Los evangelios han venido iluminando el camino del cristianismo desde hace veinte siglos. Durante mucho tiempo basándose en la prédica y la conversión por la fe, acompañada de algunos buenos ejemplos misioneros y más recientemente en la conformación de las llamadas comunidades de base, nacidas al calor de la Teología de la Liberación en las que se ponen de manifiesto valores esenciales de la vida en común, como la solidaridad, la profundización de las relaciones interpersonales y la búsqueda de soluciones a los problemas que las aquejan tratándose por lo general de grupos en muchos casos marginales que buscan recuperar su avasallada dignidad guiados por las enseñanzas evangélicas.
Como dice Carlos Barbera "donde unas palabras ponen consuelo, allí está el Espíritu, cuando un hambriento come, la realidad se transforma". Sin embargo, creo que este enfoque, sin desmerecerlo, sigue apuntando a obtener soluciones individuales y coyunturales, que no resuelven los problemas colectivos generados por un sistema injusto del que también participan o son cómplices muchos otros auto proclamados cristianos. Es decir, que existe un importante núcleo de la sociedad que no asume su propia responsabilidad en el creciente deterioro estructural a que sigue sometiendo a gran parte del resto de la población. O más exactamente que pese a la prédica impartida en los colegios y las universidades católicas, principales centros de divulgación de conductas morales y éticas de supuestamente base evangélica y del ciertamente poco difundido ejemplo de las comunidades de base, existe un gran vacío, un enorme contraste entre lo que se pregona, lo que se trata de vivir en pequeños círculos y la realidad cotidiana cada vez más alejada del sentido de fraternidad, de respeto y de cristiana consideración por la vida de nuestros semejantes. ¿Cuánto tiempo llevamos predicando en el desierto? ¿No será que hemos equivocado el rumbo? ¿Quiénes son los dueños del poder, del poder cambiar la realidad? Y entre ellos ¿cuántos son los que se consideran o aparentan ser cristianos? Supuestamente deben ser unos cuantos en las naciones de la tierra teóricamente "occidentales y cristianas" y entre ellas todos los países que concentran en sus manos el destino del planeta. ¿No sería necesario misionar, predicar hacia arriba para lograr verdaderas conversiones espirituales que se reflejen en verdaderos cambios de actitud, en la adopción de formas más cristianas de producción, de distribución de uso de los recursos naturales más acordes con su condición de bienes indispensables a toda, TODA la especie humana? ¿Opción por los pobres? Quién mínimamente sensible habría de objetar que son los que más necesitan apoyo, contención, ayuda espiritual y material... Pero lo que agobian son las estructuras consolidadas en el tiempo y con claras y empecinadas intenciones de quedarse y de seguir sometiendo a los más débiles, de exprimir hasta el agotamiento su fuerza laboral, sus reservas de vida, aún más cuando actualmente la tecnología ha convertido en desechable a una gran cantidad de mano de obra de la que fue largamente imprescindible para generar riqueza. Una tecnología que había generado la esperanza de reducir las horas de labor de los trabajadores aportándoles nuevos horizontes, más ocio, (una palabra que suele adquirir connotaciones peyorativas) más vida en familia, más actividades creativas, deportivas, comunitarias. Y sin embargo... quienes tienen la "fortuna" de tener trabajo, exceden con creces, los límites horarios y son más cada día los que ingresan en las filas de los "desocupados". En algún lugar leí que "el único ser vivo que tiene que pagar para vivir es el ser, humano" y ¿entonces? a qué porción cada vez mayor de humanidad estamos condenando a muerte por falta de los indispensables ingresos que le permitirían subsistir. Es necesario, imprescindible diría que no solo como cristianos sino como seres humanos espirituales y trascendentes busquemos y descubramos con qué medios influir en la adopción de los profundos cambios que un porcentaje abrumador de seres olvidados y frecuentemente despreciados nos reclaman con urgencia cada vez más acentuada. No es tarea fácil desde luego, es más, creo que ímproba, pero nos cabe la responsabilidad de intentarlo, poniendo en juego la imaginación, pero por sobre todas las cosas el empeño y la constancia. Me pregunto por ejemplo ¿Cuándo dejamos los cristianos de pagar el diezmo o sea la décima parte de nuestros ingresos que ya imperaba, en los tiempos bíblicos desde el patriarca Abraham, y que se destinaba en gran parte al extranjero, entiendo especialmente inmigrante, a los huérfanos y a las viudas? ¿Por qué no tratar de lograr ponerlo nuevamente en vigencia especialmente entre las clases privilegiadas de nuestra sociedad, con persuasión y constancia? Los colegios privados y las universidades, perciben creo importantes o aunque no lo fueren tanto, subsidios estatales ¿por qué no destinar esos ingresos a otorgar becas a chicos de familias de muy bajos recursos o sin recursos de modo a ir estableciendo esa especie de igualdad tan pregonada por las sociedades democráticas? ¿Por qué no emprender campañas sistemáticas y permanentes para luchar contra la enajenación mental y prostibularia a que nos someten los medios especialmente televisivos, restándoles consumidores a los productos de empresas que patrocinen determinados, humillantes y pornográficos programas? Todo es posible si contamos con la convicción de que "la unión hace la fuerza", ese refrán sabio y olvidado que debe, entre otros, fundamentar nuestro esfuerzo. Otro ejemplo: por qué no combatimos el derroche de celulosa, que multiplicado por miles de ejemplares, realizan los diarios y las revistas, en publicidades de una hoja íntegra para un solo y a veces pequeño producto mientras que para mantener ese standard publicitario se deben talar cotidianamente miles de árboles, voraces de agua y de nutrientes, plantados ex profeso en tierras que contrariamente podrían ser destinadas a la producción alimentaria para esa creciente fracción del mundo que muere de inanición. Estas son apenas unas pocas ideas como para ir empezando a reflexionar, a poner en marcha nuestra imaginación y aceptar el desafío de ir cambiando desde dentro, realizando en forma incruenta la profunda revolución que nos exige no solo gran parte de la humanidad sino el planeta tierra amenazado por sus grandes desequilibrios internos. Tal vez recordando la parábola en que Jesús echa a los mercaderes del templo ¿no habría que pensar en aggiornarla echando del templo planetario a los culpables del derroche, la falta de escrúpulos y la ambición desmedida? No por la violencia, que es un arma de doble filo que termina diezmando a quienes pretende defender sino mediante instrumentos más sutiles como son el generar acciones, como las anteriormente sugeridas, que apunten adonde más duele, al riñón de las ganancias, producto de la permanente agresión a la dignidad humana y a los recursos finitos de nuestra madre tierra. Tarea de todos y muy especialmente de quienes tenemos la gran responsabilidad y el consabido honor de estar convencidos de que es el espíritu mismo de Cristo el que nos anima. He arrojado un guante ¿habrá quién lo recoja?
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