Cabe imaginar el cosmos como una gran rebelión (el “big bang”) frente a la nada, lo vegetal
como resultado de una rebeldía ante lo mineral, lo animal como rebeldía ante lo vegetal y lo humano como rebeldía generalizada, o en proceso de generalización, pues cada individuo humano es un rebelde en potencia, un ser capaz de rebelarse contra todo, incluso de ser un “rebelde sin causa”. Pues la rebeldía, como casi todo en esta vida, tiene un carácter ambiguo, ambivalente (como cohabitado por un duende extraño). Suele ser positiva y negativa al mismo tiempo; benéfica y creadora de sentido a la vez que crítica y disolutora. La rebeldía es un decir no a algo dado, pero en nombre de un sí a algo anhelado; rechaza lo presente, pero espera algo ausente. El ser humano, ese ser que crece entre la naturaleza y la cultura, es rebelde por naturaleza: se rebela ante la naturaleza para crear cultura, y se rebela contra la cultura que ha creado al echar de menos su naturaleza perdida. Esa doble rebeldía es la que ha constituido al ser humano como humano o, al menos, como un ser en proceso de humanización y, por tanto, como un ser siempre en peligro de deshumanización. La historia transcurre por el borde de ese peligro. Ese peligro nos constituye, paradójicamente, como humanos. La rebeldía comporta, pues, una amenaza y una promesa. Uno suele rebelarse de joven contra el dios o los dioses vigentes, contra el orden establecido en su familia, en la sociedad, en su época histórica, en su mundo, pretendiendo, de un modo más o menos consciente, mantenerse fiel a sí mismo. Los mayores solían decirnos, cuando éramos jóvenes, que hasta los treinta años se vive de ilusiones y después se necesitan realidades. Lo que no nos decían es que cuando ya somos mayores descubrimos que también las presuntas realidades son ilusiones que se acaban diluyendo. El ser humano se rebela contra algo que se le presenta y que vivencia como absurdo e inhumano, como algo que le impide ser propiamente humano, que le hace esclavo, que le aliena o separa de sí mismo y de los otros. Los espartanos se rebelaron contra el imperio persa en las Termópilas, derrotándolos junto a los demás griegos en Salamina. La rebeldía impulsó a los hebreos a salir de Egipto y adentrarse en el desierto en busca de una tierra prometida. La rebeldía colectiva reúne a los rebeldes, a los que se les presenta como la negación de lo que les niega. Al negar al que le niega el rebelde adquiere una identidad propia, se identifica con una causa, se integra en un grupo o en un movimiento. Rechaza una situación que vive como un sinsentido, como algo absurdo, y espera poder cambiarla, convertirla en algo con sentido. Se trata, pues de una búsqueda colectiva de sentido que suele consolidarse en un canon o institución que vela por el mantenimiento de lo alcanzado en esa búsqueda y que lo hace permanecer. Lo que así permanece ofrece al que lo acepta una cierta seguridad y una sensación de equilibrio, pero al permanecer suele perder el dinamismo, volverse rígido, quedar atrapado en la rutina y en la formalidad. Pero la capacidad y la necesidad de rebeldía del ser humano no se agota en esa rebeldía colectiva que instaura un mundo. Cada persona ejerce la rebeldía (o no lo hace) a su propio modo. Cada cual tiene su propio modo de rebelarse, con independencia de que pueda ejercerla o se atreva a hacerlo. Al igual que la colectiva, también la rebeldía personal puede ser creadora o destructiva, puede abrir horizontes o limitarlos. Lo que la diferencia es que no suele consolidarse en una identidad bien determinada, canónica, ni aspira a ella. Por el contrario, la rebeldía personal suele promover una no identificación o una identidad diferida, borrosa, una cierta in-adaptación o desajuste con respecto a los modelos, roles y modas imperantes. La persona rebelde lo es por fidelidad a sí misma, a su vocación humana singular e intransferible, a su duende interior, como decía Sócrates. Esa vocación le invita a no dejarse reducir a la condición de cosa, de objeto o de sustancia, a no deshumanizarse ni deshumanizar al otro, a respetarse y respetar al otro. Le invita a ser humano, a seguir ese proceso inacabable en el que consiste el ir siendo humano, cada cual a su manera. Como dice Luis Garagalza, la rebeldía interior viene a ser auto-rebeldía, reacción a la propia realidad o circunstancia resquebrajada. La rebelión es política, la revuelta es social, la revolución es total y la rebeldía personal. La rebeldía de Job es contra su destino infausto, la rebeldía del Eclesiastés contra el mundo, y la rebeldía final de Jesús es frente al aparente abandono de Dios en su cruz. El propio Sócrates se cabrea con la autoridad demagógica, mientras que en nuestro tiempo Camus se rebela frente al absurdo, aunque curiosamente lo acaba aceptando en su Sísifo como inevitable. Sin embargo, yo diría que no se trata de aceptar el absurdo, sino de asumirlo críticamente. La auténtica rebeldía no es meramente política o social, sino radical, por cuanto se subleva ante la hechura desgarrada del universo, la malhechura del mundo y de la vida, la hechura mortal del hombre y su existencia. La auto-rebeldía se subleva no contra una constitución, sino contra su propia constitución, a modo de insurrección desde la crítica a un diseño ecológico y humano agujereado por el sinsentido, y no solo por culpa del hombre. La cuestión es más honda, más profunda, ya que tiene que ver con la constitución de lo real y su evolución problemática, y no meramente por culpa del hombre.
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Al igual que las discípulas y discípulos vamos haciendo el recorrido que los evangelistas nos ponen delante para que en la diversidad de encuentros con el Resucitado, descubramos el nuestro.
¿Cómo está siendo el tuyo? En el mío se trenzan tres mechones, a cual más hermoso. Uno sería el dolor de tantas personas que puedo acompañar a través de unas palabras o unas letras… otros dos: la experiencia personal de Presencia y la experiencia de Comunidad que increíblemente va creciendo en calidad y compromiso. ¿Cómo acompaño el proceso de dolor? Debido al confinamiento ha sido mayormente a través de comunicación online de reflexiones, que durante este año además de los dos Blogs nuestros, nos han publicado también en Inglés en el apartado Global Sisters Report: The life, dentro del periódico digital católico National Catholic Reporter. Aportaciones hechas desde nuestro “humus”, como actitud de servicio, ante una demanda ingente de aportaciones de personas de otros países, lenguas y continentes. Publicaron también nuestra pascua online bilingüe. Sentir que lo que experimentas en la intimidad silenciosa de tu corazón y estudias-elaboras… se convierte en apoyo para miles de personas, produce un “temor y temblor” que sólo puede ser de la Ruah. Dejas atrás el tan patriarcal “yo no valgo, y menos en Inglés” para dejarte conducir y seducir por el que te envía a realizar su tarea, la de sembrar Vida, también con tu vida. Experiencia personal de Presencia: Descubrir, día a día, que el Espíritu es esa Presencia fuerte y tierna a la vez, que como el oxígeno para respirar nos envuelve, nos habita y nos constituye, es muy empoderador y liberador. Aun estando en confinamiento, aun estando con problemas del tipo que sea, esa Presencia percibida como silencio, como cercanía, como fuerza, como alegría, se convierte en camino, en Vida amasada con mi vida, y me “levanta-resucita” del sueño mortecino para conectarme con el sueño de Dios, inabarcable, pero fascinantemente real. Experiencia de Comunidad viva: Y sí, se va convirtiendo en Comunidad. Así en mayúscula, porque no es la comunidad de vecinos, ni la de senderismo…es una comunidad suscitada por el espíritu y mensaje renovador de las Hermanas para la Comunidad Cristiana (SFCC). Estas mujeres, después del Concilio, llevaron hasta las últimas consecuencias sus directrices, formando así, a golpe de fidelidad y tal vez de desobediencia a normativas encorsetadoras del pasado, una comunidad imposible de soñar más abierta, más empoderadora, más humilde en su acogida a lo que el Espíritu va suscitando. Hace poco más de dos años, que gracias a que hay gente que escribe su experiencia las descubrimos online. Hemos hecho un proceso de pertenencia y a la vez acogido a las personas que se unían a nuestra alegría liberadora. Tanto es así que ya hemos constituido la Región de España y son diez en estos momentos, los hombres y mujeres de 29 a 70 años, casados y solteros… que gozosamente vamos haciendo un camino juntos, muy enriquecedor y gozoso. Para nosotras Pentecostés está siendo un proceso de acoger y acompañar… de canalizar la fidelidad y liberación que estas hermanas y hermanos van viviendo. Todos, desde nuestra profesión y vocación, vamos formando comunidad desde el rincón que nos ha tocado como parcela-regalo del Espíritu y con sus dones, y el de gozo abunda, vivimos, compartimos, servimos según las necesidades que cada uno, con madurez discierne. ¿De dónde salimos? De casi todos los rincones de España: Bilbao, Pamplona, Barcelona, Mallorca, Madrid, Valencia, Córdoba. ¿Comunidad a distancia? ¡Quién dijo miedo! “nada hay imposible para Dios”: Compartimos Reflexión Teológica de los textos fundacionales y oración compuesta por tiempo profundo de Silencio y Palabra. Quincenalmente compartimos esas reflexiones y luego necesitamos vernos y sentirnos por Skype. Por supuesto que tenemos un xat y nos comunicamos libremente por teléfono, yo creo que compartimos más y mejor que si viviéramos bajo el mismo techo. ¿Proyectos comunes? No es necesario tenerlos ya que la comunidad precisamente evita toda propiedad conjunta, atadura… pero sí tenemos uno importante, que si Dios y las personas ayudan pondremos en marcha próximamente. El confinamiento está siendo el tiempo de gestación y maduración necesaria. Deseamos compartir esta experiencia de Presencia real, encarnada porque es vuestra. Su calidad viene enmarcada por vidas llenas de realismo, de personas preocupadas por sus familias, por como nutrir su interioridad y la de sus seres queridos, todos planteándonos como abrir caminos a la comunidad de Jesús hoy, y dándonos cuenta de que “lo estamos haciendo”. Nuestras puertas están abiertas, y como para el Resucitado, no hay distancias. De hecho una mujer desde Egipto también hace su proceso con nosotras en un arabspanish muy divertido y profundo. Por supuesto que hay más gente en Europa. Eso otro día. Si no os aburre, claro. Hace poco tiempo vivíamos de otra manera. De pronto, en un instante, que también es tiempo, todo cambió.
El tiempo se dio media vuelta y lo que era cotidiano dejó de serlo. Las urgencias del día a día pasaron a segundo plano y otras, desconocidas, se instalaron en primera línea de vida y transformaron el tiempo. Hace 57 días con sus respectivas noches, contados hacia atrás desde el momento en que abro este documento de Word para hablar del tiempo, comenzamos a vivir sin proyectarlo, lo que jamás pensamos que pudiera suceder: un bicho infinitamente pequeño nos ha confinado en casa y ha trastocado el supuesto orden de vida normal, habitual y social a nivel mundial. En aquel tiempo, antes de los últimos 57 días, hablábamos mucho del tiempo: “¡no tengo tiempo!”, “¡no me da tiempo!”, “¡si tuviera tiempo! Parece ser que habíamos perdido el control sobre nuestro tiempo. Quizás nos habían robado el tiempo, pero hay que reconocer que tenemos una parte de la culpa: dejamos la puerta abierta de par en par para que entrara un ladrón que mide la realidad a precio de oro, realidad que es cada segundo de vida humano. De pronto ha sucedido lo inesperado, lo imprevisto, lo inconcebible desde el punto de vista de quienes supuestamente teníamos todo controlado: el bicho invisible y sibilino llegó y se instaló en nuestra zona de confort y campa a su aire, a sus anchas, con una capacidad de contagio infinita. Ayudado por la capacidad de movimiento que tenemos en las sociedades occidentales. El bicho es muy democrático. Le da igual un banquero que una persona que viva en la calle; no distingue categoría sociales, políticos, pobres, ricos, jóvenes, ancianos; salta fronteras como un atleta de élite, que se han ido cerrando a base de toses y estornudos. Lo que no es tan democrático también lo ha dejado a la intemperie el bicho: no todos podemos vivir el encierro de la misma forma, porque no es lo mismo una amplia casa con espacio suficiente, que treinta metros cuadrados para una familia con tres niños pequeños, por poner un ejemplo. Tampoco es lo mismo seguir cobrando el sueldo haciendo tele-trabajo en casa, que quedándose sin trabajo en los primeros momentos de la pandemia. La vida, el tiempo… no es igual para todos y el bicho nos lo confirma. Toma posesión de un territorio, nuestra zona de confort, que aplicando la imaginación podemos ver como un holograma en forma de etéreos círculos concéntricos, en perfecto orden desde el interior al exterior: ego, casa, trabajo, ciudad, país, mundo… En menos tiempo que dura un telediario nos hemos sumergido en la realidad de un cambio radical del uso del tiempo y del espacio. Esto dicho con cierta elegancia, pero a las bravas: el bicho nos ha puesto la vida patas arriba y se nos ha plantado de frente a modo de espejo, retándonos con la frívola “pregunta-escudo” de quien no le interesa lo más mínimo la respuesta: ¿Todo bien? Y ahora lo que hacemos o no, lo que hablamos o no, lo que sufrimos o más, lo que pensamos, soñamos, tememos o dejamos de lado, lo que compartimos o guardamos para tiempos mejores, creo que es una fuerza que hemos de almacenar con exquisito cuidado. Podrá llegar a ser energía positiva para cuando este tiempo ya no sea presente, y nos dispongamos a poner en pie una normalidad que no se parezca a la de antes. También nos ayudará a no olvidar lo vivido en estos 57 días y los que queden antes de deshacernos del bicho infinitamente pequeño e invisible. Este tiempo de confinamiento nos muestra, a modo de gran puzzle, piezas de colores en forma de solidaridad, entrega, trabajo, dolor, sufrimiento, muerte, paciencia, empatía, creatividad, cariño, profesionalidad, acompañamiento, dignidad, amor y aplausos. Pero también piezas oscuras de egoísmo, rivalidad, mentiras, enfrentamiento, bulos, manipulación, etc. El ahora ya Antiguo Tiempo del Mundo no permitía mucho tiempo para estar en familia, quedar con los amigos, cuidar de los mayores. Los modos y maneras de la normalidad del AntiguoTiempo del Mundo inducían al consumo con demasiada reiteración; muchos no se cuestionaban los abusos hacia la Naturaleza, el deterioro del Planeta. En el Antiguo Tiempo del Mundo si el mercado financiero tenía un tropezón, los que lo pagaban siempre eran los de abajo que no entiende de este tipo de mercadeo. También la corrupción hacía mella en el Antiguo Tiempo del Mundo empobreciendo sectores sociales como la Sanidad, la Educación, la Ciencia y las Pensiones. Si la salida de la crisis sanitaria por causa del coronavirus (nombre que me recuerda a la rana con corona del cuento), o COVID-19 que tiene nombre de robot de la Guerra de las Galaxias, desemboca en una crisis económica que vuelvan a pagar los mismos que la anterior (dos crisis en menos de 20 años), estamos en peligro. “¡Enséñanos a contar nuestros días para que entre la sensatez en nuestra cabeza!”, recuerdo aquí lo que dice el salmo (90,2), para que se bajen los humos. ¡Qué poco somos, qué poco tiempo vivimos y cuánto nos complicamos o nos dejamos complicar la vida! Que cuando acabe esto, la sensatez y el sentido común sean el antídoto para dejar atrás el Antiguo Tiempo del Mundo. Y salgamos por ahí a comunicar que… El tiempo del mundo* no te permite espacios sagrados. La prisa del mundo acelera el organismo ciega, bloquea, mata. Los valores del mundo desintegran el sentido quieren que olvides el origen: Nada se compra nada se vende todo se tiene Porque se es, todo se siente porque se está … el principio. Moverse en el mundo sin ser del mundo. Meterse en la vorágine sin que te succione. Que te duela el mundo sin que rompa tu esperanza …y luchar por volver cada día a la fuente al silencio, a la intimidad a las profundas aguas del amor y la amistad. Intentar reseñar los grados y las proporciones inherentes a los adjetivos “otra” y “distinta”, referidos a la Iglesia es tarea harto difícil. Prácticamente imposible. Depende de datos y apreciaciones no solo objetivas, sino también subjetivas.
Pero el hecho es que, ni a los chinos, coreanos, norteamericanos, senegaleses, italianos o españoles, -por citar algunas de las nacionalidades-, creadores o difusores de la “Covid-19”, se les habría ocurrido pensar en la importancia que el “invento” habría de tener en el mundo y en sus habitantes e instituciones presentes y aún futuras. Como mi oficio (vocación-profesión) es relatar y comentar cuanto se refiere a la Iglesia, creo que no estarán de más estas imparciales consideraciones: Para la Iglesia, necesitada de reformas-renovación por todos sus costados, el, o la “Covid-19” debería ser, y será, toda una gracia de Dios. Lo que no lograron conseguir el Vaticano II, algunas de las últimas encíclicas pontificias y las prédicas, oratorias, adoctrinamientos y ejemplos del papa Francisco, podrán muy bien, y efectivamente, lograr las noticias e informaciones “coronavíricas”. “Dios escribe derecho con renglones torcidos” es norma y modo de comportamiento “así en la tierra como en el cielo”. En la Iglesia, por aportar algunos ejemplos de los más chocantes, pero comprensibles, no son ya los liturgos quienes ponen e imponen las normas y más la “soberanía” insobornable con la que lo hacían, ateniéndose a los preceptos rituales. Están siendo ya, y tal vez lo harán durante tiempos más largos, los funcionarios civiles, por su condición de tales, al servicio del pueblo, por su `pertenencia al ministerio, o ministerios, del respectivo Gobierno, del que forman parte, democráticamente elegido. Todo, o casi todo referido a la participación en la santa misa, y aún al número de “asistentes u oyentes” y al ordenamiento en las mismas, hasta descender a la distancia física a observar entre unos y otros, es y será de la competencia de las ordenanzas municipales, o de la “autoridad competente” en sus variadas acepciones, con el “Nihil obstat”, y con, o sin la aprobación de la propia Conferencia Episcopal -CEE- , con la excepción de algún “vago” y extemporáneo obispo, “que de todo hay en la viña del Señor”… Del ritual de la administración del sacramento de la Confesión hay que referir algo similar. Los confesonarios, tal y como son y siguen “reformándose”, con algún que otro aditamento, no resultan “legales” Sobre ellos pesan diversas normas sanantes para el cuerpo y -¿por qué no?- posiblemente también para el alma de los arrepentidos y contritos penitentes. Los santos-santos a los que la Iglesia venerará de aquí en adelante, con carácter y dimensión popular- popular, serán “los de la casa de al lado”, los profesionales o aspirantes a serlo de la sanación al servicio de la vida, con el riesgo y hasta el punto de exponerse a perder la suya propia en el ejercicio de tal ministerio. La “bata blanca” de la mayoría de estos profesionales –ellos y ellas-, verdaderos santos y santas será el hábito talar y el distintivo que reemplazará a “los santos de toda la vida” y de todos los retablos por dorados que sean, destinatarios “oficiales” de letanías y oraciones. De las beatificaciones y canonizaciones de esos nuevos pobladores canónicos del cielo, no serán responsables los miembros de las curias diocesanas y Romana. Lo será el pueblo-pueblo, sin inversión alguna de tiempo y dinero, en largos, inútiles e interesados procesos, con excepción de algunos misteriosos casos de la proclamación prevista y hasta preparada del “santo súbito”, o ¡ya¡… Sin tanta liturgia y sin Derecho Canónico alguno, son más santos la mayoría de los santos. La Iglesia precisa con urgencia y corresponsabilidad de parte de los laicos, la actualización conciliar y “franciscana” de gran parte de sus normas, preceptos y leyes que algunos jerarcas mantuvieron y mantienen como las únicas merecedoras de ser consubstanciales a ella, con la exclusividad de “religiosas”, y sobrados excesos de hipocresías y rutinas, carentes de sentido y contenido evangélico, a la vez que evangelizador. Los ritos y las ceremonias no hacen Iglesia a la Iglesia, aunque así se nos haya enseñado, y hayamos sido adoctrinados. Es –será- el amor a Dios y al prójimo lo que justifica y justificará la existencia de la Iglesia, tal y como en algunas de sus mismas parcelas y con la bendición e iniciativa de sus propios pastores, se registran… ¿Bienvenidos los “coronavirus” con sus tétricas procesiones de enfermedades y muertes? Jamás. Pero no puede desaprovecharse esta ocasión para intentar reconstruir el edificio ético-moral y espiritual de la Iglesia y hacerla resurgir de algunas de sus miserias, reconocidas o por reconocer… Se habla de la presencia de Dios, de Jesús y del Espíritu en la primera comunidad. Se trata de hacer ver a los cristianos de finales del s. I, que no estaban en inferioridad de condiciones con relación a los que habían conocido a Jesús; por eso es tan importante este tema, también para nosotros hoy. Nos pone ante la realidad de Jesús vivo que nos hace vivir a nosotros con la misma Vida que él tenía antes y después de su muerte; y que ahora se manifiesta de una manera nueva. Se trata de la misma Vida de Dios (Zoe). Esto explica que entre en juego un nuevo protagonista: el Espíritu.
No debemos dejarnos confundir por la manera de formular estas ideas sobre la relación de Jesús, Dios y el Espíritu por aquellos cristianos de finales del s. I. No se trata de una relación con alguna entidad exterior al ser humano. Tampoco se está hablando de tres realidades separadas, Dios, Jesús, Espíritu. Si uno se fija bien en el lenguaje, descubrirá que se habla de la misma realidad con nombres distintos. Una y otra vez insisten los textos en la identidad de los tres. Después de morir, el Jesús que vivió en Galilea, se identificó absolutamente con Dios que es Espíritu. Ahora los tres son indistinguibles. Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Mandamientos que en el capítulo anterior quedaron reducidos a uno solo: amar. Quien no ama a los demás no puede amar a Jesús, ni a Dios. Los mandamientos son exigencia del amor. Las “exigencias” no son obligaciones impuestas desde fuera sino la exigencia que viene del interior y que se debe manifestar en cada circunstancia concreta. Para Jn, “el pecado del mundo” era la opresión, que se manifiesta en toda clase de injusticias. El “amor” es también único, que se despliega en toda clase de solidaridad y entrega a los demás. Yo pediré al Padre que os mande otro defensor que esté con vosotros siempre. Cuando Jesús dice que el Padre mandará otro defensor, no está hablando de una realidad distinta de lo que él es o de lo que es Dios. Está hablando de una nueva manera de experimentar el amor, que será mucho más cercana y efectiva que su presencia física durante la vida terrena. Primero dice que mandará al Espíritu, después que él volverá para estar con ellos, y por fin que el Padre y él vendrán y se quedarán. Esto significa que se trata de una realidad múltiple y a la vez única: Dios. “Defensor” (paraklêtos)=el que ayuda en cualquier circunstancia; abogado, defensor cuando se trata de un juicio. Se trata de una expresión metafórica. La defensa a la que se refiere, no va a venir de otra entidad, sino que será la fuerza de Dios-Espíritu que actuará desde dentro de cada uno. Tiene un doble papel: interpretar el mensaje de Jesús y dar seguridad y guiar a los discípulos. El Espíritu será otro valedor. Mientras estaba con ellos, era el mismo Jesús quien les defendía. Cuando él se vaya, será el Espíritu el único defensor, pero será mucho más eficaz, porque defenderá desde dentro. “El Espíritu de la verdad”. La ambivalencia del término griego (alêtheia) = verdad y lealtad, pone la verdad en conexión con la fidelidad, es decir con el amor. “De la verdad” es genitivo epexegético; quiere decir, El Espíritu que es la verdad. Jesús acaba de decir que él era la verdad. “El mundo” es aquí el orden injusto que profesa la mentira, la falsedad. El mundo propone como valor lo que merma o suprime la Vida del hombre. Lo contrario de Dios. Los discípulos tienen ya experiencia del Espíritu, pero será mucho mayor cuando esté en ellos como único principio dinámico interno. No os voy a dejar desamparados. En griego órfanoús=huérfanos se usa muchas veces en sentido figurado. En 13,33 había dicho Jesús: hijitos míos. En el AT el huérfano era prototipo de aquel con quien se pueden cometer impunemente toda clase de injusticias. Jesús no va a dejar a los suyos indefensos ante el poder del mal. Pero esa fuerza no se manifestará eliminando al enemigo sino fortaleciendo al que sufre la agresión, de tal forma que la supere sin que le afecte lo más mínimo. El mundo dejará de verme; vosotros, en cambio, me veréis, porque yo tengo vida y también vosotros la tendréis. La profundidad del mensaje puede dejarnos en lo superficial de la letra. “Dejará de verme” y “me veréis”, no hace referencia a la visión física. No se trata de verlo resucitado, sino de descubrir que sigue dándoles Vida. Esta idea es clave para entender bien la resurrección. El mundo dejará de verlo, porque solo es capaz de verlo corporalmente. Ellos, que durante la vida terrena lo habían visto como el mundo, externamente, ahora serán capaces de verlo de una manera nueva. Aquel día experimentaréis que yo estoy identificado con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros. Al participar de la misma Vida de Dios, de la que él mismo Jesús participa, experimentarán la unidad con Jesús y con Dios. Es el sentido más profundo del amor (ágape). Ya no hay sujeto que ama ni objeto amado. Es una experiencia de unidad e identificación tan viva, que nadie podrá arrancársela. Es una comunión de ser absoluta entre Dios y el hombre. Por eso, al amar ellos, es el mismo Dios quien ama. El amor-Dios se manifiesta en ellos como se manifestó en Jesús. “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; a quien me ama le amará mi Padre y le amaré yo y yo mismo me manifestaré a él”. Su mensaje es el del amor al hombre y no el del sometimiento. La presencia de Jesús y Dios se experimenta como una cercanía interior, no externa. En (14,2) Jesús iba a preparar sitio a los suyos en el “hogar”, familia del Padre. Aquí son el Padre y Jesús los que vienen a vivir con el discípulo. En el AT la presencia de Dios se localizaba en un lugar, la tienda del encuentro o el templo, ahora cada miembro de la comunidad será morada de Dios. No será solo una experiencia interior; el amor manifestado hará visible esa presencia. Un versículo después de lo que hemos leído dice: el que me ama cumplirá mi mensaje y mi Padre le demostrará su amor: vendremos a él y permaneceremos con él. Los discípulos tienen garantizada la presencia del Padre y la de Jesus. Esa presencia no será puntual, sino continuada. Dios no tiene que venir de ninguna parte porque está en nosotros antes de empezar a ser. Una vez más se utiliza el verbo “permanecer” que expresa una actitud decidida de Dios. También queda una vez más confirmada la identidad del Jesús con Dios, una vez que ha terminado su trayectoria terrena. Jesús vivió una identificación con Dios que no podemos expresar con palabras. “Yo y el Padre somos uno.” A esa misma identificación estamos llamados nosotros. Hacernos una cosa con Dios, que es espíritu y que no está en nosotros como parte alícuota de un todo que soy yo, sino como fundamento de mi ser, sin el cual nada puede haber de mí. Se deja de ser dos, pero no se pierde la identidad de cada uno. Esa presencia de Dios en mí no altera para nada mi individualidad. Yo soy totalmente humano y totalmente divino. El vivir esta realidad es lo que constituye la plenitud del hombre. Meditación No nos empeñemos en meter en conceptos lo indecible. Solo la vivencia puede saciar el ansia de conocer y amar. Lo que te empeñas en buscar fuera, no existe más que dentro. El ojo ya no existe, ni hay nada que mirar. Vete al centro de ti y descubre tu esencia. Ese descubrimiento colmará tus anhelos. Las lecturas continúan las tres situaciones de la iglesia que comenté el domingo pasado.
Iglesia naciente: modelo de una nueva comunidad Tras la institución de los diáconos, Lucas nos cuenta la actividad de uno de ellos, Felipe, en la fundación de la comunidad de Samaria. Esto le sirve para indicar las características que debería tener cualquier nueva comunidad. 1) No debe excluir a nadie. Felipe se dirige a Samaria, la región más despreciada y odiada por un judío. 2) Felipe predica a Cristo. Los misioneros no proponen una filosofía moral ni una ética; su intención primordial no es reformar las costumbres sino dar a conocer a Jesús. 3) La palabra va acompañada de la acción. Lucas la concreta en signos y prodigios semejantes a los que realizaron Jesús y los apóstoles: curación de todo tipo de enfermos. 4) El fruto de esta actividad es que «la ciudad se llenó de alegría». El evangelio no es un mensaje triste. 5) Sólo falta algo que el diácono Felipe no puede dar: el Espíritu Santo. Eso lo concede la oración de los apóstoles Pedro y Juan, que simbolizan al mismo tiempo con su presencia la unión entre la nueva comunidad y la iglesia madre de Jerusalén. Iglesia sufriente: calumnias y esperanza La carta de Pedro menciona el tema de las calumnias que sufrían los primeros cristianos. Recuerdo dos de ellas, tomadas de textos de Tertuliano y Minucio Félix. Se decía que cuando uno iba a incorporarse a la comunidad e iniciarse en los misterios, se tomaba a un niño muy pequeño, se lo recubría por completo de harina y se lo colocaba sobre una mesa. Cuando el neófito entraba en la sala, le ordenaban golpear con fuerza aquella masa. Él lo hacía, pensando que no se trataba de nada grave. Y golpeaba una y otra vez hasta matar al niño. Entonces, todos se lanzaban sobre el niño muerto para lamer su sangre y repartirse sus miembros, sellando de ese modo la alianza con Dios. Otra acusación era la del incesto. Según ella, los cristianos se reúnen en sus días de fiesta para celebrar un gran banquete. Acuden con sus hijos, hermanas, madres, personas de todo sexo y edad. La sala está iluminada sólo por un candelabro, al que se encuentra atado un perro. Cuando han comido y bebido abundantemente, ya medio borrachos, excitan al perro tirándole trozos de carne a un sitio al que no puede llegar, hasta que el perro tira el candelabro, se apaga la luz, y todos se abrazan al azar y se entregan a la mayor orgía entre hermanos y hermanas. En este contexto, la carta de Pedro recomienda: 1) Saber dar razón de nuestra esperanza con mansedumbre y respeto. Es decir, saber explicar qué creemos y esperamos, pero sin usar condenas y descalificaciones. 2) Es mejor padecer haciendo el bien que padecer haciendo el mal. Esta conducta, humanamente tan difícil, sólo se puede conseguir recordando el ejemplo de Jesús que, siendo inocente, murió por los culpables. E igual que él resucitó, también nosotros recibiremos el premio de nuestra paciencia. Iglesia creyente: «obras son amores» El evangelio, en pocas palabras, reúne temas tan distintos que resulta difícil encontrar un elemento común. No se puede pedir un discurso lógico y ordenado a una persona que se despide de sus seres más queridos poco antes de morir. Destaco tres temas. 1) Este breve fragmento comienza y termina con palabras muy parecidas: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos.» «El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama». Como dice el refrán: «Obras son amores, y no buenas razones». La relación entre el amor y la observancia de los mandamientos es muy antigua en Israel: se remonta al Deuteronomio, donde amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser, se concreta en la observancia de sus leyes, mandatos y decretos. En el caso de Jesús hay una gran diferencia, sus mandamientos se resumen en uno solo: «Esto os mando: que os améis los unos a los otros como yo os he amado». 2) Teniendo en cuenta la proximidad de la fiesta de Pentecostés, son importantes las palabras: «Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros.» Parece una contradicción manifiesta pedir al Padre que nos dé algo que ya vive en nosotros. Son los dos tiempos en los que se mueven a menudo estos discursos: el de Jesús, que mira al futuro y pide al Padre que nos dé un defensor; y el nuestro, que ya hemos recibido el Espíritu y vive en nosotros. 3) La unión plena del cristiano con el Padre y con Jesús. «No os dejaré huérfanos, volveré.» «Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros.» El evangelio de este domingo habla de amor y de presencia. Un amor que es la clave y la garantía de todo, y una presenciadistinta a la que habitualmente estamos acostumbrados. Después de tantas apariciones, Jesús mismo nos prepara para otro tipo de presencia, la de su Espíritu, menos tangible, pero no menos real.
En estos momentos quizá estamos más preparados para entenderlo. Hasta hace unas semanas, nos veíamos y nos encontrábamos con mucha frecuencia. Nos saludábamos y nos abrazábamos, a veces rápida y distraídamente. Pero posiblemente, nunca como ahora que no podemos encontrarnos, hemos oído y nos hemos dicho tantas veces: “Te quiero”. Por teléfono o por WhatsApp, por videoconferencia o por email, lo repetimos y nos aseguramos de que nuestros seres queridos sepan eso, que los queremos. Que nos sientan cercanos aun estando lejos. Vamos a leer el evangelio de hoy en esta misma clave. Jesús, consciente de que no va estar físicamente con nosotros, nos habla de amor. De su amor y el nuestro, del amor del Padre a Él y a nosotros. Nos puede sorprender que empiece con una condición: Si me amáis… una condición que parece depende de nosotros, que nos da el protagonismo ¿hemos decidido amarle? Todo lo demás, incluso la capacidad de hacerlo surge de aquí. Primero es amarle a Él, luego su mandamiento, como respuesta a una experiencia muy honda. Ese mandamiento que en los versículos anteriores a este texto ha expresado: “Amaos unos a otros como yo os he amado”(Jn 13, 34) Es una imagen sugerente de lo que es ser cristianos: amar a Jesús y por ello vivir como Él, cumplir sus mandamientos. Es una clave distinta a la que muchas veces usamos. Lo primero no son los mandamientos y preceptos, con los que nos ganamos su amor, lo primero no es ser perfectos… lo primero, la condición única es amar. Amarle a Él, el centro y el Señor de nuestra vida. Si le amamos, Él mismo hará posible esa otra forma de vida, la que se vive desde el amor. Y lo hará por esa nueva forma de presencia, la del Espíritu en nosotros. Esa presencia que nos asegura que conoceremos y gozaremos, aunque no la conozca ni goce el mundo. Aquí “el mundo” no se refiere a nuestra sociedad, ni al planeta… representa todo lo que se opone al proyecto de Dios, lo que destruye la verdad y fomenta la injusticia, por eso una parte de la humanidad no quiere acoger esta presencia ni experimentar que el Espíritu de la verdad está en su interior. Y aún da un paso más y afirma: “¡No os dejaré huerfanos!”. Esta es quizá una de las frases más esperanzadoras del evangelio. Es la gran promesa, el gran consuelo y la gran confianza. Muchos hemos vivido la experiencia de la orfandad. Cuando mueren los padres, aunque sean mayores y dependientes, se apodera de nosotros un profundo sentimiento de desamparo y desarraigo, aunque seamos adultos y perfectamente capaces de vivir solos. ¡Y más si hemos tenido que afrontar esta pérdida en estos últimos meses, en soledad y en la distancia! Sentirnos huerfanos, enfrentarnos como huerfanos a las dificultades de la vida, es como hacerlo “sin estar a cubierto”, sin retaguardia, solos… sin nadie que nos sostenga desde atrás. Posiblemente es uno de los sentimientos más hondos del ser humano. Nos mete de lleno en una adultez distinta, más solitaria. Pues hoy dejemos que en nosotros resuene con fuerza esta consoladora promesa de Jesús: Yo no os dejaré huerfanos nunca. Si por el bautismo, por nuestro primer encuentro con Jesús, se nos dio la gracia de sabernos y sentirnos hijos e hijas, ahora se nos asegura que esto es para siempre. Que siempre podremos vivir como hijos, con esa confianza básica de que hay alguien que nos ama, nos defiende y nos apoya, gratuita e incondicionalmente, para afrontar lo que venga. Que ser hijos e hijas define nuestra permanente relación con Dios, nos da una identidad propia. Que después de la resurrección, en este tiempo Pascual que es el definitivo, se nos asegura la presencia del Espíritu, del Padre y de Jesús mismo, en nosotros, de forma definitiva. El evangelio de hoy que empieza con una condición referida a nuestro amor acaba con una afirmacion referida al suyo: “… será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él”. Sin exigencias, sin medidas… solo si me amáis. Lo demás viene luego. Esta nueva presencia que Jesús nos promete, la del Espíritu, presencia amorosa que nos une al Padre y a Jesús mismo, nos capacita para vivir amando. Amando a su estilo, es decir, estando, como Él, siempre dispuestos a lavar los pies, a liberar de dolores y esclavitudes, a perdonar, a salir a buscar al que está perdido, a hacernos pan, partirnos y repartirnos, para aliviar las necesidades de los hermanos y hermanas, hasta dar la vida… Es, en definitiva, conocer y reconocer agradecidos su presencia en nosotros, anunciarla, testificarla y extenderla en nuestro entorno como amor, vida y esperanza. Que el evangelio de este domingo nos ayude a saborear esta inabarcable experiencia y podamos sentirnos plenamente gozosos fiados en la palabra de Jesús, aun en estos tiempos de oscuridad. A partir de ahora iré exponiendo mi opinión. Hoy afirmo que estos 8 textos (y los valores que
representan) son el meollo, o el núcleo, del ideal cristiano, y que, si faltara alguno de estos valores, ya no lo sería. Si uno de tus hermanos israelitas cae en la miseria y ves que no se puede mantener, asístelo Venid, benditos de mi Padre, recibid en herencia el Reino que él os tenía preparado desde la creación del mundo. Porque tenía hambre, y me disteis de comer (…) Ay de quienes hacen leyes injustas / y promulgan decretos opresores! (…) ¿Qué haréis el día / que os pedirán cuentas, (…)? ¡Escuchad, pues, esto, / gobernantes del pueblo de Jacob, / prohombres de la casa de Israel, / vosotros que abomináis el derecho / y torcéis todo lo que es recto (…)! Pues yo os digo: Quien se irrite con su hermano será condenado por los tribunales; quien lo insulte será condenado por el Sanedrín [tribunal superior de Israel], y quien lo maldiga acabará en el fuego de la gehenna [crematorio de desechos]. Pues yo os digo: Todo aquel que mira a la mujer del otro con deseo de poseerla, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón. Nadie puede servir a dos señores (…) No podéis servir a la vez a Dios y al dinero. Quien ama es paciente, es bondadoso; (…) todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Yo soy la vid verdadera… Estad en mí, y yo estaré en vosotros. Así como los sarmientos, si no están en la vid, no pueden dar fruto, tampoco vosotros podéis dar si no estáis en mí. Yo soy la vid y vosotros los sarmientos. Aquel que está en mí y yo en él, da mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer. (Juan 15: 1-5) Sabemos que, cuando se deshaga la casa terrenal de nuestro cuerpo, que es tan sólo una tienda, tenemos en el cielo otro edificio, que es obra de Dios (…) eterna. Antoni Ferret Los eudemonistas consideran la felicidad como el fin último de nuestra existencia; como la fuerza vital esencial que nos permite realizarnos como personas humanas. En consecuencia, su código ético identifica el bien con todo aquello que nos hace felices y el mal con todo lo que nos produce sufrimiento. Gottfried Leibniz, por ejemplo, dice que «La felicidad es al hombre, lo que la perfección a los entes», lo que significa que la perfección en el hombre consiste en ser feliz. Eudemonistas fueron Aristóteles o Tomás de Aquino, aunque este último remitía a la vida después de la muerte para el logro de la felicidad plena.
Nuestra naturaleza humana incluye un impulso irresistible que nos empuja en todo instante al logro de la felicidad, aunque cada uno de nosotros la busque por cauces diferentes. La persona altruista que se entrega incondicionalmente a los demás está movida por ese impulso, y el asesino que mata por venganza, también. No hay diferencia en la motivación última de las personas, pero sería un disparate mayúsculo equipararlas por esta causa. Actuamos siempre buscando el máximo grado de satisfacción en cada una de nuestras acciones, pero somos propensos a equivocarnos, y a menudo cosechamos sufrimiento. Como decía Sócrates: «Elegimos el mal por su apariencia de bien». El que asesina por venganza cree que matando a su enemigo se va a liberar de una carga insoportable, pero se equivoca y acaba haciendo el mal para sí mismo y para los demás. Dentro de nuestra cultura occidental, buscamos preferentemente la felicidad a través de la satisfacción de deseos; deseo de tener más cosas, de viajar más lejos, de aparentar una prosperidad que a veces no tenemos, de ser respetados y reconocidos en nuestro trabajo o nuestra comunidad... Nuestros deseos son habitualmente deseos caros que hipotecan nuestra vida, que obligan a trabajar más, a trabajar los dos miembros de la pareja para poder pagar tanta factura, a sofocar el ansia de paternidad porque no llega para todo, a desatender la educación de los hijos, y en definitiva, a complicar nuestra vida y vivir permanentemente agobiados por nuestras cargas. Pero, así las cosas, un chino se come un murciélago y nos condena (si hemos tenido la suerte de no infectarnos) a pena de confinamiento durante una buena temporada. Y comprobamos —al menos lo hace quien acepta la situación con actitud positiva—, que podemos ser tan felices confinados en nuestra casa como viajando a la Conchinchina o pagando a una multinacional para que nos divierta en su parque. O quizás, mucho más felices. Porque, apartados de la vorágine de nuestro mundo artificial, tenemos ocasión de convivir en familia; de redescubrir el placer de la conversación y el deleite de la lectura o de la música. Tenemos ocasión de volver a comprobar algo casi olvidado; que un libro es siempre mucho más apasionante que una película, y una conversación mucho más gratificante que el mejor programa de televisión. En definitiva, que todo cuanto necesitamos para ser felices lo tenemos dentro de nosotros, y que cuando alguien nos dice lo contrario, es que trata de vendernos algo que no necesitamos. Entonces... ¿Por qué ese empeño en mantener un tren de vida que nos esclaviza y nos hace renunciar a una existencia centrada en lo importante?... ¿Qué estamos haciendo con nuestra vida y con el mundo en que vivimos?... A veces uno tiene la impresión de que somos como una cuadrilla de excursionistas que se ha perdido en el bosque y camina en círculos sin saber a dónde va, abriéndose paso a machetazos, arrasándolo todo y dejando por el camino un reguero de víctimas que no pueden aguantar el ritmo impuesto por los más fuertes. En un instante vi que la vida se me podia ir, que todo se derrumbaba por: José Manuel Vidal5/12/2020 El vicario de la Vicaría VIII de Madrid, Ángel Camino (Santander, 1949) enfermó de coronavirus y vivió "la experiencia más fuerte" de su vida. Hasta llegó a pensar que "todo se podía ir y se derrumbaba" y pidió la unción de enfermos. Pero, en todo este intenso proceso de dolor, siempre sintió que "no estaba solo" que con él "estaba Dios". De ahí que viviese su estancia en el hospital como "un abandonarse en manos de Dios" y en las de sus cuidadoras y cuidadores. Ya en la casa de su comunidad agustina, al padre Camino le "gustaría que mi vida sea un himno de acción de gracias a Dios, porque me ha dejado con vida. Gratitud al cielo y, gratitud a tantos y tantos hermanos que se han interesado por mí".
¿Qué sintió al saberse víctima del coronavirus? Yo pocas veces había estado enfermo en la vida con una patología importante. Había pasado algunas situaciones delicadas de salud, pero nunca que pusieran en riesgo mi vida. En esta ocasión, sí. Llevábamos varios días con el “estado de alarma”, yo gozaba de salud y pensaba que la infección podría recaer en otros, no en mí. Cuando de forma imprevista y súbita compruebo durante cuatro días seguidos una fiebre muy alta, y se me dispara inmediatamente el “dispositivo interior”. La médico lo sabe, y esperamos el tiempo oportuno. Y, llega “la hora de la verdad”, soy ingresado de urgencias en el Hospital Ramón y Cajal. La atención es más que rápida, “lo siguiente”: pruebas, placas, análisis, médicos y más sanitarios, hasta que oigo la sentencia dicha en voz alta entre todos los presentes: “es corona, con neumonía bilateral”. Jesús también un día oyó “su sentencia”. Me sentía uno con Él. No quiero presumir de nada, soy un pobre hombre; pero en ese instante en lugar de derrumbarme, siento en mí la fe del creyente que confía totalmente en Dios Amor y, me vuelco en Él y le digo: “Dios es Amor. Por Ti; me pongo en tus manos; ¡cuántas veces te he dicho me pongo a tu absoluta disposición! Y la mirada estaba fija en Uno: Jesús Crucificado que había dado la vida por mí, por toda la Humanidad”. No podía agarrarme a un crucifijo de metal. Era mucho más fuerte la mirada de Él que cualquier imagen del Crucificado que pudiera sostener con mis manos. Es una experiencia espiritual. Hay que vivirlo para contarlo. Esto que escribo no es una reflexión; es la experiencia de un pobre creyente, agustino y sacerdote. En un instante he visto con mis propios ojos que la vida se me podía ir; que todo se derrumbaba. Pero yo no estaba solo. Conmigo estaba Dios. Ha sido una experiencia absolutamente personal: nada más que Él y yo; diría sólo Él que me ha acompañado desde el primer momento. En cuanto han pasado las primeras horas he pedido el sacramento de la Unción. Inmediatamente mi buen amigo Francisco, Capellán del Hospital, me la administró por vez primera en mi vida. Un momento sencillo, silencioso, emocionante con sabor a sagrado. Aquí comienza otro capítulo que podré desarrollar a lo largo de las siguientes preguntas: esa relación íntima y personal con Dios fue acompañada de toda una gran familia: la Iglesia. Iglesia-Iglesia: Iglesia madre, hermana, Iglesia comunión hasta extremos que jamás podré olvidar. ¿Cómo vivió los veinte días en el Ramón y Cajal? Los doce primeros días soy consciente de que fueron muy graves. Uno no se da cuenta que la vida se te va por falta de oxígeno en la sangre. Estuve permanentemente enganchado a la máscara de oxígeno con el respirador. Siempre colgado de un hilo pues los sanitarios debían decirte la saturación en sangre. Como os podéis imaginar los primeros días era muy baja. La medicación en vena era muy fuerte. Todo lo he vivido con mucha paz. He preguntado poco, muy poco; prácticamente nada. Si era un niño en brazos de mi Padre, Dios Amor, también lo quería demostrar en manos de los médicos y de quienes me atendían: “lo que Vds. Digan; a su disposición, me parece bien”. Abandonarme en Dios también significó en aquellos días abandonarme en quienes por vez primera tenían que asearme: vivirlo con humildad y colaborar en todo era mi ejercicio. Abandonarme en Dios significó no encerrarme en mí mismo sino en estar pendiente de los otros dos compañeros de habitación; al principio poco pude hacer, pero en cuanto pude me interesé por ellos, por su familia; vivía los pequeños detalles: preguntar si apagamos la luz, si deseaban que llamase a la enfermera, recordar la botella de agua al compañero recién llegado. Los primeros días, pues, fueron muy intensos: día a día sin saber cómo iba a ser el siguiente; si podía avanzar o retroceder. Pero siempre acompañado por Él. Los últimos días tuvieron otro color. La actitud siempre la misma. Pero esta vez se vestía con otros tonos; llega el médico y me dice: “le quitamos la máscara grande de oxígeno y le ponemos la máscara ordinaria. Pasos que estamos dando”. Lógicamente, fue una alegría muy grande que no me dejó indiferente, dando siempre gracias a Dios y a los médicos. A los tres días, otro paso: le quitamos la máscara, le ponemos “las gafas” (gomas directamente a la nariz) y se levanta de la cama. Otra nueva alegría y una nueva acción de gracias. En ese momento comprobé todo lo que había adelgazado. Eso no era nada… Pero también la Providencia se encargó de recordarme: “Ángel, todo pasa; también la salud, la vida”. Me puse en sus manos nuevamente. Los tres últimos días coincidieron con un nuevo compañero: Andrés, de profesión carnicero. He podido saber al detalle cómo es el proceso de la venta de carne, desde que la vaca o el cordero está en el campo, hasta que pasa por el matadero y se distribuye, llega a las tiendas, se deshuesa y se vende. Son pequeñas cosas pero hacer algo por la humanidad en aquel momento fue interesarme por toda la vida de Andrés que, con inmensa alegría a cada momento me contaba un episodio distinto. Y la reciprocidad no se dejó esperar. Percibió que yo pertenecía a la Iglesia. Y es él mismo quien empieza a preguntar. No le hablo más allá de lo que pregunta. Respeta profundamente, se interesa y me dice: “dígame dónde está su Iglesia porque me gustaría mucho ir a verle”. Por supuesto que le di la dirección. Así pasaron los veinte días. La víspera llegó el médico y me anunció la noticia más esperada: “Ángel, mañana se va a casa”. El sábado 18 de abril el doctor me entrega el boletín de alta con todas las recomendaciones que me explicó con detalle, y me dice: “ya puede vestirse”. Me despido de mi buen amigo Andrés, deseándole lo mejor; llega el sanitario, me viene a buscar con la silla de ruedas, abro la puerta y la emoción no pudo ser mayor: todo el equipo de la planta, médicos, enfermeros, auxiliares, personal de limpieza, haciéndome pasillo con aplausos intensos. Como podéis imaginaros en esos momentos la voz se quiebra y sólo hablan los gestos con la mano en el corazón llamando a la Gratitud. ¿En el algún momento sintió que se iba a la casa del Padre? Al principio ni se me pasó por la mente. Sólo estaba pendiente de la fiebre. Y, ¿qué será esto?, me preguntaba. Ni siquiera hacía referencia al coronavirus. Me recomendaron el aislamiento en casa. Y así lo pasé durante unos días, con una atención permanente por parte de los hermanos de mi Comunidad Agustina. Al ver que la fiebre no bajaba, ingreso en el Hospital Ramón y Cajal. Según voy en el coche el recogimiento es muy intenso. Yo mismo me preguntaba, ¿y si es coronavirus? A las pocas horas me lo confirman en los términos que he comentado antes. Ahí sí que sentí que podía ir a la casa del Padre. Fue como el momento de la “sentencia” de la que yo hablo siguiendo los Misterios del Rosario; sí que sentí que la vida se me podía ir. Es como quedarte “desnudo” delante de Dios y decirle: “aquí estoy, aquí me tienes”. De hecho, no lo dudé. No era un juego de niños. Me podía presentar delante de Dios cuando Él quisiera y no dudé en estar preparado para el encuentro pidiendo el sacramento de la Unción. El sacramento te pone delante de Dios, con la mirada fija en la Casa del Padre porque tienes la vida en un hilo. Pero puedo decir que no por miedo. Jamás sentí miedo. Como creyente sentí el Amor de Dios, el Amor lo primero, la mirada de Jesús. Miedo con la gracia de Dios no tuve. Mucho Amor por parte de Dios, ciertamente me lo hizo sentir. ¿Ha sido la situación más límite que ha experimentado en su vida? Sin lugar a dudas sí. Todos hemos tenido momentos fuertes en la vida. Para mí son inolvidables el fallecimiento de mi hermana Maruxa en accidente de tráfico; el de mi madre a causa de un cáncer de páncreas y con tiempo para acompañarla, el de mi padre que lentamente fue yéndose. He tenido momentos fuertes cuando me tuve que someter a una operación de agujero macular. Es decir, ¿a quién no le ha visitado la presencia de la cruz bajo mil disfraces? Pero ciertamente, como esta vez con motivo del coronavirus, no. Ha sido la experiencia más fuerte. Se produce de la noche a la mañana; sin pensarlo, sin programarlo o preverlo. En un instante te presentas con un pie en esta vida y el otro en el abismo de la Otra, del Amor de Dios, que te está esperando con los brazos abiertos, pero que tú sientes que es el fin de carrera en esta vida. ¿Agradecido a los sanitarios? A mí me gustaría ser lo más equilibrado posible y no regalar elogios sin fundamento alguno. Sería un insensato si lo hiciera así. Yo doy las GRACIAS de corazón, y con el fundamento más sólido que pueda expresar. Aquí no se trata de palabras. Aquí hablan los hechos. Y a los hechos me remito. Al segundo de llegar a Urgencias del Ramón y Cajal, me introducen directamente en el box. Alrededor de mí solo veo sanitarios, cada uno realizando una función; estaba como adormilado pero lo recordaré siempre. Empleándose a fondo; comunican sin titubeos que es una situación grave. Allí permanezco dos días bajo una vigilancia constante. A los dos días subo a planta. Allí no era un número; era Ángel. Todos me llamaban por el nombre. El equipo médico hacía todo su trabajo. Nunca me pareció oportuno preguntar. Sólo le decía estoy en sus manos; lo que Vds. hagan, bien hecho está. Yo bien sabía que antes estaba en las manos de Dios. Pero en esos momentos había que subrayar la mano del médico. Durante todo el día enfermeras, enfermeros y auxiliares pasándose por la habitación comprobando si necesitábamos algo. Primero estábamos nosotros. La delicadeza en todo ha sido exquisita, prudente, profesional, cercana, humana, animosa, valiente. ¿Qué más puedo decir? Todo esto no me lo invento. Comunico lo que he visto, el trato que he recibido, la acogida que he tenido. Sólo puedo decir que he entrado en el Ramón y Cajal “yéndome” y que he salido “encontrándome” con la vida. Cierto que ha habido una Mano todopoderosa que ha estado permanentemente presente, pero no menos cierto es que la mano de hombres y mujeres han sido mediaciones seguras para recuperar la salud y la vida. En breve les llegará una carta de gratitud a todo el Equipo de Neumología como al Sr. Director del Hospital Ramón y Cajal. Mi gratitud no tiene límites y será por siempre. Tengo la fortuna de ser Vicario Episcopal de un territorio donde hay 11 Hospitales. Uno de ellos es el Ramón y Cajal. Antes iba porque lo demandaba mi servicio. Ahora seguiré yendo; pero con una diferencia: la sensación de que voy “a casa”, al lugar donde me devolvieron la vida. Por tanto, solo puedo decir: “Gracias, hombres y mujeres del Hospital Ramón y Cajal”. Tuvo el privilegio de poder comulgar a diario. ¿La comunión estaba al alcance de cualquier persona que la pidiese? Sí: todo un privilegio que la Iglesia en España y concretamente en Madrid tiene a través de sus Capellanes. Todos los días al amanecer entraba el Capellán, debidamente protegido, con Jesús Eucaristía. El momento de la Comunión era un espacio verdaderamente solemne y sencillo a la vez. Nos hemos preparado con las oraciones, leyendo breves textos evangélicos, orando juntos y en silencio a la vez. En algunos momentos en los que la prudencia aconsejaba prolongar el tiempo, hemos podido seguir hablando. Notaba que no sólo me traían a Jesús Eucaristía sino que también ellos mismos se daban. Cada uno lo ha hecho según lo indicaban las circunstancias pero todos con una misma actitud: la de servir y estar lo más cercano posible. Gracias de corazón, queridos Capellanes. Me preguntáis también: “¿La comunión estaba al alcance de cualquier persona que la pidiese?”. Hacía muy pocas semanas que había estado reunido con los Capellanes del Hospital. Cada uno me comentaba cómo desarrollaban el trabajo. Magí, Capellán Coordinador, me hablaba del amplio y dilatado campo de trabajo pastoral y espiritual que desarrollaban. Entre ellos destacaba como una prioridad el de llevar la Comunión a cuantos enfermos del Hospital lo solicitaran. Cualquier enfermo ingresado que desee recibir la Comunión, no tiene más que comunicarlo a la enfermera o persona que le atienda en la planta. Inmediatamente éstos lo comunican a los Capellanes. Puntualmente cada mañana llevarán la Comunión al enfermo que lo ha solicitado. Exactamente igual si desean recibir el sacramento de la Unción de los enfermos. Están preparados al momento para poder asistirles cuando lo soliciten. Y no sólo la administración de los sacramentos, sino que también les acompañan con el diálogo personal, escuchando confesiones, animando tanto al enfermo como a la familia. Al mismo tiempo, los Capellanes celebran dos Misas diarias y tres el domingo en el Hospital, abiertas al culto público para cuantos lo deseen. Por tanto, se trata de un servicio muy Pastoral, silencioso, Mariano pero de gran consuelo espiritual y humano para cuantos lo solicitan. Capítulo aparte es el gran trabajo que realizan con el personal de la Casa. Hoy día la pastoral del “tú a tú” es una de las más eficaces. Esto es lo que hacen nuestros Capellanes las 24 horas del día en el Hospital. Es la pastoral del “estar”, del “saber estar” aprovechando cada momento y atendiendo a todas las personas sin distinción alguna. Gracias de corazón, queridos Capellanes de Hospital. ¿Comprende ahora mejor el universo de los enfermos y sus necesidades sanitarias y espirituales? Las personas que me conocen, y máxime, los sacerdotes y capellanes de la Vicaría VIII, saben perfectamente de la prioridad que he dado, desde el minuto uno de mi servicio pastoral, a todo el campo de la Pastoral Sanitaria. Ha sido primordial. Una de mis mayores satisfacciones que se la paso al Espíritu Santo, es que pocas semanas antes de mi ingreso, pude reunir a todos los capellanes de los once hospitales presentes en la Vicaría. Fue un día inolvidable. Para haber gravado todo lo que compartió cada Capellán. Fueron más de tres horas. Yo apenas hablé; la palabra la tuvieron ellos. Lógicamente, tomé nota de cuantas sugerencias ofrecieron. Ojalá el año que viene podamos repetirlo. Toda esta introducción ¿por qué? Para expresar que en mi ADN el mundo del enfermo ha estado presente desde que nací: mi madre enfermera, mi padre visitador médico, mi hermano médico psiquiatra, mis tíos y primos importantes cardiólogos, mi sobrina psicóloga. Esto únicamente por lo que toca a la familia. Mi larga lista de amigos-amigos médicos es interminable, y no son palabras. Es decir, que gracias a Dios, he tenido una plataforma natural y vivencial donde la realidad del enfermo ha ido penetrando en mi vida como el aire en los pulmones. Los enfermos han estado siempre presentes en mi vida. Cuando me piden contar el relato de mi vocación, hay un momento que no puedo obviar: mucho antes de plantearme la llamada -tendría unos diez años- mi gran ilusión y la de mis amigos era esperar a que llegara el jueves por la tarde para ir a visitar a los niños enfermos del Hospital de Santa Clotilde en Santander. El mundo de los enfermos ha estado siempre presente en mi vida. Ha sido algo no improvisado. Al contrario: algo muy cultivado, priorizado, buscado y sobre todo muy rezado. En la pregunta me dices “ahora ¿comprende mejor el universo de los enfermos y sus necesidades sanitarias y espirituales?” Mi respuesta es, y cae por su peso, y con toda humildad decir: ”siempre lo he comprendido”, pero no cabe duda, que esta experiencia mía vivida personalmente, y que me ha podido llevar a la Otra Vida, será magnífica, irrepetible y única para entender mucho mejor a quienes se encuentren en situaciones similares a las mías. Si ya antes quería a los enfermos, ahora más, mucho más. Ahora puedo hablar de “mis compañeros”. Antes no tenía este título. Me faltaba. Ahora, no. Ahora he sido enfermo y he vivido en primera persona lo que es la salud, la vida y la cercanía de la muerte. No cabe duda que toda esta experiencia va a reforzar mi opción importante, clave y decisiva por los enfermos y por toda la realidad relacionada con ellos: la familia, los médicos, el personal sanitario. Lógicamente he comprobado más de cerca las necesidades sanitarias y espirituales. Si yo estoy feliz de cómo me han tratado en el Hospital, haré todo lo posible para que así sean tratados todos aquellos en los que yo pueda influir, tanto desde el punto de vista médico, como espiritual. Me será mucho más cómodo profundizar en el comportamiento espiritual por la tan buena y cercana relación con los Capellanes. En algunos momentos podré hablar “en nombre de mis compañeros los enfermos”, y buscar el mejor trato para ellos. Y en cambio, cuando vaya a visitar a los enfermos, me resultará más fácil ponerme en el lugar de ellos porque he pasado por la misma situación. ¿La Iglesia tendría que reforzar su presencia en los hospitales? Habrá que estudiar caso por caso. Gracias a Dios, en la Diócesis de Madrid, a través de la Delegación de la Salud, que trabaja admirablemente bien, sin hacer ruido pero de un modo eficaz, puedo decir que todos los Hospitales están bien asistidos con la presencia de los Capellanes. Reconozco que no en todos los lugares es igual. La vocación de Capellán de Hospital es muy dura y sacrificada. Hay que estar “ahí” para saberlo; hay que escuchar a los Capellanes. A veces son incomprendidos y poco valorados. Por tanto, nuestra parte, la de toda la Iglesia será, por un lado, animar mucho “a los que están”, valorar todo su trabajo y transmitirles todo nuestro apoyo. Pero al mismo tiempo, habrá que fomentar las nuevas vocaciones con esta sensibilidad a servir en los Hospitales. Reforzar la presencia va a significar también ofrecer todo tipo de nuevas herramientas que les puedan ayudar a crecer en el servicio pastoral. Dotarles de todo tipo de recursos para facilitarles la labor. Me consta que tanto en la Conferencia Episcopal Española como en la Archidiócesis de Madrid la realidad de los Capellanes de Hospital está muy presente y se va a seguir trabajando en una línea de potenciar la vocación, facilitarla, apoyarla. Ahora estamos hablando de los Capellanes de Hospital pero, no podemos desligarlo en absoluto de toda la Pastoral de la Salud, que abarca otro universo muy amplio. ¿Después de esta experiencia tan vital se siente mejor persona? ¡Qué más quisiera yo! Eso lo sabrá el Eterno Padre, los hermanos con los que convivo y el pueblo al que sirvo. De entrada, y con inmensa sencillez puedo expresar que me siento “humilde”. Humilde delante de Dios y humilde delante de la vida. La vida no es mía. La vida está en manos de Dios. Y por tanto, me siento “deudor” de Dios. Si nunca me ha gustado ir por la vida presumiendo de nada, ahora mucho menos. He comprobado cómo en un segundo se te puede ir todo; se derrumba todo. ¿Qué te queda? Él. La poca o mucha relación con Dios que haya podido construir con Él. Me siento llamado a que mi vida pueda ser un canto de amor a Dios. He recordado en estos días rezando el Oficio el salmo 88 que me gustaría fuera como mi emblema: “El amor de Dios cantaré eternamente” (Salmo 88,1). Sí: me gustaría que mi vida sea un himno de acción de gracias a Dios porque me ha dejado con vida. Gratitud al cielo y, gratitud a tantos y tantos hermanos que se han interesado por mí. Sólo este hecho me lleva a no defraudarles a ser de verdad mejor persona y a no vivir a medias. Cuando hablamos de Iglesia doméstica de Iglesia Comunión a la gente sencilla, que no tiene estudios, no me gustaría enseñarles un libro de teología con este argumento; me gustará enseñarles con toda humildad los casi seiscientos (600) mensajes de WhatsApp y correos que he recibido en estos días. Algo que me conmueve. Es sentir a la Iglesia “casa”, “familia”, “hogar”. He sentido a todos: desde mi Obispo y Pastor Don Carlos Osoro que diariamente me ha estado llamando mañana y tarde, mi superior General de la Orden de San Agustín; sentir a mi Comunidad de San Manuel y San Benito como una familia que te trae la comida, te lava la ropa, que está pendiente de los medicamentos, las mil pequeñas cosas. ¿Cómo todo esto no va a hacerme sentir mejor persona? Es imposible. Humanamente hablando, no puedo defraudar a tantos hermanos y amigos. Bastaría pensar en las personas que me han escrito: desde todos los estamentos de mi Provincia y Orden Agustiniana, la Diócesis de Madrid, toda la Vicaría VIII con sus sacerdotes, Vida Consagrada y Laicos, Grupos Agustinianos, Grupos de Movimientos de la Iglesia, familiares, amigos, hasta las personas más humildes. He recibido dos WhatsApp de la esposa de un interno de la Cárcel de Soto del Real con sus tres hijas extremadamente pobres y que les estamos ayudando, otra interna ahora en libertad: ¡qué expresiones de gratitud! ¿Cómo no me voy a sentir mejor persona? Es una promesa que la traduzco en compromiso? ¿Cómo no me voy a sentir mejor persona delante de mi hermano y familia que no se han separado literalmente de mí en la distancia? ¡La familia ampliada con tantos y tantos primos! Es como renovar mi condición de hermano, cuñado, tío, primo… Ciertamente la experiencia de la enfermedad me lleva al compromiso de ser mejor persona. Hay todavía una última razón. En estos días no dejo de pensar, hacer memoria y sobre todo rezar y celebrar la Eucaristía por todos los fallecidos a causa del coronavirus. Les llevo conmigo. Por ellos: yo tengo que ser mejor persona. Ellos se han ido. Dios me ha dejado y es como si me dijera: “toma tú el testigo y sal”. Tengo presente en mis oraciones a todos los enfermos. Pido por ellos para que también ellos se recuperen y puedan incorporarse a este campo de batalla que es nuestra humanidad, y seguir ofreciendo lo mejor de ellos mismos. Quisiera ser mejor persona por fidelidad al Papa Francisco. He sentido su presencia como él nunca llegará a saber. Me ha acompañado con sus homilías diarias. Uno de mis días más delicados en el Hospital coincidió con el Domingo de Ramos, 5 de Abril. Como pude conseguí oír la homilía del Papa con sus dos palabras: “El Señor nos sirvió hasta el punto de experimentar las situaciones más dolorosas de quien ama: la traición y el abandono”. Y es el mismo Papa Francisco quien me invitaba a mantener la mirada fija en el Crucificado. Por él, por el Crucificado quiero ser mejor persona. Por amor a Dios Amor y a nadie más. Por amor a la humanidad, es decir, a cada persona que me encuentre en el camino a través de mi Orden de San Agustín y de mi madre la Iglesia. |
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