Este fragmento del Evangelio de Marco es parte del mismo conjunto que leímos el domingo pasado, y recoge varias enseñanzas de Jesús, agrupadas en un solo discurso:
9:36 - denuncia contra el que echa demonios pero "no es de los nuestros" 9:39 - Jesús lo defiende Está a nuestro favor, aunque no sea "de los nuestros" Hasta dar un vaso de agua es trabajar por el reino. 9:42 - No deis escándalo a los pequeños Si algo es motivo de escándalo, renunciad a ello. Vemos que la última sección, (vs.42-45) está traída aquí un tanto artificialmente, sin duda de otro contexto, pero encaja suficientemente con el mensaje dirigido a los discípulos, en cuanto se refiere a su obligación, mayor que la de otros, de servir al reino sin excusas. El contexto global es sin duda la respuesta de Jesús a las vanas ambiciones de los discípulos: no solamente han discutido sobre quién es el más importante, sino que se sienten celosos de que otros, fuera del grupo, hagan el bien en nombre de Jesús. Jesús les muestra que todo lo positivo, incluso hecho desde fuera del grupo de discípulos, es trabajo por el reino, hasta el simple hecho de dar un vaso de agua, y que el grupo de los discípulos está más obligado que nadie a un seguimiento radical de Jesús. Hay que matizar algunas expresiones del texto, para entenderlas bien. En primer lugar, aparece aquí una característica muy propia de Marcos: "Jesús y sus discípulos". Marcos es el evangelista que más subraya esta fuerte unión. Jesús y sus discípulos son, como grupo, protagonistas del evangelio. El sentido de cuerpo, de grupo con Jesús, que los discípulos tienen, puede incluso hacerse excesivamente exclusivo. En segundo lugar, las expresiones de condena contra el escándalo están tomadas del A.T., especialmente de Isaías. Son las expresiones corrientes usadas en Israel para expresar la perdición. Deben usarse por tanto como símbolos plásticos del rechazo de Dios, no como descripciones del más allá. R E F L E X I Ó N El texto nos ofrece varios temas de reflexión, independientes entre sí, que pueden unirse (quizá un poco artificialmente) en uno solo. El primer tema es que Jesús admite como trabajo por el reino lo que realmente es así, aunque lo realice alguien que no pertenece expresamente al grupo de Jesús y los discípulos. Esta interpretación viene avalada por la presencia del texto de Números, que tiene la misma lectura. Hay en Números una frase muy característica, puesta en boca de Moisés: "¿Es que estás celoso por mí?. ¡Ojalá todo el pueblo fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!" No es por tanto propio de Jesús proclamarse como camino exclusivo. Es cierto que el Espíritu de Dios es el que trabaja en todo bien. Es cierto que Jesús encarna la plenitud de ese Espíritu. Pero esto no le lleva a Jesús a monopolizar la función. El "buen espíritu" se alegra de la presencia de la liberación en cualquier parte que la encuentre, incluso si se da fuera del círculo de los que siguen expresamente a Jesús. No es casual que la actividad del "intruso" sea expulsar demonios. En la Escritura y en los evangelios, la posesión por el espíritu inmundo es una expresión máxima de esclavitud, más ominosa aún que el pecado, puesto que con mayor claridad aún que en el pecado, no se comete sino que se padece. Liberar de eso es una acción de Dios, y Jesús lo hace repetidas veces mostrando que Él es la presencia de Dios liberador. El hecho de que otros, en nombre de Jesús pero fuera del grupo de sus discípulos, sea también presencia de Dios liberador, es sin duda una formulación teológica muy importante (y muy actual) El segundo tema viene representado por el verso: "El que os dé a beber un vaso de agua porque seguís al Mesías, os aseguro que no quedará sin recompensa." Tendemos fácilmente a identificar el mensaje en el contexto del "a mí me lo hicisteis" de la parábola del juicio final. Es correcto, pero en el contexto actual significa otra cosa: se trata de valorar positivamente todo lo que se hace por Jesús y por sus seguidores, aunque no sea la adhesión plena sino algo tan simple como dar un vaso de agua. Una vez más, la pertenencia al Reino no se hace con parámetros exclusivos sino inclusivos: no se rechaza por no estar del todo dentro, sino que se aprecia todo lo que signifique un acercamiento, por mínimo que parezca. Las consecuencias a sacar de esto serían semejantes a las el tema anterior. El tercer tema es el del escándalo. El tema es la gravedad de escandalizar a los pequeños, de cualquier clase de pequeñez (los niños son un ejemplo de "los más pequeños"). Se especifica el escándalo de "estos pequeños que creen (en Jesús)". Aparece pues la misma línea del espíritu de Jesús: no excluir, obligar, reprimir... sino fomentar, sembrar, alentar, especialmente respecto a los más pequeños, los de fe más débil, los que van creyendo en Jesús. Llama la atención la gravedad de las expresiones con que se especifica el precepto. Sabemos que estas expresiones paradójicas son muy del gusto de Jesús, que las usa para enfatizar la importancia del mensaje. Esto está presente en los matices sorprendentes de muchas parábolas y, quizá de manera suprema en el dicho del camello y el ojo de una aguja para significar el peligro de la riqueza. Pero, entendiendo que estas son exageraciones enfáticas, hay que mantener que Jesús las usa. El significado es sin duda la radicalidad con que Jesús entiende la urgencia de aceptar el reino, el riesgo de la persona humana prefiriendo otros criterios y valores que no llevan a salvar la vida. En el contexto de este capítulo 9 de Marcos, todo ello es una gran catequesis dirigida a los discípulos para invertir sus criterios de mesianismo mundano. Jesús les anuncia la pasión; ellos siguen hablando de quién es el más importante. Ellos quieren impedir el bien porque quien lo hace no pertenece a su grupo; Jesús les reprocha su actitud porque nace del mismo mal interior, es decir considerarse importantes como únicos depositarios de la acción de Dios. Y termina mostrando con dureza la urgencia de que los que siguen expresamente a Jesús tomen una opción radical, especialmente porque de su actuación, de la pureza de su intención y la radicalidad de su seguimiento, va a depender la conversión o el escándalo de los demás. PARA NUESTRA ORACIÓN Una vez más, nos sentimos espléndidamente retratados en los discípulos. Una vez más, Jesús detecta una de las tentaciones típicas de las personas religiosas, en cuanto individuos y en cuanto colectividad. Pero en esta ocasión con el agravante de la radicalidad con Jesús nos interpela. Es muy de considerar que Jesús se muestra siempre acogedor y paciente con todos, que esto se acentúa llamativamente con los más necesitados, por ejemplo los pecadores, y que sin embargo se muestra tajante, condenatorio y a veces violento con dos grupos de personas: los jefes o doctores de Israel y sus propios discípulos. Aunque con muy diversa gravedad y resultados muy diferentes, esos dos grupos de personas a las que Jesús se dirige participan de actitudes semejantes, de las que la más importante es: su dureza de corazón les impide la conversión, y esto es escándalo para la gente sencilla, que se aparta del Reino por su culpa. Esto hace que Jesús se encienda de indignación y profiera frases violentas. Las consecuencias son sin embargo opuestas: el grupo de discípulos caminará poco a poco hacia la conversión y servirán de testigos y mensajeros de Jesús, del reino; mientras que los fariseos y doctores se cerrarán a la palabra y apartarán de Jesús y del reino a los demás. Hemos visto ya en los domingos anteriores cómo las situaciones históricas referidas por Marcos se convierten en tipo, representan las situaciones y tentaciones de los creyentes. Esta que hoy contemplamos nos coloca frente a la radicalidad de nuestro seguimiento de Jesús desde la perspectiva del escándalo. Nuestro seguimiento de Jesús está llamado a ser testimonio: nuestra vida cristiana es "para que el mundo crea". Pero la otra cara de esta moneda es que el mundo dejará de creer en Jesús si nuestro testimonio no es válido. Y muchos "pequeños" del mundo dejarán de tener acceso a Jesús y al reino por el escándalo de nuestro escaso seguimiento. Esto confiere una dimensión dramática a nuestra pertenencia a la iglesia. Hemos adquirido el compromiso de ser sal, pero la sal puede perder su sabor y no valer más que para tirarla. Podríamos extendernos aquí en múltiples consideraciones sobre los escándalos actuales de la iglesia (de nosotros la iglesia) que impiden la fe de muchos. La alianza con el poder, la ostentación de riqueza, el doble servicio ( a Dios y al consumismo), nuestra consciencia de "pueblo privilegiado", nuestra descarada preferencia por lo dogmático sobre el servicio... Pero hemos tratado de estas cosas demasiadas veces. Será mejor dejar que cada uno reflexionemos sobre nuestra condición de llamados por Jesús, y la responsabilidad que contraemos ante el mundo. S A L M O 4 0 Oramos al Señor juntos, como iglesia; recitamos este salmo como sintiéndonos la voz de la iglesia que clama al Señor. En Dios pongo toda mi esperanza. El se inclina hacia mí y escucha mi oración. El salva mi vida de la oscuridad, afirma mis pies sobre roca y asegura mis pasos. Mi boca entona un cántico nuevo de alabanza al Señor. Dichoso el que pone en Dios su confianza. No quieres sacrificios ni oblaciones pero me has abierto los ojos, no exiges cultos ni holocaustos, y yo te digo : aquí me tienes, para hacer, Señor, tu voluntad. Tú, Señor, hazme sentir tu cariño, que tu amor y tu verdad me guarden siempre. Porque mis errores recaen sobre mí y no me dejan ver. ¡Socórreme, Señor, ven en mi ayuda! Que sientan tu alegría los que te buscan. Yo soy pobre, Señor, socórreme, Tú, mi Salvador, mi Dios, no tardes.
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