El texto de hoy es continuación inmediata del que leímos el domingo pasado. Es Juan el que, sin hacer mucho caso a lo que acaba de decir Jesús, salta con una cuestión ajena a lo que se está tratando. Este texto tiene un significado aún más profundo si recordamos que, en este mismo capítulo (Mc 9, 14-29), justo antes del episodio que hemos leído el domingo pasado, se nos cuenta que los discípulos no pudieron expulsar un demonio.
A pesar de que Jesús les acaba de decir que el que quiera ser de los suyos tiene que cargar con la cruz, a pesar de que les ha dicho que el que quiera ser primero sea el último y el servidor, los apóstoles siguen sin entender. Una vez más, Jesús tiene que corregir su afán de superioridad. Siguen empeñados en ser ellos los que controlen el naciente movimiento en torno a Jesús. Con el pretexto de celo, buscan afianzar privilegios. Seguramente se trata de problemas planteados en la comunidad donde se escribe el evangelio. El resto de lo que hemos leído no es un discurso, sino una colección de dichos que pueden remontarse a Jesús. No es de los nuestros. El texto griego dice: "porque no nos sigue a nosotros". Este pequeño matiz podría abrirnos una perspectiva nueva en la interpretación. Solo pronunciar esta frase, supone alguna clase de exclusión y una falta de compresión del evangelio. El cristiano debe ser siempre fermento de unidad (amor) y nunca causa de discordia. Esto se consigue tratando siempre de potenciar lo que nos une y de superar lo que nos separa. Muchas veces me habéis oído hablar de las contradicciones del evangelio; pues hoy lo vemos con toda claridad. • Mateo (12, 30) dice exactamente lo contrario de lo que acabamos de oír a Marcos: "El que no está con nosotros está en contra nuestra, y el que con nosotros no recoge, desparrama." • En Lucas encontramos las dos formulas, (10.50) y (11,23); así que no hay manera de desempatar. • Además, estas palabras de Jesús están en contradicción con lo que él mismo dice en Mt 7, 22. "No hemos profetizado en tu nombre, y no hemos expulsado muchos demonios... Yo les responderé: No os conozco de nada, apartaros de mí, malvados". La contradicción es solo aparente. El que no está conmigo está contra mí, se refiere a que la pertenencia al Reino no es lo natural, no viene dada por el ADN. Hay que hacer un verdadero esfuerzo por llegar a él. Recordad las frases del evangelio: "El reino de los cielos padece violencia y solo los esforzados lo arrebatan"; y "estrecha y angosta es la senda que lleva a la vida y pocos dan con ella". Para entrar en el reino es imprescindible un proceso. Hay que nacer de nuevo, y para ello es preciso morir a lo terreno. La pertenencia al Reino es responsabilidad de cada individuo, exige una actitud vital que depende de cada uno. El que no está contra nosotros está a favor nuestro. La frase quiere decir, que del Reino no se excluye a nadie. Todos están invitados. Todo el que sinceramente busca el bien del hombre, está a favor del Reino de Dios que predica Jesús, aunque no lo conozca. Solo queda fuera el que rechaza al hombre. La posesión diabólica era el paradigma de toda opresión. Expulsar demonios era el paradigma de toda liberación. En contra de todos los movimientos religiosos de la época, saduceos, fariseos, Qumrán, etc., Jesús anuncia un Dios que es amor y que no excluye a nadie, ni siquiera a los pecadores. Pretender la exclusividad de su dios, ha hecho polvo las mejores iniciativas religiosas de todos los tiempos. Considerar absoluta cualquier idea de Dios como si fuera definiti¬va, es la mejor manera de entrar en el fanatismo y en la intransigen¬cia. Monopolizar a Dios, es negarlo. Poner límites a su amor es ridiculizarlo. Nuestra religión ha ido más lejos que ninguna otra en esa pretensión de verdades absolutas. Recordad: "fuera de la Iglesia no hay salvación". Fuera de la Iglesia hay salvación, y a veces, más que dentro de ella. Al relatar un episodio parecido, porque no los recibieron al pasar por Samaría, un discípulo le pide a Jesús que mande bajar fuego del cielo para que les destruya. Jesús se limitó a decir: no sabéis de qué espíritu sois. Después de dos mil años seguimos sin enterarnos del espíritu de Jesús. Seguimos pretendiendo defender a Dios, sin darnos cuenta de que estamos defendiendo nuestros intereses más rastreros. No se trata simplemente de tolerar lo malo que hay en los otros. Se trata de apreciar todo lo que hay en los demás de bueno. Entre el episodio de la primera lectura (Nm 11,25-29) y el que nos narra el evangelio hay doce siglos de distancia, pero la actitud es idéntica. Desde el evangelio hasta la fecha, han pasado veinte siglos, y aún no nos hemos movido ni un milímetro. Seguimos esgrimiendo el "no es de los nuestros". Todo aquel que se atreve a disentir, todo el que piense o actúe de modo diferente sigue siendo excluido. Incluso arremetemos contra todo el que se atreve a pensar. Tenemos que decirlo con toda claridad. Para los seres humanos ha sido mucho más nefasta la idolatría teísta que el ateísmo. Las mayores barbaridades de la historia se han cometido en nombre de dios. Es ídolo un dios que premia a los buenos y castiga a los malos, lo mismo que hace el mayor de los tiranos. Claro que ese dios nos tranquiliza, porque si él hace eso, está más que justificado que nosotros hagamos lo mismo. El espíritu de Jesús va mucho más allá de lo que abarca el cristianismo oficial. Se ha acuñado una frase últimamente: "patrimonio de la humanidad", que se podría aplicar a Jesús sin restricción alguna: Cristo no es de la Iglesia. En realidad, el mensaje de Jesús no se puede encerrar en ninguna iglesia o congregación religiosa. Jesús intentó que todas las religiones, incluida la suya, descubriesen que el único objetivo de todas ellas es hacer seres cada vez más humanos. Cualquier religión que no tenga esa meta, es simplemente falsa. Que en el evangelio de Marcos la causa de Jesús no coincida con la causa del grupo de los doce, es un toque de atención para los cristianos de todos los tiempos. Jesús no es monopolio de nadie. Todo el que está a favor del hombre está con él. Todo el que trabaja por la justicia, por la paz, por la libertad, es cristiano. Nada de lo que hace a los hombres más humanos debe ser ajeno a un seguidor de Jesús. Es inquietante que todas las grandes religiones monoteístas hayan sido causa divisiones y guerras. Ha llegado el momento de cambiar los parámetros de pertenencia. Debemos olvidar si "tenemos papeles" de cristianos o de budistas o de mahometanos, y valorar si de verdad luchamos por el bien de todo ser humano. Los jóvenes de hoy van en esta dirección, por eso critican y se apartan de nuestra religión. No están de acuerdo con ese cristianismo formal que a nada nos obliga y que lo único que aporta son falsas seguridades. El que escandalice a uno de estos pequeños... Pequeño no significa niño, sino el que tiene todavía una fe incipiente y no está consolidado en ella. La Vulgata lo traduce por "pusillis" de donde proviene nuestra palabra "pusilánime". Significaría aquí todo el que aún no ha llegado a una fe adulta. Tampoco se trata de un escándalo por discrepancias doctrinales. A Jesús le importan única y exclusivamente los hechos. Entre los primeros cristianos, la manera de interpretar a Jesús fue muy diversa, pero les unía a todos una misma praxis. La manera de vivir es lo que de verdad importa. Si tu mano te hace caer... Son frases construidas al estilo semítico, por contraste. No debemos entenderlas al pie de la letra. La mano o el ojo o el pie no te pueden hacer caer nunca. Se trata de advertir sobre la importancia del seguimiento y la relatividad de todo lo demás. Se pretende cambiar la común escala de valores por otra de acuerdo con nuestro verdadero ser. La mano, el pie, el ojo, son indispensables para la acción humana. Pues hasta lo más indispensable tiene que estar al servicio de lo fundamental: el bien del hombre. Meditación-contemplación El que no está contra nosotros, está a favor nuestro. Y aunque alguien se empeñe es estar contra nosotros, nosotros nunca debemos estar contra nadie. Si mi verdadero ser consiste en lo que hay de Dios en mí, siempre será más lo que nos une, que lo que nos separa. Buscar en todos los seres humanos esa realidad que no une, es la verdadera tarea de un seguidor de Jesús. El cristiano nunca puede fomentar la división (desamor). Si aún me cuesta aceptar al otro tal cual es, es señal de que aún no he comprendido el evangelio. Todavía estoy esperando que cambie para sentirme bien. ¿Puedo imaginarme que Dios hiciera conmigo lo mismo?
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Quiero empezar este comentario con una cita, un tanto extensa, del escritor israelí Amos Oz que, en un librito titulado Contra el fanatismo (Debolsillo, Barcelona 2005), escribe:
"La semilla del fanatismo siempre brota al adoptar una actitud de superioridad moral que impide llegar a un acuerdo" (p.22). "La esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar. En esa tendencia tan común de mejorar al vecino, de enmendar a la esposa, de hacer ingeniero al niño o de enderezar al hermano en vez de dejarles ser. El fanático es una criatura de lo más generosa. El fanático es un gran altruista. A menudo, está más interesado en los demás que en sí mismo. Quiere salvar tu alma, redimirte. Liberarte del pecado, del error, de fumar. Liberarte de tu fe o de tu carencia de fe. Quiere mejorar tus hábitos alimenticios, lograr que dejes de beber o de votar. El fanático se desvive por uno. Una de dos: o nos echa los brazos al cuello porque nos quiere de verdad o se nos lanza a la yugular si demostramos ser unos irredentos. En cualquier caso, topográficamente hablando, echar los brazos al cuello o lanzarse a la yugular es casi el mismo gesto. De una forma u otra, el fanático está más interesado en el otro que en sí mismo por la sencillísima razón de que tiene un sí mismo bastante exiguo o ningún sí mismo en absoluto" (p.28-29). Daba en el clavo también el físico Andréi Sajarov cuando decía que "la intolerancia es la angustia de no tener razón". Tanto la intolerancia como el fanatismo ponen de relieve la propia inseguridad. Un yo psicológico no suficientemente integrado –debido, probablemente, a la falta de "apego seguro" en un adecuado contacto materno- se verá necesitado de "seguridades absolutas", que sostengan su precaria e inestable sensación de identidad. Por ello mismo, se verá incapaz de tolerar la discrepancia, por lo que tenderá a descalificar, juzgar, condenar (o empeñarse en "convertir") a quien no piense como él. Porque percibe toda diferencia como amenaza. Esta amenaza es la que se esconde detrás de las palabras de Juan: "No es de los nuestros". Efectivamente, son "los otros" los percibidos como amenaza: porque al pensar diferente o adoptar un comportamiento distinto al propio, nos hacen ver que el nuestro no es el valor "absoluto", sino otro más al lado de tantos. Y esto es lo que una personalidad insegura se ve incapaz de tolerar, por la angustia que le genera la falta de seguridades "absolutas". En esa necesidad de "seguridades absolutas", podemos detectar dos factores: uno sociocultural (evolutivo) y otro psicológico. Por lo que se refiere al primero, parece claro que, en el estadio mítico de consciencia, el etnocentrismo es un valor incuestionable: el propio grupo es visto como poseedor de la verdad y del bien, y no hay nada que justifique la crítica al grupo ni la toma de distancia con respecto a él. En ese nivel de consciencia, lo que prima es la "cohesión", derivada del asentimiento ciego a las normas grupales, que da como resultado la concepción del propio grupo como un "rebaño". ¡Y ya sabemos de los riesgos que corría quien se atrevía a salirse del rebaño...! En este estadio de consciencia, la seguridad del individuo corría pareja a la pertenencia al grupo. De un modo inconsciente, en aras de aquella seguridad, se sacrificaba cualquier discrepancia, porque se había renunciado al derecho a pensar por uno mismo: ¡todo fuera por la sensación de seguridad que aportaba la "homogeneidad"! Conclusión: a una persona que está instalada en el nivel mítico de consciencia no se le puede pedir tolerancia para quien discrepa; su "nivel de consciencia" no se lo permite, ya que en ese nivel la discrepancia (como la libertad o la autonomía) no es reconocida como valor; ni siquiera puede verse como tal. Desde el punto de vista psicológico, la cuestión de la intolerancia y el fanatismo se halla también vinculada con la seguridad. La seguridad –y, asociado a ella, el control- constituye una necesidad básica del ser humano. Mientras la persona no ha hecho experiencia de una seguridad firme que le sostiene, la buscará fuera de sí –proyectándola en un líder, un grupo o una institución-, o la situará en sus ideas, creencias o convicciones. Cuando eso se produce, el sujeto inseguro no podrá tolerar que tal líder, grupo o institución sean puestos en cuestión; así como tampoco podrá permitir que sus ideas, creencias o convicciones sean criticadas. Le va en ello su propia estabilidad. Por eso, a una persona con un yo psicológico tan frágil tampoco se le puede pedir tolerancia. Su pánico a la inseguridad se lo hace imposible. Con una ironía añadida: la persona que padece eso tipo de inseguridad que le hace ser fanática presume de seguridad e incluso de "verdad". Hasta el punto de que, para ella, quienes plantean una postura diferente son personas "a convertir", en la línea de lo expresado por Amos Oz. La "salida" del fanatismo parece requerir, por tanto, una doble condición: por un lado, el paso del nivel de consciencia mítico a otro racional; y, por otro, experimentar una fuente de seguridad que se encuentra más allá de la mente (de sus ideas o creencias). Es probable que, para que esto último pueda darse, sea necesario un trabajo psicológico, que otorgue a la persona una sensación interna de consistencia y de autonomía. Quien es capaz de "hacer pie" en sí mismo, relativiza también el carácter absoluto que había atribuido a las ideas y, a la vez, permite a los otros ser diferentes, sin que la diferencia sea vista como amenaza. En la medida en que la persona pueda ir creciendo en esa sensación de confianza interna, que le hace ser autónoma, podrá abrirse a otra experiencia más honda: ya no buscará la seguridad en "objetos" (ideas, creencias...), sino en el Fondo mismo de lo Real, experimentado de un modo directo. Quiero decir que, cuando somos capaces de acallar la mente, no evitar nada y permanecer en silencio, se nos regalará la experiencia de una seguridad de fondo, que se percibe de un modo directo, inmediato y autoevidente. Una seguridad de fondo que no es otra cosa que la misma y única Realidad, que nos sostiene y nos constituye en todo momento. Cuando eso se experimenta, se obtiene el regalo de la Libertad sin límites y de la Plenitud. Y por retomar la queja de Juan con la que iniciaba este comentario: ¿quiénes son "los nuestros"? Etnias, tribus, nacionalismos, religiones e ideologías de todo tipo han tendido a definir con claridad los límites que marcaban el propio "territorio", impidiendo que "los otros" se adentraran en él. En el caso de las religiones, se ha ido incluso más lejos, al atribuir a Dios la demarcación de aquellas presuntas fronteras. Así se ha hablado de "pueblo elegido", "única religión verdadera", "única salvación"... Frente a tal arrogancia (inconsciente e ignorante), quizás venga bien terminar con el chiste que el propio Amos Oz recoge en su libro. "Alguien se sienta en la terraza de un café junto a un anciano, que resultó ser el mismísimo Dios. Al enterarse, se dirige a él con una pregunta que le había acompañado siempre: «Querido Dios, por favor, dime de una vez por todas: ¿qué fe es la correcta? ¿La católica romana, la protestante, tal vez la judía o acaso la musulmana? ¿Qué fe es la correcta?». Y Dios dice en esta historia: «Si te digo la verdad, hijo, no soy religioso, nunca lo he sido, ni siquiera estoy interesado en la religión»" (p.89). Este fragmento del Evangelio de Marco es parte del mismo conjunto que leímos el domingo pasado, y recoge varias enseñanzas de Jesús, agrupadas en un solo discurso:
9:36 - denuncia contra el que echa demonios pero "no es de los nuestros" 9:39 - Jesús lo defiende Está a nuestro favor, aunque no sea "de los nuestros" Hasta dar un vaso de agua es trabajar por el reino. 9:42 - No deis escándalo a los pequeños Si algo es motivo de escándalo, renunciad a ello. Vemos que la última sección, (vs.42-45) está traída aquí un tanto artificialmente, sin duda de otro contexto, pero encaja suficientemente con el mensaje dirigido a los discípulos, en cuanto se refiere a su obligación, mayor que la de otros, de servir al reino sin excusas. El contexto global es sin duda la respuesta de Jesús a las vanas ambiciones de los discípulos: no solamente han discutido sobre quién es el más importante, sino que se sienten celosos de que otros, fuera del grupo, hagan el bien en nombre de Jesús. Jesús les muestra que todo lo positivo, incluso hecho desde fuera del grupo de discípulos, es trabajo por el reino, hasta el simple hecho de dar un vaso de agua, y que el grupo de los discípulos está más obligado que nadie a un seguimiento radical de Jesús. Hay que matizar algunas expresiones del texto, para entenderlas bien. En primer lugar, aparece aquí una característica muy propia de Marcos: "Jesús y sus discípulos". Marcos es el evangelista que más subraya esta fuerte unión. Jesús y sus discípulos son, como grupo, protagonistas del evangelio. El sentido de cuerpo, de grupo con Jesús, que los discípulos tienen, puede incluso hacerse excesivamente exclusivo. En segundo lugar, las expresiones de condena contra el escándalo están tomadas del A.T., especialmente de Isaías. Son las expresiones corrientes usadas en Israel para expresar la perdición. Deben usarse por tanto como símbolos plásticos del rechazo de Dios, no como descripciones del más allá. R E F L E X I Ó N El texto nos ofrece varios temas de reflexión, independientes entre sí, que pueden unirse (quizá un poco artificialmente) en uno solo. El primer tema es que Jesús admite como trabajo por el reino lo que realmente es así, aunque lo realice alguien que no pertenece expresamente al grupo de Jesús y los discípulos. Esta interpretación viene avalada por la presencia del texto de Números, que tiene la misma lectura. Hay en Números una frase muy característica, puesta en boca de Moisés: "¿Es que estás celoso por mí?. ¡Ojalá todo el pueblo fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!" No es por tanto propio de Jesús proclamarse como camino exclusivo. Es cierto que el Espíritu de Dios es el que trabaja en todo bien. Es cierto que Jesús encarna la plenitud de ese Espíritu. Pero esto no le lleva a Jesús a monopolizar la función. El "buen espíritu" se alegra de la presencia de la liberación en cualquier parte que la encuentre, incluso si se da fuera del círculo de los que siguen expresamente a Jesús. No es casual que la actividad del "intruso" sea expulsar demonios. En la Escritura y en los evangelios, la posesión por el espíritu inmundo es una expresión máxima de esclavitud, más ominosa aún que el pecado, puesto que con mayor claridad aún que en el pecado, no se comete sino que se padece. Liberar de eso es una acción de Dios, y Jesús lo hace repetidas veces mostrando que Él es la presencia de Dios liberador. El hecho de que otros, en nombre de Jesús pero fuera del grupo de sus discípulos, sea también presencia de Dios liberador, es sin duda una formulación teológica muy importante (y muy actual) El segundo tema viene representado por el verso: "El que os dé a beber un vaso de agua porque seguís al Mesías, os aseguro que no quedará sin recompensa." Tendemos fácilmente a identificar el mensaje en el contexto del "a mí me lo hicisteis" de la parábola del juicio final. Es correcto, pero en el contexto actual significa otra cosa: se trata de valorar positivamente todo lo que se hace por Jesús y por sus seguidores, aunque no sea la adhesión plena sino algo tan simple como dar un vaso de agua. Una vez más, la pertenencia al Reino no se hace con parámetros exclusivos sino inclusivos: no se rechaza por no estar del todo dentro, sino que se aprecia todo lo que signifique un acercamiento, por mínimo que parezca. Las consecuencias a sacar de esto serían semejantes a las el tema anterior. El tercer tema es el del escándalo. El tema es la gravedad de escandalizar a los pequeños, de cualquier clase de pequeñez (los niños son un ejemplo de "los más pequeños"). Se especifica el escándalo de "estos pequeños que creen (en Jesús)". Aparece pues la misma línea del espíritu de Jesús: no excluir, obligar, reprimir... sino fomentar, sembrar, alentar, especialmente respecto a los más pequeños, los de fe más débil, los que van creyendo en Jesús. Llama la atención la gravedad de las expresiones con que se especifica el precepto. Sabemos que estas expresiones paradójicas son muy del gusto de Jesús, que las usa para enfatizar la importancia del mensaje. Esto está presente en los matices sorprendentes de muchas parábolas y, quizá de manera suprema en el dicho del camello y el ojo de una aguja para significar el peligro de la riqueza. Pero, entendiendo que estas son exageraciones enfáticas, hay que mantener que Jesús las usa. El significado es sin duda la radicalidad con que Jesús entiende la urgencia de aceptar el reino, el riesgo de la persona humana prefiriendo otros criterios y valores que no llevan a salvar la vida. En el contexto de este capítulo 9 de Marcos, todo ello es una gran catequesis dirigida a los discípulos para invertir sus criterios de mesianismo mundano. Jesús les anuncia la pasión; ellos siguen hablando de quién es el más importante. Ellos quieren impedir el bien porque quien lo hace no pertenece a su grupo; Jesús les reprocha su actitud porque nace del mismo mal interior, es decir considerarse importantes como únicos depositarios de la acción de Dios. Y termina mostrando con dureza la urgencia de que los que siguen expresamente a Jesús tomen una opción radical, especialmente porque de su actuación, de la pureza de su intención y la radicalidad de su seguimiento, va a depender la conversión o el escándalo de los demás. PARA NUESTRA ORACIÓN Una vez más, nos sentimos espléndidamente retratados en los discípulos. Una vez más, Jesús detecta una de las tentaciones típicas de las personas religiosas, en cuanto individuos y en cuanto colectividad. Pero en esta ocasión con el agravante de la radicalidad con Jesús nos interpela. Es muy de considerar que Jesús se muestra siempre acogedor y paciente con todos, que esto se acentúa llamativamente con los más necesitados, por ejemplo los pecadores, y que sin embargo se muestra tajante, condenatorio y a veces violento con dos grupos de personas: los jefes o doctores de Israel y sus propios discípulos. Aunque con muy diversa gravedad y resultados muy diferentes, esos dos grupos de personas a las que Jesús se dirige participan de actitudes semejantes, de las que la más importante es: su dureza de corazón les impide la conversión, y esto es escándalo para la gente sencilla, que se aparta del Reino por su culpa. Esto hace que Jesús se encienda de indignación y profiera frases violentas. Las consecuencias son sin embargo opuestas: el grupo de discípulos caminará poco a poco hacia la conversión y servirán de testigos y mensajeros de Jesús, del reino; mientras que los fariseos y doctores se cerrarán a la palabra y apartarán de Jesús y del reino a los demás. Hemos visto ya en los domingos anteriores cómo las situaciones históricas referidas por Marcos se convierten en tipo, representan las situaciones y tentaciones de los creyentes. Esta que hoy contemplamos nos coloca frente a la radicalidad de nuestro seguimiento de Jesús desde la perspectiva del escándalo. Nuestro seguimiento de Jesús está llamado a ser testimonio: nuestra vida cristiana es "para que el mundo crea". Pero la otra cara de esta moneda es que el mundo dejará de creer en Jesús si nuestro testimonio no es válido. Y muchos "pequeños" del mundo dejarán de tener acceso a Jesús y al reino por el escándalo de nuestro escaso seguimiento. Esto confiere una dimensión dramática a nuestra pertenencia a la iglesia. Hemos adquirido el compromiso de ser sal, pero la sal puede perder su sabor y no valer más que para tirarla. Podríamos extendernos aquí en múltiples consideraciones sobre los escándalos actuales de la iglesia (de nosotros la iglesia) que impiden la fe de muchos. La alianza con el poder, la ostentación de riqueza, el doble servicio ( a Dios y al consumismo), nuestra consciencia de "pueblo privilegiado", nuestra descarada preferencia por lo dogmático sobre el servicio... Pero hemos tratado de estas cosas demasiadas veces. Será mejor dejar que cada uno reflexionemos sobre nuestra condición de llamados por Jesús, y la responsabilidad que contraemos ante el mundo. S A L M O 4 0 Oramos al Señor juntos, como iglesia; recitamos este salmo como sintiéndonos la voz de la iglesia que clama al Señor. En Dios pongo toda mi esperanza. El se inclina hacia mí y escucha mi oración. El salva mi vida de la oscuridad, afirma mis pies sobre roca y asegura mis pasos. Mi boca entona un cántico nuevo de alabanza al Señor. Dichoso el que pone en Dios su confianza. No quieres sacrificios ni oblaciones pero me has abierto los ojos, no exiges cultos ni holocaustos, y yo te digo : aquí me tienes, para hacer, Señor, tu voluntad. Tú, Señor, hazme sentir tu cariño, que tu amor y tu verdad me guarden siempre. Porque mis errores recaen sobre mí y no me dejan ver. ¡Socórreme, Señor, ven en mi ayuda! Que sientan tu alegría los que te buscan. Yo soy pobre, Señor, socórreme, Tú, mi Salvador, mi Dios, no tardes. Soy Lidia. ¿A qué no te suena mi nombre?
Pues aunque nadie te haya hecho caer en la cuenta de ello, es verdad que soy la primera persona convertida al cristianismo en el continente europeo. Seguramente, si hubiera sido varón, sería importante y conocida, pero como soy mujer he quedado en el olvido, silenciada. Me convertí a raíz de un discurso que le oí a Pablo en Filipos. Quizás alguna vez hayas oído mi nombre al leer el capítulo 16 de los Hechos de los Apóstoles donde se me nombra, de pasada, dos veces (Hch16,12-15; 16,40). No sabes nada de mí porque a los exégetas varones no les he interesado mucho y, además, a partir del dato de mi profesión –nombrada por Lucas con la palabra "porfiróporis", traducido por "vendedora de púrpura"– han deducido muchas cosas que no son verdad: que era rica, que tenía un gran capital, que poseía esclavos y esclavas y que, por eso, pude ofrecer hospitalidad a Pablo y sus compañeros... sin investigar qué oficio era ése, en que consistía y cómo estaba considerado. En realidad ¡no les interesó saber quién era yo!. Algunas mujeres biblistas, entre otras Ivoni Richter Reimer han investigado sobre mí , me han rescatado del olvido y se han acercado a fuentes extra-bíblicas para conocer mi profesión y cómo era mi trabajo, mi verdadero status social y sobre todo interesarse por mí. El término con que me nombra Lucas, "porfiróporis", tiene su correspondiente latino en "purpuraria"/us. Ese es un término técnico que expresa tanto el proceso de producción de púrpura, como la venta de la mercancía producida. Por tanto, es un reduccionismo traducirla sólo como "vendedora". Quiero que sepas que en ésta expresión hay que tener en cuenta dos aspectos: a) por un lado la palabra "porfira"/ "púrpura" expresa tanto el color, como algún producto teñido con ese color; y por otro b) la materia-prima de la que se extraía la púrpura, que se obtenía tanto del mar (el murex, un caracolillo de mar) como de la tierra (vegetales). La extraída del mar era de mejor calidad y se pagaba más, la de menor calidad y la más barata, se extraía de los vegetales, era la que se producía en lugares del interior, no marítimos. Éste era mi caso. Pues yo soy oriunda de Tiatira, una ciudad en el interior de Asia Menor. Allí se desarrollaba una industria textil importante ligada con las tintorerías, donde otras mujeres como yo trabajamos, ya que la producción textil y la tintura eran "cosa de mujeres". En Tiatira el color púrpura era extraído de las raíces de una planta llamada "rubia", que además de sus cualidades medicinales podía ser aprovechada en el proceso de tintorería y de curtido. Justamente en esos dos sectores sólo se ocupaba a "las personas que ejecutaban un trabajo sucio". Sucio ¿por qué?. Porque era un trabajo arduo y muy desagradable. No te voy a contar el largo proceso de extracción de la púrpura y cómo fijábamos el color con substancias "sucias" como la orina. Todo el proceso producía unos olores fuertes, desagradables, a veces insoportables que a nadie le gustaba hacer y que además estaba considerado despreciable. Por eso lo hacíamos mujeres y otros colectivos socialmente mal considerados. En esta ciudad los romanos, en su política expansionista, habían asentado una gran población judía. La mayoría eran presos de guerra y exclavas/os. Estos judíos tenían mucha experiencia en producir color púrpura, que se utilizaba para teñir la lana. En Tiatira los trabajadores estábamos organizados por corporaciones. Por eso yo conocí a estos grupos judíos y me interesé por su religión y con ellos aprendí mi trabajo. ¡No podía yo imaginarme que ese encuentro con los judíos iba a ser tan importante para mí!. Con ellos aprendí mi oficio, pero tuve que marcharme de mi tierra para vender mejor mi producto y, de este modo, llegue a Filipos. Esta ciudad había sido un pueblo sin importancia hasta que recibió su nombre y su rango de Filipo, padre de Alejandro Magno. El emperador Augusto la hizo colonia romana en el año 31 a.C. y le concedió privilegios de ciudad romana. Cuando yo llegué allí "era la principal colonia romana del distrito de Macedonia" (Hch 16,11). Allí yo me puse de nuevo en contacto con una pequeña colonia de judíos. Ellos eran extranjeros como yo y nos unía el mismo "trabajo sucio" mal considerado y mal pagado por la alta sociedad romana. Trabajábamos con nuestras manos la mercancía que después vendíamos. No éramos grandes empresarios sino pequeños artesanos. Vivíamos a las afueras de la cuidad, cerca de las rutas comerciales, en las proximidades del río Angites. Por ahí pasaba la ruta comercial que ligaba Oriente con Occidente. Los judíos no tenían sinagoga pero se reunían cerca de donde vivían en un lugar que tenían para orar (Hch 16,13). Yo no era judía pero me atraían sus oraciones y lecturas de sus Escrituras. Un sábado, allá por el año 49-50, estábamos –fundamentalmente mujeres– orando y conversando. En esto llegaron unos hombres llamados Pablo y Silas y se pusieron a hablar con nosotras (Hch 16,13). En sus saludos y presentaciones me enteré entonces que él era un judío que por primera vez llegaba al continente europeo y que Filipos era la primera ciudad de Europa donde venían a predicar el mensaje de un tal Jesús de Nazaret (Hch 16,4-40). Pablo nos empezó a hablar de él, de su persona, su doctrina, con gran ardor y ... ¡yo no sé que me pasó por dentro!. Me dio un vuelco el corazón y se me conmovieron las entrañas. Es como si el Dios a quien siempre había adorado y buscado me abriese las entrañas y me dijese que ahí estaba lo que tanto había buscado. Cada palabra de Pablo iba cayendo en mí como gota de agua fresca en tierra seca. Una criatura nueva empezaba a surgir en mis entrañas..., sentía que algo nuevo nacía en mí. Me quedé prendada de la doctrina que Pablo y Silas enseñaban. No dejé de asistir a sus enseñanzas y pronto pedí ser bautizada. Conmigo también las personas que vivían en mi casa. Fui la primera bautizada en esa ciudad. Éso me hacía sentirme responsable de acoger a Pablo y Silas y casi forzarlos para que vinieran a hospedarse en mi casa (Hch 16,15). No era muy grande, como han dicho otros de mí, ¡como si solo se pudiera acoger desde la abundancia y no desde la pobreza y sobriedad!. Cuando el corazón es grande hay lugar siempre para la acogida. Cuando las entrañas se ensanchan los otros caben en ellas. Yo tenía la gran alegría de ofrecer mi casa para la formación de la primera comunidad cristiana en Filipos. Estábamos pasando malos tiempos. Los judíos no eran bien vistos por los romanos y era peligroso para los dos judíos forasteros hacerse notar. Yo sabía que, cobijando a esos extranjeros, corría riesgos y conmigo mi casa y los míos. Pero no podía permanecer indiferente a su situación. Pablo nos había hablado de Jesús: de su compasión, de su estar siempre al lado de los que sufren, de no abandonar nunca a los tirados en el camino. A mí de nuevo se me conmovieron mis entrañas. Yo no podía ahora abandonar a su suerte a estos hermanos en la fe. Decidí entonces acogerlos en mi casa, abrir mis entrañas para ampliar mi familia, la familia del Dios que estaba conociendo. No es nada nuevo esta práctica arriesgada de solidaridad entre hermanos. En estos tiempos que vivís lo hacen y han hecho muchos hermanos y hermanos en América Latina y en otros muchos lugares del mundo. En realidad esto es hacer verdad el mensaje de Jesús, es "dar fruto" como el Nazareno nos pedía. Y yo quería ser fiel a Él. Que era peligrosa la situación lo confirmó el hecho de que poco tiempo después Pablo y Silas fueron llevados ante las autoridades romanas acusados de alborotadores, proponiendo costumbres contrarias a la práctica romana. Los cogieron, los apalearon, torturaron y los metieron en la cárcel. Nos quedamos todas y todos desolados y atemorizados pero no por eso dejamos de reunirnos en mi casa las hermanas y hermanos que creíamos en Jesús, a pesar del riesgo que corríamos. Orábamos y celebrábamos nuestra fe. El número crecía y la comunidad doméstica se consolidaba. Sentía mis entrañas llenas de vida nueva. Mi alegría era grande a pesar de las dificultades del momento. Yo sentía que este servicio a la comunidad era mi mejor manera de mostrar la fe y fidelidad al Evangelio que había recibido, era mi manera de hacer fecunda mi vida y auténtica mi fe. Hoy quiero contarte qué es una comunidad doméstica y la importancia que estas comunidades tuvieron en la expansión y consolidación del cristianismo. En estas iglesias, comunidades reunidas en las casas de familia, las "diakonías" de la palabra y de la mesa aún no estaban divididas. La iglesia doméstica fue el origen de la iglesia cristiana en muchas ciudades y regiones. Fueron un factor decisivo en el movimiento misionero pues ofrecían un espacio para la predicación de la palabra, para el culto, para participar en la mesa eucarística y para las relaciones sociales. La iglesia doméstica nos ofrecía las mismas oportunidades a las mujeres que a los hombres. Tradicionalmente la casa era considerada, igual que hoy, el dominio propio de nosotras, las mujeres. Te digo esto porque cuando en las cartas de Pablo o en los Hechos de los Apóstoles aparece el nombre de alguna mujer, como en mi caso, y a continuación se nombra a la comunidad reunida "en su casa" (la casa de ella), expresa que la mujer de la casa en la que la iglesia se reunía, era la primera responsable de la comunidad y de la asamblea de la iglesia doméstica. Esto saca a la luz la importancia que tuvimos las mujeres en estos comienzos del cristianismo antes de que la jerarquización androcéntrica y patriarcal nos desplazara de los puestos de liderazgo en la Iglesia primitiva. Pero de todo ello te iremos informando sucesivamente. Esto no debe sorprenderte pues hay mucha documentación grecorromana en la que se pone de relieve que en el siglo I las mujeres eran conocidas por abrir sus locales y sus casas a cultos orientales. Los cristianos no fueron los primeros ni los únicos que se reunían en las casas para el culto religioso. Por tanto, la Iglesia doméstica de Filipos fue el comienzo de una comunidad de la que Pablo se sentía orgulloso por su fe, su generosidad y por el modo cómo le habían ayudado a él personalmente. Cuando escribió su carta a toda la comunidad en el año 61, habían pasado ya más de 11 años desde su fundación, en mi casa. Pero con este excursus no te terminé de contar cómo fueron esos primeros momentos de angustia cuando encarcelaron a Pablo y Silas. Creíamos que los iban a matar, pero Pablo reivindicó su ciudadanía romana y cuando oyeron eso, a los magistrados les dio miedo, los fueron a ver, les presentaron sus excusas, los sacaron de la cárcel y les pidieron que se fueran fuera de la ciudad (Hch 16,35-39). Nada de esto sabíamos. Nosotras seguíamos reuniéndonos en mi casa celebrando nuestra fe y orando. Y de pronto, sin esperarlos, se presentaron Pablo y Silas en casa para vernos a todas y todos, alentándonos para que continuásemos en nuestra fe. Aún y así tuvieron que marcharse pues sus vidas corrían peligro (Hch 16,40). Cuando ellos se fueron, yo volví a quedarme al frente de esa pequeña comunidad que se reunía en mi casa con la certeza de que esa primera semilla –como la de una grano de mostaza–, echada con tanto amor, iba a crecer como dice la parábola de Jesús y se iba a convertir en un gran árbol donde los pájaros iban a alimentarse y cobijarse. Ahora entendía la fuerza de esas parábolas de Jesús donde a partir de lo pequeño, insignificante, silencioso... brota la vida nueva. Sentíamos que nuestras vidas eran fecundas, que estaban dando buen fruto. La comunidad cristiana siguió creciendo y estructurándose. Yo sentía la alegría de ver cómo se afianzaba la fe en Filipos y, cuando Pablo escribió su carta a los Filipenses desde la cárcel en Roma –allá por el año 61– nos decía cosas muy consoladoras como: "hermanos míos, queridos y añorados, mi alegría y mi corona, mis amigos, manteneos así fieles al Señor" (Flp 4,1). Ésta había sido mi preocupación central: "ser fiel al Señor". De hecho cuando yo forcé a Pablo y Silas a venir a mi casa a hospedarse les dije: "Si estáis convencidos de que soy fiel al Señor, venid a hospedaros conmigo" (Hch 16,40). Y vinieron. Desde el comienzo cultivamos la generosidad y la acogida, el compartir los bienes, el dejar que se conmoviesen nuestras entrañas con el dolor de los hermanos que sufrían, para que ese dolor se hiciese amor operativo después. Por eso cuando a Pablo lo encarcelan de nuevo en Roma, enviamos a Epafrodita a verlo, atenderlo (Flp 2,30) y llevarle dinero para su mantenimiento (Flp 4, 10.14.18). Esto nos parecía lo más normal, pero da la impresión de que no lo era pues Pablo, probablemente dolido, nos escribe y nos dice: "los filipenses sabéis que desde que salí de Macedonia, y empecé la misión, ninguna iglesia aparte de vosotros, se hizo cargo de saldar mi debe y haber" (Flp 4,15). Esto no significa que éramos una comunidad modélica. Teníamos problemas, tensiones, divisiones, diversidad de criterios y enfrentamientos, pero por encima de todo luchábamos por mantenernos fieles y unidos. En nuestra comunidad –como te dije– mujeres y hombres compartíamos liderazgo y misión. Cuando Pablo escribe su carta a la comunidad de Filipos nombra también a dos mujeres importantes y de gran influencia en la comunidad y que trabajaron duro por el Evangelio: Evodia y Síntique (Flp. 4,2-3). De hecho, Pablo pide que les ayuden para que se pongan de acuerdo y dice de ellas que son "syzuge" término que él utilizaba con frecuencia para nombrar a sus colaboradores, a los que lucharon con él y como él en la expansión del evangelio, es decir, a los/as misioneros/as como él. Como ves, en su carta, en relación a estas dos mujeres, da dos datos: uno que están enfrentadas y no se ponen de acuerdo y, por su influencia, en la comunidad eso era negativo y, segundo, que son unas luchadoras del evangelio, unas buenas misioneras. Sea como sea, si algo ha llegado a nosotros de ellas es que: "ya están las mujeres peleándose, como siempre". En fin todo menos reconocer nuestro liderazgo y aportación. Ya te habrás dado cuenta de que las cosas en los comienzos de la Iglesia de Jesús eran distintas. Vivíamos una comunidad donde hombres y mujeres nos sentíamos iguales en dignidad y responsabilidad. Era una comunidad donde cabíamos todos y todas en igualdad de derechos y deberes. Se hacía verdad con los hechos que todos los bautizados éramos iguales, no había entre nosotros "ni judío, ni griego, ni esclavo, ni libre, ni hombre ni mujer" (Gal 3,28) tal como recitábamos en la fórmula bautismal. La razón era muy clara: "Pues todos sois hijos de Dios. En efecto, todos los bautizados en Cristo... sois uno" (Gal 3,26-28). Pero después las cosas fueron cambiando y las mujeres fuimos desplazados de todos los lugares de gobierno y decisión. Antes de que pasase eso, hubo otras mujeres que, como yo, fueron fundadoras y dirigentes en las primeras comunidades cristianas. Fecundaron sus entrañas con el amor que da vida, que produce fraternidad, que crea comunidad. Entrañas que saben de misericordia, perdón, acogida. Ellas te irán hablando más adelante. A ti lector/a te aliento a trabajar para recuperar comunidades evangélicas donde se practique la misericordia entrañable. Comunidades en las que sus miembros no permanezcan indiferentes ante el dolor de los pobres y de los últimos, sino que, como a Jesús, se les conmuevan las entrañas y esta experiencia desencadene en ellos un amor operativo. Comunidades que generen vida nueva en su entorno, que hagan verdad la igualdad que Jesús practicó. Comunidades como las que el Nazareno soñó y procuró formar. Un saludo de hermana. Lidia, la fundadora de la comunidad de Filipo. Nunca ha habido unanimidad en torno al aborto en el cristianismo. El tema ha sido objeto de un amplio e intenso debate a lo largo de su historia bimilenaria, que se ha caracterizado por una pluralidad de planteamientos, actitudes y prácticas conforme a las concepciones antropológicas de cada época y de las escuelas de pensamiento.
Ha habido tendencias tanto contrarias como favorables al mismo, sin que se identificaran las primeras como propias del cristianismo y las segundas como anticristianas. Unas y otras coexistían y podían defenderse sin exclusiones. Durante varios siglos, la teoría predominante en la Iglesia, bajo la influencia griega, fue la de la hominización tardía o la animación del feto, seguida por los más prestigiosos teólogos medievales e incluso modernos. Según esta teoría, el feto era informado por el alma a los tres meses del embarazo. Hasta entonces no había propiamente vida humana, sino solo vegetativa primero y animal después. Por eso, el aborto de un feto durante las doce primeras semanas no sería homicidio, infanticidio o asesinato, al no estar “animado” Algunas teorías, siguiendo cálculos machistas distinguían entre la animación del feto masculino y el femenino, adelantando la primera a los cuarenta días y la segunda a los noventa. El teólogo alemán Karl Rahner (1904-1984) afirmaba que ningún teólogo podía probar que la interrupción del embarazo es, en cada caso, un asesinato. Me parece una opinión más sensata y razonable que la defendida por el magisterio eclesiástico actual que califica el aborto de asesinato en todos los casos, sin tener en cuenta las circunstancias del mismo y los plazos en que se realiza. Hoy sigue existiendo un amplio pluralismo en torno al aborto entre los cristianos y cristianas, como existe en la sociedad. Pero hay una diferencia en relación con el pasado: la jerarquía eclesiástica ha impuesto el pensamiento único dentro de la Iglesia católica y no solo no respeta a quienes disienten de ella en esta materia, sino que los acusa de enemigos de la vida, e incluso de asesinos. Los obispos se consideran defensores de la vida y crean o apoyan organizaciones “pro-vida” para defender el feto. No voy a condenarlos por sus ideas, como hacen ellos con quienes tienen planteamientos diferentes a los suyos. Pero sí quiero decir algo que debería llevarlos a enrojecer o, al menos, a reconocer su incoherencia. Ponen todo el celo del mundo en defender la vida de los no-nacidos, la vida del feto, desde el momento de la concepción, hasta minusvalorar la vida de la madre. Por lo mismo predican la fe en la vida en el más allá después de la muerte. Pero no veo tanto celo, por no decir ninguno, en defender la vida de los nacidos, sobre todo de quienes la ven amenazada a diario: mujeres maltratadas, violadas, asesinadas, millones de seres humanos que viven con menos de un dólar diario y cuyo destino es una muerte prematura, niños y las niñas que mueren de hambre, gente que fallece en las pateras, etc. Defienden la vida antes del nacimiento y después de la muerte, pero no defienden la vida de los empobrecidos ni denuncian la muerte de los pobres y las causas que las provocan. Actuando así, ¿no están dando la razón a Marx que calificaba a la religión como “opio del pueblo”? He visto a los obispos españoles participar en manifestaciones y pronunciarse en sus pastorales y sermones contra el aborto, el divorcio y el matrimonio homosexual, a favor de la enseñanza de la religión en la escuela y contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía. No he visto, empero, a obispos participando en las manifestaciones contra la violencia de género, como hacen muchos ciudadanos y ciudadanas cada vez que se produce un feminicidio. Organizan concentraciones en defensa de la familia cristiana –patriarcal-, pero se olvidan de que en más de un millón y medio de familias españolas todos los miembros en edad de trabajar están en paro. La condena del aborto por los obispos cuenta ahora con el respaldo del Gobierno del Partido Popular que, bajo la dirección política de Ruiz Gallardón, está llevando a cabo los más graves atentados contra la dignidad de las mujeres, cuales son interferirse en su conciencia, imponerles su voluntad y negarles el derecho a decidir, inherente a toda persona. Además se muestra inmisericorde ante el sufrimiento humano hasta impedir la interrupción del embarazo en los casos de malformación del feto. Y todo esto por ley. ¡Mayor inhumanidad, imposible!”. Si el ministro quiere ser fiel a la moral católica, debería ser consecuente y prohibir el aborto por ley en todos los supuestos. Pero es muy propio de Gallardón poner una vela a Dios y otra al diablo. Aunque en este caso no se sabe quién es Dios y quién el diablo. Quizá el carácter manipulador del ministro de Justicia haya invertido los papeles. Lo cual no demuestra astucia, sino cinismo en grado sumo. Todos sabemos que para crecer hay que producir y para producir hay que consumir. Pero mientras el consumo es un motor de la economía, su forma exacerbada, llamada "consumismo", es un verdadero flagelo. En realidad, cuando se llega a vivir para consumir en vez de consumir para vivir, el consumo se convierte en un cáncer sumamente maligno que lleva a la sociedad a autodestruirse.
Al consumir como bestias insaciables, engordamos a los que nos están devorando. Éstos son los bancos, las multinacionales, los paraísos fiscales (y sus 30 trillones de dólares que escapan al impuesto) y aquellos 'lobbies' que, en todos los países del mundo, se ingieren en la economía (y por ende la política) de manera que los accionistas de las grandes empresas salen siempre ganando. Es así como nosotros mismos somos los que engordamos a los gordos que constituyen el 1% de la fauna humana, y enflaquecemos a los flacos que son el resto de la humanidad. Mientras más compramos, más damos de comer a esas máquinas que producen una enorme cantidad de cosas inútiles e incluso nocivas que ya no caben sobre el planeta y que cada vez más nos atascan en las deudas. Para salir del pozo tenemos que matarnos... Y, mientras desarrollamos, entre mil neurosis, enfermedades más raras unas que otras, cada día el medio ambiente, que es la rama sobre la que estamos asentados, sigue haciéndose serruchar siempre un poco más. Para mejor entender esa mecánica de la que somos indiscutiblemente una pieza clave, les contaré otra pequeña historia de pájaros que un amigo sacó de Internet para mí. Es atribuida a Luther Burbank, un famoso botanista norteamericano (1849-1926). Había una vez una alondra a la que le gustaba mucho volar, pero odiaba escarbar el suelo para sacar las lombrices que necesitaba para su alimento. Un día, dio con un hombrecillo que gritaba: "¡Vendo lombrices! ¡Dos lombrices por una pluma!" Sin pensar más, la alondra arrancó una pluma de sus alas y la cambió por dos lombrices. Se comió los bichos con mucha satisfacción y se felicitó por el negocio. Al día siguiente buscó de nuevo al hombrecillo y le entregó otra pluma a cambio de dos lombrices. Esto se repitió día tras día durante varias semanas. Al final la alondra comprobó que no le quedaban plumas para volar. Al cambiar sus alas por un puñado de lombrices se había condenado a arrastrarse por el suelo sin poder levantar vuelo. Había cambiado su libertad y su alma de alondra por un plato de lentejas... Los individuos y las naciones que consumen como locos, sobrecargando por demás sus tarjetas de crédito, van inexorablemente por el camino de aquella infeliz alondra... Es bueno recordar que el Evangelio de Jesús abre camino hacia la vida en sobreabundancia, pero dicho camino no es siempre una autopista. Sin lugar a duda Jesús, que es sabio y nos ama, quiere preservarnos como de la peste del consumismo y de su infeccioso retoño: el "síndrome de la alondra desplumada". Por tres veces, Marcos pone en boca de Jesús el anuncio de su muerte-resurrección. Y por tres veces queda patente el contraste radical entre el camino tomado por Jesús y el que quieren tomar los discípulos.
Jesús habla de "entrega"; los discípulos de "ser el más importante". No es extraño que, a lo largo de su escrito, Marcos se refiera a estos como "ciegos" y "sordos", porque no ven ni entienden. La clave radica en las palabras del maestro de Nazaret, que aparecerán en el capítulo siguiente: "Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos" (Marcos 10,42-45). Parece claro que actitudes tan diametralmente divergentes solo se explican desde la diferente percepción que uno y otros tienen de su propia identidad. Los discípulos representan la postura del "yo" (o ego). Al identificarse con el yo, como si constituyera su identidad, no pueden hacer otra cosa que vivir para él: para alimentarlo, sostenerlo y auparlo por encima de cualquier otra cosa. La identificación con el yo no puede conducir sino a una vida egocentrada, en la que todo gira en torno a los intereses del propio yo. Desde esos intereses es desde donde se mira y se juzga todo; desde ellos también, se actúa y se organiza la propia existencia. Ahora bien, dado que el yo es inconsistente y vacío –es solo una "ficción óptica de la conciencia", como dijera Einstein-, la persona que se identifica con él se ve embarcada en un camino interminable de voracidad, insaciabilidad e insatisfacción. Y ello por la dinámica propia de esa falsa identificación con esa cosa llamada "yo", que nunca tiene bastante, por la sencilla razón de que es un vacío sin fondo. La consecuencia no puede ser otra que la frustración y el sufrimiento inútil, dando lugar a lo que algún psicólogo ha llamado la "noria hedonista": porque la búsqueda del placer a toda costa no hace sino incrementar el sufrimiento. La causa, sin embargo, es la inconsciencia o ignorancia de quienes somos. El desconocimiento de nuestra verdadera identidad hace que nos tomemos por lo que no somos, y vivamos equivocadamente, generando sufrimiento. Se trata de la ignorancia básica, que nos hace tomar como "real" lo que solo es un "sueño", y nos lleva a creer que es una "ilusión" lo auténticamente Real. Cada vez con mayor precisión, los neurocientíficos empiezan a explicarnos el origen neurobiológico de aquella identificación: las intenciones físicas y mentales de evitar el dolor y acercarse a lo placentero toman la forma de secuencias de acción hacia estados mentales que van generando de modo implícito la experiencia de "agencia", es decir, de un "yo" que es el autor de sus acciones y, asociada a ella, la experiencia de ser una entidad física y mental separada y diferente del entorno. Es lo que afirma el reconocido neurólogo norteamericano, de origen portugués, Antonio Damasio, cuando escribe que, como resultado del proceso evolutivo, el ser humano llega a generar automáticamente el sentido de que es el propietario de la "película del cerebro". Como consecuencia del propio funcionamiento cerebral, terminamos confundiéndonos con lo que la mente nos dice que somos. Lo que ocurre, sin embargo, es que –como ha titulado uno de sus libros el doctor Francisco Rubia- "el cerebro nos engaña". La mente no puede saber quiénes somos, por la sencilla razón de que ella es únicamente una parte, un "objeto" dentro de lo que somos. Si nos ceñimos a ella, lo que sucede es que nuestra capacidad de ver se ve constreñida a sus estrechos límites. Para "ver" (despertar), es necesario justamente acallar la mente. Deja caer todo lo que son objetos mentales y emocionales –pensamientos, sentimientos, emociones, reacciones, afectos...-, y pregúntate qué queda. Mientras puedas nombrarlo, sigue siendo un objeto más. Aquello que permanece siempre, que puede ser vivido, pero no nombrado ni pensado, Eso es tu verdadera identidad: la pura Consciencia de ser, que se expresa como "Yo Soy". Así es como se percibe Jesús, un hombre desidentificado de su ego, que se reconoce como Consciencia transpersonal, una identidad atemporal e ilimitada, que le lleva a decir, por ejemplo: "Antes de que Abraham naciese, Yo Soy" (Juan 8,58). Desde esa percepción, cae cualquier idea o creencia de ser un "yo separado". La egocentración se transforma en sentimiento y experiencia de Unidad. Del "yo apropiador" se pasa a reconocerse como "cauce" o "canal" a través del cual fluye lo que somos en profundidad... Se abre camino la Sabiduría y la Compasión. Si lo característico del yo es la apropiación –"ser el más importante"-, lo distintivo de Yo Soy es el servicio. Y así podemos entender adecuadamente por qué Jesús presenta a Dios como "Gracia". En la "parábola en acción" que constituye el relato del lavatorio de los pies (Juan 13,1-15), Jesús se sitúa como "esclavo", al servicio de todos. Y, en ese mismo gesto, muestra a Dios como Servicio y Cuidado. Tal imagen rompe los esquemas que las personas religiosas han podido hacerse sobre Dios, en el sentido de que, según Jesús, Dios no crea para que le sirvamos, sino para servirnos. Dios, según Jesús, es Servidor. Podemos comprender que él mismo se identifique de ese modo. A partir de ahí, la discusión sobre "el más importante" aparece fuera de lugar. Para quien ha visto, como Jesús, el "primero" es "el último y el servidor de todos". Y eso es lo que quiere expresar la imagen del niño, puesto "en medio", en el centro. En la Palestina del siglo I, el niño simbolizaba a quien no contaba en absoluto –menos aún si era niña-, al último de todos. Pues bien, en la inversión radical que se produce en cuanto reconocemos el engaño de identificarnos con el yo, los primeros son los últimos... Y esos últimos son figura de Jesús... y de "quien me ha enviado". Otra vez hemos saltado la transfiguración y la curación de un muchacho que los discípulos no pudieron curar. Pasa al segundo anuncio de la Pasión. Tiene su lógica, porque el tema es idéntico y nos puede llevara a una mejor comprensión de la enseñanza del domingo pasado. Jesús atraviesa Galilea camino de Jerusalén, donde le espera la Cruz. El evangelio nos dice expresamente que quería pasar desapercibido, porque ahora está dedicado a la instrucción de sus discípulos. Esa nueva enseñanza tiene como centro la cruz.
EXPLICACIÓN Este segundo anuncio de la pasión es prácticamente repetición del primero. No deja lugar a dudas sobre lo que Jesús quiere transmitir. Los discípulos siguen sin comprender, a pesar de que ya el domingo pasado nos decía que se lo explicaba "con toda claridad". Si les daba miedo preguntar es porque algo intuían que no les gustaba. Esa indicación nos muestra que más que no comprender, es que no querían entender, porque la muerte ignominiosa de Jesús significaba el fin de sus pretensiones mesiánicas. Hasta que no llegue la experiencia pascual, seguirán sin entender una palabra del mensaje. ¿De qué discutíais por el camino? Jesús quiere que saquen a la luz sus íntimos sentimientos, pero guardan silencio porque saben que no están de acuerdo con lo que Jesús viene enseñándoles. Entre ellos siguen en la dinámica de la búsqueda del dominio y del poder. Tenemos que recordar que en aquella cultura el rango de las personas se tomaba muy a pecho, y era la clave de todas las relaciones sociales. Llama a los discípulos Si están juntos en casa, ¿por qué tiene que llamarles? (el verbo griego "phoneo", indica una llamada con voz más fuerte de lo normal). Clara indicación de que se trata de una llamada teológica al seguimiento, no de una llamada para que se reúnan en torno a él, que se había sentado. Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos". Es exactamente el mismo mensaje del domingo pasado. Y lo encontraremos una vez más en el episodio de la madre de los Zebedeos, pidiendo a Jesús los primeros puestos para sus hijos. No nos pide Jesús que no pretendamos ser más, al contrario, nos anima a ser el primero, pero por un camino muy distinto al que nosotros nos apuntamos. Debemos aspirar a ser todos, no sólo "primeros", sino "únicos". En esa posibilidad, radica la grandeza de todo ser humano. Pero esa grandeza está en nuestro verdadero ser. Dios no quiere que renunciemos a nada. A veces hemos dado a los de fuera la impresión de que para ser él grande, Dios nos quería empequeñecidos. Jesús dice: ¿Quieres ser el primero? Muy bien. ¡Ojalá todos estuvieran en esa dinámica! Pero no lo conseguirás machacando a los demás, sino poniéndote a su servicio. Cuanto más sirvas, más señor serás. Cuanto menos domines, mayor humanidad. La sabiduría me hará ver que el bien espiritual (el mío y el del otro) está por encima del biológico. Desde esta perspectiva nunca haré daño al otro buscando un interés personal egoísta a costa de los demás. Acercando a un niño lo puso en medio... La estampa del chiquillo abrazado por Jesús, está muy lejos de ser una estampa bucólica. No es fácil descubrir su sentido y la conexión con lo que antecede. Para ello es preciso aclarar algunas cosas. En tiempos de Jesús, los niños no gozaban de ninguna consideración; eran simples instrumentos de los mayores que los utilizaban como pequeños esclavos. Por otra parte, la palabra griega "paidion" que emplea el texto es un diminutivo de "país", que ya significa niño y también criado y esclavo. En algún códice lo pone con artículo determinado, que indicaría el niño, no uno cualquiera. Sería, el pequeño esclavo, el botones o chico de la tienda. El último en la escala de mandados. Tampoco se trata de un niño pequeño digno de lástima sino de un muchacho que ya puede desenvolverse en la vida. En el episodio de la hija de Jairo, Marcos llama, por cuatro veces, paidión a la niña de doce años. En el contexto de la narración, sería el chico de los recados de la casa donde estaban o que el grupo tenía a su disposición. Aquí descubrimos la relación con el texto anterior. El niño sería el último de los que se dedican a servir. El que acoge a un niño como éste, me acoge a mí. No se trata de manifestar cariño o protección al débil sino de identificarse con él. Al abrazarle, Jesús está manifestando que él y el muchacho forman una unidad, y que si quieren estar cerca de él, tienen que identificarse con el insignificante muchacho de los recados, es decir hacerse servidor de todos. Uno de los significados del verbo griego es preferir. Sería: el que prefiere ser como este niño me prefiere a mí. El que no cuenta, el utilizado por todos, pero sirve a los demás, ese es el que ha entendido el mensaje de Jesús y le sigue de verdad. Y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado. Este paso es muy importante: acoger a Jesús es acoger al Padre. Identificarse con Jesús es identificarse con Dios. La esencia del mensaje de Jesús consiste en esta identificación. Repito, el mensaje no consiste en que debemos acoger y proteger a los débiles. Se trata de identificarnos con el más pequeño de los esclavos que sirven sin que se lo reconozcan ni le paguen por ello. Esa actitud es la que mantiene Jesús, reflejando la actitud de Dios para con todos. APLICACIÓN Después de dos mil años seguimos sin enterarnos. Y además, como los discípulos, preferimos que no nos aclaren las cosas; porque intuimos que no iban a responder a nuestras expectativas. Ni como individuos ni como grupo (comunidad o Iglesia) hemos aceptado el mensaje del evangelio. La mayoría de nosotros seguimos luchando por el poder que nos permita utilizar a los demás en beneficio propio. Hasta el recién nacido o el abuelo intentan que los demás estén a su servicio. Siguen siendo inmensa minoría los que ponen su vida al servicio de los demás y les ayudan a vivir sin esperar nada a cambio. No debemos entender mal el mensaje. Hay dos maneras de servir: una es la del que voluntariamente se somete al poderoso para conseguir su favor y aprovechar de alguna manera su poderío. Esto no es servicio sino servidumbre, y lejos de hacer más humana a una persona la aniquila y envilece. Esta actitud, que se ha vendido como cristiana, es muy criticada por Jesús. En torno a todo poder despótico pulula siempre una banda de aduladores que hacen posible el despotismo. El evangelio no habla de esto. La diaconía que se desarrolló en la primitiva Iglesia, significaba, en su acepción civil, "servir a la mesa". En acepción cristiana indicaba el servicio a los más necesitados, hecho por los que no tenían ninguna obligación de hacerlo. Este servicio libera y humaniza al que lo presta y al que lo recibe. Ahora bien, si te haces esclavo y siervo por amor, no puedes quejarte de que te traten como tal. Solemos sentirnos a gusto con la entrega, mientras no se salga de la programación y no pierda el control. En cuanto el otro me empieza a exigir, salto como una hiena y le recuerdo que no tiene ningún derecho, que lo que hago con él es "caridad". Con frecuencia hemos seguido la estrategia de hacernos esclavos para sentirnos por encima de los demás. También hemos predicado que la Cruz fue una estrategia de Jesús para entrar en la gloria. No queremos comprender que el servicio es la meta y la plenitud. Otra advertencia importante. No se trata de renunciar a nada o de sacrificarme por los demás. Desde esa perspectiva el mensaje de Jesús se aceptará como una programación, no como consecuencia de una "sabiduría" que me capacita para descubrir lo que es mejor para mí. El seguimiento de Jesús tiene que ser consecuencia de una elección personal. La aceptación de normas o preceptos solo porque vienen de Dios, no me lleva a la verdadera religiosidad sino a la búsqueda de seguridades que contrarresten mis miedos. Meditación-contemplación Jesús se identifica con el servidor más insignificante. Debemos estar muy atentos a esta lección. En la medida que sirva a los demás sin esperar nada a cambio, en esa medida me estaré acercando al ideal cristiano. ................ Aunque sea muy frecuente entre nosotros, el confiar en las obras para esperar una gloria mayor no deja de ser una visión raquítica de Dios y una visión raquítica del ser humano. ............ Si me doy a los demás hasta consumirme, ¿dónde colocaré los adornos (la gloria) que pretendo alcanzar? Si estoy pensando en mí mismo, cuando me doy al otro, ¿qué clase de entrega estoy llevando a cabo? El Tribunal de los derechos humanos del Québec, Canadá, ha ordenado retirar el crucifijo de la Sala del Consejo de la ciudad de Saguenay. Esta resolución encuentra bastante consenso en la sociedad, pero es fuertemente combatida por unas minorías. Sigue el crucifijo, pero no es imposible que sus días estén contados.
Los clavos de los que penden todos los crucifijos colgados en los lugares públicos del Québec comienzan a debilitarse. Solo hace falta la queja de un ciudadano o de un lobby para que vayan cayendo uno tras otro. Correcto. Vivimos en un estado laico en el que los símbolos religiosos ya no tienen lugar. Nada de cruces, de budas, de hanukkah. Lindas paredes limpias. Lindas paredes vacías. A imagen de nuestra sociedad que ya no cree en nada, nuestras paredes quedan cubiertas de nada. Dentro de algunos años, para ver un crucifijo, habrá que ir a un espectáculo de Madonna. Está bien, pero es una pena. Porque un crucifijo es algo lindo. No me refiero al valor artístico o cultural de la cosa. Un crucifijo es una cosa linda porque va tan claramente a contracorriente. Sobran en el mundo los símbolos de poder: el águila, el oso, el león, la estrella… Llega un hombre casi desnudo que se está muriendo en una cruz. Tan perdedor y, sin embargo, tan poderoso. Y esto es poderoso porque no hay nada más conmovedor. ¿Qué es un crucifijo sino la representación de un hombre que entrega su vida? Cuando miro un crucifijo, no pienso ni en la inquisición, ni en las cruzadas, ni en el terror. No pienso en todos los horribles crímenes que cometían los religiosos mientras blandían este objeto. Pienso en el dolor de tantos inocentes que han sido víctimas de esos horrores. El problema no es ese muchacho clavado en una cruz. El problema son los mercaderes del templo que se han apropiado de ese símbolo. Que le han cambiado el sentido. Un crucifijo, para mí, no son los cristianos, los católicos, ni el Papa, ni siquiera Dios. Es solo un muchacho. Un muchacho que llega solo al final de su camino. Un muchacho que hizo todo lo que pudo. Y que terminó allí, solo. Como terminaremos todos. Los muchachos y las muchachas unidas en nuestra soledad. He visto a mi padre entregar su alma en un lecho de Hospital y parecía igual al muchacho en la cruz. Todos nos parecemos al muchacho de la cruz en nuestros últimos momentos. El crucifijo representa para mí la condición humana. Es por eso que no me molesta. Por el contrario. Me hace bien que, cada tanto, me la ponga en cara. Restablece los valores. Es como aquel hombre a quién su médico le dice que le queda poco tiempo: sus prioridades cambian. El crucifijo me produce ese efecto, me vuelve a lo esencial. Pero comprendo los argumentos de quienes quieren retirar los objetos religiosos de los lugares públicos. Sé que en una sociedad justa, no se puede imponer un símbolo más que otro. El individuo puede creer en lo que quiera. La sociedad debe mantenerse neutral. Es de una lógica implacable. Y al mismo tiempo resulta un poco desesperante. El mundo podría ser mejor si pudiéramos también creer colectivamente en algo. Una sociedad que no cree en nada, es una sociedad que no va a ninguna parte. Saquen los crucifijos si quieren, pero solo quedará en las paredes el agujero del clavo retirado. El Estado no puede ser solo una bandera. Hace falta algo más grande, abierto a todos y a todas. ¿Podríamos ponernos de acuerdo sobre el amor? Sin ofender a nadie ¿puede la sociedad nuestra proclamar que cree en el amor? No solo en el amor de día de San Valentín, sino en el de todos los días y de todos los humanos. A todos nos haría mucho bien saber que no creemos solo en los presupuestos, en las tasas y en los impuestos. Saber que creemos en algo más importante. Y sobre todo que tratamos de tender hacia eso. De practicarlo. Es preciso, entonces, encontrar un símbolo que represente el amor que nos tenemos mutuamente, y sobre todo el amor que deberíamos tenernos unos a otros ¿Se les ocurre alguna idea? Un símbolo cuya representación nos oriente hacia nosotros mismos, y hacia los demás. Porque con tanto desnudar nuestras paredes, me temo que algún día también queden vacíos nuestros mismos corazones. El prefecto de Doctrina de la Fe y sus experiencias con la Teología de la Liberación
La teología de la liberación está para mí unida al rostro de Gustavo Gutiérrez. En el año 1988 participé junto con otros teólogos de Alemania y Austria y por invitación del actual director de MISEREOR, José Sayer, en un curso con esta temática, que tuvo lugar en el ya entonces famoso Instituto Bartolomé de las Casas. En aquel momento yo llevaba ya dos años enseñando Dogmática en la universidad Ludwig-Maximilian de Munich. Como profesor de Teología me eran naturalmente familiares los textos y los representantes conocidos de este movimiento teológico, surgido en Latinoamérica, pero sobre el que se discutía en todo el mundo, sobre todo a raíz de las observaciones en parte críticas de la Comisión Internacional de Teólogos de la Congregación para la Doctrina de la Fe y de las declaraciones en 1984 y 1986 de la Congregación misma, presidida por el cardenal Joseph Ratzinger, nuestro actual Papa Benedicto. Con el seminario dirigido por Gustavo Gutiérrez se produjo en mí un giro de la reflexión académica sobre una nueva concepción teológica hacia la experiencia con los hombres para los que había sido desarrollada esa teología. Para mi propio desarrollo teológico ha sido decisiva esta inversión en el enfoque de prioridad de la teoría a la práctica hacia un proceder en tres pasos “ver, juzgar, actuar”. Los participantes en ese seminario llegábamos abarrotados de innumerables conocimientos sobre el origen y el desarrollo de la teología de la liberación y por eso discutimos ante todo sobre el análisis de la situación a la que se le reprochaba una ingenua cercanía con el marxismo. Nos eran familiares (1) las declaraciones de la Conferencia del episcopado latinoamericano de Medellín y Puebla. De ahí el debate de si en esas declaraciones se pretendía hacer del cristianismo una especie de programa político de liberación, en el que, en determinadas circunstancias, se tolerara incluso la violencia revolucionaria contra personas y cosas. Algunos sospechaban que la teología de la liberación servía para legitimar la violencia terrorista al servicio de la legítima revolución, mientras que otros la usaron como argumento para ese fin. Lo primero que nos enseñó Gustavo fue a comprender que aquí se trata de teología y no de política. En línea con las grandes encíclicas sociales de los papas también marcó de forma clara la diferencia entre teología de la liberación y ética social católica. Mientras que la ética social se fundamenta en el derecho natural y pretende asegurar las bases de un estado social y justo apoyándose en los principios de personalidad, subsidiaridad y solidaridad, en el caso de la teología de la liberación se trata de un programa práctico y teórico que pretende comprender el mundo, la historia y la sociedad y transformarlos a la luz de la propia revelación sobrenatural de Dios como salvador y liberador del hombre. Cómo se puede hablar de Dios ante el sufrimiento humano, de los pobres que no tienen sustento para sus hijos, ni derecho a asistencia médica, ni acceso a la educación, excluidos de la vida social y cultural, marginados y considerados una carga y una amenaza para el estilo de vida de unos pocos ricos. Esos pobres no son una masa anónima. Cada uno de ellos tiene un rostro. Cómo puedo yo como cristiano, sacerdote o laico, bien sea en la evangelización o en el trabajo científico- teológico, hablar de Dios y de su Hijo que se hizo hombre y murió por nosotros en la cruz y dar testimonio de Él, si no quiero construir otro sistema teológico junto al ya existente, sino decirle al pobre concreto, cara a cara: Dios te ama y tu dignidad imperdible tiene su fundamento en Dios. Cómo se hace concreta la consideración bíblica en la vida individual y colectiva si los derechos humanos tienen su origen en la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios. Mi estancia en Perú en 1988 no sólo está ligada al seminario con Gustavo Gutiérrez, en el que vi claramente cuál es el punto de partida teológico de la teología de la liberación, sino también al encuentro vivo con los pobres de los que habíamos hablado. Durante algún tiempo vivimos con los moradores de las barriadas pobres de Lima y después también con los campesinos de la parroquia de Diego Irrarazaval en el lago Titicaca. Desde entonces he estado otras quince veces más en Perú y otros países de Latinoamérica, a veces meses enteros durante las vacaciones de semestre en Alemania. Mi participación en cursillos teológicos especialmente en los seminarios de Cuzco, Lima y Callao, entre otros, estuvo siempre acompañada de largas semanas de trabajo pastoral en las regiones andinas, especialmente en Lares en la archidiócesis de Cuzco. Allí los rostros adquirieron un nombre y se convirtieron en amigos personales, experiencia ésta de Comunión universal en el amor a Dios y al prójimo, lo que debe ser la esencia de la Iglesia católica. Finalmente supuso para mí una profunda alegría cuando en el año 2003, en Lares, en la archidiócesis de Cuzco, siendo ya obispo, pude administrar el sacramento de la Confirmación a jóvenes a cuyos padres conocía ya desde hace tiempo y a los que yo mismo había bautizado. De ahí que yo no hable de la teología de la liberación de forma abstracta y teórica ni menos ideológica para halagar al grupo eclesial progresista. De igual modo tampoco temo que ello pueda interpretarse como falta de ortodoxia. La teología de Gustavo Gutiérrez, independiente del ángulo desde el que se mire, es ortodoxa porque es ortopráctica y nos enseña el adecuado actuar cristiano porque procede de la verdadera fe. Una lectura breve del libro “Beber en su propio pozo” (2) pone de manifiesto que la teología de la liberación se fundamenta en una profunda espiritualidad. Su sustrato es el seguimiento de Cristo, el encuentro con Dios en la oración, la participación en la vida de los pobres y los oprimidos, la disposición a escuchar su grito por la libertad y el esplendor de los hijos de Dios; es participar en su lucha para poner fin a la explotación y opresión, en su ansia por el respeto de los derechos humanos y su exigencia de participación justa en la vida cultural y política en la democracia. Se trata de la experiencia de que no se es extraño en el propio país, sino que la Iglesia y el Estado quieren ser cobijo y garantes de la libertad espiritual y cívica. La meta es el inicio y el acompañamiento de un proceso dinámico que quiere liberar al hombre de su dependencia cultural y política. Del mismo modo que Gustavo con su persona, su testimonio espiritual, su compromiso con los pobres y su magníficas reflexiones ha dado en nuestra época un rostro a la teología de la liberación, así también nos ha mostrado de manera impresionante la persona de Bartolomé de las Casas que en el siglo XVI, al contrario que su coetáneo Colón, no descubrió un país y tomó posesión de él para la Corona española, sino que descubrió lo injusto de la opresión y la humillación de la población indígena y se propuso llevar a los hombres al reino de Dios, en el que ya no habrá señores ni esclavos sino sólo hermanos y hermanas con los mismos derechos. Las Casas llegó supuestamente a las Indias occidentales, el continente descubierto por Colón que hoy llamamos América, de aventurero y caballero de fortuna. Desde la perspectiva del descubridor de América se trataba de territorios que podían tomarse en posesión para la Corona de España y cuyas riquezas y habitantes estaban privados de todo derecho y por tanto expuestos a la agresión de la voluntad de desmesurado enriquecimiento. En un principio también Las Casas estuvo inmerso en ese sistema de privación de libertad y de explotación. Pero finalmente reconoció en el rostro de los maltratados el rostro de Jesucristo y así se convirtió en intercesor elocuente y defensor de los pueblos oprimidos en su patria, América. Con ello retornaba al sentido original de la misión cristiana: Jesús envió a sus discípulos a predicar a todos los hombres el Evangelio de la salvación y la liberación. En este sentido misión como encuentro de persona a persona en nombre de Jesús, es estrictamente lo contrario a una forma sólo aparentemente religiosa de colonialismo e imperialismo. No se pueden conquistar territorios para Cristo y subyugar a sus habitantes al dominio de un estado que se diga cristiano. La predicación de los enviados en nombre de Cristo supone más bien poder adoptar libremente la fe. De este modo se crea una red universal de discípulos de Cristo que según su voluntad constituyen una comunidad de hermanas y hermanos y por tanto la Iglesia visible de Dios en el mundo. A este proceso impulsado por el espíritu de Pentecostés los hombres aportan sus raíces y su identidad cultural y se dejan transformar por el espíritu de Dios hacia una identidad común más elevada. De este modo crece el conocimiento de que somos hijos de Dios, llamados a una vida ejemplar, destinados a la perfección en el futuro divino. Y así la Iglesia puede ser en Cristo sacramento de la salvación del mundo y señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano ( ver Lumen Gentium 1) Las Casas nombra en su brevísima relación de la destrucción de las Indias occidentales la verdadera causa de la tremenda injusticia que los conquistadores españoles cometieron con las personas que hallaron en su viaje de descubrimiento. Sobre ellos que eran cristianos de nombre, más no por su conducta, dice Las Casas: “La única y verdadera causa del asesinato y la destrucción de esa espantosa cantidad de personas inocentes a manos de cristianos era exclusivamente apoderarse de su oro” (3). Gustavo Gutiérrez ha formulado este camino liberador de las Casas con el siguiente juicio: “Dios o el oro”. (4) Éste es el camino hacia la liberación según nos enseña Jesús en el Evangelio: “No se puede servir a dos señores, a Dios y al dinero”, y en otro lugar especifica: “El origen de todo mal es la codicia” (ver 1 Timoteo 6,10). Aquél en el que ponemos nuestra confianza, ése es realmente nuestro Dios. Los cristianos del siglo XXI pero también los humanistas de toda orientación nos enorgullecemos de haber dejado atrás el colonialismo e imperialismo eurocentristas. Sin embargo en la justa indignación ante las atrocidades perpetradas en la conquista de América, África y la India y la humillación de la China, corremos a menudo el peligro de creer, sintiéndonos moralmente seguros, que en el siglo XVI nosotros habríamos estado del lado de Las Casas y contra los explotadores. Por supuesto, las circunstancias históricas de entonces no son sin más comparables con las del mundo globalizado actual. No obstante la alternativa fundamental entre la opción por el dinero y el poder de un lado y Dios y el amor por el otro, se presenta hoy también a cada persona en particular y tanto a todas las comunidades y sociedades como a Estados y Alianzas. También en la actualidad se marginan continentes enteros, como África y Sudamérica. Una mínima parte de la población mundial se reparte los recursos entre sí contribuyendo de este modo a la muerte prematura de millones de niños y a que la mayor parte de la población del mundo viva en circunstancias desastrosas. Después de la caída del imperio soviético muchos esperaban también el fin de la teología de la liberación, a la que situaban cerca de los movimientos de liberación marxistas. Pero en verdad la teología de la liberación bien entendida desde su concepción original, es la mejor respuesta a la crítica marxista de la religión, tanto en la teoría como en la práctica. Una amplia visión de Dios como creador, liberador y consumador del hombre nos permite percibir la trampa dualística a la que se pretendía hacer caer al cristianismo. No hay alternativa entre el bienestar en este mundo y la salvación en el otro, entre la gracia divina y la actuación humana, entre el compromiso eclesial y la crítica y configuración del mundo. La orientación hacia Dios y la configuración del mundo, el amor a Dios y el amor al prójimo son las dos caras de la misma moneda. Los cristianos no se dejan aventajar por nadie cuando se trata de los derechos y de la dignidad humanos, o de criticar tanto el pecado estructural de un sistema político injusto como la falta de responsabilidad del individuo concreto. Durante la presentación del primer tomo de las obras completas del Papa sobre el tema “Teología de la liturgia” publicadas por mí en la editorial Herder, citó uno de los conferenciantes la siguiente y hermosa sentencia: “Cuando los monjes descuidaron sus alabanzas a Dios se aguó también la sopa de los pobres” Alabar a Dios incita a tomar responsabilidad por el mundo. Y el compromiso por la justicia social, la paz y la libertad, la protección de la naturaleza como base de la vida corporal y social se fundamenta en la actuación divina creadora y liberadora. Después de la caída del Comunismo establecido pensaron algunos que ahora podía conseguirse el paraíso en la tierra con un capitalismo desenfrenado. Las fuerzas autoreguladoras del mercado a escala mundial traerían por sí mismas el bienestar para todos o al menos para la mayoría. La realidad es muy diferente. No han sido las aparentemente todopoderosas fuerzas del mercado, sino la mera codicia de hombres concretos, las que han provocado la actual crisis financiera mundial, cuyas consecuencias tienen que pagar una vez más los pobres y los más pobres de los pobres, con su vida, su salud, con su muerte prematura y todas las perspectivas perdidas, previstas por Dios para ellos. Los representantes del liberalismo han defendido en el pasado su imagen del hombre argumentando que no se puede gobernar el mundo con las bienaventuranzas, sin considerar que Jesús no pretende gobernar el mundo sino que el hombre se gobierne a sí mismo, se libere de su codicia y pueda convertirse en ser humano para los demás. Argumentaban que la Iglesia no entendía nada de economía y capitalismo y que si necesariamente quería ser altruista lo hiciera ocupándose de las víctimas del capitalismo. La Iglesia relegada a los hospitales, a las residencias de moribundos pero no ética para la Wallstreet. Expresión de un capitalismo neoliberal sin escrúpulos son por ejemplo los “fondos buitre”(vulture funds). Especuladores sin escrúpulos se han especializado en negocios con las deudas de países enteros. Cuando un país incurre en dificultades de pago esos “buitres” compran las deudas con altas reducciones sobre la suma original y reclaman después con intereses e intereses acumulados una suma marcádamente superior. De forma bien sencilla se lleva a un país a la miseria definitiva. A finales de 1990 Perú fue víctima de una “estrategia de inversiones” que con una inversión de 11 millones de dólares consiguió un beneficio de 58 millones. Las consecuencias para las personas – los niños, los ancianos, los enfermos -, para toda la estructura social de un país se aceptan como consecuencias lógicas. El puro lucro es la única meta. Aquí se pone de manifiesto de manera espantosa la tragedia de un mundo, de un mercado económico sin normas morales vinculantes. La codicia por el oro y por el dinero sigue siendo hoy causa de la destrucción de valores morales, cuya fuerza para el bien del hombre emana de la única fuente que conduce al hombre a su ser humano y a convertirse en el prójimo de sus semejantes. Incompatibles con nuestra espiritualidad y nuestra fe cristiana son el racismo y el paternalismo, una sociedad que se disgrega en clases más altas y bajas, que funciona según el principio de la ley del más fuerte y con ello se desintegra. Después de tantos decenios de terrorismo y contraterrorismo a espaldas de muchos miles de inocentes, especialmente de la población indígena pobre, se ha creado5 la Comisión para la Verdad y la Reconciliación dirigida por el profesor Salomón Lerner. Todos ustedes conocen los resultados de las investigaciones. La dimensión de la barbarie puesta de manifiesto es estremecedora. Sólo será posible un nuevo comienzo radical, con un desarrollo que lleve a una sociedad más justa y la garantía de los derechos humanos por parte del Estado. Pero también es necesaria una espiritualidad de los derechos humanos. La mayor aspiración de cada persona, en lo más hondo de su conciencia, deberán ser el concienciarse de la responsabilidad del hombre ante Dios y el espíritu de fraternidad. Sólo así se podrá limitar la codicia por el dinero y el poder como fuente de todo mal. Y si la exculpación y la reconciliación no las concebimos como obra propia sino como don divino y orden de vida puede crecer en nuestros corazones esa gratitud que presenta la existencia como ser humano para otros como la medida suprema de lo humano, de las posibilidades de desarrollo de cada persona en el esplendor del amor de Dios. Deus caritas est, ésa es la meta y el instrumento de la liberación y la perfección del hombre hacia el Dios Trino. En Perú he hallado dos cristianos en los que se simboliza la añoranza del pueblo por la experiencia de la dignidad imperdible del hombre; santa Rosa de Lima y Martín Porres se han convertido en amigos queridos en los que brillan en su forma última los objetivos de la liberación y la redención. Permítanme concluir estas reflexiones con el ruego a santa Rosa y a san Martín de que protejan a la Iglesia y a los peruanos intercediendo ante el Padre celestial y Creador, para que Él nos revele a su Hijo como el mediador de la esperanza para la transformación del mundo hacia la meta que nos muestra el espíritu de Pentecostés: “El temor se apoderaba de todos, pues los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar” (Hechos 2,43-47) Notas: (1) Deutsche Bischofskonferenz (Hg.), Die Kirche Lateinamerikas. Dokumente der II. und III. Generalversammlung des Lateinamerikanischen Episkopats in Medellín und Puebla, Bonn 1979 (La Iglesia latinoamericana. Documentos de la II y III asamblea general del episcopado latinoamericano en Medellín y Puebla). (2) Gustavo Gutiérrez, Beber en su propio pozo. La espiritualidad de la liberación (Aus der eigenen Quelle trinken. Spiritualität der Befreiung, München 1986). (3) Las Casas, brevísima relación de la destrucción de las Indias occidentales (H. M. Enzensberger [ed.], Las Casas Bericht von der Verwüstung der Westindischen Länder, Frankfurt 1981, S. 13). (4) Gustavo Gutiérrez: Dios o el oro en las Indias, siglo XVI, Lima 1989 (Gott oder das Gold. Der befreiende Weg des Bartholomé de Las Casas, Freiburg 1990). (5) Ver Salomón Lerner Febres / Josef Sayer (ed.), Contra el olvido Yuyanapaq. Informe de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación Perú (Wider das Vergessen Yuyanapaq. Bericht der Wahrheits- und Versöhnungskommission Peru, Ostfildern 2008). |
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