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El quinto: no matar por: J. I. González Faus

7/31/2013

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Un rasgo poco tranquilizador de nuestra cultura es que parece que hay muy pocas gentes que tengan una seria razón incondicional para no matar. Unos porque creen en un Dios “veterotestamentario” que autoriza matar a los que nos parecen sus enemigos. Otros porque, sin Dios, no encuentran ningún fundamento suficientemente absoluto para no matar; y, desde su moral totalmente autónoma, son ellos quienes deciden lo que han de hacer.

La novedad de este factor la muestra el dato de que esos modernos asesinos no se esconden. Ya no necesitamos a Sherlock Holmes, ni al Hércules Poirot de Agatha Christie o al Carvalho de Manolo Vázquez, para descubrirlos. Al revés: tanto el matón de Noruega, como los asesinos de soldados en Londres y Francia, como nuestros verdugos inacabables de las que eufemísticamente llamamos sus compañeras “sentimentales” (?) no huyen ni se esconden: se presentan ellos mismos a la policía y el miedo ya no sirve para refrenarlos. Incluso, con las manos aún ensangrentadas, pretenden explicar sus razones a un peatón que pasaba por allí.

Y no es que esas “razones” sean muy razonables: “están muriendo muchos musulmanes en el mundo”. A lo que cabría responder: “pues entonces vaya Ud. y mate algunos talibanes que son asesinos directos de musulmanes; pero no al primer peatón que se encuentra por la calle”. Pero igual de ilógica es la razón de los ciudadanos ingleses que, luego de un crimen de ésos, salen a la calle a agredir a inmigrantes. No obstante, hay algo en ese falso modo de argumentar que merece ser considerado: hemos creado un mundo tan increíblemente injusto y cruel que a todos nos empaña una especie de culpabilidad difusa: como si aquello que Kaspers llamó culpabilidad metafísica se estuviera convirtiendo en culpabilidad moral, ante la salvajada increíble de este mundo y nuestra indiferencia frente a ella.

De alguien que anduvo cercano a cometer una violencia de género, de la que se libró por ayuda psicológica y religiosa, oí una vez esta confesión que me parece significativa: “odio a las mujeres tanto como las necesito”. Ello me sugiere que quizás podríamos dar con una raíz común a todo ese tipo de nuevos asesinatos si atendemos al dato de nuestra reacción ante la alteridad. Vivimos en un mundo tan intercomunicado que la alteridad se nos ha convertido en un problema serio.

Antaño la movilidad y las comunicaciones eran mucho más reducidas y las personas vivían protegidas en sociedades suficientemente cerradas. Hoy estamos siendo víctimas de una globalización depredadora y uniformadora que, por un lado, nos desnuda de identidad (porque vivas donde vivas, lo que “se” bebe y lo que “se” come, lo “oficial” no son los zumos de frutas o las cervezas o la paellas de tu tierra sino la Coca-cola y la mugre de las hamburgueserías). Y, por el otro lado, se nos inunda de alteridades por razones económicas y de comercio. Por un lado el pensamiento único y por el otro la invasión de múltiples ofertas de los diversos marketings.

Y con la experiencia de alteridad pasa siempre lo mismo: es una amenaza que nos empequeñece y, a la vez, parece ser una promesa que nos enriquece. Nos empequeñece porque nos hace descubrir que no somos la medida de las cosas como se cree nuestra subjetividad. Pero, por otro lado, la alteridad descubre lo que nos falta y nos empuja a apropiarnos de ella y a hacerla nuestra, para poder otra vez sentirnos absolutos. Y si no podemos, pues a eliminarla.

Ante esa sacudida tan actual, creo que necesitaríamos, en primer lugar, una paz humilde, serena y firme con la propia limitación: acabar con todos los orgullos (sea el orgullo patrio, el orgullo gay o el orgullo azulgrana) y firmar el acuerdo de que no soy el centro del mundo, me diga lo que me diga la publicidad, en la cual han ido a refugiarse todos los grandes relatos muertos de la Modernidad. Eso implicará además que lo distinto tampoco es el centro del mundo: por tanto no merece mi envidia, aunque sí merece un inmenso respeto por mi parte: porque la diversidad puede enriquecerme mucho, pero sólo me enriquecerá cuando me sea dada de manera gratuita y no cuando intente yo convertirla en presa.

Será tarea lenta el ir sembrando ese tipo de cultura. Será difícil porque implica, entre otras cosas, una desacralización de muchos absolutos económicos y la posibilidad de una puerta abierta a la afirmación de Dios como único Absoluto, y Fundamento de todos aquellos valores que intuimos como incondicionales y absolutos. Un poco más de autonomía en lo económico y un poco menos de independencia en lo moral.

Pero me temo que si no conseguimos crear una cultura de este tipo, no habrá órdenes de alejamiento, ni pulseras, ni registros ridículos en los aeropuertos que consigan evitar que sigamos matando.

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El papel de las mujeres en las religiones por: Marcelo Colussi

7/30/2013

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Que las mujeres gozan de menos derechos que los varones en todos los rincones del mundo no es ninguna novedad. Eso está comenzando a cambiar, lentamente. Ya hay transformaciones importantes en curso, pero aún resta muchísimo por avanzar. El patriarcado, con mayor o menor virulencia, sigue siendo aún una cruel realidad en todo el planeta. No puede precisarse cómo seguirán esos cambios, y con qué velocidad.

Lo que sí está claro es que las religiones –todas– no juegan un papel precisamente progresista en ese cambio: más que ayudar a la igualación de las relaciones entre los géneros, promueven el mantenimiento de las más odiosas y repudiables diferenciaciones injustas (¿puede haber alguna diferenciación injusta que no se odiosa y repudiable?).

Amparados en la pseudo explicación de “ancestrales motivos culturales”, podemos entender –jamás justificar– el patriarcado, los arreglos matrimoniales hechos por los varones a espaldas de las mujeres, el papel sumiso jugado por éstas en la historia, el harem, la ablación clitoridiana; podemos entender que una comadrona en las comunidades rurales de Latinoamérica cobre más por atender el nacimiento de un niño que el de una niña, o podemos entender la lógica que lleva a la lapidación de una mujer adúltera en el África.

En esta línea, entonces, podríamos decir que las religiones ancestrales son la justificación ideológico-cultural de este estado de cosas; las religiones en tanto cosmovisiones (filosofía, código de ética, manual para la vida práctica) han venido bendiciendo las diferencias de género, por supuesto siempre a favor de los varones. ¿Por qué los poderes, al menos hasta ahora, han sido siempre masculinos y misóginos? Esto, secundariamente, demuestra que todas las religiones son machistas, nunca progresistas, nunca promueven la equidad real; y si hay diosas mujeres, como efectivamente las hay, la feligresía está atravesada por el más absoluto patriarcado.

Quizá en un arrebato de modernidad podríamos llegar a estar tentados de decir que las religiones más antiguas, o los albores de las actuales grandes religiones monoteístas, son explícitas en su expresión abiertamente patriarcal, consecuencia de sociedades mucho más “atrasadas”, sociedades donde hoy ya se comienza a establecer la agenda de los derechos humanos, incluidos los de las mujeres, sociedades que van dejando atrás la nebulosa del “sub-desarrollo”. Así, no nos sorprende que dos milenios y medio atrás, Confucio, el gran pensador chino, pudiera decir que “La mujer es lo más corruptor y lo más corruptible que hay en el mundo”, o que el fundador del budismo, Sidhartha Gautama, aproximadamente para la misma época expresara que “La mujer es mala. Cada vez que se le presente la ocasión, toda mujer pecará”.

Tampoco nos sorprende hoy, en una serena lectura historiográfica y sociológica de las Sagradas Escrituras de la tradición católica, que en el Eclesiastés 22:3 pueda encontrarse que “El nacimiento de una hija es una pérdida”, o en el mismo libro, 7:26-28, que “El hombre que agrada a Dios debe escapar de la mujer, pero el pecador en ella habrá de enredarse. Mientras yo, tranquilo, buscaba sin encontrar, encontré a un hombre justo entre mil, más no encontré una sola mujer justa entre todas”. O que el Génesis enseñe a la mujer que “parirás tus hijos con dolor. Tu deseo será el de tu marido y él tendrá autoridad sobre ti”, o el Timoteo 2:11-14 nos diga que “La mujer debe aprender a estar en calma y en plena sumisión. Yo no permito a una mujer enseñar o tener autoridad sobre un hombre; debe estar en silencio”.

Siempre en la línea de intentar concebir la historia como un continuo desarrollarse, y al proceso civilizatorio como una búsqueda perpetua de mayor racionalidad en las relaciones interhumanas, podría entenderse que cosmovisiones religiosas antiguas como la que aún mantienen los ortodoxos judíos repitan en oraciones que se remontan a lejanísimas antigüedades: “Bendito seas Dios, Rey del Universo, porque Tú no me has hecho mujer”, o “El hombre puede vender a su hija, pero la mujer no; el hombre puede desposar a su hija, pero la mujer no”.

Reconociendo que los prejuicios culturales, racistas para decirlo en otros términos, siguen estando aún presentes en la humanidad pese al gran progreso de los últimos siglos, desde una noción occidental (eurocentrista), podría pensarse que son religiones “primitivas” las que consagran el patriarcado y la supremacía masculina. Así, ente la población africana, es común que en nombre de preceptos religiosos (de “religiones paganas” se decía no hace mucho tiempo) más de 100 millones de mujeres y niñas son actualmente víctimas de la mutilación genital femenina, practicada por parteras tradicionales o ancianas experimentadas al compás de oraciones religiosas a partir del concepto, tremendamente machista, de que la mujer no debe gozar sexualmente, privilegio que sólo le está consagrado a los varones, mientras que eso por cierto no sucede en sociedades “evolucionadas”.

Igualmente desde un prejuicio descalificante puede decirse que la dominación masculina queda glorificada en religiones que, al menos en Occidente, son vistas como fanáticas, fundamentalistas, primitivas en definitiva. En ese sentido, en esa lógica de discriminación cultural, puede afirmarse que los musulmanes ya en su libro sagrado tienen establecido el patriarcado, lo cual podría ratificarse leyendo el verso 38 del capítulo “Las mujeres” del Corán (en la traducción española de Joaquín García-Bravo), que textualmente dice: “Los hombres son superiores a las mujeres, a causa de las cualidades por medio de las cuales Alá ha elevado a éstos por encima de aquéllas, y porque los hombres emplean sus bienes en dotar a las mujeres. Las mujeres virtuosas son obedientes y sumisas: conservan cuidadosamente, durante la ausencia de sus maridos, lo que Alá ha ordenado que se conserve intacto. Reprenderéis a aquellas cuya desobediencia temáis; las relegaréis en lechos aparte, las azotaréis; pero, tan pronto como ellas os obedezcan, no les busquéis camorra. Dios es elevado y grande”.

Incluso podría decirse que si la religión católica consagró el machismo, eso fue en tiempos ya idos, pretéritos, muy lejanos, y no es vergonzante hoy que uno de sus más conspicuos padres teológicos como San Agustín dijera hace más de 1.500 años: “Vosotras, las mujeres, sois la puerta del Diablo: sois las transgresoras del árbol prohibido: sois las primeras transgresoras de la ley divina: vosotras sois las que persuadisteis al hombre de que el diablo no era lo bastante valiente para atacarle. Vosotras destruisteis fácilmente la imagen que de Dios tenía el hombre. Incluso, por causa de vuestra deserción, habría de morir el Hijo de Dios”. Curioso modo de ver las cosas, a leerse psicoanalíticamente, pues el mismo Obispo de Hipona, años atrás, antes de su conversión, cuando era un joven aristócrata sibarita había expresado que “es de mal gusto acostarse dos noches seguidas con la misma mujer”. Es decir: la mujer siempre como objeto, y más aún: objeto peligroso. Y tampoco llama la atención que hace ocho siglos Santo Tomás de Aquino, quizá el más notorio de todos los teólogos del cristianismo, expresara: “Yo no veo la utilidad que puede tener la mujer para el hombre, con excepción de la función de parir a los hijos”. Pero, ¿no debe abrirse una crítica genuina de todo esto?

Las religiones ven en la sexualidad un “pecado”, un tema problemático. Sin dudas, ese es un campo problemático. Pero no porque lleve a la “perdición” (¿qué será eso?) sino porque es la patencia más absoluta de los límites de lo humano: la sexualidad fuerza, desde su misma condición anatómica, a “optar” por una de dos posibilidades: “macho” o “hembra”. La constatación de esa diferencia real no es cualquier cosa: a partir de ella se construyen nuestros mundos culturales, simbólicos, de lo masculino y lo femenino, yendo más allá de la anatómica realidad de macho y hembra. Esa construcción es, definitivamente, la más problemática de las construcciones humanas, y siempre lista para el desliz, para el “problema”, para el síntoma (o, dicho de otra manera, para el goce, que es inconsciente. ¿Cómo entender desde la lógica “normal” que un impotente o una frígida gocen con su síntoma?). A partir de esa construcción simbólica, se “construyó” masculinamente la debilidad femenina. Así, la mujer es incitación al pecado, a la decadencia. Su sola presencia es ya sinónimo de malignidad; su sexualidad es una invitación a la perdición, a la locura.

En la tristemente célebre obra “Martillo de las brujas” (“Malleus maleficarum”) de Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger, aparecida en 1486 como manual de operaciones de la Santa Inquisición, puede leerse que: “Estas brujas conjuran y suscitan el granizo, las tormentas y las tempestades; provocan la esterilidad en las personas y en los animales; ofrecen a Satanás el sacrificio de los niños que ellas mismas no devoran y, cuando no, les quitan la vida de cualquier manera. Entre sus artes está la de inspirar odio y amor desatinados, según su conveniencia; cuando ellas quieren, pueden dirigir contra una persona las descargas eléctricas y hacer que las chispas le quiten la vida, así como también pueden matar a personas y animales por otros varios procedimientos; saben concitar los poderes infernales para provocar la impotencia en los matrimonios o tornarlos infecundos, causar abortos o quitarle la vida al niño en el vientre de la madre con sólo un tocamiento exterior; llegan a herir o matar con una simple mirada, sin contacto siquiera, y extreman su criminal aberración ofrendándole los propios hijos a Satanás”. (…) “La facultad que todas tienen en común, así las de superior categoría como las inferiores y corrientes, es la de llegar en su trato carnal con el diablo a las más abyectas y disolutas bacanales”. No está de más recordar que gracias a instructivos como éste pudieron ser quemadas en la hoguera miles de mujeres en la Edad Media, por supuesta brujería. Fue la idea religiosa en juego la que provocó esto, más allá del declarado “amor al prójimo”: la mujer como incitadora al pecado, como puerta de entrada a la perdición. ¿Amparados en qué derechos varones misóginos pudieron, o pueden, mantener esta monstruosa injusticia?

Toda esta misoginia, este machismo patriarcal tan condenable podría entenderse como el producto de la oscuridad de los tiempos, de la falta de desarrollo, del atraso que imperó siglos atrás en Occidente, o que impera aún en muchas sociedades contemporáneas que tienen todavía que madurar (y que, por ejemplo, aún lapidan en forma pública a las mujeres que han cometido adulterio, como los musulmanes, o les obligan a cubrir su rostro ante otros varones que no sean de su círculo íntimo). Pero es realmente para caerse de espaldas saber que hoy, entrado ya el siglo XXI, la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana sigue preparando a las parejas que habrán de contraer matrimonio con manuales donde puede leerse que “La profesión de la mujer seguirá siendo sus labores, su casa, y debería estar presente en los mil y un detalles de la vida de cada día. Le queda un campo inmenso para llegar a perfeccionarse para ser esposa. El sufrimiento y ellas son buenos amigos. En el amor desea ser conquistada; para ella amar es darse por completo y entregarse a alguien que la ha elegido. Hasta tal punto experimenta la necesidad de pertenecer a alguien que siente la tentación de recurrir a la comedia de las lágrimas o a ceder con toda facilidad a los requerimientos del hombre. La mujer es egoísta y quiere ser la única en amar al hombre y ser amada por él. Durante toda su vida tendrá que cuidarse y aparecer bella ante su esposo, de lo contrario, no se hará desear por su marido”, tal como puede consultarse en “20 minutos Madrid” del lunes 15 de noviembre de 2004, año V., número 1.132, página 8. La idea de “pecado decadente” ligado a las mujeres, no sólo en el catolicismo, sigue estando presente en diversas cosmovisiones religiosas, todas de extracción patriarcal.

El actual papa Francisco tiene como uno de sus objetivos darles un lugar mucho más protagónico a las mujeres en la práctica de la religión católica desde la institución vaticana. ¿Futuras sacerdotisas? Quizá. ¿Por qué no? Es hora que la Iglesia y las religiones se modernicen en muchos aspectos, que formulen una genuina autocrítica, que evolucionen.

Las religiones, quizá no puede ser de otra manera dado el papel social que cumplen, tienden a ser conservadoras. En eso, las mujeres salen siempre mal paradas: desde el machismo ancestral que nos constituye, todas las religiones hacen de las mujeres el “chivo expiatorio” que refuerza la construcción machista. Aunque ya va siendo hora de romper esos atávicos esquemas, ¿verdad? ¿Por qué la suerte de las mujeres tiene que estar supeditada al parecer de unos cuantos varones misóginos? Cambiar esquemas es algo siempre difícil, tortuoso, complicadísimo. “Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”, dijo sabiamente Einstein. Pero más allá de esas enormes dificultades, es un imperativo ético de toda la sociedad (varones y mujeres) plantearse estos cambios.

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Dios y el sufrimiento por: Carlos F. Barberá

7/29/2013

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En 1999 André Glucksmann, uno de los llamados nuevos filósofos, escribió un libro titulado "La tercera muerte de Dios". Sostenía que a lo largo de la historia ha habido tres muertes de la divinidad: la primera es la de Jesús en la cruz; la segunda, la promovida por los filósofos del siglo XIX, Marx y Nietzsche a la cabeza; la tercera es la actual, la de la indiferencia frente a un Dios inactivo ante las matanzas del siglo XX, desde la primera guerra mundial hasta el genocidio de Ruanda. "La religión es el vínculo social. Cuando ese vínculo se convierte en guerra, corrupción, tortura y exterminio, una religión que aparta la mirada y se retira de puntillas está fallando y pierde la partida. Jaque mate".

Cabe preguntarse por qué precisamente ahora la existencia de un mal generalizado cuestiona a Dios, siendo así que siempre en la historia se han dado masacres y exterminaciones.

Durante siglos la persona humana, limitada en su existencia a un ámbito reducido, se sentía participante de un cosmos presidido por Dios. Sin duda existían la violencia, la enfermedad y la muerte pero formaban parte de un destino global grandioso, del que cada uno era apenas una pequeña pieza.

Es la Ilustración la que, poniendo la mirada en la persona humana concreta como alguien sujeto de derechos, siente como una injusticia lo que esa persona tenga que sufrir por el hecho de estar en el mundo.

En 1755 tuvo lugar el terremoto de Lisboa, que causó entre 80 y 100.000 muertos, que fue seguido de un maremoto y de incendios que aniquilaron prácticamente la capital portuguesa y que llevó la muerte y la destrucción hasta el interior de España. Ese acontecimiento se vivió en la Europa ilustrada como un gran escándalo y un enorme desafío. Leibniz se sintió obligado a escribir su Teodicea, una justificación de Dios a pesar del mal, y Voltaire a ridiculizarla en su novela Candide. En definitiva se trataba de la cuestión: ¿se puede seguir creyendo en Dios a pesar del dolor, de la injusticia y de la barbarie que El no evita o no reprime?

La importancia de esa pregunta, soslayada durante tanto tiempo en la teología cristiana, empieza ahora a situarse en el centro de la reflexión. Más aún: se va viendo cada vez más claro que la lucha contra el mal y el sufrimiento constituyó la línea más importante de la actuación de Jesús. Una Iglesia que no la ponga en el centro de su reflexión y de su actividad cosechará la indiferencia que señalaba Glucksmann.

Dorothee Sölle, la teóloga alemana, escribió un libro sobre el sufrimiento. En él cuenta que había mucha gente que, al conocer lo sucedido en Auschwitz, se preguntaba dónde estaba Dios. Ella responde: "Durante la época nazi en Alemania, Dios había sido pequeño y débil. Dios era –de hecho– impotente, porque no tenía amigas y amigos; el Espíritu de Dios no tenía donde morar; el sol de Dios, el sol de justicia, no brillaba. El Dios que necesita a los seres humanos para ser, era una nada. [...] Dios no es el Vencedor todopoderoso, sino el que está al lado de los pobres y los desfavorecidos. Un Dios que sigue estando oculto en el mundo y que quiere hacerse visible". Y añade: "Cuando hube comprendido lo que había pasado en el campo de concentración de Auschwitz, me adherí al movimiento en favor de la paz. No me desentendí de Dios, como hacen muchos, cargando sobre él toda la responsabilidad. Sino que comprendí que Dios nos necesita para realizar lo que él pretendía con la creación. Dios sueña con nosotros. Y no hemos de dejarle que sueñe solo".

Este texto precioso señala lo que debe ser el objetivo primero de la Iglesia: la lucha contra el sufrimiento. No es el culto su tarea primera sino la compasión, el consuelo, la denuncia. Los dirigentes eclesiásticos españoles alardean, sin duda con razón, de que diez millones de fieles acuden cada domingo a la iglesia. Es una cifra alentadora pero no debería ser la más importante sino la de los millones que están en ONGs, tienen iniciativas solidarias, realizan tareas de acompañamiento y de denuncia. El culto es importante pero lo primero es el combate contra el sufrimiento.

Queda, sin embargo, algo importante que añadir. En el libro citado anteriormente, Dorothee Sölle escribe: "No es ninguna casualidad que en toda reflexión cristiana sobre el sufrimiento surjan elementos místicos... El dolor físico de dar a luz, que se usó siempre como metáfora del sufrimiento, no es comparable al dolor sin sentido del cálculo renal. Los místicos han intentado transformar todo sufrimiento que nos afecta en sufrimiento de parto y suprimir así toda falta de sentido". Junto a la lucha contra el dolor humano, la Iglesia ha de enseñar la vivencia mística en el sufrir.

No es una tarea fácil porque sólo podrán acometerla quienes hayan vivido esa experiencia. Los demás, como al comienzo los amigos de Job, han de reducirse a aportar su silencio. Pero quienes ha sufrido profundamente podrán hablar de la compañía de Dios. Un amigo mío sacerdote tuvo que estar colgado durante tres meses tras un accidente que le hundió el esternón. Le visitaron y trataron de animarle desde el obispo hasta muchos colegas y amigos. Al final me confesó: "El único que me aportó algo fue un cura mayor que se sentaba a mi lado en silencio y me decía: sufres mucho ¿verdad?"

Esta anécdota me ha hecho reflexionar sobre el hecho de la compañía. Quien se siente solo puede conocer que es difícil vivir sin compañía. No es fácil, en cambio, explicar qué es lo que la compañía aporta. Es algo sutil, impalpable, difícil de definir pero ciertamente real. La compañía, aun la silenciosa, aporta una certidumbre: no estás solo. Y también una promesa: en lo que de mí dependa, no lo estarás jamás.

En la vida del creyente, pero en especial en los momentos de sufrimiento, Dios es el Dios que acompaña. En unas notas sobre su propia enfermedad Mari Patxi Ayerra terminaba de este modo: "Cuando todos se van, Dios se queda". Dios nos acompaña y nos promete definitivamente: no estás sólo ni lo estarás jamás.

En su novela "El hombre que fue jueves" uno de los protagonistas echa en cara a Domingo, el jefe desconocido, los sufrimientos que han debido soportar.

"¿Y tú –gritó Syme con voz espantosa- ¿has sufrido tú alguna vez?... Y antes de que la oscuridad aniquilara su espíritu, Syme creyó oír una voz distante que repetía aquel lugar común que alguna otra vez había oído, quién sabe dónde: ¿Podréis beber la copa que yo bebo?"

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Dios es Padre-Madre de todos y de cada uno por: Fray Marcos 

7/28/2013

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El Padrenuestro es mucho más que una oración de petición. Es un resume de las relaciones de un ser humano con el absoluto, consigo mismo y con los demás. Es muy probable que el núcleo de esta oración se remonte al mismo Jesús, lo cual nos pone en contacto directo con su manera de entender a Dios. El Padrenuestro nos trasmite, en el lenguaje religioso de la época, toda la novedad de la experiencia de Jesús. La base de ese mensaje fue una experiencia única de Dios como "Abba", y la experiencia de ser Hijo.

Entendido literalmente, el Padrenuestro no tiene para nosotros mucho sentido. Ni Dios es padre en sentido literal; ni está en ningún lugar, llamado cielo; ni podemos santificar su nombre, porque no lo tiene; ni tiene que venir su Reino de ninguna parte, porque está siempre en todos y en todo. Ni su voluntad tiene que cumplirse, porque se cumple siempre aunque no queramos nosotros. Ni tiene nada que perdonar, mucho menos, puede tomar ejemplo de nosotros para hacerlo; ni podemos imaginar que sea Él el que nos induzca a pecar; ni puede librarnos del mal, porque eso depende solo de nosotros.

Es imposible abarcar todo el padrenuestro en una homilía. Cuentan de Sta. Teresa que al ponerse a rezar el padrenuestro, era incapaz de pasar de la primera palabra. En cuanto decía "Padre" caía en éxtasis... ¡Qué maravilla! Efectivamente, esa palabra es la clave para adentrarnos en lo que Jesús vivió de Dios. Comentar esa sola palabra nos podía llevar varias horas de meditación. De todas formas, vamos a repasarlo todo brevemente.

Padre. Llamar a Dios Padre, fue la gran revelación de Jesús. El "Abba" es la piedra maestra de todo su mensaje. En los evangelios se pone una sola vez en labios de Jesús, pero lo hace con tal rotundidad, que se ha convertido en resumen de todas las enseñanzas de Jesús.

Es una fuente inagotable de vivencias. El descubrir a Dios como Papá supone la situación de un niño pequeño, que ni siquiera sabe lo que debe pedir. Esta actitud es muy distinta de la nuestra que nos comportamos como personas mayores que podemos decir a Dios lo que nos debe dar en cada momento. La aparente oración debe convertirse en confianza absoluta en aquel que sabe mejor que yo mismo lo que necesito y está siempre dándomelo.

Dios es Padre en el sentido de origen y fundamento de nuestro ser, no en el sentido de dependencia biológica. Queremos decir mucho más de lo que esas palabras significan, pero no tenemos el concepto adecuado; por eso tenemos que intentar ir más allá de las palabras. Procedemos de Él sin perder nunca esa dependencia, que no limita mis posibilidades de ser, sino que las fundamenta absolutamente. El padre natural, da en un momento determinado la vida biológica. Dios nos está dando constantemente todo lo que somos y tenemos.

Hay que eliminar de Dios la idea del padre dominador y represor, que a veces le hemos atribuido y que nos ha llevado a proyectar sobre Él los complejos que con frecuencia sufrimos con relación al padre natural. No podemos proyectar sobre Dios la idea negativa de padre que aplicamos al padre biológico. Por eso decimos hoy que Dios es también Madre. No se trata de un superficial progresismo. Se trata de superar la literalidad de las palabras y de tomar conciencia de que Dios es más de lo que podemos decir y pensar de Él.

El concepto de padre, es siempre relativo. Hace referencia a un hijo. No hay padre si no hay hijo; y no puede haber hijo si no hay padre. Para la cultura semita, Padre era, sobre todo, el modelo a imitar por el hijo. Este es el verdadero sentido que da Jesús a su advocación de Dios como Padre. "Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre".

Cuando Jesús dice que no llaméis a nadie padre, quiere decir que el único modelo a imitar por el seguidor de Jesús, es únicamente el mismo Dios. Si todos somos hijos, todos somos hermanos y debemos comportarnos como tales. Ser hermano supone el sentimiento de pertenencia a una familia y de compartir todo lo que se tiene y lo que se es.

Que estás en el cielo. Esta frase no está en Lucas. Pero necesita explicación. Juan Pablo II dejó dicho, con toda claridad, que el cielo no era un lugar, sino un estado. Había que traducir: Padre celeste que estás en toda criatura. La verdad es que no puede estar en otro sitio ni de otra manera. Otra traducción podía ser: Que no puedes dejar de ser lo que eres. Pensar que Dios nos espera en el cielo, ha arruinado la posibilidad de vivir a tope en la tierra.

Santificado sea tu nombre. Ya sabéis que aquí "nombre" significa persona, ser. Nada ni nadie puede añadir nada a Dios. Está siempre colmado su ser y no se puede añadir ni una gota más. Lo que quiere decir es que nosotros debemos descubrir esa presencia en nosotros y en los demás. Debemos vivir esa realidad y debemos darla a conocer a los demás tal como es, a través de nuestra propia existencia. Santificamos su nombre cuando somos lo que tenemos que ser, respondiendo a las exigencias más profundas de nuestra naturaleza.

Venga tu reino. El Reino es la idea central del mensaje evangélico. Pero el mismo Jesús nos dijo que no tiene que venir de ninguna parte ni está aquí ni está allí, está dentro de nosotros. Nuestra tarea consiste en descubrirlo y manifestarlo en la vida con nuestras obras. Debemos contribuir a que ese proyecto de Dios, que es el Reino, se lleve a cabo en nuestro mundo de hoy. Todo lo que tiene que hacer Dios para que su Reino llegue, ya está hecho. Al expresar este deseo, nos comprometemos a luchar para que se haga realidad.

Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Un lugar contrario a la tierra, donde se cumple su voluntad no es inteligible. Dios no tiene voluntad. Es un ser simplicísimo que no puede tener facultades o potencias. La voluntad de Dios es su propio ser que se plasma y se manifiesta en cada criatura, es decir, en todas las personas y cosas. La voluntad de Dios no es un añadido que se hace realidad en el tiempo. Nosotros si podemos manifestar esa naturaleza de Dios en el tiempo acomodándonos a las exigencias de nuestro propio ser.

Danos cada día nuestro pan de mañana. Dios no puede dejar de darnos todo lo que necesitamos para ser nosotros mismos. Sería ridículo un dios que se preocupara solo del que se lo pide y se olvidara del que no le pide nada. No se trata solo del pan o del alimento en general, sino de todo lo que el ser humano necesita, tanto lo necesario material como lo espiritual. Jesús dijo: "Yo soy el pan de Vida". Al pedir que nos dé el pan de mañana, estamos manifestando la confianza en un futuro que se puede adelantar.

Perdónanos, que también nosotros perdonamos. Sería ridículo que nosotros pudiéramos ser ejemplo de perdón para Dios. Más bien deberíamos aprender a perdonar, pero Dios no perdona. En Dios los verbos no se conjugan, porque no tiene tiempos ni modos. Dios es perdón. El descubrir que Dios me sigue amando sin merecerlo es la clave de toda relación con Él y con los demás. Si perdonamos es señal de que hemos descubierto y aceptado el perdón (amor) de Dios.

No nos dejes ceder a la tentación También esta formulación es complicada. Tanto el griego como el latín apuntan a que no nos induzca a pecar el mismo Dios, lo cual no tiene ni pies ni cabeza. Los intentos que se hacen al traducirlo no terminan de aclarar los conceptos. Pensar que Dios puede dejarnos caer o puede hacer que no caigamos es ridículo. La única manera de no caer es precisamente la oración, es decir, la toma de conciencia, (conocimiento) de lo que verdaderamente soy y lo que es Dios.

Líbranos del mal. La frase tiene su sentido, pero su significado está más allá de la letra. Si Dios pudiera librarnos del mal y no lo hiciera, no sería Dios. La única manera de librarnos del mal es el conocimiento. Todo el mensaje de Jesús está encaminado a librarnos del mal, es decir, del engaño, del error, de la mentira. No hay manera de librarnos del mal sin el conocimiento del bien. Si yo supiera lo que es bueno o malo para mí, nunca elegiría el mal.




Meditación-contemplación




Dios es Abba.

Como Padre, es fundamento de todo lo que yo soy.

De mi ser material y de mi ser espiritual.

Mi existencia depende totalmente de Él en todo momento.

...........................

Como Padre es el único modelo al que debo imitar.

Mi plenitud consiste en imitarle.

Cuando sea capaz de experimentar que yo y el Padre somos uno,

habrá terminado mi camino de perfección.

.............................

Como padre de todos, todos participamos de lo que Él es.

Somos todos mucho más que hermanos.

Somos idénticos. Somos una sola cosa en Él.

Éste es el fundamento del amor que nos pide Jesús.

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No pedir; reconocer por: Enrique Martínez Lozano

7/27/2013

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Podría decirse que, en gran medida, la oración se ha identificado habitualmente con la petición. Aunque las tradiciones religiosas hayan conocido otras formas –alabanza o gratitud-, en el imaginario colectivo, orar aparecía como sinónimo de pedir a Dios algún bien.

La oración de petición cuajó fácilmente desde la consciencia –en ocasiones, dramática- de la propia necesidad, y desde la proyección de la imagen de un Dios que aparecía –tampoco es casualidad- como "Padre Todopoderoso", en el que, finalmente, iban a encontrar respuesta cumplida los sueños infantiles de omnipotencia, que nos acompañan a los humanos desde la niñez.

Ese parecido con nuestros sueños infantiles debería habernos hecho sospechar de este tipo de oración, en el que inadvertidamente se podía fabricar un dios a nuestra medida..., convencidos de que fuera el Dios verdadero.

El resultado no podía ser otro que el que fue: la oración de petición se convertiría en una eficaz "fábrica de ateos". Y no solo porque, con mucha frecuencia, la petición quedara sin respuesta y el orante no entendiera su frustración, sino por la misma imagen de Dios que daba por supuesta.

En efecto, esa forma de oración "colaba", de un modo sutil, la idea de que Dios podría ser mejor de lo que es. ¿Por qué no lo era? Solo cabían dos razones: o no estaba enterado de la situación o tenía el corazón endurecido. Es decir, pareciera como si orante estuviera más informado o fuera más sensible a las necesidades humanas. En definitiva, era fácil terminar pensando que Dios no era mejor que nosotros.

Recuerdo aún con cierta pena el comentario de un niño a quien su mamá, desde el día mismo en que el gobierno norteamericano desató la guerra contra Irak, le dijo que cada noche pedirían a Dios para que concediera la paz a la zona. Tras algunas semanas, el niño me decía con tristeza: "Dios no debe ser muy bueno. Hace días que le pedimos la paz... y no la quiere dar".

Me parece claro que la oración de petición encierra tres intuiciones válidas: 1) la consciencia de la propia fragilidad, 2) la consciencia de que podemos "alcanzar" a los otros desde nuestro corazón, 3) la certeza de que el Fondo de lo real (Dios) es bondadoso.

Pero, aun siendo ciertas, habría que encontrar un modo de "traducirlas" a nuestro "idioma cultural" para evitar aquella deformación del rostro de Dios. Y eso no se soluciona aludiendo a la literalidad del texto que leemos hoy ("Jesús nos insta a pedir a Dios"), sino captando la sabiduría que ese texto contiene más allá del literalismo.

Desde una perspectiva no-dual, todo está en todo y, en su dimensión más profunda, todo está bien. Por eso Jesús habla con verdad: "Quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre". Eso ya es así. ¿Qué es lo que recibimos o hallamos?, ¿qué se nos abre? La Plenitud de lo que somos. Por eso también, la conclusión es tajante: "Cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden".

Es muy significativo que, en el texto paralelo de Mateo (7,11), se diga: "Cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan". La diferencia no es menor: la única "cosa buena" es el Espíritu. Y eso es algo que ya tenemos –más exactamente,somos- todos. Pedir cualquier otra cosa no es eficaz, porque no sirve sino para engordar el ego.

Ahora bien, cuando deseamos de corazón el Espíritu y estamos dispuestos a desapropiarnos del ego, caemos en la cuenta de que somos ya lo que nuestro corazón anhelaba. No hay ninguna distancia entre lo que somos y lo que anhelamos, excepto la ignorancia que nos impide verlo. Y desde esa identidad profunda, la "intercesión" funciona: somos una gran Red, y todo repercute en todo. Por eso, la "oración" siempre llega a las personas por quienes oramos.

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Una oración de aceptación por: José Enrique Galarreta

7/26/2013

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El pasaje de Lucas tiene dos partes muy claras: el Padrenuestro y otros consejos sobre la oración. Invertimos este orden, para dedicar mayor atención al Padrenuestro.

Los consejos de Jesús sobre la oración se reproducen en el contexto del Sermón del Monte ('del llano' en Lucas). Aquí se incluyen solamente los que hacen referencia a la eficacia de la oración. Si vosotros, que sois malos, sois capaces de escuchar a los amigos aun por malos motivos, si sois capaces de atender bien a vuestros hijos, cuánto más os va a escuchar vuestro Padre que es bueno.

Esta pequeña parábola es evidente en sí. Los hijos tienen todo el derecho de pedir cosas a su padre, y el padre, si lo es, atiende a sus hijos. Pero esta parábola no agota la doctrina de Jesús sobre la oración. Si el niño pide una serpiente, ¿se la dará su padre?. Y cuando pedimos insistentemente y el Padre no nos lo concede... como le ocurre a Jesús en Getsemaní...

Getsemaní es una enseñanza clave para nuestra oración de petición y para la divinidad de Jesús.

• Dios Hijo pide a Dios Padre. ¿Puede más la primera persona de la Trinidad que la segunda?
• El Padre no se lo concede. ¿Qué poder tiene la oración de petición?
• Hágase tu voluntad y no la mía. ¿La primera persona de la Trinidad y la segunda ¿tienen voluntades diferentes?

Pero todas estas elucubraciones dependen de una mala teología de la Trinidad. Nos importa ante todo que la oración de Jesús en Getsemaní es la propia de un hijo, que siente la necesidad de expresarse totalmente ante su Padre, y que acaba, como debe acabar toda petición: "hágase tu voluntad", que no es una petición sino una aceptación.

Todo esto es un buen ejemplo para recordar que un texto no debe ser leído aisladamente: este texto subraya la confianza en nuestro Padre, que siempre escucha; otros textos completarán este mensaje; y todos juntos nos darán una visión global de la doctrina de Jesús sobre la oración.

EL PADRENUESTRO

Una explicación a fondo del Padrenuestro rebasa las posibilidades de una homilía dominical. Deberemos centrarnos en lo más fundamental y lo haremos sobre dos puntos: el destinatario y el sentido global de lo que se pide.

El destinatario es Abbá. Sabemos que Dios es para Jesús 'Abbá'. En este momento, cuando Jesús nos enseña que debemos dirigir nuestra oración a Abbá, nos hace entrega de su Dios, de su propia relación con Abbá. Nuestra oración no es al Poderoso, al Juez, al Amo, es a Abbá. Esto significa también que los que oramos no somos los esclavos, los temerosos, los asalariados... sino los hijos.

Nuestra oración es una relación del hijo con su Padre. Esto trae como consecuencia primera que el planteamiento esencial es la seguridad de ser escuchado y atendido. No tenemos que ablandar a Dios con súplicas lastimeras, ni arrancarle el perdón o la protección a base de cansarle los oídos. "Ya sabe vuestro Padre celestial lo que necesitáis". "Gracias Padre porque siempre me escuchas".

Esto sitúa en otras coordenadas el concepto de eficacia de nuestra oración. Nuestra oración no es eficaz por nuestra insistencia. No hace falta. Y la oración de petición se transforma de tal manera que, en el fondo, no pedimos nada.

El sentido global de lo que se pide es "venga tu reino", lo que equivale a una renuncia a todas las pequeñas peticiones que suelen poblar nuestras oraciones en favor de una aspiración de verdaderos hijos. "Santificado tu nombre" es un reconocimiento de quién es Dios. "Venga tu reino" es el deseo máximo, único y unificador, lo que jerarquiza todos los demás valores y hace que "bueno/malo", "deseable/temible" adquieran un sentido diferente.

"Danos cada día nuestro pan de mañana" es una fórmula compleja, que tiene poco que ver con la subsistencia material y mucho con la confianza en Dios y la petición del alimento espiritual. Aspirar al perdón ofreciendo como justificación nuestra propia actitud de perdonar es una formidable inversión de la realidad: en realidad, nosotros perdonamos porque nos sentimos perdonados; nuestro perdón es respuesta. En esta "petición" manifestamos por tanto que vivimos en el perdón, en la reconciliación, hacia Dios y entre nosotros. Y al final se manifiesta nuestra desconfianza en nuestras propias fuerzas, rogando a Dios que no nos ponga a prueba, porque sabemos de nuestra debilidad.

Por tanto, esta oración, que aparentemente es de petición, se transforma en una oración de aceptación. Y su resumen es la fórmula que, precisamente, falta en Lucas y se incluye en Mateo: "Hágase tu voluntad". Fórmula que tampoco es una petición (por supuesto que la voluntad de Dios se hace) sino de aceptación.

El Padrenuestro es por tanto la oración de los hijos; sólo un espíritu filial puede orar así. Es una oración "en el espíritu", y constituye, mucho más que una serie de peticiones, una profesión de fe, una confesión pública de nuestra relación con Dios y con los demás.

Con razón la ha colocado la Iglesia como antesala de la comunión. Si por el bautismo nos adherimos a Jesús -crucificado para el mundo y vivo por el Espíritu-, en la comunión lo hacemos nuestro alimento y nuestra bebida. Comulgamos - todos juntos - con Jesús para renovar el Espíritu, para renovar nuestra comunión, nuestro espíritu filial, nuestro compromiso fraterno. Y todo ello se expresa en esa profesión de fe que recitamos juntos antes de comulgar con Jesús.

Por otra parte, sabemos que nuestro espíritu no es tan puro, sabemos que mentimos cuando proclamamos que queremos sólo el Reino, que aceptamos toda su voluntad y que perdonamos como Dios perdona. Cuando pedimos a Dios lo que nos apetece no recitamos el Padrenuestro; le pedimos suerte, dinero, salud, éxito, consuelo... Es evidente que si un hada maravillosa nos permitiera formular tres deseos, estos no serían "santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad"...

Para rezar el Padrenuestro necesitamos elevarnos por encima de la mediocridad y hacer un acto consciente de que somos hijos, constructores del Reino, y de cuáles son los valores supremos del reino. Recitar el Padrenuestro es un fuerte desafío a la mediocridad de nuestra fe. Pero lo profesamos así avalados por el mandato de Jesús. Porque Él nos dijo que orásemos así, por eso, sólo por eso nos atrevemos a decir .....

¿No sería muy necesario que recobrásemos el respeto al Padrenuestro?. No se pueden rezar "padrenuestros" a diestro y siniestro, en el rosario, en la bendición de la mesa, en los responsos, en las novenas, a los santos, en cualquier ocasión y momento. No tomar el nombre de Dios en vano, no exhibir a Cristo crucificado en vano, no multiplicar la eucaristía en vano, no desgastar el Padrenuestro en vano.

LA ORACIÓN DE LOS HIJOS

Los discípulos se acercaron a Jesús y le pidieron: "enséñanos a orar". Desde aquel día, los que siguen a Jesús saben orar como hijos, y levantan el corazón hacia su Padre.

Porque hay a quien dirigirse. Porque mi vida no es una porquería entre la nada y la nada, una pasión inútil entre no-ser y no-ser. Porque estoy a cubierto. Porque existe el proyecto, el destino, el que sabe. Porque estás ahí y eres el que me quita el miedo. Porque dirigirme a Ti es levantar el corazón, no machacarlo, porque levanto mi mano y hay una Mano mayor que me la coge. Porque sé a quién dirigirme, a quién referirme, de quién fiarme. Porque Jesús, el Hijo, me informó de quién soy y de Quién eres.

Por eso puedo levantar la vista, alzar la frente, mirarte a los ojos y decir:

PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO

Ésta es la vida eterna, que te conozcan, que te quieran. Si todos te conocieran ¡se acabarían tantas oscuridades!. No te conocen, se han fiado en caricaturas de Ti. Por eso te ignoran, te niegan, blasfeman de Ti. Conocerte es amarte, pues no es posible sentirse querido y no querer. Bendito seas Tú, que creas porque necesitas Hijos, que nos sacas adelante, que preparas la mesa mientras llegamos. Bendito seas porque entregaste al mejor de tus Hijos para que todos te conozcamos. Bendito seas Señor, que todos los pueblos te conozcan y te quieran

SANTIFICADO SEA TU NOMBRE

Tienes que reinar. Entre nosotros reina ahora la violencia, el exceso de los ricos, la humillación de los pobres, reina la necesidad de consumir, reina la locura contra el planeta entero. Reina la oscuridad. Eso es lo que ahora reina. Queremos que reine la libertad, que reine la confianza, que reine la solidaridad, que reine el perdón, que reine la dignidad de tus hijos. Queremos que reines Tú. Y lo esperamos, con esperanza cierta: sabemos que el Reino es tu obra, tu empeño, tu sueño. Nosotros sembramos, abonamos, podamos, regamos, pero tú eres el que da la vida.

VENGA A NOSOTROS TU REINO

Sabemos cuál es tu voluntad, porque te conocemos: tu voluntad es que todas las personas sepan que son hijos, que todos vivan como hijos, que todos vivan para siempre. Esa es tu voluntad y tu proyecto, es la misión que encargaste a Jesús, es la misión que Jesús nos encargó a nosotros. Y, entretanto, este oscuro camino hacia la Patria, que no sabemos por qué lo hiciste tan oscuro, tan estrecho, tan lleno de peligros y de amargura. Si es así, lo habrás querido así y tenemos que aceptarlo, aunque no lo entendemos. En el cielo y en la tierra. Allí quedarán cumplidos tus planes; aquí seguimos peleándonos con las tinieblas. Que se cumpla, Señor, tu voluntad, tu voluntad de que la tierra sea como el cielo, tu voluntad de que haya luz y desaparezcan las tinieblas.

HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO

Tú sabes bien de qué barro nos hiciste. Nos consta que sabes lo que necesitamos. Yo tengo pan, muchos no tienen pan. Yo tengo el Pan de tu Palabra, muchos no lo tienen. Yo tengo el Pan de Jesús, muchos no lo tienen. Porque no vivimos sólo del pan que se mastica, sino también – y mucho más – del pan de la esperanza, del pan del perdón, del pan de la justicia. Hoy pensaré en la Eucaristía que me estás dando tu Pan y desearé que nunca me falte. Hoy me alimento del Pan de Jesús, tu Palabra hecha carne para mi alimento. Y pediré que nunca me falte. Y pensaré en el hambre de mis hermanos, faltos de Pan y de Palabra. Y pediré que te acuerdes de te necesitamos. Que no nos falte, Señor, tu Pan.

DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DÍA

Ofensas, fea palabra. Nunca ha pasado por mi mente ofenderte. Si alguien te ha ofendido es porque no te conoce. Sabes que no son ofensas, que son errores y esclavitudes. Yo sé que así lo sabes, pero es que necesito excusarme ante Ti, mi Padre, por ser tan poco hijo. Yo sé que vivo gracias a que Tú me conoces y me comprendes. Yo sé que esa manera tuya de comprender y perdonar está en mis hermanos, tus otros hijos. Sé que ellos me conocen y me comprenden, y me siento bien, conocido y comprendido. Quiero vivir en ese ambiente, quiero comprender y perdonar, quiero vivir perdonando y perdonado.

PERDONA NUESTRAS OFENSAS COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN

Tentación. Toda mi vida es una enorme tentación. Te confesaré que no me apetece el Reino. Me tienta el dinero, me tienta la venganza, me tienta el prestigio, me tienta todo. Tu Reino, tan fascinante, me atrae menos que muchas otras cosas, más cercanas, más tentadoras. El Reino se me convierte en una puerta estrecha, en un camino empinado, en un ojo de aguja difícil de acertar. No me abandones, no retires de mí tu Santo Espíritu, no permitas que mis ojos prefieran tesoros que roe la polilla, no me dejes servir a otros señores, no me dejes en manos de mí mismo. Que tu vara y tu cayado me conduzcan mientras camino por oscuras cañadas.

NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN

¿Por qué has dejado suelto tanto mal? ¿Es que no sabes que el mal nos impide creer en Ti? ¿Es que no miras el dolor de tantos hijos? ¿Es que van ser nuestros males más poderosos que Tú, es que nos van a impedir creer en Ti? Yo sueño con un mundo de Hijos que no sufren. Yo sueño con un mundo en no haya que creer en Ti, un mundo en que seas evidente. Me parece que estamos atados, agobiados, sometidos, al poder de las tinieblas que nos impiden verte, al poder de la tierra que nos atrae mucho más que el cielo. Líbranos, tú que eres poderoso, tú que pusiste a tu hijo el nombre de "El Libertador", en esta vida y para siempre, líbranos.

Y LÍBRANOS DEL MAL

Todo esto es sin duda una osadía, que empieza por dirigirnos a ti con tan descarada confianza. pero Jesús nos enseñó a orar así. y por eso, fieles a su enseñanza, nos atrevemos a decir ....

AMÉN



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"La ciencia no tiene nada que negar ni afirnmar sobre la existencia de Dios" por: Xaime Méndez Baudot

7/25/2013

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El genetista más prestigioso de nuestro país (y uno de los más destacados del mundo), Francisco Ayala, ha sido investido este miércoles Doctor 'honoris causa' por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP). Un doctor, doctorado con honores.

En el acto, desarrollado en el Palacio de la Magdalena de Santander, ha destacado la defensa que este madrileño de 79 años ha realizado de dos de sus grandes pasiones: la teoría de la evolución y la teología. "Hay dos conflictos percibidos: el conflicto entre la cultura y la ciencia y el percibido entre la religión y la ciencia y, en particular, la evolución", ha comenzado Ayala nada más aceptar el título.

El genetista ha quitado hierro al debate entre cultura y ciencia. Para Ayala, cuando los biólogos hablan de la evolución humana atribuyen la capacidad artística, moral o del lenguaje a la constitución biológica de los organismos, mientras que los filósofos lo atribuyen a las tradiciones culturales.

Su idea es que son "dimensiones diferentes" porque los biólogos -como él- hablan de la moralidad como capacidad de hacer juicios morales, "algo posible por nuestra constitución biológica", ha señalado. Sin embargo, las normas de moralidad ("icónicamente los diez mandamientos", ha ejemplificado) "no vienen de la biología". Así, su conclusión es que "es la biología la que nos da nuestras capacidades fundamentales, pero la cultura la que elabora los valores".

Religión vs. Evolución

Francisco Ayala Ha destacado que esta percepción de conflicto estámás extendida en Estados Unidos, país donde él ha llevado a cabo toda su carrera como investigador científico, pero ha matizado que existe "en la mente de muchas personas" de todo el mundo.

Para Ayala, ex fraile dominico, la Teoría de la Evolución no contradice a la Biblia porque "ya los primeros padres de la Iglesia decían que la Biblia no es un libro de ciencia", y lo ha ejemplificado con una frase de San Agustín: "La Biblia no está escrita para decirnos cómo fueron hechos los cielos, sino para enseñarnos cómo ir al cielo".

La evolución, como tal, ya no es una teoría y cree que nadie lo considera así, ni siquiera la Iglesia que ya lo ha aceptado, ha apuntado, desde los tiempos de Pío XII. "A mí me resulta extraño que los fundamentalistas o creacionistas no se den cuenta que la interpretación que ellos quieren dar de la Biblia es destructiva", ha criticado el nuevo miembro del claustro de la UIMP, quien ha matizado que seguir las escrituras como si fuesen "un libro de ciencia" es un error.

El materialismo científico

Lo ha explicado afirmando que la explicación de la creación que da la Biblia es "cierta si consideramos el propósito de la narrativa: enseñarnos que somos criaturas de Dios, y la unicidad de la especie humana". Eso sí, ha apostillado que si se interpretan literalmente "evidentemente no es compatible con la ciencia".

Sí ha entendido a "personas de buena fe" que encuentran reticencias en la ciencia. En su discurso, Ayala lo ha explicado basándose en que "la ciencia es metodológicamente materialista, no cree en Dios". Pero ha aclarado que la ciencia es sólo materialista en el sentido de que trabaja con cosas que se perciben con nuestros sentidos, pero no materialista en el sentido metafísico porque "eso trasciende su competencia y no tiene nada que negar ni afirmar sobre la existencia de Dios".

Ha cerrado esta defensa de la convivencia con una imagen clara, sin dejar resquicio a interpretaciones no científicas: "La ciencia y la religión son las dos ventanas más importantes para mirar al mundo. El mundo que miran es el mismo, pero lo que se ve es diferente".

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Una de cal y otra de arena por: Francisco Asensi

7/24/2013

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Acabo de enterarme de que el papa Francisco piensa canonizar a Juan Pablo II a la vez que a Juan XXIII. También se ha dicho que tiene la intención de beatificar al arzobispo Oscar Romero y a Álvaro del Portillo, el sucesor de Escrivá de Balaguer en la prelatura del Opus Dei... ¿Qué intenta con esa mezcolanza? Porque salta a la vista que los miembros de cada duplo poco tienen en común, por no decir que son polos opuestos.

Hasta que llegó Wojtyla, con su afán (capricho, diría yo) de llenar el cielo de santos, las causas seguían un proceso lento, sereno, escrupuloso, sin quemar etapas. Con su Constitución Divinus perfectionis Magister de 1983, el ritmo se volvió frenético, loco.

Los procesos se redujeron a la simple redacción de una positio, sin debates serios sobre la heroicidad de las virtudes, con total arbitrariedad a la hora de seleccionar los testigos, con la dispensa de milagros, etc.

De ese modo, cualquier siervo de Dios que contase con influencias y dinero abundante para afrontar los cuantiosos gastos y comprar algunas voluntades tenía la mitad del camino recorrido. No obstante, muchas causas fracasan no porque sus protagonistas no hayan llevado una vida virtuosa y sean merecedores de los altares, sino porque sus postuladores desconocen los entresijos y recovecos de la tramoya y dan palos de ciego.

Lo primero que los promotores han de averiguar es si la santidad de su patrocinado concuerda con la santidad oficial vigente en el Vaticano; de otro modo, perderán el tiempo y malgastarán su dinero. Cada época tiene su moda de santidad. Hay verdaderos santos por los que hoy no se da un céntimo.

Un ejemplo de lo que digo: el arzobispo Oscar Romero, considerado mártir en Latinoamérica. La Iglesia de los pobres que defendió hasta derramar su sangre se da de bruces con la Iglesia que fomentó Wojtyla y Ratzinger. ¡La Iglesia de los pobres no se ha puesto de moda hasta que ha llegado el papa Francisco!

Como digo, para que un personaje llegue a los altares hay que encontrar un relator que, como ocurre en el mundo de las novelas, sepa tejer bien la trama y contar su vida y milagros de modo que encaje en la línea de la santidad oficial. Si no acierta a la primera y la positio es rechazada, no tiene que desanimarse: todo es cuestión de redactarla de nuevo, volviendo del revés lo que antes había escrito al derecho, hasta presentar una hagiografía al gusto de los cardenales que han de decidir.

¿Y qué decir de los milagros que se exigen? El cupo se ha rebajado, se ha reducido a uno, como si los santos de hoy fuesen más enclenques que en el pasado e incapaces de obrarlos. Ya no tenemos santos que resuciten muertos, o recompongan cuerpos descuartizados, o vuelen por los aires, o aparezcan en varios lugares a la vez. Los milagros de hoy están abaratados. Los postuladores sólo aportan curaciones de tumores, cánceres o cosas por el estilo. ¡Muchas radiografías, análisis de laboratorio y literatura médica! En definitiva, nada rotundo y concluyente. El caso de Escrivá de Balaguer ha quedado como ejemplo flagrante de esto que digo.

A diferencia de otros tiempos, en que se respetaba la independencia y buen hacer de la Congregación, con la llegada de Juan Pablo II, como digo, quedó completamente a merced de las continuas intromisiones papales. Wojtyla señalaba los individuos a canonizar según sus intereses políticos y personales, y fijaba la fecha sin importarle lo más mínimo la fase en que se hallase el proceso y lo que pensase el "abogado del Diablo".

Ratzinger, motu proprio o presionado por la Curia, siguió esa misma conducta. ¿Seguirá por esa senda el papa Francisco? Puede que la Iglesia sea infalible y eterna pero el Vaticano es muy voluble y terrenal, y sus criterios respecto a las canonizaciones ni son santos ni siempre los mismos.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que, por encima de la heroicidad de las virtudes (heroicidad que en el caso de Escrivá de Balaguer y del papa Wojtyla no está suficientemente probada), la finalidad que se persigue al canonizar a los venerables es poner como tipo de Iglesia la que defienden sus promotores. La Curia y los movimientos ultraconservadores en el caso de Juan Pablo II. El Opus Dei en los casos de Escrivá de Balaguer y de Álvaro del Portillo.

No es lo mismo la Iglesia polaca, que el papa Wojtyla impuso a todo el orbe católico, que la Iglesia de Juan XXIII, la del Concilio, diametralmente opuesta. Como nada tiene que ver la Iglesia que promovía el arzobispo Óscar Romero y la Iglesia de Álvaro del Portillo que patrocina el Opus Dei. Expuestos estos considerandos, es inevitable preguntarse qué idea de Iglesia tiene el papa Francisco.

En este asunto nada baladí de las canonizaciones, tengo la impresión de que el papa Francisco da un paso hacia atrás; o una de cal y otra de arena. Al menos, adopta una decisión ambigua. Está fuera de duda de que el papa Francisco, al ser elegido pontífice, ha ido a parar a un nido de víboras que no se lo pondrá nada fácil.

¿Acaso la sombra ultraconservadora de Benedicto XVI es demasiado alargada? Se ha encontrado con una Iglesia dividida y con grupos enfrentados. Así las cosas, es su obligación no fomentar ni mantener la división y el enfrentamiento, sino ayudar a la tolerancia, el respeto, la unión. Ser el papa de todos los católicos no es tarea fácil pero no creo que sea necesaria esa ambigüedad. El papa Francisco tendrá que pensar qué tipo de Iglesia le conviene al mundo de hoy y cuál va a ser el rumbo a seguir. Si ha optado por una Iglesia pobre y para los pobres no parece que este tipo de Iglesia case muy bien con algunas de las canonizaciones en curso.

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Marta y Maria: tres modos de amar que se entrecruzan por: Sandra Hojman

7/23/2013

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Encuentro en "la casa de Marta". Ella, haciéndose cargo, bien consciente de su lugar de anfitriona. Quiere acogerte con lo mejor que tiene, la obra de sus manos. Y en ese mismo afán, se autoexcluye, envidiando tu intimidad con María, que parece conocerte desde siempre. Mira con enojo. Se apodera de la casa, se apropia de las responsabilidades, del trabajo; y se ofusca con los que saben gozar de los encuentros.

En lugar de pedir espacio, de sumarse a la ronda, reprocha.

No se queja directamente con María. Te hace juez y árbitro, te introduce en una disputa que es de ellas. Seguramente Marta necesita ocuparse de "todo" para sentirse reconocida, para tener un lugar en la "mirada del varón", que eres tú y tal vez también Lázaro... Le duele su hermana, desde la lógica de que sólo hay amor disponible para una...

María se concentra en ti. Se sale del triángulo. Sólo se entrega al gozo de la intimidad. "Se olvida" de su hermana, son solamente ella, tú y el encuentro. Sin medir fuerzas, sin competir. Tal vez confía en que el amor se expande y puede abrazar a las dos, a todos... Hay disfrute, profundidad, dulzura, que no deja amargar.

Tú las invitas a la ronda. No te pones en el vértice: te haces uno más entre iguales; propones "Gocemos juntos". No eres "propiedad privada" de nadie; te distribuyes, te das, como el pan partido, a todo el que quiera comer. Y las provocas a lo mismo.

Ni sujetarte como propio.

Ni quedarse afuera, envidiando.

Podemos ser círculo de hermanos. Entregarnos unos a otros, comiendo juntos del pan de todos. Que sabemos que sobra... sólo es cuestión de compartirlo.

El amor "se dilata libremente entre nosotros" cuando no pretendemos capturarlo. Cuando simplemente lo ofrecemos y tomamos lo que se nos brinda. Sin retener ni acaparar ni mezquinar.

Que podamos aprender a amar así. A dejar volar el amor, aire fresco que todo lo toma si no le ponemos frenos. Que fluye si no queremos acumularlo, y nos baña, se derrama sobre todos, y más que alcanzar, nos excede. Como el agua de la bendición, nos empapa y sigue brotando; como el vino de Caná, no se agota.

La fiesta del amor exige libertad. Sin restricciones ni manipulaciones, crece y se hace torrente, manantial que no se extingue. Sólo se reseca cuando pretendemos controlar su curso, "esto para mi parcela, no para la tuya". Por supuesto habrá que cuidarse de la inundación; pero el río sabe por dónde fluir, va regulando su caudal, ensanchando el cauce. Abriendo afluentes.

Gracias, Jesús, por distribuir el agua en delta...

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¿Acción o contemplación? por: Enrique Martínez Lozano

7/22/2013

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Cualquier texto "inspirado" es susceptible de diferentes niveles de lectura, en consonancia también con la "inspiración" de quien se acerca a él. En realidad, para que se encienda la chispa de la sabiduría, hacen falta dos personas "inspiradas": el escritor y el lector.

¿Qué es la inspiración? En un nivel de consciencia mítico, se entendía como el acto por el cual Dios hablaba interiormente a la persona, que era conducida, en su trabajo, por esa luz del Espíritu.

Desde el nivel transpersonal (y no-dual), la inspiración se percibe como el proceso por el que la Consciencia o Sabiduría se expresa a través de personas que se viven como cauce o canal, sin apropiación y, por tanto, sin que el ego bloquee lo que tiene que circular.

En este sentido, es hermoso constatar que, cuando se vive así, quien lee no es diferente de quien escribe: la Consciencia que escribe –a través del autor- es también la que lee –en el lector-. Esto explica la admirable "sintonía" que se produce en esas ocasiones –quien lee o escucha siente que están poniendo palabras a su propia experiencia-, así como la poderosa fuerza transformadora que la "inspiración" contiene.

Me ha brotado esta introducción al acercarme a este texto de Lucas y comprobar, una vez más y en contra de lo que sugieren lecturas reduccionistas, que está leyendo nuestra propia vida.

En un primer nivel, parece que el texto nació de un interés concreto de la primera comunidad cristiana: mostrar que el verdadero discípulo es aquel que escucha la palabra de Jesús. Esa es, parecen argüir, la "única cosa necesaria".

Posteriormente se acentuó el dualismo, hasta el punto de contraponer dos actitudes igualmente valiosas, en la discusión clásica sobre la acción y de la contemplación: ¿qué es más valioso?

El dualismo no puede sino llevar al engaño, porque contrapone cosas que, en realidad, son complementarias. En aquella discusión sobre "espiritualidad" (mística, contemplación) y "compromiso" (profecía, acción social), bastaba nombrar uno de esos elementos para que el otro quedara relegado.

Cuando, sin embargo, nos aproximamos al texto desde otra perspectiva más profunda, no tardamos mucho en descubrir que "Marta" y "María" son dos actitudes que habitan en cada uno de nosotros. Y que ambas, lejos de excluirse, se reclaman mutuamente: contemplación es sinónimo de compromiso.

Lo que se reprocha a Marta, en el relato, no es su acción, sino su inquietud o agitación. La inquietud es síntoma del ego, porque el ego mismo es inquietud y prisa (por ser insatisfacción); el Testigo, por el contrario, es ecuánime porque sabe que nuestra verdadera identidad no puede ser afectada negativamente.

La agitación distorsiona todo –tanto la acción como la contemplación-, porque en todo hay una búsqueda del ego.

El compromiso sin la contemplación se convierte en activismo, guiado por las expectativas del ego, que no augura nada bueno. Porque, como decía John R. Price, "hasta que no trasciendas el ego, no podrás sino contribuir a la locura del mundo".

Por su parte, la contemplación sin compromiso no pasa de ser ensimismamiento narcisista. También en este caso, el sujeto es el ego y sus necesidades.

Frente a cualquier lectura reduccionista que escinde la realidad, me parece importante subrayar que la contemplación genuina es no-dual. Lo cual significa afirmar que la contemplación es el corazón del compromiso. Y el compromiso es la expresión de la contemplación.

Solo en este caso, la Vida puede fluir. Porque entonces el sujeto ya no es el yo –que actúa o que contempla-, sino la Consciencia que somos y que siempre se expresa como Sabiduría (Comprensión) y Compasión (Bondad).

Ahora bien, el ego no puede ver ni vivir esa complementariedad. Porque su propia naturaleza se lo impide. Su mismo carácter apropiador impide, de hecho, que ambas dimensiones fluyan simultáneas. Aunque haga propósitos voluntaristas por vivir armoniosamente aquella doble dimensión, terminará constatando la inutilidad de los mismos.

El camino pasa, por tanto, como en tantas otras cosas, por trascender el ego..., hasta reconocer que no eres él. Y, en cuanto te descubres en tu verdadera identidad, todo fluye sin separaciones ni apropiaciones, sin comparaciones ni descalificaciones..., porque ha desaparecido el supuesto "sujeto" que lo hacía y, con él, la agitación de la que hablaba el texto.

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