Las palabras y las acciones de Jesús generaban mucha expectación entre la gente de aldeas y ciudades por las que pasaba, pero seguirle y comprometerse con su misión era otra cosa muy diferente. En muchas ocasiones aparece en los evangelios cuestionando la tibieza y las medias tintas en su seguimiento, pero sobre todo es especialmente duro con aquellos que se creian muy seguros de su buen comportamiento ante Dios.
En este episodio Lucas sitúa a Jesús camino de Jerusalén (Lc 13, 22). Esta localización nos remite al momento más decisiva de su vida. El rechazo y la creciente persecución que experimenta le lleva a tomar la decisión de llevar su mensaje al centro del poder religioso de Israel y el lugar por excelencia de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Camino de Jerusalén Jesús siente la urgencia del Reino, sabe que es un momento decisivo, ya no se puede esperar, hay que decidirse, porque el Padre de entrañas maternas espera impaciente para derramar su amor y misericordia sobre sus hijos e hijas. Jesús es consciente del riesgo de ir a la ciudad santa pero su fidelidad es más fuerte que cualquier razón. En un momento indeterminado del camino alguien le pregunta sobre quienes se salvarán (Lc 13, 23). La respuesta de Jesús refleja con claridad la intensidad vital que vive el maestro. Para él la cuestión no está en el numero o en quienes han de ser privilegiados ante Dios, sino que cada una de las palabras que pronuncia expresan la urgencia de tomar una decisión frente a él y consecuentemente frente a la oferta salvadora del Dios del Reino. Lucas para poder transmitir la fuerza de este momento reúne varias sentencias del maestro, que en los otros sinópticos aparecen dispersas y que posiblemente fueron pronunciadas en contextos diferentes. Esto hace que a lectores contemporáneos como nosotras/os nos resulten un poco inconexas y enigmáticas. El discurso comienza con una sentencia que se centra en la imagen de la “puerta estrecha” (lc 13,24). Esta imagen, como a veces se piensa, no quiere remitir a experiencias de humildad o las dificultades del seguimiento, sino que alude a una realidad mucho más concreta y familiar a sus oyentes. Todas las ciudades en la antigüedad estaban amuralladas y tenían una serie de puertas que durante el día permitían la entrada y salida de la ciudad de los vecinos o visitantes. Al llegar la noche esas puertas se cerraban y solo se podía acceder a la villa por unas puertas pequeñas, contiguas a las principales, que permanecían vigiladas por soldados y no eran de libre acceso. A estas puertas es a las que Jesús se refiere para expresar que ya ha pasado el tiempo de puertas abiertas por los caminos de Galilea, de ilusión e utopía. ahora camino de Jerusalén las puertas se cierran y la apuesta por el reino es ahora más difícil porque la oposición es más fuerte y la apuesta mucho más dura. La segunda imagen nos sitúa a la puerta de una casa cuando a la caída del día el amo cierra el portón y ya no se reciben visitas (Lc 13, 25). La idea es semejante a la de la anterior sentencia, pero se añade algo significativo: el duro rechazo del amo de los que se pretendían amigos. Para Jesús la subida a Jerusalén supone el juicio definitivo de quienes han rechazado su mensaje o no se lo han tomado suficientemente en serio. Estas palabras en boca de Jesús quizá nos suenen duras, pero del mismo modo que Mateo en el capítulo 25, señalan hacia el lugar vital donde se pone en juego la auténtica acogida de la experiencia salvadora de Dios. La metáfora del banquete es una de las preferidas de Jesús para expresar la llegada del Reino de Dios. Cualquiera de sus oyentes podía evocar con facilidad las palabras de Isaías 25, 6-9 que presentaban la llegada de la salvación de Dios como un gran banquete y sin duda muchos/as vieron encarnada en las comidas de Jesús y en muchas de sus parábolas esa esperanza mesiánica proclamada por el profeta. En la última parte del discurso que comentamos vuelve a aparecer la imagen del banquete. Jesús camino de la ciudad santa lleva ya sobre los hombros el rechazo de una parte significativa de su pueblo. Sabe que muchos siguen aferrados a una idea exclusivista de la salvación de Dios por eso, de nuevo evoca el texto de Isaías para recordarles que Dios invita a su mesa a todos/as sin distinción (Is 25,6-7) y que aquellos o aquellas que sigan defendiendo los muros de pureza religiosa o manteniendo las fronteras que separan a los elegidos/as de los excluidos/ se están equivocando porque con sus muros y fronteras lo único que van a conseguir es su propia exclusión del banquete del Reino y perderán su condición de herederos/as de Abraham, Isaac, Jacob y de todos los profetas que lo anunciaron (Lc 13, 28). Por eso, todos/as aquellos/as que eran considerados “últimos” en el camino de la salvación, son ahora “los primeros” invitados por Dios. Estas palabras de Jesús recordadas de esta forma particular por Lucas, nos llaman a tomarnos en serio el mensaje de Jesús, a no conformarnos con compromisos tranquilos, a superar cualquier frontera que intente limitar el amor y la misericordia de Dios. Como seguidores/as de Jesús el conflicto estará presente en nuestras vidas, más de una vez tendremos que iniciar la subida a Jerusalén, pero también como él hemos de mantener la fidelidad y el compromiso. Estamos salvadas/os pero necesitamos apropiarnos de esa salvación para que realmente sea una experiencia de vida y de encuentro con Dios.
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