Estar a la deriva es perder el timón, sólo al ritmo de las olas, de flujos y reflujos. Las olas del coronavirus no significan que se habría ido y vuelve a su contraataque “más fuerte”. Es el mismo virus que está entre nosotros, lo transportamos unos a otros: la “irresponsable” trazabilidad.
Si el Covid ha contagiado al día de hoy a 83,4 millones de personas y ha mandado a los cementerios a 1.8 millones ¿qué tan mortal es?, sí lo es para quienes no pudieron “zafarse” de él o quizás por tener otras patologías. ¡Gloria al personal de salud que de los 83.4 de millones infectados han rescatado el 81,6! Lo macabro del Covid son sus consecuencias colaterales: quiebras de empresas, de negocios, cesantías, confinamientos, libertades limitadas, el rostro humano enmascarado, de convertirnos en peligro de uno a otro, claustrofobias, etc. Decimos que la humanidad ha mostrado su máxima vulnerabilidad no porque el bicho invisible lleve a la muerte, sino porque ahora en sus peaks de desarrollo científico tecnológico evidencia que la conciencia por la vida, el instinto natural de defensa, de conservación tan inherentes a nuestra esencia humana nos la hemos enterrado, lapidada, sofocada en el más diverso reinado del consumo, sociedad consumida por el consumo. Las fiestas clandestinas en todos los estratos sociales, las evasiones a las ordenanzas sanitarias, shopping obsesivos, el deslizamiento de las desconfianzas hacia las gobernanzas… Qué decir de países de la OCDE, en particular como EEUU, el más azotado por el Covid que han debido reiterar sus confinamientos, que sus ciudadanías han salido a las calles contra las órdenes de sus gobiernos… nos impresiona un país tan disciplinado como Alemania, su Primer Ministro, Sra Merkel, ha tenido que enfrentar rebeldías populares por sus medidas restrictivas. Estos países empoderados de sus culturas, han mostrado reacciones viscerales… y el mundo oriental no es menor, pese a sus dictaduras… Conjuntamente con sus crisis pandémicas ¡ostentan diversos tumores bélicos en sus mapas! El famoso cuento del lobo muestra la incredubilidad de quienes lo escuchaban hasta que el lobo los ataque directamente ¿lo mismo nos pasa con el Covid? El mundo científico de la salud se ha “despestañado” por descubrir la vacuna pues los estragos son cuantiosos que nos deja el Covid. Sin embargo, las sospechas por la vacuna en las redes, lanzadas por personas que se presentan como científicos se han sumado al enrarecido mundo de las desconfianzas… Los gobiernos tímidamente han debido declarar que la vacuna es voluntaria (¿no es lo mismo lo que pasa con el voto voluntario?) Si somos tan interdependientes socialmente, si este “Cuerpo Planetario” configura el Bien Común ¿cómo es posible someterlo a voluntades individuales?, ¿no basta un fósforo para incendiar miles de hectáreas? Más aún estas individualidades ¿no usufructúan de los bienes comunes? Nuestra civilización atrofiada de conciencia, atrofiada de su espíritu de pertenencia radical a la madre naturaleza, ciertamente seguirá errante y sometida a toda pandemia. Si la educación fuera desarrollar conciencias los humanos podríamos volver a tomar el timón.
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En el asalto al Capitolio de los Estados Unidos, por unos votantes de Trump enardecidos, se vieron unas pancartas con el lema Jesus Saves y a unas personas que llevaban biblias en la mano. El presidente defenestrado les había convencido, y hay que reconocer que no era un empeño imposible, que les habían robado las elecciones, aunque todas las instancias legales a las que se recluyó no encontraran prueba alguna.
En los vídeos, que nos han mostrado las televisiones, aparecen pocas personas de color pues la revolución fundamentalmente venía de blancos empobrecidos, que creyeron al presidente cuando les dijo que los emigrantes se habían quedado con sus trabajos. Los cristianos de la zona que se ha denominado el Bible Belt, el Cinturón Bíblico, habían votado en masa por el ticket republicano. Muchos pastores cristianos habían añadido leña al fuego identificando las llamas con las soflamas del presidente populista. Consideraban que era un gran defensor de los valores cristianos porque, en teoría, defendía el no al aborto y no se tenían cuenta otras consideraciones que negaban su defensa como el trato denigrante a los emigrantes, el desprecio a las mujeres y las bravatas que pronunciaba en la televisión proclamando que a él no le quitaba nadie de la presidencia. En el fondo, el movimiento se parece a la defensa de Tejero en el parlamento español de los valores de la España cristiana y a los nacionalismos catalanes y escoceses que quieren volver al momento en que se abrieron sus fronteras para que no se diluya su identidad con otras ideologías y sangres. En la campaña escuchamos a muchos obispos defender a Trump mientras que denigraban del católico Biden, curiosamente algunos de éstos engrosan las filas de los mayores críticos del Papa. Cada uno puede defender sus ideas, pero los prelados deben tener cuidado y en principio en su calidad de obispos deben mostrar neutralidad en consideración a los diferentes partidos a los que votan sus fieles. Hoy, muchos obispos americanos predican la paz y se muestran horrorizados de las imágenes que todos hemos visto pero algunos podían haberlo pensado antes pues en un país tan armado las chispas pueden ser mortales. La seguridad jurídica que ofrecen las actuales democracias, la estabilidad económica de la que goza buena parte de la población y el confort que facilita la tecnología, han hecho florecer una nueva sociedad que ya no se siente acuciada por las lacras de antaño. Como es natural, sus artífices nos sentimos tan ufanos de ello, que afirmamos que no es preciso esperar hasta después de la muerte para alcanzar la plena felicidad, pues al fin se puede lograr en esta vida.
Pero estos logros nos han engreído de tal modo, que nos han llevado a despreciar cualquier creencia, conocimiento o costumbre previos a nosotros; a olvidar que la selección natural no solo actúa sobre la evolución biológica, sino, sobre todo, sobre la evolución cultural; que las costumbres y creencias que hemos recibido (y ahora despreciamos) son el resultado de miles de años de evolución. Quizá lo menos importante de una creencia es que sea verdadera. Lo que la hace importante es que da sentido a nuestra existencia, nos mueve a vivir una vida que no se detiene con la muerte, nos ayuda a soportar mejor sus reveses, nos empuja a vivir con ambición y nos impide resignarnos a la condición de meros animales evolucionados. Y sobre esta base descansaban nuestras vidas, pero la hemos destruido. Lo peor es que, para llenar el vacío, hemos abrazado con fervor unas ocurrencias improvisadas que no llenan nada y nos abocan a vivir en una constante evasión de nuestra realidad. Hemos impuesto por la fuerza de la demagogia una concepción reduccionista del ser humano, hemos ridiculizado sus creencias y denostado sus valores y tradiciones, hemos llamado libertad a la esclavitud a la que nos someten las pasiones ... y nos hemos equivocado. Nos hemos equivocado, porque esta idea del mundo y del ser humano ha desembocado en la aniquilación del hábitat, la pérdida generalizada de sentido, el alumbramiento de una sociedad egoísta y deshumanizada, y el ahondamiento brutal de la brecha entre ricos y pobres. Lo paradójico es que hemos vestido este desastre de movimiento de liberación. Aseguramos que el hombre debe liberarse de los prejuicios que le han esclavizado a lo largo de la historia, y de lo primero que debe liberarse es de ese Dios imaginario que nos oprime, nos infantiliza y nos impide avanzar. En su libro “La gaya ciencia”, Nietzsche recoge magistralmente esta situación: «Aquel hombre, frenético o loco, no dejaba de gritar: “¡Busco a Dios! ¿Qué ha sido de Dios?” … Fulminándolos con la mirada, agregó: “Os lo voy a decir. Lo hemos matado. Vosotros y yo lo hemos matado. Hemos dejado esta tierra sin sol, sin orden, sin quién la conduzca... Vagamos como a través de una nada infinita en busca de…”» Nietzsche no pretende decir que Dios antes existía y ahora ha muerto, sino que la idea de Dios ha muerto en nuestra cultura. Y aunque el loco hace este anuncio acompañado de gran desasosiego, en realidad Nietzsche lo tenía muy claro: la muerte de Dios iba a hacer surgir en nosotros el superhombre que llevamos dentro; un hombre a la altura de los dioses, más noble, más fuerte, más voluntarioso, dotado de la moral de los señores … Pero el hombre moderno vive esclavo del aparato burocrático del estado, manipulado por demagogos infames, alienado por los medios de comunicación y abrumado por mil preocupaciones banas. Erich Fromm lo retrata así: «El hombre actual vive pendiente de los otros hasta el punto de que su seguridad depende de no apartarse del rebaño. La maquinaria económica dirige sus deseos de forma que es conducido sin líderes en pos de ninguna meta; exactamente igual que si se tratase de un autómata» … Y como decía el loco, «Vagamos como a través de una nada infinita en busca de…» … ¿De qué? … Una mujer muy militante cristiana me preguntaba el otro día cómo se hace eso de evangelizar. Yo le comentaba que sobre todo escuchando. Escuchar es mucho más que oír, es acoger, penetrar en las personas y en su vivencia, contactar con el Dios que vibra en cada corazón. Llegar al fondo de sus vivencias de fe.
Hoy quiero añadirle otra pista: dialogando, resonando… Después de escuchar, ya empezamos a descubrir, a hablar, a anunciar... A prestar oído al eco de la presencia divina en todas las personas y realidades. Oír esa resonancia. Ahí nos habla Dios. Se trata de contemplar primero la realidad de la vida, los hechos. Pero contemplar a fondo, saboreando la presencia de Dios en nuestra realidad, escuchando lo profundo de los asuntos. “Todos somos misioneros de todos. Misión ya no es proselitismo, sino reciprocidad. Es dejarte permeabilizar por el otro tanto como tú compartes lo tuyo con él. La misión es irradiación gratuita de lo que a ti te da vida. Compartir tu luz, pero dejando que el otro también irradie la suya. El proselitismo, por el contrario, es una devoración del otro”. X. Melloni Necesito entrar en diálogo con los demás: con sus pensamientos, sugerencias, ideas… y experimentar a Dios Palabra. Irradiar su ser sin anular el ser del prójimo, sino compartiendo. Por eso, para anunciar, para evangelizar, me evangelizo yo, contrasto en fe vivencial con otras personas. No les doy mis pensamientos, mis mensajes, sino que soy capaz de poner en diálogo permanente lo mío y lo de los demás. Dios se hace ahí actuante. Vengo de participar en una eucaristía donde el predicador nos ha dicho que Jesús es la LUZ y que nosotros tenemos que ser luz. “Por eso hay que luchar para defenderla”. Así que ha hablado contra el aborto y la eutanasia… Era imposición, enseñar, adoctrinar. Me hubiese gustado más el ofrecer: “¿mi verdad?, no, ¿tu verdad?, no”. Encontrémosla juntos. Muchas veces me encuentro dando ideas, mensaje, doctrina. Y serán necesarios, pero sobre todo se trata de transmitir que soy seguidor de Jesús y escuchar el sentir del otro para poder empezar un diálogo. No podemos entender literalmente todos los textos de las celebraciones de Navidad. Son mucho más. Son la descripción de una epifanía que me llega, no a la cabeza, sino a mi persona entera, para evocar su mensaje en mi corazón. Igual que María que pasaba estas cosas “meditándolas en su corazón”. Este 2º domingo del tiempo ordinario sigue hablando del comienzo. Juan acaba de presentar a Jesús como el ‘Cordero de Dios’ que quita el pecado del mundo e ‘Hijo de Dios’. Lo que hemos leído, sigue refiriendo otros títulos: ‘Rabí’, ‘Mesías’. En los que siguen y no vamos a leer, se refiriere a aquel de quien han hablado la Ley y los Profetas, para terminar diciendo Natanael: Tú eres el ‘Hijo de Dios’, tú eres el ‘Rey de Israel’. Por fin, el mismo Jesús habla del ‘Hijo de Hombre’. Juan hace un despliegue de títulos cristológicos al principio de su evangelio, para dejar clara la idea que tiene de Jesús. Naturalmente es una reflexión de una comunidad de finales del s. I. Nada que ver con el llamamiento de los primeros discípulos en los sinópticos.
No tiene sentido que nos preguntemos si los primeros discípulos fueron “Andrés y otro” que siguieron a Jesús en Judea o si Pedro y su hermano fueron llamados por él junto al lago de Galilea. No me cansaré de repetir que los evangelios no se proponen decirnos lo que pasó sino comunicarnos verdades teológicas que nos cuentan con ‘historias’ que pueden hacer referencia a hechos reales o pueden ser inventadas en su totalidad. En este caso lo importante es que desde el principio un pequeño grupo siguió a Jesús más o menos de cerca. Este es el cordero de Dios. El cordero pascual no tenía valor sacrificial ni expiatorio. Era símbolo de la liberación de la esclavitud, al recordar la liberación de Egipto. El que quita el pecado del mundo no es el que carga con nuestros crímenes, sino el que viene a eliminar la injusticia, la esclavitud. No viene a impedir que se cometan, sino a evitar que el que la sufra, sea anulado como persona. En el evangelio de Juan, el único pecado es la opresión. No solo condena al que oprime, sino que denuncia también la postura del que se deja oprimir. Esto no lo hemos tenido claro los cristianos, que incluso hemos predicado el conformismo y la sumisión. Nadie te puede oprimir si no te dejas. La frase del Bautista no es suficiente para justificar la decisión de los dos discípulos. Para entenderlo tenemos que presuponer un conocimiento más profundo de lo que Jesús es. Si Juan lo conocía es probable que sus discípulos también hubieran tenido una estrecha relación con él. Antes había dicho que Jesús venía hacia Juan. Ahora nos dice que Jesús pasaba... Nos está indicando que le adelanta, que pasa por delante de él. “El que viene detrás de mí...” Siguieron a Jesús, indica mucho más que ir detrás de él, como hace un perro siguiendo a su dueño. “Seguirle” es un término técnico en el evangelio de Juan. Significa el seguimiento de un discípulo, que va tras las huellas de su maestro, es decir, que quiere vivir como él vive. “Quiero que también ellos estén conmigo donde estoy yo” (17,24). Es la manera de vivir de Jesús lo que les interesa. Es eso lo que él les invita a descubrir. ¿Qué buscáis? Una relación más profunda solo puede comenzar cuando Jesús se da la vuelta y les interpela. La pregunta tiene mucha miga. Juan quiere dejar claro que hay maneras de seguir a Jesús que no son las adecuadas. La pregunta “¿dónde vives?” aclara la situación; porque no significa el lugar o la casa donde habita Jesús, sino la actitud vital de éste. La pregunta podría ser: ¿En qué marco vital te desenvuelves? Porque nosotros queremos entrar en ese ámbito. Jesús está en la zona de la Vida, en la esfera de lo divino. No le preguntan por su doctrina sino por su vida. No responde con un discurso, sino con una invitación a la experiencia. A esa pregunta no se puede responder con una dirección de correos. Hay que experimentar lo que Jesús es. ¿Dónde moras? Es la pregunta fundamental. ¿Qué puede significar Jesús para mí? Nunca será suficiente la respuesta que otro haya dado. Jesús es algo único e irrepetible para mí, porque le tengo que ver desde una perspectiva única e irrepetible, la mía. La respuesta dependerá de lo que yo busque en Jesús. Venid y lo veréis. Así podemos entender la frase siguiente: “Vieron dónde (cómo) vivía y aquel mismo día se quedaron a vivir con él” (como él). No tiene mucho sentido la traducción oficial, (y se quedaron con él aquel día), porque el día estaba terminando, (cuatro de la tarde). Los dos primeros discípulos todavía no tienen nombre; representan a todos los que intentan pasar al ámbito de lo divino, a la esfera donde está Jesús. Serían las cuatro de la tarde, no es una referencia cronológica, no tendría la menor importancia. Se trata de la hora en que terminaba un día y comenzaba otro. Es la hora en que se mataba el cordero pascual y la hora de la muerte de Jesús. Nos está diciendo que algo está a punto de terminar y algo muy importante está a punto de comenzar. Se pone en marcha la nueva comunidad, el nuevo pueblo de Dios que permite la realización cabal del hombre. Es el modelo del itinerario que debe seguir todo discípulo de Jesús. Lo que vieron es tan importante para ellos, que les obliga a comunicarlo a los demás. Andrés llama a su hermano Simón para que descubra lo mismo. Hablándole del Mesías (Ungido) hace referencia a la bajada y permanencia del Espíritu sobre Jesús en el bautismo. Unos versículos después, Felipe encuentra a Natanael y le dice: hemos encontrado a Jesús. Estas anotaciones tan simples nos están diciendo cómo se fue formando la nueva comunidad de seguidores. Fijando la vista en él. Lo mismo que Juan había fijado la vista en Jesús. Indica una visión penetrante de la persona. Manifiesta mucho más que una simple visión. Se trata de un conocimiento profundo e interior. Pedro no dice nada. No ve clara esa opción que han tomado los otros dos, pero muy pronto va hacer honor al apodo que le pone Jesús: Cefas, piedra, testarudo; que se convertirá en fortaleza, una vez que se convenza. En la Biblia se describen distintas vocaciones llamativas de personajes famosos. Eso nos puede llevar a pensar que, si Dios no actúa de esa manera, no hay vocación. En los relatos bíblicos se nos intenta enseñar, no cómo actúa Dios sino cómo respondieron ellos a la llamada de Dios. El joven Samuel no tiene idea de cómo se manifiesta Dios, ni siquiera sabe que es Él quien le llama, pero cuando lo descubre se abre totalmente a su discurso. Los dos discípulos buscan en Jesús la manifestación de Dios y la encuentran. Dios no llama nunca desde fuera. La vocación de Dios no es nada distinto de mi propio ser; desde el instante mismo en que empiezo a existir, soy llamado por Dios para ser lo que mi verdadero ser exige. En lo hondo de mi ser, tengo que buscar los planos para la construcción de mi existencia. Dios no nos llama en primer lugar a desempeñar una tarea determinada, sino a una plenitud de ser. No somos más por hacer esto o aquello sino por cómo lo hacemos. El haber restringido la “vocación” a la vida religiosa es un reduccionismo inaceptable. Cuando definimos ese camino como “camino de perfección” estamos distorsionando el evangelio. La perfección es un mito que ha engañado a muchos y desilusionado a todos. Esa perfección, gracias a Dios, no ha existido nunca y nunca existirá. Mientras seamos humanos, seremos imperfectos, a Dios gracias. Los “consagrados” constituyen un tanto por ciento mínimo de la Iglesia, pero son el noventa y nueve por ciento de los declarados “santos”. Algo no funciona. Meditación El primer paso en la vida espiritual será la búsqueda. Aunque no puedes saber lo que vas a encontrar, tienes que tener bien clara la dirección en la que debes ir. Debes conocer cómo se desplegó en Jesús lo humano y lo divino, cómo se identificó plenamente con Dios y con el hombre. Lo que es Jesús solo lo descubrirás viviendo lo que él vivió. El domingo pasado, después de Epifanía, leímos el relato del bautismo. Si hubiéramos seguido con el evangelio de Marcos, lo siguiente serían las tentaciones de Jesús. Pero, en un prodigio de zapeo litúrgico, cambiamos de evangelio y leemos el próximo domingo un texto de Juan. El cuarto evangelio no cuenta el bautismo de Jesús ni su estancia de cuarenta días en el desierto. Pero sí dice que fue a donde estaba Juan bautizando, y allí entró en contacto con quienes serían sus primeros discípulos. Para ambientar este episodio, y con fuerte contraste, la primera lectura cuenta la vocación de Samuel.
La vocación de un profeta (1 Samuel 3,3b-10.19) Samuel no es el primer profeta. Antes de él se atribuye el título a Abrahán, y a dos mujeres: María, la hermana de Moisés, y Débora. Pero el primer gran profeta, con fuerte influjo en la vida religiosa y política del pueblo, es Samuel. Por eso, se ha concedido especial interés a contar su vocación, para darnos a conocer qué es un profeta y cómo se comporta Dios con él. Literariamente, el pasaje utiliza el frecuente recurso de plantear un problema (el Señor llama a Samuel sin que este sepa quién lo llama), con dos intentos fallidos por parte del niño (dos veces acude a Elí) y la solución en un tercer momento («Habla, Señor, que tu siervo escucha»). Quien solo lea este episodio conocerá muy poco de Samuel: que es un niño, está al servicio del sumo sacerdote Elí, duerme en la habitación de al lado, y todavía no se le había revelado la palabra del Señor. No sabe que su madre lo consagró al templo de Siló desde pequeño, y que, más tarde, en virtud de su vocación profética, jugará un papel capital en la introducción de la monarquía en Israel y en la elección de los dos primeros reyes: Saúl y David. De los datos que ofrece el texto, el más interesante es la explicación de por qué Samuel confunde a Yahvé con Elí. «Samuel no conocía todavía al Señor». ¿Cómo es esto posible? Su madre lo dejó en el templo cuando era todavía un niño, vive con la familia del sumo sacerdote, ha debido de oír hablar de Yahvé infinidad de veces, escuchar su nombre en cantos y salmos. Samuel debía de tener una buena formación catequética. A pesar de todo, «no conocía todavía al Señor, no se le había revelado la palabra del Señor». Una cosa es conocer a Dios de oídas, por oraciones y lecciones mejor aprendidas, y otra muy distinta ese contacto profundo con él a través de su palabra. [Este episodio es fundamental para comprender el de Jesús en el templo con doce años. Esa edad tenía Samuel, según Flavio Josefo, cuando «todavía no conocía al Señor». Jesús, en cambio, sabe perfectamente que Dios es su Padre y que él debe entregarse por completo a cumplir sus planes.] Cabe el peligro de centrarse en la figura de Samuel y pasar por alto lo mucho que dice el texto a propósito de Dios. Ante todo, no comunica su voluntad al pueblo directamente, se sirve de una persona concreta. Al mismo tiempo, se revela como un ser extraño, desconcertante, que elige para esta misión a un niño de pocos años y parece jugar con él al ratón y al gato, haciendo que se levante tres veces de la cama antes de hablarle con claridad. Además, ese Dios que más tarde se revelará como un ser cercano al profeta, acompañándolo de por vida, se revela también como un ser exigente, casi cruel, que le encarga al niño una misión durísima para su edad: condenar al sacerdote con el que ha vivido desde pequeño y que ha sido para él como un padre. Esto no se advierte en la lectura de hoy porque la liturgia ha omitido esa sección para dejarnos con buen sabor de boca. En resumen, la vocación de un profeta no sólo le cambia la vida, también nos ayuda a conocer a Dios. Contacto de Jesús con los primeros discípulos (Juan 1,35-51) En el cuarto evangelio, Juan no bautiza a Jesús, pero dirige unas palabras a sus discípulos cuando lo ve venir. Lo que les dice se resume en tres puntos: 1) Es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. 2) Bautiza con Espíritu Santo. 3) Es el Hijo de Dios. El autor no explica ninguna de estas afirmaciones ni cuenta la reacción del auditorio. Pero, en los días siguientes, Jesús entra en contacto con Andrés y un discípulo anónimo (generalmente se piensa en Juan); Andrés le llevará a su hermano Simón Pedro; Jesús encuentra a Felipe y le ordena: «Sígueme»; y este anima a Natanael a unirse al grupo (Jn 1,35-51). Es una pena que el evangelio de este domingo se limite al encuentro con los tres primeros discípulos, porque el conjunto ofrece un mensaje muy interesante sobre la vocación. Andrés y el discípulo anónimo (1,35-39) En el primer encuentro, la iniciativa parte del Bautista que, al ver pasar a Jesús, dice de él lo mismo que había dicho en su discurso anterior: «Ese es el cordero de Dios». Entonces fue más concreto: «Ese es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo». La referencia parece clara al personaje del que habla Isaías 53: uno que salva a su pueblo cargando con sus pecados, y que, cuando lo condenan a muerte, «como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante el esquilador, no abría la boca» (vv.6-7). Así lo entendió también Lucas en los Hechos de los Apóstoles. Cuando el eunuco etíope va leyendo este texto de Isaías y le pregunta al diácono Felipe de quién habla el profeta, este aprovecha la ocasión para hablarle de Jesús. Y la primera carta de Pedro recuerda que nos han redimido «con la preciosa sangre de Cristo, Cordero sin mancha ni tacha» (1 Pe 1,19). Las palabras de Juan, más que simple información parecen contener una invitación a sus discípulos a entrar en contacto con ese personaje misterioso. Juan, con esta actitud de desprendimiento y generosidad, está anticipando lo que dirá más tarde: «Yo no soy el Mesías, sino que me han enviado por delante de él. (…) Él debe crecer y yo disminuir» (Jn 3,28.30). Y los dos discípulos, aunque quizá no entendieron claramente lo que significaba «Ese es el Cordero de Dios», sintieron gran curiosidad, lo siguen, y escuchan las primeras palabras que pronuncia Jesús en el evangelio: «¿Qué buscáis?» No es una pregunta trivial, suena a desafío. Es la pregunta que Jesús dirige a cualquier lector del evangelio: «¿Qué buscas?». Y el lector se siente obligado a pensar si ha buscado o busca algo en su vida, o si ha dejado de buscar. Los dos muchachos podrían decir, con el salmista: «Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro». Pero su respuesta es más tímida. Se dirigen a él con profundo respeto, llamándolo «rabí», y se limitan a preguntarle dónde vive. Por desgracia, no sabemos de qué hablaron desde las cuatro de la tarde en adelante. Andrés y Simón Pedro (1,40-42) De esa larga conversación cuyo contenido ignoramos, Andrés sacó la conclusión de que aquella persona era alguien más que el Cordero de Dios, o un rabí cualquiera. Así lo comunica entusiasmado a su hermano: «Hemos encontrado al Mesías». ¿Qué quería decir con esto? Ateniéndonos al cuarto evangelio, la mentalidad popular esperaba del Mesías que realizara numerosos milagros, como sugiere la gente de Jerusalén: «¿Cuándo venga el Cristo, hará más signos de los que este ha hecho?» (Jn 7,31). En esta línea prodigiosa, otros piensan que «el Mesías permanecerá para siempre» (Jn 12,34). Sin embargo, el título de Mesías tenía por entonces una fuerte carga política, como se advierte en los Salmos de Salomón 17 y 18, de origen fariseo, procedentes del siglo I a.C. Es posible que esto fuera lo que más entusiasmara a Andrés e intentara transmitir a su hermano Simón Pedro. La pretensión de haber encontrado al Mesías la considerarían absurda muchos judíos. Los fariseos llevaban más de un siglo pidiendo a Dios que enviara a su Rey Mesías. ¿Iba a encontrarlo precisamente este pobre muchacho galileo? Sin embargo, su hermano le hace caso y marcha al encuentro de Jesús. Tiene lugar entonces una de las escenas más misteriosas. Cuando Andrés y Simón Pedro llegan ante Jesús, el evangelista introduce una pausa que crea fuerte tensión: «Jesús se le quedó mirando». ¿Qué siente Jesús al ver a Simón Pedro? ¿Qué experimenta este al verse examinado por Jesús? Una vez más, el evangelista omite cualquier comentario. Jesús no lo saluda. No le pregunta qué busca. No necesita que Andrés se lo presente. Él sabe quién es y quién es su padre. Inmediatamente, con una autoridad suprema, le cambia el nombre por Cefas, sin explicarle por qué se lo cambia ni qué significa ese nombre. Simón Pedro, a remolque de su hermano Andrés, acude a Jesús pensando encontrar en él al Mesías. Y este, en vez de entusiasmarlo con un discurso o un milagro, lo mira fijamente y le cambia el nombre, que es lo más personal que tenemos. Para un judío, el nombre y la persona se identifican. Lo que advierte Simón es que ese personaje está disponiendo de él sin consultarlo ni pedirle permiso. Sin embargo, no reacciona, no pide una explicación ni se rebela. Quien no lo conozca, imaginará a Simón como un muchacho tímido y callado. Veremos que no es así. La escena simboliza el poder de Jesús sobre Simón y una cierta predilección por él, ya que es el único al que le cambia el nombre. El lector del cuarto evangelio sabe, desde este momento, que deberá conceder gran importancia a este personaje. Dos relatos parecidos y diversos El contraste entre el evangelio y la vocación de Samuel es enorme. Esta ocurre en el santuario, de noche, con una voz misteriosa que se repite y un mensaje que sobrecoge. En el evangelio todo ocurre de forma muy humana, normal: un boca a boca que va centrando la atención en Jesús, cuando no es él mismo quien llama, como en el caso (que no se ha leído) de Felipe. Y las reacciones abarcan desde la simple curiosidad de los dos primeros hasta el escepticismo irónico de Natanael, pasando por el entusiasmo de Andrés y Felipe. Pero hay también elementos parecidos. 1. En ambos relatos, la vocación cambia la vida. En adelante, «el Señor estaba con Samuel», y los discípulos estarán con Jesús. Este cambio se subraya especialmente en el caso de Pedro, al que Jesús cambia el nombre. 2. La vocación revela a Dios en el caso de Samuel, y a Jesús en el caso de los discípulos. Cada vocación aporta un dato nuevo sobre la persona de Jesús, como distintas teselas que terminan formando un mosaico: Juan Bautista lo llama «Cordero de Dios»; los dos primeros se dirigen a él como Rabí, «maestro»; Andrés le habla a Pedro del Mesías; Felipe, a Natanael, de aquel al que describen Moisés y los profetas, Jesús, hijo de José, natural de Nazaret; y el escéptico Natanael terminará llamándolo «Hijo de Dios, rey de Israel». Es una pena que la mutilación del texto impida captar este aspecto. La liturgia nos sitúa al comienzo de la actividad de Jesús. Lo iremos conociendo cada vez más a través de las lecturas de cada domingo. Pero no podemos limitarnos a un puro conocimiento intelectual. Como Samuel y los discípulos, debemos comprometernos con Dios, con Jesús. «Yo esperaba con ansia al Señor» (Salmo 39) El Salmo elegido para el día de hoy comienza con las palabras: «Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito. Me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios» (Sal 39,2). Más que a Samuel, estas palabras se aplican a los futuros apóstoles. Esperaban con ansia al Señor, y por eso han acudido a escuchar a Juan Bautista. Pero el Señor no se ha limitado a poner en sus bocas un canto nuevo. Los ha tomado completamente a su servicio. En aquel tiempo, bastantes años después de la muerte de Jesús, el grupo de seguidores de Juan Bautista seguía creciendo. Con espíritu misionero habían extendido la doctrina de su maestro por muchos lugares. En Éfeso habían bautizado a parte de la población “con el bautismo de Juan”; el de Jesús ni se conocía.
Para muchas comunidades cristianas la situación era preocupante. La figura del Bautista, tras ser decapitado por Herodes, se había ido agrandado, hasta el punto de que en algunas zonas eclipsaba a Jesucristo, muerto y resucitado. ¿Qué podían hacer? El autor del cuarto evangelio puso su granito de arena. En su relato, dejó a un lado la infancia de Jesús y comenzó su evangelio con un himno muy significativo para las comunidades. En ese himno se afirmaba que el Verbo no solo estaba junto a Dios, sino que era Dios; ese Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Sin embargo, Juan Bautista solo era testigo; él no era la luz, sino que daba testimonio de la luz. Como Isaías, era voz que clamaba en el desierto, pero no era la Palabra hecha carne. No nombró el bautismo de Jesús, ni quiso resaltar la figura del Bautista en ningún lugar de su evangelio, al contrario, Jesús debía crecer, y él debía menguar (Juan 3, 28-30). El evangelio de este domingo nos presenta un ejemplo de cómo Juan daba testimonio. Cuando ve pasar a Jesús dice: “Este es el Cordero de Dios”. ¿No se saludan? ¿No se produjo un encuentro entre los dos? Lo que importa no es lo que pudo ocurrir, o no, desde el punto de vista histórico, sino el papel de Juan “introduciendo” o presentando la figura de Jesús. Pero ¿cómo pudo decir esta frase que se formuló muchos años después? Es como si nos dijeran que alguien habló del Covid 19 hace 50 años. Imposible. Llamar a Jesús “Cordero de Dios” es una expresión (confesión de fe) que las comunidades cristianas acuñaron tras la experiencia de Pascua, en un proceso lento y muy elaborado. El evangelista no nos ha querido engañar. Simplemente ha dejado a un lado la perspectiva histórica para ofrecer una catequesis, un relato de vocación sobre el seguimiento de Jesús. En este contexto, tiene sentido el texto: los discípulos de Juan le abandonan para buscar algo nuevo junto a Jesús. No importa que le siguieran en ese mismo momento, o no. Esas decisiones repentinas que encontramos varias veces en el Evangelio nos indican (al estilo judío) que es una decisión importante, no necesariamente inmediata. Es decir, la búsqueda conduce a dos discípulos de Juan hacia Jesús, para convivir con él. Y el “lugar” en el que habita Jesús expresa cómo vive su escala de valores. El evangelio nos recuerda en diferentes pasajes ese “lugar existencial”: era itinerante, no tenía dónde reclinar su cabeza, algunas mujeres le sostenían con sus bienes y estaba rodeado de personas marginadas y pecadoras. Una vergüenza en su tiempo. ¿Merecía la pena seguir a un Rabí, a un Maestro que vivía de ese modo? Los dos discípulos dan testimonio de que merece la pena seguirle y animar a otras personas a hacerlo. En otros relatos de vocación, Jesús es el que llama. En este nos muestra la importancia de buscar y experimentar. Nos invita a aguzar el oído y mirar atentamente. A tomar en serio nuestras búsquedas, fuera de nosotr@s y en nuestro interior. A leer los signos de los tiempos, como brújulas que nos orientan. A buscar como zahoríes los manantiales de agua viva que brotan en nuestras entrañas. Nos habla de la hora undécima, quizá se refiere a las cuatro de la tarde, cuando el día ya declinaba y era hora de recogerse y volver al hogar. No olvidemos que el día empezaba al amanecer, con la salida del sol. Los dos discípulos reconocen que ese día ha merecido la pena ¡porque han encontrado a Cristo, al Mesías! La experiencia les ha dejado una huella tan honda que no quieren olvidar esa hora, ese Kairós. ¿Qué horas recordamos? ¿Las de los partos? ¿Las de algunos encuentros inolvidables? ¿La de la muerte de algún ser querido? Cada encuentro con Jesús “deja una huella en nuestro tiempo”, nos marca un antes y un después… A menos que pasemos superficialmente por esos encuentros o a carrera limpia. Y cada encuentro con Jesús hace más denso y comprometido el encuentro con cada hermano y hermana. Era habitual en las primeras comunidades que el bautismo llevara aparejado un cambio de nombre, sobre todo cuando dejaban a un lado un nombre pagano y asumían el de alguien que había muerto como mártir de la fe. El evangelista nos dice que el encuentro entre Jesús y Pedro fue tan hondo que le cambió la identidad, fue como un segundo nacimiento. Aunque ese cambio lo fuera experimentando a lo largo de los años. Algo similar ocurre en las experiencias de enamoramiento, cuando alguien dice: “Desde que conocí a…, mi vida cambió totalmente”. Hoy podemos preguntarnos: ¿Con qué nombre o título presentamos o anunciamos a Jesús? ¿Cómo experimentamos su mirada? ¿La sostenemos o la rechazamos? ¿Cómo miramos al mundo, con la mirada de Jesús? ¿Qué nombre nuevo recibimos? ¿Cómo expresa ese nombre nuestra misión, en un mundo injusto y desigual? ¿Cómo y con quién compartimos lo que encontramos, la perla preciosa? Una vez más en España se está librando una lucha de clases sin llegar (todavía) a su forma más grave que es la guerra civil. Las dos formaciones políticas que integran el gobierno están en franca minoría en diversos aspectos respecto a sus, cada día que pasa, más enemigos que adversarios dispuestos a todo. Una situación institucional, la del gobierno, que está gravemente debilitada por tres datos. Uno son las diferencias internas ideológicas relacionadas con la moderación y la radicalidad, entre las dos formaciones que integran el gobierno.
El otro es la irrupción de una pandemia apenas un mes después de constituirse gobierno, cuando todavía no había siquiera aterrizado su presidente en la Moncloa. Y el tercero, las delicadas circunstancias que rodean a esa pandemia, que han de ocasionar un atroz desgaste a la mejor voluntad, de éste y de cualquier gobierno. Todo ello, cada vez de manera más persistente, evoca esas escenas de animales en actitud depredadora tan abundantes ahora en la Red: una manada de hienas acosando hasta su muerte a un león herido, tres o cuatro leones mareando hasta agotarle y después devorarle a un cocodrilo… Situaciones similares que conectan, incluso visualmente, con las siguientes circunstancias: una parte gruesa del funcionariado de la Administración del Estado, casi la totalidad de los medios de comunicación oficialistas, la banca, la ceoe, la alta magistratura, la patronal, los mandos de la guardia civil y los mandos de las distintas policías autonómicas y locales… si no están a favor descaradamente de los partidos de la derecha y de la ultraderecha, tampoco parecen estar a favor de quienes componen este gobierno, o de la parte del mismo más bizarra. Pero, y esto es lo más grave, es que tampoco parecen dispuestos a secundar el espíritu reformador que más de media España venía esperando desde 1978. No nos engañemos. España está condenada, no a ser gobernada, sino a ser trajinada toda su historia por sus efectivos y permanentes propietarios. Antes por los señores feudales, luego por la burguesía, siempre por los caciques y ahora por los franquistas que son los que retienen sus privilegios vía genética y sus propiedades vía ideológica. El máximo exponente de esa prevalencia son dos diputados marqueses en el parlamento español. El uno vegeta en las filas de la extrema derecha, y la otra en las de la derecha oficial que cada vez se funde más con la radicalidad que hasta ayer distinguía a los dos partidos. En todo caso, no hay tregua. Lo dijeron nada más ser investido presidente de gobierno el actual: “os vamos a freír a querellas y denuncias”, más o menos se les oyó decir… Y acabarán por abatir, sino a tiros sí por agotamiento de la estrategia que un ejército de ladrones, de tramposos, de engañadores y de necios ha de producir en todo aquél que con la voluntad de superar los fantasmas del franquismo presentes desde el primer día de la Constitución, intente situar a España en otro peldaño más cerca de Europa y aminorar la endémica injusticia que reina en ella entre los que lo tienen todo y los que carecen de todo. Cuando en Europa apenas se nota, en España la lucha de clases continúa… "Os aseguro que si dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos." (Mt.18, 20). Como preparación de la Navidad hace tiempo que me propuse profundizar algún tema que me ayude a mejor visualizar este "Dios hecho carne viviendo en medio de nosotros" (Juan 1,14). Un Dios que desde su primera venida no ha dejado de sorprendernos viniendo allí donde no lo esperábamos: una cueva, un pueblo perdido, un pesebre… lo que no es sorpresa y sabemos bien, es que este año una vez más viene a compartir nuestras historias y sufrimientos: "no tenemos un Jesús incapaz de compadecerse de nuestras flaquezas, sino que de manera parecida a nosotros, ha sido probado en todo, excepto en el pecado y por ello, puede concedernos, la ayuda que necesitamos" (Hb 4, 15-16). ¿De qué va a disfrazarse este año pidiendo acogida?: ¿tomará el disfraz de un desplazado?; ¿el de un parado?; ¿el de un enfermo?; ¿el de un…?, ¡sabe Dios! ¿Sabremos reconocerlo? ¿Y si fuera el disfraz de un Dios ENFERMO que viene a compartir nuestras ‘Unidades de Cuidados Intensivos '(UCI)?
A nivel mundial estamos sufriendo un virus del que creíamos que su visita sería de corta duración y hay que rendirse a la evidencia; ya se comienza hablar de una posible tercera ola: ¿Y si escucháramos lo que este bicho, nos quiere decir? Imagino vuestra reacción: "no por favor, ya estamos hartos de que nos hablen del Covid-19" ¡Lo comprendo!, sin embargo, no puedo dejar de deciros que la respuesta global que le estamos dando desde los niveles político, económico, social y también eclesial no me gusta nada. Cuando veo que la única preocupación desde estos estamentos, no es otra que la de "recuperar la nueva normalidad", sencillamente me digo: "¡no vamos bien!" La realidad es esta: en medio de la pandemia, al ver cómo la naturaleza retomaba sus espacios, la onda de solidaridad que todo ello despertó, etc… La mayoría de entre nosotros llenos de optimismo, nos decíamos: "nada será como antes" pero una vez deconfinados vemos que para una gran mayoría la única preocupación es el "volver a lo de antes"; el "volver a lo de siempre." Pero, decidme: ¿alguien puede aceptar como "normal" que a diario la gente se ahogue en el mar?; ¿que nos hayamos acostumbrado a hablar de un primer y de un cuarto mundo hasta el punto de que ya no son noticia ni el hambre, ni la muerte de niños por una simple diarrea? ¿Cómo vamos a terminar con la pandemia si hay países que acumulan entre 7 y 9 veces más sus dosis necesarias dejando de esta manera en la cuneta a multitud de países pobres que solo podrán vacunar uno de cada diez de sus habitantes? ¿Quién puede aceptar como "normal" el hecho de ver cómo la mentira, la corrupción y la difamación son moneda de cambio en nuestros Parlamentos?; ¿que en pleno siglo XXI se siga cerrando en prisión a personas por sus ideas o reivindicaciones? Más que "normal": ¿no es "escandaloso" el hecho de ver que se emplea más tiempo en construir muros que en construir puentes o hospitales? ¿Encerrar a millones de desplazados en campos insalubres; dilapidar los impuestos del contribuyente en armas para preparar la guerra; matar nuestra 'Madre Tierra'… y así, un largo etc.: ¿será esto "normal"? "¿Recuperar una nueva normalidad?" "¡No!, ¡no gracias!" Con todo, me limitaré a hablar de los efectos de la pandemia sólo desde el nivel eclesial y como miembro activo que soy de esta iglesia me gustaría poder ayudar a la reflexión; esta es la única razón por la que me he decidido a hablaros de ello. Me hago una multitud de preguntas de las que intuyo algunas posibles salidas pero mi sueño es que juntos, desde una reflexión eclesial serena con todo el pueblo de Dios, encontremos las respuestas adecuadas que nos marquen el camino a recorrer. Para empezar la reflexión, debo deciros que siento una gran pena cuando leo cosas parecidas a estas: "Nosotros tenemos la gracia, como curas que somos, de celebrar en este periodo de confinamiento”; o cuando en la plena primera ola del Coronavirus, en nombre de la "libertad religiosa", algunos de nuestros responsables reclamaban abrir los templos; o también cuando tímidamente nuestras iglesias empezaron de nuevo a abrir sus puertas y la gente aún traumatizada y con el miedo en el cuerpo, incrédula escuchaba a algunos obispos subrayar: "la obligación dominical", recordándonos "que la dispensa de no asistir a la misa dominical ya se había acabado". Mal andamos cuando reducimos la religión a lo permitido, lo prohibido o lo obligatorio… ¿no os parece? Nos hemos acostumbrado a privilegios y exacciones. En esta salida gradual del confinamiento, no acabo de imaginarme qué hubiera pasado si en muchos de los países dichos católicos hubiéramos tenido que adoptar la medida que tomaron una gran mayoría de países musulmanes: mezquitas (iglesias) abiertas los días laborables y cerradas los viernes (domingos)… simplemente habríamos puesto el grito al cielo al comprobar lo que todos sabemos: nuestras iglesias, a pesar de tener sus puertas abiertas a lo largo de la semana, seguirían vacías y el día que podríamos tener gente: puertas cerradas! ¿Y si el Covid-19 nos regalara el poder hacer una nueva lectura de nuestras prácticas cultuales? El papa Francisco nos pide que “desconfinemos” a Jesús: «hoy Jesús llama desde dentro de la Iglesia para salir hacia afuera.» ¿Seremos capaces de abrirle de par en par las puertas? Vivo en el Assekrem (Sur de Argelia), en pleno desierto del Sáhara, y mi fraternidad vecina de Tamanrasset (80 km.) desde el mes de marzo del 2019 no tiene sacerdote, eso significa pasar meses enteros sin eucaristía, pero, "por los frutos los conoceréis," nos dice Jesús: ¿no será más importante ser eucaristía, pan y vino para tanta gente que reclama su presencia? ¿Quién puede poner en duda que mis hermanos son una verdadera fraternidad eucarística y samaritana? Otras fraternidades a lo largo del mundo a pesar de tener algún hermano sacerdote en casa, por solidaridad con el común de los fieles decidieron no celebrar ninguna eucaristía hasta que abrieran las parroquias. Es un hecho que, a lo largo de la pandemia, las misas se multiplicaron en las plataformas digitales. Yo mismo, estando solo como estaba, cada mañana me conectaba a las eucaristías que el papa Francisco celebraba en Santa Marta: cortas, sin adornos y con unas homilías que me alimentaban… pero, llegaba la hora de la comunión y debo deciros que sentía en mi interior un cierto desgarrón, como si algo estuviera fuera de lugar y chirriara, era cuando el papa nos invitaba a hacer la «comunión espiritual». Sentía malestar al ver cómo algunos como yo - curas y obispos - teníamos el privilegio de celebrar y comulgar, mientras que la gran mayoría era excluida. Este malestar aumentó aún en mí interior cuando recibí dos consultas en la misma dirección: la una venía de una amiga y la otra de una familia - debo aclarar que entre ellos no se conocían -. El hecho es que, ellos como yo, ponían el pan y el vino sobre la mesa, y en virtud del 'sacerdocio común de los fieles' a la hora en que el papa consagraba ellos también pronunciaban las palabras de la consagración y comulgaban: "¿Es válido?", me preguntaban… Ironías de la historia, Carlos de Foucauld pasó un largo tiempo sin poder celebrar la Eucaristía por falta de asamblea ("me es muy duro pasar la Navidad sin misa," escribía) no podemos olvidar que la Iglesia se mantuvo fiel durante siglos en muchos lugares a pesar de no tener clero, mientras que hoy, los sacerdotes podemos celebrar sin la comunidad, pero la comunidad (familia) para celebrar necesita de nosotros. ¿No habrá algo que no acabamos de hacer bien? ¿Y si esta pandemia fuera un punto de inflexión? ¿Y si nos decidiéramos a no perder el tren? Cada vez son más los teólogos, liturgistas, eclesiólogos, sociólogos, etc., que hacen reflexiones parecidas a estas: "… Viaja por Internet un chiste que explica bien lo que quiero expresar. Más o menos dice así: el Diablo, feliz, le dice a Dios: «Con el Covid te he cerrado todas las iglesias» y, a Dios de responderle: «Que va,, todo lo contrario, gracias al Covid abrí una iglesia en cada casa». Está claro que no quiero que las iglesias se cierren definitivamente; sin embargo, ¿de qué sirven las iglesias sin la iglesia de la fe vivida por cada cristiano, sin las «iglesias domésticas» en cada casa y familia? (…) Es urgente repensar lo que la Iglesia es realmente, ante todo el conjunto de todos los bautizados. la Iglesia primitiva, era «la Iglesia doméstica», que se reunía en una casa grande de algún cristiano o cristiana y el que presidía era el dueño o la señora de la casa donde celebraban la memoria de Jesús haciendo lo que él mandaba: dar la bendición y compartir el pan y el vino, recordándolo en acción de gracias, como significa la palabra Eucaristía (…) en este contexto, es urgente que el clero medite sobre su misión y su lugar en la Iglesia y en el mundo de hoy. Es necesaria una conversión radical, para que la Iglesia deje de ser clerical, piramidal y pase a ser participativa, en círculo, comunitaria, poniendo los carismas de cada uno al servicio de todos. Hombres o mujeres, casados o no, porque Jesús no impuso el celibato.” (Anselm Borges, teólogo portugués en Religión Digital del 05/08/2020). Y yo no puedo evitar el hacerme más y más preguntas: Este largo tiempo de pandemia con su segunda ola incluida: ¿no podría ser una oportunidad que se nos brinda de poner las cosas en su sitio? No se trata de caer en la trampa del dualismo: ¿“iglesias domésticas” o “asambleas en el templo”?; ¿“con” o “sin” sacerdotes? Estoy convencido de que lo mejor sería acoger la inclusión: “el templo y las iglesias domésticas”; “con y sin sacerdotes”. Creo con toda el alma que esto podría dinamizar nuestra fe, nuestras liturgias a la vez, nuestra iglesia ganaría en credibilidad. El papa Francisco, denuncia a menudo el "clericalismo" como una de las grandes plagas de la iglesia de hoy: ¿Y si nos decidiéramos a ponerle remedio enriqueciéndola con la multitud de carismas que suscita el Espíritu y haciendo de nuestros encuentros un gran recinto participativo donde todos se sintieran co-responsables? Pienso que es demasiado pronto para responder a estas preguntas o similares… pero, sí que podríamos empezar a reflexionar: ¿no os parece? La realidad es esta: al menos aparentemente hemos vuelto a abrir las iglesias como si nada hubiera pasado y a imagen y semejanza del mundo político y económico, se diría que la única preocupación eclesial hoy no parece ser otra que la de poder recuperar la "normalidad." Deseo que en un futuro no muy lejano, este hecho del Covid-19 despierte una reflexión eclesial seria, profunda y participativa del “qué” y del “cómo” celebramos y vivimos nuestras eucaristías. Para terminar, deciros que no puedo ni quiero ignorar el gran sufrimiento que algunos de vosotros habéis vivido a lo largo de esos meses con pérdidas de seres queridos de la familia, del vecindario o cercanos: mi pésame y solidaridad más sinceros!; sin olvidar tampoco los que habéis perdido el trabajo, por culpa de ese Covid… pero, como dice el refrán popular, portador siempre de una gran sabiduría: "Mientras hay vida, hay esperanza”, y es lo último que podemos perder. Sí; no podemos de ninguna manera “desesperar” o sea: “dejar de esperar”, de confiar en que una nueva Iglesia, un mundo mejor y una vida personal renovada…son posibles. Todo dependerá de la respuesta que tú, yo y todos nosotros demos a lo largo de la post-pandemia. ¡Feliz Navidad a todos y a todas! Deseo con todo mi corazón que Jesús visite vuestras familias y hogares y, ya sabéis, para que eso sea posible: "con dos o tres reunidos en su nombre" es suficiente para que Él se haga presente. Nadie puede confinarle. Los finales año así como los principios del siguiente son momentos propicios para dar gracias a Dios de una manera especial. Es verdad que 2020 ha sido un año especialmente negativo para casi toda la población, que hemos soportado una pandemia mucho más grave de lo que al principio se pensaba. El mundo entero ha visto como la noticia principal era el seguimiento de contagios y muertes y los esfuerzos por minimizar la realidad. Así las cosas, no pocos cristianos ni se han parado a pensar en lo positivo que ha ocurrido en sus vidas, abrumados como estaban por esta tragedia comunitaria que ha impactado sin tregua en la salud y la economía.
Pues bien, la primera buena noticia para dar gracias a Dios es la vacuna. No va a ser el antídoto que elimine el virus pero es un punto de inflexión radical a la hora de domeñar la pandemia y sus efectos. Ha sido un tiempo record el que ha logrado la comunidad científica en lograrla, como nunca antes se había logrado en tan pocos meses. Y no solo una, sino varias. La segunda excelente noticia, es que vivimos en una zona del mundo donde tiene dinero para pagarla. El Papa, siempre atento a los más desvalidos, ha dicho alto y claro que “No podemos dejar que el virus del individualismo radical nos venza y nos haga indiferentes al sufrimiento de otros hermanos y hermanas”. Que “las leyes del mercado y las patentes” no se antepongan a “las leyes del amor y de la salud de la humanidad” a la hora del reparto de las inyecciones para frenar el virus. Sin ningún mérito por nuestra parte, el haber nacido “aquí” en lugar de “allí” supone tener acceso a unidades especializadas en la covid-19, atención médica y vacunas. No deja de haber motivos de preocupación, pero hagamos sitio al agradecimiento y oración de petición por los que peor lo tienen, solidarizados en su realidad mucho menos favorable. Que no nos coma el veneno de la indiferencia, la falta de solidaridad y el agradecimiento por los dones recibidos sin ningún mérito por nuestra parte. Esta realidad dolorosa de la pandemia es una buena piedra de toque para detenernos a reflexionar sobre lo que diariamente no damos gracias a Dios, sencillamente porque lo consideramos lo más normal del mundo... aunque muchos millones de personas lo perciben como una quimera. Me refiero a lo que para muchos de nosotros son pequeñas cosas de cada día y para otros muchos son estadios de bienestar inalcanzables o que hace tiempo han dejado de experimentar: un café caliente antes de ir a trabajar, una lectura gratificante, un fin de semana para descansar, una familia a la que amar, ropa, calzado, amistades, vacaciones, tres comidas al día... Como afirma David Steindl-Rast. Una vez que dejamos de darlo todo por sentado, nos sorprendemos de todo lo que nos rodea, lo cual nos lleva a ser más agradecidos. La sorpresa es el punto de partida de la gratitud. Para este monje benedictino nonagenario, “atrapado” por la pandemia en Argentina desde hace meses, es obvio que si queremos ser felices, hay que ser agradecidos. La idea de gratitud está en el corazón de todas las religiones pues la gratitud es una experiencia que nace en el corazón de los seres humanos cuando descubrimos que la vida es un don, que el estar vivos es un regalo. Si lo que nos toca vivir no es algo de lo que podemos estar agradecidos, como por ejemplo la pobreza humana, la violencia, una traición de un amigo, la destrucción de la naturaleza o ver la corrupción de ciertos políticos, no estaremos agradecidos por estos hechos, pero sí por la oportunidad que nos da la vida en ese momento para hacer algo. El momento presente es un regalo. Y el regalo no es la situación no deseada, sino que es la oportunidad de poder hacer algo con ella. Demos gracias a Dios como oración recordando lo que nos parece un derecho diario al que no prestamos la mínima atención hasta que nos falta en actitud de escucha al Espíritu para ver lo que puedo hacer con todo eso que ya poseo y otros, quizá a mi alrededor, no tienen. Y desde esta reflexión, los mejores deseos para 2021, que valoremos la botella medio llena y tratemos de compartirla con el corazón agradecido. |
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