Es claro que en el "testamento espiritual" de Jesús aparece reflejada la vida de la comunidad joánica: una comunidad que sufre inquietud y agobio, como consecuencia de las persecuciones externas y de la división interna.
A esa comunidad va dirigida la palabra de Jesús: "Que no tiemble vuestro corazón". El verbo utilizado en el original griego (tarassesqw: tarasseszo) indica una conmoción muy profunda, similar a una turbación que ciega. Sin duda, esa sería también la experiencia de los discípulos ante los acontecimientos que se sucedieron en los últimos días de la existencia de su Maestro. Y es igualmente la nuestra cuando nos ocurre algo que nos descoloca profundamente en cualquier sentido. La turbación o la angustia aparecen –con mayor o menor intensidad- cada vez que unimos nuestra suerte a "lo que ocurre", siempre que eso "que ocurre" no coincide con nuestros deseos o expectativas. "Lo que sucede" reviste una doble característica: por un lado, escapa a nuestra voluntad; por otro, es siempre impermanente. Al identificarnos con ello, nos convertimos en marionetas de los acontecimientos, nuestro estado de ánimo se escapa de nuestras manos y sobrevivimos fluctuando en altibajos. La salida no puede pasar nunca por el imposible control de lo que ocurre, sino por situarnos en "otro lugar", en la consciencia de lo que sucede. Lo que ocurre es impermanente; la consciencia permanece siempre: los altibajos son sustituidos por la ecuanimidad. La sabiduría consiste, pues, en hacer el "paso" de lo que ocurre a la consciencia de lo que ocurre. Y nos adiestramos en ello cada vez que, ante cualquier sensación, sentimiento, emoción, estado de ánimo, circunstancia, acontecimiento..., nos hacemos conscientes de lo que estamos sintiendo o de lo que está acaeciendo. Al hacerme consciente, tomo distancia –crezco en libertad- y me conecto un poco más lúcidamente con mi verdadera identidad: no soy nada de lo que pueda ocurrir, pensar o sentir, sino la consciencia en la que todo aquello aparece. La consciencia no se inquieta, no sufre, no se altera; tampoco muere, porque nunca nació. Permite que todo sea. Es sabiduría que conduce todo el proceso. Alinearse con ella significa anclarse en nuestra verdadera identidad y fluir con la corriente de la Vida. A eso mismo apuntan las palabras de Jesús: "Creed en Dios y creed también en mí". Jesús relaciona directamente la fe con la calma (paz), en una llamada reiterada a la confianza. Como si dijera: mantened la confianza, confiad en que el Fondo bondadoso de la existencia os sostiene en todo momento, porque constituye nada menos que vuestra identidad más profunda. No somos llamados a confiar en "algo" que nuestra mente nos presenta, sino en Aquello que se llama, entre otros mil nombres, Confianza y que se encuentra siempre a salvo. Desde la perspectiva no-dual, el mensaje es palmario y sencillo: confía en lo que realmente eres, porque nada ni nadie te podrá dañar en ello. En ese fondo, dice Jesús –aunque en realidad parece tratarse de un dicho tradicional de la comunidad joánica-, "hay muchas estancias", es decir, hay lugar para todos. El plural significa, sencillamente, amplitud. La Consciencia o Dios es el "lugar" ilimitado que todos compartimos, en el que todos nos encontramos. Se trata de la "identidad compartida", en la que "estoy yo y estáis también vosotros". Solo cuando vivimos conectados con ella, nos descubrimos uno con Jesús, uno con Dios. Ante semejante propuesta, no es extraño que se despertara la pregunta que se pone en boca de Tomás acerca del camino, así como la proclamación excelsa por parte de Jesús: "Yo soy el camino y la verdad y la vida". "Yo soy el camino": "Verdad" y "Vida" son otros nombres para referirnos a la Consciencia o a Dios. Y el camino no es otro que la toma de consciencia de que esa es justamente nuestra verdadera identidad: Yo Soy. Jesús habla consciente de esa identidad y anclado en ella. Pero, al ser compartida, sus palabras podemos decirlas cada uno de nosotros..., siempre y cuando nos hallemos también en conexión con quienes realmente somos. Lo que es Jesús, lo somos todos. Lo que sucede es que nos da miedo reconocerlo y continuamos en la ignorancia que nos reduce al pequeño yo o ego, con el que nos hemos identificado. Y para nuestro yo resulta más sencillo, más cómodo e incluso más "sensato" colocar a Jesús en una peana elevada, rindiéndole culto, que verlo como un "espejo" que está reflejando lo que ya somos todos. Nos da más miedo la luz que la oscuridad: y es precisamente ese miedo el que nos impide hacer nuestras las palabras de Jesús.
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