28-Diciembre-2010
Volver a Jesús: tarea urgente en el cristianismo actual 1 Segunda conferencia en el Aula de Teología de la Universidad de Cantabria, 4 de noviembre de 2010 Ayer, después de oír hablar de Jesús, casi todas las preguntas se plantearon en torno a la cuestión de ¿y nosotros qué? ¿Y la jerarquía, qué?… Jesús atrae hacia algo mejor y, por eso, enseguida se plantea, desde diversas perspectivas, la necesidad de cambiar. Por eso el tema del que hoy vamos a hablar es: Volver a Jesús, el Cristo, tarea urgente en el cristianismo actual. Cada uno de nosotros tenemos nuestra propia experiencia de cómo estamos viviendo hoy el cristianismo en la Iglesia; cada persona tiene su propia sensibilidad, su trayectoria y, seguramente, todos tenemos una visión distinta de las cosas. 1. Algunos hechos en la Iglesia actual En un primer momento, voy a destacar algunos hechos mayores que están sucediendo en la actualidad y que nos pueden permitir un primer punto de partida para reflexionar sobre la necesidad y la posibilidad de una conversión radical a Jesucristo. Están ocurriendo muchas cosas pero yo voy a señalar tres puntos nada más: El riesgo de la reacción automática Durante estas últimas décadas, se han multiplicado estudios teológicos, encuestas, sondeos, sobre la situación crítica de las iglesias cristianas en Occidente. Tratar de ignorar esos datos sería un error, supondría pretender avanzar hacia el futuro con los ojos cerrados. Sin embargo, no es ése el mayor peligro; hay un riesgo todavía más peligroso. Condicionados por esos datos sociológicos, corremos el riesgo de reaccionar automáticamente, sin detenernos a discernir cuál debería de ser hoy la actitud de unos seguidores fieles a Jesús. En estos momentos existe el peligro real de que la Iglesia se vaya configurando desde fuera con una reacción instintiva ante los datos que nos ofrecen los sociólogos, y no como fruto de un discernimiento y una apertura valiente y confiada al Espíritu de Jesús. Voy a señalar algunos aspectos: No es difícil observar hoy cómo van tomando cuerpo en la Iglesia actitudes de nerviosismo, de miedo; comportamientos generados muchas veces, más por el instinto de conservación que por el Espíritu de Jesús que, como decimos en el credo, es siempre dador de vida. Es fácil también constatar cómo va creciendo en algunos sectores una actitud auto-defensiva ante la sociedad moderna; una actitud que está muy lejos de ese espíritu de misión que comunicó Jesús a sus seguidores cuando les decía: Id a anunciar que Dios está cerca, curar la vida; os envío como ovejas en medio de lobos. Por último, estoy observando cada vez más que, en algunos sectores, estamos llegando a ver en la sociedad moderna sólo un adversario, el gran adversario de la Iglesia, que quiere destruir de raíz el cristianismo. Y de manera casi inconsciente se puede llegar a hacer de la denuncia y de la condena todo un programa pastoral. A veces es la actitud más importante de este momento; recientemente el obispo francés Claude Dagens, portavoz de la Conferencia Episcopal Francesa, dijo en un estudio: A veces, estamos haciendo de la fe una contra-cultura, y de la Iglesia una contra-sociedad. Desde esa actitud es muy difícil, prácticamente imposible, anunciar al Dios de Jesús como el mejor amigo de todo ser humano. Por lo tanto, el riesgo de una reacción automática, muy comprensible pero también muy instintiva, que no es la mejor para actuar con responsabilidad y con lucidez. La tentación del restauracionismo En estos momentos de profundos cambios socio-culturales en los que probablemente habría que tomar decisiones de gran alcance, parece ser que sectores muy importantes de la Iglesia se han decidido más bien por el restauracionismo. Volver al pasado y asegurar las cosas antes de que se nos caigan, con el riesgo de hacer del cristianismo una religión del pasado, una religión cada vez más anacrónica y menos significativa para las generaciones venideras. En vez de ir caminando con los hombres y mujeres de hoy, colaborando desde el proyecto del Reino de Dios de que hablábamos ayer, hacia una sociedad más digna, más justa, más fraterna, más sana, parece que, sectores dirigentes muy importantes, tienden más bien a la conservación firme, rígida, disciplinada de la tradición religiosa. Es muy explicable porque, quienes tienen más responsabilidad, más suelen tender a este tipo de actuaciones instintivas. A partir de aquí, en todos los sectores, no sólo en los dirigentes, sino en las bases también, se está infiltrando, casi sin darnos cuenta, un conservadurismo religioso que no se conocía después del Concilio y que yo creo que está lejos del espíritu profético y creativo de Jesús. Se vigila el cumplimiento estricto de la normativa, no hay concesión alguna a la creatividad, todo parece que ya está fijado para siempre y se diría que, lo único que hay que hacer, en estos tiempos de cambios socio-culturales tan profundos, es conservar y repetir el pasado. Yo lo veo explicable pero a mí, sencillamente, se me hace difícil reconocer en todo esto la invitación de Jesucristo a poner el vino nuevo en odres nuevos. Pasividad generalizada Para mí, el dato más significativo puede ser este tercer punto, aunque de esto no se hable demasiado. El rasgo más generalizado de los cristianos que no han abandonado la Iglesia es, seguramente, la pasividad. Evidentemente hay un número muy importante y muy valioso –no lo quiero olvidar- de cristianos y cristianas que viven muy comprometidos en grupos, comunidades, parroquias, plataformas, áreas de marginación, proyectos educativos, países de misión… No hay duda de que hay una minoría muy importante, y que va a ser más importante y más significativa todavía en el futuro. Pero eso no impide ver que la actitud mayoritaria es la pasividad. Durante siglos hemos educado a la masa de los fieles para la sumisión, la docilidad, el silencio, la pasividad… El cristianismo se ha organizado como una religión de autoridad y no como una religión de llamada a todo el pueblo de Dios. Y las estructuras que han ido naciendo a lo largo de los siglos no han promovido la corresponsabilidad del pueblo de Dios. En la práctica se ha hecho, del movimiento de Jesús, una religión en la que la responsabilidad de los laicos y laicas, en buena parte ha quedado anulada. Y aun después del Concilio, aunque el lenguaje ha cambiado, se puede decir que todavía en muchos ámbitos y ambientes no se les necesita para pensar, proyectar y menos aún para decidir cómo ha de ser la marcha actual de la Iglesia hoy. Tal vez es el principal obstáculo para promover la transformación que necesita urgentemente el cristianismo actual. Millones y millones de fieles, una masa enorme de gente entregada a la sumisión de una jerarquía que tiene la tentación del restauracionismo. Es difícil, en esta situación, ver cómo vamos a poder enfrentarnos a los tiempos nuevos y abrir caminos al Reino de Dios siguiendo los pasos de Jesús. Por eso los pastoralistas -no tanto entre nosotros, pero sí en Europa, Canadá, EEUU- se están haciendo ya muchas preguntas. ¿Es posible una transformación? ¿Y qué transformación en estas circunstancias? ¿Podrá el cristianismo encontrar en su interior el vigor espiritual, la fuerza espiritual que necesita para desencadenar la conversión a Jesucristo? ¿Es posible movilizar las fuerzas, dentro de la Iglesia actual, hacia un seguimiento más fiel y más radical a Jesús? ¿Cómo? ¿A qué precio? ¿A través de qué despojos, de qué crisis, de cuántas personas quemadas en el camino? Son muchas las preguntas y no es fácil tener una respuesta clara. 2. Volver a Jesús el Cristo ¿Es posible la conversión? A mi entender, el giro que necesita el cristianismo actual, la autocorrección decisiva, consiste sencillamente en volvernos a Jesucristo, es decir, centrarnos con más verdad y más fidelidad en la persona de Jesucristo y en su proyecto del Reino de Dios. Creo que esta conversión es lo más urgente y lo más importante que puede ocurrir en la Iglesia en los próximos años. Muchas cosas habrá que hacer en todos los campos -litúrgico, pastoral…- pero nada más decisivo que esta conversión. Juan Pablo II, en una carta admirable que escribió a comienzo del siglo XXI dice así: No nos satisface la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo; no, no hay fórmulas mágicas. No será una fórmula la que nos salve, pero sí una persona, y la certeza que ella nos infunde: “Yo estoy con vosotros”. Esa conversión no es un esfuerzo que se le pide solamente a la jerarquía; ni que hemos de exigir solamente a los religiosos y a las religiosas, a los teólogos y a las teólogas, a un sector muy concreto de la Iglesia. Es una conversión a la que nos tenemos que sentir llamados todos en la Iglesia. Yo suelo hablar de una “conversión sostenida” a lo largo de muchos años, de muchas décadas; una conversión que hemos de iniciar ya las generaciones actuales, sin esperar a nada más, y que hemos de transmitir como talante, como espíritu a las generaciones futuras. Después de veinte siglos de cristianismo el corazón de la Iglesia necesita conversión y purificación y, en unos momentos en que se está produciendo un cambio socio-cultural sin precedentes, la Iglesia necesita una conversión sin precedentes, un corazón nuevo para engendrar de manera nueva la fe perenne en Jesucristo, pero esta vez en la sociedad moderna. No sólo aggiornamento Voy a explicar un poco más lo que quiero decir. No estoy pensando sólo en un aggiornamento, aunque sea necesario, sino en un retorno radical a Jesucristo. Como sabéis, parece ser que Juan XXIII fue el primero en hablar de aggiornamento, ponernos al día, adaptar la Iglesia a los tiempos de hoy; algo por supuesto absolutamente necesario porque, si la Iglesia quiere realizar su misión, tiene que encarnarse en cada época, en cada cultura, en cada tiempo. Yo hablo de volver al que es la única fuente y el origen de la Iglesia, el único que justifica su presencia en la historia y en el mundo. Estoy hablando de dejarle ser, al Dios encarnado en Jesús, el único Dios en la Iglesia, el Abbá, el único amigo de la vida y del ser humano. Y sólo desde esta conversión será posible el verdadero aggiornamento. No sólo reforma religiosa No me refiero sólo a una reforma religiosa, sino a una conversión al Espíritu de Jesucristo. Cuando uno ve que el cristianismo vivido con toda la buena voluntad por muchas gentes, no está centrado sin embargo en el seguimiento a Jesús, sino en el cumplimiento correcto de una religión; cuando se observa que el proyecto del Reino de Dios no es, en muchas comunidades, la tarea primordial clara; cuando la compasión no ocupa el lugar central en el ejercicio de la autoridad y en el quehacer de nosotros, los teólogos; cuando los pobres, los pequeños, los indefensos, los olvidados, no son los primeros en las comunidades cristianas… queda claro que no se necesita sólo alguna reforma religiosa, sino una verdadera conversión al Espíritu que animó la vida entera de Jesús. En esta sociedad será cada vez más difícil vivir sólo de la adhesión disciplinada a la Institución eclesial. Si en los próximos años no se produce un clima de conversión al Espíritu de Jesús, yo creo que el cristianismo corre el riesgo de diluirse en formas religiosas cada vez más decadentes y más sectarias y cada vez más alejadas de lo que fue el movimiento inspirado y querido por Jesús. No sólo cambios La renovación urgente que necesita hoy la Iglesia no va a venir sólo de algunas reformas litúrgicas que nos preparen los especialistas, ni de algunas innovaciones pastorales, aunque sean necesarias. Tenemos que actualizar la experiencia fundante; necesitamos volver a las raíces, volver a lo esencial, a lo que Jesús vivió y contagió, porque nosotros no estamos, ni viviendo ni contagiando, en buena parte, lo que Jesús vivía y contagiaba. La Iglesia se tiene que enraizar en Jesucristo como la única verdad de la que nos está permitido vivir y caminar hacia el futuro creativamente. No basta sólo con poner orden en la Iglesia, ni introducir algunas reformas en el funcionamiento eclesiástico. Yo necesito vivir y respirar en la Iglesia otro aire, otro clima diferente, de búsqueda humilde, aunando fuerzas, una búsqueda incesante para reproducir y vivir hoy entre la gente lo esencial del evangelio. ¿Es posible? ¿Cómo se puede hacer? ¿Por dónde hay que empezar? ¿Qué podemos decir? [Continuará el martes próximo]
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