«Nosotros queríamos a alguien con buenas capacidades de liderazgo, y hasta ahora esto se ha visto muy poco...». Son las palabras sobre Francisco que pronunció hace algunas semanas, durante la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro, el cardenal Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York y uno de los "papables" estadounidenses. La crítica, nada velada, fue pronunciada en una entrevista que Dolan concedió a John Allen Jr, publicada el pasado 24 de julio por el "National Catholic Reporter".
En resumen, a apenas cuatro meses del Cónclave que nombró al Papa argentino del "fin del mundo", uno de los protagonistas mediáticamente más conocidos de esa misma elección dijo que hasta ahora Francisco no habría sido el «manager» que se esperaba. En particular, Dolan se refería a la sustitución del Secretario de Estado Tarcisio Bertone, el principal colaborador de Ratzinger, que recibió muchísimas críticas durante las Congregaciones generales antes del Cónclave. «Espero que después de la pausa del verano se concrete alguna señal más en relación con el cambio de la gestión», comentó el purpurado estadounidense después de haber dicho que esperaba la sustitución de Bertone antes del verano, como, por lo demás, muchas personas habían erróneamente pronosticado. Las palabras de Dolan no tienen nada que ver con otras declaraciones de otros exponentes de relieve de la Iglesia estadounidense, como por ejemplo las del arzobispo de Philadelphia, Charles Chaput, que, también en una entrevista con el "National Catholic Reporter" admitió que sentía una cierta insatisfacción por la elección de Francisco por parte del «ala derecha de la Iglesia»; fenómeno que se puede constatar desde el punto de vista mediático en muchos blogs y sitios. El cardenal de Nueva York no se queja –tal y como hacen otros ambientes conservadores o tradicionalistas– por pequeños cambios litúrgicos, por el estilo sencillo o por la falta de una insistencia por parte de Francisco sobre las posturas bien conocidas de la Iglesia sobre el aborto, la eutanasia y los homosexuales. Otro latinoamericano como Bergoglio, Guzmán Carriquiry, secretario de la Pontificia Comisión para América Latina, cree que el Papa Francisco «está haciendo lo que el obispo emérito habría querido hacer pero no logró hacer». Durante el Meeting de Rímini, Carriquiry dijo que está convencido de que en las próximas semanas las reflexiones entre el Papa y el grupo de los ocho cardenales consejeros comenzará a dar sus frutos. Francisco, al cumplir el primer mes de un Pontificado que comenzó a poco tiempo de la Semana Santa y de sus celebraciones complicadas, el 13 de abril, anunció la creación de un grupo de ocho consejeros que deberán ayudarle con la reforma de la Curia y con el gobierno de la Iglesia. Metió mano inmediatamente en el IOR, para aclarar las conocidas y poco evangélicas maniobras en su interior, con el nombramiento de un prelado de confianza e instituyó una comisión que se encargará de la reforma del Instituto. Puso en marcha la reorganización de todas las estructuras económico-financieras de la Santa Sede. Ha recibido y escuchado a muchísimas personas, ha tomado decisiones. Evidentemente Dolan, y tal vez no solamente él, esperaba que rodara alguna cabeza importante inmediatamente, empezando por la del cardenal Bertone, que en diciembre cumplirá 79 años. Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI no cambiaron inmediatamente al Secretario de Estado "heredado" de sus respectivos predecesores. Esperaron años (seis Montini y más de uno Ratzinger) o meses (el Secretario de Estado Jean Villot fue sustituido menos de cinco meses después de la elección de Wojtyla, pero porque murió). El Papa Francisco se está preparando para hacerlo «post aquas», es decir cuando termine el verano, que para él sigue siendo un periodo de trabajo. En el libro de meditaciones "Mente abierta, corazón creyente", publicado en 2012, el entonces cardenal Bergoglio, al hablar sobre Abraham y el olvido de sí, explicó que urgía recordarle a ciertos sacerdotes que, cuando obtienen un puesto directivo, piensan inmediatamente en la remodelación de la oficina, en la sustitución de los secretarios, en las nuevas alfombras que hay que comprar: crean un ambiente a su medida y esto solo puede generar conflictos. Tal vez estas palabras pueden arrojar un poco de luz sobre el método que usa el nuevo Papa, que está listo para cambiar el rostro de la Curia romana y sus estructuras, a partir del puesto del Secretario de Estado (que podría incluso reducirse con las reformas en las que se está trabajando), pero sin tomar decisiones de prisa, tomando siempre en cuenta a las personas. En el vuelo que lo llevó de regreso a Roma desde Río de Janeiro, Francisco dijo a los periodistas que le gustaban los colaboradores que le dicen; «Yo no estoy de acuerdo, esto no lo veo, no estoy de acuerdo», porque los que hablan de esta manera son «verdaderos colaboradores». Al contrario de los que siempre andan diciendo;«Ah, ¡qué bien, que bien!» y luego dicen lo contrario en otra parte. El Pontificado de Benedicto XVI estuvo objetivamente condicionado (como demuestran los últimos ocho años) por colaboradores que no siempre estaban a la altura de sus encargos, por lo que se puede comprender que su sucesor esté procediendo con la mayor cautela en la elección de los hombres-clave que colaborarán con él.
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Francisco Papa ha desbloqueado el proceso de canonización de Oscar Arnulfo Romero. ¿Qué significa esta noticia? ¿Por qué se ha usado la palabra “desbloquear”?
Monseñor Romero fue obispo de San Salvador. El día 24 de marzo de 1980 un francotirador contratado por la extrema derecha, desde fuera de la iglesia, le metió un balazo en el corazón mientras celebraba la eucaristía. Esos años se desencadenaba en el país la guerra civil. Romero sabía que lo podían asesinar. Había solidarizado con los pobres, en especial los campesinos víctimas de la injusticia social y de la violencia militar. El pueblo salvadoreño le llamaba “la voz de los sin voz”. Lo amenazaron. No se calló. Continuó hasta el fin con sus homilías y sus transmisiones radiales. No paró de denunciar las atrocidades cometidas contra gente inocente. El fue uno más entre cientos de cristianos mártires, antes y después de esa fecha. En 1989 fue masacrada una comunidad jesuita completa. Seis profesores universitarios, la cocinera de la casa y su hija. Ignacio Ellacuría, el rector de la UCA, fue eliminado por su rol clave en las negociaciones por la paz entre el gobierno y la guerrilla. Monseñor Romero ha sido la figura más conflictiva de la Iglesia en América Latina. Unos niegan que su martirio haya sido martirio. Ser asesinado por motivos sociales no les parece martirio. Creen que la fe no tiene que ver con la política. Les impresiona que lo hayan matado mientras celebraba la misa. Pero no ven una conexión entre la eucaristía y la solidaridad del obispo con las víctimas de la violencia. El problema, dicen los partidarios del obispo, es qué se entiende por martirio. Estos, por su parte, hablan de él como de San Romero de América. Lo hacen provocativamente. Si la Santa Sede no quiere reconocer su cristianismo, ellos sí lo hacen. Si algún día la Santa Sede sí lo reconoce, será porque ellos lo hicieron primero. El catolicismo liberacionista latinoamericano ve a la jerarquía aliada con los católicos enemigos de Romero. Ahora se avisa que el estudio de su santidad ha sido “desbloqueado”. ¿Qué pretende el Papa Francisco con rehabilitar a un hombre conflictivo? Talvez alguno de los cardenales electores piense que se lo escogió para reformar la Curia, pero no para reformar la Iglesia. Esta palabra “desbloquear” no se le escapa a un obispo de la Curia romana. No sería extraño que Francisco la haya usado antes que el obispo vocero. La causa de canonización de Romero no había podido avanzar. Había sido intencionalmente detenida. ¿Quién la bloqueó? Alguien no quiso reconocer al obispo de El Salvador el significado que su vida y su martirio tienen en América Latina. Dejemos de lado esta hipótesis. Tal vez haber “bloqueado” la tramitación del proceso de Romero ha sido un acto bien intencionado. ¿Por qué no? La prudencia ha podido indicar a los papas anteriores, o a algún prefecto romano, que exaltar la figura de este mártir habría provocado agitaciones mayores entre la Iglesia y los gobiernos latinoamericanos, y al interior de ella misma. Pongámonos en este caso. La Iglesia jerárquica, testigo de las atrocidades padecidas por los cristianos de El Salvador, frenó la canonización de Romero. Ella perfectamente ha podido querer quitar fuego a circunstancias que habrían ocasionado todavía más crímenes de personas inocentes. ¿No pudo así actuar en conciencia? ¿Ser responsable? ¿Por qué entonces Francisco quiere ahora apurar la canonización de un mártir? ¿Para qué rehabilita a Romero? Se me ocurren dos cosas. Francisco sabe que las injusticias sociales son hoy tan reales como lo fueron en América Latina durante el siglo XX. Lo han dicho los obispos latinoamericanos en Aparecida (Brasil, 2007). Las injusticias han podido mutar, pero continúan. El sabe, además, que la misión de la Iglesia en el continente es el mismo continente. En esto y no otra cosa consiste su misión evangelizadora. La Iglesia en esta parte del mundo, especialmente después del Concilio Vaticano II, ha tomado conciencia de que a Cristo se le anuncia cuando se libera a los pobres de sus miserias y se les reconoce su dignidad eterna. La rehabilitación de un obispo, hasta ahora ninguneado por las élites católicas, es, además de un acto de justicia con la persona de Romero, un gesto simbólico favorable a la Iglesia que hizo suya la opción de Dios por los pobres. Francisco no es ingenuo. Al desbloquear la causa del mártir más popular de América Latina, pone de nuevo a la Iglesia en la senda de la lucha por la justicia sin la cual la fe cristiana se desvirtúa. La misión de la Iglesia es América Latina. Si en el continente se multiplican hoy los modos de ser pobre; si el nombre de la pobreza hoy es la “exclusión” que afecta no solamente a los explotados, sino a los “sobrantes” y los “desechables” (Aparecida, 65), la eventual canonización de Oscar Romero es un campanazo de alerta. ¿De reclutamiento? Si Francisco quiere dar este campanazo, ¿es que desea que recrudezcan los conflictos ético-religiosos en el continente? No sé quién pudiera pensar algo así. Pero el Papa no ignora que un cristianismo enardecido contra la injusticia puede nuevamente originar mártires. En el caso de Francisco debe recordarse que él también tiene una poderosa razón para actuar en conciencia: Jesús es para los cristianos el primer mártir. Si a Jesús lo mataron por su amor a los marginados y sus gestos liberadores hacia víctimas inocentes, los cristianos hoy no pueden esconderse entre las polleras de la Santa Madre Iglesia por miedo al conflicto social. Desbloquear la causa de Romero es un acto conflictivo. Bloquearla también lo ha sido. Hemos de creer que ni en este ni en aquel caso ha habido mala intención. Nadie nos obliga a pensar mal. Pero sí debemos reconocer que el conflicto es una realidad histórica. Y que lo decisivo es, en última instancia, con quién se está y contra qué se combate. El próximo dia 31 de agosto se cumple el primer aniversario de la muerte del cardenal Carlo María Martini, al que podríamos llamar "el Bautista", el precursor, el purpurado que, durante los largos años del "invierno-involución" eclesial mantuvo la antorcha conciliar viva y levantada. Y no era fácil para él. Remar contracorriente sólo está al alcance de los sabios y de los fuertes. Disentir en y desde la Iglesia sólo lo saben hacer los santos y los profetas.
No creo exagerar si digo que, en cierto sentido, Bergoglio es hijo de Martini. De hecho, en el cónclave del 2005, cuando salió elegido Ratzinger, el primer destinatario de los votos que aglutinaba el viejo cardenal (que entró en la Sixtina con bastón, para dar a entender claramente que no era elegible) fueron a parar al entonces cardenal Bergoglio. A ambos les une, sin duda, su pertenencia a la Compañía. Los dos son "compañeros de Jesús". Los dos vivieron los años de la ilusión del postconcilio y del envío del Padre Arrupe a las fronteras ("a las periferias", que dice Francisco) y a luchar por la "fe y la justicia". Sin contraponerlas, sin separarlas. Como los dos palos de la misma cruz. Los dos fueron testigos doloridos de la "intervención" de la Compañía por parte del Papa Wojtyla. Y lo sufrieron en silencio, en obediencia, con espíritu de profunda comunión. Con el paso de los años, en ambos se fue abriendo la idea de que la involución estaba yendo demasiado lejos y demasiado atrás. Martini no dejó de proclamarlo durante toda su vida. Cuando era cardenal de Milán y, después ya jubilado, desde Jerusalén y desde Italia. "Llevamos 200 años de retraso", decía el purpurado italiano pocos meses antes de morir en una especie de libro-testamento. Y volvía a repetir, una vez más, su sueño de una Iglesia corresponsable, colegial, samaritana, abierta a los signos de los tiempos, con agallas para abordar temas encorsetados cuyo cambio viene pidiendo, desde hace tiempo, el pueblo de Dios. Desde el celibato opcional al sacerdocio femenino, pasando por la comunión a los divorciados vueltos a casar... ¿Soñaba Martini (el rosso que no pudo ser bianco, el Papa in pectore del pueblo) o profetizaba? ¿Soñaba Martini o marcaba la hoja de ruta al Papa que iba a llegar y que él conocía bien? Porque el caso es que, unos meses después de su muerte, a Roma llegó Francisco. El Papa llamado a reparar la Iglesia. En Roma se está encontrando con muchos "nudos". Algunos profundamente enraizados, resistentes, poderosos, dispuestos a todo para mantener su poder. La vieja guardia curial romana y de los diversos países católicos del mundo no se lo pondrá fácil. Llevan más de 30 años apuntalando un modelo eclesial de ciudadela acosada y sitiada. Llevan décadas de enroque. Las inercias tienen su peso. Los jefes de las "cordadas" no dejarán fácilmente sus puestos de ordeno y mando. Algunos están dispuestos incluso a morir matando. Y acorralados por el ciclón romano son más peligrosos que nunca. Tienen querencia al invierno. Les gusta un mundo y una Iglesia en blanco y negro. Una Iglesia justiciera, más madrastra que madre, que separe, mientras crecen, el trigo y la cizaña. Les cuesta renunciar a sus "seguridades", a sus grupos-estufa, a sus botafumeiros siempre humeantes, a su control absoluto... La inercia les lleva a seguir prohibiendo y mandando cartas e emails (muchos de ellos anónimos) con quejas y denuncias. Reparten carnets de eclesialidad sólo a los suyos y tratan de quitárselos a todos los demás. Y sus denuncias siguen fluyendo, incansables, a Roma. Creen que sigue siendo válido la estrategia de la etapa anterior; denuncia que algo queda... No se dan cuenta o no quieren darse cuenta de que en Roma ha virado el timón, el rumbo es otro y la barca eclesial se dirige hacia nuevos mares claros, abiertos y transparentes. Mares dialogantes, servidores y honestos. Los capitostes se aferran a sus puestos con uñas y dientes, pero, a su lado, ya ha comenzado la desbandada. Huelen a pasado. Los primeros en darles la espalda han sido sus más devotos, los trepas, los que les doraron la píldora durante todos estos años, los que los convencieron de que eran únicos, imprescindibles, orlados con una "autoritas" especial. También están virando y les están abandonando los "chaqueteros". Y, por supuesto, los que los seguían con buena voluntad, pero con miedo. Y los pusilánimes que siempre pensaron que el invierno duraba demasiado, pero nunca se atrevieron a sonreír y hacer posible la llegada de la primavera. Ya les han dejado en masa la inmensa mayoría de los moderados, de los que se quejaban resignadamente y sin grandes algarabías externas. Por falta de valentía y, al mismo tiempo, por no romper el bien sagrado de la comunión eclesial. Les convencieron, durante años, de que la comunión era un tabú que no podía romperse ni en aras del Evangelio ni de la propia conciencia. El mayor bien de la Iglesia estaba por encima de la mayor gloria de Dios. La Iglesia convertida en el Reino de Dios. Profundamente decepcionados esperaban un nuevo amanecer, que, por fin, ha llegado. ¿Pueden cambiar los curiales de aquí y de allí? Claro que sí. Por muy aferrada que esté al poder, la Curia no puede desobedecer al Papa. Algunos intentarán hacerle la contra, condenados al fracaso. Es el derecho al pataleo, como el de Ottaviani o Siri en tiempos de Juan XXIII y Pablo VI. Peor, mucho peor, estaba la Curia (la de Roma y la de aquí) entonces. Y los vientos del aggiornamento conciliar acabaron triunfando. Y en pocos años. Es verdad que, entonces, hubo de por medio un Concilio. Pero también lo es que, ahora y, quizás, por vez primera en la Historia, el Papa Francisco tiene el aval y el "mandato" del cónclave y del colegio cardenalicio. Francisco cuenta con el aval de las bases y de la cúpula eclesiástica. Nunca un Papa tuvo tantos apoyos para llevar a cabo la labor de reforma y reparación eclesial. Y cuenta, además, con referentes de prestigio. Desde el citado Martini, a los cardenales Helder Cámara, Lorscheider o Arns, a los que homenajeó en su reciente viaje a Brasil. O Basil Hume o Quinn y tantos otros. Y por si fuera poco, Francisco, el jesuita, es un experto en desatar nudos. No en vano su advocación preferida es la de la Virgen Desatanudos. ¡Santa María Desatanudos, ora pro nobis! En la actualidad ¿dónde podemos encontrar a Jesús de Nazaret?
Quizás ésta sea una de las preguntas más importantes que un cristiano pueda hacerse. Gran parte de la reflexión de teólogos, místicos y creyentes ha sido para tratar de responderla de una manera lo más fiable posible. Y como suele ocurrir con estos interrogantes, cada respuesta que se ha dado, tiene algo de verdad, aunque nunca de una manera absoluta. El tema en sí no es fácil. El Jesús que anduvo por los campos de Galilea hace 2000 años, ya no está. Una respuesta es que encontramos a Jesús, "en el cielo", puesto que resucitó y ascendió. Otra manera de decirlo es que Jesús "está en Dios", que se fue "al Padre". Desde luego estas respuestas han alimentado la piedad y la espiritualidad de millones de cristianos durante veinte siglos. Para el apóstol Pablo se encuentra a Jesús en una experiencia de fe, lo que podríamos llamar un camino místico. Yo quisiera proponer otra respuesta, que no trata de ser la definitiva, ni la mejor, ni siquiera como refutación de ninguna otra. Es un intento de hacer accesible ese encuentro de una manera sencilla, al alcance de cualquiera. La idea principal sería: a Jesús lo encontramos a través del Evangelio. Fuera de la proclamación del Evangelio, es sumamente difícil que alguien por sí mismo llegue a conocer a Jesús. Mucha gente hoy ni siquiera ha oído que existiera un hombre llamado Jesús de Nazaret y nada sabrán de él a menos que se produzca la proclamación del Evangelio por sus seguidores. Jesús debe ser 're-suscitado' en este mundo por sus seguidores para que pueda ser conocido. Me gusta pensar que el Evangelio es el testimonio de aquel acontecimiento que sigue aconteciendo. Es decir, el encuentro con ese Galileo que se convirtió en el fermento de todas esas iniciativas basadas en la compasión, la libertad, la justicia y la búsqueda de la verdad. ¿Qué son los evangelios? Se dice a menudo que no son biográficos, tal y como se entiende ese género literario en la actualidad. Algunos eruditos hasta creen que los evangelios son "míticos" y que no hay ningún dato histórico en ellos. Sólo hablarían del "Cristo de la fe", no del hombre histórico Jesús de Nazaret. Actualmente los investigadores más reconocidos consideran esa posición una exageración. Es cierto de que en los evangelios hay un lenguaje, digamos, "mítico", pero los evangelios no son mitología. ¿Qué son? Graham Stanton en su libro "Jesús y el Evangelio" dice: " la iglesia primitiva reconocía que los evangelios no son historia; si hacemos lo mismo, habremos de aceptarlos como testigos en forma narrativa, a pesar de sus discrepancias y contradicciones". O sea, los evangelios son testimonios teológicos de Jesús en forma narrativa. Y aquí está la clave para buscar hoy al Maestro. Estos testimonios están escritos de una manera concreta y hay elementos históricos. Pero no tratan de responder qué pasó, sino más bien ¿qué significa lo que pasó? En otras palabras, los evangelios nos transmiten el significado de unos hechos. No son el relato de acontecimientos que ocurrieron hace 20 siglos a la manera de la historiografía moderna. Tampoco son un discurso "filosófico" que nos transmitieran ciertas ideas, desencarnadas de la historia. En ese caso, Jesús no sería más que un mito, al modo de los personajes mitológicos griegos, aunque transmita "grandes verdades". Los evangelios se refieren a un personaje histórico real. Un judío galileo del primer siglo, que vivió en un lugar concreto y durante un tiempo concreto. Lo que dijo e hizo este hombre trasciende lo meramente "fáctico" desvelando unos significados que van más allá de su tiempo. La persona de Jesús no puede separarse de su palabra y de su vida. Los evangelios nos muestran que el Jesús histórico sigue siendo contemporáneo. ¿Cómo? Cuando leemos los evangelios, nos sentimos transportados más allá de nosotros mismos. Tenemos la sensación de un encuentro, se nos hace real una Presencia. Caminamos con el Nazareno por los caminos de Palestina a la vez que andamos por nuestras propias sendas. Vivimos las experiencias de aquellos que se encontraron con Jesús. Pero ahora lo vivimos de una manera personal, de tal manera que oímos 'una palabra' que nos vivifica. Unos dicen que porque Jesús está vivo, es que su palabra vivifica hoy. Otros que puesto que su palabra vivifica, es que él está vivo hoy. Lo importante es que en la lectura y meditación de los evangelios nos encontramos, no con un personaje histórico del pasado, sino con el Jesús histórico presente y actuante en nuestras vidas. El Jesús de los evangelios, sigue teniendo "rostro", cuerpo, palabra y gesto. No es una "nebulosa", una simple "idea" de lo bueno. Lo que encontramos es la "encarnación" del Amor. Encontramos a Dios en "la hondura" de una vida humana. En los evangelios Jesús nunca da un discurso sobre Dios, o trata de demostrar su existencia. No lo demuestra pero lo muestra. Lo importante es saber ponerse a la escucha. Oír su llamado a "seguirle". Ya en el siglo XVI, Hans Densk decía: "Nadie conoce a Cristo si no le sigue en la vida". ¿Y cuál es ese Cristo que hay que seguir? El del Evangelio, que reúne al Jesús de la historia y su significación trans-histórica. ¿Acaso no hemos oído ese "Sal fuera" como nuevos Lázaros frente a todo lo que nos destruye? ¿No hemos sido confortados por aquel"ni yo te condeno, ve y no peques más"? ¿Cuántas veces nos hemos visto desesperados como aquellas mujeres frente a la tumba vacía, para luego ver renacer la Vida porque nos hemos encontrado con el"que vive"? El Jesús del Evangelio nos llama a ir a buscarlo a "Galilea", el lugar donde él sanó, liberó y dignificó a tantas personas sin esperanzas. Y frente a tantas dudas, confusiones, discursos diversos sobre la divinidad, seguimos oyendo aquello de: "Sólo Dios es bueno". Debemos aprender a leer los evangelios para escuchar el Evangelio, lugar de encuentro con Jesús de Nazaret. Una lectura que tiene en cuenta el sustrato histórico, pero que a la vez es capaz de "actualizar" esa Presencia inefable que se respira a través de los textos. Los evangelios nos impiden caer en dos errores: creer en un "Jesús espiritual" tal y como propugnaban los gnósticos (que hoy están de moda). O pensar en Jesús como un hombre del siglo I que se quedó allí para siempre, (que también quizás esté de moda) Los relatos de la resurrección al final de los evangelios nos impiden pensarlo de esta manera. Fuera de toda lógica historicista, esos textos nos dicen que el Hombre que vino de Nazaret sigue siendo actual, contemporáneo, que no hay que buscarlo entre los muertos, sino "que vive". Y como nuevos discípulos de Emaús, somos acompañados por un Extraño que hace el camino con nosotros. Por eso nuestros corazones arden cuando leemos esas Escrituras, cuando partimos el pan, cuando vamos al encuentro del prójimo, del necesitado, de los desesperanzados, porque en esos momentos nuestros ojos se abren y vemos, y comprendemos, y oímos su llamada a seguirle. En definitiva, hemos encontrado a Jesús. El ego se mueve siempre desde sus necesidades y sus miedos –las dos caras de la misma realidad-, que son los que le dan una sensación de existir. Y ahí es donde se forma el círculo vicioso en el que se retroalimenta el engaño: necesidades/miedos me hacen sentirme "yo" // al sentirme "yo", no puedo renunciar a "mis" necesidades" y soy víctima de "mis" miedos // vivo esclavo de ellos // cada vez me identifico más como un "yo" asediado por ellos... y cada vez me siento más frustrado y desconectado de quien verdaderamente soy.
Dentro de esas necesidades, la más básica probablemente sea la de "ser reconocido", que deriva en la de "ser el primero" y en la de buscar que todo gire alrededor del yo y de sus intereses. Las palabras de Jesús abordan precisamente ambas cuestiones: ¿qué lugar busco? y ¿por qué hago las cosas? Cuestiones que tocan realidades tan básicas como la vanidad/humildad y la apropiación/gratuidad. El ego busca "los primeros puestos": sueña con destacar, ser visto, sentirse reconocido; ama el aplauso y los gestos de admiración a su paso; le encantan los ropajes especiales –también lo decía Jesús: Mt 23,5ss- y signos distintivos de su valía; quiere tener razón y busca imponerla a los demás... Frente a esa tendencia, la palabra de Jesús no es solo una "receta". Si se viviera así, podría inducir, incluso, a la falsa humildad –algo frecuente en el mundo religioso-, al hacerlo desde la voluntad. Sabemos que el ego es muy hábil y puede alimentarse por igual tanto de lo uno como de lo otro. Existen "egos vanidosos" y existen "egos (falsamente) humildes", que hacen virtud de su (aparente) ocultamiento. La palabra de Jesús va a la raíz: se trata de desidentificarse del ego. No soy esas necesidades, no soy el ego con sus intereses. Solo cuando lo comprendo, dejo de vivir para él. La ironía se produce cuando se quiere seguir la indicación de Jesús desde el ego: entonces adopta el papel de "equilibrista" para afirmarse a la vez que manifiesta que quiere negarse. Solo cuando vemos, somos transformados. Pero no podemos ver desde la mente. Vemos desde aquella Sabiduría mayor que nos permite experimentar nuestra verdadera Identidad, que está más allá de todos los contenidos mentales y emocionales. Y es entonces, al serla, cuando la conocemos. Al reconocernos en ella, el ego cae (aunque mantengamos inercias anteriores). Y, con él, aquellas necesidades que guiaban nuestra vida. Del mismo modo, al ego tampoco se le puede pedir gratuidad, porque la esencia misma del ego es la apropiación. Hasta el punto de que, sin apropiación, no hay ego. Su aparente existencia proviene del hecho de apropiarse de contenidos mentales de todo tipo, con los que se identifica. A partir de ahí, entenderá la vida como una apropiación incesante de todo aquello que considere "bueno" para él. La gratuidad únicamente puede vivirse cuando ha caído la identificación con el ego. Porque entonces emerge una nueva consciencia, en la que los otros son percibidos como "parte" de sí mismo. Dar a los otros es darse a sí mismo; dañar a los otros es dañarse a sí mismo. Los "pobres, lisiados, tullidos y ciegos", de que habla el texto, eres tú mismo: "tú eres otro yo". Y Jesús proclama una bienaventuranza: "dichoso tú porque no pueden pagarte". Ahora bien, la dicha no consiste –como se apresuraría a leer el propio ego- en los "méritos" que supuestamente conseguirías con esa acción –de nuevo, se engordaría la vanidad del ego apropiador-, sino en que has descubierto la Dicha, el Gozo, la Bienaventuranza, como tu verdadera identidad. Aquella en la que todos estamos en todos, como en una inmensa red interrelacionada. La dicha –como antes la humildad- no viene de la mano de lo que hacemos, sino de lo que somos. Basta únicamente acceder a esa comprensión, que es Sabiduría y, simultáneamente, Compasión. Me escribe una lectora extrañada por mi recomendación de la educación sexual, que incluye el debido uso de recursos contraceptivos como regulación de la natalidad y prevención del aborto. Me pregunta qué pienso de la enseñanza bíblica, que dice: “Creced y multiplicaos”. Le respondo gustosamente, invitándola a releer esa palabra del libro del Génesis. La Biblia de Alonso Schökel y J. Mateos traduce con una coma, en vez de con una “y”. No dice: “Creced y multiplicaos”, sino “Creced, multiplicaos”. El “creced, multiplicaos” del imperativo bíblico a la mítica pareja primordial se puede parafrasear de varias maneras.
Martes 20 de Agosto de 2013 Cierta teología un tanto estrecha de miras explica esta frase diciendo que la procreación es lo principal en la moral de sexualidad, matrimonio y familia, y parafrasean así: “Multiplicaos para aumentar descendencia, para que no se extinga la especie”. Otra teología moral más amplia de miras ( y pienso que también más profunda)hace la lectura siguiente: “Ayudaos mutuamente a crecer y cooperad con el Creador procreando”. Esta segunda lectura separa con una coma el crecimiento humano en la relación mutua de la pareja y la obra procreadora.interpretación desdobla la unión de la pareja en ayuda mutua y procreación. “Creced, multiplicáos” son dos imperativos diferentes. Se puede alragar la frase así: “Creced, siempre. Multiplicaos, no siempre, sino a su tiempo, cuando convenga. Para crecer juntos, amaos y deciros mutuamente que os queréis. Decidlo con la palabra y el cuerpo, acariciaos mutuamente y uníos. Y cuando sea oportuno que el amor fructifique en prole, favoreced las condiciones para acogerla”. Esta relectura de la famosa palabra del Génesis no identifica el crecimiento con la multiplicación, ni reduce la expresión sexual del amor a la finalidad procreadora. “Creced juntos” es una recomendación válida para siempre en la vida de la pareja. “Multiplicaos” es una recomendación condicionada a la oportunidad de responsabilizarse para engendrar y criar descendencia. Por tanto, “creced, multiplicáos” es un doble consejo. “Ayudaos a crecer mutuamente y a procrear responsablemente”. El crecimiento mutuo es el criterio moral para las relaciones de pareja. La procreación responsable es el lema de la acogida correcta al nacimiento de una nueva vida. Por consiguiente, el emblemático “creced, multiplicaos” puede servir de guía para evaluar moralmente las relaciones íntimas, tanto en el caso de uniones socialmente formalizadas como en el uniodes informales (de hecho o pre-maritales). Aplicándolo a la educación sexual en diversos niveles, habría que tratar sobre dos modos diferentes de ejercitar la relación afectivo-sexual: 1) Cuando hay un proyecto progenitor y una finalidad procreadora. 2) Cuando el ejercicio de la relación afectivo-sexual no se orienta a la finalidad procreadora, es decir, no es para multiplicarse, sino vehicula otras finalidades de crecimiento mutuo de la pareja. Distinguiendo así los aspectos unitvos y procreativos, hablaríamos de “unión amorosa” en el primer caso, y de “unión procreadora” en el segundo. La caricia íntima, indivisiblemente corpóreo-espiritual, tiene varios aspectos: ternura, comunicación, juego y relajación. Con la caricia íntima, la pareja comunica, juega y se relaja. La garantía de autenticidad de estos comportamientos es precisamente la ternura, sin la cuál se corre el peligro de convertir a la pareja en mero objeto de satisfacción. Por tanto, en vez de leer la frase del Génesis como “multiplicaos para que crezca la especie”, la leemos interpretando así: “Creced, multiplicaos”. Crecer, siempre. Multiplicarse, no siempre. Para crecimiento de vuestro amor mutuo, acariciaos. Que la caricia sea expresión de ternura, vehículo de comunicación, expansión lúdica y descanso corporal. Y lo de multiplicarse, cuando sea oportuno, que se haga responsablemente, acogiendo la nueva vida naciente. Esta distinción, en educación sexual, entre la caricia unitiva -no necesariamente vinculada al coito- y la unión procreadora, lograría, entre otros, dos efectos: 1) Favorecería la disminución de embarazos no deseados y abortos. 2) Evitaría el dilema entre aborto y anticoncepción, abriendo otras vías alternativas. El texto nos recuerda una vez más, que Jesús va de camino hacia Jerusalén, que será su meta. Sigue Lucas con la acumulación de dichos sin mucha conexión entre sí, pero todos tienen como objetivo ir instruyendo a los discípulos sobre el seguimiento de Jesús.
Jesús no responde a la pregunta, porque está mal planteada. La salvación no es una línea que hay que cruzar, es un proceso de descentración del yo, que hay que tratar de llevar lo más lejos posible. Trataremos de adivinar por qué no responde a la pregunta y lo que quiere decirnos. No es fácil concretar en qué consiste esa salvación de la que se habla en los evangelios. Ya entonces, pero sobre todo hoy, tenemos infinidad de ofertas de salvación. El concepto hace referencia en primer lugar a la liberación de un peligro o de una situación desesperada. El médico está todos los días curando en el hospital, pero se dice que ha salvado a uno, cuando estando en peligro de muerte ha evitado ese final. Aplicar este concepto a la vida espiritual puede despistarnos. El mayor peligro para una trayectoria espiritual es dejar de progresar, no que se encuentren obstáculos en el camino. La salvación no sería librarme de algo sino desplegar un máximo de plenitud humana durante toda la existencia. ¿Serán muchos los que se salvan? Podíamos hacernos infinidad de preguntas sobre la salvación. De hecho ha habido discusiones teológicas interminables sobre el tema. ¿Para cuándo la salvación? ¿Salvación aquí o en el más allá? ¿Salvación material o salvación espiritual? ¿Quién nos salva? ¿Nos salva Dios? ¿Nos salva Jesús? ¿Nos salvamos nosotros? ¿Salvan las obras o la fe? ¿Salva la religión? ¿Salvan los sacramentos? ¿Salva la oración, la limosna o el ayuno? ¿Nos salva la Escritura? ¿Cómo es esa salvación? ¿Salvación material o salvación espiritual? ¿Salvación individual o comunitaria? ¿Es la misma para todos? ¿Se puede conocer antes de alcanzarla? ¿Podemos saber si estamos salvados? Tengo casi terminado un libro que trata de responder a todas estas preguntas. Pero resulta que es inútil toda respuesta, porque las preguntas están mal planteadas. Todas dan por supuesto que hay un yo que debe ser salvado. Cuando me di cuenta de que la salvación no es alcanzar la seguridad para un ser individual, sino que consiste en superar toda idea de individualidad, perdí todo interés por terminar el libro y mucho más por publicarlo. En realidad todos se salvan de alguna manera, porque todo ser humano despliega algo de esa humanidad por muy mínimo que sea ese progreso. Y nadie alcanza la plenitud de salvación porque por muchos que sean los logros de una vida humana, siempre podría haber avanzado un poco más en el despliegue de su humanidad. Todos estamos, a la vez, salvados y necesitados de salvación. Esta idea nos desconcierta, porque lo único que nos tranquiliza de verdad es la seguridad de alcanzarla o de estar ya salvados. Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. Esta frase nos puede iluminar sobre el tema que estamos tratando. Pero la hemos entendido mal y nos ha metido por un callejón sin salida. El esfuerzo no debe ir encaminado a potenciar un yo para asegurar su permanencia incluso en el más allá. No tiene mucho sentido que esperemos una salvación para cuando dejemos de ser auténticosseres humanos, es decir, para después de morir. La salvación no puede consistir en la liberación de todo aquello que percibo como carencia, es decir, que alguien me saque de las limitaciones que no acepto porque no me he enterado de que soy criatura y por lo tanto limitada. Esas limitaciones no son fallos del creador sino parte esencial de mi ser. La salvación tiene que consistir en alcanzar una plenitud sin pretender dejar de ser criatura y limitada. Como esto exige una renuncia a ser perfectos, nunca nos podemos conformar con una salvación que no nos saque de nuestras imperfecciones. Ni el sufrimiento ni la enfermedad ni la misma muerte pueden restar un ápice a mi condición de ser humano. Mi plenitud la tengo que conseguir con esas limitaciones, no cuando me las quiten. Lo que se puede añadir o quitar pertenece siempre al orden de las cualidades, no es lo esencial. Pensar que la creación le salió mal a Dios y ahora solo Él puede corregirla y hacer un ser humano perfecto es una aberración que nos ha hecho mucho daño. La salvación no puede consistir en cambiar mi condición de ser humano por otro modo de existencia. Nuestra religión nos ha metido por este callejón sin salida. No ha convencido de que, con la ayuda de dios, puedo llegar a ser un superhombre. Nada más lejos del mensaje de Jesús. "las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera". Lo que se nos pide es que despleguemos nuestra humanidad a tope, no siendo más que los demás sino precisamente siendo menos. Para tomar conciencia de dónde tenemos que poner el esfuerzo es imprescindible entender bien el aserto. Debemos desechar la idea de un umbral que debemos superar. No debemos hacer hincapié en la puerta sino en el que debe atravesarla. No es que la puerta sea estrecha, es que se cierra automáticamente en cuanto alguienpretende atravesarla. Solo cuando tomemos conciencia de que somos nadie, se abrirá de par en par. Mientras no captes bien esta idea, estarás dando palos de ciego en orden a tu verdadera salvación. No estamos aquí para salvar nuestro yo, sino para desprendernos de él hasta que no quede ni rastro de lo que creíamos ser. Cuando mi falso ser se esfume, quedará de mí lo que soy de verdad y entonces estaré ya al otro lado de la puerta sin darme cuenta. Cuando pretendo estar seguro de mi salvación o cuando pretendo que los demás vean mi perfección, en realidad estoy alejándome de mi verdadero ser y enzarzándome en mi propio ego. En realidad, no estamos aquí para salvarnos sino para perdernos en beneficio de todos. El domingo pasado decía Jesús: "He venido a traer fuego a la tierra, ¿qué más puedo pedir si ya está ardiendo? Todo lo creado tiene que transformarse en luz, y la única manera de conseguirlo es ardiendo. El fuego destruye todo lo que no tiene valor, pero de esa manera purifica lo que vale de veras. Este es el proceso: consumir todo lo que hay en mí de ego y potenciar lo que hay de verdadero ser. Somos como la vela que está hecha para iluminar consumiéndose; mientras esté apagada y mantenga su identidad de vela será un trasto inútil. En el momento que le prendo fuego y empieza a consumirse se va convirtiendo en luz y da sentido a su existencia. Cuando nos pasamos la vida adornando y engalanando nuestra vela; cuando incluso le pedimos a Dios que, ya que es tan bonita, la guarde junto a Él para toda la eternidad, estamos renunciando al verdadero sentido de una vida humana, que es arder, consumirse para iluminar a los demás. No sé quienes sois. Toda la parafernalia religiosa que hemos desarrollado durante dos mil años no servirá de nada si no me ha llevado a desprenderme del ego. El yo más peligroso para alcanzar una verdadera salvación es el yo religioso. Me asusta la seguridad que tienen algunos cristianos de toda la vida en su conducta irreprochable. Como los fariseos, han cumplido todas las normas de la religión. Han cumplido todo lo mandado, pero no han sido capaces de descubrir que en ese mismo instante, deben considerarse "siervos inútiles". Esta advertencia es mucho más seria de lo que parece. Pero no tenemos que esperar a un más allá para descubrir si hemos acertado o hemos fallado. El grado de salvación que hayamos conseguido se manifiesta en cada instante de nuestra vida por la calidad de nuestras relaciones con los demás. No se trata de prácticas ni de creencias sino de humanidad manifestada con todos los hombres. Lo que creas hacer directamente por Dios no tiene ninguna importancia. Lo que haces cada día por los demás es lo que determina tu grado de plenitud humana, que es la verdadera salvación. Meditación-contemplación He venido a prender fuego a la tierra. El fuego que Jesús trae, me tiene que consumir a mí. Mi falso yo, sustentado en lo material, tiene que consumirse para que surja el verdadero ser. ..................... Todo lo que trabajemos para potenciar la individualidad, será ir en dirección contraria a la verdadera meta. Mientras más adornos y capisayos le coloque, más lejos estaré de mi verdadera salvación .......................... Para que surja el oro de mi verdadera naturaleza, tiene que arder la escoria de mi ego. La luz que ya existe en el fondo de mi ser, solo se manifestará cuando arda mi materialidad. Todo el capítulo 13 de Lucas es un conjunto desordenado de enseñanzas de Jesús, entre las que destaca como tema predominante la amenaza a los que le escuchan pero van a dejar pasar la oportunidad, refugiándose en su condición de "hijos de Abrahán". Así:
13,1: exhortación a la penitencia; 13,6: la higuera estéril; 13,10: escándalo por curar en sábado, y el texto que hoy leemos. El texto tiene paralelos en: Mateo 7,13 (puerta estrecha, camino empinado) Mateo 25,10 (las doncellas necias "Señor, Señor, ábrenos") y sobre todo Mateo 7,22 (¿no hemos profetizado y hecho milagros en tu nombre...?), que es donde se recoge más explícitamente el sentido exacto de este mensaje. Por otra parte, el texto, refleja muy bien "el estilo de Jesús", tal como se muestra en otras muchas ocasiones en que se le hacen preguntas presuntamente religiosas y Jesús no contesta a lo que le preguntan sino a lo que deberían haberle preguntado. Quizá los dos casos más llamativos son la pregunta del letrado sobre cuál es el primer mandamiento y el episodio de la mujer adúltera. En ambos, las preguntas se dirigen a Jesús para tentarle o para proponer una cuestión académica: las respuestas de Jesús ignoran lo que le ha sido preguntado y se dirigen a la conversión del que lo pregunta (en forma bastante agresiva por otra parte). En el texto de hoy la pregunta es "de curiosidad religiosa" y la respuesta es de apremio. Israel da por supuesto que el problema de la salvación es mayor para los gentiles. Incluso algunos parecen pensar que la mera pertenencia al Pueblo de Israel ("somos hijos de Abrahán") es ya un seguro de salvación, tal como aparece en Mateo 3,9 y sobre todo en Juan 8,33 y 8,39. La universalidad del señorío de Yahvé estaba ya en el Antiguo testamento. Lo vemos en el texto de Isaías. Pero siempre se enunciaba como una incorporación de los gentiles a Israel. El final es que todos vendrán a Jerusalén, al Monte Sión, al Templo. No se discute la condición de Pueblo Elegido. Jesús va más allá. Ser hijo de Abrahán no significa nada. Ni haber sido profeta del Señor, ni haber hecho milagros en su nombre, ni haber comido a su mesa. Conocer a Dios, ser su sacerdote, pertenecer a "su pueblo", puede no significar nada. Importan los frutos, sólo los frutos. Esto se aplica sin duda en dos ámbitos principales: Históricamente, fue el primer grave problema teológico de la iglesia, y es la tesis de los "Hechos de los Apóstoles". Pablo sabe bien que Jesús es de todos y para todos, que la esencia de "la salvación" no radica en ser de una u otra raza, sino en aceptar La Palabra, y que su nacimiento en el pueblo de Israel no significa nada. Toda la vida de Pablo es una gran pelea para "abrir" el Evangelio a todos, incluso subrayando que los judíos lo han rechazado. El final de los Hechos es una proclamación de su tesis básica (del libro y de Pablo): "Se ha embotado el corazón de este pueblo; con los oídos apenas oyen, los ojos se los han tapado... para no entender con la mente y convertirse de modo que yo los cure. Pues sabed que esta salvación de Dios se envía a los paganos: ellos sí escucharán". (Hch. 28,27) Doctrinalmente y en forma radical, dramática, se expresa en la parábola del Juicio Final. "Los de la derecha" son los que han vivido echando una mano a sus semejantes, conozcan o no a Dios o a Jesús. "Los de la izquierda" son los que no han echado una mano a los demás, conozcan o no a Dios o a Jesús. La doctrina se completa y se profundiza en las parábolas de los Talentos y del Fariseo/Publicano. Pertenecer al pueblo de Dios, a la Iglesia, conocer a Jesús... no son ningún privilegio, sino talentos que se nos entregan y por tanto, mayor responsabilidad por nuestra parte. El fariseo es rechazado porque no sabe que él es virtuoso como talento recibido para los demás, y simplemente da gracias por serlo. La doctrina de Jesús es extraordinariamente coherente. En consecuencia, en todos estos textos se muestra la esterilidad de algunos planteamientos -incluso muy recientes- sobre la salvación fuera de la iglesia. Si le preguntásemos hoy a Jesús: "¿se pueden salvar los que no te conocen?", la respuesta sería simple: "tú lo tienes más difícil, porque has recibido mucho más". Finalmente, no podemos olvidar el estilo habitual de estos sermones penitenciales. "Apartaos de mí, quedaros fuera, el llanto y rechinar de dientes"... son imágenes, no definiciones dogmáticas. Si alguien saca de aquí conclusiones sobre el infierno y la condenación eterna, está violentando los textos y exhibiendo su incultura. Seguimos esperando "la salvación" para todos, incluso para nosotros, incluso si respondemos tan mal a La Palabra. Se trata de convertirnos, de salvarnos, de no dejarnos dormir en los laureles por ser "el pueblo de Dios". Se trata de recordarnos que parecemos - y nos sentimos - "primeros", pero vamos a ser últimos; se trata de que las prostitutas y los publicanos "os llevan ventaja" en el Reino. Se trata de que el Padre es Padre de todos, y es justo, y de que nosotros somos "elegidos", elegidos para un trabajo, no "privilegiados". En la primera semana de agosto se ha celebrado en la Universidad de la Mística de Ávila la asamblea de los curas de El Prado, asociación de curas fundada en Lyon hace 150 años y cuya finalidad es la formación de sacerdotes pobres para evangelizar a los pobres. En España están presentes en 36 diócesis. Son curas normales, bajo la obediencia de su obispo respectivo, pero con una característica especial: quieren ser curas que trabajan en barrios obreros, y que han optado por los sectores más deprimidos de nuestra sociedad.
El tema tratado en la asamblea de este año ha sido “La evangelización de los pobres, fuente de espiritualidad”. Mediante el diálogo en grupos y el debate en plenario, sin olvidar la oración y la reflexión personal, se han elaborado una serie de principios operativos que ayuden a los cerca de 200 pradosianos españoles a trabajar durante los próximos 5 años. Les trascribo algunas de las conclusiones a las que la asociación ha llegado en sus diversos debates: Dios nos sigue desafiando y nos interpela a partir del sufrimiento y el deterioro de las victimas de siempre y de las nuevas victimas de la presente crisis. En esta situación estamos llamados a hacer una nueva experiencia de Dios. La realidad de la pobreza es dinámica y cambiante. Pero, a partir de los rostros de las víctimas, Dios nos llama a salir a las periferias para evangelizar a los pobres de hoy. La reducción del número de curas y la multiplicación de las tareas no puede ser una excusa para la atonía espiritual o para un reduccionismo ético del ministerio sacerdotal. Seguramente estamos en un tiempo de gracia. El papa Francisco nos provoca para que nos centremos en lo nuclear: la opción por Jesús y por los empobrecidos. No podemos quedarnos “peinando” la oveja que tenemos dentro mientras hay 99 fuera del redil. A lo largo de la semana los participantes han descubierto lo que posibilita y lo que impide una espiritualidad basada en la evangelización. Entre las actitudes que favorecen su vocación, han enumerado las siguientes: reconocer la mirada de misericordia de Dios sobre el mundo, y como consecuencia, sentir compasión, empatía, misericordia hacia los que sufren; acompañar grupos en su crecimiento de solidaridad y de servicio; la presencia y cercanía real en medio de los pobres, compartir su vida; la vida en equipo que permite compartir y discernir la vocación de seguidores de Jesucristo pobre y humilde; celebraciones en las que se comparte sencillamente la fe con los pobres, etc. Por otra parte, se han descrito, con una gran dosis de sinceridad, las actitudes que estorban una espiritualidad liberadora y evangélica: el activismo, la dispersión, la obligación de atender a excesos de demandas, sin establecer prioridades; actitudes negativas como la amargura, tristeza, frustración ante el fracaso, miedo; el sentirse incomprendidos, el no asumir las propias limitaciones; la mala imagen que a veces los pobres tienen de los cristianos como gente acomodada; el quedarse en la ayuda material al necesitado sin atrevernos a anunciar expresamente a Jesucristo. A pesar de todo, este puñado de curas se esfuerza en seguir dando vida al Evangelio. Lucía tiene la edad de las ancianas de la Biblia. Es alta y delgada y, bajo un exterior de gran pobreza, tiene el porte de una dama.
Nadie pudiera creer que en plenitud de la vida esta mujer tan frágil había sido domadora de caballos. Y una incansable bailarina. Cada año, al acercarse la fiesta de la Virgen del Rosario, Lucía salía volando por las montañas hacia el lejano cerro de Sixilera, donde la esperaba la Mamita. Al despuntar el día, el "misachico" emprendía su larga bajada hacia la iglesia del pueblo. Esa marcha en el viento y el polvo y bajo un sol ardiente demoraba al menos doce horas; y no pocas veces rozaba cumbres en las que los mismos animales suelen tener dificultad para respirar. A lo largo del sendero de piedras calentadas al sol, Lucía iba descalza delante de la imagen de la Virgen y, al son de los sikuris, lo pasaba en grande danzando para honrarla. Cuentan que apenas si descansaba un ratito y sólo muy de vez en cuando. No hace mucho, en un triste accidente, se le murió el hijo único (ella lo llamaba "mi guagüita"), dejándola sola con dos nietos de siete y cinco años. La madre de los niños también había fallecido, al dar a luz al más chico. Para darles de comer la abuela se dedica a humildes faenas como pelar maíz en los campos de los vecinos. Las únicas posesiones de Lucía son cinco plantas de maíz y dos gallinitas de marca "bendy". También tiene en medio de un río desecado una chocita de adobe techada con una chapa de zinc. Allí se refugia con los niños. Un día, Eduardo y yo, la visitamos. La casa estaba por completo desnuda. Tres cajones de gaseosas eran los asientos. Lucía estaba felicísima de vernos. Se suponía que los tres cajones estaban vacíos, pero, una vez sentados, ella, con cara de pícara, sacó de su cajón una botella de cerveza, de esas grandes, última herencia, sin lugar a dudas, de su difunto hijo. La destapamos. - ¿A qué brindamos? pregunta Eduardo, que tanto como yo estaba fascinado por ella. - ¡A mis santitos, pues! contesta Lucía al volver los ojos hacia dos imágenes pequeñas que una vela alumbraba en un rincón oscuro de la casa. Eran las imágenes de San Sanjuan con su ovejita y de San Marcos con su vaquita. Ambas preciosas en sus "urnas" respectivas pintadas de flores. Ellos me crían, dijo Lucía con mucha ternura en la voz y con un dedo piadosamente levantado hacia el cielo. Lucía no tiene nada y da todo. El día de Navidad y el domingo de Pascua, visita las casas de sus amigos para regalarles un huevito ("sagrado", precisa ella) de sus minúsculas gallinas. No acepta que se lo agradezca más que con un beso. La alegría de dar es el único lujo que ella se da. Es su tesoro. "Lucía" quiere decir "Luz". Ella lleva bien su nombre porque irradia felicidad. - No me falta nada, me dice. Tengo todo lo que necesito. En sus pequeños ojos que parecen mirar el infinito, hay un letrero grande que dice: "Sólo Dios basta". |
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