La homilía de la misa inaugural suele contener los rasgos esenciales que el nuevo Papa quiere imprimir a su Pontificado. El Papa Francisco subrayó ayer su preocupación social al anunciar que deseaba acoger «con afecto y ternura a la Humanidad entera, en especial a los más pobres, a los más débiles, a los más pequeños», y al pedir «por favor» a todos quienes ocupan puestos de responsabilidad «en el ámbito político, económico o social» que fueran «custodios del otro y del ambiente» y que no dejaran a su paso signos de destrucción y muerte.
El nuevo Pontífice ya indicó el pasado sábado, en su recepción a la prensa, que le gustaría «una Iglesia pobre y para los pobres». El tono y el mensaje de ayer mostraron un considerable parecido con la homilía inaugural que Juan Pablo I pronunció el 23 de septiembre de 1978, sólo cinco días antes de su muerte. El Papa de los 33 días invocó en aquella ocasión una oración que de niño recitaba con su madre, y que provocó una cierta estupefacción entre los curiales más conservadores: «Los pecados que atacan directamente a Dios son la opresión de los pobres y el fraude en la justa paga de los obreros». Añadió que a Dios no se le honraba solamente yendo a misa y viviendo con virtud, sino también «con el amor a los pobres» y evitando «humillarles y ofenderles con la ostentación de riqueza y con el derroche de dinero en cosas fútiles». Ya había coincidencias antes. Albino Luciani, Juan Pablo I, lanzó a los cardenales, tras el Cónclave que le eligió, la misma frase pronunciada por Francisco: «¡Que Dios os perdone por lo que habéis hecho!». Juan Pablo I fue el Papa que en un mes cambió para siempre la forma de ser Papa. Al aparecer en el balcón de San Pedro, tras su elección, quiso dirigirse directamente a los fieles, algo que ahora es una costumbre, pero el maestro de ceremonias se lo impidió argumentando que eso no se hacía. Juan Pablo I pudo hacerlo tranquilamente semanas más tarde. Fue quien acabó con la misa de coronación, rechazando la tiara de las tres coronas (que simbolizaban el poder sobre los Estados Pontificios, sobre los reyes y sobre la Humanidad) y no sentándose en el trono. Fue quien acabó con el plural mayestático, aunque L'Osservatore Romano añadiera sistemáticamente el nos en la transcripción de sus discursos y suprimiera sus frases improvisadas. Su lema era simplemente «Humildad» y había anunciado que su primera encíclica, que no pudo ni empezar, se titularía «La pobreza y los pobres en el mundo». El sucesor de Juan Pablo I, Juan Pablo II, no hizo referencia a los pobres ni a las cuestiones sociales. Su homilía del 22 de octubre de 1978 se concentró en la fe y en la evangelización. De aquella pieza vigorosa de Karol Wojtyla, llena de signos de exclamación, quedó sobre todo una frase: «¡No tengáis miedo! ¡Abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo!». A la que seguía una sugerencia política que fue interpretada en clave de oposición al comunismo: «A su poder salvador [de Cristo] abrid las fronteras de los Estados, los sistemas económicos y los sistemas políticos». Más de un cuarto de siglo después, Benedicto XVI leyó en su inauguración una homilía de gran densidad teológica en la que hacía referencia a la pobreza, pero ligándola a la falta de fe: «Están el desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed, el desierto del abandono, de la soledad, del amor destruido; están el desierto de la oscuridad de Dios, del vaciado de las almas sin conciencia de la dignidad y del camino del hombre: los desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque los desiertos interiores se han hecho muy amplios». Las similitudes entre las homilías de Francisco y de Juan Pablo I, dos Pontífices que parecen enlazarse pese a los 35 años de distancia, no se limitan a la cuestión social. El Papa Francisco conminó ayer a las personas a «cuidar» y «custodiar» al prójimo, y explicó: «Custodiar significa vigilar nuestros propios sentimientos, nuestro corazón, porque es de ahí de donde surgen las buenas y malas intenciones, las que construyen y las que destruyen. No debemos temer la bondad ni la ternura». Juan Pablo I afirmó al final de su homilía: «Es ley de Dios que no se puede hacer el bien a alguien, si antes no se le ama». Ambos Pontífices hicieron referencia a la cuestión de la autoridad. El Papa Francisco dijo que «el auténtico poder es el servicio». Juan Pablo I, por su parte, indicó: «Es muy difícil, hoy, ser convincente cuando se trata de confrontar los derechos de la persona humana con los derechos de la autoridad y de la ley», y agregó que «poner de acuerdo al caballo y al caballero, la libertad y la autoridad», era «un problema de la sociedad y también de la Iglesia». Uno de los temas novedosos del Papa Francisco fue la ecología. Hablando de cuidar y custodiar, dos verbos centrales en su homilía, proclamó que esas tareas no correspondían solamente a los cristianos, sino al conjunto de la Humanidad: «Se trata de custodiar la creación entera, la belleza de la creación, como se nos dice en el Libro del Génesis y como nos mostró San Francisco de Asís: se trata de sentir respeto ante cada criatura de Dios y ante el ambiente en que vivimos».
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