De la fraternal “iglesia doméstica” a la clerical “iglesia domesticada”
Gracias, Pepe, por esta reflexión tan llena de luz humana y evangélica. La suscribo. Me siento honrado al poderla publicar en este Blog que invita a “atreverse a orar” en público, en la sinceridad que exige el Jesús del evangelio, aquel que “no necesitaba que nadie le informase sobre el hombre, pues él conocía lo que el hombre lleva dentro” (Jn 2, 25). (Rufo González) Escribe Pepe Mallo: “Ya sabéis que los proclamados jefes de las naciones los gobiernan con despotismo y los poderosos los oprimen con su poder. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor; y el que de vosotros quiera ser el primero, que se haga el siervo de todos” (Mc 10,42-45). “Debemos extirpar el clericalismo de la Iglesia” No sé si se puede decir más claro, con más rotundidad, con más osadía. Pero las palabras del papa Francisco son así de claras, rotundas y osadas: “Debemos extirpar el clericalismo de la Iglesia”. Y más recientemente en su viaje a Colombia: “Es un imperativo superar el clericalismo que infantiliza a los laicos y empobrece la identidad de los ministros ordenados”. El clericalismo es un virus que la Iglesia católica ha venido incubando durante siglos. Y es que el clericalismo representa la “es-clero-sis” de la Iglesia. Es la expresión de un enfoque de Iglesia que solo cumple con objetivos de poder, dominación y control sobre las personas. Se trata de la “dictadura del clero”, de un sagrado “despotismo ilustrado”: “Todo para el pueblo (de Dios) pero sin el pueblo (de Dios)”. Hago y deshago, organizo y desorganizo, pongo y compongo, apruebo y desapruebo, incluyo y excluyo… Implacable autoridad, incuestionable, severa e inhumana La oposición clérigo-laico constituye una situación patológica dentro de la Iglesia. La tarea de los portavoces del clericalismo consiste en crear un público devoto, fervoroso, pasivo y obediente, no un colaborador participante en la toma de decisiones, sino un siervo fiel. Se trata de crear una comunidad atomizada y aislada; que no consiga organizarse y ejercer sus capacidades para desbaratar todo el tinglado de la concentración del poder. Y para que el mecanismo funcione, es necesaria, también, la domesticación, el adoctrinamiento; generar una mentalidad de “rebaño”, no en el sentido evangélico sino de “manada”. Hacer que los creyentes huyan de todo criterio personal y caigan en las redes del dogmatismo o la clerical interpretación de los Evangelios. Es decir, que se crean su propio “cuento” y lo justifiquen por autocomplacencia, pragmatismo puro o exacerbada egolatría. Confunden la autoridad con el poder. El poder persigue un único razonamiento, un solo orden, un exclusivo arbitraje infalible e intransigente. Quienes levanten la voz y se aparten del rebaño serán denigrados, hostigados y/o castigados. El clericalismo surgió del poder, en el poder y para el poder La Iglesia se constituyó en una sociedad jurídica perfecta, con pleno poder legislativo, judicial y coactivo; organizada y estructurada de arriba-abajo, con sus leyes y derechos, presidida por la jerarquía y el clero, escoltados por los fieles súbditos. Y así nos encontramos con un modelo único de Iglesia férreamente mantenido en torno a los clérigos. El clericalismo ha secuestrado al Espíritu Santo intentando convencer al “rebaño” de que los clérigos son “representantes de Dios”, que han sido “consagrados”, o sea, incorporados al espacio de lo sagrado, “divinizados”. Se arrogan el privilegio de haber sido elegidos especialmente por Cristo. Incluso hablan en nombre de Dios secuestrando la portavocía al Espíritu. Y en nombre de Dios dictan “sus” leyes a “su” arbitrio. Curas dueños de sus parroquias y obispos señores de sus diócesis, propiedad feudal. Son celosos de su poder y lo único que piensan es en la silenciosa obediencia ciega de sus súbditos. Un poder de arrogancia, soberbia y poderío, sobre otros seres humanos a los que se les ha quitado la voz. Un poder central cerrado y embriagado de autoridad. Ejercen la autoridad como si ellos fueran dueños de la Iglesia. Lo hacen con el pretexto de la doctrina y de la tradición, pero en el fondo es un abuso de poder, ejercitado no fraternalmente sino impositivamente. La antítesis de esta teoría se encuentra en el Evangelio Jesús defendió a toda costa la igualdad, en dignidad y derechos, de todos los seres humanos. En el Nuevo Testamento no hallamos ningún sistema de gobierno eclesiástico artificiosamente elaborado. Todos los miembros de la comunidad eran iguales y ejercían libremente los dones y carismas del Espíritu a favor de la comunidad. A medida que se fue perdiendo el primitivo concepto de “iglesia doméstica”, empezó a ganar terreno el espíritu clerical que dio lugar a la “iglesia domesticada”. El clericalismo reemplaza a Dios e instaura un proceso de deificación: la “Santa Iglesia”. La Iglesia ha asumido los excelsos atributos referidos a Dios, pero no ha asimilado los valores divinos que precisamente expresan el abajamiento, la kénosis del Hijo de Dios: “Se despojó de su rango”. Una religión que reemplaza a Dios, gobernada por una clericracia autocrática y autosuficiente, dedicada a mantener privilegios del pasado, desinteresada de los hombres y mujeres. Francisco habla de “sinodalidad” La palabra “Sínodo” significa “hacer juntos el camino”. En su discurso en la Conmemoración del 50° Aniversario de la Institución del Sínodo de los Obispos, 17 de octubre de 2015, afirmó: “Lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra `Sínodo´. Caminar juntos –laicos, pastores, Obispo de Roma– es un concepto fácil de expresar con palabras, pero no es tan fácil ponerlo en práctica”. Sinodalidad no es democracia, pero se asemeja, porque democracia significa el “gobierno del pueblo” y la sinodalidad supone consulta y escucha de todo el pueblo de Dios, no solo de una parte, la clerical. La sinodalidad es igualdad; el clericalismo es desigualdad, diferencia. La sinodalidad exige acercamiento, comunión, colaboración, corresponsabilidad en las parroquias. Acciones que un buen número de obispos y sacerdotes ignoran o repudian. El clericalismo lleva a la manipulación del laicado. Tratándolo como “mandaderos”, coarta las diversas iniciativas y esfuerzos. Lejos de impulsar las distintas propuestas y proyectos, poco a poco va apagando el espíritu profético que la Iglesia “toda” está llamada a testimoniar en el corazón de las parroquias . Confirmo lo dicho con algún ejemplo En una conversación que mantuve con el nuevo rector de mi iglesia sobre el modelo de parroquia que se debía instaurar (yo diría “restaurar”), le pregunté si pensaba restablecer el Consejo Parroquial, como ya existía anteriormente y que está prescrito por ley. La respuesta delata su verdadera actitud: “El Consejo es un órgano meramente consultivo. Y si necesito consultar con alguien, yo ya tengo mis propios asesores. Así que no lo necesito para nada”. Demostración de un evidente desprecio hacia los seglares. Pienso que este señor no escucha ni lee al papa Francisco que con rotundidad espantosa afirma sin paños calientes: “Un párroco sin Consejo pastoral corre el riesgo de llevar la parroquia adelante con un estilo clerical, y debemos extirpar el clericalismo de la Iglesia. El clericalismo hace mal, no deja crecer a la parroquia, no deja crecer a los laicos. El clericalismo confunde la figura del párroco, porque no se sabe si es un cura, un sacerdote o un patrón de empresa” (Visita a la Parroquia romana de Santo Tomás Apóstol 16-2-2014). La fobia contra el Papa Se comprende por qué hay tanta gente creyente –incluso muy religiosa – que no disimula su rechazo, y no menos su enfrentamiento con el papa Francisco. La fobia común de todos sus opositores está marcada, sin duda, por el clericalismo.
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