Me propongo destacar una doctrina muy propia de la comunidad eclesial, pero olvidada, o mejor, silenciada: la del sacerdocio común, que es primigenia, absolutamente tradicional y ortodoxa. Para entrar un poco a fondo en ella, pienso que sería necesario un estudio biblico teológico. A tal efecto, me voy a ceñir a exponer la cuestión en dos PARTES. Una PRIMERA, que reflejará el pensar del teólogo Domiciano Fernández según su libro “Ministerios de la mujer en la Iglesia” y parte del artículo de Demetrio Velasco “La hipoteca de la lógica patriarcalista y clerical”. Y una SEGUNDA PARTE , que reflejará la investigación del teólogo Xabier Pikaza, según su libro “La Novedad de Jesús: todos somos sacerdotes”.
Parte PRIMERA 1. Algunos textos del concilio Vaticano II Comienzo por destacar algunos textos que en el concilio Vaticano II proclaman no existir en la Iglesia ninguna desigualdad. “Los que creen en Cristo son hechos sacerdocio real”, (Lumen Gentium, 9), “Cristo hizo de su nuevo pueblo, reino y sacerdotes para Dios, sacerdocio que ejercen con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad operante” (Nº 10). “Ante Cristo y ante la Iglesia no existe desigualdad alguna en razón de estirpe o nacimiento, condición social o sexo, porque no hay judío ni griego; no hay siervo o libre; no hay varón ni mujer. Pues todos sois Uno en Cristo Jesús” …. ”Se da una verdadera igualdad entre todos referente a la dignidad y acción común de todos los fieles para la edificación del cuerpo de Cristo “ (LG, 32). 2. Jesús no excluyó a las mujeres del ministerio ordenado. La prohibición es ajena a la Escritura y no es una verdad revelada. Este es un tema que hace tiempo nos interpela. Debiera haberse abordado con prudencia pero sin miedo, porque está ahí reclamando solución desde hace mucho tiempo. Y el cambio que se pide no sólo es posible, sino necesario y legítimo. ¿Por qué no se ha hecho? En la Iglesia católica ha contado más la autoridad y la obediencia que el pensamiento y la libertad. En ella ha prevalecido el poder, un poder concentrado en el clero, que asegura la adhesión y la sumisión más que la crítica, el pensamiento y la libertad. Cambiar supone renovar, y renovar supone avanzar. Pero esto es lo que el poder obstruye alegando que no puede traicionar la verdad, sofisma que encubre ignorancia y privilegios adquiridos, a costa naturalmente de maldecir la necesaria renovación. No se debe minusvalorar la resistencia a esta renovación. Tenemos un pueblo fiel, poco hecho para opinar, dialogar y obrar con libertad. Se nos enseñó a obedecer más que a pensar. Y esto explica nuestra rutina, nuestro ritualismo, nuestra falta de creatividad, nuestra desconexión con la ciencia y la cultura modernas. No pocas veces hablamos de doctrinas heredadas en conceptos y lenguaje ajenos al conocimiento y pensamiento modernos. Esto no obstante, está abierto el camino que nos llevará a conseguir esta igualdad de la mujer, si somos capaces de mantener abierta la puerta al pensar, al debate, al diálogo. Hay que reemplazar el binomio del pasado: Iglesia docente (jerarquía) e Iglesia discente (pueblo). El pueblo es sujeto no objeto, la Iglesia es toda ella discente, discípula, seguidora de Jesús, obedientes todos al Evangelio, desde el Papa hasta el último de los fieles. Ciertamente, esta es una puerta cerrada desde hace muchos siglos. ¿Seguirá cerrada en el futuro? No sabemos hasta cuándo, pero es cierto que esta práctica “no forma parte de la constitución divina de la Iglesia”. Es preciso recordar que el Papa Juan Pablo II quiso zanjar definitivamente esta cuestión entre los fieles de la Iglesia católica. Pero, de inmediato, fueron muchos los teólogos que le replicaron ser esta su declaración (Carta Inter Signiores -1976) una doctrina ajena a la Escritura y una verdad no revelada. En la acción de Jesús de elegir entonces únicamente a varones no va incluida su voluntad de excluirlas para siempre. Sería una discriminación grave, que nadie puede demostrar desde un estudio riguroso de la Sagrada Escritura y de la Tradición de la iglesia. No existe ningún argumento. Y pretender mantener la exclusión, diciendo que el sacerdote representa a Cristo varón y que la mujer es un ser inferior, incapaz e impuro para representarlo, es no sólo inadmisible sino vergonzoso y sonrojarte: “Una decisión del Papa no puede convertir en palabra revelada lo que realmente no lo es . Es un anacronismo invocar el ejemplo de Cristo o de los apóstoles para deducir que se trata de una verdad que pertenece al depositum fidei… Que Roma no se limite a proclamar verdades y dar órdenes. Es necesario escuchar lo que otros dicen” (Domiciano Fernández, Ministerios de la mujer en la Iglesia, Nueva Utopía, 2002, pp. 271-272) 3. El Papa no puede convertir en verdad revelada, lo que en realidad no lo es. Al teólogo Domiciano Fernández, que sobresale por conocer a fondo esta cuestión, por su rigurosa documentación histórica y por su mesura e imparcialidad en valorar las razones de una y otra parte, se le prohibió el libro citado y no pudo verlo publicado antes de morir. Escribe: “Pronto me convencí de que no existía una dificultad dogmática seria que impida la ordenación sacerdotal de la mujer. No existen argumentos serios sacados de la Sagrada Escritura, donde no se plantea esta cuestión. Los argumentos teológicos deducidos de que el sacerdote representa a Cristo varón y el de alianza nupcial entre Cristo y su Iglesia (de los que me ocupo en el capítulo VII) no me parecen convincentes. Los argumentos que con tanta frecuencia han dado los Santos Padres y los teólogos, fundados en la inferioridad, en la incapacidad y en la impureza de la mujer, son inadmisibles y nos debieran llenar de vergüenza y sonrojo a los cristianos” (Ídem, pp. 11 y 12). “ Muchos años de estudio no han podido convencer ni a los teólogos ni a los biblistas de que sea expresa voluntad de Cristo excluir a las mujeres del ministerio ordenado. Los ministerios los ha creado la Iglesia según las necesidades de los tiempos y según la cultura de la época. Han cambiado y siguen cambiando. Lo que los biblistas y teólogos rechazan y no ven oportuno ni conveniente es que se quiera zanjar de un modo definitivo la cuestión de principio, cuando no hay argumentos válidos que fundamenten esta decisión. Una decisión del Papa no puede convertir en palabra revelada lo que realmente no lo es. Es un anacronismo invocar el ejemplo de Cristo o de los apóstoles para deducir que se trata de una verdad que pertenece al “depositum fidei”. Y si no se trata de una verdad revelada, el Papa no tiene autoridad para proclamarla como infalible o como verdad de fe. Me parece esencial que haya más diálogo, más libertad, más espíritu de comunión. Que Roma no se limite a proclamar verdades y dar órdenes. Es necesario es cuchar lo que otros dicen. Escuchar para reflexionar y aprender, y no sólo para enseñar. Es importante descubrir lo que Dios nos habla a través de los signos de los tiempos” (Ídem, pp. 271-272).
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En toda la historia de Israel antes del exilio, y en ninguno de los textos escritos en esta época, se había hablado ni escrito nunca sobre el concepto “ángeles”.
El pueblo Caldeo (cap. Babilonia) tenía una creencia en los ángeles, en concepto de mensajeros, o representantes de la divinidad, como transmisores de mensajes divinos a las personas. Durante el exilio de los israelitas en Babilonia (587-538 aC), a los israelitas les debió gustar esta imagen de unos ángeles transmisores de las órdenes o los designios de Yahvé. Y adoptaron esta creencia. En todos los textos bíblicos anterior al exilio, cuando había un diálogo, siempre se decía “el Señor le dijo a… Adam, Noé, Abraham, Moisés, o quien fuera…”. Pero al retorno del exilio, los sacerdotes israelitas, que tomaron el poder en el orden religioso (antes lo tenía principalmente el rey, pero ahora ya no había reyes, abolidos como estaban, por ser considerados los principales culpables de lo que les había ocurrido), empezaron a introducir el concepto ”ángel” en textos anteriores, por medio de interpolaciones. Los casos en que sabemos que interpolaron son los siguientes: Gn 22: 11, tres veces / Gn 28: 12, una vez / Gn 32: 2, una vez / Ex 3: 2, solo una vez / Jt 2: 1-5, dos veces / Jt 6: 11-24, tres veces / 2 Sa 24: 16-17, dos veces. Los interpoladores no fueron nada cuidadosos, en la manera de hacerlo, y en algunos de estos pasajes se da el caso que alternen “el Ángel del Señor” y “el Señor”. Pero el caso más escandaloso es Ex 3: 2, fragmento en que se desarrolla una larga conversación entre Yahvé y Moisés, en la cual se da hasta veinte veces la intervención de uno u otro, en forma de encargo o de pregunta o de respuesta. Y al chapucero del interpolador solo se le ocurrió hacerlo en la primera frase (cambiando el Señor por el Ángel del Señor). En todas las demás diecinueve, el texto actual dice o bien “el Señor” o bien “al Señor”, según quién es el que habla. Y esto es una demostración incontestable que era una interpolación ilegítima. Aceptar la mediación de un ángel equivalía, en la práctica, a crear una separación entre Dios y las personas. Con la mediación de un ángel, Dios no se comunicaba con la gente de manera directa, como en los textos anteriores, sino que quedaba “más arriba”, más lejos, y enviaba un representante. Yo diría que los sacerdotes de Israel, los de después del exilio, los poderosos, prefirieron un Dios majestuoso, con sirvientes para todo lo que necesitara, en vez de un Dios familiar, próximo a las personas. Un Dios que imponía más respeto (al principio, más respeto, mucho más adelante sería más miedo). Sacerdotes tenían que ser. Fue el primer paso de un distanciamiento que después continuó de otras maneras, a pesar de que con Jesús de Nazaret se había vuelto mucho más próximo. En cambio, el mito de los demonios, o diablos, y su correspondiente “infierno”, se dice que procedía otras religiones mesopotámicas. Parece que, en todo el AT, solo hay una citación: Sv 2: 24: “Pero la muerte ha entrado en el mundo por la malicia del diablo, y sus partidarios lo tienen que sufrir.” En cambio, en el NT se lo nombra muchas veces. Algunos ejemplos: Mt 4: 1-11 / Mt 13: 19 / Mt 13: 39 / Lc 13: 16 / Lc 22: 3 / Ac 5: 3… Así que aparece como tentador (que tienta a Cristo en el desierto), como inductor de la traición de Judas, como sembrador de la cizaña, como poseedor de una persona enferma. Y Jesús se refiere indirectamente a él, cuando cita “el fuego eterno, creado para el demonio y sus ángeles”, en la narración del Juicio final. Los teólogos modernos lo identifican como “símbolo imaginario” de las tentaciones egoístas, crueles u orgullosas del ser humano. Con todo ello, hay razones muy y muy suficientes para afirmar que estas creencias tienen un origen externo a los textos bíblicos y al pueblo de Israel, y por tanto, se deben considerar heréticas. Pero… en tiempo de Jesús, ya hacía siglos que los israelitas, y Jesús mismo, conocían estas creencias, como aprendidas en algunos de los textos bíblicos más antiguos… Para ellos, eran creencias bíblicas. Pero no lo eran, en absoluto, de verdad. Ha sido modernamente, cuando la crítica literaria ha ido aclarando estas cuestiones. Todos tenemos la obligación de cuidar y proteger el futuro de la naturaleza por: Norberto Ovando10/29/2021 Las áreas protegidas y conservadas son clave para mantener ecosistemas saludables, protegiendo diversos hábitats naturales y especies silvestres.
Naturaleza, su futuro será este si no la protegemos Como resultado de una pandemia mundial, estamos siendo testigos de un llamado sin precedentes para transformar la sociedad y las economías humanas y restablecer la relación entre las personas y la naturaleza. La Dra. Kathy MacKinnon, Presidente de la Comisión Mundial de Áreas Protegidas (CMAP) de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), reflexiona que, “Como resultado de una pandemia mundial, estamos siendo testigos de un llamado sin precedentes para transformar la sociedad y las economías humanas y así restablecer la relación entre las personas y la naturaleza”. “Los llamados a un cambio transformador urgente provienen de muchos sectores: importantes instituciones internacionales, políticos, líderes empresariales, académicos y pensadores religiosos, así como de la sociedad civil” dijo. “En una época oscura para el mundo, esto brinda la esperanza de un futuro más racional y justo, basado en la ciencia y el respeto por toda la vida. Necesitamos asegurarnos de que las citas inspiradoras destacadas aquí conducirán a una acción positiva a través de ambiciosos objetivos de conservación y un futuro más sostenible, con áreas protegidas y otras soluciones basadas en la naturaleza en el corazón de los paquetes de estímulo económico más ecológicos después de la pandemia, agregó”. El imperativo de lograr una sostenibilidad genuina no es nuevo: se escuchó hace casi 50 años en la Conferencia de Estocolmo sobre el Medio Ambiente Humano y está integrado en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU y muchas otras cartas. “La crisis climática, el catastrófico declive de los ecosistemas y las especies, y ahora la pandemia mundial, demuestran sin lugar a dudas que la humanidad no tiene más remedio que responder enérgicamente a estas amenazas combinadas. Eso significa moverse rápidamente hacia cero emisiones, proteger y restaurar los sistemas naturales de la tierra y dar forma a todas las políticas para asegurar un planeta saludable”, aseveró MacKinnon. Necesitamos asegurarnos de que las citas inspiradoras destacadas aquí conducirán a una acción positiva a través de ambiciosos objetivos de conservación y un futuro más sostenible, con áreas protegidas y otras soluciones basadas en la naturaleza en el corazón de los paquetes de estímulo económico más ecológicos después de la pandemia. Esta compilación tiene como objetivo capturar un momento crítico, mientras trabajamos juntos para generar el impulso de una acción transformadora para abordar las principales crisis de nuestro planeta manteniendo la naturaleza y los ecosistemas. Antonio Guterres, Director General, Naciones Unidas “Hacer las paces con la naturaleza es la tarea definitoria del siglo XXI, debe ser la máxima prioridad para todos, en todas partes”. Kristalina Georgieva, Directora Gerente, Fondo Monetario Internacional “El mejor monumento que podemos construir para aquellos que perdieron la vida en la pandemia es ese mundo más verde, más inteligente y más justo”. Carlos Manuel Rodríguez, Director Ejecutivo y Presidente del Fondo para el Medio Ambiente Mundial “Cuando miramos hacia atrás en los años venideros, realmente creo que 2020, a pesar del sufrimiento que desató sobre todos nosotros, será visto como el año en el que tomamos una decisión, la decisión correcta y ocurrió un punto de inflexión”. “Creo que la única forma de avanzar es invertir en la naturaleza y centrarse en una recuperación ecológica para prevenir no solo futuras pandemias, sino también para prepararnos para luchar contra las amenazas ambientales en curso, como el cambio climático y el colapso de la biodiversidad”. Decenio de las Naciones Unidas para la Restauración “Nunca ha habido una necesidad más urgente de restaurar ecosistemas dañados que ahora. Los ecosistemas sustentan toda la vida en la Tierra. Cuanto más saludables son nuestros ecosistemas, más saludable es el planeta y su gente. La Década de las Naciones Unidas para la Restauración de Ecosistemas tiene como objetivo prevenir, detener y revertir la degradación de los ecosistemas en todos los continentes y océanos. Puede ayudar a acabar con la pobreza, combatir el cambio climático y prevenir una extinción masiva. Solo tendrá éxito si todos participan”. Su Alteza Real el Príncipe de Gales “La pandemia actual ha traído una devastación inimaginable a la vida y los medios de vida de las personas y las economías nacionales. Al mismo tiempo, la recuperación ecológica ofrece una oportunidad sin precedentes para repensar y restablecer la forma en que vivimos y hacemos negocios. Durante mucho tiempo he creído que necesitamos un cambio en nuestro modelo económico que coloque a la naturaleza y la transición del mundo a cero neto en el corazón de nuestra forma de operar, dando prioridad a la búsqueda de un crecimiento inclusivo sostenible en las próximas décadas”. María Fernanda Espinosa, Presidenta de la 73° Asamblea General de la ONU “La humanidad es la responsable de haber colocado al planeta en tal situación de peligro” y destacó, “tenemos la necesidad de cuidarlo, de reparar los daños, de proteger y restaurar sus ciclos vitales, de ayudar a que sane, que siga floreciendo la vida que en ella se alberga y se reproduce”. Nuestra Dirección de Prensa y Comunicaciones remarca un llamamiento de: SS el Papa Francisco …“Que los recursos del Planeta no sean saqueados, sino compartidos de una manera justa y respetuosa” y aclaró que, “Los combustibles fósiles son una de las principales causas del cambio climático, aumentando nuestro riesgo de enfermedad, hambre e inestabilidad económica. Las empresas de combustibles fósiles y otras industrias extractivas están realizando actividades indignantes en el Sur global, destruyendo comunidades y ecosistemas”. Muchas de las citas exigen una mejor protección de los ecosistemas naturales, a través de redes de áreas protegidas y conservadas. La CMAP respalda los llamamientos para un objetivo internacional de proteger el 30% de los océanos y la tierra para 2030 bajo los nuevos objetivos del Convenio sobre la Diversidad Biológica. Conclusión Las áreas protegidas y conservadas son clave para mantener ecosistemas saludables, protegiendo diversos hábitats naturales y especies silvestres. Cuando se gobiernan y gestionan las áreas naturales protegidas de manera eficaz, se favorece la salud y el bienestar humanos, contribuyendo a la seguridad alimentaria y del agua, la reducción del riesgo de desastres, la mitigación y adaptación climáticas y los medios de vida locales. Sabemos que también pueden ayudarnos a protegernos del flagelo de futuras pandemias. ¿Es la misa un sacrificio? ¿No somos todos sacerdotes? por: Benjamín Forcano, teólogo y escritor10/28/2021 Querido amigo/a: me alegra ese sentirnos compartiendo la necesidad de un cambio radical respecto a la piedra angular de la liturgia cristiana: la Eucaristía. El largo capítulo que le dedico en mi libro “Ser cristiano hoy” ha removido a muchos. La situación que nos envuelve, creo resulta propicia y concitadora para responder a un par de preguntas, que en el largo acontecer de la historia, siempre han estado aflorando:
• ¿La Misa es un sacrificio? • ¿No somos todos sacerdotes? Preguntas que viene de lejos y qué de tanto repetirlas ya no sabe uno qué expresan, que significan y a dónde nos llevan. ¿Somos portadores de la Buena Noticia de Jesús, de su Vida y Mensaje liberadores, o los hemos subordinado a otros propósitos , intereses y objetivos? ¿Llegamos a tiempo? ¿Podemos recuperar la originalidad, la grandeza y la universalidad de nuestro ser cristiano? De la respuesta a esas dos preguntas, pende mucho de lo que estamos viviendo. 1 ¿ES LA MISA UN SACRIFICIO ? A la primera pegunta, me bastan ahora unas pocas palabras, aunque vaya implícito mi deseo de ponderar todo sobre lo que ella desarrollo ampliamente en mi libro SER CRISTIANO HOY. No veo que dentro de la cristiandad haya una disponibilidad general a entender la Cena de Jesús –que hoy llamamos Misa o Eucaristía- tal como El la vivió y nos la quiso transmitir. Y de ser esto verdad, el reto que se nos plantea es enorme: cómo reintroducir en los ámbitos más relevantes de la vida cristiana –catequesis, liturgia, derecho, teología, pastoral, espiritualidad, ética individual y pública- la visión originaria de Jesús, hoy tan alejada y desfigurada, y que en opinión de todos, debiera inspirar y dinamizar nuestra vida. Rufino Velasco, compañero y acreditado cultivador de la Eclesiología católica, nos sorprende cuando aborda este tema, con estas palabras: “Muchos cristianos provienen del tiempo en que la Eucaristía , tal como se celebra en la diversas Iglesias cristianas, ha ido adquiriendo una estructura que tiene poco que ver con la Última Cena, a pesar de que se afirme que es un prolongamiento”. Y sorprende aún más que, después de largo y riguroso estudio, concluya: “En torno a la celebración de la Cena del Señor, se ha dado como una traición eclesial, en la que se transforma a Jesús de Nazaret , perseguido por las autoridades judías, en una ´víctima´ sometida a la voluntad del Padre, no ya misericordioso, sino necesitado de un Hijo que repare con la muerte un imaginario pecado ´”original”; transformación que se orienta a perpetuar en los cristianos la condición de “víctimas sometidas” al poder sacerdotal , al que deben sacrificar su libertad y creatividad; e impide a los fieles constituir una verdadera fraternidad en el espíritu de Jesús”. Y todavía añade estas palabras: “La manera monóloga y ritualizada de entender la Eucaristía explicaría el hecho de que después de millones de Misas celebradas semanalmente en los cinco continentes, no acaezca nada nuevo en la sociedad, mientras la cena pascual de Jesús, teóricamente idéntica, ha marcado una vertiente en la historia de las religiones”. Si uno está un poco familiarizado con la liturgia eucarística verá enseguida dos cosas: que es tema obsesivo el del sacrificio y el de que Jesús se convierte en altar, víctima y sacerdote. La Ultima Cena se reduce a “sacrificio”, siendo Jesús la víctima santa e inmaculada, que nos redimió del pecado original y queda , por tanto, como víctima preparada por el Padre para la Iglesia. Creo sinceramente que transcurre por ahí, y lo señalan los autores, el meollo de la cuestión: la ideología de sacrificio. Y la pregunta inevitable entonces es ésta: ¿Si la Ultima Cena no es sacrificio, por qué y cómo se ha reducido históricamente a esa categoría? ¿Qué significa propiamente esa reducción? ¿Cómo habría que entenderla y qué reformas serían necesarias? Con más razón que un santo, el querido y ponderado teólogo José Antonio Pagola escribe: “La crisis de la misa es, probablemente, el símbolo más expresivo de la crisis que se está viviendo en el cristianismo actual. Cada vez aparece con más evidencia que el cumplimiento fiel del ritual de la eucaristía, tal como ha quedado configurado a lo largo de los siglos, es insuficiente para alimentar el contacto vital con Cristo que necesita hoy la Iglesia. El alejamiento silencioso de tantos cristianos que abandonan la misa dominical, la ausencia generalizada de los jóvenes, incapaces de entender y gustar la celebración, las quejas y demandas de quienes siguen asistiendo con fidelidad ejemplar, nos están gritando a todos que la Iglesia necesita en el centro mismo de sus comunidades una experiencia sacramental mucho más viva y sentida. Sin embargo, nadie parece sentirse responsable de lo que está ocurriendo. Somos víctimas de la inercia, la cobardía o la pereza. Un día, quizás no tan lejano, una iglesia más frágil y pobre, pero con más capacidad de renovación, emprenderá la transformación del ritual de la eucaristía, y la jerarquía asumirá su responsabilidad apostólica para tomar decisiones que hoy no nos atrevemos a plantear”. 2 ¿SOMOS TODOS SACERDOTES? 1. El sacerdocio común y el sacerdocio ministerial o jerárquico ¿Qué significa en la enseñanza de Jesús ser sacerdote? La respuesta a esta pregunta es capital para poder aclarar la naturaleza y función de cuantos somos y formamos la comunidad cristiana. Normalmente creemos que en la Iglesia se dan dos clases de miembros: la de los clérigos o sacerdotes y la de los laicos, correspondiendo a los sacerdotes la representación y gestión del mundo sagrado y a los laicos la del mundo profano. Esta visión dualista se apoya : 1º) .En creer que la realidad es profana sin que por sí misma le sea dado conectar y relacionarse con lo sagrado. 2º). Sobre ella, estarían los sacerdotes, que sí son sagrados y son los encargados de asegurar y gestionar la relación del mundo profano con lo Sagrado por excelencia: Dios. La teología admite que la realidad creada, toda ella obra de Dios, es sagrada. Por lo tanto, no sería congruente atribuir a la externa ayuda sacerdotal el poder de transfigurarla en sagrada. Sería un invento, que no tiene cabida en la enseñanza del Nuevo Testamento. El sacerdote al estilo antiguo, -judío y de otras religiones- era un Mediador entre Dios y los hombres, que relacionaba la realidad profana con Dios y le confería valor sagrado. Un sacerdocio extraño, que nace no de la realidad misma, sino de afán humano de auto-otorgase un nivel suprahumano, por superior contacto con Dios. Afortunadamente, en la Iglesia católica siempre se mantuvo el sacerdocio común, -de todos/as- aunque luego quedara devaluado y quedara destacado sólo el sacerdocio ministerial o jerárquico. Jesús fundó otro tipo de sacerdocio, que sería común a todos sus seguidores y que, en consonancia con la más antigua tradición, el concilio Vaticano II reafirmó con claridad. Los que nos llamamos cristianos lo somos porque hemos elegido seguir a Jesús: “Movidos y llamados a amar a Dios con todo nuestro corazón y todas nuestras fuerzas y a amarnos los unos a otros como Cristo nos amó; un amor que nos hace partícipes de la vida divina y que debemos cultivarla día a día, hasta lograr que nuestra vida sea un reflejo de la vida de Dios, una vida santa” (Lumen Gentium, 40). Dios no establece clases y nos ama a todos por igual y Jesús, su enviado, presente entre nosotros, nos dice que todos podemos amar a Dios como él, todos tenemos vocación de santidad. Enseñanza ésta muy presente en el Vaticano II: : “Todos los fieles de cualquier condición o estado están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, santidad con la cual, aun en la sociedad terrena, se promueve un modo de vivir más humano “ (LG, 40). Son numerosos los textos del Vaticano II que describen cómo todos participamos del sacerdocio de Jesús. Dicho sacerdocio es único- ¡único!- y no es uno en los laicos y otro distinto en los clérigos. Este punto fue muy debatido en el concilio y, pese a la evidencia, quedó registrado contradictoriamente, en el único texto donde se trata de relacionar ambos sacerdocios. Dice: “El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque su diferencia es esencial, no sólo gradual, sin embargo se ordena el uno para el otro, porque ambos participan , del modo suyo propio, del único sacerdocio de Cristo. Ciertamente , el sacerdote ministerial, en virtud de la sagrada potestad que posee, modela y dirige al pueblo sacerdotal, realiza el sacrificio eucarístico ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo; los fieles , por su parte, en virtud de su sacerdocio regio , participan en la oblación de la eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad operante” (LG, 10) . En este mismo texto, figura el párrafo siguiente, en el que aparece clara la identidad de todos los cristianos en un único sacerdocio: “ Cristo Señor , Pontífice tomado entre los hombres (Cf. Heb 5, 1-5), a su pueblo lo hizo …reino y sacerdotes para Dios, su Padre (Cf. Ap. 1,6, 5,9-10). Los bautizados son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y por la unción del Espíritu Santo para que por medio de todas las obras del hombre cristiano ofrezcan espirituales sacrificios y anuncien las maravillas de quien los llamó de las tinieblas a la luz admirable ( Cf. 1 Pe 2,4-1). Por ello, todos los discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabanza a Dios (Cf. Act 2,42, 47), han de mostrarse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (Cf Rom 21,1) han de dar testimonio de Cristo en todo lugar y, a quien se la pidiera, han de dar también razón de su esperanza que tienen en la vida eterna” Cf. 1 Pet 3,15). (LG , 10) . Si comparamos ambos textos, de ellos se desprenden varias cosas: • 1ª) En la comunidad cristiana existe un único sacerdocio: el de Jesús. • 2ª) Todos los discípulos de Jesús, -todos/as- somos partícipes de este sacerdocio. Todos debemos trabajar para que nuestra vida, con sus obras y acciones, sea testimonio y ofrenda espiritual permanente: una hostia viva, santa y grata a Dios. • 3ª) Sin embargo, se añade que no hay que olvidar, que entre el sacerdocio común y el ministerial o jerárquico, hay una diferencia esencial, que consiste en que sólo el jeráquico tiene: a) Poder para modelar y dirigir al pueblo sacerdotal y b) Para realizar el sacrificio eucarístico y ofrecerlo a Dios en nombre de todo el pueblo. Quedaría entonces un interrogante difícil de resolver: – ¿Si resulta que todos participamos del único sacerdocio de Jesús, por qué el jerárquico se debería de apropiar de algo esencial de ese sacerdocio que pertenece a todos? – ¿Modelar y dirigir al pueblo de Dios, con referencia al modelo y medida de Jesús, pertenecería y sería exclusivo del sacerdocio jerárquico? ¿Y cuál sería y en qué consistiría el sacrificio eucarístico que no pueda realizar el pueblo de Dios? ¿Sería el de conseguir por la consagración que el pan y el vino dejen de serlo y se conviertan sustancialmente en el cuerpo y sangre de Jesús? ¿De ser así, cómo es que tal sacrificio no se realizara en la Iglesia hasta pasado el siglo IX, que es cuando se inventa esta teoría? ¿O habría que entender las palabras de Jesús de comer el pan y beber el vino simbólicamente, dándonos a entender que del mismo modo que el pan y el vino nos alimentan y robustecen, así ocurrirá también si nos alimentamos con su misma vida? Estas preguntas requieren un planteamiento llevando el tema a su origen: ¿Qué quieren decir las palabras de Jesús: “Cuando os reunáis , haced esto en memoria de mí? ¿Sentir , pensar y actuar como Jesús no es hacer memoria de él? ¿No fue por su modo de pensar y obrar por lo que las autoridades civiles y religiosas lo eliminaron? Cuando celebramos la eucaristía, ¿nos reunimos para asegurar y continuar su estilo de vida o para celebrar cómo se opera la conversión milagrosa del pan y del vino en la sustancia de Jesús? Lo esencial no puede faltar en ninguno de los dos sacerdocios. Y lo esencial es que: debemos estar dispuestos a entregar nuestra vida por el reino de Dios, como lo hizo el mismo Jesús: – “Haced esto mismo en memoria mía” ( Lc 22,19) Cuando cumplimos con el encargo que en la cena de despedida hiciera Jesús a sus discípulos: tomamos el pan y el vino que son pan y vino de vida, pan de amor y misericordia, vino de reconciliación y liberación, pan y vino de unidad y de paz. Comemos el pan y bebemos el vino en memoria de él, para seguir haciendo en nuestra sociedad, lo que él hizo en la suya: hacer el bien, respetar a todos, no excluir a nadie, super-amar los más necesitados. A Jesús lo crucificaron y seguirán crucificándole en los nuevos pobres de la Tierra y para ellos, para su liberación, ofrecemos como El, nuestro trabajo y nuestra vida. Queda, pues, claro: el pan y el vino, que tomamos cuando nos reunimos para recordarle, son un símbolo de que necesitamos alimentarnos de El, hacer nuestra su propia vida, asimilarla para consumirla y derramarla en beneficio de los demás. Sin pan no hay vida, sin la enseñanza y espíritu de Jesús no hay vida. Si en El y como El vivimos, seremos pan y vino que alimentan, que producen vida. Jesús vive por Dios Padre, que lo ha enviado, posee su vida y si nosotros asimilamos su vida, es la vida misma de Dios. Nos propone este programa: todos sois hermanos, que debéis ayudaros y amaros mutuamente, esa es la señal para que os reconozcan como discípulos míos. Yo he venido a dar vida: a suprimir la exclusión, la discriminación, el desprecio, la humillación, la soledad, porque todos debemos ser los unos para los otros. Es sorprendente que hasta el siglo X , el modo de hacer memoria de Jesús sea : recordarle y vivir su estilo de vida. A los cristianos primeros se los conocía por su modo de relacionarse y comportarse con la gente. No era, como a veces imaginamos, por congregarse en templos e iglesias para celebrar determinados ritos con oraciones y sacrificios. No existían ni disponían de ellos. En su testamento, Jesús se lo dejó bien claro. EL no podía dejarles en herencia cosas o bienes que le pertenecieran, pues ni siquiera casa propia tenía. El era un itinerante profeta que se dedicó a anunciar el Reino de Dios, un proyecto de vida, en el que todos los humanos vivieran en justicia, en libertad y en amor. Lo trabajó, se desvivió y entró en radical conflicto sobre todo con las autoridades religiosas que, en nombre de Dios, figuraban como intérpretes de la Ley de Dios y guardianes de su cumplimiento. Dueños del saber, de la riqueza y del poder habían convertido el Templo en una “cueva de ladrones”. Por eso, Jesús en la última cena les habló muy claro: habéis estado conmigo y me habéis acompañado bastante tiempo para entender lo que yo quiero que retengáis como voluntad mía última: anunciar ese proyecto de vida –él Reino de Dios- que consiste en la práctica de la igualdad, de la justicia y del amor. A diario lo he proclamado y, ante lo establecido, lo he tenido que denunciar, sabiendo con quién me enfrentaba y a lo que me exponía .Este es, pues, mi testamento, mi última voluntad. Hacedlo en memoria de mí, siempre que os reunáis”. Y Jesús parece querer recalcar que lo esencial es que allí donde quiera que estemos, que hagamos lo mismo que El hizo, que nuestra vida sea un retrato de la suya, un anuncio vivo del Reino de Dios, visible en nuestras vidas y que lleguemos, si es preciso, a dar la propia vida, antes que abdicar de ese Reino. Y todo esto que Jesús nos testamenta en la última Cena, no precisa de un lugar: el templo; tampoco de unos mediadores: los sacerdotes; ni de una víctima: el sacrificio. Si nos hemos hecho seguidores de Jesús, haciendo nuestro su proyecto de vida,-el Reino de Dios-, tal compromiso podemos vivenciarlo en cualquier momento y lugar, por lo general con otros que también han contraido este seguimiento: ”Créeme, mujer: se aceca la hora en que no daréis culto al Padre ni en este monte ni en Jerusalén. Ha llegado la hora en que los que dan culto auténtico darán culto al Padre con espíritu y verdad, pues de hecho el Padre busca hombres que lo adoren así. Dios es espíritu, y los que lo adoran han de dar culto con espíritu y verdad” (Jn 3, 22-24). La respuesta de Jesús, a tantos que persisten en lo del templo, la Misa y la presencia de personas, les puede valer mucho: en la última Cena, Jesús nos deja este testamento: centrarnos en anunciar el Reino de Dios, – un proyecto de vida individual y comunitario-, regido por la igualdad, la justicia, el amor, la libertad y la paz. Ese reino es para todos, constituido por la fraternidad y la paternidad universal de Dios Padre. En ese Reino, la primacía la tienen los más pobres, los excluidos, los que no cuentan para nada, ellos serán los primeros y, como tales, los preferidos de Dios. Jesús, por ellos ha luchado, por ellos ha denunciado, por ellos se ha enfrentado con los poderes civiles y religiosos negadores de la dignidad y derechos humanos, por ellos ha sufrido odio, calumnias, persecución…Y, en esta última cena, nos ha convocado para que seamos sus continuadores, y suscribamos el pacto de que vamos a ser fieles a su proyecto, aunque nos cueste la vida.Haced lo mismo que yo he hecho, es la mejor manera de honrar mi memoria”. En estas situaciones tan difíciles en las que el tejido social está condicionado por una pandemia, es natural que tendamos a escribir y hablar sobre las grandes soluciones y, de paso, ensañarnos en las culpas y en quienes entendemos son los culpables. En este ambiente, nuestro grupo de Biblia que se reúne todos los jueves -con las debidas precauciones- estamos reflexionando y orando con libro El camino abierto por Jesús (Marcos), de José Antonio Pagola.
Este último jueves nos tocó el capítulo centrado en el sembrar, en el epígrafe Pequeñas semillas. Lo recomiendo, querido lector o lectora, porque es una preciosa reflexión sobre una de las esencias del Evangelio: somos sembradores de la Palabra, no recolectores, que es lo que nos gustaría; pero ni Jesús recolectó en vida su fructífera cosecha, al contrario. Es la siembra en lo pequeño y cotidiano donde Dios nos muestra su poder y donde nos jugamos mostrar el rostro amoroso de Dios con todos, especialmente con el más atribulado. Muchas veces esperamos grandes manifestaciones, cuando en realidad Dios se manifiesta muy frecuentemente en lo humilde. Buscamos grandes signos -también en los demás- cuando la convivencia fraterna se juega en los espacios cortos. Desde el nacimiento de Jesús se nos muestra esto, al hacerse humano de aquella manera que nos cuenta el Nuevo Testamento. Ni grandes manifestaciones, ni una vida ostentosa, nada de eso nos fue enseñado a través del ejemplo dado por Jesús. El nos enseñó con los hechos cotidianos, con Su Palabra, dedicando muchas horas a la oración para seguir la verdadera voluntad del Padre, a pesar del aparente fracaso en el que se iba metiendo. Este tiempo ha arrinconado la importancia de la oración a la escucha, olvidando el axioma de Juan: sin mí no podéis hacer nada. La oración es cosa pequeña y lo que nos gusta no es lo pequeño, sino caer en las tentaciones que Jesús rechazó: la vanagloria, el poder y el amor al dinero. Aprendamos a escuchar a Dios, dentro nuestro, en las cosas pequeñas, en los mensajes de humildad y sencillez. Y sepamos verlo en aquellos a los que el mundo condena por no cumplir con sus estándares materialistas. Y lo que es peor, condenamos nosotros por no ser de los nuestros. Solo hace falta prestar atención, poner una mirada a nuestro alrededor, y descubrir la Presencia de Dios donde menos la esperamos. El libro 1 Reyes 19 (AT) nos cuenta que una serie de grandes efectos de la naturaleza no es donde Elías encuentra a Dios, como creía esperar. Todo lo contrario, se le manifiesta en lo pequeño: “Tras el terremoto vino un fuego, pero el Señor tampoco estaba en el fuego. Y después del fuego vino un suave murmullo”. Pues bien, Pagola nos recuerda que la evangelización es una llamada que consiste en sembrar pequeñas semillas de una nueva humanidad; como el Reino de Dios, que es algo muy pequeño y humilde en sus orígenes: un gesto amigable al que vive desconcertado, una sonrisa acogedora a quien está solo, una señal de cercanía a quien comienza a desesperar, un rayo de pequeña alegría en un corazón agobiado, nos sugiere Pagola. Estamos perdiendo la capacidad de de sentir y expresar amor con el riesgo real de adocenarnos, lo que Crawford B. Mcpherson llama el individualismo propio de una “sociedad posesiva de mercado”, más cercano al narcisismo que a otra cosa. Sin embargo y pese a todo, Dios sigue sembrando en las conciencias inquietud, esperanza y deseos de vida más digna, sobre todo a través de los testigos que viven sus fe de manera atractiva y hasta envidiable, en el día a día, con una actitud de mirada atenta movida desde el amor. Nuestra misión esperanzada es ser como el grano de mostaza y como la levadura en nuestro caminar diario, en las actitudes con los demás, sobre todo con los más cercanos, tantas veces peor tratados al poner nuestras miras en las grandes soluciones para el mundo y la Iglesia, pero sin descender a nuestro corazón diario. Si no cambiamos nosotros, ¿cómo pretender cambiar a otros o la realidad injusta? Esto último lo decimos y escuchamos muchas veces, pero no acaba de fijarse como prioridad esencial en nuestra vida de fe. Estimados y estimadas. Uno de los modos de expresión que encontramos en los escritos bíblicos es el llamado «sapiencial». Aquello que caracteriza el lenguaje y el pensamiento sapienciales es orientarse hacia el aprendizaje que todo hombre y toda mujer necesitan para encarar la realidad, la vida personal y las relaciones sociales, es decir, para alcanzar la madurez de la propia humanidad.
La sabiduría, pues, no apunta a conocimientos puramente racionales y meramente intelectuales, sino que, ayudada por ellos, pide una reflexión objetiva de la realidad de cada día, tomando la distancia necesaria para entrar en el corazón de cada evento y saber extraer un aprendizaje «experiencial». En otras palabras, la sabiduría muestra el arte de saber vivir en plenitud. Para tal asunto, hay que lograr un espíritu contemplativo, evitando distracciones y superficialidades. En efecto, es necesaria una mirada que se fije en el núcleo de los acontecimientos y en las reacciones de las personas, para preguntarse continuamente cuál es la raíz de todo lo que pasa. Solo desde ahí se podrá aprender a reaccionar de manera diferente y no quedar esclavizados en una respuesta puramente psicológica. Entonces, tendremos la oportunidad de entender las cosas más allá de los meros intereses personales. La irreflexión o la inconsciencia, el infantilismo o la autosuficiencia alejan la sabiduría y, en el fondo, se convierten en una evasión de las propias responsabilidades. Desde la interpretación de Israel, el aprendizaje de la sabiduría va ligada al temor del Señor, es decir, aprender a conocer lo que a Dios le gusta y lo que le aburre, porque para el Pueblo elegido vivir la vida a pleno pulmón significa acertar en la voluntad divina, una voluntad que no se vive como resignación ni como sacrificio, sino como feliz libertad de ser realmente uno mismo. Por eso, el sabio del Antiguo Testamento puede afirmar: «Ella es para los hombres un tesoro inagotable: los que la poseen atraen la amistad de Dios» (Sabiduría 7,14). Jesús utiliza también el estilo sapiencial, de tal manera que es considerado un maestro para sus contemporáneos. Los vecinos de Nazaret se extrañan de su poder y de su sabiduría, y no entienden como un hombre sin estudios puede acertar tanto describiendo la psicología humana, ofreciendo luz en toda circunstancia. Las parábolas son un ejemplo de maestría sapiencial. A través de situaciones bien profanas, Jesús apunta a un afilado examen de conciencia, que se nos puede escapar si no prestamos atención. La moraleja que se extrae va al núcleo de la experiencia evangélica, no desde una enseñanza dogmática, sino eminentemente vivencial. ¿Quién no capta que en el Reino de Dios los valores son contrarios a los pensamientos del mundo, cuando a quien trabaja una hora se le paga igual que quien trabaja de sol a sol, o cuando a quien se arrepiente y añora al Padre se le hace una fiesta mayor que al que pretende ganárselo con méritos y sacrificios? La sabiduría, pues, no llega por el hecho de tener más o menos conocimientos técnicos, sino por el hecho de tomarse la vida honestamente y con hondura, sabiendo que todo lo que sucede no es sino para adquirir una madura educación individual y social. También puede ser necesario tenerlo presente en nuestras catequesis y formaciones. Aunque en ocasiones no lo parezca, uno de los anhelos humanos más profundos es el de “ver”. Esto no niega -como suele ocurrir también con otras aspiraciones- que ese anhelo esté aletargado, olvidado, ignorado…, mientras vivimos entretenidos en otras cosas, en las que buscamos compensación a nuestro vacío. Pero el anhelo sigue ahí, por lo que, a poco que nos detengamos, podremos oír un suave susurro: “Quiero ver”.
Ver significa comprender en profundidad. No se trata de una comprensión intelectual o mental, sino profunda, experiencial o vivencial, que se plasma en una certeza básica: la certeza de ser, que nos permite reconocernos en nuestra verdadera identidad: somos vida experimentándose en una persona particular. En esa comprensión radica todo, porque todo fluye de ella. Lo que nace del voluntarismo tiene un recorrido muy corto, con el riesgo añadido de romper o “quemar” a la persona. De la comprensión nace un movimiento ajustado y autosostenido, que nos permite vivir de manera sabia. Porque, en último término, de eso se trata: de vivir con sabiduría, es decir, a partir de la comprensión de lo que realmente somos. ¿Cómo podemos ver? Paradójicamente, la comprensión de la que hablamos no se halla al alcance de la mente, tal como expresara certeramente Jiddu Krishnamurti: “Solo una mente en silencio puede ver la verdad, no una mente que se esfuerza por verla”. El motivo es simple: la mente solo puede captar objetos, pero se le escapa todo lo que trasciende el nivel de las apariencias. ¿Qué cabe hacer? Algo sencillo en sí mismo pero que, sobre todo al principio, se nos antoja tan complicado como inútil: entrenarnos en acallar la mente. Dado que la mente pensante constituye un filtro que nos impide ir más allá de los objetos, al silenciarla, se abre ante nosotros un horizonte inédito: la riqueza del silencio. Hasta el punto de que, al experimentarlo, se nos hace evidente que eso que se percibe en él es lo realmente real. Todo lo demás es real, pero impermanente. Tal entrenamiento comienza por distinguir en nosotros dos “lugares” diferentes: la mente pensante -con la que habitualmente nos hemos identificado”- y la consciencia-testigo capaz de observarla. La mente analiza, razona, elucubra…; el Testigo simplemente observa, atestigua, sin juicio y sin añadir pensamientos. A partir de ahí, se abre camino la sabiduría: empezamos a ver. ¿Me entreno en tomar distancia de la mente y situarme en el Testigo? Sale Jesús de Jericó, camino de Jerusalén. Hoy no hay enseñanza añadida, el mismo relato entraña la lección. Lo encontramos en los tres sinópticos. Lucas sitúa el relato antes de entrar en Jericó. Mateo habla de dos ciegos pero el relato es el mismo. Estamos en la última escena, antes de entrar en Jerusalén. Después de este relato el evangelio da un quiebro. Lo acontecido en Jerusalén está más cerca del relato de la pasión que de lo narrado hasta aquí.
Este relato tiene poco que ver con los anteriores que propone Marcos. Le llama; le pregunta qué es lo que quiere; admite el título de Hijo de David; no lo aparta de la gente; la curación no va acompañada de ningún gesto; no le manda guardar silencio. Una vez que Marcos ha dejado claro que el camino hacia el Reino es la entrega hasta la muerte, ya no hay lugar para los malentendidos. No tiene sentido mandar callar ni rechazar el título de Mesías. Como suele pasar en los evangelios todo son símbolos. No debemos interpretarlos literalmente. Al borde del camino. Bartimeo es el símbolo de la marginación, está fuera del camino, tirado en la cuneta, sin poder moverse, viendo cómo los demás pasan y dependiendo de ellos. El ciego tenía ya asignado su papel, pero no se resigna. Sigue intentando superar su situación a pesar de la oposición de la gente. “Hijo de David” era un título equivocado; suponía un Mesías que se impondría con la fuerza. Ya no le importa, no le manda callar. Le regañaban para que se callara. Los demás no quieren saber nada de los problemas del ciego. En la situación en que te encuentras no tienes derecho a protestar. Aguanta y cállate. Era el sentir del pueblo judío. “La gente” significa, la inmensa mayoría de los cristianos que siguen a Jesús, pero no descubren la necesidad de emprender un nuevo camino. Una vez más aparece la sutil ironía de Marcos: los que seguían a Jesús eran un obstáculo para que el ciego se acercara a él. Los más cercanos a Jesús siguen sin ver. ¡Llamadlo! En menos de una línea se repite tres veces el verbo llamar. La llamada antecede siempre al seguimiento. Jesús valora la situación de distinta manera. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Al menor síntoma de acogida, el ciego da un salto. Un ciego debía andar a tientas y con cuidado. Ahora confía y da el salto, aunque no ve. El manto representa lo que había sido hasta el momento, que se convierte en un estorbo. Todas sus esperanzas están ahora puestas en Jesús. Este es el verdadero milagro, que se realiza antes del milagro. ¿Qué quieres que haga por ti? Qué va a querer un ciego. La pregunta que le hace Jesús es la misma que, el domingo pasado, hacía a Santiago y Juan. La pregunta es idéntica, pero la respuesta es completamente distinta. Los dos hermanos quieren “sentarse” junto a Jesús en su gloria. El ciego quiere ver para “caminar” con él. La diferencia no puede ser más abismal. ¿De verdad quiero salir de mi ceguera? ¿O me encuentro tan a gusto con ella? ¡Que pueda ver! Jesús provoca este grito. En toda la Biblia, el “ver” tiene casi siempre connotaciones cognitivas. Ver significa la plena comprensión de aquello que es importante. Este grito es el centro del relato, siempre que no nos quedemos en lo físico. Se trata de ver el camino que conduce a Jerusalén para poder seguirlo. El camino del servicio que conduce hacia el Reino. De ahí la respuesta de Jesús: ¡Anda! El objetivo final no es la visión, sino la adhesión a Jesús y el seguimiento. Una lección para los discípulos que no terminan de ver. Tu fe te ha curado. Una vez más, la fe-confianza es la que libera. Solo él ve a Jesús. Solo él le sigue por el camino que lleva a la entrega total en la cruz. Marcos deja bien claro que una respuesta auténtica a la llamada de Jesús, será siempre cosa de minorías. La multitud que seguía a Jesús sigue ciega. Todos estos domingos venimos viendo la falta total de comprensión de los discípulos. No habían ni siquiera atisbado la propuesta de Jesús. Solo después de la experiencia pascual ven a Jesús y le siguen. Y lo seguía por el camino. El ciego, una vez que descubrió a Jesús le sigue en el camino hacia Jerusalén. Antes estaba al borde, es decir fuera del camino. El relato de una ceguera material es el soporte de un mensaje teológico: Jesús es capaz de iluminar el corazón de los hombres que están ciegos. Los discípulos demuestran una y otra vez, su ceguera. Un ciego, tirado en el camino, ve. Antes de ver, espera el falso “Mesías davídico”. Después descubre al auténtico Jesús, que va hacia la entrega total en la cruz, y le sigue. Ya en la lectura de Jeremías encontramos el mismo mensaje: Dios salva un resto de su pueblo. No salva a los poderosos, ni a los sabios, ni a los perfectos sino a los ciegos y cojos, preñadas y paridas. Es decir a los débiles. No es el ciego el que está hundido en la miseria. La verdadera miseria está en los que mandan callar al ciego. Lo repetimos todos los días. ¡Que se callen los miserables! ¡Que eliminen los mendigos de las calles! No nos dejan vivir en paz. No ver la miseria que hay a nuestro alrededor es la única manera de vivir tranquilos. La evolución ha sido posible gracias a que la vida ha sido despiadada con el débil. El evangelio establece un cambio sustancial en esa marcha. Jesús trastoca esa escala de valores, que aún prevalece hoy. Se daba por supuesto que Dios rechazaba todo lo defectuoso. Nietzsche no pudo soportar ese cambio, porque creía que el evangelio exaltaba la mezquindad. Nunca fue capaz de descubrir el valor de un ser humano a pesar de sus limitaciones. La esencia de lo humano no está en la perfección sino en la misma persona. La actitud de Jesús fue un escándalo para los judíos de su tiempo y sigue siéndolo para nosotros hoy. Jesús no solo se acercó a los ciegos, cojos y tullidos; también se acercó a los pecadores públicos, prostitutas, adúlteras. Lucas, después de este relato, inserta el de Zaqueo que expresa lo mismo, pero con relación a los impuros. Nosotros seguimos creyendo que los pecadores son también rechazados por Dios, pero nos preceden en el Reino. La escala de valores que nos propone el evangelio, no solo es distinta, sino radicalmente opuesta a la que los humanos manejamos todavía hoy. Entendemos al revés el evangelio cuando pensamos: Qué grande es Jesús, que de una persona despreciable ha hecho una persona respetable. El evangelio dice lo contrario, esa persona ciega, coja, manca, sorda, pobre, andrajosa, marginada, pecadora; esa que consideramos un desecho humano, es preciosa para Dios. Y por lo tanto es preciosa para Jesús. ¡Nos queda aún mucho por andar! Meditación Grita desde lo hondo de tu ser una y otra vez: ¡Que pueda ver! ¡Que pueda ver!... Y pronto te responderán: ¡Pero si puedes ver! Solo tienes que abrir los ojos. El ojo interior está hecho para ver; descubre la causa de tu ceguera. El evangelio de este domingo cuenta el último milagro realizado por Jesús durante su vida pública. Pero no es uno más; el relato depara interesantes sorpresas.
El protagonismo de Bartimeo En contra de lo que cabría esperar, el principal protagonista no es Jesús. Este se limita a ir por el camino y, cuando oye a uno que le grita repetidamente pidiéndole que se compadezca de él, ni siquiera se acerca para saber qué quiere. Lo manda llamar. Y cuando tiene lugar el milagro, no se lo atribuye; todo es mérito del ciego. En cambio, a Bartimeo le concede el evangelista una atención especial. Aparte de indicarnos el nombre de su padre (detalle que no se da en otros casos) se describe con detalle todo lo que hace. Ha elegido un buen sitio para pedir limosna: el camino de Jericó a Jerusalén, uno de los más transitados. Y cuando se entera de que quien pasa es “Jesús el nazareno” comienza a gritar pidiéndole que se compadezca de él. En nuestras calles y en las entradas de las iglesias nunca faltan mendigos. En general se comportan de forma educada, a veces ni hablan, les basta un gesto. ¿Qué sentiríamos si uno de ellos se pusiera a gritar repitiendo: «Ten compasión de mí»? Reaccionaríamos igual que los que acompañan a Jesús: diciéndole que se calle. Pero Bartimeo insiste, grita cada vez más. Y cuando consigue que Jesús lo llame parece que ha dejado de ser ciego. De un salto, sin miedo a tropezar, deja tirado su manto y marcha hacia él. Entonces ocurre lo más sorprendente. Tres finales posibles Imaginemos lo que podría haber ocurrido para comprender mejor lo que ocurrió. Primer final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, Bartimeo no lo duda: una buena limosna. Jesús encarga a Judas que se la dé, este lo hace a regañadientes, y Bartimeo duda si seguir pidiendo o marcharse a su casa a descansar. Segundo final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, no lo duda: «Volver a ver». Jesús, apartándolo de los presentes (como hizo en otro caso parecido) le toca los ojos y le concede lo que pide. Bartimeo recoge su manto y vuelve a su casa. Cuando su mujer y sus amigos se recuperan de la sorpresa, le dicen: «Ya no tienes excusa para no trabajar». Bartimeo se arrepiente de haber pedido el milagro. Tercer final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, no lo duda: «Volver a ver». Jesús no hace nada, pero Bartimeo recupera de inmediato la vista. Olvidando su manto, su familia, sus amigos, sigue a Jesús camino de Jerusalén. Bartimeo, los discípulos y nosotros Cuando leemos este relato en el conjunto del evangelio de Marcos nos damos cuenta de que tiene una importancia enorme. Este episodio cierra una larga sección del evangelio en la que Jesús ha ido formando a sus discípulos sobre los temas más diversos: los peligros que corren (ambición, escándalo, despreocupación por los pequeños), las obligaciones que tienen (corrección fraterna, perdón) y el desconcierto que experimentan ante las ideas de Jesús a propósito del matrimonio, los niños y la riqueza. Después de todas esas enseñanzas, el discípulo, y cualquiera de nosotros, puede sentirse como ciego, incapaz de ver y pensar como Jesús. En este contexto, la actitud de Bartimeo, gritando insistentemente a Jesús que se compadezca de él, es un símbolo de la actitud que debemos tener cuando no acabamos de entender, o no somos capaces de practicar lo que Jesús enseña. Pedirle que seamos capaces de ver y de seguirle incluso en los momentos más difíciles. Otros detalles interesantes del relato. 1. Bartimeo llama a Jesús “hijo de David”. Es la única persona que le da este título en el evangelio de Mc. Puede tener dos sentidos: a) Jesús, como “hijo de David”, es el Mesías esperado, el rey de Israel; aunque inmediatamente antes haya hablado de su muerte, de que ha venido a servir, no a ser servido, el ciego confiesa su fe en la dignidad de Jesús y en su poder de curarlo. b) Jesús, como “hijo de David”, es igual que Salomón, al que las leyendas posteriores terminaron atribuyendo poder de curaciones. En este sentido se usa con más frecuencia en el evangelio de Mateo. 2. Es curioso que se cuente que “soltó el manto” antes de acercarse a Jesús. Parece un detalle innecesario. Sin embargo, recuerda lo que se ha dicho al comienzo del evangelio a propósito de los primeros discípulos, que “dejando las redes, lo siguieron” (Mc 1,18). 3. Aunque Bartimeo piensa que Jesús puede curarlo, Jesús le dice “tu fe te ha curado”, poniendo de relieve la importancia de la fe. 4. Este es el único caso en todo el evangelio en el que una persona, después de ser curada, sigue a Jesús por el camino. Aunque el texto no lo dice, lo sigue hacia Jerusalén, hacia la muerte y la resurrección. Una vez más, Bartimeo se convierte en modelo para nosotros. 1ª lectura El texto de Jeremías pretende consolar al pueblo de Israel, desterrado primero por los asirios y luego por los babilonios, prometiéndole que volverá del norte y de los confines de la tierra. Incluso las personas menos capacitadas para moverse (ciegos, cojos, preñadas, recién paridas), volverán a la patria. Las antiguas penas se transformarán en grandes consuelos. La relación de la primera lectura con el evangelio es muy escasa. Este texto de Jeremías quizá se ha elegido porque habla de ciegos que vuelven a Jerusalén, igual que Bartimeo sigue a Jesús hacia Jerusalén. Lo impresionante de las curaciones de Jesús no está en que realice un gesto milagroso, una acción que parece romper las leyes de la naturaleza o cuestione las razones de las ciencias. Su fuerza está en su capacidad de propiciar un encuentro entrañable que hace que la persona herida por el sufrimiento pueda reconstruir su vida y pueda encontrarse a Dios acompañando ese proceso.
Sin duda, en las culturas de la antigüedad el modo de expresar, conceptualizar o comprender la enfermedad o los límites que impone la naturaleza es muy diferente al que en la actualidad tenemos, pero eso no disminuye el valor del relato y la novedad de la forma de actuar de Jesús con quien entra en relación con él. En el mundo antiguo la enfermedad no era tanto una cuestión médica sino una cuestión social. Quien padecía cualquier dolencia o discapacidad era considerado impuro y por tanto se le excluía de la vida del grupo (Lev 21, 16-24). Desde esta manera de entender la enfermedad, la curación no dependía tanto de una actuación sobre los síntomas físicos, sino de un proceso de transformación de la vida total de la persona enferma que le permitiese volver a formar parte de la comunidad. Este proceso de curación pasaba por la aceptación de la actuación del sanador que mediaba el proceso que posibilitase la recuperación de la salud y la integración de la persona a la vida social y comunitaria. Teniendo en cuenta este contexto, Jesús aparece como un sanador con unas características únicas que lo muestran curando a través de su palabra y del tacto, lo que lo separa de otros sanadores tradicionales que utilizan fórmulas, ritos, remedios. Jesús pone en el horizonte de su actuar la voluntad liberadora y restauradora de Dios. De hecho, los evangelios no subrayan, en primer lugar, lo maravilloso de sus signos y curaciones sino la invitación a descubrir en ellos a Dios y a vincularse a su proyecto[1] El grito de esperanza de Bartimeo El relato de la curación del ciego Bartimeo ejemplifica muy bien el modo de actuar de Jesús y como en ella se encarna la acción salvadora de Dios que busca recuperar la vida de quien sufre y está hundido por el mal. A Bartimeo se le presenta en el relato, sentado al borde del camino. Un lugar que expresa no solo un espacio físico, sino su condición impura y marginal. Ahí, sobrevive gracias a las limosnas que recibe porque nadie se hace cargo de él. Ese lugar en el que está no le permite acercarse al grupo que pasa por el camino y necesita gritar para que Jesús, que camina rodeado de gente, pueda escucharle. Desde el grupo que acompaña a Jesús intentan que se calle porque, posiblemente, consideran que su voz no es digna de ser escuchada por el maestro y sanador, pero el ciego insiste en reclamar la atención de Jesús. Sus palabras: “Hijo de David ten compasión de mí” expresan su esperanza y su fe en que Jesús puede sanarlo y reincorporarlo al camino comunitario. Bartimeo no ve solo en Jesús un sanador, sino que reconoce en él al Mesías de Dios. Esa fe le da la fuerza para buscar el encuentro con él y recibir el regalo de ser sanado y salvado. Tu fe te ha salvado Jesús escucha el grito de Bartimeo, lo busca, lo reconoce y entra en diálogo con él. No se acerca al borde del camino para hablar con él, sino que le pide a quienes lo acompañan que lo traigan al camino, que lo rescaten del espacio de impureza en el que está confinado. Este movimiento es ya un primer paso de inclusión y restauración social para esta persona. Jesús no da por su puesta la necesidad del ciego, sino que le pregunta para poder escuchar de sus labios su necesidad. Con su pregunta lo reconoce en su dignidad y confía en su palabra. Sin duda para aquel hombre, poder expresar su sufrimiento, su impotencia, su carencia es comenzar a experimentar el cambio que está aconteciendo en su vida. Jesús ante la respuesta de Bartimeo no hace ninguna acción que pudiese promover su curación física, sino que reconoce en su determinación y fe la acción salvadora de Dios que se expresa en su capacidad de volver a ver. De hecho, no le dice tu fe te ha curado, sino tu fe te ha salvado porque no se trata solo de poder ver con los ojos del cuerpo sino de poder ver con los ojos del corazón. Le seguía por el camino Cuando Bartimeo experimenta en su cuerpo y en su corazón la salvación de Dios, que lo restituye como persona y lo vincula de nuevo con su entorno, no vuelve a su lugar de origen, sino que se incorpora a la comunidad de Jesús. Porque se ha sentido liberado y reconstruido en su encuentro con Jesús, quiere también ser compañero en el proyecto salvador de Dios inaugurado por Jesús. Al seguirle por el camino, se incorpora a la comunidad del Reino como testigo del amor y perdón que Dios, el Abba de Jesús, ofrece a cada ser humano. Como seguidor de Jesús se compromete a vivir a su estilo, a vincularse con otros y otras como un ser humano nuevo, capaz de construir relaciones inclusivas y espacios sanadores. El relato del encuentro entre Jesús y Bartimeo nos recuerda nuestro horizonte de seguimiento, nos invita a preguntarnos como construimos comunidad al estilo de Jesús y como seguimos colaborando en hacer posible que nadie se quede en el borde del camino, que nadie tenga que resignarse a vivirse estigmatizado o etiquetado porque sufre, no ha acertado en sus decisiones o sencillamente no responde a lo que esperamos de él o ella. |
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