¿Un relato imposible o un relato simbólico?
El evangelio empalma con el del domingo anterior, cuando Jesús envía a los discípulos de misión. A primera vista se entiende tan bien que casi da vergüenza comentarlo. Pero hay un detalle sorprendente e inexplicable: cuando Jesús y los discípulos se montan en la barca en busca de un lugar solitario, cuenta Marcos que muchos los vieron marcharse, fueron corriendo y llegaron allí antes que ellos. Escribo estas líneas en el centro de la bahía de Cádiz, cuya forma y dimensiones me recuerdan un poco al lago de Galilea. Imagino que Jesús se embarca hacia un lugar solitario. ¿Es posible que la gente vaya corriendo desde Rota, El Puerto de Santa María, Puerto Real y llegue antes que la barca a un sitio que nadie sabe cuál es? Imposible. Esto demuestra que el relato no hay que leerlo desde un punto de vista meramente histórico (lo que ocurrió aquel día) sino simbólico. El primer aspecto que subraya Marcos es el enorme interés de la gente por Jesús. Ya lo ha dicho antes, indicando que eran tantos los que iban y venían en su busca que no tenían tiempo ni para comer. Cuando Marcos leyese este texto en su comunidad, le obligaba a preguntarse: ¿sentimos nosotros el mismo interés por Jesús? ¿Vamos corriendo detrás de él, o preferimos quedarnos cómodamente sentados en casa? El segundo aspecto es la dedicación de Jesús a la gente. Cuando se acercan a la orilla y ve a la multitud reunida, no le dice a Pedro que reme mar adentro y busque otro sitio. Siente compasión de ellos porque los ve abandonados, como ovejas sin pastor. Si el primer aspecto sirve de autoexamen a la comunidad, este se dirige a sus responsables. ¿Siento compasión de la gente, o procuro quitarme de en medio cuando me van a fastidiar mi merecido descanso? El tercer aspecto, muy importante, es que Jesús, al sentir compasión, no se dedica a hacer milagros, sino a enseñar. Y la gente parece satisfecha con eso. El viaje en busca de Jesús ha merecido la pena. Pastores malos, pastores buenos, descendiente de David (1ª lectura) El texto recoge ideas típicas de mediados del siglo VI a.C., durante el destierro de Babilonia. Por entonces era frecuente acusar a los reyes, los pastores, de haberse despreocupado del pueblo y provocar que marchara al destierro. En esas circunstancias, los profetas están convencidos de que Dios no abandona a su pueblo, pero esa esperanza adquiere matices muy distintos. Es frecuente la idea de que Dios mismo reunirá al pueblo de todos los países donde se encuentra disperso. ¿Qué ocurrirá después? En unos textos se dice que el mismo Dios será su rey; en otros se habla de una restauración de la monarquía, con buenos reyes; en otros, de un rey maravilloso. El texto elegido por la liturgia mezcla las dos últimas ideas: en un caso se habla de "pastores", en plural; al final, de un descendiente de David que gobernará rectamente, practicando el derecho y la justicia. Administrar justicia – enseñar Ya que esta lectura se ha elegido por su relación con el evangelio, es importante advertir que la esperanza política depositada en el descendiente de David, que administra justicia y practica el derecho, adquiere un matiz muy distinto en Jesús, que centra su actividad en enseñar.
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Curaciones y enseñanza. En esto se resume a grosso modo, en Marcos, la misión de Jesús y de los apóstoles, enviados de dos en dos, sin nada para el camino, aceptando la hospitalidad de la gente. Los apóstoles ungen con aceite a los enfermos y enseñan. Y los siguen multitudes. Tienen mucho trabajo y nada de tiempo para descansar, ni siquiera para comer.
El Jesús de Marcos se retira en repetidas ocasiones a la montaña o se sube a una barca para que las multitudes no lo alcancen. Y ahora propone eso mismo a sus apóstoles: “Vengan conmigo a un lugar solitario para descansar un poco”. Jesús los llama a un lugar solos, a un lugar despoblado, para descansar. Sin embargo, el desenlace no es el esperado porque en el lugar desierto los esperan multitudes hambrientas, necesitadas de enseñanza y de pan. La búsqueda de soledad y de tranquilidad se ve interceptada por la urgencia de una palabra pedagógica, de un alimento que sacie. Solo después de enseñarles y darles de comer, despiden a la gente y Jesús, y solo Jesús, se retira solo a orar al monte. El relato no nos dice nada de lo que hicieron los apóstoles. Este evangelio es muy significativo para nosotros, los que vivimos en una sociedad definida como “sociedad del cansancio” (Kuhn), donde experimentamos el sobre-crecimiento y el activismo como parte de la cotidianeidad. Estamos, como sociedad, cansados y nos viene muy bien este ofrecimiento de Jesús de soledad, de compañía tranquila, de pausa. Jesús invita en el evangelio de hoy a ir al desierto, a estar con él. A dejar el trabajo y a la gente e ir con él, al desierto. Hoy, además, recordamos a santa María Magdalena. María, apóstol de los apóstoles, es un modelo de liderazgo para nuestra Iglesia. Pionera en la experiencia de la resurrección, anunciadora a los apóstoles y líder de comunidades. Mujer sanada y aprendiz, maestra y pionera de la resurrección. Pero además, así como no sabemos si los apóstoles del relato anterior consiguen llegar a un lugar solitario para estar a solas con Jesús (y podemos suponer que no ya que de haberlo conseguido seguramente constaría en los textos evangélicos), sí podemos decir a partir de los textos joánicos que María es aquella que se encuentra en soledad con Jesús, ya vivo para siempre. Y con una originalidad: el lugar, ciertamente desierto de personas, no es un desierto de arena y sequía sino un huerto, un jardín. El jardín es el lugar bíblico del amor, de la belleza, de la contemplación y, desde el encuentro del Resucitado con Magdalena, el lugar de la vida, la vida plena, de la abundancia que dura, la que llena. Con María Magdalena, el desierto o despoblado se convierte en jardín. Y el evangelio de Juan nos sitúa, solos con el Resucitado, en este jardín de las flores y los frutos, el jardín del Maestro y de la Mujer con nombre propio, pronunciado en alto. Descansar en la sociedad del cansancio puede significar, entonces algo más que el mero separamos del bullicio. Puede significar buscar y encontrar, en medio de los signos de la muerte, a aquel que nos enseña, al Maestro, y reconocernos a nosotros mismos, con nuestro nombre propio, en una vinculación profunda con la vida, y la Vida en abundancia. Los próximos 11 y 12 de noviembre, la Asociación de Teólogas Españolas (ATE) va a celebrar sus XVI Jornadas. En esta ocasión, el tema elegido es la interrelación entre ecología y justicia, y para abordarlo vamos a contar con Mercedes Navarro, Judith Ress, Amparo Navarro, Isabel Matilla, Alicia Puleo, Antonina Wozna y Montse Escribano.
Con ello, queremos participar en la reflexión y acción en un ámbito en el cual la teología feminista ha dicho -y sigue diciendo- mucho. Desde los años setenta del siglo pasado, teólogas como Rosemary Radford Ruether, Ivone Gebara, Sally McFague o Isabel Carter Heyward han denunciado la íntima relación entre la explotación del planeta y la de las mujeres, visibilizando así la praxis destructiva que como especie realizamos del planeta y de nuestros congéneres. A pesar de este trabajo de trincheras, han sido otros elementos de esta mala praxis, como el “cambio climático” o la “crisis ecológica”, los que han provocado cierto despertar de la “conciencia ecológica global”. La lógica mecanicista y retributiva que ha regido las relaciones del ser humano con la creación en Occidente, sobre todo a partir de la Ilustración, es fruto de una cosmovisión que pone en el centro a un ser humano -históricamente, varón, blanco, occidental- que se yergue como señor y ordenador de los recursos del planeta y de quienes participan en su generación, subordinándolo todo a sus propios deseos, intereses y necesidades. Esta cosmovisión, exportada a otras latitudes en forma de neoliberalismo, posibilita una hermenéutica vital que pasa por las coordenadas de la dominación, la explotación, el control y la exclusividad. Su ámbito de ejercicio no se limita a los recursos naturales: se asume que tal lógica es la más inteligente, la más natural, la que el sentido común manda y, a fin de cuentas, la más conveniente en todos los ámbitos de la vida humana (social, político y económico). Es así como la existencia de jerarquías, desigualdades, abusos y discriminaciones se normalizan y justifican: tener implica que otros no tengan; ser implica que otros no sean, etc. Lamentablemente, la Iglesia, en todas sus expresiones denominacionales, ha actuado como otras instituciones humanas embarcadas en la cultura capitalista, esto es, como legitimadora del uso y abuso de la creación. Basten dos ejemplos: el calvinismo puritano posibilitó en su momento establecer una peligrosa relación entre el “ser salvo” y el bienestar material, de lo cual el llamado “evangelio de la prosperidad” que hoy en día recorre cierto evangelicalismo es heredero; en el ámbito católico la relación entre la colonización de otros continentes y la evangelización favoreció un uso incontrolado de los recursos naturales y el abuso de los grupos humanos, que en cierta manera se mantiene en las relaciones políticas de los países enriquecidos y empobrecidos hoy. A su vez, no es menos cierto que también la Iglesia, en toda su pluralidad y consciente de esta realidad, ha generado y dado impulso a numerosas iniciativas para contrarrestar la compresión utilitarista de la creación. Ejemplo de ello son dos recientes documentos: la Confesión de Accra (realizada por la XXIV Asamblea General de la Alianza Reformada Mundial, actual Comunión Mundial de Iglesias Reformadas, en 2004) y la Carta Encíclica Laudato Sì. Sobre el cuidado de la casa común (2015). Ambas toman nota de la relación entre la injusticia económica mundial y la destrucción del medio ambiente y abogan por una mentalidad que piense en términos integrales, un cambio de relaciones desde la verticalidad a la horizontalidad y una regeneración de los cuidados como mecanismos de crecimiento y sostenibilidad. La teología ecofeminista sin duda ha gestado el surgimiento de una percepción como la que patrocinan Laudato Sì y Accra, pero tal percepción no puede ser punto de llegada. Deber ser más bien nuestro punto de partida. Generar nuevos paradigmas de relación implica a su vez desarticular antiguos órdenes simbólicos y articular otros órdenes más justos. La teología ecofeminista sigue siendo relevante al proponer los conceptos de “cuidado” y “autolimitación” para generar esta praxis global. Pero su riqueza y aportaciones no se limitan sólo a esto. Por lo que se refiere a la visibilización de las mujeres y las cargas simbólicas y materiales de las que han sido objeto, la teología ecofeminista ha tenido un papel medular. Así, el dualismo entre alma y cuerpo, por un lado, y la identificación tradicional de la mente con el varón y del cuerpo con la mujer, por otro, se han nombrado como los binomios esenciales que sustentan una antropología de corte jerárquico (“patriarcal”), cuya lógica se ha aplicado igualmente a la relación de la especie humana con el resto de la creación. Las desigualdades, injusticias y sentidos comunes que se apuntaban anteriormente son fruto de la asunción de estos dualismos. El ecofeminismo resulta no ser simplemente una “herramienta teológica” más, sino que propone una compresión más profunda y desenmascarada de los modelos teológicos que sustentan nuestra cotidianeidad, fiel a su intuición y comprensión de la vida de forma integral. Lo habrás visto en televisión, lo habrás leído, te lo habrán contado. Y volverás a verlo, leerlo y oírlo muchas veces más este verano. Sobre todo ahora que, acabado el Mundial y una vez el PP elija por fin a su líder y lideresa, comenzará la habitual sequía de noticias. Pero hay (al menos) siete cosas que algunos están diciendo sobre la llegada de inmigrantes a nuestras costas y la llamada “crisis migratoria” que a lo mejor estás creyéndote, y no deberías.
No, no hay una “avalancha” de inmigrantes. No hay una avalancha, ni una oleada, ni un tsunami africano que esté azotando las costas andaluzas. Y, por cierto, aguardo con ansia el día en el que desterremos de nuestro lenguaje expresiones que igualan la llegada de migrantes a una catástrofe natural o a la más terrible de las calamidades. Aquí la verdadera calamidad son los miles que se ahogan intentando llegar a Europa. El drama que padecen quienes lo consiguen. Las condiciones en las que permitimos que vivan millones de personas en el África más profunda. Las razones por las que no ven más alternativa que huir y jugarse la vida. No, no estamos desbordados. Habrás oído que durante este año han llegado por mar a Andalucía casi 15.000 personas. ¿Son muchas o pocas? Muchas, si las comparamos con las cifras del año pasado (cuando llegó la mitad). No tantas, si las comparamos con las 100.000 que desembarcaron en Italia el año pasado. O el millón de refugiados sirios que tiene acogido un país pequeño como Líbano. O si recordamos las 17.000 temporeras marroquíes que los agricultores de Huelva han traído este año para la campaña de la fresa. ¿Hablaríamos de avalancha de jornaleras? No, no son cifras inmanejables. El Gobierno de Rajoy dijo en su momento que tenía capacidad para acoger a 17.000 refugiados sirios (aunque luego no cumplió). España gestiona cada año con eficiencia la llegada de 84 millones de turistas. La “avalancha” de inmigrantes de esos últimos seis meses no llenaría el estadio Carranza un domingo, en un país de 46 millones de habitantes y una UE de 500 millones. Pongámosle perspectiva al asunto. ¿De verdad estamos ante cifras imposibles de manejar? Sólo si nos seguimos empeñando en no poner medios suficientes. No, no nos ha cogido por sorpresa. En primer lugar, porque la llegada del buen tiempo viene cada año acompañada de un incremento de pateras. Pero, sobre todo, porque el cierre (previo pago) de la frontera de Turquía y el infierno (también de pago) de los negreros libios no deja más opción a quienes huyen de la miseria y la guerra que intentar la ruta del Estrecho. Por cierto, la más mortífera del mundo, según la Organización Mundial de Migraciones. Hace un año, distintas ONG avisaban de que cientos de miles de personas estaban saliendo de Libia camino de Marruecos. La sensación es que lo que está pasando era mucho más previsible de lo que nos cuentan. Pero no hemos querido prepararnos. Hemos dejado que los ayuntamientos carguen con un peso que no les corresponde. No hemos querido poner medios suficientes de rescate, atención y acogida, no fuera a ser que causáramos, ¿lo adivinan? el famoso efecto llamada. Y no, lo que está pasando no es por efecto llamada del Aquarius. Quienes llegan estos días a nuestras costas salieron de sus países hace mucho tiempo. Algunos llevan años atrapados en el Norte de África soportando penalidades, a la espera de poder embarcar. La idea de que alguien está en su casa de Senegal y decide hacer la maleta y plantarse en tres días en Tánger porque se entera (¿y cómo se entera?) de que Pedro Sánchez ha abierto el puerto de Valencia a 630 refugiados, es tener muchas ganas de no entender nada. Más afortunadas pueden ser las eternas cábalas sobre si Marruecos ha decidido otra vez aflojar su vigilancia fronteriza. No, Europa no sufre una crisis migratoria. La crisis es humanitaria y política. De hecho, en los últimos tiempos la llegada de inmigrantes irregulares a la UE no ha dejado de bajar. Y paradójicamente, crecía y engordaba otro fenómeno, el del ultranacionalismo y la xenofobia que ahora ha acabado contagiando a la política italiana (las barbas de tu vecino…). El gran problema de Europa no es la inmigración, es el fracaso creciente del proyecto europeo y el auge desbocado de quienes quieren dinamitarlo desde dentro, no desde fuera. No, no sobran inmigrantes. Las últimas cifras de población del INE nos vuelven a alertar sobre una población española cada vez más envejecida y que sólo crece levemente gracias precisamente a la aportación de los extranjeros, que trabajan, consumen, pagan impuestos y ayudan a sostener su pensión y la mía. Además, muchos de quienes llegan a nuestro país lo hacen pensando -y bien nos lo recordó Merkel en la cumbre de la semana pasada- en viajar después a otros países europeos como Francia y Alemania. España no tiene tanto atractivo ahí fuera. Pensemos también en eso. Llamamiento del padre Alex Zanotelli (*) a los periodistas italianos.
No os pido actos heroicos, sino solo intentar que cada día salga a la luz alguna noticia para ayudar al pueblo italiano a entender los dramas que muchos pueblos africanos están viviendo. Disculpad que me dirija a vosotros en este tórrido verano, pero es el creciente sufrimiento de los más pobres y marginados el que me empuja a hacerlo. Por ello, como misionero y periodista, uso la pluma para que se escuche su grito, un grito que cada vez encuentra menos espacio en los medios de comunicación de masas, al igual, por otra parte, que lo que sucede en los de todo el mundo. En efecto, en su mayor parte, veo a los medios –tanto en papel como en televisión– tan provincianos, tan superficiales, tan bien integrados en el mercado global… Sé que los medios de comunicación de masa están, desgraciadamente, en manos de potentes grupos económico-financieros, por lo que cada uno de vosotros tiene muy pocas posibilidades de escribir lo que verdaderamente está sucediendo en África. Apelo a las/los periodistas para pediros el valor de romper la losa de silencio mediático que pesa sobre todo sobre África. Es inaceptable para mí el silencio sobre la dramática situación de Sudán del Sur (el más joven estado de África), enmarañado en una terrible guerra civil que ya ha causado a menos trescientos mil muertos y millones de personas en fuga. Es inaceptable el silencio sobre Sudán, dirigido por un régimen dictatorial en guerra contra el pueblo de los montes de Kordofan, los Nuba, el pueblo mártir de África, y contra las etnias de Darfur. Es inaceptable el silencio sobre Somalia, en guerra civil desde hace más de treinta años, con millones de refugiados internos y externos. Es inaceptable el silencio sobre Eritrea, gobernada por uno de los regímenes más opresivos del mundo, con centenares de millares de jóvenes en fuga hacia Europa. Es inaceptable el silencio sobre la República Centroafricana, que sigue desangrándose en una guerra civil que no parece acabar nunca. Es inaceptable el silencio sobre la grave situación de la zona saheliana que va de Chad a Malí, donde los potentes grupos yihadistas podrían establecer un nuevo Califato del África Negra. Es inaceptable el silencio sobre la situación caótica de Libia, donde se está produciendo un choque de todos contra todos, causado por esa maldita guerra nuestra contra Gadafi. Es inaceptable el silencio acerca de todo lo que sucede en el corazón de África, sobre todo en el Congo, de donde llegan nuestros minerales más importantes. Es inaceptable il silencio sobre treinta millones de personas en riesgo de hambruna en Etiopía, Somalia, Sudán del Sur, el norte de Kenia y alrededor del Lago Chad, la peor crisis alimentaria de los últimos 50 años según la ONU. Es inaceptable el silencio sobre los cambios climáticos de África, que a finales de siglo podría tener inhabitables tres cuartos de su territorio. Es inaceptable el silencio sobre la venta italiana de armas pesadas y ligeras a estos países, que de este modo no hacen más que incrementar guerras cada vez más feroces de las que tienen que huir millones de prófugos (el año pasado Italia exportó armas por un valor de ¡14 mil millones de euros!). Al no conocer todo esto, es evidente que el pueblo italiano, y de cualquier otro país, no puede entender por qué tanta gente está huyendo de sus tierras arriesgando su vida por llegar aquí. Esto crea la paranoia de la “invasión”, astutamente alimentada por los partidos xenófobos. Y esto lleva a los gobiernos europeos a intentar bloquear a los migrantes procedentes del Continente Negro con el África Compact, contratos hechos con los gobiernos africanos para frenar a los migrantes. Pero a los desesperados de la historia nadie los parará. Esta no es una cuestión de emergencia, sino algo estructural para el sistema económico-financiero. La ONU se espera ya para el 2050 unos cincuenta millones de prófugos climáticos solo de África. Y ahora nuestros políticos gritan “Hay que ayudarles en su casa”, después de que durante siglos los hemos saqueado y seguimos haciéndolo con una política económica que beneficia a nuestros bancos y a nuestras empresas, desde el Eni hasta la Finmeccanica. Y así nos encontramos con un Mare Nostrum que se ha convertido en un Cementerium Nostrum donde han naufragado decenas de millares de prófugos y con ellos también Europa como patria de los derechos. Frente a todo esto no podemos permanecer en silencio (¿nuestros nietos no dirán acaso lo que nosotros decimos hoy de los nazis?). Por tanto os suplico que rompáis este silencio informativo entorno a África, obligando a vuestros medios a hablar de ella. Para llevarlo a cabo, ¿no sería posible una carta firmada por millares de vosotros y que se enviara a la Comisión de vigilancia de la Rai y a los grandes periódicos nacionales? ¿Y si fuera precisamente la Federación Nacional de la Prensa Italiana (FNSI) la que realizara este gesto? ¿No sería este un Africa Compact periodístico, mucho más útil para el Continente que los tratados varios firmados por los gobiernos para frenar a los migrantes? No podemos permanecer en silencio ante esta otra Shoah que se está desarrollando bajo nuestros ojos. Trabajemos todos y todas para que se rompa este maldito silencio entorno a África. Tengo que salir de viaje y aunque estaba empezando mi tiempo sagrado de silencio, he buscado en mi móvil información sobre el tiempo. Y de refilón veo un rostro ensangrentado en las noticias, un abuelo atacado…y se convierte en mi texto de oración para hoy.
La noticia está en CNN y en Washington Post… Un abuelo mexicano de 91 años que está visitando a su familia en California es atacado por una mujer que paseaba con su bebé por el mismo parque. A los gritos de “vete a México” al verle, coge un ladrillo de cemento y empieza a golpearle rompiéndole la mandíbula, huesos de las mejillas, costillas… para tener más fuerza corre a un grupo de hombres diciéndoles que el abuelo quería robarle el niño y ellos enfurecidos ayudan con la paliza. El abuelo ni siquiera vive allí, había ido a visitar a su familia de la que posiblemente lleva muchos años separado y a pesar de la edad es él quien se desplaza para que no detengan a sus familiares más jóvenes si cruzan la frontera, según están las cosas hoy. Pensemos como tratamos o hemos tratado a nuestros mayores y pequeños en nuestras familias. El cariño, a pesar a veces del cansancio ante innumerables situaciones que se crean en estos extremos de la vida, y que nos pillan trabajando, con situaciones familiares…pero ahí estamos, acompañando, aliviando, buscando soluciones. Si le ponemos el rostro de nuestro abuelo, o padre o madre, o bebé de la familia ¿cambia algo? No podía creer lo que leía y veía: una mujer con un bebé atacando a un anciano débil, paseando en un parque en pleno día, sólo porque unos políticos, como en otros momentos de la historia y en la actualidad en tantos lugares, nos dicen lo que tenemos que pensar y sentir. El abuelo mexicano puede ser el abuelo marroquí o senegalés… en nuestras calles, y tampoco sentimos, en general una gran compasión pues cada vez son más… ¡Qué fácil es interpretar! Desde nuestra orilla, siempre la buena, interpretamos lo diferente y al diferente, desde nuestros parámetros, siempre los justos a nuestros ojos no cristificados, razonados, enrarecidos por nuestros complejos o miedos… ¡Qué fácil es interpretar y no dialogar! Si interpreto, el abuelo, con rostro de Cristo ensangrentado, indefenso y malherido se convierte en un enemigo secuestrador de bebés y potencialmente un asesino, o lo que sea. Tal vez sea de lo que más duele en las relaciones humanas, que nos interpreten pero que no dialoguen. Dialogar es de fuertes; supone quitarse la coraza y acercarse a la persona que no entiendo. Interpretar nos hace ver fantasmas, dialogar la quita. Interpretar nos afianza en nuestro yo dialogar nos saca a la intemperie para encontrarnos a mitad de camino, sin escudos ni excusas dispuestos a comprender, a dar una oportunidad. Si al abuelo mal herido de nuestro parque, en lugar de interpretarle, le hubieran saludado, posiblemente hubieran conseguido la sonrisa más hermosa de un rostro arrugado y envejecido por duros trabajos y pobreza. La sonrisa del noviolento que aguanta la violencia con paciencia es hermosa, recuerda la mirada reconciliadora del crucificado, que es capaz de morir perdonando, dando siempre otra oportunidad. Interpretar la palabra de Dios puede llevarnos a fanatismos. Si dialogamos con Dios, a través de su Palabra, nos adentramos en la verdad y en el amor que todo lo cambia. Dialogar es difícil sólo cuando tengo miedo de perder terreno. Es liberador cuando lo descubro como la herramienta de la amistad, de la no violencia, de la convivencia. En estos días de verano en que conviviremos, tal vez, con otras personas y lugares, quisiera aprender a no interpretar porque creo que me ayudará a adentrarme en el otro, en su cultura o realidad haciendo así posible que lo que podría ser tenso o difícil sea gozoso. Dialogar es recorrer el camino para acercarnos a la otra orilla. La orilla de la otra persona, a veces orillada por nuestras miradas que interpretan y se protegen. Y viene Jesús y se adentra en todas las orillas que los buenos y justos consideraban peligrosas, diferentes, potencialmente malas y peligrosas. Y Jesús dialoga, y dialoga y dialoga. Y así cambia la historia, cambia la vida de la gente. Y la sigue cambiando, y ¿qué me pide? Que deje lo que me impide dialogar, mirar a la persona cara a cara, sin tapujos, que no interprete su expresión: lo que interpreto como que no le gusto igual es dolor de cabeza, o inseguridad ante mis aires de superioridad que también ella o él interpretan pero que tal vez en mí o en ti es timidez o sensación de que no le caes… ¿Sabes que te digo? Que lo mejor, con diferencia, es dialogar, aclararse y vivir dejando vivir. El párrafo que acabamos de leer es continuación del que leíamos el domingo pasado, pero con él comienza una nueva etapa en el evangelio de Mc. Los discípulos van a tomar parte en la tarea que, hasta ahora, desarrollaba solo el Maestro. Después de la experiencia de fracaso en la sinagoga de su pueblo, Jesús no solo no deja de anunciar la “buena noticia” del Reino, sino que compromete a sus discípulos en esa tarea. El rechazo de los dirigentes y de los más cercanos, le obligan a buscar otros interlocutores que no estén maleados por la enseñanza oficial. Las tres lecturas no hablan de la elección, pero esa elección lleva implícita la misión.
Es Jesús el que toma la iniciativa. “Les llamó y les envió”. En el c. 1, ya había relatado la llamada de dos parejas de hermanos. En el c. 3, había narrado la llamada de los doce. Si hacía ya mucho tiempo que estaban con él, no necesitaba llamarlos, pero el poner los dos verbos juntos tiene una intención especial. La llamada y la misión están siempre unidas. Todo el que es llamado es para ser enviado. No se precisa ni a donde van ni cuanto va a durar la misión. Con ello nos está diciendo que está precisando las características de todas las llamadas y de todos los envíos. Todo los que vayan en nombre de Jesús deben ir en las mismas condiciones, en todos los tiempos. El evangelista está retrotrayendo al tiempo de Jesús una práctica que comenzó muy pronto en las primeras comunidades. “De dos en dos”, apunta al sentido comunitario de toda misión. No se trata de actuar como francotiradores, sino de ir en nombre de la comunidad y con el mensaje comunitario. De esta forma, se evita además, cualquier clase de jerarquía o superioridad de uno sobre otro. Con demasiada frecuencia olvidamos que todos somos enviados por y desde una comunidad. Tenemos que superar la tendencia a actuar por nuestra propia cuenta. Tiene también un aspecto legal. En un juicio, solo se admitía el testimonio que fuera atestiguado por dos testigos. Recordemos que no se les pide que sean maestros, sino testigos. “Les da autoridad sobre los espíritus inmundos”. Hay que tener mucho cuidado. El texto griego no dice “dynamis” sino “exousia”. No es fácil apreciar la diferencia entre los dos conceptos, pero es claro que no se trata de un poder mágico, sino de una superioridad sobre el mal; lo cual nos indica que se trata de una fuerza para superar, no solo los demonios de los demás, sino también sus propios demonios; es decir: La superación personal de toda ideología que les impediría comunicar el verdadero mensaje. Esta lucha de los apóstoles contra sus propios prejuicios nacionalistas, está presente en todo el evangelio de Mc. “Les encargó...” El verbo Griego significa en primer término ordenó. Se trata de una severa amonestación. Es curioso que el texto hace más hincapié en lo que no deben llevar. Ni siquiera nos habla del mensaje que deben trasmitir. Lo importante es el espíritu de los que van a desempeñar la misión. El bastón y las sandalias eran imprescindibles en los viajes; el primero ayuda a caminar y puede ser muy útil contra las alimañas que no eran raras en terrenos desérticos. Las sandalias eran el calzado de los pobres. El pan era signo de todo alimento. No van como mendigos, “no llevéis bolsa”, sólo deben aceptar lo que necesitan en cada momento. La alforja era propia de los mendigos, que metían en ella lo que les daban para asegurarse, al menos, las próximas comidas. El dinero (de poco valor) es el símbolo de las seguridades. En griego no dice “túnica de repuesto”, sino “no llevéis puestas dos túnicas, que era característica de la gente rica. Los judíos nunca se hospedaban en casa de paganos. La comunidad ha descubierto que cualquier casa es buena para hospedarse, y cualquier alimento digno de comerse. Para quedarse basta que les acoja una “casa”. Para marcharse tiene que existir rechazo de un “lugar”. Lo importante es que les acepten y ellos acepten. En todo caso, deja clara la posibilidad de rechazo que acaba de sufrir el mismo Jesús en su tierra. El sacudir el polvo de los pies, era una costumbre de los judíos cuando salían de un lugar de paganismo. No se trata de maldición alguna, sino de dar testimonio de un hecho. En adelante, los paganos no son los “no judíos”, sino los que rechazan la oferta de salvación de Jesús. “Predicaban la conversión, echaban demonios y curaban”. Es curioso, que ninguna de esas acciones fue descrita en el envío. La conversión de la que nos habla el evangelio, no debe entenderse desde el punto de vista moral. Se trata de “metanoia”, que es un cambio de mentalidad que llevaría consigo un cambio en la manera de vivir. Se trata un camino nuevo. Sin emprender ese nuevo camino, de nada servirán los arrepentimientos y los propósitos. Seguimos sin entenderlo hoy. El echar demonios y curar son signos de la preocupación por los demás. El signo de que ha llegado el Reino es la ayuda a los demás. La primera lectura nos pone ya en guardia. Los profetas de Betel quieren convertir a Amós en un profeta “al uso”: alguien que vive de un oficio siguiendo las directrices oficiales. Muy poco han cambiado las cosas. La Iglesia sigue siendo un santuario de Betel. Estar de parte de los poderosos, y no denunciar la injusticia ha sido una apostasía del cristianismo desde Constantino. A nadie entusiasma hoy nuestra predicación, mucho menos nuestra trayectoria vital. La misión no puede ser acomodación a una programación venida de fuera, sino una exigencia vital, consecuencia de la llamada interna de Dios. La clave está en que, al depender de los demás, se elimina toda tentación de superioridad. No son normas de ascetismo sino de confianza. Se trata de aprender a confiar en los demás, esperándolo todo de ellos. Saber dar eficazmente supone haber aprendido antes a recibir con humildad. No hay nada más humillante para un ser humano que el tener que recibir de otro algo sin reciprocidad. La realidad que más une y humaniza a los hombres es el saber que tienen algo que dar y algo que recibir. En la gratuidad, se alcanza el máximo de humanidad, tanto por parte del que da, como del que recibe. La confianza de toda misión evangélica debe centrarse en el mensaje, no en los medios desplegados para conseguir la adhesión. Para ello no hay más remedio que prescindir de lo superfluo, y ni siquiera querer asegurar lo necesario. Cuando Jesús envía a los doce, está diciendo que lleven el Reino de Dios a todos los hombres. Él no es su dueño ni ellos sus propietarios. Ese Reino es la “buena noticia” que todos deben descubrir. El Reino predicado por Jesús está más allá de la religión. Trata de purificar toda religión. Jesús no creó una nueva religión ni dejó de pertenecer a su tradición religiosa. Él haber hecho de la predicación de Jesús una religión más ha impedido que sea fermento para todas. La misión no es tarea de unos pocos, sino la consecuencia inevitable de la adhesión a Jesús. La misión no consiste en predicar sino en hacer un mundo cada vez más humano en todos los órdenes. No se trata de salvaguardar a toda costa, doctrinas trasnochadas o normas morales que no humanizan. Menos aún en conservar unos ritos fosilizados que ya no dicen nada a nadie. El mensaje de Jesús no se puede meter en fórmulas ni en una programación. Es una manera de vivir. Ser cristiano es una manera de ser más humano. Meditación Si confías en Dios, confiarás también en el hombre. Pero también potenciarás la confianza en ti mismo. Si has superado el afán de seguridades, surgirá la gratuidad. Precisamente hoy, que por todo hay que pagar un precio, es más necesario que nunca el dar sin esperar nada. Darse, sin esperar nada a cambio, es hacer presente a Dios. El fracaso en Nazaret no desanima a Jesús. Al contrario. Además de continuar misionando, como veíamos el domingo pasado, envía también a sus discípulos a misionar. Los profetas del Antiguo Testamento tienen a veces discípulos; pero, que sepamos, nunca los envían de misión; la labor del discípulo consiste en servir de apoyo social y espiritual al profeta, memorizar sus palabras y transmitirlas a la posteridad. El enfoque que tiene Jesús de sus discípulos es distinto, más dinámico: no se limitan a aprender, deben también poner en práctica lo aprendido, y ampliar la actividad de Jesús.
Las instrucciones a los discípulos (Marcos 6,7-13) El texto de Marcos trata brevemente cinco puntos: 1. La autoridad. Cualquier embajador o misionero debe estar investido de una autoridad. La que reciben los discípulos es sobre los espíritus inmundos. Esta idea, tan extraña a la cultura de nuestra época, debemos considerarla en el contexto del evangelio de Marcos. Jesús, desde el primer momento, en la sinagoga de Cafarnaúm, ha demostrado su autoridad sobre un espíritu inmundo. Sus discípulos reciben el mismo poder. Son embajadores plenipotenciarios. 2. Equipaje y provisiones. Es interesante advertir lo que se permite y lo que se prohíbe: sólo se permite llevar un bastón y sandalias; en cambio, se prohíbe llevar comida (ni pan, ni alforja) y túnica de repuesto. El permiso del bastón y las sandalias contrastan con el evangelio de Mateo, donde se prohíben. Es un caso interesante de cómo los evangelistas adaptan el mensaje de Jesús a las circunstancias de su comunidad: Marcos tiene en cuenta los largos viajes misioneros posteriores, por terrenos difíciles, que requieren bastón y sandalias. En cambio, la prohibición de comida y vestido de repuesto (Mateo añade la prohibición del dinero), demuestra la enorme preocupación de Jesús porque sus discípulos den ejemplo de pobreza en una época en que los predicadores religiosos eran acusados con frecuencia de charlatanes en busca de dinero. 3. Alojamiento. Para evitar tensiones y peleas entre las personas que quisieran acogerlas en sus casas, Jesús ordena que se alojen siempre en la misma. 4. Rechazo. El apostolado no tendrá siempre éxito. Igual que Jesús fue rechazado en Nazaret, ellos pueden ser rechazados en cualquier lugar. 5. La actividad. Curiosamente, lo que deben hacer los discípulos no aparece hasta el final: «Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.» Lo mismo que hacía Jesús, a excepción del uso de aceite para curar enfermos. Esta práctica parece haber entrado en la iglesia en un momento posterior y está atestiguada en la carta de Santiago: «¿Que uno de vosotros cae enfermo? Llame a los ancianos de la comunidad para que recen por él y lo unjan con aceite invocando el nombre del Señor.» (Snt 5,14). El rechazo: dos reacciones ante él (1ª lectura: Amós 7,12-15) En las instrucciones de Jesús, este tema es el que ocupa menos espacio. Sólo se menciona como posibilidad. En cambio, la primera lectura nos recuerda que esta posibilidad fue y sigue siendo muy real. A mediados del siglo VIII a.C., el profeta Amós, originario del sur (Judá) fue enviado por Dios a predicar en el Reino Norte (Israel), para denunciar las injusticias terribles que se cometían, favorecidas por la corte y el clero. El enfrentamiento más fuerte tiene lugar en el santuario de Betel (= Casa de Dios), con el sumo sacerdote Amasías, que lo expulsa. En el fondo, Amós tuvo suerte. A otros les cortaron la cabeza. Si el texto de Amós se hubiera leído completo (cosa que horroriza a los liturgistas), se habría advertido una diferencia capital entre la reacción del profeta y la que deben tener los discípulos de Jesús. Cuando el sacerdote Amasías expulsa a Amós de Betel, este le responde anunciándole que su mujer será violada, sus hijos e hijas morirán a espada, perderá sus tierras y será deportado. El discípulo de Jesús, si es rechazado, debe limitarse a sacudirse el polvo de los pies. Ni una palabra de amenaza o condena. El juicio corresponde a Dios. Una síntesis del mensaje (2ª lectura: Efesios 1,3-14) El evangelio no concreta lo que los discípulos deben predicar. Sólo dice que «predicaban la conversión», igual que Jesús. Al pasar los años, especialmente después de su muerte y resurrección, el mensaje de los apóstoles se fue enriqueciendo con lo que Jesús hizo y dijo, y también con una elaboración teológica de lo que él supuso para nosotros. La introducción de la carta a los Efesios es un excelente ejemplo de esto último. Pero su estilo tan denso, barroco y recargado se presta a que los asistentes a la misa no se enteren de nada. Una pena, porque las ideas son espléndidas. Adviértase que el texto habla generalmente de «nosotros» («nos ha bendecido», «nos eligió», «nos ha destinado», «hemos recibido», «hemos heredado», «nosotros, los que ya esperábamos en Cristo»). Pero termina hablando de «vosotros» («y también vosotros», «habéis escuchado», «habéis creído», «habéis sido marcados». Parece lógico aplicar el «nosotros» a los cristianos de origen judío; el «vosotros», a los efesios, de origen pagano. Ante la persona y la obra de Jesús, la reacción de los primeros debe ser bendecir a Dios por todos los beneficios que nos ha concedido a través de Cristo, que se resumen en estos cinco puntos: nos eligió; nos destinó a ser hijos suyos; por su sangre, nos perdonó los pecados; nos dio a conocer su proyecto de recapitular en Cristo todas las cosas; nos convirtió en herederos. ¿Y los efesios? ¿Y nosotros? La carta toma un rumbo muy distinto. No comienza hablando de lo que Dios ha hecho por nosotros, sino de lo que nosotros hemos hecho al escuchar la extraordinaria noticia de que hemos sido salvados: «habéis creído». Y entonces, Cristo nos ha marcado con el Espíritu Santo, «prenda de nuestra herencia». Muy pocas palabras, en comparación con los párrafos dedicados al «nosotros», pero con la novedad de la acción de Cristo y el don del Espíritu. En cualquier caso, al recapitular Dios todas las cosas en Cristo, todo lo que se dice es válido para todos. También nosotros podemos y debemos proclamar: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales». En aquel tiempo, un día Jesús decidió que era hora de compartir su misión con quienes convivía. Marcos dice que llamó a los doce. Hoy podemos preguntarnos: ¿no envió también a las mujeres que le acompañaban y sostenían con sus bienes? ¿Llamó a los hombres, porque ir a predicar era una tarea peligrosa que requería la fuerza física de los pescadores? ¿O estamos ante el símbolo de las doce tribus, y se nota la huella patriarcal en el texto?
Los envió “de dos en dos”. En el judaísmo esta expresión era semejante a un refrán; indicaba el espíritu de concordia y unión que debía animarles. Ha pasado mucho tiempo…, el espíritu de concordia se fue olvidando y predominó el cumplimiento a la letra: en la vida religiosa femenina tenían que ir de dos en dos, aun para realizar tareas y recados insignificantes. Las matemáticas (1+1) prevalecieron sobre el talante evangélico. Se nos ha olvidado que en la misión es fundamental el espíritu de colaboración, el “buen espíritu”. Jesús les dio autoridad sobre los espíritus inmundos. Pasó el tiempo…, y muchos hombres de Iglesia se creyeron que Jesús les había dado AUTORIDAD. Con mayúscula, para todo tiempo y lugar. Sin cortapisas. La ejercieron, y muchos la siguen ejerciendo cual señores feudales en su castillo. Desde allí deciden los cambios pastorales que se hacen, o se dejan de hacer, sin tener en cuenta a la comunidad. Los espíritus inmundos se reproducen con facilidad en este caldo de cultivo. Francisco, papa y hermano, combate esos espíritus, pero desde Roma no llega a todos los rincones y rendijas de la Iglesia, donde se han hecho fuertes. Hay que combatirlos en cada comunidad. La misión también incluye este trabajo, duro y constante, dentro de la Iglesia y de cada iglesia. Jesús les encargó que solo llevaran un bastón, sandalias y una túnica para el camino. El resto quedaba en manos de la providencia. Con el paso del tiempo, el bastón se convirtió en báculo de plata con cruz de oro. Las túnicas se empezaron a tejer con terciopelo y armiño. Un grupo de secretarios, chóferes y afines cargan con las pesadas maletas de sus eminencias y sus ilustrísimas. La misión implica un proceso de despojamiento que nos afecta a CADA persona bautizada. Jesús les dijo que no llevaran pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja. Ha pasado el tiempo…, y la tarjeta de crédito hace innecesarios esos pequeños detalles en los que se fijó el Maestro. La misión implica recuperar la confianza en la providencia, que sólo puede manifestarse si tiene espacio para hacerlo. El paso del tiempo ha llenado la Iglesia de chapapote y nadie estamos “sin mancha”. Los santos y santas, como locos que van contracorriente, nos van recordando la utopía y el talante misionero, pero hace falta más locura y más atrevimiento para encarnar el talante misionero de Jesús. Amós sintió que el Señor le sacó de junto al rebaño, donde el olor de los animales apestaba y vivía entre pulgas y garrapatas. Y le envió a profetizar. Los pescadores dejaron las redes, porque con Jesús podían ir mar adentro, sin límites. Las mujeres supieron por primera vez que también ellas eran “hijas de Abraham”, y con este dinamismo acompañaron a Jesús, compartiendo su misión. Ellos y ellas se liberaron de los “demonios” de su época. Y su liberación desencadenó la libertad de muchas otras personas. Algunas eran ungidas con aceite y con amor. Y esa unción desencadenaba procesos de sanación muy profundos. Pero la misión se va a pique cuando nos da por meternos en cuevas oscuras y peligrosas (como el grupo de niños de Tailandia). Jesús, nuestro rescatador y redentor, se adentra en la cueva y baja hasta lo más profundo. Nos encuentra aterid@s y acurrucad@s. En medio de la oscuridad, la soledad y el miedo, nos ofrece su mano y una bombona de oxígeno y nos invita a salir a la superficie para experimentar que estamos salvad@s. Cuando nos reponemos nos dice: “Vete, y haz tú lo mismo”. Esa es la misión. Creo que todos estamos un poco descolocados ante la realidad inmigratoria. Algunos la ven como un asedio, otros como algo inevitable fruto de una descolonización de mentirijillas, y los más solo desean mantenerse encerrados en su indiferencia cuando no el rechazo abierto. Pero el fenómeno ha llegado a un punto de no retorno que parece imposible obviarlo. Al hilo de lo que vamos viendo y leyendo, se me ocurren algunas reflexiones:
1. Demasiados cristianos se mantienen silentes ante este problema, incluida buena parte de los obispos y clérigos. Diríase que son los menos los que alzan la voz, proponen actitudes a favor de estos desheredados de la Tierra y aun menos los que dedican tiempo y esfuerzo por ayudarles. Es doloroso ver como los esfuerzos de liderazgo del Papa Francisco, a base de ejemplo y denuncia profética, no cale en demasiados católicos. Si los que nos decimos seguidores de Jesús tuviésemos un mensaje uniforme, las soluciones propuestas en la Eurocámara serían bien distintas. 2. En la Alemania del siglo XX, ganó las elecciones el Partido Nazi, de extrema derecha. Todo lo que sucedió fue lento, progresivo y tan inesperado como podría ser hoy en día. Sorprendentemente los nazis se encontraban, en no pocas ocasiones, con la entusiasta colaboración de la población local. Incluso se formaron movimientos fascistas que perseguían por su cuenta a los judíos. En otros muchos casos, se miraba para otro lado, como hoy se hace con los inmigrantes: es el fascismo al fondo de la indiferencia, modelo siglo XXI: Si no hay trabajo para nosotros, ¿cómo va a haber para ellos? Las clases medias de la Europa ve peligrar el Estado del Bienestar que tanto costó y tanta prosperidad dio, se ven cada vez más tentadas por el anti-pensamiento fascista: “Blindemos el Estado del Bienestar sólo para nosotros, que se vayan los extranjeros”. Los resultados electorales, por ejemplo, de Austria, Noruega, Holanda, Polonia, Italia, Hungría... muestran una clara tendencia hacia esta actitud propia del miedo y de la cobardía. 3. Afortunadamente, el ser humano es un ser por hacerse gracias a su libertad, no es un ser acabado, aunque lo creamos con frecuencia. Nos vamos haciendo lo que somos, o en lenguaje escatológico, tenemos la oportunidad en nuestras manos de ser la mejor posibilidad para lo que fuimos creados. Nunca es tarde, pues la consciencia nos permite superar las limitaciones y miserias para elevarnos hacia una realidad más justa, fraterna, evangélica. 4. El problema va a más, y reclama una reflexión en serio y preguntarnos cuál es, de verdad, nuestra actitud cristiana ante la masiva inmigración que no cesa, proveniente de muy variados puntos geográficos y situaciones: huida de la guerra, del hambre y la miseria, deseo de una vida mejor... Y qué vara de medir tenemos, qué sentimos respecto de las situaciones que padecen todas estas miles de personas en sus lugares de origen. No es posible ya escudarse en un problema político de la Unión Europea ni escondernos en el manido yo no puedo solucionar semejante embrollo. En definitiva, creo que no es posible concluir diciendo que no tenemos nada que hacer, que además no podemos hacer nada y que bastante tenemos con nuestros problemas cotidianos. Si no queremos salir de nuestros centros, nunca entrará el Espíritu; la conclusión es que nos pareceremos cada vez más a aquella sociedad europea que ante el rampante nazismo, al terminar la Segunda Guerra Mundial propalaba a los cuatro vientos que no sabía nada de lo ocurrido. Estamos ante otro tipo de Holocausto con la seguridad de que la capacidad para justificarnos es ilimitada, y lo que es peor, siempre es bienvenida. Por eso, es importante seguir la recomendación del Maestro: Rezar, rezar para no caer en la tentación... |
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