Cohetes más grandes para matar más. En ésas anda aún el ser humano. El perímetro de la muerte se amplía con las nuevas armas en manos de los extremistas. Los nuevos "Quassam" vuelan más lejos, pueden llamar a puertas más lejanas, causar sangre, dolor y muerte a 150 kms. Nunca dispusieron los milicianos palestinos de artillería tan poderosa. Dicen que van a abrir la "puerta de los infiernos", pero el único infierno es el del olvido de que todos los humanos somos hermanos; la única gloria, la recuperación de esa memoria.
Escrupulosa neutralidad por lo tanto en esa guerra maldita que por enésima vez rebrota en Oriente Medio. Ninguna simpatía hacia ningún bando contendiente, ningún guiño hacia ningún lado, siquiera hacia el Cielo para que agote la sed de venganza en el alma del humano. La propia Gaza debería acallar a los milicianos exaltados y sedientos de venganza. Si las milicias de Hamas detuvieran sus ataques, cesaría el dolor sobre su pueblo. No terminamos de hallar nobleza en la causa violenta palestina. No hay jaleo posible a los cohetes que se lanzan desde su territorio. Una noble causa se estropea desde el instante en que sus métodos dejan de ser nobles. En algún punto será preciso quebrar esa diabólica espiral de violencia. El presidente Mahmud Abas reclama la solidaridad internacional, pero echamos en falta la condena de los misiles lanzados desde Gaza. No podremos acercamos a causa alguna que tenga entre sus objetivos el generar el mayor daño en los inocentes civiles del otro lado. No podremos vestir el pañuelo palestino, mientras que de ese bando no se opte por una respuesta no violenta al ya legendario abuso del Estado de Israel. No podemos creer en ninguna Intifada que no sea florida y pacífica a favor de la fraternidad humana y el encuentro entre los hombres y mujeres de cualquier raza, religión, ideología o condición. A estas alturas del telediario, sólo podemos apoyar las causas que pregonan la integración, el acercamiento entre las gentes y los pueblos diversos. Sólo ese camino nos lleva a las puertas de los Cielos. A estas alturas sólo podemos apoyar a quienes, desde una altura moral, hacen frente a la injusticia y la opresión con unas manos desnudas y un verbo sereno, cargado de argumentos y razones. Por su parte los tanques de la estrella de David se reúnen de nuevo a las puertas de Gaza. Aguardan la hora de arrancar los motores y entrar en la franja, como si toda una historia colmada de batallas no bastara, como si milenios de "ojo por ojo" no hubieran servido para nada, como si el dolor ajeno pudiera remotamente traer seguridad propia, como si las bombas que el ejército israelí lanza sin tregua no cayeran un día sobre los tejados de su propio pueblo… La seguridad, la paz y prosperidad de una nación jamás vendrán de la mano de los proyectiles. Más pronto o más tarde, las mismas bombas que sembramos, son las que cosechamos. El pueblo judío y sus mandatarios debieran haber aprendido ya esa lección, conocer la ley infalible del "karma”, la sentencia ineludible de la causa y el efecto. “Quedan largos días de combate” proclama una Israel que no acusa el llanto de los inocentes. Su lluvia de destrucción y muerte no cesa. La evidente superioridad armamentística debiera ir acompañada de una mayor conciencia, de una cierta ética de perdón y anhelo de reconciliación. Cese esa ofensiva sin piedad, nunca se enciendan tampoco los motores de esos tanques. El Gobierno israelí discute en estos momentos el alcance de la respuesta a los ataques de Hamas. Triunfe la opción más moderada, menos sangrienta y arrasadora. Toca ya abrir otras puertas que no las del Averno. Éste ya lo frecuentamos. Surquen un día los aires de Oriente Medio otra suerte de cohetes. Se agote la sed de venganza en unas y otras gargantas. No más infiernos para nadie. Ahora ya algo de ese cielo de humana armonía y fraternidad. ¡Prevalezca la paz en aquel suelo sagrado, prevalezca la paz en todo el planeta! ¡Shalom! ¡Salaam! Otro verano es posible ¿Qué le falta de paz a la placidez de nuestro descanso estival? Seguramente que todos nuestros congéneres puedan alcanzar esa paz. ¿De qué adolece nuestro disfrute, sino de que todos los humanos seamos ese gozo en contacto estrecho con el mar o la montaña, en conexión cercana con los seres queridos, con la Madre Naturaleza…? Ni la seguridad que reclaman los israelíes, ni la justicia que, en pura ley, reivindican los palestinos vendrán con ningún calibre de artillería. Se encendieron ya los temidos motores. Han arrancado los tanques de la devastación. Durante diez días la muerte caía de los cielos, ahora rueda ya por tierra arrasando cuanto encuentra a su paso. Somos solidarios con quienes no conciliarán sueño, con quienes en estos momentos ven acercarse el horror y la destrucción a sus hogares. Definitivamente no podemos dormir a pierna suelta tampoco en este verano. Sus noches en vela son también nuestro insomnio; sus escombros son también nuestro fracaso. Sus brazos que claman al cielo son también nuestra desolación. Cada estruendo, cada golpe artillero nos aleja de nuestro destino de hermandad humana. La solidaridad desde Europa, desde nuestra geografía privilegiada ha de seguir fluyendo, pero la responsabilidad es seguramente de la entera condición humana. El viejo continente no puede mirar para otro lado, ¿pero es justo que sea en estos días diana de tantas y afiladas críticas? Caminar las playas sabiendo que todas las playas son holladas en paz y tranquilidad, que los niños juegan en la arena sin mirar a un cielo amenazante, que los padres la gozan con esa estampa de sus pequeños. Pasear las playas conscientes de que no hay ningún litoral amenazado, que ningún misil ensangrentará ninguna arena. Coger aviones, surcar continentes, llegarnos a otro rincones remotos del planeta, sin temor a que ningún descerebrado en ninguna parte del mundo, ahíto de jugar con la violenta consola, apretará ningún gatillo y derribará cuanto vuela sobre su cabeza. Pasear tu pequeño mundo, pero saber que más lejos, en el gran mundo, otros pasos son también sin temblor, sin terror, sin minas en los pies, sin cohetes sobre las cabezas. Nos cansamos ya de dilapidar culpables, nos agotó escrutar la historia buscando en ella todos los males. Las espirales de violencia, en cualquier rincón de la tierra pueden acabar en este preciso presente. Lo estamos lamentablemente comprobando estos días en Gaza y en Ucrania: sencillos misiles nunca alcanzaron tan alto y tan lejos, pero no es menos cierto que nunca la comunidad internacional ha albergado tanta conciencia e instrumentos para la paz. Ello no bastará si falta predisposición por parte de quienes aún se obcecan en la batalla. Hoy, aquí y ahora el humano puede disfrutar de un verano sin fin, de una paz sin quebrantos. No, la Unión Europea no es culpable de que Palestina siga sangrando, de que en Orientes más lejanos se impongan leyes salvajes. La hormigonera de aquí dejará un día de dar vueltas allá. La Unión Europea ha de ayudar a los palestinos, pero no puede estar siempre recomponiendo sus casas, sus escuelas, sin que ellos manifiesten voluntad de frenar a sus elementos más exaltados, sin que se rebelen ante el clientelismo de Hamas… Europa puede ayudar a tumbar tiranos en la antigua Yugoslavia, en Líbano, en Iraq…, pero después sus súbditos, sus facciones, sus pueblos y tribus deberán ensayar vivir en comunión, en integración, en armonía. Sí, albergamos responsabilidad. Absolutamente ningún dolor humano nos es ajeno, ¿pero no será preciso que arríen su índice los sempiternos fiscales de fácil dedo acusador? Somos responsables en tanto en cuanto humanos, pero no primeros culpables, si no estamos directamente implicados en el origen, en las causas de esos conflictos. El eco del dolor humano alcanza nuestro sosiego veraniego. Explosiones más o menos lejanas perturban nuestro descanso. Nuestra paz no será total, en tanto en cuanto la humanidad siga sangrando, en tanto en cuanto todos los seres no respiren paz. Desde ese sentimiento de intransferible responsabilidad y solidaridad, apuntar que quizás los europeos no albergamos “plus” de culpa. El ciudadano del mundo tiene un lugar de referencia, sabe que en un continente los diferentes superaron la guerra, crearon un espacio de convivencia, decidieron colaborar y mirar juntos al futuro. Sí, verano y paz para todos/as, pero esa incontenible aspiración ha de nacer primero en el corazón de quienes, en uno u otro lado, contienden. Cada quien virar la historia, instaurar en su entorno un espacio de correctas relaciones, cada quien superar abismos, ancestrales litigios y confrontaciones, cada quien fomentar a su alrededor ese espíritu de sana cohabitación y armonía. Todo nuestro apoyo, toda nuestra fuerza para ese puro, impostergable y cada vez más universal anhelo.
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