El cuarto evangelio da gran importancia a la figura de Juan Bautista, en dos sentidos: en primer lugar, como Precursor: él es el que anuncia la presencia de Jesús; en segundo lugar, para "ponerlo en su sitio". Sin duda, los discípulos de Juan llegaron a pensar que él era "el que había de venir", y era necesario dejar claro que su misión había sido solamente ser "testigo de la luz". Pero la luz es Jesús, no Juan. De ahí la insistente proclamación de Juan: "No soy".
Se dice que los enviados de Jerusalén son sacerdotes y levitas, pero luego se afirma que son fariseos. Estas afirmaciones son más bien contradictorias, y nos hacen pensar en una redacción del texto bastante lejana a medios culturales judaicos. Por otra parte, ya desde estos primeros párrafos se habla de "los judíos", como opositores (como si el Bautista, el evangelista y el mismo Jesús no fueran judíos). Se está subrayando por tanto una de las líneas de fuerza del cuarto evangelio, por otra parte ya expresada en el Prólogo: "Vino a los suyos y los suyos no le recibieron". El cuarto evangelio se escribe en una comunidad expulsada de la Sinagoga, que tiene por eso muy claro que "lo de Jesús" ha roto definitivamente con el judaísmo y es nuevo, más aún que culminación de lo antiguo. Tanto en el cuarto como en el segundo Evangelio, el Bautista es presentado por medio de citas bíblicas (del Éxodo, de Malaquías, de Isaías), de modo que Jesús es anunciado como "el que ha de venir", la culminación de todo lo anterior. Es importante reseñar que la penitencia, la conversión de los pecados que Juan predica, no son el fin, sino el medio para prepararse a la venida del Señor. Nuestro esfuerzo de purificación es un estado de atención, de mostrarse disponibles ante el Señor: se expresa en el signo exterior del bautismo. Pero todo eso es para prepararse: luego viene el Señor, que es el que salva. Nuestras acciones no nos salvan: preparan el camino al salvador, nos disponen bien para recibir la salvación. Todos los textos de estos domingos de Adviento giran en torno a los mismos temas y los repiten una y otra vez. Y con razón, porque son las actitudes básicas indispensables de cualquier seguidor de Jesús, diríamos que de cualquier persona de talante religioso. La acción de Dios y nuestra respuesta se representan siempre como unencuentro entre personas. Los dos que se encuentran, caminan para encontrarse. Dios viene, nosotros vamos, y nos encontramos. Esta manera de expresarse, en la imagen de dos que se encuentran, puede ser luego traducida a conceptos teológicos más abstractos (la libertad y la gracia, la doctrina de la justificación...) pero tales conceptos han demostrado sobradamente su insuficiencia, han creado muchos más problemas de los que han solucionado. Me parece que una de las tentaciones de la Teología Dogmática ha consistido en querer encerrar a Dios en los recipientes de nuestros conceptos. Y no cabe. Conviene más al conocimiento de Dios el modo metafórico, parabólico, que no pretende abarcar a Dios sino orientarnos en la dirección correcta, y no aspira a comprender el misterio interior de Dios mismo sino a aceptar a Dios tal como Él se nos muestra. Podríamos decir que La Palabra no nos dice cómo es Dios sino cómo se porta con nosotros. Así, la imagen de dos que se encuentran, que van al encuentro uno de otro, es más expresiva que cualquier conceptualización. Y es que, para conocer a Dios, es mejor ir a su encuentro que inventarlo. Lo encontramos donde Él se ha mostrado, en Jesús. Lo inventamos cuando nos fiamos más de nuestra razón e intentamos que sea nuestra razón la que invente a Dios. No hace falta inventarlo, ni es razonable. Jesús es para nosotros lugar de conocimiento, lugar de encuentro con Dios. "No tendrás otros dioses delante de mí, no te harás imágenes mías" siguen siendo preceptos llenos de sabiduría. La única imagen de Dios es Jesús, y el único Dios fiable es el que en Jesús se muestra. Es la piedra angular de nuestra fe: quitada esa piedra, el edificio se derrumba. Y precisamente por eso es tan importante conocer a Jesús, tal como lo conocieron los que vivieron con él. Y hoy día hemos de dar gracias a Dios porque tantos sabios estupendos nos lo han acercado. Razón por la cual quizás a otros les da mucho miedo ese conocimiento de Jesús de Nazaret. Este Jesús a quien Juan anuncia muestra a Dios con una característica especialmente definida: se dirige a los pobres, a los corazones rotos, a los cautivos. Esta será una tónica característica de Jesús. Dios no es de ni para los poderosos, los sabios, los ricos, los pontífices, ni siquiera para “los santos”. Dios es de todos y para todos; y la mayoría de estos “todos” son pobres, están cautivos, tienen roto el corazón. Demasiadas veces las religiones (la nuestra también) son de gente poderosa, de sabios y de santos. Jesús va a mostrar que la religión es de sencillos, de enfermos y de pecadores. Esta es sin duda la causa más profunda de la alegría que supone el mensaje que hoy recordamos. Tenemos acceso a Dios, no porque somos santos, ni sabios ni ricos, noaunque somos gente normal, enfermos y pecadores, sino precisamente porque somos gente normal, porque somos pecadores, porque nos aquejan muchas necesidades. Por eso, especialmente por eso, Dios está con nosotros. Es el corazón de la revelación de Jesús. Esto es lo que fundamenta el ambiente de profunda alegría que preside el Adviento como preparación de la Navidad. ¡Podemos conocer a Dios! ¡Hemos comprobado que es Él el que sale al encuentro! Navidad será ante todo la celebración de que Dios está con nosotros, para nosotros, de que la búsqueda humana de más, de más humanidad, de más sentido, está bien fundada, no está abocada al fracaso, se dirige al éxito. Jesús-Emmanuel, "Dios con nosotros, Salvador", es el resumen de nuestra fe y de nuestra esperanza. El Adviento prepara así la Buena Noticia. Hemos usado tanto esta expresión que no la valoramos. Jesús trae una noticia, una novedad, y esta novedad es buena, buenísima: es un Dios nuevo y estupendo: no es un Dios temible, lejano, propiedad de sabios, santos y poderosos. Es una madre ansiosa de todo lo mejor para sus hijos, especialmente para los más pequeños, para los que más necesitan de ella. Es la razón última de que hablemos de Buena Noticia, y de que nuestra primera respuesta sea la alegría. ¿Quién nos ha robado la alegría del Adviento? ¿Quién ha vestido al Adviento con el triste color morado? ¿Quién y por qué ha transformado la alegría de saber que viene el Señor, el consolador, el que da vida, y nos ha cambiado esa alegría por el temor, las penitencias, la amenaza? ¿Quién ha convertido la Buena Noticia de Jesús en un catálogo de misteriosos conceptos abstractos y de ásperas leyes de perfección voluntarista? Hoy es un domingo para sentir y para examinar. Para sentir profundo alivio al reconocer (volver a conocer, enterarse, descubrir) a Dios, tal como Él mismo se ha dejado ver, para quedarse sorprendido, agradablemente sorprendido al comprobar que Dios es mucho mejor que lo que nos habían vendido. Y para examinar: ¿creo en ese Dios, el Dios Salvador que Jesús muestra, o sigo sometido a un ídolo que no existe? Jesús es el Libertador, y nos libera ante todo del miedo a Dios, y de los que tantas veces nos lo han predicado. Pero es también un domingo para la conversión: "anunciar la Buena Noticia a los pobres, vendar los corazones rotos, pregonar a los cautivos la libertad". Nos preguntamos: nosotros la iglesia, ¿somos buena noticia para los pobres, vendamos corazones rotos, pregonamos libertad a los cautivos? Me temo que nosotros la iglesia no nos distinguimos precisamente por eso, no preferentemente por eso. Nosotros la iglesia, en nuestras manifestaciones más públicas, no somos pregoneros de ese Dios-para-los-pobres, sino ostentación de poder, esplendores dorados y sabiduría, que no consuelan ni liberan a nadie. Nosotros la iglesia, en nuestro quehacer cotidiano, no somos un colectivo que dé esperanza al emigrante, al homosexual, a la gente de escasos recursos, a los divorciados, a los esclavizados. Hay colectivos en la iglesia que sí dan esa esperanza, pero nosotros la iglesia, especialmente la iglesia de los países ricos, como colectivo global, no somos ese signo de esperanza. Me parece que la dimensión de esperanza para los pobres es para nosotros un adjetivo, añadido porcentual a una fe más preocupada del dogma, del rito y de la norma. Y no es un adjetivo, es lo más, lo único sustantivo de los que siguen a Jesús.
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