La sencillez es, quizá, una de las mayores necesidades que tenemos que recuperar los hombres y mujeres de nuestros días, para poder tener una vida más enriquecedora, plena y feliz. Estos serían, a mi modo de entender, algunos de los rasgos de una persona que aspira a vivir con sencillez:
Una persona sencilla sabe escuchar con atención, ofrece sus dones y habilidades con generosidad y se siente agradecido por todo lo que le ofrece en cada momento la vida. Una persona sencilla no se cree nunca en posesión absoluta de la verdad, atiende a las razones del otro y aprovecha todo lo positivo que se le ofrece. Una persona sencilla desprende ternura, sensibilidad y cercanía por los cuatro costados. Una persona sencilla se deja interpelar por la realidad y, ante cualquier situación injusta levanta su voz y sale a manifestarse a la calle, junto a otros hombres y mujeres, sin importarle sus creencias o sus ideas. Una persona sencilla guarda y protege como oro en paño ese tallo frágil y flexible de la esperanza que, a pesar de los vientos contrarios, siempre vuelve a su ser y permanece en pie. Una persona sencilla no es codiciosa, ni se afana por tener más dinero o más posesiones: vive contenta con lo que tiene e intenta no angustiarse por nada. Una persona sencilla se siente libre ante todo y ante todos, sin hipotecar su forma de vida por nada que le impida sentir y respirar en libertad. Una persona sencilla no cree que ya lo ha conseguido, sino que siempre le sobran cosas; o que lo sabe ya todo, sino que se mantiene en búsqueda permanente. Una persona sencilla anda siempre deseando el encuentro, pretendiendo la armonía, buscando sin cesar el diálogo y el entendimiento, la paz basada en la justicia. Una persona sencilla sabe disfrutar con los amigos y amigas de una buena comida en común, de una conversación íntima, de un viaje compartido... Una persona sencilla goza y es feliz con los pequeños detalles y regalos que le ofrece el día a día, con las personas a las que quiere y que le quieren, con la naturaleza que le rodea. Una persona sencilla se muestra acogedora y ofrece su solidaridad con los marginados y excluidos, sin importarle lo que digan de ella, porque sabe que solo así será posible otro mundo más humano y fraterno, justo y en paz. Una persona sencilla camina sonriente, feliz, humilde y confiadamente, junto a los demás, es decir, sobre la palma de la mano del Misterio diáfano de la Vida.
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