Poder clerical, Código canónico y Catecismo antes que Evangelio, celibato obligatorio, discriminación… principales posverdades arraigadas en la Iglesia
La época de la “posverdad” Vocablo de moda, elegido como palabra del año 2016 por el Diccionario Oxford y admitido por gacetilleros y analistas. La verdad (o la posverdad) es que tal palabro necesita una definición conceptual precisa y rigurosa. Según el diccionario, el término designa el “fenómeno que se produce cuando los “hechos objetivos” tienen menos influencia en la formación de la opinión pública que la “emoción de las creencias personales”. O sea, que la objetividad importa mucho menos que las teorías o creencias que hacen que nos sintamos a gusto. La posverdad es como una “mentira emotiva” (remedo de las “mentiras piadosas”). Puede ser una mentira asumida como verdad o incluso una mentira asumida como mentira, pero reforzada como creencia o como hecho consentido y compartido en una sociedad. Se resume como la idea de que “algo que parezca ser verdad es más importante que la propia verdad”. Para mentir no es necesario caer en el bulo. Se puede mentir diciendo solo medias verdades. Se destaca una pequeña parte de la verdad, se la ilumina, se la descontextualiza, se la carga de notas sentimentales… y ya tenemos esa pequeña parte de la verdad convertida en una descomunal mentira. Es el “photoshop” del engaño. Ya no estamos en la modernidad ni en la postmodernidad, sino en la época de la “posverdad”. La Iglesia, fuente de posverdades Este exordio viene a cuento al considerar cuántas posverdades se han elaborado durante tanto tiempo en la Iglesia; cuántos sacrificios intelectuales, que se han aceptado con tal de mantener en pie un sistema de certidumbres que ha arraigado en nuestra identidad, y que, para complacencia de muchos y desasosiego de no pocos, incluidas ciertas facciones de la jerarquía, el papa Francisco está intentando desarticular y esclarecer. Porque posverdades haberlas haylas. Las posverdades no son nuevas en el mundo de la Iglesia. Por ejemplo, así, en términos generales, ¿qué cara de Dios nos ha presentado durante largo tiempo la Iglesia Institución? Nos habla del Dios de los pobres, pero se concilia con la opulencia; el Dios que ama a los pecadores, pero los condena al infierno; el Dios de la paz, pero se alía con el vencedor; el Dios de la igualdad, pero marca lamentables distinciones honoríficas entre jerarquía y laicos y niega a los curas casados y a la mujer los ministerios eclesiales; el Dios de la salvación, pero, eso sí, a largo plazo, en la “otra vida”; el Dios de la justicia, pero favorece con sus beneficios a los que cooperan con “donaciones”; el Dios de los marginados, pero pone cotas a los homosexuales y divorciados; el Dios del Amor, pero es intolerante con ciertas ideas y comportamientos…; y más etcéteras. El clericalismo, posverdad recalcitrante El clericalismo, posverdad de la ambición del poder, del privilegio, de la preeminencia, de la usurpación del derecho a la verdad, del monopolio de la sabiduría. Rotunda denuncia de Francisco: “El clericalismo es un mal que aleja al pueblo de la Iglesia”. Pastores convertidos en intelectuales de la religión. Se presentan como representantes de Dios, pero no representan a Jesús. El pueblo se siente descartado y abusado. Ya no es el “pueblo de Dios”. Lo han apocopado, ha quedado reducido a simple “pueblo” (¿populacho, para algunos?). “La Iglesia no es una élite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el Santo Pueblo fiel de Dios; no es el pastor el que tiene que determinar lo que tienen que decir en los distintos ámbitos los fieles”, ha subrayado Francisco. Signo claro del monopolio narcisista de los dirigentes eclesiales es que se han reservado para ellos el título común de “sacerdotes”, “otros Cristos”… El Espíritu reparte sus dones entre los miembros de la Iglesia para el servicio de la comunidad. La Iglesia de Jesús es una Iglesia “toda ella ministerial”. Nació como oposición a toda estructura clerical. El “ismo” ha frustrado los orígenes. La ley como pretexto para avasallar El poder espiritual, posverdad del afán de saberlo todo, de tener todas las respuestas, dominando a los fieles con un tipo de “dictadura espiritual”. Es aquel dicho del catecismo: “doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrán responder”. El pueblo humilde y modesto (ignorante para ellos) es víctima de los “intelectuales de la religión”, “los seducidos por el clericalismo”. Se confiere más autenticidad y solidez al Código de Derecho Canónico y al Catecismo que al Evangelio. En este magisterio la ley sustituye a Jesús; se trata de una sutil manipulación. No proponen, imponen. Usan la ley como pretexto para avasallar. No se privan de ofender, sojuzgar y humillar. Esta es la posverdad. Los ministros están llamados a formar las conciencias, no a pretender sustituirlas. “Acompañar, discernir, integrar”. Estas son las claves de la Iglesia de Francisco. Los sacerdotes deben ser varones célibes El celibato obligatorio, posverdad de la injusticia y la falacia, de la repulsa y la desconsideración, opuesta a la ley natural y al Evangelio. Las leyes eclesiales han infringido a los llamados curas casados un severo, riguroso, implacable y hasta cruel “agravio comparativo” respecto al resto de los creyentes, discriminándolos, impugnándolos, menoscabándolos. En la práctica, ocupan el estamento más ínfimo en la pirámide clasista eclesiástica, puesto que ni siquiera se les reconocen los mínimos derechos ni se les permiten actividades que se consienten y autorizan a los laicos. Se dogmatiza abiertamente que la vocación sacerdotal es una llamada personal de Dios. ¿Quién es, pues, la Iglesia para anular y desautorizar con arbitrarias leyes canónicas esta llamada de Dios? El celibato obligatorio no es don de Dios, sino un don-de la Iglesia que coarta la libertad, invade la conciencia de la persona y contradice al Evangelio. Esta es la posverdad. La posverdad de la excomunión Los excluidos y marginados, posverdad de la discriminación, de la segregación, del aislamiento. La dignidad es el derecho que posee “todo ser humano”, hombre o mujer, de ser respetado y valorado como ente individual y social, con sus características y condiciones particulares, por el solo hecho de ser persona. Hay grupos en la Iglesia, ovejas descarriadas, que se han visto privados de su dignidad. Se ve privada de su dignidad la mujer, pues es considerada indigna para ciertos “servicios” a la comunidad. Se ven privados de su dignidad los homosexuales y transexuales rechazados, marginados y vituperados. Y los que se “hacen oír” intentan amordazarlos. Se ven privados de su dignidad quienes han intentado rehacer su vida de amor tras un fracaso matrimonial. A estas parejas, en lugar de hacerles vivir “la alegría del amor”, les condenan a “la angustia del amor”. Es la posverdad de la excomunión. “Hay que salir al encuentro de las familias tal y como están, no como nos gustaría que estuvieran”. Eso entraña “conmoverse a la vista de la desgracia humana” y no juzgar desde categorías inmisericordes. La Ley apaga el Espíritu, el Evangelio lo ilumina: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi. El culto que me dan no tiene valor, porque las doctrinas que enseñan son mandatos humanos” (Mc. 7,7). Hagamos de la Iglesia una “Iglesia doméstica”, no domesticada con mentiras maquilladas.
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