El ego se mueve siempre desde sus necesidades y sus miedos –las dos caras de la misma realidad-, que son los que le dan una sensación de existir. Y ahí es donde se forma el círculo vicioso en el que se retroalimenta el engaño: necesidades/miedos me hacen sentirme "yo" // al sentirme "yo", no puedo renunciar a "mis" necesidades" y soy víctima de "mis" miedos // vivo esclavo de ellos // cada vez me identifico más como un "yo" asediado por ellos... y cada vez me siento más frustrado y desconectado de quien verdaderamente soy.
Dentro de esas necesidades, la más básica probablemente sea la de "ser reconocido", que deriva en la de "ser el primero" y en la de buscar que todo gire alrededor del yo y de sus intereses. Las palabras de Jesús abordan precisamente ambas cuestiones: ¿qué lugar busco? y ¿por qué hago las cosas? Cuestiones que tocan realidades tan básicas como la vanidad/humildad y la apropiación/gratuidad. El ego busca "los primeros puestos": sueña con destacar, ser visto, sentirse reconocido; ama el aplauso y los gestos de admiración a su paso; le encantan los ropajes especiales –también lo decía Jesús: Mt 23,5ss- y signos distintivos de su valía; quiere tener razón y busca imponerla a los demás... Frente a esa tendencia, la palabra de Jesús no es solo una "receta". Si se viviera así, podría inducir, incluso, a la falsa humildad –algo frecuente en el mundo religioso-, al hacerlo desde la voluntad. Sabemos que el ego es muy hábil y puede alimentarse por igual tanto de lo uno como de lo otro. Existen "egos vanidosos" y existen "egos (falsamente) humildes", que hacen virtud de su (aparente) ocultamiento. La palabra de Jesús va a la raíz: se trata de desidentificarse del ego. No soy esas necesidades, no soy el ego con sus intereses. Solo cuando lo comprendo, dejo de vivir para él. La ironía se produce cuando se quiere seguir la indicación de Jesús desde el ego: entonces adopta el papel de "equilibrista" para afirmarse a la vez que manifiesta que quiere negarse. Solo cuando vemos, somos transformados. Pero no podemos ver desde la mente. Vemos desde aquella Sabiduría mayor que nos permite experimentar nuestra verdadera Identidad, que está más allá de todos los contenidos mentales y emocionales. Y es entonces, al serla, cuando la conocemos. Al reconocernos en ella, el ego cae (aunque mantengamos inercias anteriores). Y, con él, aquellas necesidades que guiaban nuestra vida. Del mismo modo, al ego tampoco se le puede pedir gratuidad, porque la esencia misma del ego es la apropiación. Hasta el punto de que, sin apropiación, no hay ego. Su aparente existencia proviene del hecho de apropiarse de contenidos mentales de todo tipo, con los que se identifica. A partir de ahí, entenderá la vida como una apropiación incesante de todo aquello que considere "bueno" para él. La gratuidad únicamente puede vivirse cuando ha caído la identificación con el ego. Porque entonces emerge una nueva consciencia, en la que los otros son percibidos como "parte" de sí mismo. Dar a los otros es darse a sí mismo; dañar a los otros es dañarse a sí mismo. Los "pobres, lisiados, tullidos y ciegos", de que habla el texto, eres tú mismo: "tú eres otro yo". Y Jesús proclama una bienaventuranza: "dichoso tú porque no pueden pagarte". Ahora bien, la dicha no consiste –como se apresuraría a leer el propio ego- en los "méritos" que supuestamente conseguirías con esa acción –de nuevo, se engordaría la vanidad del ego apropiador-, sino en que has descubierto la Dicha, el Gozo, la Bienaventuranza, como tu verdadera identidad. Aquella en la que todos estamos en todos, como en una inmensa red interrelacionada. La dicha –como antes la humildad- no viene de la mano de lo que hacemos, sino de lo que somos. Basta únicamente acceder a esa comprensión, que es Sabiduría y, simultáneamente, Compasión.
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