Existe un antagonismo histórico entre la fe cristiana y la ideología marxista, donde ambas se calificaban de antagónicas y posicionaban a la otra de ser un mal necesario de eliminar. Los cristianos se declaraban en contra del Socialismo como los Socialistas Científicos buscaban eliminar el Opio del Pueblo. Pero este antagonismo pertenece nada más que a los intereses particulares o la ridícula posición dogmática aristotélica, pertenece al miedo de los jerarcas de la Iglesia y los sectores conservadores por el cambio de la Sociedad Estamental –o lo que quedaba de ella- y el dogmatismo o mal interpretación sobre “la Cuarta Tesis de Feuerbach”.
Cabe destacar para cristianos y marxistas que la base del Socialismo se encuentra en el Cristianismo, es la Teología Cristiana con Erasmo de Rotterdam y Tomás Moro la base de la doctrina socialista, del último podemos mencionar el libro de su autoría: Utopía. Él cual describe una nación donde: el oro y el dinero no valen absolutamente nada, son otras rocas sin valor; no existen ni ricos ni pobres; se vive en comunidad; cada uno da lo que puede y recibe lo que necesita. Por la otra vereda es el mismo Marx quien afirma en sus “Manuscritos Económico-Filosóficos”: “La desvalorización del mundo humano crece en razón directa con el incremento de valor del mundo de las cosas” (pag. 63). Mientras en el ideal final del marxismo, la Sociedad Comunista, funciona exactamente como el paraíso terrenal de Tomás Moro, como señalaría el creador del Materialismo Histórico en su “Critica del Programa de Gotha”: “En la fase superior de la sociedad comunista (…) podrá escribir en su bandera: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades!” (pag. 17). El Reino de Dios –lo que Tomás Moro describe como la Sociedad de Utopía – es la Sociedad Comunista. El objetivo pareciese ser el mismo. Pero muchos cristianos han reducido la fe a un mundo mundano abstraído de la vida terrenal, donde todo se contempla, donde se reza mucho y actúa poco, donde se castiga y condena lo mundano para llegar a un paraíso. Y es esa la cara del cristianismo a la que Marx llamó “Opio del Pueblo”, no a la fe en sí, sino a la ideología que abstraía al pueblo de su realidad a un sueño alienante. La Cuarta Tesis de Feuerbach dicta: “Feuerbach parte del hecho del auto enajenación religiosa, del desdoblamiento del mundo en un mundo religioso y otro terrenal. Su labor consiste en reducir el mundo religioso a su fundamento terrenal. Pero el hecho de que el fundamento terrenal se separe de sí mismo para plasmarse como un reino independiente que flota en las nubes, es algo que solo puede explicarse por el propio desgarramiento y la contradicción de este fundamento terrenal consigo mismo. Por tanto, es necesario tanto comprenderlo en su propia contradicción como revolucionarlo prácticamente. Así, pues, por ejemplo, después de descubrir la familia terrenal como el secreto de la familia sagrada, hay que destruir teórica y prácticamente la primera”. La abstracción de la realidad ocurre porque la fe es utilizada para distraer al pueblo, es la proyección del yo idealizado, de lo que queremos y merecemos en la vida terrenal, pero esperamos en resignación y esperanza en la otra vida, en la recompensa de Dios, en ese reino sobre las nubes. Pero es eso, una instrumentalización, la fe cristiana en sí misma no es reaccionaria, por ejemplo la Espiritualidad Ignaciana (de Ignacio de Loyola) es “Contemplativa en la Acción”, que promulga el título de la famosa película de los años setenta: “Ya no basta con rezar”. Los Jesuitas comprenden que es en la acción en la cual reivindicamos nuestra fe, y es ahí donde somos juzgados, no en cuanto se va a misa los domingos o cuanto se da al diezmo. Por ello desde la teología se entiende que tanto la salvación como la condenación, infierno y paraíso, no son lugares a los que se van, sino estados, y es deber de todos los cristianos –en especial tras la confirmación en los ritos católicos- ser abiertamente apóstoles de Jesucristo, sus discípulos, lo cual implica el valor Apostólico de la Iglesia, el cual se encuentra en la misión, y es esa misión la vida coherente y la acción por la realización del estado de la salvación/paraíso: el Reino de Dios, pues todos vivimos en él, pero no convivimos como si lo estuviéramos. La construcción de aquel reino en la vida terrenal es la unión de lo divino y terrenal, es la superación del “desdoblamiento del mundo” y la alienante forma en que el Cristianismo calló una vez la rueda de la historia. Por ello el Cristianismo es por sí mismo tan revolucionario como el Marxismo, ambos buscan la misma Sociedad –como señale al comparar el ideal de Tomás Moro y Karl Marx-. Como el Marxismo fue malinterpretado y utilizado para edificar Estados Totalitarios (el modelo político de Stalin: el Socialismo Real), el Cristianismo fue malinterpretado y utilizado por las castas sacerdotales que se aliaron a las Clases Gobernantes, siendo su instrumento para mantener la Infraestructura Económica feudal y los valores medievales conservadores, ni uno de los dos en su naturaleza son malos o antagónicos. Muchos marxistas seguirán oponiéndose a la idea de aceptar a los cristianos o comprender que no hay antagonismo entre aquella fe y su doctrina, pues dirán que Jesús era un predicador de esperanzas banas que el pueblo toma por desesperación y termina callándolos, o peor aún que aunque no sea la fe en sí el Opio del Pueblo, esta es inútil para los cambios estructurales que el mundo necesita para el Socialismo/Reino de Dios. “Bien aventurados aquellos que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis” (Lucas 6:17, 21), ¿de qué sirve pedir más pan al patrón si al final la eternidad será mía?, ¿de qué sirve pedir igualdad de derechos o reconocimiento como iguales si al final la eternidad será mía? Pero el discurso de Jesús, Bienaventurados, no es un acto de compasión ante los miserables sin esperanza como muchos señalan, es un acto del porvenir, un llamado a la solidaridad y unidad entre oprimidos para romper sus cadenas. Fue Jesús quien dijo en ese mismo discurso: “Pero ¡Ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estéis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reis ahora!, porque tendréis aflicción y llanto” (Lucas 6:17, 24-25). Fue Jesús quien echo a los mercaderes del Templo y dijo que es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico al Reino de Dios, pues ese reino nace de una Sociedad donde es abolido todo el sistema que sustenta la riqueza y poder de pocos, de una Sociedad donde existe Democracia económica y política. Y para aquellos que niegan la utilidad del cristianismo, cabe decir que este si tiene su praxis política transformadora, la síntesis es justamente el enfrentamiento del pobre, del miserable, del explotado –como un sujeto político y no objeto de lastima- al sistema que lo oprime y lo que lo sustenta, es que los mismos esclavos derroquen al amo. Es un advenimiento a la Teoría del Reconocimiento de Axel Honneth. Clotario Blest, famoso cristiano, sindicalista y político chileno -quien es la muestra real e indiscutible del último punto mencionado-, fundó en 1928 el grupo Germen, en el cual a través de su revista del mismo nombre compartió ese otro espíritu, el revolucionario, del Cristianismo. Uno de los principios de este grupo era: “Se ha desfigurado a Cristo ante las masas hasta el extremo de hacerlo odioso. Silencio alrededor del obrero que es Cristo: mucha palabrería alrededor del Dios que es rey. Se ha desfigurado a Jesús, mirándole sólo como Dios, y no como hombre y obrero, verdadero hermano nuestro según la carne, donde Él quiere y desea y pide ser imitado y amado” La desfiguración de Cristo, la malinterpretación e instrumentalización del Cristianismo es el Opio del Pueblo, ahí el verdadero enemigo del Marxismo –como también de los cristianos practicantes-. Mientras los cristianos deben ver a los marxistas, y viceversa, como hermanos con el mismo objetivo, dos fuerzas humanistas en pos de la construcción de un mundo mejor. Se puede ser cristiano y marxista, como edificar el Socialismo sin eliminar la fe, los antagonismos no existen realmente y la cooperación es posible, en medida que los marxistas no sean dogmáticos ni aristotélicos, y los cristianos interpreten el verbo de cristiano que echo a los mercaderes del templo.
0 Comentarios
Mi primera respuesta fue de emoción apasionada, que iba creciendo a medida que P. M. Lamet recreaba la historia de María de Magdala, maltratada por su padre y por su entorno, sin más salida que dejar su casa y mantener la vida (su vida) con la moneda de opresión y compra-venta de su cuerpo, por simple y supremo afán de supervivencia, cumpliendo el primer mandamiento de Gen 1-2: vivid… (ella no pudo cumplir el segundo, y multiplicaos, porque mujeres de su condición no tienen hijos, pues no encuentran hombre ni amor para tenerlos).
Pero no encontré un "momento interior" para escribir una reseña de esta “novela”, porque me considero amigo de P. M. Lamet (y es difícil escribir de los amigos), y porque he vivido y vivo inmerso, desde hace muchos años, en la trama religiosa y literaria de María Magdalena, la mujer que el evangelio presenta como “amiga” de Jesús, en la línea del “discípulo amigo” (varón o mujer), a quien la tradición de Juan y después el conjunto de la Iglesia ha identificado al menos veladamente con uno de los “doce” apóstoles, varones enviados a predicar el evangelio. No tenía distancia ante Pedro Miguel ni ante su tema... y he dejado que pasaran los meses antes de ponerme a comentarla, pero ahora, de pronto (8.2,17), día internacional de la mujer trabajadora, he sentido el impulso de volver a leerla, entrando en su trama interior de mujer amante. Ciertamente, el buen trabajo define a la mujer, pero más le define el buen amor, su capacidad de ser amada. Así he dedicado a María de Magdala, con P. M. Lamet (y en el fondo con Jesús de Nazaret) las mejores horas de esta repentina primavera de Castilla, con los prunos en flor, con los jacintos amorosos y las yemas abiertas del lilar del patio. Una de las promesas de esa primavera 2017 ha sido de nuevo el libro de P. M. Lamet sobre María Magdalena, y quiero presentarlo, como lectura gozosa del tiempo de Pascua que llega, tiempo propicio para iniciar el camino del amor. Esta María Magdalena de P. M. Lamet empieza diciendo no sé cómo amarte.... pero a medida que vamos leyendo descubrimos que ella sabe y que nos enseña a amar, si es que así queremos, y nos enseña a descubrir y revivir la primavera, preparando, con las flores tempranas de la imagen, la Gran Flor de Pascua, que el Cristo del Amor, a quien amamos, sin saber nunca amarle del todo, desde este lado del río de la vida. Gracias, Pedro Miguel, por el libro... gracias contigo a la editorial Mensajero, por haberlo publicado así, de forma profesional y amorosa, para que podamos descubrir una de las caras más brillantes de ese poliedro del Amor que es el Cristo de María Magdalena, el Cristo de millones y millones de personas que decimos con ella "no sé cómo amarte", y al decir, seguimos caminando, pues el mismo amor nos hace capaces no sólo de trabajar, sino también de vivir buscando en esperanza, atraídos por el mismo Amor. María Magdalena, una mujer de la primera tradición de la Iglesia Esa misma tradición de la Iglesia, a partir de Jn 19, 19, 25-27 (que recrea los datos de Mc 15, 40-41 par.) ha situado ante la cruz a las dos marías (la madre de Jesús y la Magdalena, dejando en la penumbra a la de Cleofás), y al Discípulo al que Jesús amaba (es decir, a su amigo/a). Toda la historia del mundo está resumida en esa imagen del Dios moribundo con su madre y el discípulo amigo, con Magdalena “amiga” como testigo. Resultaría difícil, y quizá arriesgado en unos tiempos de sospecha como los nuestros, escribir una novela sobre el discípulo amigo varón, pues los datos que tenemos y el contexto judeo-helenista en el que se han transmitido, pueden abrirse a interpretaciones histórica y simbólicas, de tipo afectivo y/o religioso que hoy no comprenderíamos. Quizá no ha llegado todavía el momento de escribir una novela histórica sobre ese “discípulo amigo”, a pesar de que existen ya estudios exegéticos que ofrecen claves para trazar su posible argumento, entre ellos el espléndido trabajo de S. Vidal, Los escritos originales de la comunidad del discípulo amigo de Jesús El evangelio y las cartas de Juan, Sígueme, Salamanca 1997, reelaborado en Evangelio y cartas de Juan. Génesis de los textos joánicos, Mensajero, Bilbao 2013. Pero ha llegado hace algún tiempo el momento de escribir la historia de María Magdalena, sea de forma novelada, como ha hecho entre nosotros D. Lamarre (=T. León), La comunidad de Magdala, Arcíbel, Sevilla 2007, sea de forma histórico-exegética, como han intentado, por ejemplo, C. Bernabé, María Magdalena. Tradiciones en el cristianismo primitivo, Verbo Divino, Estella 1994 y J. Shaberg, La resurrección de María Magdalena, Verbo Divino, Estella 2008. A diferencia de la falsa reconstrucción (estéril y plana) de D. Brown y de la mala película de Ron Howard (El código de Vinci, cf. juicio crítico incluso en elpais.com/diario/2006/06/06/opinion/1149544813_850215.html), la “historia” de María Magdalena nos sitúa ante una de las claves de la vida humana, desde la perspectiva de Jesús y de su entorno. A pesar de lo dicho, esa “historia” de María Magdalena no ha sido escrita plenamente todavía, ni en plano de narración, ni de historia crítica, a pesar de los estudios que he citado, y a pesar de más de una docena de novelas que he leído, o al menos ojeado sobre ella, en los últimos cuarenta años, a partir del famoso “musical” Jesucristo Superstar, que tuve el honor de presentar, ante un público desbordado y expectante, en el auditorio de la Caja de Ahorros de Salamanca, el año 1975, con el entonces colega y amigo el prof. Antonio Rouco Varela. No puedo reseñar todas las narraciones que he leído (o, más bien, empezado a leer) desde entonces sobre Jesús y María Magdalena, de la que he escrito varias veces en este blog (cf. 22.07.16; 15.07.16; 12.06.16; 11.06.16; 08.06.16 etc.), e incluso en mi Historia de Jesús (Estella 2014). Pero quiero y debo destacar esta novela de P. M. Lamet, de quien he tratado ya también en este blog (cf. 09.06.16; 12.04.15)... sabiendo que sin ella, sin el amor de María Magdalena, no habría existido la iglesia, pues ella enseñó a querer a Pedro y al resto de los apóstoles, abriendo su corazón para que vieran al Señor/amigo resucitado. Aprender a querer Como he señalado ya he dejado pasar varios meses desde que recibí el libro y lo leí, apasionadamente al principio, con más distancia después. Por eso, siguiendo una buena costumbre académica, dejé que pasara el tiempo, para que se fueran serenando las aguas y pudiera escribir así sobre esta nueva obra de P. M. Lamet, desde la distancia despejada, cribadas las primeras emociones, un día sereno de esta pre-primavera de la Vieja Castilla. Como he dicho, mi primera impresión fue de emoción apasionada, que iba creciendo a medida que P. M. Lamet recreaba la historia de María de Magdala, maltratada por su padre y por su entorno, sin más salida que salir de casa y buscar la vida (su vida) con lo único que tenía, es decir, con su cuerpo, por simple y supremo afán de supervivencia, cumpliendo así el primer mandamiento de Dios en Gen 1-2: vivid… (ella no pudo cumplir el segundo, y multiplicaos, porque mujeres de su condición no pueden multiplicarse en sus hijos, pues no encuentran hombres ni amor para tenerlos). No puedo (ni quiero) rehacer las etapas del calvario previsible de María Magdalena, de mujer usada y mal-querida, desde Cesarea, en la corte del Gobernador romano, pasando por Palmira (centro del comercio del oriente) y Petra (capital de los reyes nabateos), hasta volver de nuevo a Magdala, donde encontrará a Jesús. P. M. Lamet no se atreve a hacer que ella pase por Jerusalén, ni por Alejandría o Antioquía, las grandes plazas del imperio en oriente. El itinerario de Cesarea, Palmira y Petra le resulta suficiente. Un camino previsible y sorprendente Digo que se trata de un “calvario previsible”, que nos permite entrar en el camino y en la piel de una mujer con arrojo intenso, con suerte, que fue capaz de sobrevivir y madurar en los prostíbulos de la raya oriental del imperio romano, en la linde los reinos nabateos. María fue una mujer con suerte, porque pudo resistir con salud física y mental, conservando lo mejor de su humanidad en aquel estercolero ral donde la mayor parte de las mujeres como ella morían de enfermedad, de pena o de asesinato directo. Ésta es, a mi juicio, la mejor parte de la novela, que he leído con pasión y con envidia, pues hace algo más de diez años quise escribir y escribí una historia paralela, escogiendo como protagonista, quizá por menos conocida, a Salomé, que fue también discípula de Jesús (cf. Mc 15, 40 y 16, 1). Guardo esa “historia” ya escrita en mi ordenador y en un cajón de la mesa, en espera de posible (y deseada) revisión y publicación, una historia que empieza también en Galilea y sigue por el prostíbulo “imperial” (romano) de Cesarea, donde pudo encontrarse con María de Magdala. Pero después, en vez de conducirla a Petra, quise que ella pasara por las islas de Grecia para asentarse al fin en Joppe, gran puerto judiío, encontrarse al fin con Juan Bautista en Alejandría y con Jesús de Nazaret el Galilea. Hasta aquí, es decir, hasta el encuentro de María de Magdala (o en mi caso de Salomé) con Jesús, la historia de P. M. Lamet se me hace apasionante, por su realismo (su verosimilitud y su frescura), por los escenarios que ofrece y por los datos que aporta, aunque en alguna ocasión, como en el tema de la distancia entre Palmira y Petra se me vuelva menos aceptable. Todo se me hizo espléndido en esta primera mitad de la novela, hasta el encuentro apasionado de la Magdalena con Jesús, como mujer redimida por amor, enamorada del Mesías (pág. 153). Después, la historia se me vuelve menos clara y transparente. Sigue siendo ejemplar (y emocionada) desde la perspectiva del amor de Magdalena, y pocas veces he sentido más cercanos los latidos de amor de una mujer que se enamora de un hombre posible (el único real que ha encontrado en una larga hilera de machos irreales y opresores), un hombre que es al mismo tiempo imposible pues no puede (ni quiere) hacerle suyo en la línea de las familias ordinarias de este mundo. A pesar de ello, como digo, la historia se me vuelve menos clara, pues no responde a mis “prejuicios” sobre el itinerario histórico de Jesús en Galilea y en Jerusalén. El claro y misterioso camino de Jesús. Amor por carta De aquí nace el título no sé cómo amarte, que P. M. Lamet ha dado al fajo de Cartas de María Magdalena a Jesús de Nazaret, diciéndole su amor, mientras ella va recorriendo con él su camino, unas cartas que nunca le ha mandado, por exceso de pasión y por rubor de mujer utilizada, y porque ella ha ido descubriendo que el camino de amor de Jesús no había culminado, ni culminaría hasta su muerte. Sólo después, y por amor más alto, María de Magdala entregará esas cartas de amor a Jesús a María de Nazaret, su madre, en gesto de complicidad femenina. Éste es el argumento de la narración (novela) de P. M. Lamet, una historia admirable por su argumento, y admirablemente contada, con palabras e imágenes que logran cortar el aliento del lector (a mí, al menos, me lo han cortado varias veces). A pesar de todo ello, esta segunda parte me ha interesado e impactado menos, y ello se debe probablemente a mi prejuicio de biblista profesional, autor de una Historia de Jesús (Verbo Divino, Estella 2014), en la que creo haber dispuesto de un modo exegético (histórico) los pasos de la historia de Jesús, de manera que los que supone y cuenta P. M. Lamet me parecen menos coherentes. Evidentemente, esa reserva no se debe a un defecto de Lamet, sino más bien a un prejuicio mío, pues parto del supuesto de que las cosas fueron como yo las cuento (o como yo las he investigado), en la línea de mi “historia” o de la que quiere escribir, por ejemplo, J. P. Meier, Un judío campesino. Nueva visión del Jesús histórico (I-IV, Verbo Divino, Estella 1997 ss). Sin duda, P. M. Lamet tiene el derecho de contar las cosas desde su propia perspectiva, como lector directo de los evangelios, sin someterse al corsé siempre hipotético que queremos imponer aquellos que nos creemos “investigadores más críticos”. Pero, precisamente por eso, nos cuesta algo más leer su historia, tal como él la cuenta en esta segunda parte de la novela. Pero, dicho eso, he de seguir indicando que estas cartas de María Magdalena a Jesús, escritas al filo de su historia, en los caminos que llevan de Galilea a Jerusalén, me siguen pareciendo impresionantes. Ciertamente no toman como base el itinerario de E. P. Sanders o el de J. P. Meier, o el que yo quise fijar hace unos años en la otra “novela” que escribí, como he dicho, desde la perspectiva de Salomé y su historia de mujer prostituida, liberada primero por Juan Bautista, y luego por Jesús de Nazaret… Estas cartas no siguen ese itinerario, pero anchos son los caminos de las mujeres del entorno de Juan Bautista y de Jesús, y varias las historias que pueden contarse sobre ellas. Nadie se había atrevido a escribir un evangelio de María Magdalena como éste Entre esos caminos e historias, uno de los mejores que conozco es éste que ha descrito Pedro Miguel Lamet, a quien debo dar gracias por lo que nos ha enseñado, pidiéndole que disculpe mi tardanza en contestarte, una tardanza que se debe también al hecho de que yo mismo tengo pendiente en el cajón de la mesa y en el PC de estudio la Vida de Salomé, la otra amiga de Jesús (cf. Mc 15, 40; 16, 1, con el dicho inquietante y poderoso de Ev.Tomás 61)... Sabes, Medro Miguel, que he estado muy pendiente de mis comentarios eruditos, de los evangelios de Marcos (Verbo Divino, Estella 2012) y ahora, tras cinco años, al de Mateo, que estoy corrigiendo esta mañana (10.3.17) precisamente por el tema de M. Magdalena ante la Cruz del amor de Jesús (Verbo Divino, Estella 2017). Por todo eso te digo, amigo Pedro Miguel, que me disculpes, pues he necesitado tiempo físico, pero sobre todo psicológico, para situarme ante una narración tan fuerte como la tuya, de gran aliento, de hondo calado, de precioso lenguaje de amor. Me mandaste también hace unos meses tu Cancionero de Adviento y Navidad (Mensajero, Bilbao 2016). Lo he tenido semanas y semanas sobre la mesa, leyendo unas canciones cada día, hasta dejar que vibraran en mi vida, para escribirte después un comentario. Pero alguien vino por casa, y se tomó la libertad de meterlo en el bolsillo de su abrigo, en el duro invierno de San Morales, y de llevarlo, sin decir nada (ya sabes, muchos piensan que los libros brotan por generación espontánea), y así no he podido mandarte un comentario. Perdona, antes del próximo adviento compraré yo mismo el libro y cuando sienta el temblor de sus versos te mandaré unas letras. Un abrazo, Pedro Miguel. Sabes que Mabel, mi mujer, te quiere y te lee. Yo te admiro, como colega escritor, como hombre de horizonte siempre abierto, y también como amigo. Xabier Pikaza Hoy y los dos próximos domingos vamos a leer evangelios de Juan: La Samaritana, el ciego de nacimiento y Lázaro. El “yo soy” característico de Jn, se repite en los tres: yo soy agua, yo soy luz, yo soy vida. En Jn todo son símbolos que quiere trasmitirnos la teología, más avanzada de todo el NT. El relato de hoy es una catequesis, que invita al seguimiento de Jesús como dador de Vida. Ni en este templo, ni en Jerusalén, ni en ningún otro templo se puede dar el verdadero culto a Dios. Nuestro culto no es más que idolatría.
Jesús se encuentra de paso por Samaría. Samaría y Galilea eran una misma nación, antes de la división entre Judea y Palestina. Aunque tenía los mismos antecedentes religiosos, su trayectoria había sido muy distinta. Por eso, los samaritanos eran despreciados por los judíos como herejes. El peor insulto para un judío era llamarle samaritano. Jesús va ocupar el lugar del pozo. Él es el agua viva, que va a sustituir la ley el templo. La sustitución de templo y Ley por Jesús, es la clave de todo el relato. La mujer no tiene nombre, representa la región de Samaría que va a apagar su sed en la tradición (el pozo). Jesús está solo. Se trata del encuentro del Mesías con Samaría, la prostituta, la infiel. El profeta Oseas de Samaría había denunciado la prostitución de esta tierra. Jesús toma la iniciativa y pide de beber a la Samaritana. Se acerca a la mujer implorando ayuda. Ella tiene lo que a él le falta y necesita, el agua. Es lógica la extrañeza de la mujer. Jesús acaba de derribar una doble barrera: la que separaba a judíos y samaritanos y la que separaba a hombres de mujeres. Se presenta como un ser humano sin pretensiones por el hecho de ser judío. Reconoce que una mujer puede aportarle algo valioso. Jesús le ha pedido un favor, pero está dispuesto a corresponder con otro mucho mayor. Jesús se muestra por encima de las circunstancias que separan a judíos y samaritanos; se niega a reconocer la división, causada por las ideologías religiosas. La mujer no conoce más agua que la del pozo, figura de la ley, que solo se puede conseguir con el esfuerzo humano. No ha descubierto que existe un don de Dios gratuito. El agua-Espíritu que da Jesús, se convierte en manantial que continuamente da Vida. Así desarrolla a cada humano desde su dimensión personal. No se trata de añadidos externos (Ley). El Hombre recibe Vida en su raíz, en lo profundo de su ser. Como el agua hay que extraerla del pozo, el agua del Espíritu hay que sacarla de lo hondo de uno mismo. La dificultad de comprender el mensaje está muy bien expresada con el equívoco que se mantiene durante la conversación. Jesús habla de la Vida y la Samaritana habla del agua para beber. La mejor demostración de que mantenemos la ambivalencia es que nos han puesto como primera lectura el pasaje de Éxodo donde la prueba de que Dios está o no está con el pueblo es que les dé o no el agua para beber. El sentido de los versículos, que se refieren a los maridos, hay que buscarlo en el trasfondo profético, que nos lleva a la infiel relación de Samaría con Dios. En Os 1,2 la prostituta y en Os 3,1 la adúltera, son la imagen del reino de Israel que tenía a Samaría como capital. Su prostitución consistía en haber abandonado al verdadero Dios. Los samaritanos eran descendientes de dos grupos: a) resto de los israelitas que no fueron deportados cuando cayó el reino del norte en el 722 a, C.: b) colonos extranjeros traídos de Babilonia y Media por los conquistadores. Estos trajeron también sus dioses que con el tiempo, fueron aceptados por el resto de los habitantes. El número 5 es simbólico: Los samaritanos admitían solo los 5 libros del Pentateuco. Los colonos traídos por los asirios eran de 5 ciudades y de cada una habían traído su propio dios. En 2 Re 17,24 se mencionan 5 ermitas en Samaría. Se usaba el termino "Ba´al" para designar al esposo, pero era también el nombre de una divinidad. Samaría ha tenido cinco dioses, y el que tiene ahora (Yahvé) al compartirlo, tampoco es su Ba´al. Samaría se ha entregado a otros maridos-señores-dioses. Está pues alejada de Yahvé. Debe recuperar su verdadero esposo (Dios). Os 2,18: “Aquel día... me llamarás esposo mío, ya no me llamarás baal mío. Le apartaré de la boca los nombres de los baales”. Jesús le dice que su culto está prostituido, por eso ella pasa luego al tema del templo. La mujer pretendía dar culto a Yahvé, pero al admitir otros dioses, había roto con él. En Jesús se personifica la actitud de Dios que no ha roto con ella, sino que la busca. El agua tradicional (Ley) no había apagado la sed. La búsqueda les había llevado a la multiplicidad de maridos-señores-dioses. El agua que da Jesús es el encuentro definitivo con Yahvé. La Samaritana descubre que Jesús es un profeta por la profundidad del planteamiento religioso. La imagen de profeta que tiene la mujer es la de (Dt 18,15) profeta semejante a Moisés (Taheb) que restauraría el verdadero culto. La mujer sigue aferrada a la tradición "nuestros padres". Piensa que hay que encontrar la solución sin salir de lo antiguo, que es la única realidad que conoce. No ha descubierto aún la novedad de la oferta de Jesús. Jesús no parte de la perspectiva de la mujer, sino de otra muy distinta. También el templo de Jerusalén está prostituido. Las dos alternativas son equivocadas. Su oferta es algo nuevo. Se trata de un cambio radical. Jesús mismo será el lugar de encuentro con Dios. Dios adquiere un nombre nuevo: "Padre". Esta paternidad excluye privilegios y exclusiones. Esta relación con Dios directa, sin intermediarios, hará posible la unidad. "Dios es Espíritu". Espíritu, desde la mentalidad griega, significa un ser no material. Desde la mentalidad judía, significa que Dios es fuerza, dinamismode amor, vida para los hombres. El agua viva es la experiencia constante de la presencia y el amor del Padre. Padre, porque comunica su propia Vida y trasforma al hombre en espíritu. El culto antiguo exigía del hombre una renuncia de sí, era una humillación ante un Dios soberano. El nuevo culto no humilla, sino que eleva al hombre, haciéndole cada vez más semejante al Padre. El culto antiguo subrayaba la distancia; el nuevo la suprime. Dios no necesita ni espera dones. Los samaritanos aceptan a Jesús y le piden que se quede un tiempo con ellos. Los herejes están más cerca de Dios que los ortodoxos judíos. Meditación-contemplación Dios es todo Espíritu y solo Espíritu. Esta idea de Dios cambiaría nuestra religiosidad. Dios no es un ser por encima ni al lado de otros seres. Como Espíritu (Neuma, Ruaj) está difundido por toda la realidad. .................. Adorarle en espíritu, es tomar conciencia de lo que es en nosotros. Es experimentarlo como el aspecto fundamental de nuestro ser. Como verdadero centro del ser, irradia el resto de nuestro ser. Como Absoluto, nos invade; identificarnos con él. Los evangelios de los domingos 3º, 4º y 5º de Cuaresma del ciclo A, tomados de san Juan, presentan a Jesús como fuente de agua viva (Samaritana), luz del mundo (ciego de nacimiento) y vida (resurrección de Lázaro). Tres símbolos de nuestras necesidades más fuertes (agua, luz, vida) y de cómo Jesús puede llenarlas.
Tres aguadores y tres tipos de agua Las lecturas del próximo domingo hablan de tres personajes famosos (Jacob, Moisés, Jesús) relacionándolos con el don del agua. En gran parte del mundo, beber un vaso de agua no plantea problemas: basta abrir el grifo o servirse de una jarra. Pero quedan todavía millones de personas que viven la tragedia de la sed y saben el don maravilloso que supone una fuente de agua. En el evangelio, la samaritana recuerda que el patriarca Jacob les regaló un pozo espléndido, del que se puede seguir sacando agua después de tantos siglos. En la primera lectura, Moisés sacia la sed del pueblo golpeando la roca. De vuelta al evangelio, Jesús promete un manantial que dura eternamente. Aparentemente, el mismo problema y la misma solución. Pero son tres aguas muy distintas: la de Jacob dura siglos, pero no calma la sed; la de Moisés sacia la sed por poco tiempo, en un momento concreto; la de Jesús sacia una sed muy distinta, brota de él y se transforma en fuente dentro de la samaritana. Este milagro es infinitamente superior al de Moisés: por eso la samaritana, cuando termina de hablar con Jesús, deja el cántaro en el pozo y marcha al pueblo. Ya no necesita esa agua que es preciso recoger cada día, Jesús le ha regalado un manantial interior. Interpretación histórica y comunitaria Quizá la intención primaria del relato era explicar cómo se formó la primera comunidad cristiana en Samaria. Aquella región era despreciada por los judíos, que la consideraban corrompida por multitud de cultos paganos. De hecho, en el siglo VIII a.C. los asirios deportaron a numerosos samaritanos y los sustituyeron por cinco pueblos que introdujeron allí a sus dioses (2 Reyes 17,30-31); serían los cinco maridos que tuvo anteriormente la samaritana, y el sexto («el que tienes ahora no es tu marido») sería Zeus, introducido más tarde por los griegos. Sin embargo, mientras los judíos odian y desprecian a los samaritanos, Jesús se presenta en su región y él mismo funda allí la primera comunidad. Los samaritanos terminan aceptándolo y le dan un título típico de ellos, que sólo se usa aquí en el Nuevo Testamento: «el Salvador del mundo». En esa primera comunidad samaritana se cumple lo que dice Jesús a los discípulos: «uno es el que siembra, otro el que siega». Él mismo fue el sembrador, y los misioneros posteriores recogieron el fruto de su actividad. Pero el relato destaca el importante papel desempeñado por una mujer que puso en contacto a sus paisanos con la persona de Jesús. Interpretación individual Hay dos detalles que obligan a completar la lectura comunitaria con una lectura más personal. El primero es la curiosa referencia al cántaro de la samaritana. Lo ha traído para buscar agua; al final, después de hablar con Jesús, lo deja en el pozo. No necesita esa agua, Jesús le ha dado una distinta, que se ha convertido dentro de ella en un manantial. El segundo detalle es la relación estrecha entre la promesa de Jesús de dar agua, su invitación posterior, durante la fiesta en Jerusalén: «el que tenga sed, que venga a mí y beba» (Juan 7,37-38), y lo que ocurre en el calvario, cuando lo atraviesan con la lanza, y de su costado brota sangre y agua (Juan 19,34). El tema central no es ahora la fundación de una comunidad, sino la relación estrecha de cualquier creyente con él, de esa persona que tiene su sed material cubierta, aunque sea con el esfuerzo diario de buscarse el agua, pero que siente una sed distinta, una insatisfacción que sólo se llena mediante el contacto directo con Jesús y la fe en él. Ni agua ni pan Un último detalle sobre la enorme riqueza simbólica de este episodio. La samaritana se olvida de beber. Jesús se olvida de comer. Aunque los discípulos le animen a hacerlo, él tiene otro alimento, igual que la mujer tiene otra agua. Buen motivo para examinarnos sobre de qué tenemos hambre y de qué tenemos sed. Una mujer de Samaria llega a un pozo a sacar agua, ajena a lo que allí la espera y que nada en la trivialidad de su vida cotidiana, hacía previsible: va por agua con el cántaro vacío para volverse con él lleno a su casa. No hay más expectativas, ni más planes, ni más deseos.
Pero lo imprevisible la está esperando junto a aquel galileo sentado en el brocal del pozo que entabla conversación con ella sobre cosas banales, como para no asustarla: hablan de agua y de sed, de pozos y de viejas rencillas entre pueblos vecinos, cosas de todos los días. De pronto irrumpe el lenguaje de “las cosas de arriba”: el don, un agua que se convierte en manantial vivo, la promesa de una sed calmada para siempre, un Dios en búsqueda, fuera de los espacios estrechos de templos o santuarios. La mujer se defiende e intenta mantenerse en un nivel de trivial superficialidad, huyendo de la irrupción de lo de arriba en su vida. Pero al final de la escena el cántaro que era símbolo de la pequeña capacidad que está dispuesta a ofrecer, se queda olvidado junto al pozo, inútil ya a la hora de contener un agua viva. Como en tantas otras ocasiones, el evangelio nos sitúa ante un Jesús imprevisible, capaz de vencer la estrechez de nuestras expectativas a la hora de recibirle. Los evangelistas se encargarán de poner de relieve esta presencia de lo desmesurado e imprevisible que parece acompañar las actuaciones de Jesús, desbordando siempre lo que se esperaba de él: ni los novios de Caná necesitaban tanto vino (Jn 26), ni los discípulos una pesca tan abundante que casi les revienta las redes (Lc 5,6); y para sostener las fuerzas de la gente que le había seguido al desierto bastaba un bocado de pan y pescado, no que sobraran doce cestos (Jn 6,13). El paralítico lo que quería era volver a andar, no esperaba volverse a casa libre de la carga de sus pecados, y Zaqueo, interesado solamente en ver el aspecto de Jesús, se le encontró metido en su casa y compartiendo su mesa (Lc 19); las mujeres sólo pretendían que alguien les descorriera la piedra del sepulcro para embalsamar un cadáver, pero se encontraron al Viviente saliéndoles al encuentro (Mt 28,1-10). Siempre el mismo derroche por su parte, y siempre la misma resistencia por la nuestra a la hora de ser adentrados en lo imprevisible. Y eso ya desde que Sara se reía por lo bajo, escéptica y reticente ante una promesa que desbordaba por arriba sus previsiones. El filme reciente de Scorsese (Silencio, 2017) y su trasfondo en la novela Silencio (1966), de Endô Shûsaku (1923-1996), invitaban a reflexionar sobre el conflicto interior de la fe puesta a prueba en la encrucijada de “martirios y apostasías”. (cf. mis dos posts anteriores).
Pero el examen de conciencia sobre la memoria histórica del cristianismo misionero en sus encuentros y desencuentros con otras cuturas y religiones, aconseja reconocer honestamente las ambigüedades de la misión cristiana cuando la propagación de la fe olvida el respeto a las culturas, confunde la evangelización con el proselitismo y, en el peor caso, se deja utilizar por intereses colonizadores. Historiadores católicos acredItados como el investigador J. Schütte, especialista sobre san Francisco Javier, han reconocido las ambigüedades de la cristiandad japonesa protegida por gobiernos locales de daimyös regionales con anterioridad al rechazo del cristianismo por parte de las políticas de expulsión de misioneros, prohibición del cristianismo y persecución de los cristianos (1587,1597 y 1612). Cuando, en 1580, el daimyô (gobernador) cristiano Omura Sumitada cede el puerto de Nagasaki a los jesuitas, crece la situación de cristiandad protegida en algún área de Japón. En 1587, Toyotomi Hideyoshi promulga decretos controladores de la práctica cristiana y de expulsión de misioneros extranjeros. Se pasa de la situación de cristiandad protegida a la era del cristianismo perseguido, que culmina en el edicto de Tokugawa Ieyasu, en 1612, una de las marcas del aslacionismo japonés durante más de dos siglos Los historiadores han constatado actos de agresividad misionera y violencia contra la cultura y religión locales por parte de cristiandades en las que la conversión al cristianismo del señor feudal había conllevado conversiones en masa de sus súbditos. Por ejemplo, en la década siguiente a la conversión del gobernador de Omura (actualmente provincia de Aichi), se registra un aumento de cuarenta mil bautizados y del número de iglesias hasta ochenta y siete, a la vez que se citan actos de destrucción de templos budistas o sintoistas en 13 aldeas de dicha provincia. Este caso es solo una muestra entre la decena de ejemplos que leemos en el Archivum Romanum Societatis Iesu. Estos hechos son de la década anterior al decreto citado de 1587, en que se critica al cristianismo diciendo que “acercarse al pueblo de nuestras provincias y distritos y convertirlos en sectarios cristianos, hacerles destruir los santuarios de sus divinidades y los templos de los budas es algo inaudito...” Hoy día nos resulta inconcebible esta intolerancia exclusivista. Pero los europeos del siglo XVI, aunque no tuvieran la facilidad de comunicar rápidamente navegando por nuestras redes mediáticas, sí tenían acceso a la información sobre aquel proselitismo intolerante a través de las cartas de misioneros. Un reflejo de esa mentalidad en el arte religioso: la estatua inmensa conocida con el nombre de “Triunfadora sobre los ídolos”, que contemplamos en la iglesia del Gesú, en Roma, junto al altar de san Ignacio. Es una imagen de María pisando una serpiente y unos libros paganos. La inscripción reza así: “Camis, Fotoques, Amidas, Xacas” (Es decir, divinidades sintoistas,Kami;Budas; el Buda Amida y el Buda Shakamuni" Pero el problema del proselitismo exclusivista no se reduce a episodios del pasado. En plena actualidad, y en el contexto de la llamada a una nueva evangelización, los obispos japoneses se han visto confrontados con la irrupción en la iglesia japonesa desde España, Filipinas o Brasil de grupos –supuestamente evangelizadores-, enviados por nuevos movimientos eclesiales (con etiquetas de “carisma”, “catecumenado” “neo-espiritualidad” etc.,.) con características de proselitismo fanático, exclusivismo eclesiástico e intolerancia dogmática y rechazo de la cultura, a la vez que rechazo de las directrices del Concilio Vaticano II. Otra es la orientación del Papa Francisco, en su carta La Alegría del Evangelio: “Que la predicación del Evangelio, expresada con categorías propias de la cultura donde es anunciado, provoque una nueva síntesis con esa cultura”(Evangelii gaudium, 129). “No podemos pretender los pueblos de todos los continentes, al expresar la fe cristiana, imiten los modos que encontraron los pueblos europeos en un determinado momento de la historia” (id., 118) . Poder clerical, Código canónico y Catecismo antes que Evangelio, celibato obligatorio, discriminación… principales posverdades arraigadas en la Iglesia
La época de la “posverdad” Vocablo de moda, elegido como palabra del año 2016 por el Diccionario Oxford y admitido por gacetilleros y analistas. La verdad (o la posverdad) es que tal palabro necesita una definición conceptual precisa y rigurosa. Según el diccionario, el término designa el “fenómeno que se produce cuando los “hechos objetivos” tienen menos influencia en la formación de la opinión pública que la “emoción de las creencias personales”. O sea, que la objetividad importa mucho menos que las teorías o creencias que hacen que nos sintamos a gusto. La posverdad es como una “mentira emotiva” (remedo de las “mentiras piadosas”). Puede ser una mentira asumida como verdad o incluso una mentira asumida como mentira, pero reforzada como creencia o como hecho consentido y compartido en una sociedad. Se resume como la idea de que “algo que parezca ser verdad es más importante que la propia verdad”. Para mentir no es necesario caer en el bulo. Se puede mentir diciendo solo medias verdades. Se destaca una pequeña parte de la verdad, se la ilumina, se la descontextualiza, se la carga de notas sentimentales… y ya tenemos esa pequeña parte de la verdad convertida en una descomunal mentira. Es el “photoshop” del engaño. Ya no estamos en la modernidad ni en la postmodernidad, sino en la época de la “posverdad”. La Iglesia, fuente de posverdades Este exordio viene a cuento al considerar cuántas posverdades se han elaborado durante tanto tiempo en la Iglesia; cuántos sacrificios intelectuales, que se han aceptado con tal de mantener en pie un sistema de certidumbres que ha arraigado en nuestra identidad, y que, para complacencia de muchos y desasosiego de no pocos, incluidas ciertas facciones de la jerarquía, el papa Francisco está intentando desarticular y esclarecer. Porque posverdades haberlas haylas. Las posverdades no son nuevas en el mundo de la Iglesia. Por ejemplo, así, en términos generales, ¿qué cara de Dios nos ha presentado durante largo tiempo la Iglesia Institución? Nos habla del Dios de los pobres, pero se concilia con la opulencia; el Dios que ama a los pecadores, pero los condena al infierno; el Dios de la paz, pero se alía con el vencedor; el Dios de la igualdad, pero marca lamentables distinciones honoríficas entre jerarquía y laicos y niega a los curas casados y a la mujer los ministerios eclesiales; el Dios de la salvación, pero, eso sí, a largo plazo, en la “otra vida”; el Dios de la justicia, pero favorece con sus beneficios a los que cooperan con “donaciones”; el Dios de los marginados, pero pone cotas a los homosexuales y divorciados; el Dios del Amor, pero es intolerante con ciertas ideas y comportamientos…; y más etcéteras. El clericalismo, posverdad recalcitrante El clericalismo, posverdad de la ambición del poder, del privilegio, de la preeminencia, de la usurpación del derecho a la verdad, del monopolio de la sabiduría. Rotunda denuncia de Francisco: “El clericalismo es un mal que aleja al pueblo de la Iglesia”. Pastores convertidos en intelectuales de la religión. Se presentan como representantes de Dios, pero no representan a Jesús. El pueblo se siente descartado y abusado. Ya no es el “pueblo de Dios”. Lo han apocopado, ha quedado reducido a simple “pueblo” (¿populacho, para algunos?). “La Iglesia no es una élite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el Santo Pueblo fiel de Dios; no es el pastor el que tiene que determinar lo que tienen que decir en los distintos ámbitos los fieles”, ha subrayado Francisco. Signo claro del monopolio narcisista de los dirigentes eclesiales es que se han reservado para ellos el título común de “sacerdotes”, “otros Cristos”… El Espíritu reparte sus dones entre los miembros de la Iglesia para el servicio de la comunidad. La Iglesia de Jesús es una Iglesia “toda ella ministerial”. Nació como oposición a toda estructura clerical. El “ismo” ha frustrado los orígenes. La ley como pretexto para avasallar El poder espiritual, posverdad del afán de saberlo todo, de tener todas las respuestas, dominando a los fieles con un tipo de “dictadura espiritual”. Es aquel dicho del catecismo: “doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrán responder”. El pueblo humilde y modesto (ignorante para ellos) es víctima de los “intelectuales de la religión”, “los seducidos por el clericalismo”. Se confiere más autenticidad y solidez al Código de Derecho Canónico y al Catecismo que al Evangelio. En este magisterio la ley sustituye a Jesús; se trata de una sutil manipulación. No proponen, imponen. Usan la ley como pretexto para avasallar. No se privan de ofender, sojuzgar y humillar. Esta es la posverdad. Los ministros están llamados a formar las conciencias, no a pretender sustituirlas. “Acompañar, discernir, integrar”. Estas son las claves de la Iglesia de Francisco. Los sacerdotes deben ser varones célibes El celibato obligatorio, posverdad de la injusticia y la falacia, de la repulsa y la desconsideración, opuesta a la ley natural y al Evangelio. Las leyes eclesiales han infringido a los llamados curas casados un severo, riguroso, implacable y hasta cruel “agravio comparativo” respecto al resto de los creyentes, discriminándolos, impugnándolos, menoscabándolos. En la práctica, ocupan el estamento más ínfimo en la pirámide clasista eclesiástica, puesto que ni siquiera se les reconocen los mínimos derechos ni se les permiten actividades que se consienten y autorizan a los laicos. Se dogmatiza abiertamente que la vocación sacerdotal es una llamada personal de Dios. ¿Quién es, pues, la Iglesia para anular y desautorizar con arbitrarias leyes canónicas esta llamada de Dios? El celibato obligatorio no es don de Dios, sino un don-de la Iglesia que coarta la libertad, invade la conciencia de la persona y contradice al Evangelio. Esta es la posverdad. La posverdad de la excomunión Los excluidos y marginados, posverdad de la discriminación, de la segregación, del aislamiento. La dignidad es el derecho que posee “todo ser humano”, hombre o mujer, de ser respetado y valorado como ente individual y social, con sus características y condiciones particulares, por el solo hecho de ser persona. Hay grupos en la Iglesia, ovejas descarriadas, que se han visto privados de su dignidad. Se ve privada de su dignidad la mujer, pues es considerada indigna para ciertos “servicios” a la comunidad. Se ven privados de su dignidad los homosexuales y transexuales rechazados, marginados y vituperados. Y los que se “hacen oír” intentan amordazarlos. Se ven privados de su dignidad quienes han intentado rehacer su vida de amor tras un fracaso matrimonial. A estas parejas, en lugar de hacerles vivir “la alegría del amor”, les condenan a “la angustia del amor”. Es la posverdad de la excomunión. “Hay que salir al encuentro de las familias tal y como están, no como nos gustaría que estuvieran”. Eso entraña “conmoverse a la vista de la desgracia humana” y no juzgar desde categorías inmisericordes. La Ley apaga el Espíritu, el Evangelio lo ilumina: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi. El culto que me dan no tiene valor, porque las doctrinas que enseñan son mandatos humanos” (Mc. 7,7). Hagamos de la Iglesia una “Iglesia doméstica”, no domesticada con mentiras maquilladas. Términos como excelencia, perfección y otros semejantes, se han incrustado en la vida cotidiana como auténticos mitos que han acabado por convertirse en un problema. Ahora se cultiva el espíritu de la perfección como una obligación: el viaje perfecto, el trabajo perfecto, el cuerpo perfecto, el mundo perfecto… confundiendo así la mejora continua posible con metas inalcanzables. Lo cierto es que no estamos llamados al perfeccionismo, sino a la santidad.
Nos han (¿nos hemos?) programado para la inmadurez del perfeccionismo en lugar de enseñarnos a aceptar nuestras limitaciones. No pretendo exaltar la imperfección sino poner el acento en la necesidad de trabajarnos una sana autoestima capaz de valorar lo que tenemos, y darle gracias a Dios por ello, y de aceptar las limitaciones como algo natural y consustancial con el ser humano si lo que buscamos es vivir la vida en positivo, sin bloqueos, complejos u obsesiones paralizantes. ¿No es bastante dificultosa la cruz de cada día como para no aceptarnos en nuestra limitación? ¿Qué hemos hecho con la autoestima y el sentido del humor? Incluso en el campo religioso, no son pocos los que enarbolan la foto fija del “ser perfectos como vuestro Padre es perfecto” que dijo Jesucristo, aunque choque con la cruda realidad de que nadie es perfecto. Una contradicción que requiere explicación, porque Dios no puede exigir perfección a quienes no pueden lograrla. A juicio de los exegetas, el mensaje evangélico “sed perfectos” sería una equívoca traducción helenizada de los términos hebreos “misericordioso” y “santo” en el sentido de compasivo: sed misericordiosos como lo es vuestro Padre Dios. La buena nueva de amor, compasión, misericordia y perdón la hemos convertido en una propuesta de perfeccionismo en el sentido literal de la palabra, olvidando que “hasta lo peor de nosotros tiene la esperanza de humanizarse en el amor”. Hemos creado un mundo de perfeccionistas que esconde el dolor como un fracaso humano convirtiéndonos en ciegos del corazón porque no hemos aprendido la lección de que nos buscamos en la felicidad pero nos hallamos en el sufrimiento, ni tampoco hemos descubierto las posibilidades de superación y comprensión que encierra el dolor inevitable. Ni las potencialidades de luchar para mejorar lo evitable anclados en la esperanza y la fe en Dios. Nuestra condición limitada invita a convertirnos en la mejor posibilidad de uno mismo, aceptando lo que somos. Esto es esencial incluso desde la psicología moderna como requisito para aceptar a los demás con sus puntos fuertes y sus debilidades. No cabe duda de esto choca frontalmente con la exaltación del ganador, del puro y perfecto cristiano… que implica una posible incomprensión de las realidades de los demás como un peligro de exclusión a los que no vemos como nosotros. En el fondo de esto, anida un desprecio a los valores que encierran lo pequeño, lo frágil, lo incompleto; así es como la existencia llega a ser frustrante, neurótica, ante la imposibilidad de ser perfectos a pesar de nuestro esfuerzo. Es posible que sea incluso un buen campo de cultivo de la soberbia. Por eso Jesús se centró en los excluidos, por muy legales que fuesen las razones de la exclusión. En plena Cuaresma, hagamos el mejor sacrificio de todos: luchemos por querernos más y mejor, como Dios nos quiere; hagamos el sacrificio de aceptarnos y aceptar a los demás y por último y sacrifiquémonos por llegar a ser la mejor posibilidad de uno mismo. En suma, reconciliémonos con Dios, con nosotros y con el prójimo. Este creo que es el camino para vivir una fe madura. Quisiera comunicar una experiencia de mujeres: la perspectiva de género. Esta herramienta necesaria que nos ayuda a desarrollar modos de ser persona mujer y persona varón, modos de ser familia y comunidad, modos de amar y ser amadas reivindicando la autoestima, el respeto mutuo y que la diferencia no puede ser causa de desigualdad, a partir de formas de comprender y vivir el evangelio que libera nuestras capacidades.
Esta experiencia se plasma en un proyecto iniciado en el año 2007, “Arraigos para la vida” y que continúa extendiéndose por diversos países. Se trata de círculos de mujeres tejiendo una espiritualidad holística para la transformación personal y colectiva al cuidado de la vida [1]. Los círculos de “Arraigos para la vida” son espacios de espiritualidad desde la “práctica de la relación” entre mujeres. Entendemos los círculos como grupos de mujeres que se reúnen y conversan, fraguando un espacio cuidado y seguro para cada una. En estos círculos se privilegia “la relación por el gusto de estar en relación”[2], la eutrapelía[3] o sea el arte de la buena conversación, la confianza y la confidencialidad. “El círculo es una forma arquetípica que resulta familiar a la psique de la mayoría de las mujeres, pues es personal e igualitario; y cuando las mujeres lo trasladan al lugar de trabajo o a la comunidad, las tareas que requieren colaboración experimentan una mejora, y surge un acercamiento emocional y una relación mucho menos jerarquizada entre las personas que trabajan juntas”[4]. En los círculos de mujeres a nivel local se busca experimentar una espiritualidad holística en clave de mujeres, a través de pedagogías integradoras de diversas dimensiones orientadas a favorecer y acompañar procesos vitales de resignificación femenina, en solidaridad con las mujeres más vulnerables de sectores populares y con escasos recursos económicos. Todo el proceso es conducido de manera democrática, desde la circularidad de la vida y la “política de la relación”[5]. Reconocer que las mujeres que le dedican tiempo y palabra a la relación transforman el feminismo[6] y van generando un cambio cultural hacia una era post-patriarcal. La mujer tiene apertura y disponibilidad para la relación. La práctica de la relación consiste, en palabras de María Milagros Rivera Garretas, “en intercambiar espíritu y presencia que se condensan, con cierta frecuencia, en palabras que adquieren un sentido nuevo, que hacen simbólico”. A través de estos círculos se busca consolidar el desarrollo de prácticas educativas en vista a la resignificación de la subjetividad femenina, la transformación personal y el cambio social: prácticas de espiritualidad holística, co-escucha o escucha mutua, relaciones de solidaridad e intercambio personal y grupal; pedagogías narrativas personales y grupales; lectura popular y ecuménica de la Biblia en clave de mujer; educación popular crítica y liberadora para el ejercicio de la ciudadanía y el estado de derecho, prevención e intervención en situaciones de violencia contra las mujeres, pedagogías y terapias holísticas orientadas a la salud integral; estilo democrático en el ejercicio de la autoridad y la construcción de poder. Los círculos de espiritualidad holística en clave de mujer favorecen, a nivel individual el despertar de otras mujeres, la confianza en sí mismas, en la posibilidad de encarnar una espiritualidad liberadora; facilitan recursos y herramientas de espiritualidad para continuar haciendo procesos de transformación ya iniciados o profundizarlos. La espiritualidad[7] como se la entiende en Arraigos está ligada y orientada al Misterio trascendente de la vida y puede ir unida a la fe-confianza de credos ancestrales o puede encontrarse en otras formas de experimentar la trascendencia. Se va viviendo la “espiritualidad holística” como una espiritualidad integradora de perspectivas y dimensiones, sin dualismos ni antagonismos que dividen. Es ecuménica (en diálogo abierto y respetuoso con las otras tradiciones cristianas), interreligiosa (abierta a conocer y descubrir los tesoros de otras tradiciones religiosas), ecofeminista (con un compromiso ético y amoroso con la vida en todas sus formas), multicultural (descentrada de cualquier etnocentrismo con pretensión hegemónica) y liberadora (desde el evangelio de Jesús en solidaridad con los pobres y excluidos del sistema político y económico dominante). La espiritualidad como sabiduría, que se vive en cada círculo de mujeres, y que va generando nuevas relaciones entre sí, con otros y con el cosmos, es lo que Arraigos tiene para aportar hoy a nuestra sociedad. Este “saber vivir” propio de la sabiduría que cada mujer adquiere partiendo de sí, sabiendo que sabe, y contagiando a otras, es la obra que la Ruaj está haciendo y que queremos. En apariencia se trata de meros grupos de mujeres que se reúnen y conversan; sin embargo, la aportación de cada mujer y de cada grupo tiene una dimensión más trascendente. Esos círculos proporcionan un intangible apoyo espiritual y psicológico, ratifican la realidad y las potencialidades de cada persona. Son asociaciones de ayuda mutua y aprendizaje. Son agentes de cambio. Dependiendo de la situación de cada una, lo que las convoca quizá sea la salud, las relaciones, el trabajo, la creatividad, la vida espiritual, la política. Con el tiempo, cada mujer es testigo de la vida de las demás, y empiezan a saber qué es lo importante. Sienten su dolor, celebran su alegría, se acompañan de cerca, y haciendo sugerencias de igual a igual. Para que un círculo de mujeres sea un lugar seguro lo que en él se diga debe ser tratado con respeto y discreción. La civilización occidental es la historia del patriarcado dominante y jerárquico en el abuso poder, en los espacios del saber y las ciencias, que nos han conducido a nuevas cimas de la tecnología, a la guerra, a la violación de los derechos humanos y a la posibilidad de destruir nuestro planeta. Se están talando y quemando nuestras selvas tropicales; el aire, el agua, la tierra; los residuos nucleares, los pesticidas, los hidrocarburos y los aerosoles tóxicos están envenenando nuestra Madre Tierra, a nosotros y a todas las criaturas, grandes y pequeñas. Las sustancias tóxicas y la indiferencia hacen estragos en los cromosomas, agujeros en la capa de ozono; su resultado es un aire espeso que ocasiona serias dificultades de salud. Advertimos que todo lo que hace un indígena tiene forma de círculo, y es así porque el Poder del Mundo siempre trabaja en círculos, y todas las cosas tienden a ser redondas… El firmamento es esférico, y he oído que la Tierra es redonda como una bola y que las estrellas también lo son. Cuando su máxima furia se desata, el viento se arremolina. Los pájaros hacen sus nidos en forma de círculo… Incluso las estaciones, en su metamorfosis, describen un gran círculo y retornan siempre a su punto de partida, también la vida del ser humano, y lo mismo les ocurre a todas las cosas conectadas con el movimiento de ese poder[8]. Como demuestra la historia de la humanidad cuando una época muere, una nueva está naciendo y precisamente en este momento nos toca vivir un cambio de época. Y es en estos tiempos en que se ha “descubierto” a las mujeres, y no se trata de que las mujeres quieran actuar como los varones. Se ha llegado a comprender que el feminismo consiste en permitir que cada miembro de la raza humana llegue a ser una persona adulta, que pueda elegir en cada nivel de la sociedad, participar en la toma de decisiones que afectan a sus vidas, ser independiente económicamente, tener voz en los tribunales y cuerpos constitucionales del mundo para poder disfrutar plenamente y en igualdad de todos los derechos civiles. “Oscura e incierta”, como el reinado de Witiza de nuestra infancia, se ha vuelto esa palabra, desde que la sociedad y los políticos se acostumbraron a discutir no con argumentos sino con sambenitos y etiquetas.
Si hubiera que seguir la regla del castellano de que el sufijo “ismo” indica muchas veces un abuso o exageración del sustantivo que lo lleva (y digo muchas veces, no siempre, para que la buena amiga Tere Forcades no levante la mano con la palabra “feminismo”), tendríamos que traducir nuestro vocablo como “abuso de lo popular”. Resultaría entonces que el partido más populista es el PP que es quien más lanza esa acusación a los demás: porque se califica de popular aquel partido que es precisamente el más antipopular. Aunque puede que no sea así sino simplemente que el PP considera que todos aquellos a quienes maltrata y excluye sumergiéndolos en la desigualdad más injusta, no son pueblo. Y no lo son porque, sencillamente, no existen: ya dijo la ministra de trabajo que en España “¡no hay nadie!” que cobre por debajo de nuestro miserable salario mínimo. Probablemente tampoco hay jóvenes que se hayan visto obligados a emigrar para poder vivir… De ser así, no habría en el PP un abuso de la palabra “pueblo”, sino una reducción de su significado. Es decir: pueblo son solamente “ellos”, los bienestantes y, en este sentido, son con pleno derecho partido “popular”. Pero eso que lo discutan entre ellos. Buscando nosotros por otros campos semánticos, encontraremos una definición del populismo que es la que más me ha gustado y que procede de John Julis (en The populist Explosion): “un sistema de detección precoz de problemas importantes que los principales partidos minimizaron o ignoraron”. Se trata de la detección, no de la solución propuesta a esos problemas: por eso puede haber populismos de izquierdas y de derechas. Por eso molesta tanto esa palabra a los partidos clásicos: porque pone de relieve sus olvidos o sus injusticias. Lo ocurrido en Estados Unidos puede servir de ejemplo. Las clases medias de ese país han disminuido y se han empobrecido llamativamente en los últimos años. Tanto Sanders como Trump detectaron ese problema al que ni los partidos ni los medios de comunicación, que son sus acólitos, habían querido prestar atención. Sanders levantó esa bandera proponiendo subidas de impuestos que acabaran con los privilegios reaganianos, y un estado mucho más social en salud, educación etc. Trump apelaba a ese mismo problema como arma electoral pero, para arreglarlo, prometió cosas muy distintas: como acabar con las deslocalizaciones de empresas que (aun funcionando suficientemente bien en USA) deciden irse a Bangladesh para ser “más competitivas”, y acabar con los flujos de inmigrantes que son, en buena parte, consecuencia de la forma como el “primer mundo” ha venido tratando al “tercero” desde tiempo inmemorial… Así se comprende que muchos que votaban por Sanders en las primarias demócratas, acabaran luego votando por Trump en las elecciones generales. Se comprende también por qué muchos analistas decían que Sanders hubiese derrotado a Trump con más facilidad que Hillary Clinton. Es decir: la tibieza social de nuestras izquierdas, más consonantes con lo que un día llamé “izquierda-Voltaire”, que con los acordes de una izquierda a lo Marx, esa tibieza, orquestada por unos medios de comunicación supuestamente progresistas, ha acabado generando una búsqueda de revoluciones sociales, unas veces particularistas y egoístas (caso Le Pen o Hungría), y otras veces más universalistas. Desde mi más tierna infancia he ido acostumbrándome a que es mucho mejor refutar a quien tiene razones, colocándole etiquetas o palabras malsonantes, que respondiéndole con otras razones. Cuando yo era chaval, poner a algo o a alguien el sambenito de “protestante” era como colocarle un esparadrapo en la boca para que no pudiera hablar. Luego resultó que el concilio Vaticano II aceptó muchas de esas propuestas supuestamente protestantes, creando en muchos católicos tranquilos el escándalo y la necesidad de “reinterpretar” -es decir: desnatar- al Concilio. Más tarde, cualquier demanda seria de justicia social, estaba excomulgada de antemano por el sambenito de “comunismo”; olvidando que Marx, por mucho que se equivocara en las soluciones, tenía plena razón en sus análisis. Incluso, en algunas izquierdas eclesiales se esgrime a veces la palabra “preconciliar” para desautorizar algunas demandas que no les gustan, en lugar de pararse a examinarlas seriamente. Ese modo de proceder ha ganado hoy frecuencia e intensidad porque, como bien acuñó un pensador inglés (Ralph Keyes), ya no estamos en la época de la modernidad ni de la postmodernidad sino en la época de la “postverdad”. Hasta el Oxford Dictionary ha aceptado ya esa palabra. La cual significa que las cosas ya no se razonan ni se deciden con argumentos, sino con sentimientos. Y los sentimientos son inapelables. Por eso cabría terminar esta reflexión parodiando una frase muy conocida del obispo Helder Camara: “vosotros habláis mucho contra el populismo. Pero he de deciros una cosa: la causa del populismo sois vosotros”. “Ves per on!”, que diría la Trinca. |
Ayuda al Blog que publica todos los días diferentes áreas, queremos seguir publicando
EL BLOGEl blog es uno dedicado al análisis en general de muchos puntos desde la ópica teológica. La meta es impulsar el estudio amplio y profundo de la fe y de la razón, siendo ambos elementos fundamentales de la vida. SABES QUE PUEDES HACER COMENTARIOS A LAS REFLEXIONES O ENSAYOS TEOLOGICOS QUE APARECEN EN EL BLOG, SI PUEDES INTENTALO...
Archivos
Febrero 2023
Categorias |