“Hoy 22 de diciembre empieza el solsticio de invierno en el hemisferio norte. Este día determina el inicio del invierno y es, además, el día más corto del año. La razón de ello es que el Sol alcanza su máxima declinación al sur y su altura máxima al mediodía es muy baja, es decir, parece no moverse mucho en relación con el horizonte. De hecho, de ahí proviene el nombre de solsticio que en latín (solstitium) significa sol quieto.
Muchas religiones consideraban al Sol como el símbolo de la deidad suprema. Cada día, éste descendía al inframundo para renacer victorioso y marcar el triunfo de la luz sobre las fuerzas de las tinieblas. Asimismo, se le veía como íntimamente unido a la vida del hombre y la naturaleza. Por eso, conforme el Sol enfrentaba vicisitudes a lo largo del año e iba perdiendo fuerza y luminosidad con el paso de los meses, la naturaleza iba a su vez perdiendo su capacidad de sobrevivir.” (www.harmonia.la) Hoy tenemos muchos motivos para ansiar esa luz, ese calor, esa victoria sobre tantas vicisitudes… parece que el invierno se ha instaurado en medio de nosotros para quedarse. El frío, la oscuridad, también son necesarios para el crecimiento de las plantas y hortalizas… los animales cambian su estilo de vida en el invierno y a los humanos se nos invita a entrar dentro de casa, calentarnos alrededor de la chimenea, encender velas y disfrutar del calor de las relaciones humanas, de las comidas juntos… del simple estar, sin movernos mucho como el sol. No hacia fuera (centrífugo); no, hacia dentro (centrípeto), conservar el calor dentro, que la energía no se pierda sino que nos transforme. Que este momento de crisis mundial cuando necesitamos cambiar a energías renovables empecemos por cambiar el uso de nuestra energía personal para enriquecernos y enriquecer a muchos. Nuestro nivel de conciencia hace posible en este momento crucial ofrecer miles de millones de iniciativas que pueden cambiar el curso de vida del planeta. No vendrán de arriba, nunca han venido… sino de individuos que concentren la energía de la mente, el corazón y las fuerzas para cambiar su entorno, empezando por sus personas. Sí, el sol está “bajo” en este momento, pero sólo en esta parte del mundo, en otros lugares están viviendo lo contrario a nosotros. El sol sigue teniendo la misma fuerza, la misma energía y está ahí para que la aprovechemos. La Navidad es para muchos melancolía de recuerdos del pasado, mundo de fantasía con el que soñamos pero imposible de realizar, gastos y más gastos… Nada más lejos del auténtico significado. Celebramos la luz en medio de la oscuridad, el calor en medio del frío. Es el tiempo de vivir en la intemperie, de soñar, de aunar esfuerzos y de creer en la utopía. Creer que este es nuestro momento y no hay otro: no podemos esperar si no queremos que sea demasiado tarde.
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Ya están montando las luces de navidad. Se descubren las cajas que contienen las figuras del belén. Se ponen las luces por las calles. Los escaparates y las luces colgadas nos deslumbran y no nos dejan ver las estrellas. Andamos por las nubes, por las alturas… Me gustaría que pusiésemos luciérnagas en el suelo. Pequeñas luces que nos hagan caminar descubriendo en la tierra nuestra riqueza, nuestro ser, el rostro de las personas. Pequeñas luces que nos ayuden a ver bien la vida.
No necesitamos fijarnos en los escaparates, ni en los productos. Necesitamos ver los rostros de las personas, los humillados en el suelo. Las luces colgadas nos impiden ver la realidad. Todo es de color aparente. Y Navidad, sobre todo, es Dios encarnado, hecho realidad tangible. No quiero dejar de ver la realidad, tal y como es. Voy a encontrar niños Jesús de todas las edades, en la sencillez de la vida. Miles de lucecitas colgadas- nos dicen que son led -más baratas- pero con energía como para iluminar y dar calor a muchos hogares que carecen de ella. Sin musgo, sin luces, sin adornos… porque Dios se ha hecho hombre. Y vamos a verlo al natural como le vieron los pastores. De ahí va a surgir la alegría profunda del villancico, que es como la voz de fondo de los ángeles humanos admirados y asombrados ante la gran Realidad. La fe y la alegría porque podemos encontrar a Dios en cada realidad . Mejor sin luces, o con luces por el suelo: pequeñas, luciérnagas, para ver mejor. Casi tenemos montado el belén en la realidad clara de cada persona. La fuerza de la energía la podemos destinar a los hogares sin luz y sin energía para el día a día. Solo falta que pongamos a Jesús en la cueva del amor, con María y José. Y eso lo hacemos nosotros con nuestro corazón y nuestra fe. Sin luces por el aire, en los árboles, en las farolas. Con luz en las personas y en el suelo. La realidad nos ilumina. El espacio del sueño era para ti, José, rico en mensajes que no te tomabas a la ligera. Soñabas, y al despertar, en ese misterioso espacio entre el sueño y el no-sueño, espabilabas interpretando el mensaje.
Podrías haber dejado de lado los sueños, que ya sabemos se evaporan si no llegan a ser entendidos como mensajes a discernir y valorar. Tú soñabas y, aun superándote la responsabilidad a la que te habías comprometido, te ponías en marcha. Pero no sólo tú soñabas, también “los magos, avisados en sueños” (Mt 2, 12) de las maniobras del poder manipulador, faltaron a la cita del embaucador, que al sentirse “burlado por los magos, se enfureció terriblemente y mandó matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, menores de dos años” (Mt 2, 16-18). Eligió la violencia, como suele pasar. ¿Sabes, José?... por aquí se sueña poco, y lo poco que se sueña suele hacerse despiertos; son sueños que tiene que ver con el dinero, el poder, la imagen. Se sueña con la inmediatez de ver realizado el sueño instantáneamente; se sueña pidiendo resultados rápidos que liberen de preocupaciones, de compromisos, de esfuerzo. Se sueña con cosas que puedan adquirirse, consumirse, atesorarse, con la ilusión de que traerán la suprema felicidad, pero que cuando se esfuman dejan un vacío incómodo que ha de ser llenado a toda prisa. ¿Llenado de qué?, de lo mismo. En el primer sueño “tomas al niño y a su madre” y os convertís en una familia de refugiados en país extranjero. ¿Sabes, José?... en el mundo en que vivo millones de familias están en movimiento huyendo de la violencia, del hambre, de la falta de oportunidades para llevar una vida digna. Caminan y topan con alambradas, muros de hormigón, desiertos imposibles y mares en la noche, y lo que es peor: rechazo, incomprensión, violencia, violación, degradación, abandono y torturas burocráticas que invisibilizan a las personas convirtiéndolas en datos estadísticos. Hace unos días se celebraba el Día del Migrante y según datos de Naciones Unidas “en 2019, el número de migrantes alcanzó la cifra de 272 millones, 51 millones más que en 2010”. Esto va mal y no parece que haya voluntad política internacional de querer arreglarlo. Pero sigamos con tus sueños... “el ángel del Señor se te apareció de nuevo en sueños” en Egipto y te dijo: “Levántate, coge al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño”. Puedo imaginar tu alegría en medio de la noche o a punto del amanecer, recogiendo lo poco que puede recoger una familia migrante para volver a su tierra, al lugar de donde salió a toda prisa y de noche. ¿Sabes, José?... Creo que te mueves bien entre el sueño y el no-sueño; sabes que suceden cosas, llegan mensajes en forma de intuición, despertando y sobresaltando… Tú sabías que esos susurros venían directos del corazón de un Dios-Padre que ama y protege pero que no limita la libertad humana: pudiste haber elegido quedarte en la tierra que te acogió, o sencillamente seguir durmiendo no sólo de noche como sucede tantas veces en la vida cuando nos dejamos llevar por la rutina sin plantearnos cambios. De vuelta a casa, pisando ya la tierra de Israel, supiste quien era el sucesor del que os hizo huir. El miedo te puso en guardia e hicisteis un alto en el camino. Otra vez se repite la historia: “Y avisado en sueños se retiró a Galilea y se estableció en una ciudad llamada Nazaret”. Dejaste el desvío hacia Judea y emprendiste camino hacia Galilea. ¿Sabes, José?... ¡Te admiro! Vives contando con la presencia de Dios, aun durmiendo, pero tomas decisiones, eres responsable y sabes parar cuando hay que parar. Para mí eso significa que colaboras en primera persona. Practicas una obediencia activa. Y recordemos que obedecer viene de escuchar. Reconozco en tu modo de actuar que esa obediencia es la de alguien que ha comprendido que su pequeño proyecto de vida está insertado en un Proyecto Mayor: el que Dios quiere para cada uno de nosotros que se cumple estando a la escucha y poniendo toda la carne en el asador, es decir, comprometiéndose en la misión encomendada confiando en Quien envía. La familia se instaló en Nazaret, lugar del que después supimos que se decía que “no podía haber nada bueno” (Jn 1, 46). El niño fue creciendo en estatura y sabiduría dentro de una familia sencilla rodeado de amor. Sin lugar a dudas podemos decir que de Nazaret salió Alguien muy bueno. El tipo de familia de Nazaret que se nos ha propuesto, es muy probable que no haya existido nunca. Los evangelios no nos dicen nada sobre el tema. Lo razonable es pensar que fue una familia normal. Mientras más nos alejemos de lo normal, se convertirá en más improbable. El modelo de familia del tiempo de Jesús era el patriarcal. La familia molecular (padres e hijos) era inviable, tanto social como económicamente. Cuando nos dice que José recibió a María en su casa. Quiere decir que María dejó de pertenecer a la familia de su padre y pasó a integrarse en la familia de José. El relato de la pérdida del Niño es impensable en una familia de tres.
El valor supremo de la familia era el honor. En la honorabilidad estaban basadas todas las relaciones sociales, desde las económicas hasta las religiosas. Si una persona no pertenecía a un clan respetado, no era nadie. En consecuencia, el primer deber de todo miembro de la familia era el mantener y aumentar su honorabilidad. Esto explica las escenas evangélicas donde se dice que su madre y sus hermanos vinieron a llevarse a Jesús, porque decían que estaba loco. Querían evitar a toda costa el peligro del deshonor de la familia. Lo que pasó confirmó sus temores. Las instituciones son entes de razón, son medios que el hombre utiliza para regular sus relaciones sociales. Son imprescindibles para su desarrollo como persona humana. Como todo instrumento, ni son buenas ni son malas en sí mismas. La bondad o malicia depende de su utilidad para conseguir el fin. Todas las instituciones pueden ser mal utilizadas, con lo cual, en vez de ayudar al ser humano a perfeccionarse, le impiden progresar en humanidad. La familia también puede ser utilizada para oprimir y someter. La familia debe estar al servicio de cada persona y no al revés. En los evangelios no encontramos ningún modelo especial de familia. Se dio siempre por bueno el ya existente. Más tarde se adoptó el modelo romano, que tenía muchas ventajas, pues desde el punto de vista legal, era muy avanzado. No sólo se adoptó sino que se vendió después como cristiano, sin hacer la más mínima crítica a los defectos que conllevaba. Voy a señalar sólo tres: No contaba para nada el amor. El contrato era firmado por la familia según sus conveniencias materiales o sociales. Una vez firmado por las partes, no había más remedio que cumplirlo, sin tener en cuenta para nada a los contrayentes. La mujer quedaba anulada como sujeto de derechos y deberes jurídicos. De un plumazo se reducían a la mitad los posibles conflictos legales. Esto ha tenido vigencia prácticamente hasta hoy. Hasta hace unos años, la mujer no podía abrir una cuenta corriente sin permiso del marido. El fin del matrimonio era tener hijos. Al imperio romano lo único que le importaba es que nacieran muchos hijos para nutrir las legiones romanas que eran diezmadas en las fronteras. Hoy se sigue defendiendo esta ideología en nombre del evangelio. El número de hijos no tiene por qué afectar a la calidad de una paternidad; siempre que la ausencia de hijos no sea fruto del egoísmo. Aunque esos fallos no están superados del todo, hoy son otros los problemas que plantea la familia. La Iglesia no debe esconder la cabeza debajo del ala e ignorarlos o seguir creyendo que se deben a la mala voluntad de las personas. No conseguiremos nada si nos limitamos a decir: el matrimonio indisoluble, indisoluble, aunque la estadística nos diga que el 50 % se separan. Dos razones de esta mayor exigencia son: a) La estructura nuclear de la familia. Antes, las relaciones familiares eran entre un número de personas mucho más amplio. Hoy, al estar constituidas por tres o cuatro miembros, la posibilidad de armonía es mucho menor, porque los egoísmos se diluyen menos. b) La mayor duración de esa relación. Hoy es normal que una pareja se pase sesenta u ochenta años juntos. En un tiempo tan prolongado, es más fácil que en algún momento surjan diferencias insuperables. Como cristianos, tenemos la obligación de hacer una seria autocrítica sobre el modelo de familia que proponemos. Jesús no sancionó ningún modelo, como no determinó ningún modelo de religión u organización política. Lo que Jesús predicó no hace referencia a las instituciones, sino a las actitudes que debían tener los seres humanos. Jesús enseñó que todo ser humano debía relacionarse con los demás como exige su verdadero ser, a esta exigencia le llamaba voluntad de Dios. Cualquier tipo de institución que favorezca esta actitud humana, es válido y cristiano. Es verdad que la familia está en crisis, pero las crisis no tienen por qué ser negativas. Todos los cambios profundos en la evolución de la humanidad vienen precedidos de una crisis. La familia no está en peligro, porque es algo completamente natural e instintivo. Como cristianos tenemos la obligación de colaborar con todos lo hombres en la búsqueda de soluciones que ayuden a todos a conseguir mayores cuotas de humanidad. Tenemos que demostrar con hechos, que el evangelio es el mejor instrumento para conseguir una humanidad más justa, más solidaria, más humana. Si tenemos en cuenta que todo progreso verdaderamente humano es consecuencia de las relaciones con los demás, descubriremos el verdadero valor de la familia. En efecto, la familia es el marco en que se pueden desarrollar las más profundas relaciones humanas. No hay ningún otro ámbito o institución que permita una mayor proximidad entre las personas. En ninguna otra institución podemos encontrar mayor estabilidad, que es una de las condiciones indispensables para que una relación se profundice. Podemos estar seguros que las primeras lecciones de humanidad las recibió Jesús en el entorno familiar. Este entorno no se redujo a José y a María; comprendía también a sus hermanos (si los tuvo) a sus primos, a sus tíos y abuelos (sobre todo paternos). En una familia auténticamente israelita, la base de todo conocimiento y de todo obrar era la Biblia. Sin este trasfondo sería impensable el despliegue de la figura del hombre Jesús. Jesús fue mucho más allá que el AT en el conocimiento de Dios y del hombre, pero allí encontró las orientaciones que le permitieron descubrir al verdadero Dios. Debemos olvidarnos de espectacularidades externas y descubrir su infancia como la cosa más normal del mundo. Fue una familia completamente normal. Nada de privilegios ni protecciones especiales, ni su familia ni sus vecinos pudieron enterarse de lo que ese niño iba a ser, porque también él fue completamente normal. Es en esa absoluta normalidad donde tenemos que ver lo extraordinario, su vida interior y su cercanía a Dios, que era lo que les mantenía unidos y entregados unos a otros, como soporte de la convivencia. Jesús fue un ser humano, aunque en esa humanidad se estaba manifestando la plenitud de la divinidad. Es Dios el que se hace hombre, no Jesús el que se hace Dios. Si a Jesús le hacemos Dios, nosotros quedamos al margen de ese acontecimiento. Si descubrimos que Dios se hace hombre, podré experimentar que se está haciendo en mí. Este es el verdadero mensaje del evangelio. Esta es la buena noticia que nos aportó Jesús. Meditación La familia es el marco más íntimo de relaciones humanas. Es, por tanto, el marco privilegiado de humanización. Ahí debe manifestarse y potenciarse nuestra plenitud humana. Dentro de mí, en lo hondo de mi ser, debo descubrir esa necesidad de amar. Los lazos familiares me ayudan a salir de mí e ir al otro. La familia es el mejor campo de entrenamiento para hacerme más humano. Suele decirse que la familia está en crisis. Los matrimonios por la Iglesia, y también los civiles, disminuyen de forma notable; los divorcios y las separaciones crecen. ¿Qué mensaje puede esperar el cristiano que acude a misa el día de la Sagrada Familia? Sea lo que sea, se puede llevar una gran sorpresa.
Hijos adultos y padres ancianos (Eclesiástico 3,3-7.14-17a) Curiosamente, la primera lectura no se dirige a los padres, sino a los hijos. Pero no se trata de hijos pequeños, sino de personas adultas, casadas, que conviven con sus padres ancianos (cosa frecuente en el siglo I). El texto de Jesús ben Sira (autor del libro del Eclesiástico) da por supuesto que esos hijos tienen suficientes recursos económicos y, al mismo tiempo, vivencia religiosa. Son personas que rezan y piden perdón a Dios por sus pecados. Pero, según ben Sira, el éxito a todos los niveles, humano y religioso, dependerá de cómo trate a sus padres ancianos. En una época en la que no existía la Seguridad Social, “honrar padre y madre” implicaba también la ayuda económica a los progenitores. Pero no se trata sólo de eso. Hay también otros consejos de enorme actualidad: “Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras viva; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes”. Esta actitud de respeto y cariño hacia el padre y la madre es lo único que garantiza que su oración sea escuchada y que sus pecados “se deshagan como la escarcha bajo el calor”. Maridos, mujeres, hijos y padres (Colosenses 3,12-21) La carta a los Colosenses comienza con una serie de consejos válidos para toda la comunidad cristiana, entre los que destacan el amor mutuo y el agradecimiento a Dios. Pero el texto ha sido elegido para esta fiesta por los breves consejos finales a las mujeres, los maridos, los hijos y los padres. El que resulta más problemático en la cultura actual es el que se dirige a las mujeres. En una época de igualdad desentona decirles: “Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor.” Pero en la situación del imperio romano durante el siglo I, cuando sobre todo las mujeres de clase alta presumían de independencia y organizaban su vida al margen del marido, no es raro que el autor de la carta pida a la esposa cristiana un comportamiento distinto. El consejo a los maridos, amar a sus mujeres y no ser ásperos con ellas sigue siendo válido en una época donde abunda la violencia de género. Los consejos finales a padres e hijos sugieren el ideal de las relaciones entre ambos: un hijo que obedece con gusto, un padre que no se impone a gritos e insultos. Una familia de refugiados y emigrantes (Mateo 2,13-15.19-23) Las dos primeras lecturas se adaptan bien a la situación de las familias del Primer Mundo. El evangelio nos hace pensar en los miles de familias de refugiados y desplazados del mundo entero. Padres que emigran con su familia y sus pocos bienes, no por miedo a Herodes, sino a la guerra, las bombas o el hambre. Sin ningún ángel que les avise ni les proteja. En el relato de Mateo, el principal protagonista es José. “El niño y su madre” son personajes pasivos, que se dejan llevar a Egipto en mitad de la noche y terminan estableciéndose en Nazaret sin que nadie les consulte. Alguien podrá acusar a este evangelio de “patriarcal”, de centrarse en el padre. Pero no es una tarea agradable la que se encomienda a José: refugiarse en un país extranjero para que no maten a su hijo. La continuación de la historia es significativa. Hasta ahora, José se ha limitado a obedecer, Al morir Herodes, toma la iniciativa e interpreta la orden del ángel como considera más oportuno. Siente miedo a Arquelao y no vuelve a Belén; decide trasladarse mucho más al norte, a una aldea miserable, “de la que no sale nada bueno”, Nazaret. Pero así, sin que él lo sepa, se cumplirá lo dicho por los profetas, “que se llamaría Nazareno”. El matrimonio del Primer Mundo, aunque no haya tenido que huir ni emigrar, puede sacar también una buena enseñanza de este evangelio. Las dificultades siempre existen, y es raro el que no ha debido enfrentarse a situaciones imprevisibles (enfermedades, problemas económicos o laborales, tensiones con los hijos…). Pocas veces, o nunca, habrá sido Dios el que mande un ángel a decir lo que se debe hacer. La reflexión, la oración, el diálogo habrán ayudado a tomar la decisión más justo. Y aunque pueda parecer un fracaso humano, como la ida a Nazaret, así se cumple también la voluntad de Dios. Tres apéndices: el miedo a Arquelao, Nazaret y Nazareno
Los apéndices están tomados de J. L. Sicre, El evangelio de Mateo. Un drama con final feliz. Verbo Divino, Estella 2019, pp. 63-65, Durante siglos las personas experimentaron en sus vidas la presencia y comunicación de Dios de diversas maneras. Así lo intentan expresar y explican las religiones, desde las más arcaicas a las más contemporáneas.
Ciertamente, de Dios puede decirse que es comunicación y vida. Y comunicación cada vez más próxima. Con el nacimiento de Jesús esta comunicación se vuelve palpable, cercana, afectuosa. La Navidad nos permite, de esta manera, vislumbrar la cercanía de quien “existe desde el principio”, de aquel en quien reside la vida (“en él estaba la vida”), de la luz, de quien “estaba junto a Dios y era Dios”… (Jn 1). Este Dios, tan bien narrado en textos bíblicos judíos, se acerca y viene a nuestra casa. La Navidad nos recuerda, así, la corporalidad de la comunicación de Dios. Si Dios ha hablado de muchas maneras, lo ha hecho de manera especial en Jesús; en ese niño que viene en una familia y vive con ellos. Pero, a la vez, y siendo plenamente persona, Jesús transparenta lo trascendental (“Quien me ve a mí ve al Padre”). Y lo hace justamente en un cuerpo y persona humana. Gracias a ello, “de su plenitud todos hemos recibido gracias tras gracia” (Jn 1,16). La Navidad también nos habla de plenitud, de abundancia, de totalidad. Nos recuerda que recibimos todo, que tenemos todo lo necesario, que estamos, nosotros al igual que él “llenos de gracia y de verdad”. De esta manera, gracia sobre gracia, Dios se sigue comunicando. Sigue siendo la Palabra que existía desde el principio y que “ilumina a todo hombre”. Y nos invita a ser consecuentemente transparentes. A transparentar la vida y la luz, a volver a nacer del agua y del espíritu (“ellos han nacido de Dios”) y a recibir y ofrecer la energía de quienes son hijos de Dios. Una vez más, mandan las Escrituras para que Lc diga que el Mesías nacería en Belén. Tanto Lc como Mt dan por supuesto el hecho, aunque lo explican de distinta manera. En Lc se dan razones para justificar que Jesús nació en Belén, aunque no era de allí. Mt trata de justificar por qué terminó viviendo en Nazaret, dando por supuesto que nació en Belén. Ambos resaltan la importancia de que el Mesías perteneciera al pueblo de Israel, y además, fuese descendiente de David, para ellos el rey por excelencia que había nacido allí.
Recordamos el nacimiento de Jesús, que sucedió en un lugar y en un momento determinado. Pero lo que celebramos está más allá de toda circunstancia de tiempo y espacio. Dios está fuera del tiempo y del espacio. Dando un paso más, en Dios no se distingue el ser del actuar. Dios todo lo que hace, lo es eternamente. Estamos celebrando que en Jesús, Dios se manifestó. Si se manifestó a través de él, quiere decir que estaba en él, se encarnó en él. Pues bien, podemos estar seguros de que Dios es encarnación y nunca podrá dejar de encarnarse. La realidad divina ni empieza ni termina, ni está aquí ni está allá, ni se crea ni se destruye. Para mí, Dios es exactamente lo mismo que fue para Jesús. Si no se manifiesta en mí como se manifestó en Jesús, la culpa es solo mía. En Jesús ha nacido un salvador, un liberador. Pero en mí sigue habiendo un opresor, porque el salvador que hay en mí, aún no ha nacido. Repito, lo que Dios ha hecho en el hombre Jesús, lo está haciendo hoy en mí. El nacimiento de Cristo en Jesús fue tarea de toda su vida. Nada se le dio como cómoda posesión automática. También él tuvo que nacer de nuevo. El nacimiento del Espíritu tiene que ser consciente. Nunca puede ser un presupuesto, ni para Jesús ni para nadie. Se nos da gratis, pero hay que desenvolver el regalo, y la envoltura tiene muchas capas que nos fascinan y nos invitan (tientan) a quedarnos ahí y no seguir quitando capas. Miremos hacia dentro. Cuando Pablo nos dice que somos otro Cristo, quiere decir algo muy profundo y real. Dios está en mí; “yo y el Padre somos uno”, no es símbolo, sino realidad más real que el Belén, los pastores, los magos y los ángeles juntos. El portal de Belén no es más que un símbolo sensible, pero dentro de mí, está la realidad de un Dios identificado conmigo. Tengo que descubrir el Niño en mí. Toda la magia y la luz que puedo percibir en esa escena externa, está dentro de mí. No permitáis que la Navidad quede fuera de vosotros, descubridla y vividla dentro. Entonces la llevaréis con vosotros a todas partes y os permitirá caminar, y los que os vean, podrán caminar también a esa luz. Estamos celebrando no un hecho que pasó sino algo que está pasando. La buena noticia no es que “en la ciudad de David os ha nacido un Salvador”, sino que dentro de ti está ese salvador y puedes darle a luz en cualquier instante. Para eso estás aquí. Está dentro de ti, pero tan envuelto en trapos, que puedes no verlo. Como los pastores, puede que no lo creamos, pero por si acaso, debíamos acercarnos sigilosos. Celebrar la navidad es dar a luz en nosotros a ese Niño, para que todos puedan ver que Dios sigue naciendo aquí y ahora. No nos conformemos con celebrarlo en el recuerdo. Atrevámonos a vivir una realidad presente y actual. Dios será siempre un Niño que yo tengo que darle a luz. Si miro demasiado hacia fuera, puedo quedar deslumbrado por las lucecitas de las estrellas o por los cantos de los ángeles, pero me perderé el verdadero tesoro que está escondido en mí y en cada uno de los seres humanos. Para Dios, los pastores, despreciados por la sociedad de entonces, son lo preferidos. Dios ve su verdadero valor y los llama a su salvación. Otros en cambio le cierran las puertas. Un pesebre es comedero. Este evangelio se escribió cuando la eucaristía era ya práctica litúrgica significativa para el cristiano. Sin duda quiere hacernos pensar en Cristo pan de vida. Os ha nacido un salvador. No está reflejando las expectativas que los judíos tenían con relación al Mesías. Jesús nunca respondió a las expectativas de una Mesías anunciado en el AT. Los cristianos cambiaron sustancialmente el significado de la salvación, pero siguieron manteniendo el lenguaje aplicando conceptos distintos a palabras idénticas. Aquí se precisa que la salvación es para los marginados, para los que no contaban nada en aquella sociedad, ni desde el punto de vista social ni del religioso. Si la salvación llega a los más pequeños es que es para todos. Y en la tierra paz. ¡Ojalá descubriéramos el profundo significado de esta palabra! No se trata solo de ausencia de guerras, de conflictos, de refriegas. La paz es la consecuencia de una armonía, primero interna, luego hacia los demás. Desde lo divino que hay en nosotros, sería impensable cualquier guerra. La paz no es ausencia de problemas. Dios está siempre en paz, y ¡mira que le hacemos la puñeta! Si Dios me acepta como soy, ¿por qué no puedo aceptar a los demás como son sin pretender que sean como yo quiero? Descubre que al rechazarlos, rechazamos a Dios. Anoche nos hablaban de un Niño, del pesebre, de pastores, de ángeles. En esta mañana nos habla del Verbo, Palabra preexistente, de Dios eterno y trascendente. Es una prueba más de que nos encontramos ante algo indecible. Curiosamente termina diciendo exactamente lo mismo: y la PALABRA se hace carne, Niño. Los dos relatos, como buenos subalternos, te colocan ante el misterio, pero el que tienes que torearlo eres tú. Solo tú puedes adentrarte en la realidad que está en ti, “más dentro de ti mismo que lo más íntimo de ti mismo”, como decía Agustín. Pero está ahí, y solo tú puedes descubrir ese tesoro y disfrutar de él.
La encarnación solo tiene realidad dentro de ti, como solo tuvo realidad dentro de Jesús, no fuera en acontecimientos o fenómenos externos. Solamente dentro de ti y dentro del otro. Buscarlo en otra parte es engañarte. Dice un cuento oriental: Un señor que pasaba por la calle, ve a su vecino que está buscando algo enfrente de su casa. ¿Qué es lo que has perdido? Le pregunta. La llave de mi casa. Yo te ayudaré a encontrarla. Pasa media hora y la llave no aparece. ¿Pero dónde la has perdido? Le pregunta el vecino. Dentro de casa. ¿Entonces por que la estás buscado aquí? Es que aquí hay más luz... Si no vivo lo que hay de Dios en mí, jamás lo descubriré ni en los acontecimientos, ni en los demás, ni en Jesús. Aunque el domingo segundo de Navidad volvemos a leer este evangelio, voy a adelantar una frase: “caí Theos en o Lagos” y en latín: “et Deus erat Verbum”. La traducción puede ser: “y Dios era la Palabra”. También podría traducirse por “un ser divino era el proyecto”, puesto que en esta frase “Theos” no lleva artículo. En castellano también podemos traducir: “y la Palabra era Dios”. Pero debemos tener en cuenta que no se explica lo que es la Palabra por lo que es Dios, sino al revés; se explica lo que es Dios por lo que es la Palabra. Dios es el que se hizo hombre, y si se hizo hombre en Jesús, es que se hace hombre en todos los seres humanos. Por el contrario, si es Jesús el que se hace Dios, nosotros quedaremos al margen de lo que allí pasó. El despiste está asegurado y en ese error hemos vivido toda nuestra vida. Seguimos creyendo y diciendo que Dios se ha hecho hombre, y hacemos decir al evangelio lo que nos interesa que diga. No es el hombre el que tiene que escalar las alturas del cielo para llegar a ser Dios; ha sido Dios el que se ha abajado y ha compartido su ser con el hombre. Eso es lo que significa la encarnación. Por medio de Jesús, podemos llegar a saber lo que es Dios. Pero un Dios que no está ya en la estratosfera, ni en los templos, ni en los ritos, sino en el hombre... Las consecuencias de esta verdad en nuestra vida religiosa serían tan demoledoras que nos asustan; por eso preferimos seguir pensando en un Jesús que es Dios, pero dejando bien claro que eso no nos afecta a nosotros. No sé cuándo comenzó la tradición de celebrar tres misas el día de Navidad; imagino que debe de ser muy antigua. Se comienza con la famosa misa del Gallo, por la noche, sigue la misa del alba y se termina con la del día. Cada una de ellas tiene sus lecturas propias, las mismas en los tres ciclos (A, B, C). Indicaré algo que pueda ayudar en la del Gallo (la de la noche) y en la del día (con el evangelio más difícil).
Misa de la noche Tres motivos de alegría (Isaías 9,2-7) En una película ambientada en la Segunda Guerra Mundial (no consigo recordar su título), la noche de Navidad, en medio del frío y la nieve, un grupo numeroso de soldados y refugiados comienza a cantar el villancico “Noche de Dios”. Ese es el ambiente adecuado para entender la primera lectura. El profeta se dirige a un pueblo que camina en las tinieblas, que ha sufrido durante un siglo la opresión del imperio asirio, y le anuncia un cambio prodigioso: un mundo de luz y alegría. Por tres motivos: el fin del opresor, el fin de la guerra y el nacimiento de un niño. Es esto último lo que atrae la mayor atención. El niño será un heredero de David, adornado con los nombres y cualidades más admirables que se pueden esperar de un gobernante: que sepa aconsejar, que sepa defender, que se comporte como un padre con sus súbditos, que traiga un reinado de paz. El evangelio de Mateo citará esta profecía, pero aplicará a Jesús solo el comienzo: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz”. Jesús no termina con el opresor romano, no se acaban las guerras, y no reinstaura el trono de David. Pero su palabra y su acción irradian luz y alegría en toda Galilea. Dos motivos de compromiso (Carta a Tito 2,11-14). El autor une la primera venida de Jesús (“ha aparecido la gracia de Dios”) con la segunda y definitiva (“la aparición gloriosa del gran Dios y salvador nuestro, Jesucristo”). ¿Motivos de alegría? Sin duda. Pero estas dos venidas son también motivo de compromiso. Amor con amor se paga. Hay que renunciar a la vida sin religión y los deseos mundanos, llevar una vida sobria y honrada, esperar la vuelta del Señor, dedicarse a las buenas obras. El anuncio más desconcertante a las personas más inesperadas (Lucas 2,1-14) Lucas, evangelista de los pobres y la pobreza, lo subraya desde el primer momento. Gabriel ha anunciado a María que concebirá un hijo prodigioso, que heredará el trono de David y reinará en la casa de Jacob para siempre. A la hora de la verdad, el niño no dispone ni siquiera de una cuna, solo de un pesebre. Porque la familia no encuentra sitio en el piso de arriba, donde se alojan las personas, y debe permanecer en el de abajo, donde están los animales. En la misma línea, el anuncio del nacimiento, a pesar de toda la parafernalia del ejército del cielo cantando, se dirige a “unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño”. La profesión de pastor, aunque a algunos le recuerde a los antiguos patriarcas de Israel, era de las más despreciadas y odiadas en aquel tiempo, sobre todo por los campesinos. Y pasar la noche a aire libre vigilando el rebaño no es la ocupación más agradable. A estas personas se dirige el mensaje: “Os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor”. Lucas juega con el lector, lo desafía. ¿Qué salvador les ha nacido a los pastores? ¿Y qué señal portentosa puede ser un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre? Al día siguiente, los pastores estarán de nuevo con el rebaño, vigilando en medio del frío. Pero su vida ha cambiado. Después de encontrar a María, a José y al niño acostado en el pesebre volverán dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído (evangelio de la Misa de la aurora). Los pastores son un ejemplo perfecto para el cristiano. La Navidad no nos habla de un gran rey, deslumbrante de riqueza y esplendor. El ángel lo presenta “envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Y en este ser tan débil y poco aparente debemos depositar la confianza de que nos salvará. Y por él debemos alabar y dar gloria a Dios. Misa del día Presupuesto para entender el Prólogo Las conquistas de Alejandro Magno, a finales del siglo IV a.C., supusieron una gran difusión de la cultura griega. En Judea, como en todas partes, los griegos ejercían un influjo enorme: cada vez se hablaba más su lengua, se imitaban sus costumbres, se construían edificios siguiendo su estilo, se abrían gimnasios, se enseñaba la doctrina de sus filósofos. Los judíos, al menos la clase alta, estaban encandilados con la sabiduría de Grecia. Sin embargo, algunos autores no compartían ese entusiasmo. Para ellos, la sabiduría griega era un producto reciente, obra del ingenio humano, y tenía su templo en un lugar pagano: Atenas. La verdadera sabiduría es eterna, procede de Dios, y reside en Jerusalén. Esto puede decirse con palabras vulgares, o poéticamente, presentando a la sabiduría como una mujer y contando su historia. Basándonos en diversos textos bíblicos podemos reconstruir esa historia de la Sabiduría. La historia de la Sabiduría de Dios 1ª etapa: la Sabiduría junto a Dios desde el comienzo (Proverbios 8,22-36). El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas. En un tiempo remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra. Antes de los océanos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas. Todavía no estaban encajados los montes, antes de las montañas fui engendrada. No había hecho aún la tierra y la hierba ni los primeros terrones del orbe. 2ª etapa: la Sabiduría y la creación Cuando colocaba el cielo, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del océano; cuando sujetaba las nubes en la altura y fijaba las fuentes abismales. Cuando ponía un límite al mar, y las aguas no traspasaban su mandato; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a Él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia; jugaba con la bola de la tierra disfrutaba con los hombres. Tercera etapa: la Sabiduría se instala en Jerusalén (Eclesiástico, 24). Por todas partes busqué descanso y una heredad donde habitar. Entonces el creador del universo me ordenó, el creador estableció mi morada: Habita en Jacob, sea Israel tu heredad. En la santa morada, en su presencia ofrecí culto y en Sión me establecí; en la ciudad escogida me hizo descansar, en Jerusalén reside mi poder. Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad. Sin embargo, cabe la posibilidad de que algunos rechacen los consejos de la sabiduría. De hecho, muchos judíos no aceptaban este mensaje. Otro autor presenta a la Sabiduría como una mujer que se queja de no ser escuchada (Proverbios 1,22-25). Os llamé, y rehusasteis; extendí mi mano, y no hicisteis caso; rechazasteis mis consejos, no aceptasteis mi reprensión. En resumen: la sabiduría de Dios está junto a él desde el principio, lo acompaña en el momento de la creación, disfruta con los hombres, se establece en Israel. Pero muchos no disfrutan con ella. Prefieren seguir otro camino, no le hacen caso. La historia de la Palabra El autor del Prólogo aplicó las ideas anteriores a Jesús, introduciendo algunos cambios. Ante todo, en vez de llamarlo sabiduría de Dios, prefirió llamarlo la Palabra. Primera etapa: la Palabra junto a Dios Hay una diferencia notable con el texto sobre la Sabiduría. La sabiduría es creada por Dios. La Palabra, no; existe con él desde el principio. Además, el autor del himno es muy sobrio, no se le ocurre decir que la Palabra jugaba en presencia de Dios. Segunda etapa: la Palabra y la creación Parece un trabalenguas, pero es muy sencillo. Todo fue creado por la Palabra de Dios; el sol, la luna, las estrellas, las montañas, el mar, el mármol, la madera, el cristal... Todo ha sido creado por la Palabra de Dios. Y ella, además de haber creado a los hombres, es también nuestra luz. La única novedad, muy importante, es que desde el principio se entabla una lucha entre la luz y la tiniebla; pero la tiniebla no logra imponerse, no puede derrotarla. Tercera etapa: el mundo, creado por la Palabra, la ignora. Hasta ahora todo ha ido bien. Dios y la Palabra pueden estar contentos. De pronto, advierten que la Palabra es ignorada por el mundo. El mundo no se refiere aquí a los seres inanimados sino a las personas que ignoran a Dios, no lo adoran, o prescinden de él. En autor del Prólogo piensa en todos los pueblos paganos, que podrían haber conocido al Dios verdadero, pero que habían caído en diversas formas de idolatría. Cuarta etapa: la Palabra decide instalarse en Israel; su pueblo la rechaza ¿Qué hará la Palabra cuando se vea ignorada por el mundo? Para un judío, la respuesta es clara: refugiarse en Israel, el pueblo elegido, igual que hacía la sabiduría: “Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad”. Eso mismo hace la Palabra, pero se encuentra con una desagradable sorpresa: «Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.» Quinta etapa: la Palabra decide hacerse carne y habitar entre nosotros. La Palabra ha sufrido dos derrotas: el mundo la ignora, su pueblo la rechaza. ¿Qué haría cualquiera de nosotros en su lugar? Quedarse junto a Dios y olvidarse de todos. Afortunadamente, Dios no es así. La Palabra toma la decisión más asombrosa que se puede imaginar. Del optimismo ingenuo al realismo mágico La historia de la Sabiduría resulta demasiado optimista. El himno puede parecer muy pesimista. Sin embargo, no lo es. Aunque no sea todo el mundo ni todo Israel, hay un grupo, formado por judíos y paganos, dispuestos a acoger a Jesús, a creer en él. Y ésos, todos nosotros, reciben una enorme recompensa: se convierten en hijos de Dios, contemplan su gloria, y de su plenitud reciben gracia tras gracia. Motivos de sobra para estar alegres y desearos a todos FELIZ NAVIDAD. Ya hemos encendido la tercera vela de Adviento. Estamos en la recta final del camino hacia la Navidad y en casa ya vamos a tope con los preparativos…
Hemos mantenido la tradición de decorar la casa con nuestro árbol y nuestros belenes aptos para las manos infantiles. Este año hemos tenido que hacer un apaño con las luces de la estrella que colocamos en la ventana, ya que ha dejado de funcionar y hemos preferido conservarla y apañarla a desecharla. El grado de compromiso con el lema reduce-reutiliza-recicla es muy alto. Hemos paseado por el centro de la ciudad para respirar el ambiente navideño, ver luces y visitar los primeros Belenes. Hemos diseñado nuestra tarjeta de felicitación navideña para enviar a familiares y amistades en los próximos días. Hemos cantado los primeros villancicos. Hemos comprado los primeros dulces navideños. Y seguimos preparando… Vamos pensando en fechas para próximas visitas y salidas a ver más Belenes. Vamos escogiendo las canciones para cantar en la residencia de la abuela. Vamos pensando en los menús y juegos con los que amenizar los encuentros en torno a la mesa que traen estas fiestas. Vamos haciendo nuestros dibujos del portal de Belén y colocándolos por la casa. Vamos sacando nuestros cuentos de Navidad para ir descubriendo nuevos matices de la historia original. Vamos abriendo ventanitas del calendario de Adviento y avanzando en la cuenta atrás para recibir al Niño. Este año, una de nuestras peques se ha dedicado a preguntar a algunos compañeros que si creen en Dios. A los que le dicen que no les sigue preguntando: “¿Celebras la Navidad?”. A esa pregunta suelen responder que sí. “Entonces, ¿cómo celebras la Navidad y no crees en Dios si la Navidad se celebra porque nace Dios?”. A esa pregunta no encuentra respuesta. Ahí la tenemos, reivindicando la esencia de la Navidad. Al llegar el trabajo, donde estas fiestas han ido perdiendo el aspecto religioso que tuvieron antaño, me ha sorprendido gratamente ver un mensaje navideño con una invitación a la solidaridad de una ONG que trae un aire más a Navidad. Inmediatamente pienso en los conflictos que hay en distintas partes del mundo, unos de actualidad y otros no, en la cumbre del clima, en los jóvenes de los centros de menores, en los refugiados, en quienes cruzan fronteras sin pedir permiso, en quienes duermen en la calle, en quienes viven situaciones de violencia en el hogar… Y pienso que necesitamos más mensajes que nos resitúen en el centro de la Navidad, en ese nacimiento de Dios hecho Niño que trae esperanza y dificultades, que nos invita a ser la voz de quienes no la tienen y a trabajar de manera incansable por hacer de este mundo un sitio mejor. Necesitamos no quedarnos solo con las luces, los dulces y los villancicos sino renovar el amor al prójimo, enternecernos con el recién nacido que llega en unos días y compartir la alegría que nos trae. Celebrar la Navidad porque sabemos lo que supone celebrar la Navidad en cristiano. |
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