En un mundo convulso, donde las desigualdades no merman y más bien parecen aumentar, y en el que existe la generalizada sensación de que hay una explosión de la violencia, especialmente de raíz religiosa, la humanidad se hace una pregunta doble: ¿cuándo tendremos la paz, y qué papel les corresponde a las religiones que hoy se ven afectadas por la ola terrorista y bélica? La respuesta es múltiple y compleja, y no puede recaer sólo en las tradiciones religiosas. No obstante, las religiones no pueden evitar el reto y excusarse ante la responsabilidad colectiva de nuestro mundo. No pueden hacerlo sobre todo por su vocación profética y la tradición de sabiduría de todas ellas, pero también por la vocación de autoridad moral mundial a la que están llamadas.
Para empezar, el teólogo católico Hans Küng ya se anticipa, acertadamente, a la respuesta con una aproximación muy clara y diáfana: “No habrá paz en el mundo mientras no haya paz entre las religiones”, y añadía que éstas encontrarán la paz cuando dialoguen entre ellas. Küng sentencia una doble certeza y reconoce un protagonismo fundamental para las religiones. En definitiva, tienen que darse cuenta de que se encuentran ante un reto obligadamente compartido que las ha de conducir hacia la unidad en la diversidad, que las dotará de una fuerza y, sobre todo, de una autoridad mundial incontestable que ahora no tienen. Para conseguirlo, hay que ir a los orígenes y al fondo de la gran riqueza de cada una de las tradiciones espirituales y religiosas del mundo, que aparecieron antes que todas las guerras, antes que los estados y antes que la propia democracia que hoy no encuentra caminos para pacificar el mundo. ¿Quizás la revolución pendiente de la humanidad es la de las religiones? Lo cierto es que son parte imprescindible de la alternativa para avanzar hacia un mundo más fraterno y en paz. Pero, ¿cómo hacerlo?, ¿qué fases habría que ir superando?, ¿qué retos y qué dificultades hay que afrontar? La primera fase es, claramente, intra-religiosa. Como afirma Küng, la paz en el mundo hay que trabajarla primeramente desde las religiones, porque éstas tienen un papel privilegiado ante valores de fondo como la paz. Además, la verdad a la que se asoman las tradiciones religiosas y pregonan a los millones de fieles desde hace milenios, aporta una sabiduría única a toda la humanidad que influye en su destino. En consecuencia, conviene que las religiones se reconozcan seriamente en este papel. Es necesario que todas ellas, cada una a su ritmo y en el momento adecuado, hagan un ejercicio de diálogo interno, que les supondrá tiempo y debates en profundidad. Deben ser convocados sus líderes, los estudiosos, las comunidades y sectores o sensibilidades dentro de la institución (si disponen de ellos), o de los colectivos o comunidades de creyentes que formen la propia tradición religiosa o espiritualidad. En este proceso interno juegan un papel clave la meditación y la oración como bases de buena parte de esta introspección sincera y honesta, que los lleve a la verdad profunda de cada religión para luego encontrarse, entre todas, en la etapa de confluencia interreligiosa. En este diálogo interno, cada tradición religiosa ha de saber ir a las fuentes, sanear el discurso y la doctrina, renovar el sentido de los ritos y celebraciones propias y actualizar el sentido de los dogmas, de sus principios y de los mandamientos y normas. Es un trabajo que debe tener como objetivo la voluntad de deshacerse de todas aquellas adherencias que se hayan podido ir añadiendo durante siglos, desdibujando la verdad fundamental de cada tradición. Implica que cada religión deba ser franca con ella misma y tener el coraje de la verdad a fin de saber mirar atrás. De esta mirada retrospectiva, debe eliminar todo lo que ha sido un exceso o una infidelidad en relación a la sabiduría de la propia tradición. Ha de encontrar la manera de rectificar públicamente, pedir perdón si cabe, aprender de las equivocaciones pasadas, rechazar los abusos y la violencia ejercidos, y recuperar de nuevo la verdad trascendental. Ello permite a cada religión volver al presente con dignidad y credibilidad y, sobre todo, afrontar el futuro en condiciones de encontrarse interreligiosamente, a medida que todas las religiones hayan avanzado en un proceso similar. La segunda fase es, necesariamente, inter-religiosa. Una vez las diferentes religiones se han ido purificando y actualizando, hay que llegar al multirreencuentro fraterno. El teólogo suizo insiste en que es mediante el diálogo entre todas las religiones que será posible iniciar un nuevo tiempo de paz duradera y profunda, si lo hacen juntas. Este diálogo indispensable entre las religiones ya ha sido iniciado desde hace mucho tiempo, aunque afectando más bien a determinados sectores de cada tradición y no a la globalidad. Algunos ejemplos son prueba de un trabajo serio y de una determinación por parte de sus impulsores, que es muy esperanzador: el Parlamento de las Religiones del Mundo, nacido en Chicago en 1873, dio los primeros pasos a finales del siglo XIX; las cumbres o encuentros mundiales que las Naciones Unidas ya han organizado sobre Religiones y Paz han convocado a líderes espirituales y religiosos de todo el mundo, y la propia Iniciativa de las Religiones Unidas, fundada más recientemente, ya ha experimentado en la última década una importante expansión en miembros y países. Todo parece encaminarse para que confluyan las religiones y espiritualidades del mundo en un diálogo sincero, intenso, fraterno y permanente a nivel global, que no es un paso fácil pero sí tan necesario. Las religiones deben ir asumiendo, en esta fase, un último gran hallazgo: que las verdades de las diferentes tradiciones beben de una sola misma Verdad, que es compartida. Y esta condición, lejos de enfrentarlas como ha sido durante siglos, las debe hermanar definitivamente, superando el pasado de desprecios y violencias que tanto daño ha hecho a la humanidad y a la religión en general. Llega el momento de ir afianzando en cada confesión religiosa, la confirmación de un nuevo camino de cooperación y respeto entre todas ellas. Y conviene que no sólo determinados sectores se impliquen, sino que todas ellas oficialmente tomen definitivamente el camino hacia el encuentro y el trabajo conjunto que pueda abrirlas al mundo, a la humanidad y, más en concreto, a las instituciones políticas internacionales. Ello permitirá que recuperen una influencia renovada y dignificadora sobre los estados del mundo, cada vez más multirreligiosos, y lleguen a la humanidad entera, la inmensa mayoría de la cual se declara abierta a la trascendencia. La tercera fase es, definitivamente, meta-religiosa. Las religiones han de haber realizado sus procesos internos y de diálogo interreligioso, y les corresponde entrar en una etapa final de corresponsabilidades. Hay que afrontar tres retos claves y compartidos con la comunidad internacional, más allá de la contribución específica de las religiones. Éstas, sin embargo, no quedan al margen sino todo lo contrario. En primer lugar, hay que disponer de un Gobierno Mundial, del que la ONU está falto y necesita para democratizarse realmente. Esto permitirá que el organismo internacional se libere de la dominación de ciertas potencias o de alianzas dudosas de algunos países, que responden a intereses particulares y no globales. En segundo lugar, hay que trabajar por una Institución Judicial Mundial, que permita actualizar el Tribunal Penal Internacional, dotándolo del necesario estatus para actuar ante todos los estados, todos los gobiernos y los mandatarios del mundo. La atribución principal sería impartir justicia independientemente de cualquier estado y por todo el mundo, acabando con la impunidad y persiguiendo los crímenes contra la humanidad y toda violación de los Derechos Humanos. En tercer y último lugar -y aquí es donde entran de nuevo las religiones-, esta última fase no estaría debidamente implementada si no dispusiera de una autoridad moral -no ejecutiva-, reconocida internacionalmente y otorgada a las religiones. Éstas estarían representadas en un Organismo Religioso Mundial que se pusiera del lado de los valores humanos, de la dignidad humana, y de la defensa de los más desfavorecidos e indefensos, sin ningún vínculo con intereses económicos, políticos, diplomáticos o de cualquier otro tipo. Asimismo, tendría un papel ético de referencia ante los grandes dilemas morales, y movilizaría a los fieles y seguidores de todas las religiones y espiritualidades del mundo para actuar ante crisis internacionales o tragedias humanitarias de todo tipo, de la mano de las organizaciones no gubernamentales. Finalmente, este Organismo Religioso Mundial podría contribuir al control moral del Gobierno Mundial y de la política global, que garantizaría un valor añadido a los retos de la humanidad y del mundo, que ninguna otra institución ni proyecto similar conseguiría con la autoridad, y la categoría moral, que asumirían unas religiones unidas al servicio de toda la humanidad. En conclusión, las religiones traerán la paz al mundo cuando, compartiendo su sabiduría, busquen juntas la Verdad común a todas ellas, que en definitiva no es patrimonio de ninguna tradición concreta sino de la humanidad entera. El resultado de este gran logro será claramente la paz que brindará al mundo. Parafraseando a Hans Küng, la paz en el mundo y la concordia entre la humanidad llegará cuando haya paz entre las religiones, y éstas lo lograrán definitivamente cuando el diálogo fraterno intra-religioso y el inter-religioso avancen con honestidad, coraje y compromiso. Las religiones en paz podrán impulsar la paz en el mundo.
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