Tras siglos de espera y de marginación, las mujeres acceden, al fin, a la cátedra de los sucesores de los apóstoles y de las apóstolas. Tras siglos de espera y de marginación, algunas mujeres llegarán al ministerio episcopal y lucirán los arreos del cargo: mitra, báculo y pectoral. En la religión del Jesús de Nazaret que, en tiempos de misoginia, se rodeó de mujeres, las convirtió en seguidoras y en las primeras testigos de la Resurrección, éstas tenían vetado el acceso al altar y a la cátedra. Por fin, lo van a conseguir. Aunque sólo sea en el anglicanismo, una de las ramas del cristianismo.
Era lo lógico y natural y entraba dentro de lo previsible. En 1994, esta misma Iglesia cristiana, que cuenta con 80 millones de fieles en 165 países del mundo, aprobó el sacerdocio de la mujer. Desde entonces, son ya 3.827 las sacerdotisas que tienen acceso al altar. Hasta ahora, restringido. Es tal la masculinización de las jerarquías clericales que, hasta en la Iglesia anglicana, tardaron 20 años en subir al siguiente y máximo peldaño del sacramento del orden: el episcopado. La medida es, ciertamente histórica, crea un precedente decisivo y deja en evidencia a las otras ramas del cristianismo, especialmente a la Iglesia católica y a la Iglesia ortodoxa, dado que en las Iglesias protestantes también hay denominaciones que admiten mujeres sacerdotes y obispas. Si los anglicanos, que son tan cristianos como el que más, lo hacen, ¿por qué no pueden hacerlo también los católicos y los ortodoxos? Con el Papa Francisco en Roma, el catolicismo podría, al menos, plantearse la cuestión. Hasta ahora, ni eso podía hacerse. Por dos razones principales. Para la Iglesia católica, el cuerpo de la mujer es un obstáculo para acceder a los ministerios ordenados, porque no representa a Cristo. Y no lo representa o no lo puede representar, porque la mujer no es vir (varón) y, por lo tanto, en función de su sexo, no puede representar a Jesucristo, que fue varón. Esta doctrina, amén de ser una discriminación flagrante en función del sexo, supone una interpretación restrictiva de la Tradición, que reduce el grupo de los seguidores y seguidoras de Jesús al círculo de los Doce, sin tener en cuenta que, en el movimiento de Jesús, el discipulado era una movimiento igualitario y que, además, hombres y mujeres se incorporan en igualdad de condiciones a la comunidad cristiana a través del bautismo, que es un sacramento inclusivo. Por otra parte, la masculinidad de Jesús es utilizada para reforzar la imagen patriarcal de Dios. Si Jesús es hombre y, como tal, revelación de Dios, hay que deducir, según la corriente predominante de la teología católica, que la masculinidad es una característica esencial del propio ser divino. De ahí que los hombres pueden identificarse más con Cristo que las mujeres y, por eso, se han reservado en exclusiva la capacidad de representarlo. Sin embargo, el propio credo Niceno-constantinopolitano asegura: Et homo factus est. Utiliza, pues, el término inclusivo homo (persona) y no el vir (varón), que sí usarán mucho más tarde tanto el Catecismo de la Iglesia ( n. 1.577) como el Derecho canónico (Can. 1.204). Basándose en todas estas razones, Juan Pablo II, en su carta del 22 de mayo de 1994, Ordinatio sacerdotalisafirma: “...Declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia”. El ahora Papa santo quiso cerrar el debate, sin conseguirlo. Entre otras cosas, porque no se atrevió a definir como dogma su rechazo al sacerdocio femenino. Y regresa con fuerza. En una sociedad cada vez más secularizada, multiétnica y plurireligiosa, el anglicanismo (religión de Estado) y el catolicismo pierden fieles a borbotones. La mayoría se va a la indiferencia. Para detener la sangría o recuperar a las ovejas perdidas, los anglicanos ofrecen modernidad. Los católicos, hasta ahora sólo tradición. Con Francisco, tradición y apertura hacia una Iglesia más moderna, abierta y en sintonía con los tiempos. En la Iglesia anglicana, una especie de laboratorio de la cristiandad, la mujer y los gays ya no se sienten ni están discriminados. Las mujeres ya pueden ser sacerdotes y, pronto, obispas. Y los homosexuales, también. Algo que para Roma era anatema y que el Papa Francisco tendrá que abordar. Porque, en el catolicismo, más de la mitad del cielo no tiene acceso al altar.
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