Sigue el camino hacia Jerusalén. Al anunciar Mc tres veces la pasión, está mostrando la rotundidad del mensaje. Al proponer después de cada anuncio, la radical oposición de los discípulos, está resaltando la dificultad del seguimiento. A continuación del primer anuncio, Pedro dice a Jesús que, de pasión y muerte, ni hablar. Después del segundo, lo discípulos siguen discutiendo quién era el más importante. Hoy, al tercer anuncio de la pasión, los dos hermanos pretenden sentarse uno a su derecha y otro a su izquierda ‘en su gloria’.
Uno a tu derecha y otro a tu izquierda. Le llaman pomposamente maestro, pero van a decirle lo que tiene que hacer, no a aprender lo que él les está enseñando. Parece que Santiago y Juan están pidiendo los primeros puestos en el reino terreno que Jesús va a instaurar en Jerusalén. Pero aunque estuvieran pensando en el reino escatológico, estarían manifestando el mismo afán de superioridad. Ya decíamos el domingo pasado que la actitud egoísta es la misma, se pretendan seguridades para el más acá o para el más allá. No sabéis lo que pedís. Se refleja una diferencia abismal de criterios. Jesús y los discípulos están en distinta longitud de onda. Con esta frase, Mc puede estar proponiendo una sutil proyección sobre el momento mismo de la muerte de Jesús. Si tenemos en cuenta que, para Jesús, el lugar de la gloria es la cruz, le estarían pidiendo que vayan con él a la muerte. Curiosamente, todos los evangelios nos dicen que, efectivamente, había en aquel momento uno a su derecha y otra a su izquierda, pero eran malhechores comunes. Los otros diez se indignaron. Esta reacción es la señal inequívoca de que todos estaban deseando los mismos puestos. El resto de los discípulos tenían las mismas ambiciones que los dos hermanos, pero eran cobardes y no tenían la valentía de manifestarlo. Normalmente en la protesta por lo que hace otro podemos manifestar el deseo de hacer lo mismo. La inmensa mayoría de los cristianos seguimos intentando utilizar a Dios en nuestro provecho. Los jefes de los pueblos lo tiranizan... Es impresionante el resumen que hace de la manera de utilizar el poder en el mundo. Jesús no crítica ni la democracia ni la monarquía; critica a las personas que ejercen el poder oprimiendo. Jesús da por supuesto que en el ámbito civil, lo normal es ejercer el poder tiranizando y oprimiendo a los demás. Pero ¡qué distinto lo que propone a sus seguidores! "Nada de eso" sino todo lo contrario: Servir. Una lección que los cristianos tardaron en aprender y olvidaron demasiado pronto. El puesto está ya reservado. Una incoherencia más del evangelio. Jesús da por supuesto que alcanzará la gloria, en Mt dice reino. En el año 80 los cristianos aún no se han bajado del burro: dan por supuesto que Jesús alcanzó la gloria de un reino. En veinte siglos muy pocos cristianos comprendieron que la mayor gloria del hombre es dedicar su vida a los demás y deshacerse en beneficio de todos. Seguimos esperando un premio. El Hijo de hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir. Ahora no son los jefes de los sacerdotes los que le quitan la vida, sino que es él el que la entrega libremente. Este cambio de perspectiva en muy importante para el sentido general. Al decir que da su vida, el texto griego no dice “zoe” ni “bios” sino “psyche”, que no significa exactamente vida, sino lo humano, lo psicológico, la persona. Dar su vida, no significaría morir, sino poner su humanidad al servicio de los demás mientras vive, sirviendo. Hoy muy probablemente en la homilía se criticará a la Iglesia porque no sigue el evangelio huyendo de todo poder y sirviendo a todos. Los entes de razón no son sujetos de reacciones humanas. Jesús critica a la persona concreta que actúa desde el poder para oprimir a los demás. Somos las personas con nombre y apellidos las que seguimos actuando sin tener en cuenta el evangelio. En muy pocos siglos los cristianos volvieron a considerar correcto lo que Jesús había criticado tan duramente en los evangelios. El evangelio nos dice, por activa y por pasiva, que el cristiano es un ser para los demás. Si no entendemos esto, no hemos comprendido el a b c del cristianismo. Pero este mensaje es también la x, porque es la incógnita más difícil de despejar, la realidad más camuflada bajo la ideología justificadora que siempre segrega toda religión institucionalizada. Somos cristianos en la medida que nos damos a los demás. Dejamos de serlo en la medida que nos aprovechamos o queremos dominarlos de cualquier forma para estar por encima de ellos. Este principio básico del cristianismo no ha venido de ningún mundo galáctico. Ha llegado hasta nosotros gracias a un ser humano en todo semejante a nosotros. Lo descubrió en lo más hondo de su ser. Al comprender lo que Dios era en él, al percibirlo como don total, Jesús hizo el más profundo descubrimiento de su vida. Entendió que la grandeza del ser humano consiste en esa posibilidad que tiene de darse como Dios se da. Jesús descubrió que ese era el fin supremo del hombre, darse, entregarse totalmente, definitivamente. En ese don total, encuentra el hombre su plena realización. Cuando descubre que la base de su ser es el mismo Dios, descubre la necesidad de superar el apego al falso yo. El ego es siempre falso porque es una creación mental, por eso necesita estar siempre afianzándose. Liberado del “ego”, se encuentra con la verdadera realidad que es. En ese momento, su ser se expande y se identifica con el Ser Absoluto. El ser humano se hace uno con Él. Esa es la meta, no hay más. Ni Dios puede añadir nada a ese ser, porque es ya una misma cosa en él. Mientras no haga este descubrimiento, estaré en la dinámica del joven rico, de los dos hermanos y de los demás apóstoles: buscaré más riquezas, el puesto mejor y el dominio de los demás. Si acepto darme a todos por programación, será a regañadientes y esperando una recompensa, aunque sea espiritual. Estoy buscando potenciar mi “ego”. Tampoco se trata de sufrir, de humillarse ante Dios o ante los demás, esperando que después, Dios me lo page con creces. La máxima gloria será vivir y desvivirse en beneficio de los demás. Los evangelios están escritos desde una visión mítica. En el relato no se cuestiona que Jesús se sentará en su trono ni que habrá alguien a su derecha y a su izquierda, pero a renglón seguido nos dice que la gloria consiste en el servicio, en el amor manifestado. El amor es lo contrario al egoísmo y lleva consigo la desaparición del ego. Superado el individualismo, solo queda la unidad. Los honores y la gloria solo son posibles mientras persista el ego; una vez superado, todo es UNO. Ya no hay un sujeto que pueda recibir gloria ni otro que la da. El objetivo último de Jesús fue entregarse, deshacerse en beneficio de los demás. Así, llegó a su plenitud como ser humano. Su consumación fue idéntica realidad a su consumición en favor de los demás. No tiene ningún sentido que lo hiciera esperando una recompensa de gloria o reino. La superación del yo y la identificación con Dios es el Reino y su máxima gloria. No hay, no puede haber más. Ya no hay un Dios que glorifique ni un Jesús glorificado. Cuando dijo: yo y el Padre somos uno, manifestó que había llegado hasta el final. Meditación Opresión, tiranía, sometimiento, esclavitud, servidumbre. Entre vosotros nada de eso, dice Jesús. Pero todo eso lo encontramos en cada uno de nosotros. La larga lucha que tuvo Jesús con sus discípulos es la misma que tenemos que llevar a cabo cada uno de nosotros contra nuestro falso yo.
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En las lecturas de los domingos anteriores Jesús ha ido instruyendo a los discípulos a propósito de los más diversos temas (los niños, el divorcio, la riqueza, etc.). En el de hoy da su última gran enseñanza antes de subir a Jerusalén para la pasión.
En lo que piensa Jesús Todo comienza con el tercer anuncio de la pasión y resurrección, que no se lee, pero que es fundamental para entender lo que sigue. Jesús repite una vez más a los discípulos que los sumos sacerdotes y los escribas lo condenarán a muerte, lo entregarán a los paganos, se burlarán de él, le escupirán, azotarán y matarán. En lo que piensan Santiago y Juan: Presidente del Gobierno y Primer Ministro Igual que en los casos anteriores, al anuncio de la pasión sigue una muestra de incomprensión por parte de los apóstoles: Santiago y Juan, dos de los más importantes, de los más cercanos a Jesús, ni siquiera han prestado atención a lo que dijo. Mientras Jesús habla de sufrimiento, ellos quieren garantizarse el triunfo: “sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. “En tu gloria” no se refiere al cielo, sino a lo que ocurrirá “en la tierra”, cuando Jesús triunfe y se convierta en rey de Israel en Jerusalén: quieren un puesto a la derecha y otro a la izquierda, Presidente de Gobierno y Primer Ministro. Para ellos, lo importante es subir. La respuesta de Jesús, menos dura de lo que cabría esperar, procede en dos pasos. En primer lugar les recuerda que para triunfar hay que pasar antes por el sufrimiento, beber el mismo cáliz de la pasión que él beberá. No queda claro si Juan y Santiago entendieron lo que les dijo Jesús sobre su cáliz y su bautismo, pero responden que están dispuestos a lo que sea. Entonces Jesús, en un segundo paso, les echa un jarro de agua fría diciéndoles que, aunque beban el cáliz, eso no les garantizará los primeros puestos. Están ya reservados, no se dice para quién. La reacción de los otros diez y la gran enseñanza de Jesús “Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan”. ¿Por qué se indignan? Probablemente porque también ellos ambicionan los primeros puestos. Jesús aprovecha la ocasión para enseñarles cómo deben ser las relaciones dentro de la comunidad. En la postura de los discípulos detecta una actitud muy humana, de simple búsqueda del poder. Para que no caigan en ella, les presenta dos ejemplos opuestos: 1) el primero, que no deben imitar, es el de los reyes y monarcas helenísticos, famosos por su abuso del poder: “Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las oprimen”. 2) el segundo, el que deben imitar, es el del mismo Jesús, que ha venido a servir y a dar su vida en rescate por todos. En medio de estos dos ejemplos queda la enseñanza capital: “el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. En la comunidad cristiana debe darse un cambio de valores absoluto. Pero esto es lo que debe ocurrir “entre vosotros”, dentro de la comunidad. Jesús no dice nada a propósito de lo que debe ocurrir en la sociedad, aunque critica indirectamente el abuso de poder. Primera lectura: Isaías 53,10-11 Este texto se ha elegido como comentario de las palabras de Jesús: “el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” y de sus referencias anteriores a la pasión (el cáliz y el bautismo). Por eso comienza diciendo que El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento; unas palabras que escandalizan por la forma de hablar de Dios, pero que hay que interpretarlas como un recurso para el triunfo final. De hecho, el texto de Isaías insiste más en el éxito de Jesús (verá su descendencia, prolongará sus años, verá y se hartará) y de su obra (el plan de Dios prosperará por sus manos,justificará a muchos). Reflexiones 1. Este pasaje constituye la última enseñanza de Jesús antes de la pasión, en la que nos deja su forma de entender su vida: “El Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. Este ejemplo es válido para todos los cristianos, no sólo para papas y obispos. 2. Esta espléndida enseñanza no nos habría llegado si Santiago, Juan y los otros diez hubieran sido menos ambiciosos. Los fallos humanos pueden traer grandes beneficios. 3. La enseñanza de Jesús ha calado muy poco en la Iglesia después de veinte siglos y en ella se sigue dando un choque de ambiciones al más alto nivel. La única solución será tener siempre presente el ejemplo de Jesús. 4. El texto de Isaías nos ayuda a mirar con esperanza los momentos difíciles de nuestra vida. Aunque la impresión que podemos tener a veces es que Dios nos está triturando con el sufrimiento, no es ésa su intención, sino sacar de nosotros algo muy bueno. “Queremos que hagas lo que te vamos a pedir”. Con esta frase, Santiago y Juan han pasado a la historia como dos inconscientes que no comprendieron el estilo de vida de Jesús, aunque habían convivido unos años con Él.
Algo semejante nos ocurre a nosotros y a las comunidades eclesiales. ¿Estamos libres de la ignorancia que tenían los dos hermanos? ¿No nos vemos reflejad@s en esa petición? ¿Cómo es nuestra oración de petición? ¿Es un abandono confiado en las manos del Abbá? ¿O hacemos bullying al mismísimo Dios porque queremos que haga lo que le pedimos? ¿Nos sentimos “señores” de nuestra vida y de nuestra historia, y no le cedemos ese puesto ni a Dios? ¿Con qué convencimiento decimos “que se haga tu voluntad…” en el Padrenuestro? El protocolo, en tiempos de Jesús y ahora, destaca dos lugares de honor: a la derecha y a la izquierda del personaje principal. ¿Queremos salir siempre en el selfie con Jesús? ¿Queremos figurar en determinados puestos y que se reconozcan nuestros méritos y compromisos? ¿Cómo pide nuestro ego su alimento cotidiano? El evangelio de hoy nos pone frente a la actitud de estos dos hermanos como si fueran un espejo que nos muestra lo que somos y nuestros deseos más profundos e inconfesables. Los otros diez apóstoles se indignaron. Como nos indignamos nosotr@s cuando presenciamos escenas semejantes. Estamos hech@s del mismo barro. Tenemos la misma raíz humana que los apóstoles, la misma naturaleza herida. Además, hemos perdido algo muy valioso: la corrección fraterna. Jesús corrigió a los doce y les hizo tomar conciencia de la realidad política y religiosa en la que vivían: los poderosos eran opresores, no servidores. Las autoridades romanas y el sanedrín eran buena muestra de ello. Los dos hermanos habían dejado sus barcas para formar parte de proyecto del Reino… y ahora querían imponerle a Jesús su propio proyecto y subir en el escalafón. En el curso de esa corrección, Jesús les pregunta ¿“sois capaces de…”? A Santiago y Juan no se les ocurre responder desde su fragilidad, sino desde su soberbia: ¡Podemos! El tiempo demostró que de lo único que fueron capaces, cuando llegó el momento de dar testimonio en la pasión, fue de esconderse como ratas para no perder la vida. Como ellos, puede que nos creamos capaces de muchas cosas, y deseemos tener más poder. Pero hay que ser una gran persona para que el ejercicio del poder no se nutra con la savia de los siete pecados capitales (avaricia, soberbia, lujuria, envidia, ira, gula, pereza…) Miremos el panorama de quienes detentan el poder en el ámbito político, eclesial, familiar, laboral etc. y saquemos conclusiones. Y ojalá no quedemos fuera del “mea culpa”, en la parte que nos corresponde. Poder y servicio deberían estar íntimamente entrelazados, pero habitualmente son como dos caras de una moneda: no es posible verlas al mismo tiempo. Cuando Santiago, Juan y sus diez compañeros estaban mirando la cara del poder, Jesús les ayuda a dar la vuelta a la moneda y fijarse en la riqueza del servicio. Por eso, este evangelio nos invita también a revisar seriamente cómo comprendemos y vivimos el servicio en la Iglesia y en las iglesias. Servir… ¿a quién? ¿Cómo? ¿A cambio de qué? Servir no es hacer las tareas que la otra persona puede hacer, pero no las hace por comodidad. Servir no es vivir con sumisión ni permitir que pisoteen la dignidad. Junto a la tolerancia cero en la pederastia, ojalá lleguemos a tolerancia cero en el servilismo en el ámbito eclesial. Es cuestión de caminar en esta dirección. Finalmente, el evangelio nos invita también a preguntarnos: ¿pedimos sentarnos en su gloria y gestionar nuestro puesto en el Reino, tras la muerte? Hay una teología que atufa, basada en los premios, merecimientos y enchufes. Esa teología nos invita a razonar de este modo: por si acaso no entran todos en la gloria…, asegurémonos un buen puesto lo antes posible. Recordemos a Dios todo lo que le hemos dado, para que no lo olvide, y nos guarde un puesto de honor. Repitamos ritos y oraciones que tienen promesa de vida eterna. Si es así, ¡somos hij@s de Zebedeo! La crisis detrás de la crisis. Este puede ser también el título de esta columna. La crisis provocada por los abusos sexuales de algunos clérigos en la Iglesia Católica es la expresión sórdida de otra profunda crisis, a saber, la del divorcio entre la institución eclesiástica y el Pueblo de Dios (todos los bautizados y bautizadas).
Estos abusos tienen varias causas, por ejemplo, la pedofilia. Pero como bien señalan la Royal Comisión australiana (2017) y el Forschungsprojekt sobre esta materia de los alemanes (2018), la institucionalidad eclesiástica católica los facilita. Después del esfuerzo del Concilio Vaticano II (1962-1965) de dialogar con la modernidad, los sectores predominantes de la jerarquía eclesiástica frenaron este notable intento. De esta manera, además, hicieron caso omiso de la condena del fideísmo del Concilio Vaticano I (1870). Este error teológico, una verdadera herejía, consiste en creer lo que se imponga creer con sacrificio de la razón, de la razonabilidad y de la racionalidad. En otras palabras, especialmente en los últimos 50 años, se ha demandado de los fieles católicos la llamada vulgarmente "fe del carbonero", con penosas consecuencias. Resultado: los cristianos católicos han sufrido al extremo de sus posibilidades no poder vivir su cristianismo de acuerdo a los estándares culturales de su época. Segundo resultado: la jerarquía eclesiástica ha perdido ascendencia sobre ellos. Hasta hace poco, estas hacían como si mandaran. Los fieles, por su parte, hacían como si obedecieran. Desde hace un rato, en cambio, el foso de incomunicación e incomprensión se ha ensanchado a un grado que comienza a dar lo mismo todo. Las autoridades, gravemente desautorizadas, contemplan como las aguas vuelven a sus cauces a pesar suyo o en su contra: los cristianos comunes integran fe y razón porque, de lo contrario, dejarían de ser cristianos o se deshumanizarían. Los campos del fideísmo son tantos como los modos de ser cristianos. El más típico, y que ha hecho mucho daño, es el doctrinal. El icono ha sido la encíclica Humanae vitae que prohibió el uso de los métodos artificiales de control de natalidad. En la actualidad, hace justo 50 años de su publicación, prácticamente ninguna católica sigue esta doctrina. Otro ejemplo: hoy, casi nadie entiende por qué las mujeres no pueden ser sacerdotes. En las circunstancias actuales, el fideísmo se manifiesta en el mismo clero. La preparación de nosotros los sacerdotes para integrar fe y sexualidad es deficitaria. ¿Qué harán los seminarios para formar gente que sepa, a lo largo de su vida, aprender a relacionarse con los demás con acercamientos y distancias que les permitan a estos y a ellos mismos realizarse como seres humanos normales? En lo inmediato, el fideísmo más ruidoso es el clericalismo. El modo de estructurarse, de organizarse y de ejercerse la autoridad en la Iglesia es fideísta porque no está a la altura de los logros civilizatorios de la modernidad que, en esta materia, ha inventado mecanismos varios para controlar el poder. El Papa ha denunciado a diestra y siniestra que este es un problema gravísimo. Pero el mismo Francisco le ha pegado un manotazo a Cristián Precht (de izquierda), y otro a Fernando Karadima (de derecha), quitándoles el sacerdocio, sin dar explicación de su acto. La explicación local ha sido que el Santo Padre puede ejercer su poder de un modo inmediato sobre cualquier cristiano y hacerlo de modo inapelable. El panorama es malo. La institución eclesiástica no se reforma. No se pueden desarrollar los cristianismos europeos, americanos, africanos, oceánicos o asiáticos mientras la sede romana pretenda gobernarlos a todos por parejo, sin tener en cuenta las diversidades culturales. Esta exclusión cultural, la marginación de la mujer, la concentración del poder del clero entre otros déficit tienen como causa una institucionalidad anacrónica reticente a los cambios. ¿Qué queda a los católicos por delante? Dos posibilidades: una, dejar la Iglesia por haberse convertido ella en un ámbito tóxico. Otra, por la cual yo apuesto: resistir, rebelarse si es el caso y recrear la novedad del Evangelio. No será nuevo que los cristianos continúen preocupándose de los pobres como lo han hecho por dos mil años. Tampoco será nuevo reunirse en comunidades en las cuales se pueda compartir la vida y celebrar la fe. Sí lo será inventar nuevas maneras, conforme cambia la cultura, de articular fe y razón, de testimoniar en los tiempos por venir, de que el amor, el amor al modo inteligente y radical como Jesús lo entendió, es el secreto de la humanización. Me duele. Veo que en muchas parroquias se repiten siempre los mismos ritos: misas sin predicación, celebraciones, rosarios a toda marcha… Pero los que escuchan, no profundizan en lo oído. Incluso muchas veces casi ni se entiende lo que se dice. Se cumplen los ritos y ya está, Y está habiendo un problema serio. Muchos sacerdotes son mayores y ya ni siquiera se les entiende cuando hablan. En los pueblos pequeños se celebra a toda prisa para ir al pueblo siguiente a todo correr y entonces no hay explicación ni comentario de la Palabra.
Todo ello repercute en que cada día va descendiendo la catequesis de la homilía. Cada vez sabemos menos del evangelio. Ya muchas veces ni conocemos el texto. Hay una necesidad urgente en nuestra iglesia de proclamar, profundizar, ahondar en la Palabra. Hay mucho riesgo de rutina. Necesitamos creatividad para ayudar a que llegue la palabra a las personas. Ya hay muchas abuelas que leen cada día el evangelio del día. Y es una labor estupenda que se hace en general con mucha seriedad. Pero podemos dar un paso más. Tan importante como la eucaristía, en las parroquias, resulta la lectura del Evangelio. ¿Podemos crear grupos con los abuelos, donde con letra grande vayamos acercándonos a la Buena Noticia? ¿Podemos hacer algún programa de radio o tele local? ¿Podemos pasar unas hojas por las casas? ¿Sería mucho disparate sustituir la misa algún domingo por media hora de lectura comentada, muy sencilla, pero bajando al fondo? Y por supuesto, hay oportunidades que aprovechar a tope: entierros, bautizos si se dan, novenas, fiestas... Esto requiere una programación hecha concienzudamente y trabajada. Podríamos pedir a los obispos que se seleccionen las lecturas de distinta manera y se lean dos lecturas con el mismo tema y que traigan un mensaje fácil, positivo, animador. Siento que las celebraciones, son muy a menudo, rutinarias ¿No se podría dar lugar a la creatividad y decir las oraciones más vivas, más creativas? Ahí tenemos los distintos prefacios, que se prestan a una catequesis más expansiva y que dicen mucho más. Aprovechar todos los textos posibles y evitar repetir todos los días las mismas fórmulas. Y la oración de los fieles que no sea para pedir “la paz”, sino que nos supongan implicación propia en esa petición: “que construyamos nosotros la paz…” Y así en todas las peticiones. Que los cantos no sean de oficio sino que expresen el sentimiento de la comunidad, que vayan de acuerdo con la Palabra, que sean nuevos y con ganas. Que se recuerde y se traiga al altar la realidad, los problemas y las alegrías de hoy. Que las celebremos y las contemplemos. Y hay un elemento fundamental. A ver si lo conseguimos: somos una comunidad de seguidores de Jesús, que le hacemos presente. Por eso, que estemos cerca físicamente del altar y unidos. No, uno en cada banco y muy atrás. Que al salir de la celebración, podamos decir con alegría “cuánto lo he vivido” y no aquello de “ya me he quitado un cuidado”. Se van dando cada día más las celebraciones de la Palabra. Pero que no caigamos en los mismos errores. Que sean sencillas, cercanas, acomodadas y con toda la participación de los fieles. Puede ser una oportunidad maravillosa de escuchar y acoger la Palabra y para expresarse los fieles. Todo menos hacer unos ritos, siempre iguales, a toda marcha y sin prisa. “Podemos celebrar en paz”. Ya sabemos sobre la biografía de Teresa, muy conocida, y que se puede encontrar fácilmente.
Más bien es la tarea de aprender de nuestras hermanas mayores la que me impulsa hoy a recordarnos algo de su trayectoria y experiencia. Sin lugar a dudas Teresa es una mujer que no se conforma con el papel de la mujer ni de la religiosa de su tiempo. Esa primera pincelada de su personalidad ya nos introduce en el corazón y el intelecto de una mujer buscadora, inquieta, inconformista y también enamorada. En las primeras etapas de su vida adulta descubrimos una Teresa muy de su tiempo y muy innovadora en sus intereses, considerados propios de hombres, siendo la curiosidad intelectual uno de los más configuradores de la Teresa que irá emergiendo. Teresa es capaz de trasladar ese afán de saber a su propia espiritualidad que en aquel tiempo sólo podía ser orientada y discernida por varones. Su búsqueda seria y difícil de su propio modo de relacionarse con Dios la adentra en jardines no descubiertos y a los que ella nos introduce e invita, desde su propio recorrido, a visitar con confianza y sosiego. Teresa va por delante, no se amedrenta. Sigue a pesar de la enorme oposición que va encontrando en un mundo patriarcal donde la inquisición hace estragos en España. Su talante y autoridad interior no es bien visto por la jerarquía. Ella obedece a su voz interior y busca como compañero del alma a alguien que la comprende. Será Juan de la Cruz sobre todo quien acompañará su trayectoria. Importante tomar nota aquí de la tremenda importancia de la amistad profunda como roca de sujeción ante cualquier tormenta. ¿De dónde saca la fuerza Teresa? ¿Cómo es posible que una mujer cuerda no se intimide por la reiterada sospecha que sus experiencias religiosas provocan entre sus consejeros y directores espirituales asignados por mandato? Teresa saca lo de Jesús que hay en ella. De ahí su nombre “de Jesús”. La experiencia que ella tiene de la humanidad de Jesús en su oración personal es inaudita en aquellos tiempos. Le acarrea muchos problemas pero no suelta, y gracias a su perseverancia en la crisis Teresa nos regala un modo de orar nuevo, fresco y personal. La persona de Jesús, en su humanidad, el Jesús de Nazaret tan desconocido en su tiempo, y que ella entre otros recupera, su experiencia de Cristo Resucitado van calando, van entrando y ella va acogiendo, cambiando así un estilo de rezar monótono y repetitivo por un estilo de orar personal, vivo y comprometedor por las implicaciones de conectar con el sentir de la Ruah. Teresa nos regala, lo que aprende de Jesús: a dialogar al relacionarse con Dios. Jesús nos habla de su experiencia de Abba, de un Dios que es como un padre muy cercano, y Teresa nos revela su experiencia de mujer enamorada hasta el desmayo de un Jesús a quien ella descubre como amigo y esposo y nos va introduciendo en una relación viva, genuina, personal con el Resucitado a través del Jesús humano. Por ello será capaz de acuñar la frase “Orar es tratar de amistad, muchas veces, a solas, con quien sabemos nos ama”. Dan ganas de decir “punto pelota”. Así se habla Teresa, claro y diáfano. Orar es un tema de amistad entre dos que se aman, no hay más misterio. Y como toda amistad es un proceso, con sus altibajos, con sus exigencias implícitas de confianza, fidelidad, respeto, generosidad… Os invito a lo que me siento invitada, a sacar la Teresa que hay en mí, en ti. A recuperar terreno perdido al perder tiempo en la oración o simplemente no orar… La invitación de Teresa, la mejor, es que descubramos esa experiencia personal y no la perdamos. Sin prisas pero sin pausas que todo nuestro vivir, sentir vaya siendo coloreado por el Jesús de Teresa y nuestro que nos capacita para recuperar la autoridad negada también hoy todavía a la mujer en tantos sectores y no menos en la iglesia patriarcal. No esperemos que el papa lo diga. Más bien, que cuando lo diga oficialmente, nosotras estemos detrás de la puerta con los deberes hechos y a punto para transformar la historia, eso sí con y desde la humilde experiencia de Jesús, a quien Teresa especialmente este año nos invita a volver. Ese cambio en la iglesia que Francisco va realizando es un estímulo para salir de la apatía reinante en muchas mujeres demasiado listas para trabajar en una empresa que las rechaza. Teresa es un modelo de persona que nos marca pauta, si queremos. La llaman la andariega porque su experiencia personal no la dejó encerrada sino que con poca salud pero con una gran fuerza interior fue recorriendo caminos llevando su mensaje y su tesoro, hasta morir. Muchas de nosotras hoy necesitamos de su impulso, y tal vez podríamos presentarla a nuestras hijas y nietas, a la gente joven que ve una iglesia envejecida y masculina. ¿Por qué tanto silencio por nuestra parte? ¿Por qué tanta huida por disgustos con la autoridad concreta tantas veces mediocre? Teresa nos diría una de las suyas, prefiero no hacer conjeturas, pero seguro que como buena castellana no se andaría con rodeos para decirnos que la autoridad viene de dentro, no de fuera y que nadie absolutamente nadie debería quedarse a medias. ¡Busca a la Teresa que hay en ti! y sigue sus consejos, el resto, no está en nosotras controlarlo. Dejemos que la Ruah trabaje tranquila, parece que está pasando por Roma últimamente, y eso que según el chiste “no había estado hace muchísimo”. El problema se puede dar si eso también ocurre con nosotras que nos hemos acostumbrado a no acoger al Espíritu porque total no podemos hacer mucho. Intuyo que Teresa sacaría su carácter no débil ante mujeres preparadas que por no sentirnos aceptadas y valoradas hemos dejado de alimentar nuestra fe. También nosotras estamos invitadas a ser andariegas hoy que puede significar buscar el cómo y el dónde, como tantas mujeres bíblicas y de nuestra propio tiempo. Nadie ha dicho que sea fácil, pero sí que es apasionante, con lo que su nombre significa: pasión de dolor y de amor. ¡Gracias Teresa! “No podemos hacer grandes cosas, pero sí cosas pequeñas con un gran amor”. Es una de esas frases lapidarias que tiene Teresa de Ávila. De nuevo, después de quinientos años, los escritos de la Santa de Ávila siguen siendo de actualidad.
Vivimos inmersos en una sociedad en la que la importancia de una persona le viene dada por las “cosas grandes” que hace. Sí, he cambiado expresamente el orden de las palabras, porque creo que existe una diferencia entre una acepción y la otra, que ahora no voy a explicar evidentemente, porque no es este el cometido que pretendo. No sé si estaréis o no de acuerdo conmigo, pero cuando hablo de hacer “cosas grandes”, estoy pensando en algo que llama la atención por su enormidad física, por ejemplo, o en acciones que sobrepasan la capacidad normal de las personas en general. Cosas, realidades o logros que, entre otras cosas, provocan en nosotros una admiración inusitada y que muchas de ellas contribuyen, ¿por qué no admitirlo?, a hacernos más llevadera la vida, lo cual siempre es loable y totalmente plausible. Estaríamos hablando, por citar algún caso, de una obra de arte en cualquiera de sus dimensiones, de un logro científico conseguido, de una gesta espectacular, etc. Dicho esto, está claro que, si nos paramos a pensar cuál es el criterio seguido a la hora de decidir semejante “grandeza”, tendríamos que admitir que no es otro que lo material, lo que produce algún beneficio, al menos a algunos sectores de la población, o de los resultados conseguidos por una persona en un campo concreto. Me vienen ahora a la mente, por ejemplo, los límites existentes hasta ese momento y que supera un deportista en cualquier tipo de disciplina u otras acciones superadas por alguien y que muchas de ellas entran a formar parte del libro Guinness de los récords. Si nos atenemos a estos criterios, nos daremos cuenta enseguida que algo grande depende, en primer lugar, del dinero; en este caso, la cantidad y la cualidad, muy subjetiva por cierto esta segunda, dependería del precio más o menos elevado que hubiera costado tal cosa o producto. Sí, mal que nos pese, el dinero continúa siendo, desde que este se convirtió en elemento esencial para conseguir bienes y servicios, en el referencial más claro a la hora de calificar la importancia de personas, cosas y acciones. En segundo lugar, la grandeza a una persona le vendría dada por el esfuerzo que ha tenido que hacer para conseguir un logro o llegar a una meta. No me refiero solamente al esfuerzo físico, sino a cualquier tipo este, como el intelectual concretamente. Por último, se me ocurre pensar que otro de los factores que nos influyen a la hora de calificar algo como grande sería el aplauso o la admiración que provoca en los demás lo que alguien ha hecho o realizado. Quien sea aficionado al deporte lo tiene muy claro a la hora de entender este tercer supuesto. Y también todas las personas relacionadas con el mundo de la música, del cine y del espectáculo en general. Vistas así las cosas, está meridianamente claro que solamente pocas personas pueden hacer “cosas grandes”; quedaría en manos de unos cuantos dotados, privilegiados, o aupados, pero nada más; lo cual sería una lástima. La inmensa mayoría quedaríamos limitados a contemplar o a asentir sin más, sobre todo con nuestro aplauso. Sin embargo, el poder hacer “grandes cosas” (el epíteto delante), lo que Teresa denomina “cosas pequeñas”, sí que está al alcance de cualquier persona independientemente de su condición social, raza, credo, ideología, etc. Por la sencilla razón que todo hombre y mujer lleva en su corazón el instrumento con el que se hacen “semejantes cosas”, que no es otro que el amor y que está muy por encima del dinero, de la fuerza y del poder y, por supuesto, de la admiración que pueda provocar en los demás. Solamente me gustaría, para finalizar, añadir una cosa: no estaría de más aderezar este amor con unas cuantas dosis de humildad; lo convertirían en único y lo añadirían un grado de cualidad insuperable. Es un episodio entrañable, pero es muy ambiguo en la redacción y desconcertante en el desenlace. El hombre rico no se decide a dar el paso. Aunque lo verdaderamente importante es el motivo por el que se niega a seguir a Jesús: las riquezas. Para los judíos, las riquezas habían sido siempre signo de la bendición de Dios. Jesús no puede arremeter contra ellas y hacernos ver que son la causa de todos los males. Sabemos que fue un tema muy discutido entre los primeros cristianos. El relato nos deja ya una muestra de esta controversia.
El llegar corriendo, indica gran interés y una urgente necesidad. El joven era rico, pero no las tenía todas consigo. Sin duda, el rico esperaba de Jesús algún precepto aún más difícil que los de Moisés, que estaría dispuesto a cumplir. Jesús no añade más preceptos sino una propuesta original. En vez de seguridades, confianza sin límites. En vez de cumplimiento de la Ley, seguimiento. Jesús sube a Jerusalén, va a la muerte. Seguir a Jesús supone estar dispuesto al fracaso. El arrodillarse, es un signo exagerado de respeto y admiración. “Heredar vida definitiva”. No está nada claro el sentido de esa expresión. El texto dice “zoe aionion” que es una expresión muy ambigua. Al traducirla la Vulgata por ‘vida eterna’ condicionó su sentido durante demasiado tiempo. En tiempo de Jesús, significaba garantizar una existencia feliz más allá de la muerte. El rico ya tenía garantizada la existencia feliz en el más acá. Lo que busca en Jesús, es asegurar las misma felicidad para el más allá. No podemos mantener hoy este significado, pero tampoco tenemos claro un sustituto. Los mandamientos que Jesús le recuerda son los de la segunda tabla, es decir los que se refieren al prójimo, no los que se refieren directamente a Dios. Esta enseñanza es original y exclusiva de Jesús. Para cualquier judío, los más importantes eran los de la primera tabla, que se refieren a Dios. Está clara la intención de hacernos pensar en una nueva manera de religiosidad: la humanidad se manifiesta en la relación con los demás, no con Dios. Es imposible tener acceso a Dios si me desentiendo del próximo que me necesita. ¿Por qué me llamas ‘bueno’? El texto griego dice “agazos” no “kalos” que él mismo se aplica. Jesús revela donde está la verdadera pobreza. Él se siente vacío hasta de la misma bondad. El hombre ni es nada ni tiene nada, porque ni siquiera hay un sujeto (ego) capaz de ser o tener. Es difícil no dejarse atrapar por las riquezas, pero es mucho más difícil superar el sentimiento de superioridad. Lo nefasto será creerme bueno y con derechos ante Dios. Una cosa te falta. Es lo verdaderamente importante del relato. Jesús no da importancia al cumplimiento de la Ley. Lo que le falta no es vender lo que tiene sino seguirle. El desprenderse de todo es una exigencia del seguimiento. Para ‘heredar la vida’, basta cumplir la Ley; para entrar en el Reino hay que preocuparse de los demás. Con todo no está claro a qué se refiere Jesús. El joven le pregunta por una vida para el más allá y el texto sugiere que le responde con una invitación a seguir a Jesús en el grupo que le acompañaba. ¡Qué difícil será entrar en el Reino, al que pone su confianza en las riquezas! Las riquezas en sí ni son buenas ni son malas. Es absurdo pesar que Dios prefiere que pasemos necesidades. El apego a las posesiones sin tener en cuenta al pobre o, peor aún, a costa de él, es lo que impide al hombre alcanzar una meta verdaderamente humana. El desenlace es triste, pero el comentario que hace Jesús es aún más desolador. Los discípulos no están preparados para entender a Jesús y quedan hundidos en la miseria. Entonces, ¿quién podrá ‘salvarse’? Los discípulos siguen pensando que es imposible subsistir sin seguridades. La pregunta no se refiere a quién podrá salvarse en el más allá, como la salvación tal como la entendemos hoy, sino quién podrá mantener una vida verdaderamente humana, si se desprende de todo lo que tiene y no asegura su futuro. Así cobra sentido la respuesta de Jesús, “para los hombres, imposible, no para Dios”. Estamos ante uno de los textos más difíciles de comprender de todo el evangelio. Llevamos veinte siglos dando tumbos entre la demagogia barata y el espiritualismo tranquilizador pero estéril. No podemos sacar una norma general de una propuesta individual. Si vende los bienes, se supone que tiene que haber un comprador, que estará, de entrada, condenado. Jesús no puede dar una norma, que, para poder cumplirla, exige que otro no la cumpla. Buscar la propia salvación individual aquí abajo o en el más allá, es la mejor señal de no haber superado el “ego”. El objetivo último de todo ser humano es la entrega incondicional al servicio del otro. El apego a las riquezas nace siempre del falso yo. Mientras exista la preocupación por uno mismo, no puede alcanzarse la meta. El obstáculo no son las riquezas sino la existencia del yo que me lleva a buscar seguridades para más acá o para el más allá. Pensar que el rico está condenado y el pobre está salvado, es demagogia. El hecho de tener, o no tener bienes materiales, no es lo significativo. El que no tiene nada, puede estar más apegado a los bienes que ambiciona, que el rico a lo que posee. Lo difícil es mantener un equilibrio que nos permita cubrir las necesidades imprescindibles para mantener una sana biología y alcanzar una verdadera humanidad, dándose al otro. Tanto el pobre como el rico tendrán que dar un paso para entrar en la dinámica del evangelio. Otra trampa frecuente es creer que el evangelio propone solo la pobreza de espíritu. Según esta interpretación, no importa lo que hayas acumulado, con tal de que tengas “espíritu cristiano”, lleves una vida “religiosa” y seas capaz de dar limosna y hacer “obras de caridad”. La Iglesia como institución ha caído en esta trampa. Bajo el pretexto de tener para dárselo a los pobres, no le ha importado acumular ingentes riquezas. No basta que la Iglesia atienda a los pobres. La Iglesia tiene que ser pobre y renunciar a las seguridades. El relato no ofrece un cristianismo a dos velocidades. Los ‘consejos evangélicos’ serían un plus voluntario para los más decididos. Esto ha hecho mucho daño, porque ha dado motivo a la mayoría de cristianos para pensar que lo que dice el evangelio no va con ellos. Ha hecho daño también a los que optan por la vida religiosa, porque les ha hecho creer que son los perfectos y con más derechos ante Dios porque han renunciado a las posesiones materiales. El fariseísmo que seguimos manteniendo en este tema es desconcertante. Seguimos buscando mil escusas para no vernos obligados a entrar en la dinámica del evangelio. Incluso cuando renunciamos al consumo o a las seguridades terrenas lo hacemos esperando que me lo paguen con creces en el más allá. Es un hecho que muchos de los puestos de la jerarquía se buscan expresamente para medrar y tener más dinero y más poder. La propuesta de Jesús no conlleva ninguna renuncia. Si, al llevarla a la práctica, tenemos la sensación de perder algo, es que no hemos comprendido nada. Se trata de elegir el camino que me lleve a la plenitud de humanidad. Como seres limitados, elegir un camino lleva consigo el renunciar a otro. En contra del sentir común, el renunciar a tener más no es de tontos, sino de personas muy despiertas. La sabiduría consistiría en la libertad de elección. Meditación ¿Qué sentido tiene emprender una carrera si no tienes intención de llegar a la meta? Es ridículo pensar que Dios nos exige renunciar a algo. Tomar conciencia de lo que es mejor será el primer paso. La plenitud de ser y los apegos son incompatibles. Las lecturas de este domingo enfrentan tres posturas: la de Salomón, que pone la sabiduría por encima del oro, la plata y las piedras preciosas; la del rico, que pone su riqueza por encima de Jesús; la de los discípulos, que renuncian a todo para seguirle. El evangelio contiene dos escenas: en la primera, los protagonistas son el rico y Jesús; en la segunda, Jesús y sus discípulos.
Primera escena: El rico y Jesús Ofrece detalles curiosos, típicos de la forma de contar de Marcos. Se acerca uno «corriendo», «se arrodilla», lo llama «maestro bueno» (provocando cierto malestar en Jesús), formula su pregunta, Jesús «lo mira con cariño». Al final, el individuo «frunce el ceño» y se va triste. El protagonista, antes de formular su pregunta, pretende captarse la benevolencia de Jesús o, quizá también, justificar por qué acude a él: lo llama «maestro bueno», título que no se aplica en Israel a ningún maestro (Strack-Billerbeckx sólo recoge un ejemplo del siglo IV d.C.). La pregunta El problema que le angustia es «qué he de hacer para heredad vida eterna», algo fundamental para entender todo el pasaje. Lo que pretende el protagonista es, dicho con otra expresión judía de la época, «formar parte de la vida futura» o «del mundo futuro»; lo que muchos entre nosotros entienden por «salvarse». Este deseo sitúa al protagonista en un ambiento distinto del normal: admite un mundo futuro, distinto del presente, mejor que éste, y desea participar en él. Por otra parte, su pregunta no es tan rara como podemos imaginar. Si nos preguntasen qué hay que hacer para «salvarse», las respuestas es probable que variasen bastante. Una pregunta parecida la encontramos hecha al rabí Eliezer (hacia el año 90) por sus discípulos. Y responde: «Procuraos la estima de vuestros vecinos; impedid que vuestros hijos lean la Escritura a la ligera y haced que se sienten entre las rodillas de los discípulos de los sabios; y, cuando oréis, sed conscientes de quién tenéis delante. Así conseguiréis la vida del mundo futuro». La respuesta de Jesús Jesús, antes de responder, aborda el saludo y da un toque de atención sobre el uso precipitado de las palabras. El único bueno es Dios. (Afortunadamente, por entonces no existía la Congregación para la Doctrina de la Fe, que lo habría condenado por error cristológico). Luego responde a la pregunta haciendo referencia a cinco mandamientos mosaicos, todos ellos de la segunda tabla, aunque cambiando el orden y añadiendo «no defraudarás», que no está en el decálogo. Lo curioso es que Jesús no dice nada de los mandamientos de la primera tabla, que podríamos considerar los más importantes: no tener otros dioses rivales de Dios, no pronunciar el nombre de Dios en falso, y santificar el sábado. Según Jesús, de forma bastante escandalosa para nuestra sensibilidad, para «salvarse» basta portarse bien con el prójimo. Cuando el protagonista le responde que eso lo ha cumplido desde joven, Jesús lo mira con cariño y le propone algo nuevo: que deje de pensar en la otra vida y piense en esta, dándole un sentido nuevo. Ese sentido consistirá en seguir a Jesús, de forma real, física; pero antes es preciso que venda todo y lo dé a los pobres. El programa de Jesús se limita a tres verbos: vender, dar y seguir. La reacción del rico Entonces es cuando el personaje frunce el ceño y se aleja, «pues era muy rico». Con esta actitud, no pierde la vida eterna (que depende de los mandamientos observados), pero sí pierde el seguir a Jesús, dar plenitud a su vida ahora, en la tierra. Segunda escena: Jesús y los discípulos Sirve para completar su enseñanza, en este caso sobre el peligro de la riqueza y el problema de los ricos. Marcos, indicando que Jesús «miró en torno» antes de decir nada, introduce un elemento de suspense. ¿Qué dirá ante la reacción del rico? El problema de los ricos Sus palabras: «¡Qué difícil es que los ricos entren en el reino de Dios!», requieren una aclaración. Entrar en el reino de Dios no significa salvarse en la otra vida. Eso ya ha quedado claro que se consigue mediante la observancia de los mandamientos, sea uno rico o pobre. Entrar en el Reino de Dios significa entrar en la comunidad cristiana, comprometerse de forma seria y permanente con la persona de Jesús en esta vida. Ante el asombro de los discípulos, Jesús repite su enseñanza añadiendo la famosa comparación del camello por el ojo de la aguja. Ya en la alta Edad Media comenzó a interpretarse el ojo de la aguja como una puerta pequeña que habría en la muralla de Jerusalén; pero esa puerta nunca ha existido y esta explicación solo pretende suavizar las palabras de Jesús de manera un tanto ridícula. Jesús expresa con imaginación oriental la dificultad de que un rico entre en la comunidad cristiana. La reacción de los discípulos ¿Por qué se asombran y se espantan los discípulos? Su reacción podemos interpretarla de dos formas: 1) ¿quién puede salvarse?; 2) ¿quién puede subsistir? En el primer caso, los discípulos reflejarían la mentalidad de que la riqueza es una bendición de Dios; si los ricos no se salvan, ¿quién podrá salvarse? En el segundo caso, los discípulos pensarían que la comunidad no puede subsistir si no entran ricos en ella que pongan sus bienes a disposición de todos. En cualquier hipótesis, la respuesta de Jesús («para Dios todo es posible») parece dar por terminado el tema. De hecho, la intervención de Pedro no empalma con lo anterior, sino que contrasta la actitud de los discípulos con la del rico: «nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido». Ahora quiere saber qué les tocará. Una riqueza distinta de la de Salomón La respuesta de Jesús enumera siete objetos de renuncia, como símbolo de renuncia total: casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos, campos. Todo ello tendrá su recompensa en esta vida (cien veces más en todo lo anterior, menos en padres) y, en la otra, vida eterna. Pero, al hablar de la recompensa en esta vida, Mc añade «con persecuciones». Decía Salomón que, con la sabiduría «me vinieron todos los bienes juntos». A los discípulos, la abundancia de bienes se la proporciona el seguimiento de Jesús. Está claro que no hay una única respuesta a la pregunta: ¿Qué he de hacer? Resulta llamativo que Jesús, que conoce los corazones, diga primero al joven una cosa y que, al ver su respuesta, dé un paso más y endurezca las condiciones para adquirir el “tesoro en el cielo”.
El joven pretende “heredar” la vida eterna. Jesús le responde en su propio lenguaje: para tener un “tesoro”… Pero si el joven quiere adquirir algo, Jesús le dice que lo que tiene que hacer es soltar eso mismo que tanto anhela. En la lógica de Jesús, la manera de adquirir es dar. Porque la confianza no puede estar puesta en las cosas que nos dan una supuesta seguridad. De hecho, los discípulos podrían esperar que, de acuerdo con la respuesta de Jesús, ellos sí deberían recibir la recompensa, pero, sin embargo, en un primer momento, se espantan por la dureza de Jesús para entrar en el Reino. ¡Qué difícil es para los ricos entrar en el Reino! Pero si ellos lo han dejado todo, ¿por qué se asustan y temen por su salvación? Tal vez porque comprenden que si ellos hicieran la misma pregunta: ¿qué tengo que hacer? las propuestas de Jesús serían cada vez más incisivas hasta llegar al núcleo del problema. ¿Dónde tenemos puesta nuestra confianza? ¿Dónde nuestra seguridad? Y cuando llegue Jesús allí, nos propondrá soltar. Pero las palabras de Jesús son tranquilizadoras: no depende de ellos la salvación sino de Dios. Pedro se anima entonces y defiende su posición y la de los demás en cuanto a los bienes que han dejado. Y Jesús confirma que están en el buen camino. Si leemos detenidamente el relato, hay varias cosas que llaman la atención. La primera es la denominación de Jesús como Maestro “bueno” y el rechazo por parte de Jesús. Él no acepta el apelativo bueno, ni siquiera para sí mismo: “Solo Dios es bueno”. El joven parece darse cuenta y, a continuación, solo lo llama “Maestro”. Otra cosa que llama la atención es la actitud del joven. Este se acerca corriendo, con todas sus fuerzas puestas para conseguir su objetivo. Sabe que es un cumplidor de la ley que corre con ventaja. Cree que no habrá problemas para hacer y cumplir lo que Jesús le diga. Él siempre ha cumplido todo y ahora no será una excepción. Podemos pensar que él se considera a sí mismo bueno. Pero la respuesta de Jesús lo desconcierta. Y ya no podrá decir con tanta facilidad “todo lo cumplo”, “soy bueno”. La propuesta de Jesús le producirá tristeza hasta que no pueda desprenderse de todo aquello en lo que pone su confianza. Comprenderá, en fin, que la bondad no se consigue por cumplir lo mandado, sino que es don de Dios. Sabemos que se fue triste. Sabemos que su conversión es posible desde la acción de Dios. ¿Se desprenderá al fin de su fuente de seguridad? Hay biblistas que afirman que no podemos decir qué fue de él. Otros ven la realización de esta vocación en Mc 14,51-52. Allí aparece un extraño muchacho siguiendo a Jesús hacia su muerte con solo una túnica. Lo intentan atrapar, pero él suelta la túnica y escapa. Ciertamente es la contracara de este joven que realiza la máxima expresión de libertad, desapego y seguimiento. Ya sea que se trate o no del mismo joven, el evangelista muestra la plenitud de este relato. Y demuestra que “Para los hombres es imposible, no para Dios. Dios lo puede todo”. |
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