Nunca olvidaré la sacudida que sufrí cuando tomé conciencia de que el evangelio de Juan ni siquiera mencionaba la institución de la eucaristía en la última cena. En su lugar, el evangelio más espiritual, más místicos, más esotérico, narraba el lavatorio de los pies a los discípulos.
Lo que hizo Jesús allí es el mayor signo de humanidad que podríamos imaginar. Es su más profundo mensaje en estado puro. Ningún otro relato del NT nos lleva más lejos hasta la profundidad del ser de Jesús. El mismo evangelio pone en boca de Jesús estas palabras: “lo mismo debéis hacer vosotros”. No hay expresión más profunda del espíritu de Jesús que una actitud de servicio total y sin límites a los demás. Hemos retorcido el mensaje cuando ponemos como actitud suprema del cristiano el arrodillarnos ante el Cristo glorioso. Al sublimar la adoración hemos olvidado el verdadero mensaje del evangelio y nos hemos quedado tan achos. ¿Por qué hemos puesto tanto énfasis en la gloria? Porque nuestro falso yo busca siempre esa supremacía sobre los demás. El ego no puede subsistir si no se ve potenciado por el reconocimiento de los demás (poder y la gloria). Por eso es tan difícil entrar en la dinámica del evangelio. El mensaje de Jesús es precisamente lo contrario: deshacerte y ponerte siempre al servicio de los demás. 6.- De Jesús que come con los pobres a Cristo comido en rito sagrado Los evangelios dejan muy claro que Jesús se relacionó con los marginados de todo género. En aquella época la forma de relación más entrañable era el compartir la comida. Hasta tal punto fue notoria esta actitud que los fariseos le acusan de comilón y borracho, amigos de publicanos y prostitutas. Para los fariseos, mantenerse al margen de los marginados era un signo de acercamiento a Dios, porque creían que ellos eran rechazados por Dios. En las últimas décadas se han hecho estudios muy interesantes sobre las comidas de Jesús. Las conclusiones a las que se ha llegado son reveladoras. Se trata de una de las características más destacada de su vida pública. Sin esa comensalidad con los más pobre, es imposible entender a Jesús. Que encontremos en los evangelios seis multiplicaciones de los panes y peces, debía hacernos pensar. Organizar comidas comunitarias fue su norma de su vida, donde se manifiesta su talante. Pero más importante que aportar comida fue despertar en la gente la necesidad de compartir lo que cada uno tenía. En aquella sociedad, el comer era la preocupación más importante de la inmensa mayoría de los humanos. El garantizar la comida diaria era la obsesión de todo padre de familia. Dar de comer al que no tiene nada para superar el hambre es la mejor muestra de preocupación y cercanía. La interpretación de la última cena como sacramento eucarístico deforma drásticamente la interpretación de sus comidas. El compartir la comida con los que no tenían nada, fue una actitud fundamental sin la cual no se puede entender el mensaje de Jesús. No sabemos lo que pasó en la última cena. El repartir el pan y la copa de vino era un rito que se repetía en todas las comidas importantes, sobre todo en la cena pascual. Podemos estar seguros que Jesús realizó ese rito, pero no podemos estar seguros del significado que quiso dar a esos gestos. Si sabemos que las primeras comunidades se reunían para comer juntos. Cada uno llevaba lo que tenía y el que no tenía más que hambre la llevaba para saciarse. Ese compartir todo con los pobre o entre pobres, es lo que más llamó la atención entre los que no eran cristianos. Celebrar la eucaristía como rito sagrado, en el que comiendo a Jesús alimento mi vida espiritual es una tergiversación de lo acontecido en la última cena. Celebrar la eucaristía sin que me comprometa a compartir con los demás es un garabato que no me enriquece en nada. Lo que me hace cristiano no es el partir el pan eucarístico, sino el partirme y repartirme para que los demás me coman. Dejarse comer para dar Vida a los demás es el verdadero mensaje de Jesús. Está sin estrenar. 7.- Del Jesús que no vino a ser servido al Cristo al que hay que servir Una y otra vez repiten los evangelios con palabras y hechos, que Jesús no había venido a ser servido sino a servir. Fue esta postura tan contraria al sentir de sus seguidores que Jesús tuvo que hacérselo ver incluso con críticas muy fuertes contra los que querían ser más que los demás. El lavatorio de los pies a los apóstoles narrada por Juan en la última cena es el paradigma de este mensaje. Pedro no está de acuerdo con que su Jefe se humille. No entraba en la concepción que ellos tenían del Mesías. Incluso una vez aceptada esa enseñanza de Jesús, el subconsciente humano lo interpreto como una estrategia para alcanzar mayor gloria. Si, debemos servir a los demás, pero esperando que nos lo paguen con creces, si no es aquí abajo, en el más allá y para toda la eternidad. El haber hecho de Jesús el Señor al que hay que servir a cualquier precio, indica la capacidad de tergiversación de la realidad que tenemos los humanos cuando esa realidad no está de acuerdo con nuestros prejuicios. No, no tenemos que servir a Jesús, tenemos que ponernos al servicio de todos como hizo él. Todo lenguaje que tenga como objetivo glorificar a Jesús está fuera del contexto del mensaje evangélico. Ni rey de los judíos ni rey de los cristianos, mucho menos rey del universo. Toda esa mitología, entendida de manera literal, aleja a Jesús de su verdadero ser humano. Esa deshumanización tiene consecuencias nefastas a la hora de aceptar su mensaje y de querer vivirlo como él lo vivió. 8.- Del hijo del hombre al Hijo de Dios Según los evangelios el único título que se dio a sí mismo Jesús fue el de ‘hijo del hombre’, que según los exegetas quiere decir fulano de tal, este hombre. Es verdad que se alude al libro de Daniel para dar otro sentido más profundo al título, pero no es seguro ni siquiera probable que Jesús estuviera pensando en esa figura celestial. Jesús se sintió hombre normal, concreto, enraizado en una familia, en un pueblo, en una religión que le permitió desplegar todo lo humano que había en él. No tiene sentido preguntarse si se sintió Hijo de Dios en el sentido que después le dieron los concilios a esa expresión. No podía pasar por la cabeza de un judío la idea de equipararse con Dios. Es curioso que en un concilio se definiera primero que era Dios y luego en otro concilio, veinte años después, tuvieron que definir que era hombre. Esa separación de lo divino y de lo humano sigue trayéndonos por el camino del despiste. Jesús ni fue antes humano que divino ni fue antes divino que humano. Todo lo que hay de divino en Jesús está en su humanidad. Cuando decimos que Jesús es Dios, ¿qué queremos decir? ¿Acaso sabemos lo que es Dios? Pero lo mismo pasaría si lo definimos como hombre. El ser humano no es una realidad acabada y definida. Se está haciendo siempre y nunca llega a su plenitud. Decir hombre es decir algo que se está construyendo. Pensad en el chorro de un surtidor, es una realidad solo mientras el agua está fluyendo. No podremos saber lo que es Jesús más que en la medida que nosotros mismos hayamos realizado nuestra humanidad. Las teorías no sirven de nada. Todo lo que podemos aprender de Jesús no tiene nada que ver con lo que fue en realidad. Es verdad que hay una rica tradición bíblica sobre la expresión “Hijo de Dios”, pero en ningún caso quiere decir un descendiente de la divinidad como se entendía en la inmensa mayoría de las religiones anteriores. Para los judíos quería decir un ser humano que hacía la voluntad de Dios. Para esa tarea se le ungía y con esa ceremonia quedaba capacitado para la misión sobrehumana de actuar como Dios. Esta persona quedaba constituida en Mesías. El rey y el sumo sacerdote eran los ejemplos más comunes a los que la Biblia llama hijos de Dios. En la interpretación de esta fórmula (hijo de Dios) por los teólogos, fue donde se dio el mayor patinazo de la teología grecorromana. Se pasó, sin ningún fundamento, de determinar una misión de la persona a una constitución entitativa y esencial, cosa que a un buen judío no podía pasarle por la cabeza. La cultura griega si estaba acostumbrada a manejar el concepto de hijo de un dios en sentido literal. Podemos seguir hablando de Jesús hijo de Dios sin ningún problema, pero con tal de no caer en la trampa de la teología de los primeros concilios. Jesús es hijo de Dios porque su alimento fue hacer la voluntad del Padre. Para entenderlo bien debemos aceptar que todos somos hijos de Dios con la misma obligación de salir al padre y cumplir la voluntad de Dios, no venida de fuera a través de unas leyes sino grabada a fuego en lo más hondo de nuestro ser. 9.- Del Jesús fracasado al cristo glorificado La misión de Jesús fue un rotundo fracaso. No consiguió que entendieran su mensaje y a la hora de la muerte se sintió más solo que la una. Ni siquiera sus seguidores más íntimos entendieron la esencia de su predicación. Esto lo dicen, aunque veladamente, todos los evangelios. La gente respondió con entusiasmo a las acciones de Jesús que suponían la superación de sus limitaciones físicas y síquicas, pero no quiso saber nada de su verdadero mensaje, que era el amor al prójimo, la preocupación y entrega a los demás. Cuando les anunció su muerte violenta, Pedro le increpó severamente diciéndole: ni hablar, Señor, eso no puede pasarte. Al Papa Francisco lo llamaron de todo, hasta blasfemo, por decir que la muerte de Jesús fue un rotundo fracaso. La intención de Jesús fue liberar a la gente de todo aquello que le impedía alcanzar su plenitud. Intentó liberarles de la opresión que suponía una manera de entender su religión que en vez de liberar esclavizaba. Intentó liberarles de todos los complejos que su religión inoculaba en la gente sencilla, haciéndoles creer que eran todos pecadores y rechazados por Dios. Intentó hacerles ver que la esencia de toda religión no era respetar y adorar a Dios, cumpliendo escrupulosamente sus órdenes sino ponerse al servicio de los demás y tratarlos a todos como verdaderos hermanos. No consiguió ninguno de sus objetivos, luego fracasó con todas la de la ley. Ellos esperaban un Mesías que resolviera todos sus problemas y esas expectativas no se cumplieron es absoluto. Esta incomprensión del pueblo judío, incluso de los que le siguieron, no debe extrañarnos. Vivió y predicó el don absoluto de sí y el servicio a los demás sin limitaciones y sin esperar nada a cambio. Esto es más de lo que nuestra condición de seres biológicos puede aceptar. Arrastrados por una inercia de cuatro mil quinientos años de evolución, seguimos anteponiendo la seguridad de nuestro ego personal y nuestra supervivencia individual por encima de todo. Hasta tal punto estamos enfrascados en esta dinámica que la tergiversación del mensaje de Jesús nace de lo más profundo de nuestro subconsciente para terminar dejándonos llevar por los instintos y asegurar lo que nos interesa. Sus seguidores nunca aceptaron la cruz hasta que le dieron el sentido de estrategia y condición indispensable para entrar en la gloria. En ese instante se empezó a dar a la cruz valor supremo y señal de la glorificación de Jesús y nuestra. Para conseguir ese objetivo no dudaron los primeros cristianos en meter a Jesús en la dinámica de la gloria y proponer todo lo que nos pidió como un condicionante para conseguir lo que de verdad buscamos. En el episodio de los discípulos de Emaús, Jesús les dice: ¿no era necesario que el Mesías sufriera todo esto para entrar en su gloria? Ahí tenemos ya una interpretación utilitaria de la pasión y muerte de Jesús. Un Jesús que no responda a nuestra expectativas egoístas no nos interesa. Lo que todos buscamos en la religión y en la fe en cristo es que nos libere de nuestras limitaciones materiales, sicológicas y espirituales. Esta actitud está en contra del mensaje de Jesús que ni vino a sacarnos las castañas del fuego ni a prometer que Dios nos las sacaría. Jesús vino a decirnos que la plenitud no está en tener mejor salud sino en entregarse al servicio de los demás sin esperar nada a cambio. A ver si lo entendemos de una vez, no necesitamos ningún Jesús glorificado para que ponga su gloria a nuestro servicio. Su única gloria fue identificarse con su Dios y hacerlo presente en el servicio y entrega total a los demás. Hemos colmado de gloria a Jesús porque es lo único que a nosotros nos interesa. El mensaje de Jesús está sin estrenar porque seguimos sin aceptar que estamos aquí para deshacernos en beneficio de los demás. 10.- Del Abba a la Trinidad Este paso es sin duda en más espectacular. Resume todo el cambio ideológico que se operó en los primeros siglos del cristianismo. El afán de los primeros teólogos griegos en meter en conceptos filosóficos el mensaje del evangelio nos ha despistado hasta ahora mismo. La teología es una ciencia absurda en sí misma. De Dios no podemos decir ni media palabra con propiedad. Para un judío, Dios era el trascendente, el innombrable, el señor omnipotente ante quien había que manifestar sobre todo respeto y sumisión. Tomar como principios teológicos los episodios del evangelio no tiene ni pies ni cabeza. El lenguaje de los evangelios es vitalista, simbólico, mítico, convertirlo en fundamento de un lenguaje teológico que pretende ser científico, es simplemente disparatado. Lo que significaba Hijo de Dios para un judío no tiene nada que ver con lo que entendieron los teólogos griegos. Es importante que tomemos conciencia de la originalidad de Jesús, que fue capaz de dar un salto en el vacío y llamar a Dios ‘papa’. El salto fue tan descomunal que ni siquiera después de veinte siglos hemos sido capaces de asimilarlo. Seguimos pensando en el Dios todopoderoso y eterno, en el Dios que premia y castiga, en el Dios que exige vasallaje y obediencia absoluta. Todo lo contrario de lo que significa el Abba. Es verdad que la palabra ‘Abba’ en arameo aparece una sola vez en los evangelios, pero lo hace con tal rotundidad que los exegetas aceptan sin problemas que es una de las pocas palabras que podemos asegurar utilizó Jesús (ipssisma verba Jesu). Pero podemos suponer que la mayoría de las veces que aparece la palabra ‘Padre’ en los evangelios, es la traducción de ese vocablo arameo. Por lo tanto es el nombre que con mayor frecuencia utiliza Jesús para dirigirse a Dios. Pero él dijo también: mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios. Que hablara de Dios como su Abba, es sin duda la característica suprema de la idea de Dios que Jesús vivió. Podría traducirse como ‘Padre querido’, ‘papá’, papaíto. Demuestra una familiaridad y cercanía tal que es imposible comprender para los simples mortales. Mucho menos para la idea de Dios que tenían lo judíos de su época: el trascendente, el omnipotente, el creador, el dueño y Señor de todo. Al interpretar esa manera de hablar de Dios como si fuera un Hijo engendrado, nos da idea del esfuerzo que hemos hecho los humanos para no comprometernos con la vivencia que Jesús expresaba con ese lenguaje. La puntilla final la dimos con la idea de que Jesús no podía ser hijo de José porque era Hijo de Dios. La explicación de Dios como Trinidad es un intento sobrehumano de explicar lo inexplicable. Tal vez fue oportuno en el siglo cuarto, utilizar los conceptos de la filosofía griega para intentar hablar del misterio, pero la verdad es que hoy los conceptos de ‘persona’, ‘naturaleza’, ‘sustancia’, etc. no nos dicen nada y la Trinidad sigue sumida en el misterio más absoluto. Que sean tres personas separadas nunca se ha enseñado por la teología, pero la realidad es que la gente sencilla 8y muchos teólogos) sigue pensado que el Padre está en el cielo gobernándolo todo, que el Hijo vino a salvarnos y se volvió a reunir con su Padre y que el Espíritu Santo sigue por ahí haciendo de las suyas en los creyentes. La teología dice con toda claridad que la diferencia entre las tres personas es solo “ad intra”, es decir cuando se relacionan entre ellas. En sus relaciones con la creación “ad extra” actúan siempre como uno. Todo el lenguaje litúrgico nos está metiendo por un callejón sin salida. A las personas no se les puede aplicar ningún artículo, ni determinado ni indeterminado. Tampoco se puede decir que nos dirigimos al Padre por medio del Hijo. Menos aún que tenemos que pedir al Espíritu Santo que haga esto o lo otro. La mayoría de las oraciones de la liturgia comienzan: “Dios todo poderoso y eterno” y terminad: “por Jesucristo Nuestro Señor”. Este lenguaje no tiene sentido real alguno. EPÍLOGO Ni Dios tiene que hacerse hombre ni Jesús tiene que hacerse Dios Esta conclusión pretende poner en su sitio el discurso sobre la encarnación. El mito de la encarnación es la clave de nuestra religión, pero debemos descubrir la Realidad a la que apunta con palabras humanas, no debemos quedarnos mirando al dedo y entenderlas literalmente. Ni Dios tiene que encarnarse ni Jesús hombre tiene que hacerse Dios. Dios nunca está separado del hombre. Dios y hombre no son dos realidades sino la misma moneda con dos caras. Meremos el ejemplo de la vida biológica. Nunca os encontraréis con la vida danzando por ahí. La vida se desarrolla siempre en un ser concreto que se manifiesta como vivo. L mismo Dios, no lo encontraremos como algo separado, sino empapando todas las criaturas. Dios no está fuera de ninguna realidad material o espiritual sino identificado con ellas como su base y fundamento. Nada de lo que existe puede estar separado de Dios. Si pudiéramos quitar de cualquier realidad lo que hay de Dios, no quedaría nada. No tiene ningún sentido una acción puntual de Dios para hacerse uno con alguna criatura porque ya lo es desde antes de que esa criaturas existiera. Tampoco tiene sentido convertir a una criatura en Dios, porque en el fondo ya lo es. Cuando Jesús dijo: yo y el Padre somos uno, no lo decía como segunda persona de la Trinidad sino como ser humano que había tomado conciencia de lo que Dios era en él. Jesús tomó conciencia de que Dios era Todo para todos y que cada ser humano puede vivir esa realidad que le traslada desde la contingencia que experimenta a diario a lo absoluto que también está en él. Dios no se puede encarnar porque no tiene actos puntuales. En Dios el ser y el obrar son la misma realidad. Dios todo lo que hace lo es. Si decimos que se encarnó, utilizando nuestra manera de hablar, estamos diciendo que dios es encarnación. Dios se está encarnando siempre y en todo. Esta realidad es incomprensible para nuestra racionalidad, por eso se intentó expresarla en el mito de la encarnación. Está bien que mantengamos ese lenguaje porque no tenemos otro, pero sin caer en la trampa de darle valor literal y objetivo. Seguir creyendo que hay un dios en alguna parte que engendró a un hijo físicamente es una monstruosidad. Entendido como mito nos puede ayudar a descubrir la más profunda realidad de Jesús. Esta verdad es la mejor respuesta a todos los contrastes que hemos analizado. Hemos convertido a Jesús en un ser único e irrepetible y de esta manera lo hemos alejado de nosotros hasta el infinito. No, no tenemos que verlo como algo inalcanzable sino como el ejemplo que tenemos que imitar para dar pleno sentido a nuestra existencia. Lo que él vivió debemos vivirlo también nosotros. Jesús no debe ser objeto de nuestra adoración sino el modelo a imitar.
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Espero que esta película “os haya servido para algo; es un canto a esa necesidad de convivencia que tenemos todos, de vivir entre distintos pero respetándonos. También es un canto a la deslegitimización de la violencia, pues con violencia no se consigue nada”, comentó Maixabel Lasa a los reclusos de la cárcel de Iruña que quisieron visionar la película Maixabel -unos setenta- que se ha presentado después en el Festival de Cine de Donostia.
La película se centra en la actitud de esta mujer tras el asesinato de su marido en el año 2000, Juan María Jauregui, a manos de ETA. Lo cierto es que aquella barbaridad ha conseguido algo más que segar vidas y destrozar en vida a sus familias: que surja lo mejor del ser humano en víctimas y victimarios. La proyección de Maixabel en la prisión se enmarcaba en el ciclo “Proyectando reinserción: cine y miradas alternativas a la Justicia” organizado por el Gobierno de Navarra. Y lo hace desde un ángulo muy concreto: narra los encuentros que ella tuvo con Ibon Etxezarreta y Luis Carrasco, dos de los tres integrantes del comando que atentó contra su marido, un político que, paradójicamente, impulsó la investigación del asesinato de Lasa y Zabala. Maixabel Lasa quería escuchar y que le escucharan porque, como ella misma afirma, “junto al muchísimo daño que te han hecho, sabes que si pudiesen, volverían para atrás. El odio no te deja vivir”. Ella fue una de las personas que acudió en su día a los encuentros restaurativos de la llamada “Vía Nanclares” porque es una convencida de las segundas oportunidades. Ibon Etxezarreta y Luis Carrasco han hecho su camino de autocrítica reconociendo el daño causado y pidiendo perdón. Esta reconfortante noticia nos lleva a otra que debiera haber tenido un protagonismo social mayor por la ejemplaridad que atesora para todos: la propia Maixabel Lasa relató en este encuentro carcelario que mantiene el contacto con Ibon Etxezarreta, quien en uno de sus permisos penitenciarios acudió al rodaje de la película y luego la llevó a su casa en coche. También relató que conoce a la madre de Ibon Etxezabarreta, con la que quedó a tomar un café en San Sebastián y hablan por teléfono cada Navidad. Hay mucho que aprender con este tipo de actitudes. Atiborrados como estamos de foros, simposios y conferencias en torno a las posibilidades competitivas que atesora la ciencia y el conocimiento, tenemos un déficit de experiencias éticas que marquen cultura relacional en nuestra sociedad, necesitados como estamos de referentes profundamente humanos. En el contexto sociopolítico con más motivo, pues el odio y el rencor son sentimientos muy profundos que al arraigarse terminan desequilibrando a la persona y al colectivo. Se vuelven contra nosotros. Y si encima hay ideales de por medio, el veneno corre como un reguero por las venas de la sociedad. Reforzando este tipo de sentimientos y resentimientos, tampoco nos permitimos cualquier oportunidad de disfrutar del presente. Perdonar es una decisión que implica dejar atrás el rencor y la actitud de venganza, abriendo de paso la puerta a los sentimientos de comprensión y empatía hacia la persona que nos hirió. Y de paso, sentir un tipo de paz que ayuda a vivir cada día. Maixabel Lasa es un ejemplo de que ofrecer segundas oportunidades es posible y necesario aun en las situaciones más trágicas; entre otras cosas porque personas desalmadas en un momento dado, pueden convertirse a su vez en ejemplos de humanización poniendo en valor el sufrimiento ocasionado. Y porque, en palabras de Hannah Arendt, la forma idónea de deshacer lo hecho, por lo menos a manera de descarga, se nos ofrece bajo la forma del perdón. Estas actitudes transformadoras de víctimas y victimarios afectan también a quienes mantienen su corazón helado. Son una oportunidad para repensar su realidad y dar pasos hacia su liberación interior. Ahora me refiero a los diez reclusos de ETA que penan en Iruña y no quisieron sumarse a la proyección de la película ni participaron en los talleres de justicia restaurativa puestos en marcha hace ya unos años. Ellos se lo pierden, pues su actitud granítica les ha convertido hoy en víctimas de sí mismos. Cuando antes se percaten de ello, antes saldrán del odio estéril que solo quema sus adentros. Y si esta gran mujer mantiene la esperanza de que puedan seguir sumándose más victimarios y víctimas a la fiesta del perdón, yo tampoco pierdo la esperanza. Y todo esto forma parte del mensaje troncal de Jesús de Nazaret. No lo olvidemos. El camino de Hans Küng no fue fácil, fue ordenado sacerdote en 1954 y, en 1962, S.S. el Papa Juan XXIII lo eligió como consejero oficial del Concilio Vaticano II, lo cual hace pensar que era, en ese momento un teólogo no solo reconocido sino con elementos y criterios significativos para influir en uno de los Concilios más significativos de la era moderna, sin embargo en 1979 la Santa Sede le retiró la licencia a Küng para enseñar teología católica por un cuestionamiento que hace en su libro “¿Infalible? Una pregunta”, donde cuestiona el dogma de la infalibilidad en la Iglesia y también la figura del Papa Juan Pablo II. Después de su salida del Doctorado en Teología de la Pontificia Universidad Gregoriana en Roma y habiendo estudiando en otras Universidades como la Sorbona de París se fue visualizando como un teólogo crítico.
A pesar de lo anterior considero que hay muchas cosas que debieran ser consideradas en el quehacer teológico de Küng, algunas de estas ideas pueden ser rescatadas de su libro “lo que yo creo”, Editado por Trotta en 2011, del cual comentaré solo algunos párrafos de la introducción. Lo que yo creo En el segundo párrafo el autor dice: Escribo para personas que se hallan en proceso de búsqueda. Para personas que no saben qué hacer con la fe tradicionalista de origen romano o protestante, pero que tampoco están contentas con su incredulidad o sus dudas de fe….también escribo para todos aquellos que viven su fe y, además, quieren dar razón de ella. Para aquellos que, lejos de limitarse a «creer», desean «saber» y esperan, por tanto, una interpretación de la fe que esté fundada filosófica, teológica, exegética e históricamente y tenga consecuencias prácticas. (Küng, 2011, pág. 9) Me parece que esta afirmación es, en sí misma muy retadora, ya que todos los creyentes, y de forma particular a los que nos dedicamos a la teología, ya que con la cita anterior Küng nos invita a la construcción de una fe madura, esa fe que, como el mismo autor menciona “hondamente personal [la] religión del corazón (heart religión, en inglés), la que [se] lleva escrita «en el corazón»” (Küng, 2011, pág. 10) y no solo la fe que, en la mayoría de las veces se ha formado en base a la memoria o costumbre poco razonada. Para Hans Küng Creer “es lo que mueve la razón, el corazón y las manos de una persona, lo que engloba el pensamiento, la voluntad, el sentimiento y la acción” (Küng, 2011, pág. 11) Esta visión de la fe es la que genera un real compromiso con el re-ligamiento con Dios, es un todo que se implica en el verdadero amor a Dios y una muestra de la imagen y semejanza del Amor que Dios nos ha tenido a lo largo de toda la Creación, Resurrección y Su presencia a lo largo de toda la historia de la humanidad. Por otro lado el autor dice: “la fe ciega ha conducido a numerosas personas y a pueblos enteros a la perdición” (Küng, 2011, pág. 11) y esta afirmación adquiere legitimación cuando se visualizan enfoques fundamentalistas de cualquier religión que, con frecuencia, han llevado a la guerra, al genocidio y a la destrucción, todo ello lejos de esa “religión del corazón” y a una separación del Plan de Dios para Su Creación misma. ¿Cuántas veces hemos visto personas que son creyentes, cumplen con los preceptos religiosos y “dejan” las buenas intenciones al salir en la puerta de la Iglesia haciendo una separación entre los preceptos de la fe y las acciones cotidianas?, ¿Dónde queda esa congruencia entre el pensar-querer-sentir-y-hacer? Una de las propuestas para des-cubrir (es decir, quitar la cubierta a) esta religión del corazón que propone Küng en su libro es la meditación, pero hace la aclaración de que no desde la perspectiva de un monje que habla a partir de la presencia de Dios, sino desde la perspectiva de una persona de mundo que busca a Dios. Ojalá que ello no acontezca únicamente con la cabeza, sino que nuestro corazón se abra asimismo a otras dimensiones de la realidad. Con frecuencia uno de los grandes problemas de las convicciones religiosas es la separación de éstas de la realidad mundana y cotidiana, lo cual favorece un apartamiento de la esfera religiosa del ámbito terrenal, perdiendo así, nuestra conciencia de ser parte dela Creación y por tanto creaturas hijas e hijos de Dios y nuestra presencia y acciones deben ser congruentes con el gran Plan de Dios que es nuestro prójimo, nuestra comunidad, nuestra nación, nuestro mundo y el universo entero. Abrirnos a la realidad es tomar conciencia del entorno próximo en el que vivimos, aprovechas nuestros sentidos para ver, oír, sentir, lo que sucede a nuestro derredor, darnos cuenta que no vivimos en una burbuja, somos parte de una sociedad donde “Los fieles laicos, llamados a animar las realidades temporales con el fermento evangélico” (S.S. Francisco, 12 de noviembre de 2015)y en otra homilía el propio Papa Francisco dice, “Aquí aprendemos que todo núcleo familiar cristiano está llamado a ser “iglesia doméstica”, para hacer resplandecer las virtudes evangélicas y llegar a ser fermento de bien en la sociedad” (27 de diciembre de 2015, Ángelus) Les animo a trabajar con integridad y transparencia por el bien común, y fomentar un espíritu de solidaridad en todos los ámbitos de la sociedad. Yo les exhorto, en particular, a preocuparse verdaderamente por las necesidades de los pobres, las aspiraciones de los jóvenes y una justa distribución de los recursos naturales y humanos con que el Creador ha bendecido a su país. (25 de noviembre de 2015) En la Encíclica Laudato Sí hace mención de que “No puede haber una renovación de nuestra relación con la naturaleza, sin una renovación de la humanidad misma” (cf.118). Lo anterior no puede ser si no se parte de una reflexión personal que nos lleve a una fe sólida, consiente, bien reflexionada y adulta, como la que propone Hans Küng, para ser parte de una Iglesia en salida que permita el crecimiento de nosotros mismos y de cada una de las personas católicas o no, creyentes o no, con las que convivimos. El Papa bendijo a Hans Küng antes de morir: "Se sintió en paz con la Iglesia y con Francisco". El amor no tiene que ver, de entrada, con un sentimiento o una emoción. Es una certeza: la certeza de que todo otro es no-otro de mí. Y se expresa en la entrega. Por lo que puede decirse que amar es darse.
En lenguaje evangélico, amar es servir y dar la vida: así se expresa Jesús en el evangelio de Marcos. Y en el de Juan añade algo más: “Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Ahora bien, el amor, así entendido, implica una paradoja: ser dueño de sí y olvidarse de sí. Como en todas las paradojas, los dos extremos de la misma son igualmente importantes. En este caso: solo quien se posee a sí mismo es capaz de olvidarse de sí, del mismo modo que solo quien se posee podrá darse, ya que nadie da lo que no tiene. “Poseerse” a sí mismo significa ser interiormente libre, autónomo y consistente. Habla de una personalidad integrada, unificada y armoniosa, reconciliada consigo misma. Es precisamente esa integración personal la que posible entregarse y olvidarse de sí. Sin esa integración, la persona se verá obligada, de manera más o menos compulsiva, a intentar sobrevivir con el menor sufrimiento posible. Por lo que deberá dedicar toda su energía a sostenerse en precario. Ahora bien, si tiene que estar centrada en sobrevivir será incapaz de olvidarse de sí y entregarse. En cualquier caso, únicamente podría intentar hacerlo desde un voluntarismo extremo que, antes o después, terminará rompiéndola o “quemándola”. El proceso de integración se basa en el amor humilde hacia sí. Es necesario que la persona pueda “encontrarse” con ella misma, mirarse a los ojos, aceptarse con toda su verdad y amarse con la mayor viveza posible. Ese amor hacia sí, que unifica, es también el que capacita para entregarse a los otros. A veces se oye esta pregunta: ¿No existe el peligro de amarse demasiado? No. El peligro no está ahí -nunca se amará demasiado-, sino en amarse mal o, mejor dicho, en llamar amor a lo que no lo es. No es amor aquel que termina en uno mismo, como tampoco lo es cuando no nos aceptamos íntegramente ni cuando nos comparamos con los otros. El amor es humilde y universal: acepta toda nuestra verdad -se necesita mucha humildad para amarse de ese modo- y se expande a todos los seres. Cuando no se dan estos rasgos, se trata de narcisismo egocentrado, incapaz también de entregarse. Por tanto, tal vez haya que empezar por cuidar de manera consciente el amor humilde hacia uno mismo. ¿En qué medida vivo un amor humilde y universal? Sigue el camino hacia Jerusalén. Al anunciar Marcos tres veces la pasión, está mostrando la rotundidad del mensaje. Al proponer, después de cada anuncio, la radical oposición de los discípulos resalta la dificultad para entenderle. A continuación del primer anuncio, Pedro dice a Jesús que, de pasión y muerte, ni hablar. Después del segundo, los discípulos siguen discutiendo quién era el más importante. Hoy al tercer anuncio de la pasión los dos hermanos pretenden sentarse uno a su derecha y otro a su izquierda ‘en su gloria’.
Uno a tu derecha y otro a tu izquierda. Le llaman maestro, pero le dicen lo que tiene que hacer. Los dos hermanos están pidiendo los primeros puestos en el reino terreno que Jesús va a instaurar. Pero aunque estuvieran pensando en el reino escatológico, estarían manifestando el mismo afán de superioridad. Ya decíamos el domingo pasado que la actitud egoísta es la misma, se pretendan seguridades para el más acá o para el más allá. No sabéis lo que pedís. Se refleja una diferencia abismal de criterios. Jesús y los discípulos están en distinta longitud de onda. Con esta frase, Marcos está proponiendo una sutil proyección sobre el momento mismo de la muerte de Jesús. Si tenemos en cuenta que, para Jesús, el lugar de la gloria es la cruz, le estarían pidiendo que vayan con él a la muerte. Curiosamente, todos los evangelios nos dicen que, efectivamente, había en aquel momento uno a su derecha y otra a su izquierda, pero eran malhechores comunes. Los otros diez se indignaron. Señal inequívoca de que todos estaban deseando los mismos puestos. El resto de los discípulos tenían las mismas ambiciones que los dos hermanos, pero eran cobardes y no tenían la valentía de manifestarlo. Normalmente en la protesta por lo que hace otro podemos manifestar el deseo de hacer lo mismo. La inmensa mayoría de los cristianos seguimos intentando utilizar a Dios en nuestro provecho. Los jefes de los pueblos los tiranizan... Es impresionante el resumen de la manera de utilizar el poder en el mundo. Jesús no crítica ni la democracia ni la monarquía; critica a las personas que ejercen el poder oprimiendo. Jesús da por supuesto que en el ámbito civil, lo normal, es ejercer el poder tiranizando a los demás. ¡Qué distinto lo que propone Jesús! "Nada de eso" sino lo contrario: Servir. Una lección difícil de aprender. El Hijo de hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir. Ahora no son los jefes de los sacerdotes los que le quitan la vida, sino que es él el que la entrega libremente. Este cambio de perspectiva en muy importante para el sentido general. Al decir que da su vida, el texto griego no dice “zoe” ni “bios” sino “psyche”, que no significa exactamente vida, sino lo humano, lo psicológico, la persona. Dar su vida, no significaría morir, sino poner su humanidad al servicio de los demás mientras vive. Hoy muy probablemente en la homilía se criticará a la Iglesia porque no sigue el evangelio huyendo de todo poder y sirviendo a todos. Los entes de razón no son sujetos de reacciones humanas. Somos las personas con nombre y apellidos las que seguimos actuando sin tener en cuenta el evangelio. En muy pocos siglos los cristianos volvieron a considerar correcto lo que Jesús había criticado tan duramente en los evangelios. El evangelio nos dice, por activa y por pasiva, que el cristiano es un ser para los demás. Si no entendemos esto, no hemos comprendido el “a b c” del cristianismo. Pero este mensaje es también la “x”, porque es la incógnita más difícil de despejar, la realidad más camuflada bajo la ideología justificadora que siempre segrega toda religión institucionalizada. Somos cristianos en la medida que nos damos a los demás. Dejamos de serlo en la medida que nos aprovechamos de ellos, de cualquier forma, para estar por encima de ellos. Este principio básico del cristianismo no ha venido de ningún mundo galáctico. Ha llegado hasta nosotros gracias a un ser humano en todo semejante a nosotros. Lo descubrió en lo más hondo de su ser. Al comprender lo que Dios era en él, al percibirlo como don total, Jesús hizo el más profundo descubrimiento de su vida. Entendió que la grandeza del ser humano consiste en esa posibilidad que tiene de darse como Dios se da. En ese don total encuentra el hombre su plena realización. Cuando descubre que la base de su ser es el mismo Dios, descubre la necesidad de superar el apego al falso yo. El ego es siempre falso porque es una creación mental, por eso necesita estar siempre afianzándose. Liberado del “ego”, se encuentra con la verdadera realidad que es. En ese momento, su ser se expande y se identifica con el Ser Absoluto. El ser humano se hace uno con Él. No va más. Ni Dios puede añadir nada a ese ser. Es ya una misma cosa en él. Mientras no haga este descubrimiento, estaré en la dinámica del joven rico, de los dos hermanos y de los demás apóstoles: buscaré más riquezas, el puesto mejor y el dominio de los demás. Si acepto darme a todos por programación, será a regañadientes y esperando una recompensa, aunque sea espiritual. Estoy buscando potenciar mi “ego”. Tampoco se trata de sufrir, de humillarse ante Dios o ante los demás, esperando que me lo paguen con creces. La máxima gloria será vivir y desvivirse en beneficio de los demás. Los evangelios están escritos desde una visión mítica. En el relato no se cuestiona que Jesús se sentará en su trono ni que habrá alguien a su derecha y a su izquierda. La expresión tan repetida en los evangelios: “reino de Dios” o “reino de los cielos, no debemos entenderla como una realidad que existe en alguna parte sino como una metáfora de lo que Dios es en todos. La mejor prueba es que, a renglón seguido, nos dice que la gloria consiste en el servicio, en el amor manifestado y no en ningún gobierno. El objetivo último de Jesús fue entregarse, deshacerse en beneficio de los demás. Su consumación en la identificación con Dios fue idéntica realidad a su consumición en favor de los demás. No tiene sentido que lo hiciera esperando una recompensa de gloria. La superación del yo y la identificación con Dios es su máxima gloria. No puede haber más. No hay un Dios que glorifique ni un Jesús glorificado. Cuando Jesús dice. “Yo y el Padre somos uno”, está manifestando que ha llegado a la plenitud de ser. Meditación Opresión, tiranía, sometimiento, esclavitud, servidumbre. Entre vosotros nada de eso, dice Jesús. Pero todo eso lo encontramos en cada uno de nosotros. La larga lucha que tuvo Jesús con sus discípulos es la misma que tenemos que llevar a cabo cada uno de nosotros contra nuestro falso yo. En las lecturas de los domingos anteriores Jesús ha ido instruyendo a los discípulos a propósito de los más diversos temas (los niños, el divorcio, la riqueza, etc.). En el de hoy da su última gran enseñanza antes de subir a Jerusalén para la pasión.
En lo que piensa Jesús Todo comienza con el tercer anuncio de la pasión y resurrección, que no se lee, pero que es fundamental para entender lo que sigue. Jesús repite una vez más a los discípulos que los sumos sacerdotes y los escribas lo condenarán a muerte, lo entregarán a los paganos, se burlarán de él, le escupirán, azotarán y matarán. En lo que piensan Santiago y Juan: Presidente del Gobierno y Primer Ministro Igual que en los casos anteriores, al anuncio de la pasión sigue una muestra de incomprensión por parte de los apóstoles: Santiago y Juan, dos de los más importantes, de los más cercanos a Jesús, ni siquiera han prestado atención a lo que dijo. Mientras Jesús habla de sufrimiento, ellos quieren garantizarse el triunfo: “sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. “En tu gloria” no se refiere al cielo, sino a lo que ocurrirá “en la tierra”, cuando Jesús triunfe y se convierta en rey de Israel en Jerusalén: quieren un puesto a la derecha y otro a la izquierda, Presidente de Gobierno y Primer Ministro. Para ellos, lo importante es subir. La respuesta de Jesús, menos dura de lo que cabría esperar, procede en dos pasos. En primer lugar les recuerda que para triunfar hay que pasar antes por el sufrimiento, beber el mismo cáliz de la pasión que él beberá. No queda claro si Juan y Santiago entendieron lo que les dijo Jesús sobre su cáliz y su bautismo, pero responden que están dispuestos a lo que sea. Entonces Jesús, en un segundo paso, les echa un jarro de agua fría diciéndoles que, aunque beban el cáliz, eso no les garantizará los primeros puestos. Están ya reservados, no se dice para quién. La reacción de los otros diez y la gran enseñanza de Jesús “Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan”. ¿Por qué se indignan? Probablemente porque también ellos ambicionan los primeros puestos. Jesús aprovecha la ocasión para enseñarles cómo deben ser las relaciones dentro de la comunidad. En la postura de los discípulos detecta una actitud muy humana, de simple búsqueda del poder. Para que no caigan en ella, les presenta dos ejemplos opuestos: 1) el primero, que no deben imitar, es el de los reyes y monarcas helenísticos, famosos por su abuso del poder: “Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las oprimen”. 2) el segundo, el que deben imitar, es el del mismo Jesús, que ha venido a servir y a dar su vida en rescate por todos. En medio de estos dos ejemplos queda la enseñanza capital: “el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. En la comunidad cristiana debe darse un cambio de valores absoluto. Pero esto es lo que debe ocurrir “entre vosotros”, dentro de la comunidad. Jesús no dice nada a propósito de lo que debe ocurrir en la sociedad, aunque critica indirectamente el abuso de poder. Primera lectura: Isaías 53,10-11 Este texto se ha elegido como comentario de las palabras de Jesús: “el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” y de sus referencias anteriores a la pasión (el cáliz y el bautismo). Por eso comienza diciendo que El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento; unas palabras que escandalizan por la forma de hablar de Dios, pero que hay que interpretarlas como un recurso para el triunfo final. De hecho, el texto de Isaías insiste más en el éxito de Jesús (verá su descendencia, prolongará sus años, verá y se hartará) y de su obra (el plan de Dios prosperará por sus manos,justificará a muchos). Reflexiones 1. Este pasaje constituye la última enseñanza de Jesús antes de la pasión, en la que nos deja su forma de entender su vida: “El Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. Este ejemplo es válido para todos los cristianos, no sólo para papas y obispos. 2. Esta espléndida enseñanza no nos habría llegado si Santiago, Juan y los otros diez hubieran sido menos ambiciosos. Los fallos humanos pueden traer grandes beneficios. 3. La enseñanza de Jesús ha calado muy poco en la Iglesia después de veinte siglos y en ella se sigue dando un choque de ambiciones al más alto nivel. La única solución será tener siempre presente el ejemplo de Jesús. 4. El texto de Isaías nos ayuda a mirar con esperanza los momentos difíciles de nuestra vida. Aunque la impresión que podemos tener a veces es que Dios nos está triturando con el sufrimiento, no es ésa su intención, sino sacar de nosotros algo muy bueno. Tanto en la sociedad como en la iglesia encontramos modelos de gobierno, de autoridad y de poder que responden a diferentes fundamentaciones e intereses. El evangelio ofrece un modelo de autoridad basado en el servicio, y en la salida de sí mismo, es decir, como dice el texto de Marcos 10,45, en una grandeza que tiene que ver con el servicio y con dar la vida por los demás, hasta el punto de caracterizarla como una esclavitud: “el que quiera ser primero que se haga esclavo de todos”.
Ello me recuerda cómo Simone Weil describía al cristianismo como “la religión de los esclavos”, aunque no le daba seguramente el mismo sentido. Para ella, el cristianismo era religión de esclavos porque aquellos que se encontraban en situaciones límites de dignidad y libertad podían encontrar en este grupo aquella dignidad perdida. Pero esta recuperación de la dignidad es posible y viable si quienes buscan la grandeza la encuentran justamente en el servicio y en la preferencia de quienes están en situación de exclusión y marginación. De hecho, algunos testimonios del cristianismo primitivo muestran cómo las diferentes exclusiones sociales no los son tanto dentro del movimiento cristiano naciente. Entre los testimonios paganos, en una carta del Gobernador Plinio al emperador Trajano, escrito en torno al 110 d. C., el gobernador explica la tortura de dos mujeres esclavas que eran “ministras” (ministrae), es decir, que tenían roles ministeriales en la comunidad cristiana. Al mismo tiempo que llama la atención sobre su ministerio por ser mujeres, la novedad del cambio de estatus de una esclava indica que ingresar en una comunidad cristiana podía significar un cambio de estatus, a la vez que la aceptación y aprobación por parte de la comunidad: Ni los indicadores de género ni los de estatus impedían a sus miembros aceptar los ministerios de estas mujeres. En un sentido similar, por ejemplo, Gálatas 3,28 insiste que “ya no hay judío ni griego, varón ni mujer, esclavo ni libre, porque vosotros sois uno en Cristo”. La iglesia ha vivido continuamente la tensión entre poderes autorreferenciales y un profetismo que vuelve a prestar atención a todo tipo de pobreza (existencial, económica, cultural, espiritual…) para hacerse con ello y restituir la dignidad donde se ha perdido. Los modelos eclesiales actuales, a partir del concilio Vaticano II, formulan modelos participativos y misioneros, es decir, en salida, que miran hacia el servicio y hacia la situación social para establecer un diálogo evangelizador y de atención solidaria. A su vez, los procesos sinodales actuales buscan esta misma comprensión de autoridad y liderazgo más vinculada a un pueblo que camina juntos que a una estructura jerárquicamente organizada. Este texto evangélico recuerda oportunamente para estos procesos de conversión eclesial, que “el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. Se cumple un año de Fratelli tutti. Poco tiempo, a mi modo de ver, para desentrañar la riqueza de la tercera carta encíclica del papa Francisco. Llega en un momento de la historia en el que se alza como un plan oportuno y necesario para acercarnos al ideal de una humanidad nueva por la senda que ha de llevar a una fraternidad universal. Sumándome a la celebración de este aniversario, comparto algunas reflexiones suscitadas hace un tiempo por Fratelli tutti para la vida consagrada, que extiendo aquí a las otras formas de vida cristiana teniendo en cuenta la actual expectativa sinodal.
Aún en tiempo de pandemia, aprendiendo buenas lecciones, vemos hechos tristes y preocupantes junto a señales de esperanza. Desde luego, sigue siendo un gran desafío la cuestión de las relaciones humanas, por una parte, y de los hombres con Dios, por otra, para que terminen unidas las dos vías en un mismo sentir y obrar. El Jesús del Evangelio cuestiona todo tipo de inmovilismo que deje impasible o indiferente al ser humano y nos impulsa a crecer y aspirar a un orden superior en el que se resuelvan y desaparezcan las enemistades, los enfrentamientos, los conflictos cronificados, haciendo esfuerzos por cuidarnos unos a otros (cf FT 57). Cuidado ¡Cuidar! ¡Qué hermoso verbo para conjugaren la vida y qué gran reto! Ojalá «la sociedad de los cuidados» sea una buena lección aprendida durante el tiempo de pandemia que se quede entre nosotros para tratarnos más como hermanos. Guiados por el papa Francisco y su certera exigencia a los miembros de la Iglesia Pueblo de Dios, debemos tener en cuenta que la fraternidad que podemos ofrecer al mundo con proyección universal, ha de comenzar por la propia casa. Cada discípulo misionero debe desarrollarla según la vocación a la que ha sido llamado y los dones que ha recibido. En este sentido, esperamosdelmatrimonio y la familia que continúen siendo buenas escuelas de fraternidad, como también de filiación en una generosa apuesta por la familia ampliada, germen de otra gran familia (cf FT 62), la familia humana (cf FT 100, 127). Confiamos que los pastores sean, además de ministros de la reconciliación, buenos constructores de puentes, artífices de concordia y muñidores de unidad, ayudados por los diáconos. Ansiamos que las personas consagradas, especializadas en la vida fraterna en comunidad, vivan y transmitan un fuerte espíritu de comunión y de acogida incondicional. En suma, que cada discípulo misionero ponga empeño y dé fruto según lo que ha recibido en aras de la fraternidad universal. Empeño y fruto de hermanos y hermanas que se hacen cargo del dolor ajeno, interiorizándolo como propio, y no ceden a la tentación de pasar de largo o convertirse en salteadores, iluminados por la parábola del buen samaritano. La fraternidad que comienza por cada uno y en su propia casa se convierte en vereda por la que nos reconocemos capaces de cargarnos al hombro unos a otros, a pesar del vértigo que una acción tan extraordinaria produce, tanto con los conocidos como con los desconocidos. Esta decisión sostiene a los heridos y levanta a los apaleados con alegre esperanza. No puede ser de otro modo. De suerte que el camino se va despejando de asaltantes e indiferentes, que son dos tipos de personas muy próximos entre sí. Los discípulos misioneros de Jesús no hemos de rechazar ni temer a nadie, ni cuando nos descubrimos doloridos nosotros mismos, ni cuando encontramos a una víctima, ni cuando llevamos samaritanamente a algún herido (cf FT 70). En todo caso, debemos temer y rechazar que aumente la lista de los que pasan de largo. No olvidemos que en la parábola aquellos que no se detienen son personas religiosas, algunas plenamente dedicadas a dar culto a Dios (cf FT 74). Seamos previsores con nosotros mismos sin juzgar a los demás hermanos. La fraternidad representa una fuerte llamada a vivir la vocación cristiana desde una sincera entrega a Dios y a los hermanos, de modo que la fe, la comunidad y la misión nos impulsen a ser buenos samaritanos y nos liberen del bandidaje y la indiferencia, que llegan a aliarse funestamente (cf FT 75). En ocasiones y por más paradójico que nos parezca, quienes dicen no creer pueden hacer realidad la voluntad de Dios mejor que los creyentes (cf FT 74). Tendría que movilizar muchos resortes de la fraternidad tal paradoja. La Gran Familia Humana Volvamos los ojos, pues, a los de la propia casa y, poniendo sobre nuestros hombros a quienes lo precisen, no nos detengamos hasta llegar a los heridos que están más lejos para acogerlos con hospitalidad evangélica en los que tienen que ser nuestros hogares fraternos comunitarios (cf FT 90), hospitales de campaña, posadas de puertas abiertas. Finalmente, al cumplirse el primer año de Fratelli tutti, recibimos un nuevo impulso para caminar juntos como hermanos: un sínodo sobre la sinodalidad. Hemos de crecer en el modo de caminar juntos por la senda de la fraternidad realizando la misión evangelizadora y samaritana. Es la consecuencia de la eclesiología del Pueblo de Dios que «destaca la común dignidad y misión de todos los bautizados en el ejercicio de la multiforme y ordenada riqueza de sus carismas, de su vocación, de sus ministerios» (CTI, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, 2018, n. 6). Por consiguiente, no nos encaminamos hacia un objetivo efímero, sino hacia una meta que ha de ser la habitual, permanente y específica forma de vivir y obrar de la Iglesia Pueblo de Dios, universal y particular. Aceptemos con valentía la lógica del Evangelio, en la que continuamente nos propone situarnos el papa Francisco, para soñar con Fratelli tutti una humanidad nueva, comenzando por soñar juntos una Iglesia nueva en odres nuevos de sinodalidad y de fraternidad abierta y siempre esperanzada. Planteo esta pregunta de si la Biblia es “Palabra de Dios” porque últimamente he escuchado algunas afirmaciones que parecen relativizarla, también porque mucha gente no cae en cuenta de lo que significaría esto si lo creyéramos a fondo y, finalmente, porque otras personas buscan “palabras de sabiduría” en muchos otros escritos fuera de la tradición cristiana y, sin duda, les ayudan mucho para su vida.
Vayamos por partes. En el primer caso, hay mucha gente que relativiza la palabra de Dios porque está cansada de que se haya invocado tantas veces para mantener doctrinas o leyes que más que ayudar a las personas, les ponen cargas pesadas sobre sus hombros. Ante esto hay que reconocer que la interpretación adecuada del texto bíblico es una conquista “relativamente” reciente y por eso durante muchos siglos se leyó la Biblia de manera literal y se la invocó para afirmar que Dios dice esto o aquello. Por supuesto la ingenuidad o ignorancia sobre esa lectura literal es evidente. Por ejemplo, se toma al pie de la letra que Jesús calmó la tempestad (Mt 8, 26) pero no se toma al pie de la letra el que “si tu ojo es ocasión de pecado, arráncatelo” (Mt 5, 29). Ya es una afirmación aceptada por la Iglesia que la Biblia fue escrita mucho después de que suceden los acontecimientos que allí se narran y no con la intención de relatarnos detalles precisos de lo que allí pasó sino de testimoniar la presencia de Dios a favor de su pueblo en esos acontecimientos que se cuentan allí. Lo hacen con los géneros literarios de su tiempo y desde las categorías y esquemas de su contexto. Por eso es imprescindible utilizar los métodos exegéticos y hermenéuticos adecuados para entender el texto. Ahora bien, aunque esa tarea es propia de los/as biblistas, no significa que no se enseñe a todo el pueblo de Dios que para acercarse a dicho texto hay que hacerse por lo menos dos preguntas básicas: ¿Qué quiso decir el autor bíblico con ese texto en su contexto? ¿Qué dice ese texto bíblico hoy para nosotros? Sin olvidar que las circunstancias son distintas y que la biblia no es un recetario para aplicar literalmente sino un horizonte de sentido para interpretar nuestro presente. Es decir, lo que es “Palabra de Dios” no es la literalidad del texto sino el testimonio de fe que los autores/as sagrados nos han dejado en el texto bíblico -una maravillosa mediación humana para mantener en el espacio y tiempo dicho testimonio-. Por lo tanto, tienen razón aquellos que ya están cansados de escuchar predicaciones bíblicas fundamentalistas o literales que no se entienden para el hoy. Por eso es urgente una formación bíblica adecuada que muestre que aquello es una deformación y que, bien interpretada, es palabra de Dios en la medida que usando mediaciones humanas nos da testimonio de cómo descubrir la presencia de Dios en nuestra historia. En el segundo caso, también es entendible que una tradición tan antigua se vaya desgastando y, más si no se actualiza. Con lo cual, en cada Eucaristía escuchamos al finalizar las lecturas que el lector dice: “Palabra de Dios” y el pueblo responde: “Te alabamos Señor” o “Gloria a Ti, Señor” en el caso del Evangelio. Pero se ha vuelto tan rutinario o se motiva tan poco esa lectura o se explica tan mal esa palabra que la gente no permanece atenta o no llega a “saborear” lo que eso significaría si lo creyéramos a fondo. No estamos escuchando una palabra cualquiera sino una que nos hace posible que sepamos cómo han entendido a Dios los que nos precedieron y cómo podemos entenderlo nosotros hoy. Eso sí, con la humildad suficiente de saber que lo que entendemos sobre Dios siempre es mucho menos de lo que Él es y que como está mediado por nuestra comprensión, podemos matizarla y señalar nuevos aspectos, en la medida que seguimos meditando sobre ella. En este último sentido, si creyéramos que la Biblia es Palabra de Dios, la tarea teológica se referiría mucho más a ella, no solo invocándola para “justificar” alguna idea que decimos, sino para dejarnos sorprender y enriquecer con lo que ella nos dice -ya que es una palabra viva, no muerta-. Pero, como ya lo he dicho otras veces, muchas publicaciones teológicas y muchos eventos académicos, adolecen de la perspectiva bíblica a la hora de presentar sus reflexiones. Finalmente, nuestro mundo ya está mucho más configurado con la pluralidad de expresiones culturales y religiosas. De ahí que la cercanía con otras maneras de ver la vida, de darle sentido, de enriquecer las comprensiones ya es una práctica adquirida. Y, resulta una experiencia muy rica -como variada y polifacética es la vida humana-, reconocer que toda la verdad o la manera de ver las cosas, no la tenemos desde la tradición cristiana y que hay muchos libros de sabiduría que nos ayudan y enriquecen. Pero dos observaciones sobre esto. La primera, para los que somos cristianos ojalá que no perdamos la riqueza que nuestra propia tradición nos regala y siga siendo fuente de sentido para nuestra vida. La segunda, saber que con cualquier otro libro de sabiduría hay que tener el mismo cuidado interpretativo que señalé para la Biblia. A veces, veo tanta ingenuidad en los que nutren su vida con otras tradiciones que creen que todo lo que leen es verdad absoluta. Eso también puede revelar una ignorancia o ingenuidad total, admitiendo a veces planteamientos que rayan con lo absurdo. Como toda mediación humana, cualquier horizonte de sentido que se proponga, puede tener errores, manipulaciones, intencionalidades que nos siempre son positivas. Ojalá que el discernimiento sea siempre la actitud para acercarnos a todo libro de sabiduría, pero, a los que nos ha constituido la tradición cristiana, sería muy importante, no olvidar la profundidad de lo que creemos: en una mediación humana -bien interpretada- Dios nos habla como un amigo y su palabra es viva y eficaz, capaz de penetrar el alma y el espíritu y discernir los pensamientos y las intenciones del corazón (Cf. Hb 4,12). En todo lo que hacemos -y en lo que dejamos de hacer-, los humanos buscamos ser felices, es decir, vivir en plenitud o, en el lenguaje del texto evangélico, “vida eterna”.
Esta simple constatación plantea, de entrada, una doble cuestión: por qué y por dónde buscamos la vida. Buscamos la vida porque hemos “olvidado” que, en nuestra identidad profunda, ya la somos. Tal olvido, que nace de la ignorancia original, nos hace creer que estamos desgajados de ella y la proyectamos fuera. La “vida eterna” o vida en plenitud -pensamos en nuestra ceguera- debe ser “algo” que está en “otro lugar” y que debemos alcanzar a partir de nuestro esfuerzo. Y la buscamos, con frecuencia, de mil modos diferentes. Las religiones han priorizado el camino de las creencias y de las normas: “si crees…, si cumples…, la conseguirás”. El joven protagonista del relato “ha cumplido todo”, pero solo siente frustración. Y es entonces cuando el sabio de Nazaret le indica el camino acertado: no se trata de “hacer méritos” -que, con facilidad, solo consiguen engordar al ego-, sino de soltar, liberarse de todo aquello con lo que, en nuestra ignorancia, nos habíamos identificado. La creencia de estar separados de la vida produjo en nosotros un vacío insoportable, que intentamos llenar con mil objetos. Hasta que descubrimos que era una tarea inútil. Y, como el joven del relato, seguimos preguntando: ¿qué más puedo hacer? No hay nada que hacer, excepto comprender que la vida no es “algo” que haya que lograr, sino que es lo que ya somos y nunca podemos perder. Somos vida. Ahí termina la búsqueda y la tensión. Y, al reconocerlo, en lugar de embarcarnos en un esfuerzo nunca suficiente para intentar alcanzar un objetivo siempre elusivo, nos dejamos fluir en una acción adecuada, creativa y eficaz, la que cada momento nos reclama. ¿Me reconozco como vida, más allá de la persona en la que me experimento? |
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