Domingo de Ramos
La mujer del perfume y el centurión son dos figuras centrales en los últimos capítulos del evangelio de Marcos. Ella y él van a ser quienes orienten a quien escucha o lee el evangelio en como han de entender este momento de la vida de Jesús. Ellos son intérpretes fiables del significado y consecuencias de la cruz de Jesús. Lo buscaban para prenderlo Jesús llega a Jerusalén como un profeta, dispuesto a proclamar el sueño de Dios en la ciudad del poder, a desafiar las fronteras legales y religiosas que impedían a muchos hombres y mujeres tener acceso al encuentro con Dios. Su acción en el templo había provocado el temor de los poderosos que se sentían desafiados por la autoridad soberana del maestro y comenzaron a buscarle para prenderlo (Mc 14, 1-2). A Jesús, por su parte, se le conmovían las entrañas por los pequeños y pequeñas de este mundo, explotados, invisibilizados por los rituales ostentosos y los privilegios de unos pocos. Contemplar la ciudad santa con su magnifico templo encogía sus entrañas porque no era así como su Abba quería encontrarse con sus hijos e hijas. Pero el enemigo era poderoso y sabía que permanecer fiel al Dios del reino podía costarle la vida. La mujer del perfume En Betania, en casa de Simón el leproso, Jesús comparte la mesa con amigos y discípulos. Una mujer innominada entra y lleva a cabo un gesto de gran osadía que provoca el malestar de muchos de los allí reunidos: ungió a Jesús con perfume. Los allí presentes, seguramente en su mayoría varones, se sentían honrados de compartir la comida con el maestro, lo escuchan convencidos de la verdad de su mensaje, pero parecen no haber contado con las consecuencias que puede tener entrar a forma parte de la comunidad del Reino. Esta mujer, sin embargo, lo ha entendido y eso le ha dado fuerzas para entrar, quizás sin ser invitada, y derramar sobre la cabeza de Jesús un perfume caro. Curiosamente nadie se pregunta qué significa el gesto, si no que muchos critican el derroche que supone gastar un perfume tan caro. Jesús recibe agradecido el gesto de la mujer y comprende porque lo ha hecho. Ella ha ungido solemnemente a Jesús como Mesías, pero lo ha hecho en una casa, sin intermediarios, sin solemnidades, solo con su fe proclamada y expresada a través de un gesto sencillo pero cargado de significado. El maestro confronta con sus amigos por no saber acoger a la mujer y no solo les explica el valor de lo que ella ha hecho, sino que les invita a recordarlo siempre que se anuncie la buena noticia del Reino. Esta mujer ha sido capaz de ver más allá y entender que Jesús está comenzando a vivir el momento más duro de su misión y que es ahora cuando hay que apostar con él por arriesgar y entregar la vida. Ella lo unge como mesías, lo confirma en su misión de liberación y reconstrucción de un pueblo hundido y extraviado. Ella, sin palabras, lo proclama mesías porque ya está dicho todo, es el momento definitivo, el momento de la gratuidad, la humildad, la bondad como único argumento. Por eso su gesto ha de ser recordado, porque la buena noticia es la de un Dios que actúa con misericordia y bondad y nadie puede imponerla, ni condicionarla a rituales y normas. La Buena noticia ha de ser proclamada como el gesto de esta mujer, derrochando y si esperar nada a cambio. Así será también la entrega de Jesús. Este hombre es verdaderamente el hijo de Dios El centurión romano, ante la cruz de Jesús, hace la confesión clave de todo el evangelio. Al verlo crucificado entiende lo que sus discípulos no habían entendido: que la grandeza de Jesús no estaba en sus acciones portentosas, sino en su capacidad de dar la vida por entregar el amor al mundo sin reservas, sin condiciones. Él, como el siervo de Isaías, no rompe la caña cascada, ni el pábilo vacilante; se ha dejado vencer para mostrar al Dios de los pequeños/as y desvalidos/as, al Dios que rechaza la venganza, que reconcilia, que pacifica. La divinidad de Jesús es reconocida en su mayor postración su grandeza en su mayor debilidad. En la mirada de un hombre vencido descubre este pagano la acción salvadora de Dios. En la pasión de su mensaje y su actuar descubre la mujer la gratuidad del Abba que derrocha sin límites amor, perdón y bondad.
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