El relato de la Anunciación es, quizá, el más conocido de todos los textos evangélicos; no necesita especial comentario. Frente a nuestra interrogación sobre el "qué sucedió" (qué pudieron ver los ojos) debe predominar la aceptación del mensaje: una especialísima acción de Dios que hace posible la presencia en el mundo de "el hombre lleno del Espíritu", "el Hijo".
La forma literaria del relato, por otra parte, es del género "anunciaciones", con exactamente el mismo esquema que la anunciación a Zacarías del capítulo anterior. La intención de Lucas es clara: se anuncia a Jesús como cumplimiento de La Promesa y la absoluta superación de la Promesa al manifestar quién es ese que viene: Santo, Hijo del Altísimo, heredero del trono de David su Padre, su reino no tendrá fin... Todo esto queda encerrado en el nombre: Jesús = Dios Salvador. Y todo, por la fuerza del Altísimo, por la acción del Espíritu. Es evidente que se coloca aquí por dos razones. En primer lugar, porque estamos ya a pocos días de la Navidad: va a nacer Jesús, hijo de María, y es lógico colocar en este lugar este evangelio en el que aparece el anuncio a María de su condición de Madre de Jesús, y la aceptación por parte de María de esa misión. En segundo lugar, porque en las palabras del ángel se revela la condición de Jesús. El evangelio enlaza directamente con la primera lectura. Se presenta a Jesús como el esperado, el cumplimiento definitivo de la promesa. Pero el cumplimiento de la promesa es mil veces superior a lo esperado... y es sorprendente. Se muestra igualmente que no habíamos esperado bien. Jesús no tiene nada que ver con un rey. Viene el Reino, pero no es de este mundo. La Navidad es celebración de "Dios con nosotros", y para eso nos prepara el Adviento, para "ir al encuentro del Señor". Pero ni "Dios con nosotros" ni "ir a su encuentro" tiene nada que ver con asentamiento en lugares físicos ni con peregrinaciones exteriores. Este es el paso fundamental de Jesús y uno de los pasos que el creyente en Jesús tiene que dar si quiere pasar del Antiguo testamento al Evangelio. El tema de la presencia de Dios y el posterior de la residencia de Dios en medio de su pueblo, es de larga tradición en todos los pueblos y también en Israel. Las primeras "presencias de Dios" son verdaderamente primitivas, de una religiosidad prehistórica. Recordemos las expresiones de Jacob, cuando despierta del sueño de la escala: "Realmente, está el Señor en este lugar y yo no lo sabía" - Y añadió, aterrorizado: "Este lugar es terrible, es la morada de Dios y la puerta del Cielo" (GÉNESIS 24,16) Texto antiquísimo que muestra la fe en un "lugar de poder", un recinto material en el que reside la divinidad, la cual produce terror. Esta misma mentalidad asoma en el episodio del Éxodo en que Moisés encuentra a Dios en la Zarza ardiente. (EXODO 3,5) El Éxodo sin embargo da un paso significativo. Dios va a morar en una tienda de campaña porque el pueblo habita en tiendas de campaña, y Él se mueve con el pueblo. No está en un lugar a donde el pueblo va, sino que va con el pueblo. En el fondo, se está ya diciendo que el verdadero templo no es una casa, sino el pueblo, las personas: ahí reside Dios. La construcción del Templo será un arma de doble filo. Por un lado es la Morada de Dios entre los hombres, signo de la presencia y la protección del Señor. Pero es también un peligroso tranquilizador. "¡Este es el Templo del Señor, el Templo del Señor, el Templo del Señor!", es una expresión que indica bien tanto la devoción como el orgullo de "poseer a Dios", en un Templo, el único lugar de toda la tierra en que Dios puede ser adorado... No es extraño que el texto del libro de Samuel sea muy reticente con la construcción de un Templo, y que se sustituya la construcción de una casa física por la promesa de estar con "la casa de David". No es Dios de un espacio físico, sino del tiempo: no presencia en un lugar al que hay que acudir para encontrarle, sino acompañante en el camino de la humanidad. Y así se presenta a Jesús, como morada definitiva de Dios entre los hombres y revelación de la verdadera presencia de Dios. Este es el misterio a que se refiere Pablo, escondido por los siglos a la mirada de los hombres, revelado ahora en Jesús. Que "Dios con nosotros" no es un templo sino una persona, Jesús. Y que nosotros también somos así: que Dios no está afuera ni arriba, sino dentro, en el fondo, como fuerza vital más íntima. Se está hablando de "El Espíritu", insuflado en las narices del muñeco de barro (Génesis 2) para que fuera un ser viviente; porque el ser humano es barro, pero está animado por el Espíritu de Dios. Esta es la fe que se manifiesta en el relato de Lucas: "Dios está con nosotros". Esto es Jesús: hemos visto que Dios está con nosotros. Pero antes, "Dios con nosotros" significó que por él ganábamos batallas, que por su presencia en el templo nuestra capital era inexpugnable. El Rey David entiende a Dios como aliado, pero no entiende a Dios. El profeta le muestra el futuro: ni templo, ni arca, ni reinado... Jesús, que es mucho más. Me parece importante reflexionar en el cambio profundo de sensibilidad religiosa que supone todo esto. Podríamos mostrarlo con la siguiente oposición: DE DÓNDE VENIMOS Dios protege nuestra nación Dios está “arriba”, "fuera" y "lejos" Dios es lo "extraordinario" A Jesús se le notaba la divinidad Dios aparecía de vez en cuando Encontramos a Dios en el templo Temo a Dios Juez. A DÓNDE VAMOS Dios es el Salvador de todos Dios es lo más íntimo de todo Es el sentido de todo En Jesús había que creer Todo es revelación de Dios "Conmigo lo hicisteis" Qué alivio, mi Juez es Abbá. En resumen, descubrir a Dios en Jesús-Hombre y servir a Dios en los hombres. Misterio mantenido en secreto durante siglos: Pablo es consciente de que hasta que Dios no lo ha dicho, nadie ha podido sospecharlo. Dios ha sido siempre para los hombres lejano, excepcional, dueño, juez... Y a Dios se le ha servido sobre todo en su santo Templo... Solo la Palabra hecha hombre ha sido capaz de hacernos entender que Dios es el alma de lo cotidiano, íntimo, libertador... Abbá, y que solamente en sus hijos le podemos servir. De nuevo una buena, una estupenda noticia. Esto no va de templos suntuosos, de apariciones deslumbrantes. Esto va de reconocer lo divino en las personas, y de reconocer en ellas su espíritu divino. Esto va de ver a Dios en un hombre, el hijo de María, y de reconocer en todos los humanos a los hijos de Dios. Y no es sencillo ni intrascendente. Por esto, por no querer ser el Mesías hijo de David rey terreno, por no dar importancia al Templo, por esas cosas mataron a Jesús. Y este asesinato fue un suicidio: con él murió el viejo Templo y el viejo mesías rey de un pueblo. Y nació, resucitó, el Reino, la fe en Dios desde la conciencia, la fe en Dios creador de vida, la fe en la reunión de los hermanos que trabajan por ese reino que es la dignidad de todos los hijos… Esto es otro Dios, otra religión. Esto es lo que se nos ofrece, en esto hay que creer. María tuvo que creer en su hijo, tuvo que abandonar el templo y cambiarlo por la fracción del pan en las casas. Creer en la Encarnación no es tragarse una anomalía biológica inexplicable: es cambiar de Dios y recuperar la fe en la dignidad humana. En vísperas ya de Navidad se nos enfrenta a la necesidad de hacer un acto de fe en Jesús: Dios es como Jesús lo muestra, no como lo mostraba el Templo; el ser humano es como aparece en Jesús, hijo seguro y responsable, no un esclavo ni un asalariado. La Navidad va a ser una oferta y un desafío: aceptar o rechazar a Dios y al ser humano como se muestran en Jesús.Finalmente, María dijo “sí” a la propuesta de Dios. No fue fácil para Maria aceptar a su hijo como aquel Mesías que nadie esperaba. Quizá sea nuestra misma situación: aceptar a Jesús como es, a Dios como es, no inventar dioses ni ‘jesuses’ a nuestra medida. DEL EVANGELIO Y LAS CARTAS DE JUAN. Tomamos las palabras de Juan pera hacer una profesión de fe en Dios que se revela en Jesús. Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!. Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo A Dios nadie le ha visto nunca. El Hijo nos lo ha dado a conocer. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. No hay temor en el amor; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amemos, porque él nos amó primero.
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