Los judíos hablaban con orgullo de la Ley de Moisés. Era el mejor regalo que habían recibido de Dios. En todas las sinagogas la guardaban con veneración dentro de un cofre depositado en un lugar especial. En esa Ley podían encontrar cuanto necesitaban para ser fieles a Dios.
Jesús, sin embargo, no vive centrado en la Ley. No se dedica a estudiarla ni a explicarla a sus discípulos. No se le ve nunca preocupado por observarla de manera escrupulosa. Ciertamente, no pone en marcha una campaña contra la Ley, pero ésta no ocupa ya un lugar central en su corazón. Jesús busca la voluntad del Dios desde otra experiencia diferente. Le siente a Dios tratando de abrirse camino entre los hombres para construir con ellos un mundo más justo y fraterno. Esto lo cambia todo. La ley no es ya lo decisivo para saber qué espera Dios de nosotros. Lo primero es "buscar el reino de Dios y su justicia". Los fariseos y letrados se preocupan de observar rigurosamente las leyes, pero descuidan el amor y la justicia. Jesús se esfuerza por introducir en sus seguidores otro talante y otro espíritu: «si vuestra justicia no es mejor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de Dios». Hay que superar el legalismo que se contenta con el cumplimiento literal de leyes y normas. Cuando se busca la voluntad del Padre con la pasión con que la busca Jesús, se va siempre más allá de lo que dicen las leyes. Para caminar hacia ese mundo más humano que Dios quiere para todos, lo importante no es contar con personas observantes de leyes, sino con hombres y mujeres que se parezcan a él. Aquel que no mata, cumple la Ley, pero si no arranca de su corazón la agresividad hacia su hermano, no se parece a Dios. Aquel que no comete adulterio, cumple la Ley, pero si desea egoístamente la esposa de su hermano, no se asemeja a Dios. En estas personas reina la Ley, pero no Dios; son observantes, pero no saben amar; viven correctamente, pero no construirán un mundo más humano. Hemos de escuchar bien las palabras de Jesús: «No he venido a abolir la Ley y los profetas, sino a dar plenitud». No ha venido a echar por tierra el patrimonio legal y religioso del antiguo testamento. Ha venido a «dar plenitud», a ensanchar el horizonte del comportamiento humano, a liberar la vida de los peligros del legalismo. Nuestro cristianismo será más humano y evangélico cuando aprendamos a vivir las leyes, normas, preceptos y tradiciones como los vivía Jesús: buscando ese mundo más justo y fraterno que quiere el Padre.
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Después de la proclamación de las Bienaventuranzas, que convierten en “sal” y “luz” a quien las vive, empieza propiamente el “cuerpo” del Sermón de la montaña, que se va a desarrollar en tres bloques:
la “justicia nueva” del Reino, que regula la relación con los otros (5,21-48); la vivencia limpia de la religiosidad, evitando el riesgo siempre acechante de la hipocresía y el fariseísmo (6,1-18); y la invitación a una confianza radical en el Padre (6,19-7,11). Como trasfondo de todo el primer bloque, no es difícil percibir la polémica –que había ocupado un primer lugar en las Cartas de Pablo y que constituyó una de las causas de mayor enfrentamiento en las primeras comunidades- entre la “ley” y el “evangelio”. A diferencia de la postura tajante de Pablo –tal como queda magníficamente reflejada en las Cartas a los Romanos y a los Gálatas-, Mateo parece querer contentar a todos; probablemente, porque su propia comunidad se hallaba dividida a partes iguales entre partidarios de ambas posturas. En su escrito parece reflejarse la tensión entre los partidarios de seguir literalmente la ley y quienes creían que había quedado definitivamente superada. Pareciera incluso como si, en aquella comunidad, se estuviera viviendo un consenso bastante inestable. Ese enfrentamiento puede explicar la actitud de Mateo para quien, por un lado, “tiene que cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley” y, por otro, es necesario “ser mejores que los letrados y fariseos” (es decir, parece exigirse la vivencia de una “justicia” que trasciende la ley). Y es precisamente esa “justicia” –un término particularmente querido para Mateo, y que podría traducirse como “ajustarse a Dios”-, una justicia que es infinitamente superior a la “ley”, la que va a ser descrita en cinco antítesis llamativas (en el texto de hoy se abordan las tres primeras). Y resultan llamativas, no sólo por el contraste manifiesto, subrayado a veces incluso de forma hiperbólica –como veremos-, sino por el modo de presentar a Jesús, con una autoridad superior a la propia Ley, a la que radicaliza, remitiéndose únicamente a su propia persona: “Se os dijo…, pero yo os digo…”. Indudablemente, la autoridad –en el sentido más genuino de la palabra- que se desprende de esa actitud no tiene equivalente en toda la literatura bíblica. Acerquémonos ahora a las tres primeras antítesis. 1ª. ¿Sólo no matar? Tras la cita correspondiente (“No matarás”: Libro del Éxodo 20,13 y Deuteronomio 5,17), la palabra de Jesús enfatiza hasta el extremo el respeto al hermano. No sólo porque quiera eliminar hasta el insulto más pequeño –los que la versión castellana traduce como “imbécil” (raka) o “renegado” (moros) eran bastante usuales e inocuos-, sino porque coloca la relación con los otros por encima incluso de la ofrenda religiosa, es decir, por encima del Templo. Es patente cómo la religión queda “enmarcada” sanamente en una actitud amorosa hacia los demás. 2ª. ¿Sólo no adulterar? Sin duda, la expresión de Jesús (“todo el que mira a una mujer…”) suena a exageración; según el gusto oriental, la hipérbole busca provocar y descolocar al oyente. Pero aparece cargada de sabiduría. Si la tendencia característica del yo es la posesión y la apropiación, la palabra del Maestro quiere situarnos en la sabiduría de la primera de las Bienaventuranzas: son felices quienes son “pobres de espíritu”, quienes no giran en torno a las pretensiones del yo. La alusión al ojo y a la mano que son “ocasión de pecado” hay que leerla, obviamente, en clave simbólica: son los deseos y las acciones que hacen daño los que tienen que ser “cortadas”. (En la antropología semita, bien anclada en lo somático, las diferentes partes del cuerpo designan actitudes y acciones). La referencia al divorcio parece reflejar también una problemática de la comunidad de Mateo, en la que ya se habría aceptado alguna causa para el mismo: la “porneia”, que no se sabe bien cómo traducir: “prostitución”, “fornicación”, “unión ilegítima”… En cualquier caso, según los expertos, es discutible que este tema hubiera entrado en la enseñanza de Jesús. 3ª. ¿Sólo no jurar? La insistencia de Jesús en la veracidad y transparencia de la palabra es admirable. Todos los maestros espirituales han valorado siempre el hecho de expresar con sencillez la propia verdad. Y entre muchos grupos humanos no se reconocía valor mayor que el de la “palabra dada”. Sí o no: el lenguaje de la verdad es indicio de la libertad interior de quien, de una manera u otra, ha trascendido su ego. Porque el ego tiene otros “valores” por encima de la verdad, aquéllos que lo sostienen y alimentan. De ahí que sea tan hábil en la racionalización, la justificación y tantos otros mecanismos de defensa. Sin embargo, quien no tiene que “proteger” su yo (su imagen) puede mostrarse sencillamente en su verdad, con todos sus claroscuros. Y viene a descubrir que es precisamente el reconocimiento de la propia verdad la mayor fuente de descanso, paz y libertad interior… Y la actitud capaz de construir fraternidad en torno a sí, una fraternidad que sólo es posible desde la desegocentración. Sabemos que el Sermón del Monte, de Mateo 5-7, es semejante al "Sermón del llano" de Lucas 6. El de Lucas es más corto, y probablemente presenta una tradición aún más antigua. Ante este conjunto, no podemos menos de sentir una emoción profunda: así vivía Jesús, ésta era su manera de actuar, de juzgar, de sentir... Y esto era lo que intentaba vivir la primera comunidad de discípulos.
Está escrito a la manera didáctica de los Sabios de Israel, lleno de imágenes, usando frecuentemente las exageraciones del género hiperbólico, e incluso, en algunos momentos, apelando al género paradójico, con sentencias aparentemente contradictorias o falsas. Tenemos a veces el peligro de entenderlo como una serie de preceptos morales, o una proclamación de exigencias imposibles para mostrar lo pecadores que somos, o unas sentencias apocalípticas, mostrando que sólo importa lo celestial y no se puede hacer ninguna concesión a lo humano. Todo esto son interpretaciones demasiado pequeñas. Para comprenderlo bien, hay que recordar que Mateo ha reunido en un conjunto muchos dichos ("logia") de Jesús, pronunciados en ocasiones y contextos diversos. Algunas de estas ocasiones y contextos podemos encontrarlos en los evangelios. (Recordamos que Mateo reúne la enseñanza de Jesús en cinco grandes discursos, y los alterna con relatos de acción). Pero el escriba Mateo, probablemente fariseo, que escribe la fe de una comunidad muy judaica, está hecho un lío: por un lado defiende la absoluta permanencia a ultranza de toda la Ley, hasta la última coma; por otro, pone en labios de Jesús el inaceptable:” “Habéis oído que se dijo a los antepasados: … pues yo os digo: …”, que pondría los pelos de punta a cualquier observante de la Ley; y para colmo amenaza con castigos veterotestamentarios a los que no sigan las palabras de Jesús. Todo un lío, inconexo y contradictorio. Pero ese es precisamente el lío en que pone Jesús a sus oyentes: se ofrece como alternativa de Moisés. Es precioso el capítulo 6º del cuarto evangelio: Jesús pide a su auditorio expresamente que no sigan a Moisés sino a Él, porque Moisés no dio pan del cielo, pero Él - Jesús – es el verdadero pan enviado del cielo por el mismo Dios. Demasiado. El capitulo termina en una dolorosa opción: 66 Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. 67 Jesús dijo entonces a los Doce: ¿También vosotros queréis marcharos? 68 Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, 69 y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios. La misma idea se expresa, en forma aún más plástica, en Mateo 9: 16 Nadie echa un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, porque lo añadido tira del vestido, y se produce un desgarrón peor. 17 Ni tampoco se echa vino nuevo en pellejos viejos; pues de otro modo, los pellejos revientan, el vino se derrama, y los pellejos se echan a perder; sino que el vino nuevo se echa en pellejos nuevos, y así ambos se conservan. Y todo este conjunto, tan convergente, nos lleva a comprender la enorme novedad de Jesús. Da igual que pensemos que Jesús es la plenitud de lo antiguo o que lo expresemos de cualquier otra manera: lo esencial es darnos cuenta de que Jesús es algo nuevo y mucho mejor, una buenísima novedad. ¿En qué está la novedad? La novedad se empieza a expresar en otra frase del texto: “Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.” Los mejores de la Antigua Ley ni siquiera captan de qué va eso de “El Reino”. Jesús no está proclamando una “justicia” más perfecta, está pidiendo que se superen los viejos paradigmas: el temor a Dios, la retribución de “los justos”, el castigo de los pecadores, la vital importancia del templo y sus sacrificios, la diferenciación entre sagrado y profano, la elección privilegiada del pueblo y la alianza de Dios con él y no con los otros… Demasiados cambios para que aquellos oyentes de Jesús, por muy bien intencionados que fuesen, los pudieran aceptar sin más. Una lectura atenta de los Hechos de los Apóstoles nos enseñará cuánto les costó a las primeras comunidades romper los viejos pellejos, y cómo las comunidades de Jerusalén (“los de Santiago”) nunca llegaron a romperlos. (Y hay que recordar que el evangelio de Mateo nace en comunidades semejantes a esas). Nuestro texto ofrece hoy tres ejemplos concretos: no matarás no cometerás adulterio la ofrenda ante el altar. Y los tres muestran líneas de ruptura de Jesús. Los dos primeros, típicos de Jesús: cumplir la Ley no es suficiente. Es el corazón, el deseo, la mentalidad, lo que importa. Puede ser que no mates, que no cometas adulterio… porque no te atreves, pero lo deseas, y lo harías si pudieras: en tu corazón eres asesino o adúltero. Es santo y bueno presentar una ofrenda ante el altar, pero reconciliarte con tu hermano está antes que eso. A Jesús le importa primero el corazón y luego las obras, no al revés. A Jesús le importa la fraternidad y sólo después el culto…. Y eso quiere decir que “os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos”. “Los del reino” aceptan todo lo de Jesús, no pretenden ante todo ser "santos irreprochables", sino ser útiles a los demás, no se conforman con cumplir mandatos exteriores, sino convierten su corazón, saben que Dios es perdón, se sienten perdonados, y por tanto son capaces de perdonar todo, pueden renunciar a cualquier cosa querida, porque el Reino les importa más... Y esto no se puede mandar por ley, es evangelio = buena noticia El Sermón del Monte no es Ley sino Evangelio. Esta es la diferencia entre la Ley y el Evangelio: la Ley deja a la persona sus propias fuerzas, le pone preceptos que ha de esforzarse en cumplir, le amenaza, le premia, le exige esforzarse...; el Evangelio la coloca ante el don de Dios, le hace conocer a su Padre, le convierte en hijo, lo cambia por dentro... y ya no tiene que mandarle nada. : "Estás perdonado, eres hijo, conoces a tu Padre. Perteneces al Reino, has dicho sí a Jesús. Eres libre, porque eres hijo, eres responsable de tus hermanos. No te perteneces, eres para todos, eres la sal. Vive, pues, en la gratitud, y en la alegría, responde a tu Padre, sé hijo, sé hermano. Tu Padre te querrá siempre, bueno o malo, pero necesita tu ayuda". Jamás se ha visto semejante revolución en el mundo de las religiones. Tanto que incluso la Iglesia, veinte siglos después, no acaba de digerir las Palabras, las Bienaventuranzas, las Parábolas de Jesús, y retorna, una y otra vez, a la legalidad y al temor del Antiguo Testamento. Seguimos en el sermón del monte de Mateo. La lectura de hoy afronta un tema complicado para los primeros cristianos que eran todos judíos. Cómo armonizar la predicación y la praxis de Jesús con la Ley, que para ellos era lo más sagrado.
Como en el caso de las bienaventuranzas no se trata de examinar casos concretos sino de descubrir el nuevo espíritu que tiene que abrirnos un horizonte nuevo en nuestra religiosidad. Hace muy pocos años, confesaba yo a un niño que acababa de hacer la primera comunión. Empezó su confesión diciendo: “No, robar no robo. No, matar no mato”. Se me cayó el alma a los pies. Habéis oído que se dijo... pero yo os digo… No matarás... El que se enfade con su hermano será condenado No cometerás adulterio... El que mira con malos deseos a una mujer. No jurarás en falso... No juréis en modo alguno. Ojo por ojo y diente... No os enfrentéis al que os hace mal. Ama a tu prójimo y odia... Amad a vuestros enemigos. Lo primero que tenemos que tener en cuenta es que Dios no ha dado nunca ninguna ley a nadie. El montaje que hace el libro del Éxodo de las Tablas de la Ley, no es más que eso: un montaje. El verano pasado se salió una persona de la iglesia por oírme decir que Dios no había dado ninguna tabla de piedra a Moisés. Es una pena, pero ese es el nivel de formación de la mayoría de los cristianos. Si Jesús y los primeros cristianos hubieran tenido la misma idea de la Biblia que muchos cristianos de hoy tienen, no se hubieran atrevido a rectificarla. Cuando hablamos de ley de Dios, no queremos decir que en un momento determinado, Dios haya comunicado directamente a un ser humano su voluntad en forma de preceptos, ni por medio de unas tablas de piedra, ni por medio de palabras. Dios no se comunica a través de signos externos, sino a través del ser. La voluntad de Dios no es algo distinto de su esencia. Los genitivos referidos a Dios, no significan nunca posesión: Dios no posee nada, simplemente es. Dios sólo puede comunicar su voluntad a través del ser en la creación. En todos los seres está la impronta de Dios. Esa presencia es su “voluntad” Si fuésemos capaces de bajar hasta lo hondo del ser y comprenderlo en lo esencial, descubri ríamos allí esa voluntad de Dios; ahí me está diciendo lo que quiere y espera de mí. La voluntad de Dios no es nada distinto o añadido a mi propio ser, no me viene de fuera, sino que está siempre ahí. Pero por vivir fuera de nosotros, no somos capaces de verla. Esta es la razón por la que tenemos que echar mano de lo que nos han dicho algunos hombres que sí fueron capaces de bajar hasta la impronta de su ser y descubrir lo que Dios espera de un ser humano. De esta manera nos llega de fuera lo que tenía que venir de dentro. Para nosotros el caso paradigmático de este provecho de la experiencia de otra persona, es Moisés. Utilizando todos los medios que tenía a su alcance, supo descubrir lo que era bueno para el pueblo que estaba tratando de aglutinar, y por tanto lo que era bueno para cada uno de sus miembros. No es que Dios se le hubiera manifes tado de una manera especial, es que él supo aprove char las circunstan cias especia les para profundi zar en su propio ser. La expresión de esta experiencia es voluntad de Dios, porque lo único que Él quiere de cada uno de nosotros es que seamos nosotros mismos, es decir que lleguemos al máximo de nuestras posibilidades. ¿Qué significaría entonces cumplir la ley? Algo muy distinto de lo que estamos acostumbrados a pensar. Una ley de tráfico, se puede cumplir perfectamente sólo externamente, aunque esté convencido de que el "stop" está mal colocado, yo lo cumplo y consigo el objetivo de la ley, que no me la pegue con el que viene por otro lado y evitar una multa. En lo que llamamos ley de Dios, las cosas no funcionan así. El objetivo de esta ley es el cambio profundo de mi ser hasta adecuarlo a lo que Dios espera de mí. Si no descubro que eso que la ley me ordena, es lo que exige mi propio ser; es decir, si no interiorizo ese precepto hasta el punto de dejar de ser precepto y convertirse en convencimiento total de que eso es lo mejor para mí, el cumplimiento de la ley me deja como estaba, no me enriquece ni me hace mejor. Fijaros en lo que dice Jesús en el evangelio, "si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos". Ellos cumplían la ley escrupulosamente, pero solo externamente, y eso no les hacía mejores sino mezquinos. Desde esta perspectiva, podemos entender lo que Jesús hizo en su tiempo con la Ley de Moisés. Si dijo que no venía a abolir la ley, sino a darle plenitud, es porque muchos le acusaron de saltarse la Ley de Moisés a la torera. Jesús no fue contra la ley, sino más allá de la Ley. Quiso decirnos que toda ley se queda siempre corta, que siempre tenemos que ir más allá de la letra, de la pura formulación, hasta descubrir el espíritu. Esa actitud de Jesús es la que tenemos que adoptar todos en cualquier época. Siempre la voluntad de Dios estará más allá de cualquier formulación, por eso tenemos que seguir perfeccionándolas. Toda ley es humana y además, nada más promulgada, está anticuada. La Biblia es palabra de Dios, pero es, a la vez, palabra humana y como tal, nunca podrá ser definitiva. Sobre Dios nunca podremos decir la última palabra. Esto, bien entendido, es el punto de partida indispensable para superar cualquier callejón sin salida. En realidad, el ser humano siempre tiene que estar diciendo:habéis oído que se dijo, pero yo os digo, porque conocemos cada vez mejor las exigencias de nuestro ser. El empeño de Jesús consistió en hacer pasar a la gente de una religiosidad externa a una religiosidad interna, es decir, pasar de un cumplimiento de leyes a un descubrimiento de las exigencias de mi propio ser. Esa revolución que intentó Jesús, está aún sin hacer. No solo no hemos avanzado nada en los dos mil años de cristianismo, sino que en cuanto pasó la primera generación de cristianos hemos ido en la dirección contraria. Todas las indicaciones del evangelio en el sentido de vivir en el espíritu y no en la letra, han sido ignoradas olímpicamente. Todavía seguimos pensado en un dios legislador, que no solo nos impone una ley, sino que nos pedirá cuentas si no la cumplimos. Vamos a comentar solo el primer contraste: “Habéis oído que se dijo a nuestros antepasados: no matarás, y si uno mata, será condenado. Pero yo os digo: todo el que está enfadado con su hermano será procesado”. No son alternativas, es decir o una o la otra. No queda abolido el mandamiento antiguo sino catapultado a niveles increíblemente más profundos. Nos enseña a ir más allá de las acciones externas para poder descubrir su auténtico valor. Una actitud interna negativa, es ya un fallo contra tu propio ser, aunque no se manifieste en una acción concreta contra el hermano. No es difícil de comprender lo que quiere decir; además lo explica muy bien a continuación: “Si cuando vas a presentar tu ofrenda, te acuerdas de que tu hermano tiene queja contra ti, deja allí tu ofrenda y vete a reconciliarte con tu hermano…” En contra de lo que acabamos de leer, se nos ha dicho por activa y por pasiva que lo importante era nuestra relación con Dios. Toda nuestra religiosidad, sobre todo la confesión tal como se nos ha enseñado, está orientada desde esta perspectiva equivocada. El evangelio nos dice que más importante que nuestra supuesta relación con Dios, es nuestra relación efectiva con los demás. No queremos enterarnos. Hay un matiz que solemos pasar por alto y que es la esencia de la propuesta. No dice el texto: si tú tienes queja contra tu hermano sino “si tu hermano tiene queja contra ti”. ¡Qué difícil es que yo me detenga a examinar si mi actitud pudo defraudar al hermano! Damos por supuesto que el que falla es siempre el otro. Incluso cuando me enfado con él, es porque me ha hecho algo que me saca de quicio. La culpa la tienen siempre los demás. Es impresionante, si no fuera tan sabido: “Deja allí tu ofrenda y vete antes a reconciliarte con tu hermano”. Las ofrendas, los sacrificios, las limosnas, las oraciones no sirven de nada si otro ser humano tiene pendiente la más mínima cuenta contigo. Solo lo que hagas con relación a los demás lo estás haciendo con relación a Dios. En nuestros días estaríamos muy de acuerdo en eliminar todas las leyes que obligan desde el exterior, y de hecho las estamos eliminando. Pero nos hemos olvidado de que eso no puede funcionar si no suplimos esa ausencia de normas con un compromiso de vivencia interior que no solo supera la ley por obsoleta, sino que va mucho más allá de ella. Las leyes solo se pueden tirar por la borda cuando la persona ha llegado a un conocimiento profundo de su propio ser. Ya no necesita apoyaturas externas para caminar hacia su verdadera meta. “Ama y haz lo que quieras” o “el que ama ha cumplido el resto de la Ley”. Meditación-contemplación Cumplir la Ley solo evita el castigo. Eso no es buena noticia. El amor te hace humano y esa es su verdadera recompensa. El amor no es un medio para alcanzar un premio. Es el camino y la meta de todos los caminos. ………………….. La voluntad de Dios eres tú mismo. Si la buscas en otra parte, trabajarás en vano. Todos los mandamientos son corsés que te impiden crecer, porque pondrán limites a tu desarrollo interior. ………………… Las normas religiosas son andaderas que impedirán una caída. Las puedes necesitar durante mucho tiempo. Pero el día que aprendas a andar, serán un gran estorbo. Y si un día pretendes correr, será imposible. ……………….. Sor Verónica Berzosa consigue crear de la nada y en tiempo récord en Lerma (Burgos) una nueva orden religiosa con 177 jóvenes para la vida integrista
Las monjas de Iesu Communio con su hábito de tela vaquera rompedor con su pasado franciscano.Son jóvenes, guapas, con estudios y hasta hoy por la tarde, clarisas. A las 17.00, en una catedral de Burgos abarrotada, y con la presencia del Nuncio, el arzobispo de Burgos y probablemente la de Rouco Varela, 177 religiosas de los monasterios burgaleses de Lerma y La Aguilera abandonarán la orden de las clarisas para abrazar una nueva congregación, Iesu Communio, con todas las bendiciones vaticanas y del sector más ultra del episcopado español, que ve en estas monjas un nuevo estilo de vida religiosa, más cercano a la espiritualidad de la “nueva evangelización” que al trabajo en las fronteras de la pobreza y la desigualdad. Su carismática fundadora tiene hilo directo con el papa Al frente de las mismas, sor Verónica Berzosa, de 44 años, hermana del obispo de Ciudad Rodrigo y una de las mujeres con mayor poder en la Iglesia católica. Berzosa tiene hilo directo con el papa y cuenta con un carisma arrollador, que le ha permitido crear una masiva e influyente congregación de la nada y en tiempo récord. Y es que la erección canónica de Iesu Communio se ha llevado a cabo en el más estricto de los secretos. El “milagro de Lerma” esconde el proyecto de una gran congregación religiosa afín a los movimientos más conservadores. De hecho, muchas de las religiosas provienen de los Kikos, Comunión y Liberación o el Opus Dei. Todas ellas juraron fidelidad al carisma franciscano (como clarisas), que ahora cambian por el de un nuevo instituto que tendrá su primer gran acto social en la próxima Jornada Mundial de la Juventud, donde esperan multiplicar las novicias. Sus hasta ahora hermanas, las clarisas, y los franciscanos, están molestos. Tanto, que no se espera que acuda representante alguno a Burgos. Durante casi una década, el fenómeno de Lerma (y después, del monasterio de La Aguilera) concitó, de manera sorprendente, a casi todas las aspirantes a religiosas en España. Pese a las reiteradas peticiones de algunos conventos de clarisas que se quedaban sin monjas, sor Verónica se negó a enviar a sus jóvenes profesas. Sí acogieron a algunas religiosas mayores, a cambio de quedarse con el convento. De hecho, dos de estos monasterios, ya vacíos, serán vendidos a Patrimonio Nacional, que los convertirá en Paradores. Para simbolizar la ruptura con las clarisas estrenan un hábito vaquero Ahora, todas excepto cuatro se marchan, dejando a las hermanas de Santa Clara sin relevo generacional. Sin previo aviso y sin pedir permiso. Y lo que es más grave: según las constituciones, los conventos pertenecen a las religiosas, no a la congregación, de modo que tanto el convento de Lerma como el de San Pedro Regalado (cedido por los franciscanos) pasan a manos de la nueva congregación. Para simbolizar el nuevo carisma y la ruptura con el pasado, las exclarisas presentan esta tarde su nuevo hábito, de tela vaquera, con un cordón blanco. En la cabeza, lucirán una especie de pañoleta a modo de velo, también azul, con una medalla al cuello. Según los estatutos aprobados por la Santa Sede, el nuevo instituto nace con la misión de “ser comunión de Jesús”. Aunque siguen denominándose “religiosas contemplativas”, todo parece indicar que la nueva congregación se convertirá en una “cantera de vocaciones” al sacerdocio según el modelo más conservador. Una Teologia al servicio de la Tierra y la Humanidad por: Nani Vall-llossera – Santi Torres2/13/2011 Primera jornada del IV Fórum de Teologia y Liberación que se celebra en Dakar. Como bien se ha insistido en la apertura, el fórum tiene un carácter ecuménico. No es una reunión de instituciones eclesiásticas sino de grupos interesados en reflexionar sobre la situación de nuestro mundo con el horizonte de la esperanza y el compromiso.
Es la segunda vez que se celebra en África después de la que tuvo lugar el 2007 en Nairobi y la primera también en reunirse en un país de mayoría islámica. Esto ha provocado que el tema del diálogo interreligioso haya estado bien presente en la discusión. En relación a ediciones anteriores, esta se ha organizado pensando en una mayor integración en el Fórum Social Mundial. Durante la mañana, y después del acto de inauguración, la primera mesa ha estado dedicada a los “Bienes comunes universales en el horizonte de las tradiciones religiosas”. Tomando como punto de partida la “Declaración Universal del Bien común de la Madre Tierra y de la Humanidad” del 2009, redactada por Miguel d’Escoto y Leonardo Boff, se pretendía explorar el papel que las tradiciones religiosas tienen para conseguir una unidad ecológica, ética y espiritual, entre tierra y humanidad, naturaleza y cultura, vida y espíritu. Han participado de la mesa Mercy Amba Odoyoye (teóloga ghanesa) y Juan J. Tamayo conocido teólogo español. Amba Odoyoye ha puesto el acento de su intervención en el reconocimiento del papel de los mitos y relatos tradicionales, como por ejemplo los tabús, a la hora de regular una explotación racional de los recursos naturales. En este mismo sentido, ha puesto en evidencia que los cristianos hemos despreciado con frecuencia el valor de las cosmologías tradicionales, aunque en África el cristianismo más vivo es el que es capaz de integrar este tipo de religiosidad. Por su parte, Juan J. Tamayo ha destacado que la declaración del 2009 supone un cambio de modelo: de la centralidad del ser humano a la consideración de la tierra y la humanidad como sujetos interdependientes; de un modelo antiecológico a un modelo ecohumano; de la justicia económica a la justicia ecológica; del contrato social al contrato ecosocial. Las religiones han de jugar un papel de colaboración que Tamayo ha recogido en un decálogo, destacando tres aspectos: la protección de la vida, el trabajo por la paz y el diálogo interreligioso y intercultural. El diálogo como gran aportación de las religiones ha de ser inclusivo, simétrico, correlacional y respetuoso y potenciador de la diferencia como derecho, valor y riqueza a proteger. (Podéis encontrar el texto íntegro de la conferencia aquí). Por la tarde la mesa ha intentado abordar la contextualización y los desafíos de la teología contemporánea, analizando las cuestiones y condicionamientos de orden social, cultural y religioso tal como se plantean en diferentes lugares del planeta. Han participado teólogos y teólogas procedentes de América Latina, los Estados Unidos, Asia, África, Europa y Oceanía. La mesa ha constatado que aún y habiendo retos comunes, cada contexto expresa unas preocupaciones diferentes. La crisis económica y las migraciones en el caso europeo, el indigenismo y las religiones tradicionales en el caso africano y latinoamericano, la transición política que viven los Estados Unidos, o los efectos del cambio climático ya presentes en algunos pequeños estados como Kiri-Bas en Oceanía. Como conclusión, podemos decir que a pesar de existir retos de dimensión global, como los que se han tratado por la mañana, a la hora de las concreciones, los teólogos de cada lugar deberán priorizar aquellas cuestiones que tienen más cercanas. Si los discípulos viven las bienaventuranzas, su vida tendrá una proyección social. Es Jesús mismo quien se lo dice empleando dos metáforas inolvidables. Aunque parecen un grupo insignificante en medio de aquel poderoso imperio controlado por Roma, serán «sal de la tierra» y «luz del mundo».
¿No es una pretensión ridícula? Jesús les explica cómo será posible. La sal no parece gran cosa, pero comienza a producir sus efectos, precisamente, cuando se mezcla con los alimentos y parece que ha desaparecido. Lo mismo sucede cuando se enciende una luz: sólo puede iluminar cuando la ponemos en medio de las tinieblas. Jesús no está pensando en una Iglesia separada del mundo, escondida tras sus ritos y doctrinas, encerrada en sí misma y en sus problemas. Jesús quiere introducir en la historia humana un grupo de seguidores, capaces de transformar la vida viviendo las bienaventuranzas. Todos sabemos para qué sirve la sal. Por una parte, no deja que los alimentos se corrompan. Por otra, les da sabor y permite que los podamos saborear mejor. Los alimentos son buenos, pero se pueden corromper; tienen sabor, pero nos pueden resultar insípidos. Es necesaria la sal. El mundo no es malo, pero lo podemos echar a perder. La vida tiene sabor, pero nos puede resultar insulsa y desabrida. Una Iglesia que vive las bienaventuranzas contribuye a que la sociedad no se corrompa y deshumanice más. Unos discípulos de Jesús que viven su evangelio ayudan a descubrir el verdadero sentido de la vida. Hay un problema y Jesús se lo advierte a sus seguidores. Si la sal se vuelve sosa, ya no sirve para nada. Si los discípulos pierden su identidad evangélica, ya no producen los efectos queridos por Jesús. El cristianismo se echa a perder. La Iglesia queda anulada. Los cristianos están de sobra en la sociedad. Lo mismo sucede con la luz. Todos sabemos que sirve para dar claridad. Los discípulos iluminan el sentido más hondo de la vida, si la gente puede ver en ellos «las obras» de las bienaventuranzas. Por eso, no han de esconderse. Tampoco han de actuar para ser vistos. Con su vida han de aportar claridad para que en la sociedad se pueda descubrir el verdadero rostro del Padre del cielo. No nos está permitido servirnos de la Iglesia para satisfacer nuestros gustos y preferencias. Jesús la ha querido para ser sal y luz. Evangelizar no es combatir la secularización moderna con estrategias mundanas. Menos aún hacer de la Iglesia una "contra-sociedad". Sólo una Iglesia que vive el Evangelio puede responder al deseo original de Jesús. Razón y planteamiento del tema
Previo a la exposición que voy a hacer, considero importante señalar la actualidad y oportunidad del tema. Porque si bien es cierto que, desde antiguo, en el llamado “régimen de cristiandad” existía una teología legitimadora de los poderes imperialistas y colonizadores, lo es también que en esas situaciones existían raíces y semillas de una teología cuetionadora y profética, liberadora, que adquirió carta de ciudadanía en los años inmediatamente posteriores al concilio Vaticano II. Podemos señalar como propio de la teología de la liberación el período que va de los años 60 hasta nuestros días. Probablemente, no ha existido en el período posconciliar, un fenómeno religioso tan fuerte y novedoso y que haya suscitado tanta preocupación en las esferas del poder religioso y político. Políticamente, se lo vió enseguida como un hecho peligroso y religiosamente se la catalogó como sospechoso de herejía. En 1968, Rockefeller , después de una gira por Latinoamérica, dijo: “Si la Iglesia latinoamericana cumple los acuerdos de Medellín, los intereses de Estados Unidos, están en peligro en América Latina”. Y, en tiempos del presidente Regan, la alarma se tornó en toque de guerra en el Documento de Santa Fe: “La política exterior de Estados Unidos debe comenzar a enfrentar (y no simplemente a reaccionar con posterioridad) la teología de la liberación, tal como es utilizada en América latina por el clero de la teología de la liberación”. Eclesiásticamente, el movimiento de la teología de la liberación cobró impulso con el Vaticano II y recibió consagración oficial en la reunión del episcopado latinoamericano en Medellín. Pero, no tardó en llegar la restauración y comenzaron a sonar voces de la curia romana y de la alta jerarquía que veían peligros y errores en la teología de la liberación. Fue Ratzinger, hoy Papa, pero entonces teólogo y cardenal de la Congregación para la doctrina de la fe, quien en 1984 escribe un documento en el que señala graves errores en la teología de la liberación. Lógicamente fueron muchos los teólogos que contestaron a este documento mostrando la falsedad de sus observaciones y argumentos. No ha sido, pues, casual que la teología de la liberación haya suscitado alarma. Naciendo en las periferias sociales cristianas de América Latina, traía el clamor de millones de pobres, de pueblos enteros dominados y explotados. Y a su lado contaban con teólogos que, solidarios con su situación, elaboraban una teología nueva, que acogía su grito, alentaba el despertar de sus conciencias y patrocinaba el levantamiento de su dignidad con un nuevo modo de actuar en la sociedad en conformidad con el Evangelio. Está aquí, creo, la clave para el que quiera entender la teología de la liberación. Desmontaba el viejo edificio del sistema opresor, construido por una teología cómplice, legitimadora de clases, de monopolios, de privilegios y de imperios. La religión cristiana daba un giro radical: en lugar de seguir ejerciendo de opio, de resignación, de humillación y de fatalismo pasaba a ejercer de inteligencia, de rebeldía, de solidaridad, de emancipación y de esperanza. La teología de la liberación ponía al descubierto las complicidades del poder eclesiástico y político. ¡Y eso no se perdona! Esta posición ha sido común en los teólogos de la liberación. Como muestra traigo unas palabras del famosos teólogo J.B. Metz, inspirador de la teología política y que pronunci en 1981, en Nicaragua: “Yo vengo de una cultura cristiana y teológica en la que los procesos revolucionarios se han hecho o contra la Iglesia y la Religión, o sin ellas, como la Reforma, la Ilustración, la Revolución francesa y la Revolución rusa…Entre nosotros, la identidad cristiana está marcada, no exclusivamente, pero sí fundamentalmente, por lo que llamaría la religión burguesa. Nosotros sólo tenemos experiencia de una Iglesia que ha legitimado y apoyado a los poderes estatales… El tiempo en el cual la Iglesia legitima a los poderosos habría pasado y habría llegado la época de la liberación y de la función subversiva de la Iglesia. El tiempo de la legitimación estaría superado y habría empezado la época de la liberación” (Servicio del Centro Ecuménico Valdivieso, Entrevista sobre “La Iglesia en el proceso revolucionario de Nicaragua”, Managua, 1981). No es de extrañar que, en este contexto, la reacción tratase de organizarse para neutralizar sino obstruir el camino de esta nueva teología. En este sentido, la teología de la liberación estaba sentenciada, se la iba a denigrar bárbaramente y conocería la persecución dentro y fuera de la Iglesia. Han sido centenares y aun miles los mártires de la teología de la liberación en los continentes de la miseria: campesinos, maestros, educadores, líderes sindicales, catequistas, religiosos y religiosas, sacerdotes, obispos… En el año 1978, a las ocho de la mañana, en la catedral de El Salvador, escuchaba yo, en medio de centenares de campesinos la voz profética de Mons. Romero, que denunciaba los desmanes de los gobernantes contra su pueblo. Fue una hora y cuarto de homilía y el pueblo aplaudía. Aquélla voz, unos meses después, el 24 de marzo, quedaba enmudecida por una bala mientras celebraba la santa misa. Y el golpe más brutal de esta persecución se asestó contra los jesuitas de El Salvador, adalides de la teología de la liberación. Cayeron acribillados por las balas de un ejército y de un gobierno apadrinado por la política del Pentágono. ¡Era muy peligrosa, cómo no, la teología de la liberación! Aquella religión no casaba con la religión tradicional, justificadora de los intereses de los ricos, de los latifundistas, de las familias adineradas, de la burguesía, acostumbradas a a que les bendijera sus conciencias y sus mansiones. Pero, qué es la teología de la liberación Pensar el destino de la humanidad desde los pobres Entiendo perfectamente que Leonardo Boff haya escrito: “La teología de la Liberación es la primera teología moderna que ha asumido este objetivo global: pensar el destino de la humanidad desde la condición las víctimas. En consecuencia, su primera opción es comprometerse con los pobres, la vida y la libertad para todos”. Y sigue: “La pobreza entendida como opresión revela muchos rostros: el de los indígenas que desde su sabiduría ancestral concibieron una fecunda teología de la liberación indígena; la teología negra de la liberación que resiente las marcas dolorosas dejadas en las naciones que fueron esclavistas; el de las mujeres sometidas desde la era neolítica a la dominación patriarcal; la de los obreros utilizados como combustible de la maquinaria productiva. A cada opresión concreta corresponde una liberación concreta”. 2. La irrupción de los pobres en el mundo de la teología Ya hoy es común admitir que la pobreza no es fruto del azar o del fatalismo sino de la lógica del sistema neoliberal, hoy predominante y globalizado. Se trata en primer lugar de concebir la pobreza no como un elemento individual, separado de la historia y de la colectividad, sino como un elemento comunitario. La pobreza es un fenómeno colectivo generado por factores socioeconómicos y culturales. En largos sectores de la sociedad se ha mantenido por mucho tiempo la idea de que el hecho de la pobreza era irremediable, efecto de causas extrañas o misteriosas, y que inducían a pasiva resignación. Religiosamente se puede confirmar con cantidad de documentos este estado de cosas bastante generalizado. El interés de la teología por los pobres es relativamente reciente y todavía hoy no es compartido por todos los téologos. En las décadas anteriores al Vaticano II se habla mucho de la “ pobreza espiritual” pero nada de los pobres sociológicos. La irrupción de los pobres en la Teología se realiza de verdad en el ámbito de los países del Tercer mundo, concretamente en América Latina, a partir del 68 (Medellín y Puebla), bajo los auspicios de la teología de la liberación. (Cfr. Victor Codina, Congreso de Teología y Pobreza, La irrupción de los pobres en la Teología contemporánea, en Misión Abierta, Noviembre, 1981). 3. La pobreza parte integrante del sistema capitalista A quien estudie el tema verá que la realidad de la pobreza en nuestro tiempo aparece como parte integrante del sistema capitalista. El capitalismo se presenta como generador e irradiador de una riqueza que jamás antes existió, pero oculta el recorrido tortuoso hasta llegar a ella y las víctimas sin cuento que va dejando en el camino. Paradójicamente, se va cumpliendo, pero con abultada crueldad, el diagnóstico de Marx. Cualquiera que sea la superestructura cultural de una sociedad, hay que contar en primer lugar con la estructura económica que la sustenta. El factor económico no es el único pero es el básico y es lo que explica que la economía nacional y mundial adquiera un carácter rígido, de enorme peso e influencia, casi imposible de sustituir por otro que corrija sus perversiones y abusos. Si es verdad , como dice Ignacio Ellacuría, que los pobres no pueden identificarse con cualquier otro tipo de sufrientes y dolientes, nos encontramos sin embargo con el dato aplastante de la pobreza tal como la están viviendo hoy mayorías populares de muchos países (Cfr. Los pobres lugar teológico en América Latina, en Misión Abierta, Noviembre, 1981, vol. 74, p.227). Y ese dato nos dice que es dentro de la estructura económica neoliberal donde vamos a encontrar la clave que explique su funcionamiento y los resultados, positivos para unos y negativos para otros. Resulta por tanto que la pobreza existe como una realidad dialéctica y política. Dialéctica porque en nuestra situación hay pobres porque hay ricos, hay una mayoría de pobres porque hay una minoría de ricos. Una pobreza fruto de escasos recursos no nos permitiría hablar propiamente de pobres. La verdad es que los ricos se han hecho tales desposeyendo a los pobres de lo que era suyo, de su salario, de sus tierras, de su trabajo, etc. Por eso, si los ricos son los empobrecedores, los pobres son los empobrecidos; si los ricos son los desposeedores, los pobres son los desposeídos; si lo ricos son los opresores y represores, los pobres son los oprimidos y reprimidos (Ibidem, p.227) Ciertamente, la pobreza no es efecto de la escasez de recursos. El hecho de que el Norte tenga seis veces más que el Sur, no es fruto de la escasez; el hecho de que el Norte (1/4 parte de la humanidad) consuma el 75 % de los recursos terrestres, no es fruto de la escasez; ni el hecho de que tenga el 80 % del comercio y el 93 % de la industria no es fruto de la escasez; el hecho de que el PNB per capita sea de 3, 60 dólares al año en el Sur de Asia, o de 8 en Africa y de 206 en Norteamérica, no es fruto de la escasez; el hecho de que en Africa haya un médico por cada 50.000 habitantes y en los países industrializados uno por cada 450 habitantes, no es fruto de la escasez; el hecho de que Estados Unidos y otros países industrializados dediquen miles de millones de dólares (y aquí uno renuncia a dar cifras) al armamentismo y nimios porcentajes a resolver las necesidades básicas de la humanidad, no es fruto de la escasez. Es fruto simplemente de una relación de causalidad entre ricos y pobres. Con ocasión de los 500 años de la llegada de los europeos a América Latina, pudimos recoger escritos e informes estremecedores de la situación de miseria y opresión de esos pueblos. Uno de esos escritos es éste de Rigoberta Menchú: “Con amargura y tristeza constatamos que el etnocidio y el genocidio continúan. El robo de tierras y recursos naturales no ha terminado. La militarización de pueblos indígenas continúa. Asimismo, tierras y territorios indígenas siguen siendo utilizados con fines militares que nada tienen que ver con los intereses de los indígenas. La represión generalizada, la discriminación en todos los aspectos, la tortura y la muerte hacen parte de lo cotidiano de nuestros pueblos. Se sigue practicando la destrucción y contaminación de los territorios tradicionales . Tierras indias están siendo o pretenden ser utilizadas como basureros químicos, industriales o radiactivos. Se generaliza el saqueo de los recursos indispensables para la vida de los pueblos indígenas. En nombre de un supuesto desarrollo se destruyen y se desacralizan lugares de ceremonias y sitios sagrados. Nuestras culturas, lenguas, religiones, ceremonias , valores, contribuciones y creatividad son pisoteados regularmente” (R. Menchú, Consideraciones ante la II Cumbre ). Con dolorida razón escribía Sami Naïr: “Los capitales circulan del Sur hacia el Norte y no en sentido contrario. La deuda exterior de los países pobres es del orden de 2,5 billones de dólares. La devuelven con un cuchillo en la garganta. La de Estados Unidos es de seis billones de dólares. ¡Y nadie obliga a Estados Unidos a devolverla!” (El País, 12 de Febrero de 2002, pg. 12). Es decir, que el pobre en nuestro tiempo no es una persona aislada, ni grupos que son objeto de asistencia o beneficencia social. Los pobres son, en palabras de Gustavo Gutiérrez, “las clases explotadas, las razas marginadas, las culturas despreciadas” que, con conciencia de su postración aspiran a conquistar el protagonismo que les corresponde para poder actuar como sujetos de la historia. 4. Los mecanismos del sistema para perpetuar esta situación Han sido muchas las formas de colonialismo, pero en todas ellas hay una constante, fortalecida hoy por el modelo económico neoliberal. El neoliberalismo -mera expresión del neocolonialismo-no hace sino implantar su dominación mediante la penetración del capital extranjero y transnacional, mediante la brutal competencia del libre comercio, mediante los ajustes y privatización que imponen, mediante la transferencia de recursos naturales a cambio de una disminución de la deuda externa. Esto se revela especialmente en la dimensión ecológica. La dominación del sistema actúa invadiendo territorios, saqueando recursos naturales, con el único objetivo del lucro y dejando por doquier desolación y muerte. Este arrasamiento habría que tipificarlo jurídicamente como delito de “ecocidio”. La Declaración de Managua, tras señalar cómo el saqueo y explotación capitalista ha convertido a estos pueblos en fuerza inagotable de acumulación capitalista y de desarrollo industrial y tecnológico, afirma: “Cargamos sobre nuestras espaldas los fardos de una deuda creciente, que no es más que nuestra riqueza convertida en préstamo. Como antes, de nuestras vetas sale el oro; de nuestras entrañas, el petróleo; de nuestro sudor, los capitales; de nuestros sueños, las pesadillas de la represión y el hambre. 5. El capitalismo no tiene soluciones Todo un pensamiento pseudocientífico pretende enmascarar la realidad del problema de la pobreza. La pobreza sería efecto de una desigualdad natural irremediable, ajena al funcionamiento interno de la economía y, en todo caso, habría que considerarla como un mal menor, pues frente al capitalismo no hay otro sistema mejor. Sobre este punto, conviene afirmar sin ninguna ambigüedad que la realidad histórica expresa todo lo contrario: 1º) Una economía , que no sirve al hombre, es un error. 2º) Una economía de mercado competitivo monopolista, sustraída al control del Bien Común ejercido por el Estado, es un error. 3º) Una economía que produce resultados positivos únicamente para unas minorías y negativos para las mayorías, es un error. 4º Una economía que se rige por la dinámica propia del egoísmo, del lucro, de la ley del más fuerte, y que impide unas relaciones individuales y comunitarias basadas en la justicia, el amor y la solidaridad, es un error. No hay duda de que la sociedad capitalista es una sociedad enferma, llena de contradicciones. Pero la raíz del mal está en que el capitalismo hace imposible una ética personal y comunitaria y corrompe las actitudes y los valores más genuinos del ser humano. Todos sabemos cómo la orientación hoy más arraigada en sociedad y en la cultura es la que pretende hacernos creer que la felicidad consiste en tener: adquirir propiedades, cosas, lucrar, conseguir poder. Eso es producto de la estructura y cultura más estrictamente capitalistas y, sin embargo, lo consideramos como lo más natural. Ser egoístas, avaros, soberbios, dominantes, lo consideramos indicadores de nuestra identidad humana. Pienso que esta orientación es antinatural, pues la realización de la persona no está en el tener sino en el ser. Los grandes valores no se desarrollan en el servicio al dinero sino en ser justos y fraternos, crear relaciones de amor y liberación, no ser frívolos ni insensibles al sufrimiento ajeno, no vivir pendientes del reconocimiento y del aplauso social, dedicarse a satisfacer las necesidades primarias de los seres humanos y luchar para suprimir todo cuanto los hace sufrir. Esas son las señas que constituyen la auténtica identidad humana. 6. El momento actual de la crisis neoliberal globalizada Creo que todos, de una manera u otra, venimos siguiendo el curso y efectos de la crisis económica actual. Es, se nos dice, la crisis más grave desde los años 1930, tienen carácter mundial y no hay país que escape a ella. Poco a poco nos hacen creer que la crisis se va superando. Pero suena cada vez más en nuestros oídos una cantinela inquietante: esta crisis la están resolviendo no los gobernantes sino los oligarcas y economistas. Ha habido un tiempo en Europa en que el principio político, representativo de la voluntad popular, actuaba con arreglo a las necesidades y derechos de la sociedad; ahora quien gobierna es el principio económico, guiado por objetivos que nada tienen que ver con los de la sociedad en general. Los propósitos del principio económico doblegan a sus intereses a los propósitos del principio político. Este cambo de tendencia le hace escribir a Jorge M. Reverte: “Una nueva ideología, la primacía del fantasma llamado “los mercados” ha venido a sustituir a la de los avances en la democracia. Con un grave efecto: que nadie conoce al nuevo sujeto y nadie, por tanto, es capaz de negociar con él. Pero se habla de ese sujeto con auténtica devoción. Se escuchan sus mensajes como se escuchaban antes los del Señor. Los mercados nos envían castigos en forma de plagas, nos avisan y los sacerdotes se encargan de interpretar sus recados con ineficiencia humana. Unos aciertan y otros no. Ha habido un trasvase de las responsabilidad de las decisiones políticas a las decisiones no siempre bien explicadas de los gurús de las finanzas” (El País, Europa acorchada, 26 enero 2001). ¿Quién es ese nuevo sujeto? ¿Son agentes de instituciones vacías de legitimidad, delincuentes de cuello blanco con los técnicos ajenos a los deseos de los ciudadanos? Este nuevo sujeto transcurre y se organiza al margen de lo político, al margen de la ética, al margen del consenso de los ciudadanos, al margen de un proyecto ético de igualdad, justicia y libertad universales. Una economía humana globalizada debe estar supeditada a las necesidades básicas de la población y no a los intereses de unas minorías que, envueltas en el egoísmo de su opulencia, viven de espaldas a la sociedad. Aparece entonces el punto preciso de esta crisis: no se trata como es obvio de una crisis económica sino ética, la economía no está en crisis o, si lo está, es por la ausencia de ética. Es una crisis ética, humanista, espiritual la que padecemos y, por negar las exigencias de esa ética, resolveremos vanamente la crisis. La crisis se trata de apuntalarla con el fín de que este nuevo sujeto vuelva a conducir el rumbo de la humanidad, pero en realidad se la oculta de nuevo en sus verdaderas causas, dejando herida la realidad, con tendencia a una mayor desigualdad e injusticia. No se la resuelve. La teología de la liberación frente al fenómeno de la globalización neoliberal 1. El momento primero de la teología Como escribe el teólogo mártir Ignacio Ellacuría: “El punto de partida de la Teología de la Liberación es la experiencia humana que, ante el atroz espectáculo de la maldad humana, que pone a la mayoría de la humanidad a la orilla de la muerte y de la desesperación, se rebela y busca corregirla. Y la experiencia cristiana que, basada en la misma realidad, ve, desde el Dios cristiano revelado en Jesús, que esa atroz situación de maldad e injusticia es la negación misma de la salvación anunciada y prometida por Jesús, una situación que ha hecho, de lo que debiera ser reino de gracia, reino de pecado” (Téologo mártir por la liberación del pueblo, Nueva Utopía, 1990, pp.153-154). Es lo primero. Me gusta citar, a este respecto, el testimonio del obispo Pedro Casaldáliga: “Después de vivir tres años aquí, andando por esos ríos y sertaos, encontrando a unos y a muchos peones, sintiendo la amargura de unos y muchos posseiros, y después de acudir a las autoridades de aquí o de Barra dos Garzas, de Cuiabá, o de Brasilia, después de gritar, de llorar (y he llorado algunas veces enterrando peones en ese cementerio de Sao Félix, ahí a la orilla del Araguaia) después de todo eso, estoy sintiendo hoy como a la persona más importante de este día, a ese peón, a ese muchacho de 17 años que hemos enterrado esta mañana ahí, a orillas del Araguaia, sin nombre y sin caja. Sintiendo eso, viviendo eso día a día, el que tenga un poco de fe, el que quiera ser fiel a Jesucristo y quiera ser sincero con ustedes tiene que rebelarse, tiene que gritar, tiene que llorar, tiene que luchar” ( Cabestrero, T., Una iglesia que lucha contra la injusticia, Misión Abierta, 1973, p.186). 2. El momento segundo de la teología Estoy convencido de que son muchos entre cristianos los comportamientos individuales y muchas las prácticas institucionales que no responden al espíritu del Evangelio. Por unas u otras razones, al Evangelio lo tenemos secuestrado o desvalorizado. Resulta más que claro que entre Evangelio y capitalismo, teología y globalización neoliberal no hay coincidencia, sino oposición. Son dos proyectos, dos dinámicas, y dos escatologías distintas. La del capitalismo apuesta por el egoísmo, el lucro, la ambición, el poder y el éxito. La del Evangelio apuesta por el amor, la justicia, la generosidad, el compartir, el servicio fraternal y la humildad. El capitalismo cuenta con los que buscan la seguridad y felicidad del dinero, con los que aspiran a enriquecerse ignorando la miseria y el sufrimiento de los otros, con los que no quieren cambiar por defender sus privilegios, con los que persiguen a los que intentan hacer una sociedad más justa. El Evangelio cuenta con los desposeídos, los misericordiosos, los sinceros, los que trabajan por la paz, los que son perseguidos por no servir a los intereses del dinero. ¿Algunos criterios que ayuden a preservar la identidad del cristiano? Indico tres: 1. El reino de Dios es ya para este mundo y tiene que ver grandemente con la política La utopía de Jesús es que el reinado de Dios se instaure progresivamente en la vida e historia de los hombres. Los imperativos de la justicia, del amor, de la libertad, de la paz y de la felicidad son imperativos para el momento presente. Si El hubiera renunciado a hacer efectivo su programa, no hubiera cuestionado el contenido de otros programas – el político y religioso de entonces- y no hubiera sido censurado, perseguido ni ejecutado. La ambición de los poderes que no sirven al pueblo utiliza siempre la política y la religión no para asegurar el bien y los derechos del pueblo, sino para defender su propio bienestar y privilegios, lo cual les lleva a tergiversar o vaciar la religión de su verdadero sentido. Los evangelios nos dicen que Jesús anuncia una “buena noticia” o, lo que es lo mismo, la cercanía del “proyecto o reinado de Dios”. Ambas expresiones quieren decir que Jesús anuncia una sociedad alternativa, que exige un cambio individual y un cambio de las relaciones humanas sociales. Surgirá así el hombre nuevo. 2. El programa del reino: las bienaventuranzas Jesús deja bien claro cómo constituir la nueva sociedad. Su programa lo explicita en las llamadas Bienaventuranzas. Hay quien, como Ghandi, considera las bienventuranzas como la quintaesencia del Evangelio y hay quien, como Nietsche, las considera como una maldición por ir contra la dignidad humana. Ciertamente, en una sociedad como la nuestra escuchar que quien vive en la pobreza, y sufre, y llora, y pasa hambre, y es perseguido debe considerarse feliz, resulta absurdo. Racionalmente no es fácil comprender este mensaje. Cuando Jesús habla de los pobres se está refiriendo a la realidad concreta de su país, donde hay muchos que sufren privación, marginación y exclusión por la injusticia de los ricos según denuncian los profetas. En nuestra sociedad hay también pobres, muchos, a causa del egoísmo de los ricos. No sólo eso, todos nosotros somos pobres, tenemos muchas limitaciones que nos hacen sufrir y llorar, bien sea por causa de la naturaleza, bien por las acciones injustas de los demás. 4. Ante esa situación de pobreza, Jesús, que es sabio, que nos conoce y sabe lo que nos lleva a la felicidad, hace una propuesta y nos marca un estilo de vida para alcanzar la meta de la felicidad. No impone, ni dicta leyes; invita, propone, señala un camino que, resumido, podría ser éste: Mirad, se trata de que me sigáis, obrando como yo, y esto significa: -Que en la convivencia sepáis comportaros con solidaridad con los demás, con los que menos tienen o más sufren, no os encerréis en vosotros mismos, poneros en su lugar y veréis cómo podéis ayudarlos. -Significa que miréis la tierra y sus bienes como cosas de todos, no os los apropiéis, no vayáis a la conquista de nada, pues todo lo habéis recibido como un regalo y debéis regalar. Así viviréis en ella sin violencia y sembraréis paz. -Significa que en todo ser humano hay como un doble de vuestro yo, hacedles lo que os gustaría que hicieran con vosotros, ved además que en ellos está presente el Señor, dad cauce a ese vuestro deseo de ser justos y solidarios, remediad el hambre y otras necesidades, prestad un servicio. -Significa que nadie es mejor ni peor que tú, no los juzgues con rigor cuando los veas excluidos o postrados, sé misericordioso, comparte su suerte, ayúdales. Significa que tengas un corazón limpio y abierto para todos, sin límites ni barreras, que veas a todos como personas y no como enemigos, ámalos y verás cómo aniquilas la guerra y haces crecer la paz. -Ese es el camino que lleva a la paz, sin orgullo, sin menosprecio, sin venganza, sin coacción, `pero sí con mucho amor. Dicho de otra manera: entrar en el espíritu de las bienaventuranzas quiere decir: 1. Es preferible ser pobre, que ser rico opresor. 2. Es preferible llorar a hacer llorar al otro. 3. Es preferible pasar hambre a ser la causa de que otros mueran de hambre. 4. Dichosos no por ser pobres, sino por no ser ricos egoístas. 5. Dichosos, no por ser oprimidos, sino por no ser opresores. La clave es ésta: todo esto que digo está en tí, es lo mejor de ti, es tu dignidad y valía, y es la dignidad y valía de cada ser humano. Lo que propongo no es, pues, una quimera, sino algo realmente posible. Caminar por aquí es seguirme, dejar a un lado el afán del dinero, renunciar a la injusticia, abrir caminos de humanidad, de amor y de paz. Por paradójico que pueda parecer, mi exaltación de la pobreza tiene como objetivo el que deje de haber pobres. El enemigo numero uno del Reino de Dios es la ambición, el afán de poder, la necesidad de oprimir al otro. Recordad mis palabras: “no podéis servir a Dios y al dinero”. Mi evangelio anuncia que toda acumulación de bienes, mientras haya un solo ser humano que muera de hambre, es injusta. Los economistas dirán que no puede haber progreso sin acumulación de capital. Los sociólogos dirán que la organización de la sociedad sería imposible, si no hubiera alguien que mandara y alguien que obedeciera. Las bienaventuranzas que yo propongo denuncian que la sociedad tal como está hoy montada a nivel mundial es radicalmente inhumana e injusta, aunque se cumplan al pie de la letra todas las normas legales establecidas. Mis bienaventuranzas dicen que otro mundo es posible. Un mundo que no esté basado en el egoísmo sino en el amor. ¿Puede ser justo que tú estés pensando en vivir cada vez mejor (entiéndase consumir más), mientras millones de personas están muriendo, por no tener un puñado de arroz que llevarse a la boca? Si no quieres ser cómplice de la injusticia, escoge la pobreza. Por tanto, estas son las condiciones para ser bienaventurado: - Renunciar a toda ambición optando por la pobreza (Mt 5,3) y mantener fidelidad a esa renuncia a pesar de la oposición que suscita (Mt 5,10). - Estimular desde esas condiciones un movimiento liberador. Los que se sientan oprimidos, sometidos y aspiren a la justicia encontrarán consuelo, libertad y verán colmadas sus aspiraciones. - Crear relaciones regidas por solidaridad (Mt 5, 7), la sinceridad (Mt 5,8) y por el trabajo por la paz (Mt 5,))s - Proceder convencidos de que la verdadera felicidad estriba en el amor y la entrega y no en el egoísmo y triunfo personal. 3. Ungido para dar la buena noticia a los pobres (Lc. 4, 18) El programa de Jesús, encuadrado siempre en el marco de su seguimiento, puede ser analizado desde diversos principios: la justicia, el amor, la fraternidad, la predilección por los últimos, etc. Si hemos cobrado conciencia de que los pobres no son fruto del fatalismo sino de causas y sistemas bien determinados, no menos claro resulta que el Dios de Jesús es el Dios antítesis de la pobreza, consecuencia a su vez de la injusticia y que conduce a la muerte. Los pobres, y quienes con ellos se solidarizan, ya se sabe con quiénes van a entrar en conflicto. La materialidad de la pobreza es condición necesaria para la pobreza evangélica, que exige ir coronada por una espiritualidad que tome conciencia de esa pobreza dialéctica, que obstaculiza el cumplimiento de la voluntad de Dios sobre los bienes de este mundo y hace imposible el ideal histórico del reino de Dios, imposibilitando el cumplimiento del mandamiento del amor y de la fraternidad. Frente a la filosofía clasista y menospreciadora del capitalismo, la teología cristiana afirma que los pobres son un lugar teológico, que constituyen la máxima y más escandalosa presencia de Dios en la sociedad. En Jesús de Nazaret, Dios se manifiesta haciéndose uno de nosotros, adoptando una vida desde la justicia y el amor a favor de los desheredados, contra la explotación de los poderosos y, por eso, acaba en fracaso y asesinato. Dios, en Jesús de Nazaret, abandona toda suerte de neutralismo y toma partido contra los empobrecedores. Confesar que Jesús es Dios, es hacerlo desde su opción por los pobres, lo cual resulta escandaloso para los judíos y para los griegos, para los piadosos y para los intelectuales. Cuando se acusa a los teólogos de la liberación de querer privar a Jesús de su divinidad, lo que se esconde tras esa acusación es la pretensión de querer anular el escándalo de un Dios impotente y crucificado. Un escándalo que sigue vivo en la historia. Escribe I. Ellacuría: “Los pobres se convierten en lugar donde se hace historia la Palabra y donde el espíritu la recrea. Y en esa historización y recreación es donde ´connaturalmente´ se da la praxis cristiana correcta, de la cual la teología es, en cierto sentido, su momento ideológico” (Idem, p. 52). “De ahí que la práctica teológica fundamental de los teólogos de la liberación…intenta ante todo ayudar al pueblo empobrecido en su práctica activa y pasiva de salvación” (I. Ellacuría, Idem, 152-153). Consiguientemente si los pobres ocupan esta importancia en el cristianismo se entiende que a la Iglesia se la pueda llamar con toda propiedad Iglesia de los pobres. Son ellos los que deben darle orientación fundamental a su estructura, a su jerarquía, a sus enseñanzas y a su pastoral. Y si la iglesia está subordinada al Reino, debe estarlo también a los pobres. Los caminos de los pobres y los de Dios van unidos en este mundo. La Iglesia, por tanto, debe estar allí donde están los pobres, no donde está la riqueza. Lo cual quiere decir que debe estar donde estuvo su Fundador, es decir, en el lugar social de los pobres. Epílogo La denuncia de un economista (Stiglitz) y de un profeta (Casaldáliga) Cualquiera que lea el libro de Joseph E. Stiglitz, catedrático, profesor y Premio Nobel de Economía, encontrará que las cosas de la globalización, tal como él las juzga, andan muy a la vera de lo que nosotros hemos dicho. Subrayo unos textos suyos que reivindican tres puntos básicos: “Mis investigaciones plantean dudas sobre la idea de que el libre comercio tiene que aumentar por necesidad el bienestar” (Cómo hacer que funcione la globalización, Taurus, 2006, p.16). “Me parecía terriblemente injusto que en un mundo con tanta riqueza y abundancia haya tanta gente que viva con pobreza…Había visto países en los que la pobreza iba en aumento en lugar de descender y había observado lo que esto significaba” (Idem, p. 17) “ Los países ricos crearon un régimen comercial global al servicio de sus propios intereses corporativos y financieros, con lo cual perjudicaron a los países más pobres del mundo” (Idem, p.18) “Sin regulación e intervención estatales, los mercados no conducen a la eficiencia económica” (Idem, p. 21).”La globalización pone en peligro valores culturales fundamentales” (Idem, p. 25). Podría yo haber expuesto esta conferencia refiriéndome simplemente a la vida del obispo Casaldáliga, como camino y programa para combatir la injusticia global y transformar la vida de los pobres. Sería el resultado de una teología profética, liberadora, hecha a pie de vida. Siempre Casaldáliga tuvo en su corazón y en su mente la causa de los pobres. Y viene estando con ellos desde hace 42 años en el Mato Grosso del Brasil en su Prelatura de Sao Félix do Araguaia. Dos textos de Pedro Casaldáliga: “La blasfemia de nuestros días, la herejía suprema, que acaba siendo siempre idolatría, es la macroidolatría del mercado total. Y es, puede ser, la omisión de la Iglesia, la insensibilidad de las religiones frente a la macroinjusticia institucionalizada hoy en el neoliberalismo, que por esencia es pecado, pecado mortal, asesino y suicida” - “El capitalismo colonialista crea necesariamente dependencia y divide al mundo. El capitalismo es la culebra aquella primera, siempre astuta. Jesús dijo abiertamente que el antidiós es el dinero. Esto no es de ningún marxista ni de ningún teólogo de la liberación. Es del Señor Jesús” – “Creo que el capitalismo es intrínsecamente malo: porque es el egoísmo socialmente institucionalizado, la idolatría pública del lucro, el reconocimiento oficial de la explotación del hombre por el hombre, la esclavitud de los muchos al yugo del interés y la prosperidad de los pocos. Una cosa he entendido claramente con la vida: Las derechas son reaccionarias por naturaleza, fanáticamente inmovilistas cuando se trata de salvaguardar el propio tajo, solidariamente interesadas en aquel orden que es el bien… de la minoría de siempre”. Y concluyo con este poema del mismo P. Casaldáliga: Yo me atengo a lo dicho: La justicia: a pesar de la ley y la costumbre, a pesar del dinero y la limosna. La humildad, Para ser yo, verdadero. La libertad, para ser hombre. Y la pobreza, para ser libre. La fe, cristiana, para andar de noche, y, sobre todo, para andar de día. Y, en todo caso, hermanos, yo me atengo a lo dicho: a la esperanza. Benjamín Forcano Córdoba, 3 de Febrero de 2011 La proclamación de las Bienaventuranzas termina en lo que podemos considerar como una constatación: quien las vive se convierte automáticamente en “sal” y “luz”.
Se trata de dos imágenes profundamente elocuentes, que tienen que ver con dos de nuestros sentidos y que apuntan hacia algo que todos anhelamos: el sabor y la luz. Al hilo del comentario anterior, en el que veníamos a concluir que es “bienaventurado” quien reconoce la Conciencia (Presencia o Quietud) como su identidad más profunda (el Yo Soy, sin añadidos), más allá de la forma concreta del “yo”, la conclusión parece clara. La identificación con el yo produce oscuridad y dis-gusto, es decir,ignorancia y sufrimiento. Porque provoca una reducción a él, y la persona queda constreñida, como encerrada en una prisión, a merced de la impermanencia característica de la mente. Indudablemente, la identificación con el yo nos resta luz y sabor, porque nos hace vivir desconectados de nuestra verdadera naturaleza. No es nada extraño que la vida se torne vacía y sin sentido. Por el contrario, cuando venimos al presente, silenciando los pensamientos, emerge la plenitud y, simultáneamente, la percepción de nuestra identidad profunda: ahí, todo aparece revestido de luz y de sabor; el Sentido es un rasgo característico de la Presencia. La sal garantiza el sabor…, a condición de que se disuelva. La persona es “sabrosa” en la misma medida en que ha “disuelto” la identificación con su yo. Eso es lo que la hace vivir desegocentrada, como un “espacio abierto” o “campo de conciencia” acogedor, en el que nadie se siente juzgado. En ausencia de “yo”, la persona se convierte en receptividad y acogida, dando sabor a todo lo que emprende. De la misma manera, en ausencia de “yo”, todo se hace luz. Porque el yo, al ser una perspectiva tan limitada como interesada en su propia autoafirmación, opaca la visión. Toma como definitiva la ínfima perspectiva que a él le es accesible, ignorando todo lo demás. Un poco antes, Mateo nos había dicho que Jesús era “la luz que brilló en Galilea” (4,16). Ahora se afirma de todo aquél que asume el espíritu de las Bienaventuranzas. Es decir: somos luz, como Jesús, en la medida en que, tomando distancia de nuestro yo, permitimos sencillamente que la luz “pase” a través nuestro de una manera desapropiada. “Dios es luz –se lee en la Primera Carta de Juan (1,5)- y no hay en él tiniebla alguna”. La persona que vive en la Presencia –reconociendo en ella su verdadera identidad- es un “cauce” a través del cual pasa la propia luz divina. Ni la impide, ni la retiene, ni se la apropia: Dios mismo se hace patente y su nombre –tal como dice Jesús- es glorificado. “Dar gloria al Padre” equivale a reconocer con admiración la Belleza de todo lo que es, el milagro de la Vida –a pesar de tantos signos aparentes de “muerte”- y la Luz que todo lo impregna… y que percibimos cuando salimos de la prisión de la mente. Lo que queda claro es que la identificación con el yo impide ser sal y luz. También –o quizás más- cuando es un “yo religioso”. Porque el yo necesita “notarse” y “brillar”; no está dispuesto a “disolverse” ni a pasar desapercibido. Al yo no se le puede pedir que “su mano izquierda no sepa lo que hace su derecha” (como dirá Mateo un poco más adelante: 6,3), porque pertenece a su naturaleza buscar su propia “gloria”. Si queremos superar todas esas aporías no cabe luchar contra el yo, sino trascenderlo, porque empezamos a comprender que no somos él. Cuando se da esa comprensión, podemos dejar de vivir para él. Puesto que todo gira, realmente, en torno a la percepción de nuestra propia identidad –¿quiénes somos?- y todo depende de la respuesta que demos a esa cuestión, resulta prioritario clarificar este punto. Como nos recuerda Mónica Cavallé, la sabiduría ha distinguido tres niveles en la consideración del “yo”: El Yo Universal, el yo particular y elyo superficial (M. CAVALLÉ, La sabiduría recobrada. Filosofía como terapia, Martínez Roca, Barcelona 2006, p. 112ss.). Me gustaría explicitar cada uno de esos niveles del modo más pedagógico, para que resulte accesible: · El Yo Universal alude a nuestra verdadera naturaleza, a la Realidad última o absoluta, Lo Que Es (sin añadidos): - es una Identidad compartida: en cierto modo, en ella nos reconocemos todos los seres, porque todos, aunque de modo diferente, la compartimos: todos somos; - es el “agua” que constituye, por igual, al océano y a las olas; - es el Yo Soy. · Ese Yo Universal se expresa en cada yo particular o individual que, en este sentido, no es esencialmente diverso de aquél, de un modo análogo a como la ola no es de diversa naturaleza que el océano: - es una identidad particular; - es una de las infinitas formas (“olas”) en las que el Yo Soy(“agua”) se expresa; - es el yo soy esto. · El yo superficial o ego es, en cierto modo, una patología, nacida de la ignorancia de lo que somos, y resulta de la identificación exclusivacon aquello que hay de estrictamente particular en nosotros: nuestro cuerpo y nuestra mente o psiquismo. Con otras palabras, el ego es el yo que se cree autoconsistente, pero que en realidad sólo tiene la (aparente) sensación de vivir: - nace de la apropiación de los objetos –mentales o materiales- con los que se identifica; - es una “ola” que desconoce su naturaleza de “agua”; - es el yo soy sólo esto. Es claro que el reconocimiento de nuestra verdadera identidad está en función del nivel de conciencia en que nos encontremos y, más globalmente, de su proceso de evolución. El primer nivel conciencia del ser humano, tanto en el bebé individual como en la especie en su conjunto, se caracteriza por la fusiónindiferenciada; no existe aún consciencia de separación: es el estadio del no-yo prepersonal. A él seguirán el yo-corporal –o “conciencia corporal”, si se acepta esta expresión contradictoria-, el yo-mental, en sus diferentes etapas –mágico, mítico, racional-, que dará paso a un no-yo transpersonal –primero como Conciencia Testigo y, más adelante, como Conciencia No-dual-. En este nivel, la percepción de la “propia” identidad se modifica de un modo radical: la persona “se” reconoce, más allá del “yo particular”, y se vive anclada en el “Yo Soy” o “Yo universal”, identidad compartida con todo lo que es. A lo largo de la historia humana, encontramos personas que han vivido en esta identidad. Hoy, sin embargo, parece haber indicios que nos hablan de que, colectivamente, nos hallamos en ese umbral. Jesús habla desde esa identidad –la Conciencia transpersonal- e invita a los discípulos a que se reconozcan en ella. El se sabe “Yo Soy”, y sólo así se entiende la expresión: “Antes de que Abraham naciese, yo soy” (evangelio de Juan 8,58). Aunque, históricamente, el gran patriarca había nacido dieciocho siglos antes, el Yo Soy es atemporal, eterno. La identificación con el yo nos hace vivir forzosamente egocentrados –el yo no puede sino vivir para él- y nos hace olvidar que nuestra verdadera identidad no conoce límites. Podremos dar pasos de desidentificación en la medida en que activemos alguna de estas prácticas: · observando el pensamiento (o el yo), · ejercitándonos en venir cada instante al momento presente, volcándonos en los que hacemos, · o entregándonos por amor. En cualquiera de esos tres casos lo que ocurre es que la mente se silencia. Y su silencio equivale a trascender el yo, que únicamente vive porque nos identificamos con nuestro pensamiento. Trascendido el yo, dejaremos de buscar su “gloria”, y permitiremos sencillamente que la Gloria (Dios) sea. Conferencia pronunciada en el Foro Mundial de Teología y Liberación
(Dakar, 5 de febrero) Deseo expresar mi agradecimiento por la invitación a participar en el Foro Mundial de Teología y Liberación, que se celebra en Dakar (Senegal), del 5 al 11 de febrero, al que vengo asistiendo desde su nacimiento en 2005 en la ciudad brasileña de Porto Alegre y de cuyo Comité Internacional formo parte. Se trata de uno de los espacios privilegiados de encuentro entre las religiones y los movimientos sociales, entre las diferentes tradiciones religiosas liberadoras y los movimientos alterglobalizadores en la búsqueda de “Otro Mundo Posible”. La convergencia este año es mayor, si cabe, ya que su celebración tiene lugar en las mismas fechas del X Foro Social Mundial. El tema de mi conferencia no puede ser más prometedor y oportuno en este momento histórico en el que convergen diferentes crisis de carácter planetario que amenazan gravemente el futuro de la Tierra y de la Humanidad: “Los Bienes Comunes de la Tierra y de la Humanidad en el horizonte de las tradiciones religiosas”. El punto de partida de la conferencia es la Declaración Universal del Bien Común de la Madre Tierra y de la Humanidad. La conferencia tiene dos partes. En la primera expondré el avance que supone la Declaración de 2009 con respecto a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y analizaré las grandes líneas de la Declaración de 2009. En la segunda ofreceré los aportes que pueden hacer las religiones en la defensa y protección de los bienes comunes de la Tierra y de la Humanidad La Declaración Universidad de los Derechos Humanos de 1948 Durante el periodo 2008-2009 de la Asamblea General de la ONU se aprobó, tras numerosas consultas a científicos, políticos, politólogos e intelectuales, la Declaración Universal del Bien Común de la Madre Tierra y de la Humanidad bajo la responsabilidad de Miguel d’ Escoto, que ocupó durante ese periodo la presidencia de la Asamblea, y Leonardo Boff, Comisionado de la Carta de la Tierra. La Declaración supone un avance significativo sobre la Declaración de 1948. La Declaración de 1948 se centraba exclusivamente en el reconocimiento de la dignidad y de los derechos humanos con total desconocimiento y absoluto silenciamiento de los derechos de la Tierra. Respondía a la cosmovisión occidental, como revelan su formulación conceptual y su antropología, su cosmovisión y su concepción universalista formal y abstracta. Durante los más de sesenta años de vigencia, se ha aplicado selectivamente en perjuicio de los pueblos, las comunidades y los sectores empobrecidos de la Humanidad, y se ha transgredido de manera de manera sistemática, no sólo en el plano individual, sino también, y de manera muy acusada, en el estructural e institucional, con frecuencia con el silencio cómplice e incluso con la colaboración necesaria de los organismos nacionales, regionales e internacionales encargados de velar por su cumplimiento, la mayoría de las veces para proteger intereses del Imperio y de las empresas multinacionales bajo el paraguas de la globalización neoliberal. Pareciera que los derechos humanos fueran todavía la asignatura pendiente o, en palabras del premio Nobel portugués recientemente fallecido José Saramago, la utopía del siglo XXI. Efectivamente, el neoliberalismo niega toda fundamentación antropológica de los derechos humanos, los priva de su universalidad, que se convierte en mera retórica tras la que se esconde la defensa de sus intereses, y establece una base y una lógica puramente económicas para su ejercicio, la propiedad privada, la acumulación y el poder adquisitivo. En la cultura neoliberal los derechos humanos tienden a reducirse a los títulos de propiedad. Sólo quienes son propietarios, quienes detentan el poder económico, son sujetos de derechos. Cuantos más poder adquisitivo, más derechos. Es especialmente en el Tercer Mundo donde resulta más llamativa y creciente la contradicción entre las declaraciones formales de los derechos humanos y la negación real de los derechos humanos. La supuesta universalidad de los derechos humanos y sociales, y su aparentemente sólida fundamentación no se compaginan con su transgresión permanente en las mayorías populares del Tercer Mundo y los sectores marginados del Primer Mundo. La Declaración Universal del Bien Común de 2008-2009 La Declaración Universal del Bien Común de la Madre Tierra y de la Humanidad constituye un cambio de paradigma, que responde a la nueva conciencia plantearía y ecológica de la humanidad. Es el paso de la centralidad del ser humano en la vida del planeta y de su consideración como dueño y señor absoluto, único actor en la historia y en la naturaleza, a la consideración de la Tierra y de la Humanidad como sujetos interdependientes, que no mantienen relaciones de rivalidad, sino de interactividad dinámica y simétrica; el paso del modelo antiecológico de crecimiento de la Modernidad a un modelo sostenible de desarrollo eco-humano,. Ya no son solo la dignidad y los derechos humanos los que hay que proteger, sino el Bien Común de la Madre Tierra y de la Humanidad. a) Según la Declaración, la Tierra y la Humanidad forman una única entidad, compleja y sagrada y poseen un destino común, que hoy se ve amenazado de destrucción por la irresponsabilidad de los seres humanos. La Tierra es nuestro hogar común y la Humanidad es “parte de la comunidad de vida y el momento de conciencia y de inteligencia de la propia Tierra haciendo que el ser humano, hombre y mujer, sea la misma Tierra que habla, piensa, siente, ama, cuida y venera”. b) Durante la Modernidad, se impuso el contrato social en detrimento del contrato con la naturaleza, que dio lugar al antropocentrismo y que generó un foso cada vez más profundo entre ricos y pueblos. La Declaración cree necesario articular el contrato social con el contrato natural, la dignidad de la Tierra con la de los seres humanos, la justicia ecológica con la justicia económica, la igualdad ecohumana con la equidad de género, los derechos de las personas con el interés colectivo de la humanidad. c) Pertenecen al Bien Común de la Humanidad y de la Tierra: - la diversidad biológica y la multiplicidad de culturas, lenguas, religiones, tradiciones éticas, caminos espirituales, filosofías, sabidurías, saberes, artes y técnicas. - la hospitalidad y acogida de unos a otros como habitantes del hogar común de la Tierra; la sociabilidad y convivencia pacífica de todos los seres humanos y los seres de la naturaleza; el respeto a las diferencias como expresión de la riqueza humana, diferencias que no deben desembocar en desigualdades; la reconciliación entre los pueblos y las personas y la eliminación de toda forma de violencia, odio y venganza; la utopía de la comensalidad, que consiste en sentarse juntos en torno a la mesa común sin exclusiones, para compartir los frutos de la Tierra; la búsqueda de la paz entendida como relación armónica del ser humano consigo mismo, con sus congéneres, con la sociedad nacional e internacional, con la naturaleza y con el gran Todo; el bien vivir, que no ha de confundirse con el vivir mejor a costa de los otros. Colaboración de las religiones en la defensa de los Bienes comunes de la Tierra y de la Humanidad Tras esta somera síntesis de la Declaración, planteo dos preguntas: ¿pueden apoyar las religiones la Declaración del Bien Común de la Madre Tierra y de la Humanidad? ¿Qué pueden aportar a ella? La respuesta a la primera pregunta es afirmativa. Las religiones pueden y deben apoyar y difundir la Declaración porque las líneas fundamentales de la misma, la cosmovisión que la sustenta, los valores que propicia, las iniciativas que propone y la ética que defiende coinciden en buena medida, si no en su totalidad, con los principios fundantes de las religiones. La respuesta a la segunda pregunta ha de ser igualmente afirmativa. Las religiones no pueden limitarse a prestar su adhesión acrítica a los principios doctrinales de cada sistema de creencias, ni recluirse en la esfera privada, ni encerrarse en los lugares de culto, como tampoco renunciar a sus responsabilidades históricas a nivel planetario. Su colaboración es irrenunciable para curar las enfermedades (heridas, según Leonardo Boff) que sufren Tierra y la Humanidad, muchas de ellas provocadas por las propias religiones. A continuación enumeraré algunas de las formas de colaboración que considero más importantes. 1. Trabajar por la protección de la naturaleza y de la vida. No pocas religiones se han movido en el paradigma antropocéntrico y han considerado la naturaleza como un bien sin dueño a su servicio, del que el ser humano podía usar y abusar caprichosamente. Y lo han justificado a partir de sus textos fundantes. Por ejemplo, el cristianismo y el judaísmo, a partir de los relatos del Génesis sobre la creación del ser humano a imagen y semejanza de Dios y el mandato divino de dominar la tierra. Pero se ha olvidado de otras tradiciones utópico-ecológicas que recorren la Biblia, como la alianza de Dios con la humanidad y la naturaleza después del diluvio (Gn 9), el derecho de la tierra al descanso sabático, la reconciliación del ser humano con los animales, incluso los más violentos (Is 11,6-9). La teología cristiana moderna asumió sin dificultad el giro antropológico, pero descuidó el giro ecológico. Se reconcilió con el progreso y con el modelo de desarrollo científico-técnico de la modernidad y fue alejándose paulatinamente de la filosofía de la naturaleza. Buena parte de la teología cristiana se mueve todavía hoy dentro de ese paradigma, incluida la teología de la liberación (TL) que, en un principio se ubicó dentro del giro antropológico e intentó responder al grito de los pobres, al sufrimiento de las mayorías populares en América Latina, descuidando el grito de la tierra. Fue a partir de los años noventa del siglo pasado, gracias a las investigaciones ecológicas y a las reflexiones teológicas de Leonardo Boff, cuando, sin renunciar a la opción por los pobres como imperativo ético fundamental, intentó superar los límites de la primera época y respondió al grito de la tierra. Surgió así la teología ecológica de la liberación, abierta a las ciencias que estudian la vida y el cosmos: eco-logía, bio-logía, bio-ética, bio-química, bio-física, cosmo-logía, geo-logía, etc. Conforme al nuevo paradigma, la relación del ser humano con la naturaleza ya no es de sujeto opresor y depredador a objeto oprimido y depredado, sino de sujeto a sujeto, con el consiguiente reconocimiento de los derechos de la tierra en plena sintonía con la teología paulina (Rom 8,19-25). La religación del ser humano con la naturaleza y la interdependencia de todos los seres vivos están en la base de no pocas religiones, que pueden contribuir a superar el antropocentrismo tan presente en el paradigma filosófico occidental y en su correspondiente modelo de desarrollo científico-técnico. Las religiones apenas se preocupan de la defensa de la vida de la naturaleza. ¿Tampoco de la vida de los seres humanos? Habría que matizar. Su preocupación se centra en la vida antes del nacimiento y después de la muerte. Apenas prestan atención a la vida humana en la tierra, a la que consideran, con frecuencia, un bien pasajero, del que se puede prescindir y al que hay que renunciar en favor de otros bienes superiores y conforme a las promesas de otra vida. Más allá de las proclamas retóricas, la vida a defender en primer lugar y de manera prioritaria es la quienes la ven amenazada a diario, la de los pobres, marginados y excluidos, la de “los nadie”, que, al decir de Eduardo Galeano, “no son seres humanos, sino recursos humanos, no tienen cara, sino brazos, no tienen nombre, sino número, cuestan menos que la bala que los mata”. La defensa de la vida humana lleva derechamente a la de la naturaleza, ya que, según expliqué anteriormente, seres humanos y naturaleza forman una comunidad vital. La destrucción del tejido de la vida de la naturaleza es destrucción de la vida humana. En ese contexto se inscriben la defensa de la dignidad e integridad física de la persona, el libre desarrollo de la personalidad de cada ser humano, la lucha contra la depredación de la naturaleza y los malos tratos físicos o psíquicos, contra el exterminio de las “minorías” religiosas o raciales y contra la carrera de armamentos. 2. Trabajar por la paz desde la no-violencia activa y por la resolución de los conflictos a través de la negociación, fomentando la reconciliación y el perdón. Las religiones han sido con frecuencia fuentes de violencia y generadoras de conflictos, pero también agentes de paz y de con-cordia. Tomando prestado el título de la novela de León Tolstoy, podemos afirmar que “guerra y paz” constituyen la dialéctica de las religiones. Las religiones son, ciertamente, fuentes de violencia y generadoras de conflicto. Más aún, tienden a sacralizar la violencia a través del culto y suelen trasladar ésta a la comprensión de Dios, lo divino, lo trascendente, el misterio, lo trascendente. Conceden carácter sacrificial y expiatorio a la muerte, a determinadas muertes, por ejemplo, el cristianismo a la muerte de su fundador, Jesús de Nazaret. Incluso llegan a legitimar el uso de la violencia en “nombre de Dios”, como certera y dramáticamente afirma Martin Buber en un texto estremecedor, que hoy tiene plena vigencia: “Dios es la palabra más vilipendiada de todas las palabras humanas. Ninguna ha sido tan mancillada, tan manipulada. Las generaciones humanas han hecho rodar sobre esta palabra el peso de su vida angustiada y la han oprimido contra el suelo. Yace en el polvo y sostiene el peso de todas ellas. Las generaciones humanas, con sus partidismos religiosos, han desgarrado esta palabra. Han matado y se han dejado matar por ella. Esta palabra lleva sus huellas dactilares y su sangre. Los seres humanos dibujan un monigote y escriben debajo la palabra ‘Dios’. Se asesinan unos a otros, y dicen: ‘lo hacemos en nombre de Dios’. Debemos respetar a los que prohíben esta palabra, porque se rebelan contra la injusticia y los excesos que con tanta facilidad se cometen con una supuesta autorización de ‘Dios’. ¡Qué bien se comprende que muchos propongan callar, durante algún tiempo, acerca de las ‘últimas codas’ para redimir esas palabras de las que tanto se ha abusado!”#. Hasta vidas humanas y de animales se han sacrificado en los espacios sagrados de culto, creyendo que agradaban a Dios o que, al menos, servían para aplacar su ira. A su vez, en las religiones se encuentran algunas de las más bellas utopías de la paz; propuestas de un mundo reconciliado; un lenguaje de armonía; el imperativo ético “no matarás”; el trabajo por la paz a través de la lucha por la justicia; líderes religiosos, activistas sociales, místicos, místicas, cuya filosofía, estilo de vida, método de acción es la no violencia activa: Confucio, Jesús de Nazaret, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Swmi Vivekananda, Abul Kalam Azad, Mahatma Gandhi, Luther King, monseñor Romero, Angelelli, Abdul Ghaffar Jan, Dalai Lama, Nelson Mandela, Asgha Ali Engineer, etc. Más de tres cuartas partes de la población mundial están vinculadas a alguna religión. Si estas personas activan sus tradiciones pacificadoras resultará más fácil la solución de los conflictos. Comparto, por ello, uno de los principios de la ética mundial de Hans Küng: “No habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones. No habrá paz entre las religiones sin diálogo entre las ellas. No habrá diálogo entre las religiones si no se investigan los fundamentos de las religiones”. 3. Practicar la tolerancia y el diálogo La tolerancia no ha sido precisamente una virtud que haya caracterizado a las religiones ni en el comportamiento con sus seguidores, especialmente con las mujeres, ni en la sociedad, y menos aún con los no creyentes o con los creyentes de otros credos religiosos. Con frecuencia han impuesto un pensamiento único y han perseguido, castigado o expulsado de su seno a los creyentes considerados disidentes o heterodoxos. En su relación con la sociedad, han confesionalizado las realidades terrenas, invadido espacios civiles que no eran de su competencia e impuesto sus creencias, muchas veces por la fuerza. Una de sus prácticas más extendidas y arraigadas ha sido la intolerancia, que hoy adopta la forma extrema de fundamentalismo, fenómeno que, aun cuando no pertenece a la naturaleza de las religiones ni está vinculado directamente a ellas, es una de sus más graves y peligrosas patologías. Sobre todo en las religiones monoteístas: que creen en un solo y único Dios, considerado universal, cuya revelación se recoge en un libro sagrado, interpretado por las autoridades religiosas. El fundamentalismo se caracteriza por la renuncia a la mediación hermenéutica, el empleo del lenguaje realista, la absolutización de la tradición, la negación del pluralismo, el recurso al anatema contra otros sistemas religiosos y, en ocasiones, la legitimación religiosa de la violencia. Pero las religiones son también espacios de diálogo entre diferentes sistemas de creencias, lugares de encuentro entre culturas, ámbitos de experiencias interespirituales, cruce de diferentes concepciones morales. La mística es la quintaesencia de la religión y un lugar privilegiado para el diálogo. “Sin diálogo –afirma Raimond Panikkar- el ser humano se asfixia y las religiones se anquilosan”. El diálogo no busca el indoctrinamiento, ni hacer proselitismo de las propias creencias, ni ni uniformar las prácticas religiosas en torno a un único modelo. No es fin en sí mismo, ni punto de llegada. Menos aun puede convertirse en absoluto. Es un método, un camino, una actitud, una manera de estar en el mundo y de relacionarse con los otros. Ha de ser inclusivo de todas las religiones, de todas las cosmovisiones, culturas, etnias, lenguas, sin jerarquizaciones previas; simétrico, es decir, desde bases de igualdad o con el compromiso de superar las desigualdades (no es posible el diálogo desde la desigualdad, que es el caso de la mayoría de los diálogos y encuentros entre religiones, culturas, hemisferios); contrahegemónico; correlacional: todos los interlocutores tienen derecho a expresar sus opiniones y convicciones con libertad; globalmente corresponsable en la respuesta a los problemas de la humanidad; no neutral, sino desde el lugar social y epistémico las víctimas; respetuoso y potenciador de la diferencia como derecho, valor y riqueza de lo humano. Un diálogo, al decir de Pannikar, dialogal y duologal, que implica confianza mutua en una aventura común hacia lo desconocido y aspiración a la concordia discorde. Este tipo de diálogo lleva a descubrir al otro no como extraño, extranjero, sino como compañero, no como un ello anónimo y despersonalizado, sino como un tú en el yo. Es necesario potenciar el diálogo intercultural frente a quienes se obstinan en defender el choque de civilizaciones como método para el mantenimiento de la hegemonía de la cultura occidental sobre las demás. Dada su radicación en plurales escenarios culturales, la mayoría de las religiones se encuentran en condiciones favorables para facilitar el diálogo entre culturas a partir de relaciones simétricas, y no jerarquizadas. Todas las culturas poseen dimensiones liberadoras que es necesario activar y aportar a la liberación integral de la humanidad. El fomento del diálogo interreligioso es sin duda uno de los mejores antídotos contra los fundamentalismos, que, aun siguen estando presentes en no pocos grupos religiosos fanáticos y, como decía anteriormente, en las cúpulas de no pocas religiones. Varias son las razones para el dicho diálogo: la dimensión social del ser humano; el carácter dialógico del conocimiento y de la razón; la pluralidad de manifestaciones de lo sagrado, del misterio y de lo divino en la historia; la diversidad de respuestas a las preguntas por el sentido de la vida y el sin-sentido de la muerte; la diversidad de líderes religiosos que han puesto en marcha diversos sistemas de creencias y propuesto modelos éticos de comportamiento acordes con el mensaje originario; la necesidad de la hermenéutica de los textos sagrados de las religiones. La hermenéutica no es otra cosa que el diálogo entre las comunidades religiosas de hoy con los textos sagrados y que debe llevarse a cabo desde el nuevo contexto cultural y a partir de las nuevas preguntas que se plantean en dicho contexto. 4. Crear redes de solidaridad interhumana Ello exige superar los localismos, tribalismos, confesionalismos, gremialismos y endogamias en que con frecuencia se ven envueltas las comunidades religiosas, evitar el discurso frentista del “nosotros-ellos” y ensanchar el “nosotros” superando todo tipo de discriminaciones (etnia, religión, cultura, clase social, geografía, lengua, etc.). 5. Luchar contra las discriminaciones y violencias de género y construir una comunidad mundial de hombres y mujeres bajo el signo de la igualdad y el respeto a las diferencias. Las discriminaciones y la violencia de género se dan por doquier en la sociedad y se refuerzan en las religiones, la mayoría de las cuales tiene una ideología androcéntrica, que se traduce miméticamente en una organización patriarcal y en legitimación del machismo social. Pero las religiones cuentan también con tradiciones emancipatorias e igualitarias, la mayoría de las veces subterráneas y desactivadas, y con experiencias de comunidades inclusivas de hombres y mujeres, que pueden colaborar en la lucha por la emancipación de las mujeres y en la elaboración de la teoría de género. La corriente teológica que mejor ha sabido recoger y sistematizar dichas experiencias, cuestionar el androcentrismo de los textos sagrados y dar voz a las tradiciones religiosas igualitarias es la teología feminista, que no es patrimonio del cristianismo, sino que tiene su cultivo y desarrollo en la mayoría de las religiones. 6. Fomentar la hospitalidad y la acogida a los inmigrantes, refugiados, desplazados, asilados políticos. En el origen de la mayoría de las religiones se encuentra un fenómeno de migración, animada por la necesidad de supervivencia y la búsqueda de mejores condiciones de vida, por librarse de la represión política y recuperar la libertad, por el deseo de buscar nuevos horizontes de sentido. Muchos de los líderes y reformadores religiosos se vieron obligados a migrar de su territorio al sentirse incomprendidos y ser perseguidos por el poder político y económico, y encontraron acogida en otras comunidades. A partir de esa experiencia formularon códigos jurídicos y principios éticos de hospitalidad y crearon espacios de acogida sin tener en cuenta la procedencia geográfica, la pertenencia religiosa o la identidad cultural. La hospitalidad, que es principio de humanidad y regla fundamental de humanización, se convierte así en principio ético de las religiones. 7. Ser portadoras de preocupaciones antropológicas Las religiones son portadoras de preocupaciones antropológicas profundas, de preguntas significativas por el sentido y el sin-sentido de la vida y de la muerte, de experiencias-límite y de propuestas alternativas de vida no mediadas por la razón calculadora. Para ellas, la vida del ser humano no es fruto del azar arbitrario ni de la necesidad ciega, sino que se inscribe en un conjunto más amplio que tiene un origen y una meta, una dirección y un fin. Las religiones constituyen, a su vez, lugares privilegiados de apertura a los mundos inexplorados de la trascendencia, a la espiritualidad, la experiencia del misterio y la vivencia de lo sagrado, sin que ello suponga caer en sacralizaciones ni implique la aceptación de un credo concreto. Independientemente de sus creencias o increencias, la Humanidad puede renunciar al caudal de sabiduría que son las religiones. 8. Compaginar la sabiduría mítica y la búsqueda racional Las religiones no pueden renunciar a los mitos, que son relatos portadores de múltiples y profundos significados antropológicos, y de criterios morales, al tiempo que cauces de expresión y de comunicación de experiencias no racionalizables. El mito no limita el conocimiento humano, menos aún lo anula. Todo lo contrario, lo potencia y permite su desarrollo. También Prometeo es un mito, que simboliza la rebeldía contra la arbitrariedad de los dioses, el pensamiento crítico, el actuar subversivo. El mito de Prometeo es portador de luz y utopía. Las religiones son, a su vez, uno de los caudales culturales más preciados de la humanidad y una fuente inagotable de sabiduría. Las preguntas y las respuestas a las que me refería en el apartado anterior han contribuido al desarrollo del pensamiento en sus diferentes modalidades: mítico, filosófico, científico, simbólico, etc. Han hecho importantes aportaciones a la cultura de los pueblos y, en muchos casos, han contribuido sobremanera al desarrollo del pensamiento humano. En no pocas tradiciones culturales, filosofía y religión están estrechamente unidas. Las tradiciones religiosas no deben ser excluidas de ninguno de los campos del saber, ya que ellas mismas son un saber con sus peculiaridades y están en relación con otros saberes. De ahí la necesidad de su estudio, pues son fenómenos culturales relevantes que han intervenido de manera decisiva en la formación de las sociedades humanas, como ha demostrado el antropólogo Roy A. Rappaport, uno de los mejores especialistas en el estudio antropológico del fenómeno religioso. Nacimiento y evolución de la religión, por una parte, y origen y desarrollo de la humanidad, por otra, son dos fenómenos interconectados. Lo sagrado y lo numinoso han jugado un papel fundamental en los procesos de adaptación de las distintas unidades sociales en que la especie humana se ha organizado. En ausencia de la religión, cree Rappaport, la humanidad quizá no hubiera sido capaz de salir de su estado prehumano o protohumano. 9. Respetar el mundo de la increencia en sus diferentes modalidades y las razones de la increencia En torno al 20% de la población mundial se ubica en el espacio plural de la increencia (ateísmo, agnosticismo, indiferencia religiosa, etc.). Si hay razones para creer, también las hay para no creer. Los derechos de la fe y los de la increencia merecen el mismo respeto. Por ende, cualquier guerra religiosa contra los increyentes o de éstos contra los creyentes es un signo de intolerancia. La alternativa es el diálogo y el trabajo común entre creyentes y no creyentes con la mirada puesta en un mundo más justo y solidario. Las creencias o increencias no pueden ser motivo de discriminación o de enfrentamiento entre los seres humanos. 10. Colaborar, desde una actitud crítica y autocrítica, en la construcción de una sociedad alternativa Las religiones deben colaborar en la construcción de una sociedad alternativa, en la propuesta de una cultura emancipatoria, en la elaboración de un proyecto político contrahegemónico, en la puesta en marcha de una alter-globalización, es decir, de una globalización desde abajo, de la solidaridad, de la esperanza, inclusiva de los sectores, pueblos, países, regiones y continentes que la globalización realmente existente, dominada por el neoliberalismo, excluye. Su ética liberadora es la que impulsa a las religiones a construir alternativas y a trabajar por otro mundo posible. 11. Combatir el fatalismo y transmitir esperanza Tarea de las religiones es combatir el fatalismo y el determinismo, que ellas mismas suelen justificar apelando al cumplimiento de la voluntad de Dios o de los dioses, a la fuerza del destino, que se impone de manera inexorable sobre la libertad de los seres humanos, así como la tendencia a mirar al pasado estáticamente. La alternativa al fatalismo es la esperanza. Donde hay religión, hay esperanza, si bien rodeada de ilusión y fantasmagorería. Las religiones, poseen energías utópicas inexploradas que es necesario activar, especialmente hoy cuando la utopía ha sido excluida de todos los ámbitos del saber y del quehacer humano, y se ha impuesto la razón instrumental, la razón de Estado, la razón científico-técnica. De la mayoría de los libros sagrados puede decirse lo que Bloch afirma de la Biblia, que son verdaderas “enciclopedias de utopías”. Las utopías son el motor de la historia, también las utopías religiosas, siempre que tengan sentido histórico y no caigan en una abstracción desmovilizadora ni sitúen la meta o el futuro sólo en el más allá de la historia. Por es necesario compaginar la esperanza religiosa con las utopías históricas. La esperanza religiosa no puede desembocar en confianza ciega e idealista. Ha de ser esperanza militante, siempre en acción, y docta spes, como dijera Enst Bloch, es decir, guiada por la razón, ya que la esperanza no puede hablar sin razón ni la razón puede florecer sin esperanza. 12. El principio-compasión Leemos en el artículo 20 de la Declaración Universal del Bien Común de la Madre Tierra y de la Humanidad: “Pertenece al Bien Común de la Humanidad la compasión por todos los que sufren en la naturaleza y en la sociedad, aliviando sus padecimientos e impidiendo todo tipo de crueldad a los animales”. ¿Qué pueden aportar las religiones a la idea y a la experiencia de la compasión? De nuevo chocamos con la ambigüedad. Por una parte, no se han mostrado muy sensibles ante el sufrimiento humano en general y el de los inocentes en particular, y menos aún ante los dolores de parto de la naturaleza. Más aún, han intentado justificarlo y le han dado un sentido redentor. Ellas mismas han recurrido a sacrificios humanos y de animales como parte necesaria de sus rituales. El chivo expiatorio es el ejemplo más paradigmático. Como contrapunto, la compasión está también en el centro de las religiones. La com-pasión en su sentido etimológico: ponerse en lugar de los otros, compartir las alegrías y los sufrimientos de los otros, sus anhelos y esperanzas, sus luchas, sus clamores angustiados, ponerse en su lugar. Dos ejemplos: la compasión de Yahvé con los hebreos en Egipto y la experiencia de la compasión en el budismo. a) La compasión de Yahvé con los hebreos sometidos a esclavitud por el faraón durante su estancia en Egipto y la sensibilidad hacia sus sufrimientos: “He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he escuchado el clamor ante sus opresores y conozco sus sufrimientos. He bajado para librarlo de la mano de los egipcios y para subirlo de esta tierra a una tierra buena y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel…. El clamor de los israelitas ha llegado hasta mí y he visto la opresión con que los egipcios los afligen” (Ex 3,10). La compasión es uno de los principios fundamentales de la ética buddhista. Puede considerarse su código genético y el criterio de identificación de la práctica budista en relación con los seres humanos, con la naturaleza, con los animales. Consiste en poner todos los medios al alcance de cada uno para proteger la vida, no causar daño a la naturaleza, ni a los seres humanos, practicar la no violencia, que exige, en primer lugar, “habérnoslas pacíficamente con nosotros mismos” El monje vietnamita Thich Nhat Hanh lo formula así: “Consciente del sufrimiento causado por la destrucción de la vida, hago el voto de cultivar la compasión y aprender maneras de proteger la vida de las personas, animales, plantas y minerales. Estoy dispuesto a no matar, a no dejar que otros maten y a no tolerar ningún acto mortal en el mundo, tanto en mi pensamiento como en mi forma de vivir”. La compasión activa las potencialidades dormidas para luchar contra las causas del sufrimiento ecohumano. Sin compasión no hay lucha contra el sufrimiento. La compasión se convierte así en principio teológico. 15. Promover y practicar el Bien Vivir, que no debe confundirse con el vivir mejor Vivir mejor suele ser la mayoría de las veces a costa del otro (explotación), vivir mejor que el otro (competitividad), desinteresarse de la suerte del otro (egoísmo e individualismo). El Bien Vivir es, sin embargo, vivir en comunidad, hermandad y sororidad, en armonía entre las personas y la naturaleza; compartir y no competir; alcanzar el equilibrio entre los seres humanos, entre éstos y la naturaleza, entre los hombres y las mujeres; vivir con creatividad y acción conjunta; recuperar la cultura de la vida en armonía y respetar a la Madre Tierra; respetar su capacidad de autorregulación de la vida y del planeta; volver al camino del equilibrio; en definitiva, volver a ser. El logro del Bien Vivir requiere el cumplimiento de los Diez Mandamientos, que Evo Morales formula así: 1. acabar con el sistema capitalista inhumano; 2. renunciar a las guerras, de las que siempre salen ganando las transnacionales, no las naciones; 3. construir un mundo sin imperialismos ni colonialismos; 4. considerar el agua como derecho humano y de todos los seres vivientes del planeta; 5. acabar con el derroche de la energía; 6. respetar a la Madre Tierra, que es nuestro hogar y nuestra fuente de vida; 7. reclamar los servicios básicos como derechos humanos; 8. acabar con el consumismo, el derroche de recursos naturales y el lujo; 9. optar por estados plurinacionales que respeten las diferencias, sin permitir el saqueo de los recursos naturales o la explotación a los pobres; 10. plantear el bien vivir en comunidad, en armonía hombre-mujer y con la Madre Tierra, respetando las distintas formas de vida comunitaria. |
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