Después de las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) una pregunta que me sigue rondado es precisamente esta: ¿Cómo podemos transmitir la fe a los jóvenes? Claro, no nada más a los jóvenes, también a nuestros contemporáneos, a toda mujer y hombre, creyente o no, que en esta época está buscando esperanza y desea vivir, experimentar a Dios, especialmente ante las adversidades del presente.
Gracias a las redes sociales, en internet, contamos con diferentes espacios para compartir nuestra fe. Podemos mandar mensajes e imágenes por Facebook y Twitter, también subir fotos en Instagram o videos en Youtube y tener amplias audiencias de seguidores en dichas vías. La tecnología está al alcance de la mano -literal- a través de los nuevos teléfonos celulares, cada vez más potentes y accesibles, y podemos dar cuenta de un evento mientras es visto -en vivo- y comentado por miles de personas, volviéndose viral. Los medios y las herramientas están ahí. El punto es qué queremos comunicar. ¿Qué transmitir? ¿A quién? ¿En qué contextos? ¿Qué queremos suscitar? Ciertamente el ser humano, en todas las épocas, se ha visto movido por alegrías y tristezas, dudas y certezas, esperanzas e incertidumbres, pero es muy diferente los cuestionamientos y ambientes en que se desenvuelven los adolescentes de la actualidad, a los de décadas o siglos pasados. ¿Cómo podemos compartir nuestra fe, por ejemplo, a estos jóvenes a través de las nuevas tecnologías? Este desafío implica varias vertientes, es conveniente seleccionar contenidos pues creo que lo importante es ayudar a despertar y detonar los mejores recursos internos de quien nos lee o escucha, invitando a vivir con mayor inteligencia, amor, libertad y confianza. Al mismo tiempo, antes de compartir la fe, antes de empezar a mandar textos vía Twitter, por ejemplo, creo que es fundamental el revisarnos a nosotros mismos. Hay que hacer examen de conciencia y decirnos con sinceridad qué realmente nos sostiene e impulsa. Es muy purificador, cada tanto, hacer alto y reconocer cuál es, hoy, la razón de nuestra esperanza. Recordar nuestro llamado, verificar los cambios y replanteos que ha sufrido en el transcurso de los años. Teniendo esto claro, será más sencillo plasmar y exponer, en breves frases, dónde y en qué radica nuestro deseo de caminar en la vida religiosa. Aparte de que estas perlas podremos expresarlas en lenguaje y símbolos afines con quienes comparto la misma fe, a la vez podré exponerlas en otros códigos, sintonizándome a la frecuencia de quienes tiene otros credos o simplemente no los tienen. Qué mejor manera de ser ecuménicos y estar a tono para comunicar, interactuar, también descubrir, saborear y nutrirnos de las semillas evangélicas esparcidas e inmersas en otras culturas, como bien exhorta el Concilio Vaticano II. Regresando al reto de ir al núcleo de la razón de mi esperanza, hace poco, platicando con un compañero que trabaja en parroquias de hispanos en EUA, me compartió una oración que no ha dejado de inspirarme y lanzarme a la reflexión por la manera en que resume su fe, poniéndola como algo que vamos cimentando en la propia historia y que sigue siendo tarea pendiente a realizar en el día a día: • Creo en Dios que vive dentro de mí. • Creo que se me invita a ser imagen del Dios vivo y verdadero. • Creo en la vida que es lucha y construir. • Creo que soy libre y dueño de mi propia vida. • Creo que soy yo quien construye la persona que quiero ser. • Creo en ti que me das la mano. • Creo en la verdad que es la luz en la oscuridad. • Creo en la comunidad que construye la verdad. • Creo en la compasión que me hace espiritual. • Creo en la humildad que me hace uno con los demás. • Creo que ser mensajero de la paz me hace más humano. • Creo en la esperanza como signo espiritual. • Creo en la comunión de los santos vivos y difuntos que me hace eternidad. • Creo que el Espíritu Santo me da poder para hacer grandes cosas. • Creo que soy uno con Cristo que es camino, verdad y vida. • Creo que soy futuro para los demás. Decían los filósofos existencialistas que la vida no tiene sentido y que no somos como los animales, que están determinados por sus instintos. Que el ser humano, al perder dichos instintos, es libre y que cada quien tiene que irle encontrando sentido a su propia vida. Podremos estar de acuerdo o no con ellos. Es dramático -y gran desafío- captar la falta de sentido, la pérdida de brújula en muchos, jóvenes o viejos, unos dando rienda suelta a sus excesos, otros sumidos en depresión, ansiedad y amargura. Creo que la fe es la gran guía que nos ayuda a encontrar límites entre lo que nos destruye y reconstruye, a la vez que nos da horizontes de esperanza. Es muy importante darnos cuenta que como seres humanos contamos con la libertad para diseñar y bosquejar nuestra vida, dentro del poco o mucho margen de maniobra que ésta nos dé. Por lo mismo, la oración de nuestro amigo que trabaja con migrantes me inspira y ayuda a ser consciente de esta gran responsabilidad: tengo que tomar la vida en mis manos, esta vida que Dios nos da -junto con la vocación-. Soy yo quien tiene que valorar lo que se me ha dado en el pasado, captando lo que soy en el presente y lo que quiero hacer y dejar a los demás en el futuro. Transmitir la fe es compartir, creo, estas perlas que he experimentado como gran regalo de Dios y como grandes bendiciones en mi vida. Permítanme esta expresión: Compartir la fe es como tener gripa, si tengo este virus se lo propagaré a quienes me rodean y con quienes me relaciono por contagio. La gran invitación que hace el Papa a que, como pastores, olamos a oveja, implica, si pensamos en los jóvenes, estar con ellos -y contagiarlos-. Ahora bien, hay que conocer y escuchar sus sueños, sus alegrías. Hay que detectar los modos en que se relacionan. Entender para ellos qué es lo importante, qué cosas valen la pena, qué aprecian, qué les llama la atención, qué los entusiasma y qué los aburre; cuáles son sus frustraciones, sus tristezas y sus enojos; qué les aprieta el corazón por dolor o impotencia, qué piensan del mundo, de la política, de la religión, de la educación, quiénes son sus ídolos y quiénes sus villanos. Hay que tratar de ver el mundo como ellos lo ven e intuir por qué lo perciben de dicha manera. El Santo Padre también decía que la mejor manera para evangelizar a un joven es otro joven. Cierto. Ahora bien, en lo que respecta a nosotros, en nuestra convivencia con ellos, para generar empatía y ser dignos de su confianza, de entrada, no hay que juzgarlos, ni condenarlos, ni regañarlos a la primera. Hay que escuchar y entender, aun cuando no estemos de acuerdo. Estar presentes junto a ellos. No imaginarlos desde el escritorio. Ir, convivir, platicar para después dialogar, y es aquí, hablándonos de tu a tu, dejándonos desafiar también por sus cuestionamientos, donde se surge la amistad y el cariño. El joven es noble, sabe escuchar, sabe valorar y sabe detectar lo auténtico. Cuando en ambiente de confianza, abriendo nuestro corazón, compartimos las esperanzas que nos han dado vida, consistencia y sentido de futuro ellos lo agradecen. Cuando comunicamos las luces que nos ayudaron a enfrentar los momentos de oscuridad o adversidad, ellos lo aprecian y lo toman como buena noticia pues saben que les estamos compartiendo esa perla por la que hemos vendido todo. Al bajar a lo más profundo de nuestro corazón y detectar nuestra experiencia de Dios, es ahí donde mejor podemos comunicar y transmitir nuestra fe en Jesús, y es desde ahí donde podemos propiciar y suscitar en el corazón de quien nos escucha ese deseo recorrer los caminos del Resucitado, es decir, los senderos de la compasión, el servicio, la solidaridad, la confianza y el amor. Hace poco, estando presente en una misa de XV años, me preguntaba qué le diría el sacerdote, en la homilía, a la jovencita que tenía enfrente. Me encantó el modo, su trato, verla a los ojos con la gran ternura de Dios –como dice San Pablo en su carta a los Romanos- y que le haya dicho: "Mi niña, la vida es muy difícil y complicada, tenemos que ser muy listos con las decisiones que tomamos pues no todo da lo mismo. El problema de la vida es que podemos hacerla más difícil si nos equivocamos. Por eso es muy importante desarrollar nuestra autoestima ya que, a veces, arruinamos nuestra vida porque no nos queremos, no nos valoramos y tomamos malas decisiones. Date cuenta que vales mucho, Dios te ha regalado el cariño de tu familia y también te ha dado la capacidad de pensar, de amar y la fuerza de voluntad. Si no estudias, no desarrollas tu inteligencia. Estudiando reconocemos nuestras capacidades, nuestras habilidades y nos retamos a mayores metas. Vences un obstáculo y es como si mataras al tigre, al constatarlo te das cuenta que sí puedes y así tu autoestima sube. Por eso es importante aprender a pensar, para distinguir lo bueno de lo malo, lo que nos perjudica y lo que nos ayuda a abrirnos puertas a un mejor futuro posible y alcanzable. Y para eso es importantísimo decidir estudiar, no es fácil, requiere un esfuerzo continuo. Así aprendemos a tomar buenas decisiones. Una mala decisión no nomás a ti te afecta, también arrastras a tus seres queridos. ¿Quién sufre más: al que meten a la cárcel por traficar con drogas o su mamá? Es importante aprender a no equivocarte. Y si le atinas, eres bendición para los que te rodean. Por eso, supérate, vence obstáculos, conviértete en Buena Noticia". Durante el sermón, la quinceañera reflexionaba y asentía con la cabeza. Me llamó la atención el brillo de sus ojos mientras se le dirigían estas palabras. Se le hablaba con sinceridad y aprecio, se le decía una gran verdad, quizá difícil, pero al mismo tiempo se le hacía notar que tenía los recursos suficientes para enfrentar adversidades y superarlas, se le daba futuro. Quizá aquí radica, lo digo a título personal, el reto de la Evangelización a las nuevas generaciones. Necesitamos darles futuro, partiendo de la dura realidad. Necesitamos darles alas. Decirles que Dios cree en ellos y que Jesús los acompaña, invita, sostiene e impulsa. Un compañero que trabaja en cárceles tiene un dicho: "A los jóvenes hay que darles todo el amor, toda la confianza y toda la libertad". Creo que tiene razón pues Dios ha hecho esto mismo con cada uno de nosotros en el transcurso de nuestras vidas. Dios ha creído en nosotros, que somos vasijas de barro, y nos ha confiado este tesoro, la fe que nos da sentido y esperanza. Nos ha dado a Jesús, como hermano, como amigo y como guía. Así las cosas, quizá, al utilizar las nuevas tecnologías, más que darles las respuestas, a los jóvenes hay que darles las preguntas que los reten y les ayuden a entender y reconfigurar sus vidas, por ejemplo: ¿Qué es lo que quieres conseguir en la vida? ¿Cuáles son tus metas? ¿Cuál es la razón de tu esperanza? ¿Cuáles son los temores que ponen barreras a tus deseos y sueños? ¿Cuáles son tus actitudes desordenadas en palabras y acciones que dañan a otras personas y hacen de tu familia y ambiente algo disfuncional? ¿Cuáles son las cadenas que limitan tu libertad para decidir sobre tu vida y futuro? Estas preguntas ayudan a revisar la propia historia. Y junto con estos cuestionamientos, también, hay que estar con ellos para agradecerle a Dios, de todo corazón, lo que tenemos y lo que somos. Pedirle nos ayude a abrir los ojos e ilumine nuestra inteligencia para que podamos distinguir el mal del bien. Solicitarle al Señor que nos dé sabiduría para poder escoger la mejor forma posible de moldear nuestras vidas y nuestro futuro. Remitiéndome nuevamente al Papa y a la JMJ, hay una imagen que me parece sintetiza el reto que tenemos como Iglesia. Nathan de Brito es un niño que, con su playera de equipo brasileño de fútbol salió al encuentro del papamóvil. Llena de ternura el abrazo que se da con Francisco. Conmueve ver a ambos llorar de alegría. Este niño quedó marcado por este instante y quedó marcado para bien. Este hecho lo acompañará, lo sostendrá, lo impulsará como grato recuerdo. El encuentro con el Papa será una bendición para su vida. Esta es la invitación y el reto que tenemos como vida religiosa: Ser bendición, ser mensajeros e instrumentos de paz. Quiero terminar con otra oración, una adaptación que me encontré de la bellísima oración de la paz de San Francisco de Asís, y que me encanta pues invita a transformarnos y a decidir, asumir, vivir y transmitir nuestra fe, con silencios y palabras, o través de imágenes, videos y textos, siendo testigos de la Buena Noticia: Dios y Padre bueno, lléname de tu Espíritu porque Voy a ser mensajero de tu paz. Cuando encuentre odio y venganza Voy a ser portador de tu amor. En los pleitos y divisiones, Voy a ofrecer perdón y reconciliación. Cuando encuentre dudas y problemas, Voy a compartir mi fe. En las tristezas y penas, Voy a ser signo de alegría y amistad. Donde exista desánimo y frustración, Voy a llevar esperanza y verdad. Dios y Padre bueno, que la fuerza del Espíritu Santo llene mi corazón de tu compasión y ternura, porque Voy a ser mensajero de tu consuelo y libertad. En las oscuridades que la dureza de la vida nos da, Mi vida va a ser un signo de luz. Padre Santo, Mi vida va a ser un testimonio de tu presencia, de tu bondad y de tu acción en el mundo. Sólo con la fuerza de tu Espíritu lo puedo lograr.
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