Este artículo analiza la contradicción que se presenta en la postura del nuevo Papa,que enfatiza el compromiso con los pobres con su propia biografía de oposición a aquellas fuerzas que intentan romper con la pobreza.
La respuesta de los medios de información de mayor difusión de sensibilidad conservadora a la elección del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio como nuevo Papa ha sido sumamente positiva, presentando al nuevo Papa como el Papa de los pobres y como un luchador contra las desigualdades que han caracterizado a América Latina durante muchos años. La prensa estadounidense en general –con la excepción de The New York Times- lo ha definido también como el Papa con mayor conciencia social. Incluso la elección de su nombre como Papa, Francisco, reivindicando la herencia de San Francisco, el santo amigo de los pobres, parece confirmar su vocación. En España y en Catalunya los medios conservadores lo han presentado como conservador en temas teológicos, pero progresista en temas sociales. La Vanguardia, cuya línea editorial no se distingue ni por su simpatía hacia los pobres ni por su compromiso con la reducción de las desigualdades, ha alabado al Papa definiéndolo como el Papa Social. El problema de tal coro de alabanzas es que ignora, en el mejor de los casos, u oculta, en el peor, toda una historia de complicidades y compromisos, a lo largo de la biografía del nuevo Papa, con las fuerzas políticas más responsables de la expansión de la pobreza en Argentina y en América Latina y de la acentuación de las desigualdades sociales. En relación a la Junta Militar, cuyas políticas agravaban la pobreza y las desigualdades en Argentina, su comportamiento fue, en el mejor de los casos, el silencio, con plena conciencia, por cierto, del carácter terrorista de la Junta Militar argentina que gobernó aquel país durante el periodo 1976-1983. En realidad, la Iglesia Argentina, en la cual Jorge Mario Bergoglio era un conocido dirigente, fue una de las Iglesias de América Latina más involucradas en el apoyo de las Juntas Militares, conocidas por su sangrienta y cruel represión de aquellos, dentro y fuera de la Iglesia, que más luchaban por la eliminación de la pobreza y por la reducción de las desigualdades. Por mucho que intentara negarlo, la Iglesia Católica apoyó sin reservas a la Juntar Militar en Argentina. Y la evidencia está ahí, para quien quiera verla. Sólo meses después del establecimiento de la Junta Militar, la Conferencia Episcopal expresó su vivo apoyo al régimen militar porque “su fracaso llevaría con mucha probabilidad al marxismo”. Es interesante que, treinta años después, Jorge Mario Bergoglio, dirigente de la Iglesia Católica, prologara un libro con la frase “No debemos tener miedo a la verdad”, que mostraba que sí que tenía miedo a que se conociera la verdad, porque no citaba la anterior frase y otras de apoyo a la dictadura (ver “Bergoglio ocultó la complicidad del Episcopado argentino con la Junta Militar del dictador Videla” en Público. 13.03.13). Tampoco citó el nuevo Papa la existencia de la Comisión de Enlace entre la Iglesia y la Junta Militar, que se reunía cada mes, en un ambiente muy amable para hablar de la colaboración. Esta colaboración incluía el control de los curas próximos a la Teología de la Liberación, que ejercían su función entre los más pobres de aquel país. Entre ellos estaban dos sacerdotes, Orlando Yorio y Francisco Jalics, que vivían y trabajaban en las Villas Miseria, conocidas por su pobreza, y que fueron detenidos y torturados por la dictadura dos semanas después de que la Iglesia les retirara su apoyo. Según uno de ellos, Yorio, Jorge Mario Bergoglio fue el que presentó una falsa denuncia ante los militares (ver Alejandro Rebossio, “La sombra de la dictadura argentina alcanza al papa Francisco”. El País. 14.03.13). Tal jesuita era plenamente consciente de los asesinatos que estaban realizando los militares. Incluso el biógrafo del ahora Papa, el Sr. Sergio Rubio, escribió que “durante la dictadura todos fueron cómplices de aquellos crímenes”, frase que intenta justificar un ejercicio colectivo de complicidad. Pero no es cierto que todos fueran cómplices: hubo voces, incluso dentro de la Iglesia, que se opusieron y muchos de ellos fueron asesinados. El color rojo que los cardenales utilizan en sus prendas significa la sangre que deben derramar en defensa de los justos. El cardenal Bergoglio no se merecía llevar tal color, pues permaneció en un silencio ensordecedor frente a la represión brutal, llevada a cabo por aquellos que eran responsables del mayor crecimiento de la pobreza y de las desigualdades. Pero hay más que silencio en su pasado. Varios familiares de niños desaparecidos enviaron notas a Bergoglio para que interviniera en casos de asesinatos y robos de bebés. Era una práctica común, como también ocurrió en España, que los bebés de padres asesinados se trasfiriesen a otras familias, muchas veces de los que los habían asesinado. Una de estas familias fue la familia De la Cuadra, que perdió cinco miembros debido al terror militar. Una de estas personas fue la joven Elena, que estaba embarazada de cinco meses cuando fue detenida, y más tarde asesinada. El bebé fue asignado a una familia pudiente argentina. Los familiares pidieron ayuda a Bergoglio. Cuando más tarde fue interrogado, en 2010, tal señor indicó que no sabía nada del caso y que no sabía de bebés robados. La hermana de Elena, cuya madre fue fundadora de las Madres de la Plaza de Mayo, ha declarado que “la hipocresía de la Iglesia argentina en general, y la de Bergoglio en particular, ha sido enorme” (ver Michael Warren “Papal Election stirs Argentina’s “dirty war” past”. AP. 14.03.13). Estela de la Cuadra ha añadido que “Bergoglio fue un cobarde que no hizo nada para impedir el robo de bebés. Siempre se preocupó de salvar su nombre. E intentó ocultar la verdad para que su nombre no quedara manchado”. La Iglesia argentina tenía cincuenta obispos y sólo un número limitadísimo se opuso a la dictadura. La gran mayoría no se opuso. Entre ellos estaba el que ahora es Papa. Otros sí que se resistieron y, como dije antes, fueron asesinados por ello. Entre ellos estaba el Obispo Enrique Angelelli, que más tarde, y para limpiar la mala conciencia de la Iglesia, fue propuesto para ser considerado Mártir. Bergoglio fue nombrado Cardenal en 2001. Y hasta 2006 no dijo nada a favor de tal obispo. Sólo cuando el gobierno de Néstor Kirchner declaró un día oficial de duelo en honor a tal figura, el cardenal añadió su voz. Como otra voz progresista –Eduardo de la Serna, sacerdote del grupo progresista próximo a la Teología de la Liberación- ha indicado, “Bergoglio es un hombre del poder y sabe como promocionarse para mantenerlo. Tengo dudas sobre su supuesta inocencia en referencia a los jesuitas que desaparecieron durante la dictadura”. Tal como señala The New York Times (“A Conservative With a Common Touch.” 13.03.13), sólo después de que el cardenal Bergoglio dejara de ser Presidente de la Conferencia de obispos (lo que ocurrió en 2012), tal conferencia se distanció de la dictadura claramente, negando (y mintiendo) que la Iglesia hubiera colaborado con la Dictadura. Tal distanciamiento y negación ocurrió después de que el que había dirigido la Junta Militar, el Dictador Videla, declarara públicamente que la Iglesia había apoyado y colaborado con su gobierno. En España, conocemos muy bien el significado del apoyo de la Iglesia Católica a la dictadura fascista del General Franco, y el silencio ensordecedor de tantas figuras religiosas que se presentaban ya entonces como las grandes defensoras de los pobres. Tal supuesta simpatía por los pobres quedaba totalmente anulada por sus acciones de apoyo a la dictadura que se había establecido para parar aquellas fuerzas políticas que sí estaban comprometidas con la erradicación de la pobreza. En Argentina, la oposición de Mario Bergoglio a la Iglesia de la Teología de la Liberación, sin tomar una postura pública de oposición a la dictadura, negando conocimiento –en contra de toda la evidencia- del robo de bebés durante la dictadura, muestra su incoherencia y su falta de compromiso con la erradicación de la pobreza. Tal compromiso no es creíble cuando no va acompañado de una oposición a las fuerzas que perpetúan tal pobreza, apoyando a aquellos que luchan para eliminarla. En realidad, la elección del Papa ha respondido a la enorme inquietud que la Iglesia Católica tiene sobre América Latina, donde el auge de las izquierdas está amenazando a las estructuras de poder, con las cuales la Iglesia se ha identificado. El nombramiento de Bergoglio es la manera de potenciar el freno a la Teología de la Liberación, presentando el mensaje de los Evangelios interpretados por el profundo conservadurismo de la jerarquía católica, haciendo frente al catolicismo popular, imbuido, por ejemplo, en la revolución bolivariana que amenaza los intereses de la jerarquía de la Iglesia católica. No soy ni católico ni creyente, pero me parece obvio que hoy hay un conflicto entre los valores del catolicismo como religión y los valores que sustentan los aparatos ideológicos de la Iglesia, que reproducen y controlan para su propio beneficio. La elección de Bergoglio como Papa es un intento de frenar la identificación de las clases populares de creencia católica con las formas alternativas de carácter revolucionario que están surgiendo no sólo en América Latina sino también en el mundo y que interpretan el apoyo a los pobres como la lucha para terminar con la pobreza. Los pobres no son sujetos pasivos, sujetos de compasión y caridad, sino que debería ayudárseles a ser activos en su propia liberación luchando en contra de las instituciones reaccionarias, entre las cuales la jerarquía de la Iglesia católica ha tenido un lugar prominente, tanto en Argentina como en España. Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 21 de marzo de 2013
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