Comenzamos un nuevo año litúrgico, preparándonos, como siempre, para celebrar la Navidad. La primera lectura promete la venida de un descendiente de David que reinará practicando el derecho y la justicia y traerá para Judá una época de paz y seguridad. El evangelio anuncia la vuelta de Jesús con pleno poder y gloria, el momento de nuestra liberación. ¿Cómo se explica la unión de estas dos venidas tan distintas? Lo intentaré con la siguiente historia.
La esposa del astronauta y la Iglesia Un día la NASA decidió una misión espacial fuera de los límites de nuestro sistema solar. Una empresa arriesgada y larga que encomendaron al comandante más experimentado que poseía. Cuando se despidió de su mujer y sus hijos, la familia pasó horas ante el televisor viendo como la nave se alejaba de la tierra. Los niños, pequeños todos ellos, preguntaban continuamente: “¿Cuándo vuelve papá?” Y la madre les respondía: “Vuelve pronto, no os preocupéis”. Al cabo de unos meses, cansada de escuchar siempre la misma pregunta, decidió organizar una fiesta para celebrar la vuelta de papá. Fue la fiesta más grande que los niños recordaban. Tanto que la repitieron con frecuencia. La llamaban “la fiesta de la vuelta de papá”. Pero la inconsciencia de los niños creaba una sensación de angustia en la madre. ¿Cuándo volvería su marido? ¿El mes próximo? ¿Dentro de un año? “La fiesta de papá”, que podía celebrarse en cualquier día del mes y en cualquier mes del año, se le convirtió en una tortura. Hasta que se le ocurrió una idea: “En vez de celebrar la vuelta de papá ‒dijo a los niños‒ vamos a celebrar su cumpleaños. Sabéis qué día nació, así que no me preguntéis más cuándo vamos a celebrar su fiesta. A la iglesia le ocurrió algo parecido. Al principio hablaba de la pronta vuelta de Jesús, la que menciona el evangelio de este domingo. Pero esa esperanza no se cumplía, y la iglesia pasó de celebrar su última venida a celebrar la primera, el nacimiento. Sin embargo, no ha querido olvidar la estrecha relación entre ambas venidas, y así se explica que encontremos textos tan distintos. De reyes inútiles y canallas a un rey justo (Jeremías 33, 14-16) Para comprender esta lectura hay que recordar la trágica historia de los últimos reyes judíos. Josías, del que tanto se esperaba a nivel religioso y político, murió en la batalla de Meguido luchando contra los egipcios (609). Su hijo, Joacaz, fue deportado a Egipto al cabo de tres meses de reinado. Le sucede Yoyaquim/Joaquin (608-598), al que el profeta Jeremías condena por sus terribles injusticias. Mientras tanto, el dominio internacional ha pasado de Egipto a Babilonia. Nabucodonosor deporta a Joaquín/Jeconías (598-597) y nombra rey a Matanías, cambiándole el nombre por el de Sedecías, que significa “Yahvé es mi justicia”. Este nombre parece una broma, un insulto. ¿De qué justicia habla Nabucodonosor? ¿Qué se puede esperar de un fantoche impuesto por el babilonio? Y la gente se preguntaría: ¿de qué sirve la promesa hecha por Dios a David de una dinastía eterna? ¿Para qué queremos un descendiente de David, si todos los reyes son inútiles o sinvergüenzas? En este contexto se entiende la promesa hecha por Dios a Jeremías de un rey que se llamará “Yahvé es nuestra justicia”. Un monarca cuyo mismo nombre expresa la estrecha relación de Dios con todo el pueblo, y que salvará a Judá y Jerusalén mediante un gobierno justo. Frente a la angustia y la incertidumbre, implantará la tranquilidad. Lo fundamental es la idea de un monarca que procura el bienestar del pueblo. En el contexto del Adviento, esta lectura nos recuerda que Dios no se desentiende de los graves problemas políticos y sociales de la humanidad. El amor como preparación a la Navidad (1 Tesalonicenses 3, 12- 4,2) Lectura brevísima, pero muy importante: indica con qué espíritu debemos vivir siempre la vida cristiana, en especial estas semanas del Adviento: amor mutuo entre los cristianos y amor a todo el mundo. Esperar y preparar nuestra liberación (Lucas 21, 25-28. 34-36) El evangelio comienza con las señales típicas de la literatura apocalíptica a propósito del fin del mundo (portentos en el sol, la luna y las estrellas) que provocan en las gentes angustia, terror y ansiedad. Pero el evangelio sustituye el fin del mundo con algo muy distinto: la venida de Jesús con gran poder y gloria; y esto no debe suscitar en nosotros una reacción de miedo, sino todo lo contrario: “cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación”. A continuación, nos dice el evangelio cómo debemos esperar esta venida de Jesús. Negativamente, no permitiendo que nos dominen el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de la vida. Positivamente, con una actitud de vigilancia y oración.
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Es muy importante que tengamos una pequeña idea del momento y del motivo por el que se instituyó esta fiesta. Fue Pío XI en 1925, cuando la Iglesia estaba perdiendo su poder y su prestigio acosada por la modernidad. Con esta fiesta se intentó recuperar el terreno perdido ante un mundo secular, laicista y descreído. En la encíclica se dan las razones para instituir la fiesta: “recuperar el reinado de Cristo y de su Iglesia”. Para un Papa de aquella época, era inaceptable que las naciones hicieran sus leyes al margen de la Iglesia.
Ha sido para mí una gran alegría y esperanza el descubrir en una homilía sobre esta fiesta del papa Francisco, una visión mucho más de acuerdo con el evangelio. Pío XI habla de recuperar el poder de Cristo y de su Iglesia. El papa Francisco habla, una y otra vez, de Jesús y su Iglesia poniéndose al servicio de los más desfavorecidos. No se trata de un cambio de lenguaje sino de la superación de la idea de poder en el que la Iglesia ha vivido durante tantos siglos. El cambio debía ser aceptado y promovido por todos los cristianos. El contexto del evangelio, que hemos leído, es el proceso ante Pilato, a continuación de las negaciones de Pedro, donde queda claro que Pedro ni fue rey de sí mismo ni fue sincero. Es muy poco probable que el diálogo sea histórico, pero nos está transmitiendo lo que una comunidad muy avanzada de finales del s. I pensaba sobre Jesús. Dos breves frases puestas en boca de Jesús nos pueden dar la pauta de reflexión: “mi Reino no es de este mundo” y “yo para eso he venido, para ser testigo de la verdad”. ¿Qué significa un Reino que no es de este mundo? Se trata de una expresión que no podemos “comprender” porque todos los conceptos que podemos utilizar son de este mundo. ¿En qué estamos pensando los cristianos cuando, después de estas palabras, nombramos a Cristo rey, no solo del mundo sino del universo? Con el evangelio en la mano es muy difícil justificar el poder absoluto que la Iglesia ha ejercido durante siglos. Tal vez encontremos una pista en la otra frase: “he venido para ser testigo de la verdad”. Pero solo si no entendemos la verdad como verdad lógica (adecuación de una formulación racional a la realidad) sino entendiéndola como verdad ontológica, es decir, como la adecuación de un ser a lo que debe ser según su naturaleza. Jesús siendo auténtico, siendo verdad, es verdadero Rey. Pero lo que le pide su verdadero ser (Dios) es ponerse al servicio de todo aquel que le necesite, no imponer nada a los demás. No se trata de morir por defender una doctrina. Se trata de morir por el hombre. Se trata de dar testimonio de lo que es el hombre en su verdadera realidad. El “Hijo de hombre” (único título que Jesús se aplica a sí mismo), nos da la clave para entender lo que pensaba de sí mismo. Se considera el hombre auténtico, el modelo de hombre, el hombre acabado, el hombre verdad. Su intención es que todos lleguen a identificarse con él. Jesús es la referencia para el que quiera manifestar la verdadera calidad humana. Pilato saca afuera a Jesús, después de ser azotado, y dice a la multitud: “Este es el hombre”. Jesús no solo es el modelo de hombre y exige a sus seguidores que respondan al modelo que vean en él. Jesús dice soy rey, no dice soy el rey. Indicando así que todo el que se identifique con él será también rey. Esa es la meta que Dios quiere para todos los seres humanos. Rey de poder solo puede haber uno. Reyes servidores debemos ser todos. No se trata de que un hombre reine sobre otro, sino de un Reino donde todos se sientan reyes. Cuando los hebreos (nómadas) entran en contacto con la gente que vivía en ciudades, descubren las ventajas de aquella estructura social y piden a Dios un rey. Los profetas lo interpretaron como una traición (el único rey de Israel es Dios). El rey era el que cuidaba de una ciudad o un pequeño grupo de pueblos. Era responsable del orden; les defendía de los enemigos, se preocupaba de los alimentos, impartía justicia... El Mesías esperado siempre respondió a esta dinámica. Los seguidores de Jesús no aceptaron un cambio tan radical. Solo en este contexto podemos entender la predicación de Jesús sobre el Reino de Dios. Sin embargo el contenido que él le da es más profundo. En tiempo de Jesús, el futuro Reino de Dios se entendía como una victoria del pueblo judío sobre los gentiles y una victoria de los buenos sobre los malos. Jesús predica un Reino de Dios del que nadie va a quedar excluido. El Reino que Jesús anuncia no tiene nada que ver con las expectativas de los judíos de la época. Por desgracia tampoco tiene nada que ver con las expectativas de los cristianos hoy. Jesús, en el desierto, percibió el poder como una tentación: “Te daré todo el poder de estos reinos y su gloria”. En Jn, después de la multiplicación de los panes, la multitud quiere proclamarle rey, pero él se escapa a la montaña, él solo. Toda la predicación de Jesús gira entorno al “Reino”; pero no se trata de un reino suyo, sino de Dios. Jesús nunca se propuso como objeto de su predicación. Es un error confundir el Reino de Dios con el reino de Jesús. Mayor disparate es querer identificarlo con la Iglesia, que es lo que pretendió la fiesta. La característica fundamental del Reino predicado por Jesús es que ya está aquí, aunque no se identifica con las realidades mundanas. No hay que esperar a un tiempo escatológico, sino que ha comenzado ya. "No se dirá, está aquí o está allá, porque mirad: el reino de Dios está entre vosotros”. No se trata de preparar un reino para Dios, se trata de un reino que es Dios. Cuando decimos “reina la paz”, no estamos diciendo que la paz tenga un reino. Se trata de hacer presente a Dios entre nosotros, siendo lo que tenemos que ser. Cualquier connotación que el título tenga con el poder tergiversa el mensaje de Jesús. Una corona de oro en la cabeza y un cetro de brillantes en las manos, son mucho más denigrantes que la corona de espinas. Si no nos damos cuenta de esto, es que estamos proyectando sobre Jesús nuestros propios anhelos de poder. Ni el “Dios todopoderoso” ni el “Cristo del Gran Poder” tienen absolutamente nada que ver con el evangelio. Jesús nos dijo: el que quiera ser primero, sea el último y el que quiera ser grande, sea el servidor. Ese afán de identificar a Jesús con el poder y la gloria es una manera de justificar nuestro afán de poder. Nuestro yo, sostenido por la razón, no ve más futuro que potenciarse al máximo. Como no nos gusta lo que dice Jesús, tratamos por todos los medios de hacerle decir lo que a nosotros nos interesa. Eso es lo que siempre hemos hecho con la Escritura. Meditación Jesús está hablando de la autenticidad de su ser. Falso es todo aquello que aparenta ser lo que no es. Ser Verdad es ser lo que somos, sin falsearlo. El objetivo de tu vida es descubrir tu verdadero ser y manifestarlo en todo momento. Hoy primer domingo de Adviento, os propongo unos apuntes sobre cómo debemos entender las Escrituras, que son la base de toda liturgia. Es la ciencia la que nos obliga a salir de nuestra ceguera. A Galileo casi le cuesta la vida decir que la tierra se mueve. El argumento de la Iglesia era: la Biblia dice lo contrario. La Biblia no tenía razón pero sí Galileo. Hoy el problema es más grave, porque atañe a la manera de interpretar la biblia. Ni una sola frase debemos entenderla literalmente. Toda ella es teología narrativa.
Es la ciencia la que nos obliga a dar el cambio. Los medios con que contamos hoy son increíbles. Podemos descubrir lo que hay varios metros por debajo de la tierra sin tocarla. Podemos datar con increíble precisión una mínima parte de materia orgánica o de roca. Muchas otras ciencias están al servicio de la arqueología. La sociología nos permite comprender las circunstancias en que vivían sociedades de las que no sabíamos nada. La historia es capaz de ir más allá de lo que podíamos imaginar hace solo unas décadas. También el mejor conocimiento de las primeras lenguas escritas nos permite aquilatar el significado de los textos de manera mucho más precisa. La exégesis nos permite interpretar esos mismos textos más de acuerdo con la manera de pensar de cada época. Todos estos avances científicos nos obligan a repensar lo que hasta ahora creíamos de los textos bíblicos. El resultado es que los relatos que han llegado a nosotros no quieren decir lo que durante mucho tiempo estábamos convencidos que nos decían. Lo primero que llama la atención es que todo el AT se escribió entre el s. VII y el IV antes de Cristo. En el siglo séptimo no podían tener ni idea de lo que pasó en tiempo de Noé. Los grandes patriarcas son personajes míticos y todo lo que se dice de ellos no son más que relatos fantásticos utilizando los mitos y leyendas que circulaban en las culturas del entorno. Haber metido a Dios en los relatos no significa que haya intervenido en la historia para dirigirla y condicionarla. Dios no pudo elegir a un pueblo y hacer maravillas en su favor, sobre todo, si, como pasa casi siempre es en contra de los demás pueblos. David no fundó ningún imperio. La arqueología no ha encontrado ni rastro de ese poderío. Si existió realmente, no pasó de ser un jefe de bandoleros que se hizo con el mando de una tribu. Entonces Sión no era más que un pueblucho sin ninguna capacidad organizativa, menos aún como centro de un imperio. En toda Judea no había más de 2.000 habitantes; mal podía tener un ejército de 30.000. La fastuosidad de Salomón no fue más que una leyenda fantástica. Puede ser que construyera el primer templo, pero ahí acabaría todo. Los análisis genéticos han demostrado que los judíos no son una raza especial, que llegaron de otra parte. Son de la misma estirpe que los demás habitantes de Palestina. Tampoco se ha encontrado rastro de una emigración del pueblo judío a Egipto. Los egipcios llevaban las anotaciones de los acontecimientos importantes. No hay ni rastro de una población judía en su territorio. En tiempos del Éxodo, los egipcios tenían vigiladlas todas las fronteras con militares que les permitían controlar todo flujo de personas. Es imposible que salieran de Egipto unos 600.000 varones sin que eso quedase reflejado como un peligro. Es imposible que un número tan descomunal de personas pasaran cuarenta años en el desierto sin dejar el más mínimo rastro. No hubo ninguna teofanía en el Sinaí ni Moisés recibió ninguna tabla con los mandamientos. No hubo ninguna conquista de las tierras de Canaán, porque los judíos siempre estuvieron allí. No pudieron derrumbarse las murallas de Jericó, porque no era más que una aldea insignificante. Pero, entonces ¿por qué se escribieron todos esos relatos fantásticos que no hacen más que ponderar la intervención de Dios a favor de un pueblo, casi siempre, machacando a otros pueblos? Todos los relatos tuvieron un objetivo muy claro: intentar mantener la esperanza de un pueblo que se sentía zarandeado por todas partes y con muy pocas posibilidades de subsistir. A la vuelta del destierro, el pueblo judío quedó reducido a un puñado de personas de los más bajos estamentos sociales. Lo que consiguieron los escritores fue mantener la esperanza y la energía necesaria para superar la dificultad. Esto nos tiene que hacernos pensar y aceptar que hemos estado leyendo la Escritura de una manera demasiado simplista. Aunque lo que cuentan no concuerde con lo que pasó, sigue teniendo su valor porque nos invita a buscar una salvación en Dios más allá de las que podemos encontrar por nuestra cuenta. Pero las dificultades que encontraron y cómo fueron capaces de superarlas, eso sí es un hecho histórico. Esto es lo que nos debía preparar a aceptar la lección que aquella actitud puede darnos hoy y buscar una salvación no venida de fuera sino descubierta en lo profundo de todo ser humano. Todo el año litúrgico es un montaje que hemos construido. Dios no está sometido a este artificio. Dios no tiene que venir de ninguna parte. Está siempre ahí esperando que lo descubramos. Nosotros sí necesitamos esos artificios para aprovechar el tiempo y el lugar oportunos para ese encuentro. Se trata de un intento de armonizar el presente con el pasado y el final. Empezamos el Adviento con lecturas apocalípticas que nos recuerdan los domingos últimos. El pasado y el futuro debemos afrontarlos desde el presente. El evangelio que hemos leído refleja el ambiente apocalíptico que se vivía en las primeras comunidades cristianas. Están escritos desde una visión mítica del mundo, del hombre y de Dios. Desde esa perspectiva Dios había creado toda la realidad visible quedándose al margen de ella pero gobernándola desde las alturas. El hombre había envenenado la creación con su conducta, pero no tenía capacidad de enderezarla. Dios perdonaría a los humanos y con el mismo poder que creó, recrearía el mundo malogrado eliminado el mal. Nuestro universo conceptual es muy distinto. La creación no es un acto de la potencia de Dios que ‘hace’ algo fuera de Él, sino que todo lo que existe es la manifestación de lo divino que permanece escondido en lo hondo de toda realidad. Como reflejo de lo divino todo es esencialmente bueno. El maniqueísmo nos empuja a dividir la realidad en opuestos irreconciliables, pero para Dios todo está en una eterna armonía. Nuestra falta de perspectiva nos hace ver el mal que solo está en nuestra cabeza. Meditación No tienes que esperar ninguna salvación venida de fuera. Todo lo que puedes llegar a ser ya lo eres. Tu tarea es descubrir tu verdadero ser y simplemente serlo. La oferta oficial va dirigida a satisfacer tu falso yo. Haz clic aquí para editar.
La religión es producto de la cultura humana. Hay una gran variedad de religiones, y todas tienen la misma estructura aunque muy diversas en su forma exterior. Todas tienen una mitología, un culto y una clase dedicada a su ejercicio. En eso la religión cristiana no es diferente de las demás. Ella también es creación humana, producto de diversas culturas. La religión es una realidad básica de la existencia humana. Plantea los problemas del sentido de la vida en esta tierra, el problema de los valores, el lugar del ser humano en el universo, y el problema de la salvación de este mundo de todos sus males.
La religión ha sido muy estudiada por la antropología religiosa, por la sociología religiosa, por la psicología religiosa, por la historia de las religiones. Todo eso ilustra también la religión cristiana. Por ser creación humana, la religión cristiana ha cambiado y puede todavía cambiar en el porvenir según los cambios de la historia. Este es incluso uno de los grandes desafíos de la hora presente, porque la religión cristiana está agotada y no ofrece respuesta a la orientación de la cultura actual, salvo restos del pasado. El evangelio de Jesús no es una religión. Jesús no fundó ninguna religión: no proclamó una doctrina religiosa o una mitología, ningún discurso sobre Dios, no fundó ningún culto y no fundó ninguna clase clerical. Jesús proclamó e inauguró el reino de Dios en la tierra. El Reino de Dios no es ningún reino religioso, es una renovación de toda la humanidad, realización que cambia el sentido de la historia humana, abriendo una nueva época, la última. Es un mensaje para toda la humanidad en todas sus culturas y religiones. Se podría decir que es un mensaje y una historia meta-política. Puesto que los seres humanos no pueden vivir sin religión, los discípulos de Cristo durante 2000 años construyeron una religión que fue como el revestimiento del mensaje cristiano, con el peligro de transformar el cristianismo en una religión. El revestimiento religioso puede ocultar el mensaje del evangelio o puede conducir a ese mensaje según la evolución de la historia. En muchos casos la religión ocultó el evangelio. Los cristianos enunciaron una doctrina que usó muchos elementos del judaísmo o de las religiones no cristianas ni judías, crearon un culto de la misma inspiración y crearon todo un sistema jurídico que encuadra una institución muy compleja. Podemos decir que la historia del cristianismo es la historia de una tensión o de un conflicto entre religión y evangelio, entre una tendencia humana hacia la religión, y las voces o las vidas de los que querían vivir según el evangelio. Las religiones son conservadoras y creen en un mundo permanente en el que todo recibe una explicación religiosa. La religión cambia inconscientemente pero resiste ante cualquier solicitación de cambio voluntario. Muchos cristianos y estructuras cristianas luchan sin saberlo contra el evangelio. Hay algo de verdad en lo que decía Charles Maurras, ateo francés del siglo XX, cuando decía que felicitaba a la religión romana por haber sacado del cristianismo todo el veneno del evangelio. Es un poco exagerado pero sugestivo. El evangelio es cambio, movimiento, libertad. No puede aceptar el mundo que existe, porque tiene que cambiarlo. El evangelio es conflicto entre ricos y pobres. En la religión ricos y pobres son parte de la armonía general. Son así porque tiene que ser así, aunque los ricos tengan que ayudar a los pobres sin cambiar esa estructura creada por Dios o por los sustitutos de Dios. La religión quiere paz, aunque sea con alianza con los poderosos. El evangelio quiere conflicto. La tarea de la teología es mostrar la distinción, buscar lo que es el evangelio y todo lo que se añadió y puede o debe cambiar para ser fiel a ese evangelio. Es libertar el evangelio de la religión. La religión es buena si ayuda a buscar el evangelio y no a olvidarlo bajo el revestimiento religioso. Es una necesidad humana pero tiene que ser investigada y corregida. La teología está al servicio del pueblo cristiano o aun no cristiano, para que conozca el verdadero evangelio y pueda llegar a la fe verdadera y no a un sentimiento religioso. Durante siglos la teología estuvo al servicio de la institución para defenderla de las herejías o de los enemigos de la Iglesia. Así fue después de Trento hasta el siglo XX y en muchas regiones hasta Vaticano II. Fue apologética, arma intelectual en el combate contra las Iglesias reformadas y toda la modernidad, al servicio de la jerarquía. En cierto modo era un arma dirigida contra los laicos para que no se dejaran seducir por los enemigos de la Iglesia. Hasta Trento la teología era comentario de la Biblia, libre, abierta a todos, como trabajo intelectual gratuito. La Reforma partió de teólogos y entonces la teología estuvo bajo el control estrecho de la jerarquía. Alerta al rostro oculto, el más peligroso, de todas las Elecciones. Los políticos son elegidos para promover, garantizar y legislar el BIEN COMUN; están por encima de todo otro poder que pretenda encubrir, socavar o frustrar ese BIEN COMÚN. Pero,¿hay algún país democrático que controle y domine al poder económico y no sea degradado, corrompido y dominado por él?
1.La persona no es de derechas ni de izquierdas Comienzo por apuntar a la raíz donde se encuentra el origen del árbol socioeconómico de la convivencia. Llevamos no sé cuánto tiempo clasificando a los ciudadanos en dos bandos: la Derecha y la Izquierda. Dos bandos desiguales, contrapuestos, irreconciliables, seguramente porque la historia ha ido tejiendo con esos dos hilos la suerte y el desarrollo de unos y de otros. Y tan pertinaz y cruel se ha mostrado esa figura que, llegada hasta nuestros días, no acertamos a salir de ella y nos resignamos a mantenerla como clave descifratoria de nuestra política. Y lo peor es que, sin nada que lo haya demostrado, no hay como clavarle a uno el sambenito de ser de derechas o de izquierdas para dejarlo irremisiblemente calificado. Contra el sentir de esta historia , pienso que la persona humana no es ni derechas ni de izquierdas, no nace inscrita en uno de los dos bandos, ni le corresponde por genética estar en uno de ellos. Esa es una concepción de la convivencia darwinística, inspirada en el fuego de la estirpe, que condena a perpetuar la lucha de unos contra otros y descarta lo más propio del ser humano: su libertad, condicionada ciertamente, pero no atada al yugo de ningún determinismo, sea clase, edad, género, derecho, patria o religión. Los ciudadanos no caminamos como dos carriles de tren que nunca se encuentran. La humanidad avanza y descubre lo absurdo de un convivir enfrentado , y destructor, pudiendo ser fraternal y solidario, con ausencia de sufrimientos, frustraciones, retrocesos y pérdidas enormes. No hay mayor falacia que la de reducir el ser humano a cosa, a valor de mercancía, despojándolo de su dignidad sagrada. Y esa dignidad es el motor que siempre funcionará cuando la perversión humana pretenda despreciar, someter o corromper esa dignidad. La marca de todo ser humano es esa dignidad, inviolable, como inviolables son los derechos que de ella brotan, por más que una concepción neoliberal burdamente materialista busque encubrir o borrar esa marca. Es ésta la base con que las Naciones Unidas quisieron proclamar una nueva época para la convivencia humana, tal como lo consigna en su artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportase fraternalmente los unos con los otros”. Cosa que nuestra Constitución española reafirma en su artículo 10: “La dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad , el respeto a la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social”. 2.Normativa primordial de toda política Dicho esto, deseo recalcar lo que debiera ser para todos criterio primordial a la hora de discernir y medir la autenticidad de toda política y, por supuesto , de todo poder económico, sea local, nacional o globalizado. Este criterio emerge de la entraña del ser humano, es universalmente válido y a él está subordinado todo modelo económico, revístase del nombre o color que se quiera. 1º)Declaración universal de los Derechos Humanos – “Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración (Art. 2). En concreto, -“Todos son igual ante la ley, y tienen, sin distinción, derecho a igual protección de la ley” (Art. 7). – “Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la seguridad social, a los recursos del Estado y la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad” (Art. 22). -“ Toda persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario por trabajo igual: a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana y que será completada, en caso necesario, por cualesquiera otros medios de protección social” (Art. 23). “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure , así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial, la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios” (Art. 25). 2º). La Constitución Española La Constitución Española, reconociendo que “Todos los españoles son iguales ante la ley” (Cap. II, Art. 14), encomienda a los Poderes públicos “Promover las condiciones para que la libertad y la igualdad sean reales y efectivos” (Tít. Preliminar, Art.9). Entre esas condiciones están las de garantizar “El derecho al trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia” (Cap. II, Art. 35), “Promover una distribución regional y personal más equitativa” (Cap. II, Art. 40), y “Regular la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación y hacer efectivo el derecho de todos los españoles a disfrutar de una vivienda digna y adecuada” (Cap. II, Art. 47). 3.Una práctica negadora de la dignidad y derechos humanos Enunciados estos principios, alguien tendrá que explicar el hecho de los desahucios en nuestro país, que han afectado en estos últimos años a más de 350.000 familias españolas, ejecutados además impávidamente con anuencia de unos y otros responsables públicos. ¿A quién no estremecen esas cruces sangrientas de los desahucios? Alguien tendrá que explicar por qué la distancia entre pobres y ricos está agrandándose a un ritmo sin precedentes: por qué en España, entre 2002 y 2011, la riqueza media creció en un 40 %, pero el 25 % más rico la aumentó en un 40 %; los hogares intermedios en un 31 % y el 25 % más pobre la vió reducida en un 25 %. Alguien tendrá que explicar por qué en 1975 los asalariados recibían en España el 72 % de la renta nacional y en el 2013 el 62,2 %; por qué en la actualidad hay más de 731.000 hogares sin ingreso alguno, por qué se ha destruido más de un 25 % del empleo juvenil y por qué la deuda que España tiene –la más descomunal e intolerable usura de la historia- sobrepasaba al comenzar el 2015 un billón de euros. Este contraste confirma que el criterio para medir la autenticidad y el valor del ser humano viene siendo la clase y el caudal económico y no la dignidad y los derechos de los demás, vistos como un reflejo de la dignidad y derechos de uno mismo: “Trata a los demás, como tú quieres que te traten a ti” (Regla de oro, de la ética universal). En los últimos años, a partir sobre todo del 15 M , la conciencia ciudadana fue analizando que la crisis económica no era casual sino causal. La letanía de abusos, fraudes, corrupciones , transgresiones e irregularidades de todo tipo era repetida casi a diario y tras ellas había unos Partidos que, en lugar de promover y mejorar la vida de los sectores más débiles y necesitados, los sumergía en un mayor empobrecimiento y desespero: “La sociedad española no quiere seguir prisionera de un sistema económico que acrecienta sin cesar las desigualdades, ni esclava de una política despiadadamente injusta, patriarcal, discriminatoria y que atenta contra los principios y derechos básicos de nuestra Constitución” (Manifiesto firmado por 20 intelectuales ) Crecimos en prosperidad, medios y riqueza, pero esa riqueza los Gobiernos la han redistribuido a favor de los grupos sociales de mayor renta. Votar en Madrid, el 4 de mayo, hay que hacerlo apoyando a aquellos Partidos que van a asegurar el cambio, los intereses generales, la defensa de nuestra soberanía frente a los intereses económicos, que propicien Acuerdos de Estado para combatir todas las manifestaciones de desigualdad y que ponga las bases para una nueva política económica. Hay Partidos que caminan de espaldas a los retos y demandas más graves de la sociedad. Si se encuentran bien con su proyecto socioeconómico es porque en él ven asegurados sus privilegios, monopolios y beneficios y no aceptan que ese proyecto caiga de raíz, por ser contrario a la dignidad, al bien y derechos de las mayorías. Su inmovilismo demuestra un natural horror a la igualdad y a la justicia, no toma en serio la dignidad y derechos de toda persona. Y en tanto en cuanto se alejen de esa dignidad y derechos, son rechazables, se revistan de las siglas que quieran. Es el momento de abordar reformas concretas y no de luchar por ver quién saca más puntos de poder. Los electores están unidos en querer resolver situaciones y problemas que afectan a una gran mayoría. La disponibilidad al diálogo y al pacto brota de la bondad, del cuidado por los demás, del compartir la responsabilidad, el derecho y la solidaridad con los otros, única forma de que se pueda construir una sociedad más justa y equilibrada, más concorde con los derechos y felicidad de todos. 4.La máscara del terrible engaño Nuestra política actual es esclava de una economía global errada, que considera natural la desigualdad y la injusticia y otorga patente a unas minorías para disponer de una fortuna y bienestar que no les corresponde y que sustraen a una gran mayoría. Para acabar con ese clasismo inmoral, creo que se debieran atender tres aspectos principles. 1.Los dueños del capital y los propietarios de las empresa se sienten libres para buscar mano de obra donde quieran, sin tener que ocuparse de las pensiones o seguridad social de los trabajadores ni sus derechos. La desregulación hace que los jefes ya no dependan de los trabajadores. 2. A la hora de actuar, la gente se encuentra como sola frente a los dueños de los recursos, ha asimilado que no tiene otra alternativa que el capitalismo, presentado como incuestionable. La competencia, la codicia, la escasa o nula sensibilidad hacia el destino de las víctimas causadas por la propia actividad, no tienen límite. Se ha eliminado el sentimiento de formar parte de una comunidad y de establecer instituciones que revoquen unos derechos pisoteados. 3. La oportunidad de un progreso moral y social se frustra porque se cree cada vez más que un simple y mayor crecimiento económico es el que puede resolver nuestros desafíos y problemas. Escrie Bauman: “Desde una ciudad a otra del planeta, las familias no van a Misa o a ceremonias religiosas, sino que van a las grandes catedrales actuales: los templos de consumo. Y son esas las grandes salidas familiares de la semana. Van no sólo a comprar, sino a disfrutar mirando, viendo lo que hay. Nos han hecho, prácticamente, esclavos del consumo. La búsqueda de la felicidad equivale a ir de compras. El crecimiento del consumo es considerada la única manera de satisfacer la felicidad. Y la medida de nuestra posición social y de nuestro éxito dependen de nuestra capacidad de consumo. Buscamos en las tiendas nuestra solución a los problemas. Desde la cuna , nos entrenan para usar las tiendas como farmacias que curan o mitigan todos los males o aflicciones de nuestras vidas y de nuestras relaciones con los demás”. 5.¿Pueden cambiar estos patrones de comportamiento? En tiempos pasados – y me limito a comentar ideas de Bauman- la gente se sentía bien en el lugar donde estaba, bien con sus vecinos y dentro de una red de familiaridad próxima. Pero, llega un momento en que esta relación y control natural de vecindad va desapareciendo, y surge el Estado como encargado de mantener un orden sobre el que se otorga legitimidad para resolver una situación de inestabilidad. Estaría aquí la base del Estado – Nación y de los Nacionalismos, vistos como la ilusión de ofrecer una suerte de paraiso perdido para una convivencia segura y feliz. Es en el siglo XVII cuando se crea un nuevo orden político, con poder soberano en los gobernantes de cada territorio. Nuevos Estados en que la Religión era sustituida por la Nación. Nuevos Estados, cada cual con su autogobierno dentro de su propio territorio. Pero, esto ha cambiado totalmente. Los políticos, es cierto, son elegidos por el pueblo y se les exige que gobiernen según el programa prometido. Pero, hoy, el problema está en que los Estados no son soberanos e independientes. Es una ficción. No pueden controlar la interdependencia de la sociedad global. El poder financiero escapa a su control, y no pueden hacer las cosas que determinan. Los Estados, y los políticos que los representan, no son soberanos en su territorio. El mercado financiero y quienes lo dominan carecen de todo control político, están desregulados y pueden moverse libremente para lograr sus beneficios. Los políticos prometen y establecen medidas, pero la desregulación absoluta del mercado, puede dar al traste en un momento con todos sus planes. Todo se debe, según Bauman, a un divorcio entre poder y política. No hace ni medio siglo que poder y políticas residían en manos del Estado soberano. Hoy, no. Las cuestiones esenciales están sometidas a fuerzas globales. Tenemos poderes libres , si; pero los políticos carecen de poder. Sabemos seguramente lo que tenemos que hacer, pero no cómo hacerlo. ¿Qué dignidad y qué derechos humanos se pueden hacer valer sin poder real? 6.Nos desafían dos grandes retos: 1) Volver a casar poder y política; lograr que el poder esté sometido a la política. La globalización hoy es maldita, anda suelta y deben ponerse bajo control democrático popular sus ciegos y dañosos efectos; obligándole a respetar y observar los principios éticos y de cohabitación humana y de justicia social, que emanan de la dignidad humana. 2) En segundo lugar: vida en común, promover y perseguir todo lo que sea vida en común, bajo las estrellas de la igualdad, de la justicia y de la solidaridad y frenar y erradicar todo lo que sea competición, rivalidad y lucha entre unos y notros o de unos contra otros. ¿Lograremos gobernar las fuerzas incontroladas del capital que mueven al mundo? ¿Sustituiremos la rivalidad y la codicia por una cooperación amistosa, confiada, de reconocimiento y respeto mutuos? Hoy el tren de nuestra civilización requiere un cambio de dirección. El que no acabe destruyéndonos, supone que estamos dispuestos a detenerlo. Estamos a tiempo. El hombre es hermano no lobo para el hombre. Estrictamente, a nadie, porque milite en tal o cual Partido, se lo puede encasillar como bueno o malo, leal o enemigo, progresista o conservador; sería aplicar en un plano individual lo que en el plano internacional osó hacer una política estadounidense al marcar a ciertos países como miembros del eje del bien y del mal. Hay una humanidad ontológica, que todos compartimos, desde la que cada uno puede realizarse sin traicionar la naturaleza que a todos nos constituye y fundamenta nuestra dignidad y derechos, nuestra fraternidad y responsabilidad. De los "derechos" de Jesús
Sólo pueden exigirlos los pobres. sólo ellos pueden hablar. lo que de verdad Jesús quiere. Jesús, el Crucificado ha cedido todos sus derechos a los suyos, a sus pobres, pobres con dignidad. Los derechos de Jesús no son de los poderosos de esta tierra roja. Ni de muchos: legisladores, políticos, gobiernos, que están todos de paso y no se lo acaban de creer: Que dicen que hay que hacer lo correctamente político y luego hacen lo que les viene en gana. Ni de los nidos de víboras en todos los órdenes que buscan su bienestar a perpetuidad. Ni de muchos de nosotros que "cargamos" con la cruz de los otros, sin antes haberlo hecho con la de Jesús, la nuestra. Jesús desde lo alto de su Cruz, que no era la suya. cedió todos sus derechos para que cogiéramos su testigo y acabásemos con la maldición de la insolidaridad, con la maldición humana de nuestro corazón de estiércol y paja, para que aboliésemos para siempre la pobreza creada y bendecida por el hombre. El cristiano no puede exigir los derechos de Jesús, de su Padre, si antes no se ha hecho pobre con los pobres. No seremos cristianos de Jesús, sino tenemos la sonrisa y la alegría de Jesús que ha sabido mejor que nadie ser pobre entre los pobres en medio de nosotros. Los «derechos» de Jesús y lo que él quiere De los «derechos» de Jesús Solo pueden exigirlos los pobres. solo ellos pueden hablar. lo que de verdad Jesús quiere. Jesús, el Crucificado ha cedido todos sus derechos a los suyos, a sus pobres, pobres con dignidad. Los derechos de Jesús no son de los poderosos de esta tierra roja. Ni de muchos: legisladores, políticos, gobiernos, que están todos de paso y no se lo acaban de creer: Que dicen que hay que hacer lo correctamente político y luego hacen lo que les viene en gana. Ni de los nidos de víboras en todos los órdenes que buscan su bienestar a perpetuidad. Ni de muchos de nosotros que «cargamos» con la cruz de los otros, sin antes haberlo hecho con la de Jesús, la nuestra. Jesús desde lo alto de su Cruz, que no era la suya. Cedió todos sus derechos para que cogiéramos su testigo y acabásemos con la maldición de la insolidaridad, con la maldición humana de nuestro corazón de estiércol y paja, para que aboliésemos para siempre la pobreza creada y bendecida por el hombre. Nuestra Iglesia católica, siempre a remolque del cristianismo, se plantea si bendecir o decir-bien de las uniones homosexuales o bien mal-decirlas. Obispos alemanes y austríacos, como el de mi vieja ciudadela de Innsbruck, van a bendecir dichas uniones, mientras que algunos obispos autóctonos se preparan desde su indigenismo para criticarlas. Pero criticar al amor homoerótico no deja de ser criticar el amor interhumano, lo cual sueña bien extraño en la Iglesia de Jesús y su Dios-amor.
Entiendo que no se entienda episcopalmente el vocablo matrimonio para dichas uniones, pero podemos denominarlas “fratrimonio” o hermandad, y a la paz de Dios. El cristianismo no puede destruir la naturaleza del amor, sino en el mejor de los casos perfeccionarlo y elevarlo a través de su consagración, santificación o redención, como lo intentó la Iglesia con el matrimonio pagano rebautizado como cristiano. Negarse a bendecir es negarse al amor humano. Los historiadores de la cultura, de P.Florenski a J.Boswell, han validado viejos documentos que muestran los antiguos rituales paganos y cristianos del hermanamiento ritual o religioso, sea en la etapa precristiana antigua sea en la cristiana medieval. Así Pavel Florenski descubre el antiguo rito eslavo precristiano de hermanamiento entre dos hombres del mismo sexo, a través del intercambio de la sangre, la comida y el nombre. Se trata de un juramento de mutua fidelidad y de hermandad amical, a menudo con tintes homoeróticos, que será asumido por el rito ortodoxo ya cristiano de fraternidad compartida. John Boswell ha planteado el trasfondo homosexual en ambos ritos pagano y cristiano respectivamente. El propio Florenski realizó un tal ritual de hermanamiento pagano-cristiano de tintes homoeróticos con su gran amigo de estudios Sergei Trickij. En su romántica descripción el filósofo y teólogo ruso enciende ante el icono de la madre de Dios una candela perfumada de miel, de cera amarilla-ámbar, que ha recogido del mismo lugar en el que ambos vagaban en plena naturaleza. Pero la naturaleza se vuelve sobrenaturaleza y cultura litúrgica, cuando nuestro autor echa algunos granos de incienso en el incensario con sus carbones encendidos, atizando el fuego para su incensación. Según nuestro escritor la amistad es el éxodo al otro: la contemplación de sí a través del amigo en Dios, cual tercero religador de ambos. En el amor matrimonial son dos en un solo cuerpo, pero en el amor de amistad son dos en una sola alma. El cristianismo añade aquí al ritual pagano la compresencia del Dios-amor en la figura de Jesús y su eucaristía o comunión. P.Florenski fué un sacerdote ortodoxo casado, influenciado por L.Tolstoi, fusilado por el régimen ruso en 1937. Por su parte J.Boswell ha sido un investigador contemporáneo católico de Estados Unidos, que ha defendido los viejos ritos cristianos del hermanamiento homosexual. Podríamos hablar del viejo sacramento de la amistad, ya que ambos autores, el ruso y el americano, privilegian el amor de amistad, sobre todo el primero. El cual define la amistad verdadera como tocar a Dios con nuestra carne viva a través del ánima del otro, así como salvar el alma donándola. El ritual cristiano realizaría el rito de paso de la naturaleza cruda o animalesca a su sublimación o espiritualización. Así que el viejo rito del hermanamiento tanto pagano como cristiano es una puesta en común entre dos personas del mismo sexo, generalmente varones, de su coapertenencia mutua, verificada en el intercambio de bienes y de amor o amistad en la propia liturgia pagana o cristiana Por eso ese comunismo del amor y los bienes se critica con el tiempo como una amenaza tanto para la institución del matrimonio canónico como para la institución de la propiedad privada, porque ambas se ven amenazadas simbólicamente. La confraternidad jurada o juramentada resulta peligrosa para una sociedad cada vez más individualista y no acaba de encajar, hasta que resurge con el movimiento actual de emancipación homosexual con renovado interés. Pero no se debería olvidar ni obviar su trasfondo pagano y cristiano, secular y religioso, natural y espiritual. Así que hay que ben-decir el amor venga de donde venga y vaya a donde vaya, con tal de que sea auténtico amor humano. Sacadas de contexto, las palabras del Evangelio pierden su carácter provocativo, su conflictividad, su aguijón. No sé por arte de qué “birlibirloque” hemos conseguido, hacer una lectura aséptica y anodina de la vida y obras de Jesús. Tal vez nos haya ayudado a ello la interpretación oficial del Evangelio, tan distinta y tan distante del evangelio de Jesús, aunque, por cierto, hay honrosas excepciones.
Pero Jesús no fue ni conciliador ni neutral. Su vida fue puro conflicto, constante enfrentamiento con el poder establecido del que denunciaba sus abusos, en especial la manipulación y utilización del pueblo sencillo al que mantenía cada vez más cerca de la alienación, del abandono y de la muerte. Esta vez provocó el conflicto un discurso de Jesús en un día de fiesta: “Yo soy el modelo de pastor -decía. El pastor modelo se entrega él mismo por las ovejas; el asalariado, como no es pastor ni son suyas las ovejas, cuando ve venir al lobo, deja las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa; porque a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el modelo de pastor; conozco a las mías y las mías me conocen a mí, igual que el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre; por eso me entrego yo mismo por las ovejas. Tengo además otras ovejas que no son de este recinto: también a ésas tengo que conducirlas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo pastor” (Jn 10,11-16). Jesús se presenta como modelo de pastor porque en él se dan tres rasgos característicos: 1. “El Pastor modelo” se entrega incondicionalmente a las ovejas. No busca ventaja alguna para sí mismo, ni salario ni beneficio. Sólo persigue el bienestar y la felicidad de sus ovejas. 2. “El Pastor modelo” conoce personalmente a sus ovejas. No es alguien que ordena, organiza y manda desde su despacho a unas ovejas de las que sólo conoce su incondicional sumisión. 3. “El Pastor modelo” hace que nadie se sienta excluido: «Tengo además otras ovejas que no son de este recinto: también a ésas tengo que conducirlas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo pastor.» El exclusivismo político-nacionalista y religioso que estaban en vigor en la sociedad judía en tiempos de Jesús queda definitivamente superado. “El Pastor modelo” no entrega su vida por defender su bandera y ni siquiera por defender su credo: él entrega la vida para que sus ovejas puedan encontrar la felicidad viviendo como hermanos por encima de credos y banderas. En tiempos de Jesús se llamaba pastores a los políticos y a los responsables de la administración y del gobierno, al rey y a los altos cargos del reino, porque ellos debían cuidar por el bienestar del pueblo. Como estos se olvidaron muchas veces de que ésta era su misión, los profetas denunciaron con valentía sus abusos: «¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos!» (Ez 34; véase también Jr 23,1-8). Qué verdad contienen estas palabras. Los oyentes de Jesús comprendieron bien de qué se trataba. Con sus palabras y hechos, el profeta galileo se enfrentaba peligrosamente a la poderosa jerarquía político-eclesiástica del templo de Jerusalén, “pastores asalariados” que poco se interesaban de la vida del pueblo, viviendo “de” y no “para” el pueblo. Controlaban al pueblo con su complicada enseñanza religiosa, le sacaban el dinero con aquel sistema en el que hasta el perdón de Dios se compraba con calderilla. Distantes del pueblo, los pastores no conocían a sus ovejas, ni sabían del hambre, del paro, desempleo, pobreza y alienación en que vivían sumergidas. ¡Qué actual es todo esto! También a nivel político… y lo estamos viendo. Hay partidos políticos que andan más preocupados de los votos que del pueblo, de la conquista del poder que del servicio, de la falacia que de la verdad. Como los antiguos sofistas, parecen obsesionados por ver quién pronuncia la frase más brillante para acabar con el adversario –convertido en enemigo con el que no se puede dialogar. Y ya hemos visto lo que pasó en el debate de la Cadena Ser del viernes pasado. Con la provocación de Vox, no condenando sin ambigüedades el envío de cartas con balas a Marlaska, Gámez e Iglesias, se acabó la posibilidad de dialogar, de acordar, de pactar. Y yo me quedé con las ganas de saber qué pensaban “nuestros políticos”, que aspiran a pastores del pueblo, -de la precariedad en el empleo, -de la reforma laboral, -del estado de la sanidad pública, -de los medios que se van a asignar a la educación pública tan amenazada por la privada, -de quienes, forzados por las circunstancias se han acogido a los ertes -de los parados de larga duración que, en la mitad de la vida, se han quedado sin empleo y sin la posibilidad de llegar a tenerlo, -de quienes se encuentran en las colas del hambre a los que la Presidenta de la comunidad ha llegado a tachar de “mantenidos subvencionados”, -del futuro de nuestros jóvenes condenados a una insoportable tasa de desempleo y sometidos, cuando consiguen trabajo, a unos salarios de miseria entrando a formar parte de “la nueva clase de trabajadores pobres”, -del precio de la vivienda y de los alquileres que hacen difícil que estos puedan independizarse, -del futuro de las pensiones, -de cómo proteger a las mujeres acabando con la violencia de género, -de la dependencia y asistencia de los ancianos, gracias a los que, por cierto, gozamos todavía hoy del amenazado estado del bienestar, muchos de los cuales, con la pandemia, al final de su vida han muerto en la más extrema soledad, -del creciente racismo que cierra las puertas a quien viene a nuestra tierra en busca de una vida digna y un trabajo honorable, y acusa a los menas, de los que una minoría son extranjeros, de la inseguridad en los barrios, -de la destrucción de nuestro entorno que afecta ya seriamente a nuestra salud y a nuestro estilo de vida, -de una agricultura ecológica que no merme nuestros ecosistemas, -del fomento de las energías alternativas en un país que tiene tantas horas de sol al año, -del cuidado de nuestras aguas y de su consumo sostenible… Hablar de todo esto es lo que nos importa realmente, pero, como en tiempos de Jesús, andamos desconcertados “como ovejas sin pastor” en un momento tan trágico, pero, al mismo tiempo, tan trascendental para España. Despedida cristiana de quienes nos dejan en esta pandemia,
sin que quizás podamos hacerlo con presencia física. Unos y otros, familiares y amigos, nos sentimos íntimamente unidos como creyentes en Jesús de Nazaret, único en el mundo, de quien se dijo: HA RESUCITADO. RESUCITADO, después que cuestionó a los que ostentaban el poder religioso y civil de su pueblo. El reino de Dios, que él anunciaba, era un reino en el que todos habían de vivir como hermanos, en igual dignidad y derechos, en oposición radical al modelo que ellos pregonaban. Tan radical que no cejaron de espiarlo, odiarlo, y perseguirlo hasta verlo clavado en la cruz. RESUCITADO, después que todos sus discípulos lo abandonaron despavoridos. RESUCITADO, Después que las mujeres anunciaron que estaba vivo, y todos los otros creían que lo contaban era un desatino. RESUCITADOI, porque nunca, de nadie, en ningún lugar, se dijo lo que de Jesús: “Ha resucitado” . Y es que, familiares y amigos, ésta es la verdad original y más asombrosa del cristianismo. Jesús, con su amor extremo a los más empobrecidos y desechados, manifestó el verdadero valor de todo ser humano, y en ese amor, contra los que pensaban que todo acaba con la muerte, la muerte quedó vencida, mostrando él ser humano-divino. La muerte, es parte de nuestra vida, pero una muerte que resucita a diario cuando amamos como Jesús y alcanza su plenitud cuando se nos acaba el plazo temporal-terreno. Y, para colmo, lo que en él aconteció, acontecerá en cada uno de nosotros: “Os tomaré, dice, conmigo,para que donde esté yo, estéis también vosotros”. El gran teólogo moralista de la Iglesia católicas, , Bernhard Häring, profesor mío, escribe: “Cuando alguien me pide que hable sobre la muerte , yo digo que me lo imagino como la fiesta más grande a la que jamás me hayan invitado. Pará mí, y para todo creyente, representa la alegría del encuentro con el Señor de la vida”. Con razón, los sabios acaban venciendo el miedo a la muerte, que es madre de todos los miedos, porque con el morir terrenal recibimos el eterno y jubiloso abrazo del Dios de la Vida y del Amor. Morir, pues, es un cerrar los ojos, para un vivir más y mejor. |
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