Navidad es siempre, para los creyentes, una llamada a renacer. Una invitación a reavivar la alegría, la esperanza, la justicia social, la solidaridad, la fraternidad y la confianza total en el Dios-Todo-Niño-Encuentro en esta Casa Común, la Madre Tierra que nos acoge a todos.
Como en tantas épocas, el anuncio de NAVIDAD sigue siendo necesario. Y habla de amor... capaz de apostarlo todo por la humanidad de manera incondicional, definitiva, memorial. ¡La Vida se impone como expresión de Amor! Dios llega a nuestras vidas de forma impertinente. No anuncia su llegada ni señala el tiempo o el lugar. ¡Sencillamente nace! Tampoco sus modos son previsibles: viene revestido de pobreza, vulnerable, indefenso… nacido en un pesebre, a la intemperie. ¡Sencillamente nace! Y solemos tener nuestros hogares tan armados que no tenemos lugar para Él… y, en el mejor de los casos, le indicamos dónde sí necesitan de su presencia: aquéllos pesebres donde nadie quiere entrar. ¡Sencillamente nace! Y Dios, obediente, irá a esos pesebres. En los dolores del mundo y de nuestra existencia habrá de nacer. Y traerá gente, pastores o magos de oriente, sin-techo o refugiados, migrantes o temporeros, mestizos o indígenas, descartados de nuestro tiempo y de nuestra historia… para llenar nuestros vacíos y silencios. Dios, el impertinente, quiere nacer. ¡Sencillamente nace! La Navidad de Dios proclama que “las cosas pueden cambiar”. Seguimos anhelando “las tres T” para este tiempo, para esta historia desigual: la Tierra que da sustento, el Techo que da cobijo y el Trabajo que enriquece. Y en el camino… nos encontramos con el recién nacido que cambia nuestra mirada, que doblega nuestro paso y multiplica la comunión en la intemperie entre los más pequeños. Porque, ¡sencillamente nace! Después de escuchar y releer varias veces el texto evangélico que evoca el nacimiento de Jesús, sigo quedándome sorprendido, sobre todo, por la parquedad del relato: el esperado, el Dios-con-nosotros… nace en el anonimato más absoluto; la que da a luz es una mujer desconocida en el pueblo, el recién nacido es recostado en un pesebre de animales porque nadie les ha ofrecido albergue. ¡Nadie, absolutamente nadie, ha presenciado el nacimiento! ¡Sencillamente nace! Es como si Dios entrara por la puerta pequeña de la historia, sin hacer ruido y se colocara en el último lugar, en el lugar de los que no cuentan y no son significativos para la marcha del mundo. Parece como si el evangelista se quedara sin palabras ante el sorprendente actuar de Dios y quisiera ningunear la entrada de Dios bajo la presencia de un niño pobre recién nacido. Y desde el comienzo, Dios en Jesús comenzó a “oler a pobre”. Todo en el establo de Belén huele a sencillez, pobreza y humildad, a los últimos. La pobreza, la exclusión y la marginación se hicieron presentes en la historia del Dios creador, providente, todopoderoso en Jesús. Y es aquí… ¡donde sencillamente nace! ¿En este niño y estas circunstancias se encarna Dios? ¿Dónde quedan nuestras imágenes adquiridas, asumidas, explicadas y defendidas de un Dios majestuoso, omnipotente, grande y lejano? Nuestra fe se conmueve ante fragilidad de un niño débil e indefenso recién nacido y musitamos: Creemos, Señor, ¡pero aumenta nuestra fe! Tu humanidad nos deja sin palabra. ¡Son tantos los rostros encarnados en que te muestras! Sigue siendo Navidad en cada historia, en cada tierra, en cada vida que se abre al Misterio. En cada verbo que se hace eco de las palabras de justicia y de paz. En cada gesto que se suma en la movilización de los derechos sociales, los derechos de la Tierra, los derechos de la Vida. Sigue siendo Navidad en mi vida, en tu vida, si dejamos que el evangelio acampe en nuestras estancias. Porque… ¡sencillamente nace! ¿Cómo comprender lo que, de algún modo, nos desborda? ¿Cómo percibir el sentido de tu encarnación, de tu nacer tan frágil, de tu hacerte uno de los nuestros? Es Misterio, es gozo, es sorpresa, es esperanza, es promesa, es encarnación, es Buena Nueva, es Verbo. El Dios-Niño viene a darle la vuelta a la lógica del mundo. «Algo nuevo está brotando ¿no lo notáis?» (Is 43, 19). Agradecido, com coração de mãe, yo también digo ES NAVIDAD.
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