitados para entender a Jesús. Su figura no se ajusta al Mesías que ellos esperaban. Jesús rompe todos los moldes, desbarata todas las expectativas. Lo que aporta va en la dirección contraria de lo que esperaban. No viene a imponer nada, sino a proponer una dinámica de servicio. Su actitud de no-violencia, de no defenderse de los enemigos, de no destruir al adversario, escandaliza a todos, incluido a Pedro. No sólo no viene a imponer "justicia" sino que acepta la injusticia en su propia carne. De ahí la frase final de Jesús: "y dichoso el que no se escandalice de mí". El Reino no lo hacen presentes los ciegos o sordos o cojos curados, sino el que se preocupa de ellos. Solo los hechos en beneficio de los demás hacen presente a Dios. Seguimos escandalizándonos, porque la salvación que Jesús nos trajo no responde a la que nosotros seguimos esperando. Seguimos sin enterarnos de que el amor que predica Jesús es absolutamente eficaz si se hace vida, pero es completamente inútil si se queda en teoría. El amor nunca se pondrá al servicio de nuestro ego para conseguir seguridades o alcanzar provecho personal. El amor va siempre en dirección a los demás y se olvida de sí mismo. Nos empujará siempre a desprendernos de nuestro ego, potenciando la unidad con los demás. El amor compasivo es nuestra verdadera naturaleza. El egoísmo es nuestra destrucción. En contra de lo que solemos pensar, la inmensa mayoría de las miserias humanas no están a la vista. Todos estamos rodeados de carencias, más importantes que las estrictamente vitales como pueden ser alimento y vestido. La falta de alimento me puede matar biológicamente, pero la falta de amor (activo o pasivo) me mata como ser humano, y eso es mucho más grave. Todos necesitamos ayuda de los demás en mil aspectos, que ni siquiera queremos reconocer. Pero también yo puedo ayudar a todos los seres humanos que encuentro en mi camino. Cada uno necesitará algo distinto, pero puedo estar seguro de que todos esperan algo de mí. Entraré en la dinámica del Adviento cuando haga presente el Reino, no defraudando al que espera algo de mí. Meditación-contemplación ¡Dichoso el que no se sienta defraudado por mí! Todos nos sentimos de una u otra manera defraudados. La realidad no suele ser como nosotros la imaginamos, Y seguimos esperando que Dios arregle por fin las cosas. ........................... La preocupación inmediata por nuestro ser biológico puede impedir el descubrimiento de nuestro ser más profundo. Y arruinar nuestras posibilidades como seres humanos. La única manera de buscarla, es la meditación. ............... Hay que nacer de nuevo, decía Jesús a Nicodemo. Para nacer del Espíritu, hay que trascender lo puramente biológico. La perla que hay en nuestro interior, está escondida. Si no me pongo a buscarla con empeño, nunca la encontraré. Juan Bautista está en la cárcel. Ha increpado públicamente al rey Herodes por sus muchas maldades, y el rey lo ha encarcelado. Oye hablar de Jesús y le manda sus discípulos, muy probablemente para pasarle sus discípulos a Jesús, para que se vayan con él.
El episodio parece dudosamente histórico, más bien da la impresión de ser una composición del evangelista para mostrar la transición de Juan, el precursor, a Jesús, el que había de venir, el esperado. "¿Eres tú el que ha de venir?" Nos interesa la respuesta de Jesús, la prueba de que Él es el enviado: "los ciegos ven... y se anuncia a los pobres la Buena Noticia". Son "las señales del Reino", como lo anunciaron los profetas, como hemos visto en el texto de Isaías. El Reino de Dios es salud, curación, alegría de los pobres... Y si los ricos, los poderosos, los sabios esperaban otra cosa y se escandalizan, peor para ellos. Jesús ve que ya está siendo rechazado, como fueron rechazados los profetas, porque muchos que se dicen religiosos no aceptan a Dios como es, sino como a ellos les conviene que sea. Se escandalizarán de Jesús. (Este es el tema, el argumento básico, del cuarto Evangelio: "vino a los suyos, y los suyos no le recibieron", y un tema básico del evangelio de Marcos). Jesús aprovecha la ocasión para proclamar la grandeza de Juan: el último y más grande de los profetas: después de él, se acabó el destino de Israel, la preparación, la antigua Ley: después de Juan, el Reino de Dios. Dichoso el que acepte a Jesús, el que no se escandalice de Él. Hay una sutil tentación en estos textos, un drama profundo y una Estupenda Noticia. Todas las personas religiosas sufren esa tentación. Israel la sufrió y cayó en ella frecuentemente. "Dios está con nosotros, luego todo nos irá bien". Abundancia, éxito, fecundidad, felicidad, paz, alegría: ¿cómo no va a ser así, si está con nosotros el mismo Dios Libertador? ¿Cómo no nos va a librar del mal, de todo mal? Pero no es así. Sigue habiendo ciegos y cojos, y se pierden las cosechas, y hay enfermedades. Y es que "los ciegos ven" significa que Dios nos enseña para qué es la vida. "Los cojos saltan" significa que podemos caminar hacia la Vida. "Los enfermos se curan y los muertos resucitan" significa que salimos de nuestros pecados, esos pecados que nos matan, y recobramos la salud del espíritu, y salvamos la vida de la mediocridad y de la destrucción. Pero ¡qué fuerte es la tentación de pedir a Dios que haga las cosas a nuestro gusto, nos quite los males de esta vida, convierta esta vida en el Paraíso! El Reino de Dios se ha convertido en el Paraíso en esta vida. Y es que, si Dios no nos sirve para eso, ¿para qué nos sirve? Pues no, las enfermedades y la muerte son los pecados. Y los pobres son los pecadores. Son los pecadores los que reciben con gozo el Reino, no simplemente los que no tienen dinero. Y son los pecados los que desaparecen con la venida del Señor, no simplemente las enfermedades del cuerpo. Así que, de una vez para siempre, Dios no hará que nos toque la Lotería ni que encontremos trabajo, ni que se nos cure un cáncer ni que aprobemos unas oposiciones. No lo hará. Y es inútil que le pidamos todas esas cosas. La razón es muy sencilla: todas esas cosas pueden ser útiles o perjudiciales para nuestra salud, para nuestra salvación. Todas esas cosas pueden servirnos para nuestro destino o estropeárnoslo. Dios nos proporciona el modo de que todo lo de la vida, la salud y la enfermedad, la riqueza y la pobreza, el éxito y el fracaso, nos valgan para La Vida. Pero, por encima de todo, Dios nos saca del pecado, sobre todo del Primer Pecado, el pecado más original y radical de todos: vivir sólo para esta vida, como si pudiera ser eterna, como si no hubiese más. La tentación es aún más descarada para los que piensan en la religión como una presencia del Poder de Dios. Dios está aquí, nosotros somos sus representantes, luego nosotros tenemos poder, nosotros somos el poder de Dios en la tierra. Tentación de sacerdotes, de jefes de religiones. Como visires de su majestad, como secretarios del Jefe. Tentación de convertir la salvación en poder, de entregar la religión a los poderosos, a los sabios, a los ricos. El Reino de Dios se ha convertido en el reinado de los sacerdotes, en el poder de la Iglesia. De la misma manera, la Iglesia y sus jefes no tienen poder alguno sobre el mundo. Su único poder es el que mostró Jesús: servir a todo el mundo, ofrecer la palabra, ponerse de rodillas a los pies de todos, como un esclavo, y lavarles los pies. Y, en lo más íntimo de mi conciencia, yo no soy superior a nadie por el hecho de haber recibido tanta Palabra de Dios. Yo sólo soy un mensajero; y muy mal mensajero, porque mis propios pecados y mi mediocridad oscurecen la Palabra que se me ha entregado. Nuestro drama, una vez más, es que nosotros "esperamos a otro". También los judíos "esperaban a otro". Esperaban al restaurador de la gloria del reino de Judá. Y se escandalizaron de Jesús, y lo rechazaron. Nosotros hacemos lo mismo. Oramos a Dios pidiéndole cosas que juzgamos importantísimas: y como no lo conseguimos, renegamos de Dios. "Estamos tirados, Dios no escucha". ¿Por qué no escuchamos nosotros a Dios? Pero nosotros estamos empeñados en que Dios nos sirva para hacer esta vida más confortable. Y a Dios eso no le interesa. Pero, más aún, el drama es que nosotros no esperamos más que lo que vemos: vemos las religiones como alardes del poder de Dios, a cuyas leyes ha de someterse todo mortal, alardes de infalibilidad de los imprescindibles sacerdotes; vemos las religiones como cosa de cultos, de importantes... y no nos atrevemos a esperar nada más. Por eso, somos incapaces de aceptar la Estupenda Noticia: que Dios es de los pobres. El revolucionario anuncio de Jesús, con sus palabras y con sus hechos, es que ni los ricos ni los sacerdotes ni los sabios ni los puros tienen preferencia alguna ante Dios. Más aún, que el corazón de Dios se inclina irremediablemente hacia los otros, los marginados, los desafortunados, los impuros. Que Dios no es justo, sino descaradamente parcial en favor de sus hijos más necesitados. Que Dios está con los últimos. "La Buena Noticia se anuncia a los pobres" es una estupenda revolución de Jesús, porque la religión parecía ser siempre cosa de ricos, de poderosos, desde el poder y la riqueza. Su ejemplo perfecto es el Templo, mármoles, oros, cedro, incienso carísimo, manadas de reses sacrificadas, cánticos sublimes, personajes vestidos de reyes celestiales, poder, gloria, ostentación verdad infalible, presencia de Dios en el esplendor y la sabiduría... Jesús no es así, ni su Dios es así, ni es ésa su gente. La gran Noticia es que Dios es de todos, de todos los que le necesitan, de todos los que quieran aceptar esa Noticia. "La Buena Noticia se anuncia a los pobres" es una buena noticia, porque siempre había sido cosa de ricos... hasta que llegó Jesús. Y ésa es la señal que Jesús da a Juan: ¿os sirve esa señal? Dichosos vosotros si esa señal no os escandaliza. Las lecturas de este domingo, por tanto, nos llevan a temas completamente básicos, y, entre ellos, el más fundamental: si aceptamos a Jesús tal como es, o nos inventamos otros, como a nosotros nos gusta. Es un tema crucial, que define toda la espiritualidad del Adviento: buscar a Jesús, como Él sea. Abrirnos a Dios, como venga. El Libertador no viene a darnos gusto, sino a liberarnos; el problema está en que a nosotros nos gustan las cadenas. Pero llega el Señor, el Libertador. De muchas cosas nos tiene que liberar el Señor: la primera, sin duda, de nuestro deseo de que esta vida se convierta en el Paraíso por la fuerza milagrosa de Dios. Y la segunda, quizá más fuerte, de nuestra religión, de lo que nosotros hemos hecho con La Palabra. PARA NUESTRA ORACIÓN Esperamos a otro. Los judíos pedían milagros para creer en un mesías rey poderoso. Jerusalén, capital de las naciones, todos los pueblos vendrán en procesión a nuestro santo Templo. Los griegos exigían sabiduría. ¿Cuál fue el origen del Cosmos? ¿Cuándo será el final de nuestro mundo? ¿Cuáles son las fuerzas que mueven las estrellas? Dios nos dará respuesta. Yo exijo menos. Sólo quiero que Dios me cuide. Que me libre del mal, de la pobreza, del cáncer, del dolor, de la vejez de la tristeza y de la soledad. Y que me escuche cuando yo le hablo, y que se note que está ahí, que yo sienta su ayuda cuando le ruego. Y es verdad que yo tengo derecho a pedirle a mi padre todo lo que yo quiero, porque para eso soy hijo. Pero es también verdad que mi padre tiene el deber de darme solamente lo mejor. Y esta es mi fe. Gritarle siempre todo lo que ansío, pedirle que me libre de todo lo que yo creo que es mal, es mi derecho, y es mi modo de expresar ante Él que creo que me quiere y que me cuida... Y esperar siempre sólo la fuerza de su Espíritu. No espero más, pero siento la certeza absoluta de que su fuerza está en mi vida y me hace caminar, orar, creer, que me libera del mal de mis pecados y me atrae hacia Él. No espero a Otro, no, no soy tan necio como para inventarme mi dios a mi medida, a la medida de mi mente pequeña, de mis deseos, siempre tan estrechos. Aunque he de confesar en tu presencia que suelo ser tan necio que no escucho tu voz y no me entero de lo que Tú me pides. Y escucharte... ¡eso sí que sería mi vida! Las relaciones entre los discípulos de Juan y los de Jesús no parece que fueran fáciles. Quizás no tanto porque presentaran "proyectos" demasiado diferentes, cuanto por la necesidad (egoica) de ser "más importante" o, simplemente, de "tener razón". Para los primeros, el Bautista era "superior" a Jesús, porque había sido su maestro; para los segundos, Juan no era sino el "precursor" del Mesías.
La polémica, que se prolongaría durante varios decenios, debió de ser de tal envergadura que aparece como trasfondo de todos los evangelios, siempre que se aborda esta cuestión. En el texto que leemos hoy, Mateo parece que quiera mediar para "equilibrar" la discusión. Si bien, por un lado, muestra a Jesús como Mesías, haciendo que Juan (sus discípulos) se cuestione(n) sobre ello, por el otro, dedica uno de los mayores elogios a la figura del Bautista. El tema de la "duda" acerca del mesianismo de Jesús le sirve a Mateo para un doble fin. De una parte, para presentar a Juan interesándose por Jesús en cuanto el Mesías esperado. De otra, para incidir expresamente en lo que caracterizaba el mesianismo del maestro de Nazaret. Parece indudable que el comportamiento de Jesús suscitó reacciones escandalizadas, sobre todo del lado de los judíos más religiosos, así como de sus autoridades. Frente a tales reacciones, Mateo remite a los hechos: "Los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia". Con una advertencia significativa: "¡Dichoso el que no se sienta defraudado[escandalizado] por mí!". La respuesta de Jesús no contiene ninguna explicación o justificación verbal; tampoco elabora ninguna teología, sino que muestra, sencillamente, una acción liberadora, al servicio de la vida y de las personas. La alusión a los que se sienten defraudados (escandalizados) parece decisiva. Es probable que el motivo del escándalo fuera precisamente la imagen de Dios que presentaba Jesús. Una persona religiosa se siente fácilmente defraudada cuando ve puestas en cuestión sus creencias o su propia imagen de Dios. Con la mejor intención, e incluso de buena fe, la persona religiosa llega fácilmente a identificar a Dios con el modo como ella lo entiende. Debido a esa identificación –que se produce de modo inconsciente-, es frecuente que quien ve cuestionadas sus creencias llegue a la conclusión de que el autor de tales cuestionamientos está necesariamente en el error. Los humanos tenemos una tendencia tan espontánea como arraigada que nos lleva a creernos nuestros pensamientos. De hecho, esa es una de las mayores causas de sufrimiento: creernos lo que pensamos (creer que lo que pensamos es verdad). Frente a semejante engaño, creo advertir que se empieza a reconocer que los pensamientos no pueden ser "verdaderos", sino únicamente "etiquetas" que coloca nuestra mente sobre la realidad. Dicho con propiedad: los pensamientos son solo "puntos de vista", que pretendenapuntar hacia lo Real, hacia la Verdad, pero sin alcanzarla nunca. El sabio tailandés Ajahn Chah lo expresaba de este modo: "Tenéis un montón de puntos de vista y opiniones sobre lo que es bueno y lo que es malo, lo correcto y lo incorrecto, sobre cómo deberían ser las cosas. Os aferráis a vuestros puntos de vista y sufrís mucho. Solo son puntos de vista, ¿sabéis?". La Verdad no puede pensarse; únicamente, vivirse. Y es entonces, cuando eres verdad –no porque pienses que posees la verdad-, cuando la conoces. El relato termina, como decía más arriba, con un encendido elogio de la figura del Bautista, de quien se llega a decir que es "más que profeta", "el mayor nacido de mujer". De hecho, en los textos evangélicos es fácil advertir una tendencia a "cristianizar" a Juan, al que hoy la Iglesia venera como santo. Pero al letrado que es Mateo le interesa subrayar la novedad del Reino, que constituye uno de sus temas preferidos: "Os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los maestros de la ley y los fariseos, no entraréis en el reino de los cielos" (Mt 5,20). Por eso, tras el elogio al Bautista, se apresura a añadir que "el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él". Con estas palabras, quiere subrayar la inusitada novedad del mensaje de Jesús. La coherencia de la lucha contra el racismo y el apartheid, no doblegada por 27 años de cárcel y una vida previa de discriminación por la elite gobernante en Sudáfrica.
La obstinación de la resistencia al poder y la violencia ejercida con su persona y su pueblo. La convicción de la lucha por la igualdad y la libertad. Que la igualdad solo es posible desde la hegemonía popular. Qué la UNIDAD de la Nación y el Pueblo solo se podía conquistar desde el ejercicio de la soberanía popular en la lucha cotidiana de millones; en el gobierno logrado; y que desde allí se disputaba y se disputa el poder, una asignatura aún pendiente en Sudáfrica. Una lección importante luego de muerto y ante el elogio de los poderosos es que los Pueblos del mundo no debemos permitir que nos expropien el símbolo de MANDELA. Mandela nos enseñó con el ejemplo de su inclaudicable lucha que toda consideración hacia el otro parte del auto-reconocimiento de los propios derechos y de la lucha por ellos. La protesta y la crítica a la desigualdad del sistema colonial y el capitalismo constituyen el eje desde el que MANDELA construye su referencia para los pueblos del mundo. Mandela es ejemplo para generaciones de luchadores por la emancipación social. Mandela fue expresión de la construcción de una subjetividad consciente en la lucha por la emancipación. La lección principal es su vida y su lucha |
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