Encuentro en "la casa de Marta". Ella, haciéndose cargo, bien consciente de su lugar de anfitriona. Quiere acogerte con lo mejor que tiene, la obra de sus manos. Y en ese mismo afán, se autoexcluye, envidiando tu intimidad con María, que parece conocerte desde siempre. Mira con enojo. Se apodera de la casa, se apropia de las responsabilidades, del trabajo; y se ofusca con los que saben gozar de los encuentros.
En lugar de pedir espacio, de sumarse a la ronda, reprocha. No se queja directamente con María. Te hace juez y árbitro, te introduce en una disputa que es de ellas. Seguramente Marta necesita ocuparse de "todo" para sentirse reconocida, para tener un lugar en la "mirada del varón", que eres tú y tal vez también Lázaro... Le duele su hermana, desde la lógica de que sólo hay amor disponible para una... María se concentra en ti. Se sale del triángulo. Sólo se entrega al gozo de la intimidad. "Se olvida" de su hermana, son solamente ella, tú y el encuentro. Sin medir fuerzas, sin competir. Tal vez confía en que el amor se expande y puede abrazar a las dos, a todos... Hay disfrute, profundidad, dulzura, que no deja amargar. Tú las invitas a la ronda. No te pones en el vértice: te haces uno más entre iguales; propones "Gocemos juntos". No eres "propiedad privada" de nadie; te distribuyes, te das, como el pan partido, a todo el que quiera comer. Y las provocas a lo mismo. Ni sujetarte como propio. Ni quedarse afuera, envidiando. Podemos ser círculo de hermanos. Entregarnos unos a otros, comiendo juntos del pan de todos. Que sabemos que sobra... sólo es cuestión de compartirlo. El amor "se dilata libremente entre nosotros" cuando no pretendemos capturarlo. Cuando simplemente lo ofrecemos y tomamos lo que se nos brinda. Sin retener ni acaparar ni mezquinar. Que podamos aprender a amar así. A dejar volar el amor, aire fresco que todo lo toma si no le ponemos frenos. Que fluye si no queremos acumularlo, y nos baña, se derrama sobre todos, y más que alcanzar, nos excede. Como el agua de la bendición, nos empapa y sigue brotando; como el vino de Caná, no se agota. La fiesta del amor exige libertad. Sin restricciones ni manipulaciones, crece y se hace torrente, manantial que no se extingue. Sólo se reseca cuando pretendemos controlar su curso, "esto para mi parcela, no para la tuya". Por supuesto habrá que cuidarse de la inundación; pero el río sabe por dónde fluir, va regulando su caudal, ensanchando el cauce. Abriendo afluentes. Gracias, Jesús, por distribuir el agua en delta...
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