Dentro del proceso de Jesús ante Pilato, según el cuarto evangelio, ocupa un lugar destacado la cuestión acerca de la verdad. Hasta el punto de que se equipara ser “rey” con ser “testigo de la verdad”.
Es justamente así. Solo adquirimos –nos hacemos conscientes de- nuestra realeza cuando comprendemos nuestra verdad más profunda. Hasta que eso no ocurre, vivimos como mendigos, tratando de apropiarnos y de identificarnos con todo aquello que pueda otorgarnos una cierta sensación de identidad. Sin embargo, al comprender lo que somos, todo se ilumina: el supuesto “mendigo” se descubre “rey”. La verdad, sin embargo, no es un “contenido mental”, que sería solo una “idea de la verdad”, nunca la verdad misma; un “mapa”, más o menos acertado, pero nunca el “territorio”. De la misma manera que nadie puede conocer el territorio sin adentrarse en él, por claros que le parezcan los mapas que posee, tampoco es posible conocer la verdad hasta que no la somos. En cierto modo, podría decirse que la verdad no pasa tanto por la mente, cuanto por la vida; ni por el pensar de una determinada manera, cuanto por serla. De entrada, lo que eso requiere es no absolutizar una idea determinada, sino situarse en una actitud honesta y determinada por vivirse en verdad. Por eso, frente al fanatismo que denota encierro y estrechez, la verdad requiere apertura humilde, cuestionamiento y flexibilidad. Y es precisamente la persona que vive esto la que, por usar las palabras de Jesús, “es de la verdad”, aunque no tenga ninguna creencia. ¿Qué significa “escuchar la voz” de Jesús? Al hilo de lo que vengo diciendo, no se trata del mero asentimiento mental a su figura ni a su palabra, sino más bien de reconocerse en su persona y en su mensaje. Jesús es consciente, como todos los sabios, de vivirse en la verdad de lo que es. No porque tenga algún “contenido mental” más del que otros carezcan, no porque posea algún “mapa” más elaborado, sino porque se ha adentrado en el “territorio” de su verdadera identidad. Y, al vivirlo, al experimentarlo, lo ha conocido. La invitación de Jesús es, por tanto, absolutamente inclusiva: toda aquella persona que, desde una actitud de búsqueda sincera y humilde, se “adentre” en la experiencia de su propia verdad, sentirá necesariamente la “sintonía” con Jesús, así como con todos aquellos que lo han vivido. Esa “sintonía” o re-conocimiento no es algo superficial, sino que nace nada menos que del hecho de descubrir experiencialmente que el Territorio en el que nos adentramos es siempre “compartido”, que nuestra identidad de fondo –más allá del yo individual, al que la mente se aferra- es una y la misma en la no-dualidad: no somos iguales, pero somos lo mismo. ¿Cómo no sería este reconocimiento fuente de una actitud inclusiva y amorosa hacia todos los seres, si el bien de cada uno de ellos es mi propio bien? Desde esta experiencia, es fácil percibir la dolorosa paradoja en la que cae la persona fanática o simplemente excluyente: creyendo tener la verdad, se halla justo en la dirección opuesta a aquella que le permitiría experimentarla. Es solo en la experiencia, donde venimos a descubrir que los criterios de verificación de la misma no son otros que la sabiduría y la compasión. Por eso, quien ha “visto”, como Jesús, hace suya para siempre la “regla de oro”: “Trata a los demás como quieres que ellos te traten a ti”.
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En “El gran inquisidor”, Dostoievski relata un encuentro entre Cristo y el cardenal inquisidor de Sevilla en el siglo XVI, cuando la ciudad era uno de los centros comerciales y políticos del Occidente cristiano de aquella época. Dostoievski refleja así su denuncia contra un sistema inmovilista, conservador y similar a las autoridades que mataron a Jesús.
En el relato, el cardenal sabe con certeza que se trata de Cristo, pues presencia una “demostración” (un milagro) al ver como resucita a una niña de apenas siete años, hija de un ilustre ciudadano y cuyo cuerpo estaba siendo transportado en un féretro para ser enterrado. El cardenal se presenta como alguien que ha dejado de creer en la conveniencia de lo que predicó Cristo para todos, ya que según él, esa doctrina no puede ser asumida por seres tan débiles como son los seres humanos, o por lo menos la mayoría de ellos. En definitiva, el rebaño que se mal educa en una fe infantil, es porque necesita que se le edulcore la realidad para que de ese modo puedan llegar a ser felices. Esta práctica conlleva la mentira que supone hacerles ver al pueblo que ellos (el clero y la iglesia) obedecen a Cristo y les dominan en nombre de Cristo, cuando en realidad es una perversión de la Verdad por quienes utilizan el poder como un anticristo. Tal vez la tesis principal de Dostoievski sea la de una defensa del retorno a la raíz del evangelio, más allá del poder político que la Iglesia pueda ejercer a través del Estado de la Ciudad del Vaticano. Pero lo peor de todo es la postura tomada por el inquisidor de la falta de fe que tiene en la humanidad, para él incapaz de ser feliz con libertad, en contraposición al mensaje de Cristo, quien por un lado reflejaba su gran fe en la humanidad y en su capacidad de amar, y por el otro, el cariz de universalidad del Mensaje, independientemente de sus condiciones y aptitudes. Y el inquisidor establece de antemano que el mensaje no puede ser asumido por los humanos por su debilidad, no son dignos de él, no los considera lo suficientemente capaces para asumirlo. Esta crítica de Dostoievski a una Iglesia que no cree verdaderamente en el mensaje de Cristo, se parece mucho a la que defienden algunos dirigentes eclesiales que demuestran su apego a vivir como príncipes renacentistas, curiales y ex curiales vaticanos que Francisco trata de extirpar con amor pero que va a ser difícil lograrlo viendo lo que le pasó a Jesús por conductas bien parecidas a su alrededor. Parece como si Dostoievsky hubiese vivido dos o tres años en el vaticano y otras sedes eclesiales que emulan a Roma en lo malo. Cristo, considerado como un estorbo primero, y un peligro después. Ojo, querido papa Francisco. A la conocida expresión “el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”, añade Carlos Díaz “también la ausencia de participación en el poder corrompe siempre”. En primer lugar, claro, a quienes impiden u obstaculizan que los ciudadanos puedan participan en el poder, porque mermaría el suyo. Pero también, y esto se olvida, a quienes abdicando de su condición de ciudadanía, se refugian egoístamente en su vida privada, como si la política no fuera con ellos; o porque de forma cínica sostienen que los problemas sociales no tienen solución o porque alientan las variadas formas de caudillismo, esperando que el salvador o salvadores de la Patria hallen el remedio a todos los males. También están los que cobardemente no se atreven a enfrentarse con los tiranos que les privan de sus derechos ciudadanos.
Por escrúpulos puristas hay quienes desisten de participar en política, para no mancharse con la podredumbre que inevitablemente la corroe. Quienes así actúan olvidan que, como recuerda Teófilo González, “el hombre sólo puede mantener sus manos limpias, al precio de tenerlas vacías, y que tenerlas vacías es ya un modo de tenerlas manchadas”. Cuando las personas responsables afrontan la decisión de participar en la vida pública, son muchos y variados los ámbitos que se abren para la acción: vecinal, cultural, cívico, organizaciones profesionales…y los partidos políticos. Deben hacerlo con el ánimo de servir al bien común, en forma inteligente y eficaz. Lógicamente con una pluralidad de posibilidades en cada uno de eso ámbitos, como corresponde a una sociedad democrática y no totalitaria. Pronto se darán cuenta de que a su lado se van a encontrar con otras personas, que olvidan la vocación de servicio al Bien Común, y buscan su provecho individual en un carrerismo de trepas, que desgraciadamente, se dan en todos los grupos. ¿Cómo evitarlo, pues además son proclives a ser corrompidos y apoyados por grupos de presión? Sólo la transparencia y el control desde las bases de las organizaciones pueden disminuir el riesgo. Pero mientras el caudillismo y el control jerárquico de los dirigentes ahoguen la libertad interna, la ponzoña de ese mal dominará el sistema. La democracia que hoy conocemos tiene muchas taras que la lastran. Una de ellas, muy grave, el intento de los partidos políticos de acaparar monopolísticamente toda la vida pública. Lo hacen por varias vías: coartando la creación o el desarrollo libre de las organizaciones de la sociedad civil; y otras más sofisticadas, como: creando unas para que sean correo de transmisión de sus intereses a las que favorecen descaradamente o comprando con subvenciones generosas a las que no lo controlan para que no alcen críticas a su gestión. Hay una pregunta mal resuelta que cuestiona la amplitud de la libertad de opciones. ¿No debe haber ningún límite o la democracia debe prohibir a quienes intentan destruirla, a quienes pretenden acabar con la libertad de los demás, a quienes predican la discriminación de los diferentes o incitan al odio contra ellos? Ni los medios justifican los fines, ni los fines hacen buenos cualesquiera medios. La respuesta no puede ser teórica, sólo cabe atenerse a la prudencia y establecer reglas consensuadas mayoritariamente, con las debidas garantías jurisdiccionales. Pero desde luego, más allá de las libertades de expresión y asociación, la comisión de hechos que atenten contra la dignidad, la vida, o la libertad de las personas, debe ser sancionada con todo el peso de ley y sus responsables, individuales o grupales, llevados ante los tribunales. La política, además de una noble tarea, es todo un arte. El arte de hacer posible el ideal. Por ello, no cabe en ella ni el voluntarismo ciego de quien crea que desde el Boletín Oficial del Estado se puede cambiar la realidad de la noche a la mañana, o de quienes se refugian en un cómodo quietismo a la espera de que el tiempo o la divina Providencia arreglen los problemas. Pero también en la esfera pública como en la privada, se precisan corazones en paz. Personas que saben que para implantar la justicia, necesitan ser justas ellas mismas primero. Personas que respetan a las personas, sea cual fuere su ideología, su condición social, su identidad u orientación religiosa, sexual, étnica… Que no maldicen sino que emplean el lenguaje para bien decir… Personas capaces de poner a las personas concretas por encima de las ideologías, de ver a quienes no comparten sus puntos de vista no como enemigos, sino como rivales, dotados de tan buena voluntad como ellas, para intentan resolver los problemas de la comunidad. Personas que buscan la verdad y la justicia, no empleando el lenguaje para manipular o engañar, no cegados por el sectarismo. Capaces de reconocer sus errores y de llegar a acuerdos en beneficio de los más necesitados. ¿Conocemos a muchas personas de esta categoría? ¿No son los verdaderos demócratas, los auténticos ciudadanos, aquellos seguidores de Jesús que ejercen la virtud de la caridad en el terreno de la política?… Tres años terribles (169-167 a.C.)
Los años 169-167 a.C. fueron especialmente duros para los judíos. El 169, Antíoco Epífanes, rey de Siria, invadió Jerusalén, entró en el templo y robó todos los objetos de valor, después de verter mucha sangre. El 167, un oficial del fisco enviado por el rey mata a muchos israelitas, saquea la ciudad, derriba sus casas y la muralla, se lleva cautivos a las mujeres y los niños, y se apodera del ganado. Al mismo tiempo, Antíoco, obsesionado por imponer la cultura griega en todos sus territorios, prohíbe a los judíos ofrecer sacrificios en el templo, guardar los sábados y las fiestas, y circuncidar a los niños [como si a nosotros nos prohibieran celebrar la eucaristía y bautizar a los niños]; y manda contaminar el templo construyendo altares y capillas idolátricas, y sacrificando en él cerdos y animales inmundos. Estos acontecimientos provocaron dos reacciones muy distintas: una militar, la rebelión de los Macabeos; otra teológica, la esperanza apocalíptica, que encontramos reflejada en la 1ª lectura de hoy. Apocalipsis significa "revelación", "desvelamiento de algo oculto". La literatura apocalíptica pretende revelar un secreto escondido, que se refiere al fin del mundo: momento en que sucederá, señales que lo precederán, instauración definitiva del Reino de Dios. Es una literatura de tiempos de opresión, de lucha a muerte por la supervivencia, de búsqueda de consuelo y de unas ideas que den sentido a su vida. La única solución consiste en que Dios intervenga personalmente, ponga fin a este mundo malo presente y dé paso al mundo bueno futuro, el de su reinado. La respuesta de Daniel El pequeño fragmento del libro de Daniel recoge algunas de estas ideas. Se anuncia al profeta que habrá un tiempo de angustia como no lo ha habido nunca; pero, al final, se salvará su pueblo, mientras que los malvados serán castigados. Todo esto no puede ocurrir en este mundo, el autor está convencido de que este mundo no tiene remedio. Ocurrirá en el mundo futuro, cuando unos resuciten para ser recompensados y otros para ser castigados. Entre los buenos el autor destaca a los doctos, a los que enseñaron a la multitud la justicia, que brillarán como las estrellas, por toda la eternidad. Con ello deja clara su opción política y religiosa: la solución no está en las armas, como piensan los Macabeos. Una década fatal (60-70 d.C.) No sabemos con seguridad cuándo se escribió el primer evangelio. Pero lo que ocurrió en la década de los 60 del siglo I ayuda a comprender lo que dice el texto de este domingo. El año 61 hubo un gran terremoto en Asia Menor que destruyó doce ciudades en una sola noche (lo cuenta Plinio en su Historia natural 2.86). El 63 hubo un terremoto en Pompeya y Herculano, distinto de la erupción del Vesubio el año 79. El 64 tuvo lugar el incendio de Roma, al parecer decidido por Nerón y del que culpó a los cristianos. El 66 se produce la rebelión de los judíos contra Roma; la guerra durará hasta el año 70 y terminará con el incendio del templo y de Jerusalén. El 68 hubo otro terremoto en Roma, poco antes de la muerte de Nerón. El 69, profunda crisis a la muerte de Nerón, con tres emperadores en un solo año (Otón, Vitelio y Vespasiano). En la mentalidad apocalíptica, terremotos, incendios, guerras, disensiones son signos indiscutibles de que el fin del mundo es inminente. Por otra parte, la comunidad cristiana sufre toda clase de problemas. Unos son de orden externo, provocados por las persecuciones de judíos y paganos: se les acusa de rebeldes contra Roma, de infanticidio y de orgías durante sus celebraciones litúrgicas; se representa a Jesús como un crucificado con cabeza de asno. Otros problemas son de orden interno, provocados por la aparición de individuos y grupos que se apartan de las verdades aceptadas. La primera carta de Juan reconoce que "han venido muchos anticristos", no uno solo (1 Jn 2,18), y que "salieron de entre nosotros". La respuesta del evangelio de Marcos En este ambiente tan difícil, el evangelio de Marcos también ofrece esperanza y consuelo mediante un largo discurso (capítulo 13). Todo comienza con un comentario ocasional de Jesús. Estando en el monte de los Olivos, donde se goza de una vista espléndida del templo, dice a los discípulos: «¿Veis esos grandes edificios? Pues se derrumbarán sin que quede piedra sobre piedra.» A ellos les falta tiempo para identificar la destrucción del templo con el fin del mundo. Entonces, Pedro, Santiago, Juan y Andrés le preguntan en privado: «¿Cuándo sucederá todo eso? ¿Y cuál es la señal de que todo está para acabarse?» Los dos temas que obsesionan a la apocalíptica: saber qué señales precederán al fin del mundo y en qué momento exacto tendrá lugar. La lectura de este domingo ha seleccionado algunas frases del final del discurso, en las que reaparecen estas dos preguntas, pero en orden inverso: primero se habla de las señales, luego del tiempo. En medio, la gran novedad, algo por lo que no han preguntado los discípulos: la venida gloriosa del Señor. Las señales del fin y la venida del Señor Las señales no acontecen en la tierra, sino en el cielo: el sol se oscurece, la luna no ilumina, las estrellas caen del cielo. Pero lo que ocurre no provoca el pánico de la humanidad. Porque la desaparición del universo antiguo da lugar a la venida gloriosa del Señor y a la salvación de los elegidos. Indico algunos detalles de interés en estos versículos. 1) A Dios no se lo menciona nunca. Todo se centra, como momento culminante, en la aparición gloriosa de Jesús. 2) De acuerdo con algunos textos apocalípticos judíos, se pone de relieve la salvación de los elegidos. Esto demuestra el carácter optimista del discurso, que no pretende asustar, sino consolar y fomentar la esperanza, aunque no encubre los difíciles momentos por los que atravesará la Iglesia. 3) A diferencia de otros textos apocalípticos, que conceden gran importancia a la descripción del mundo futuro, aquí no se hace la menor referencia a ese tema, como si pudiera descentrar la atención de la figura de Jesús. El momento del fin La parte final contiene tres afirmaciones distintas: 1) vosotros podéis saber cuándo se acerca el fin (parábola de la higuera); 2) el fin tendrá lugar en vuestra misma generación; 3) el día y la hora no lo sabe más que Dios Padre. La segunda es la más problemática. Si se refiere a la caída de Jerusalén no plantea problema, porque tuvo lugar el año 70. Pero, si se refiere al fin del mundo, no se realizó. A pesar de todo, es posible que así la interpretasen muchos cristianos, convencidos de que el fin del mundo era inminente. Así pensó Pablo en los primeros años de su actividad apostólica. Pero al lector debe quedarle claro lo que se dice al final: nadie sabe el día ni la hora, y lo importante no es discutir o calcular, sino mantener una actitud vigilante [este tema, importantísimo, lo ha suprimido la liturgia de forma incomprensible]. Estamos en el c. 13 de Mc, dedicado todo él al discurso escatológico. Este capítulo hace de puente entre la vida de Jesús y la Pasión. Los tres sinópticos relatan un discurso parecido, lo cual hace suponer que algo tiene que ver con el Jesús histórico. Pero las diferencias entre ellos son tan grandes, que presupone también una elaboración de las primeras comunidades. Es imposible saber hasta qué punto Jesús hizo suyas esas ideas. En el evangelio se habla del Reino de Dios como futuro y como presente a la vez…
Estamos ante una manera de hablar que no nos dice nada hoy. Pero si prescindimos de la apocalíptica, dejamos fuera de nuestra consideración una parte nada despreciable de la Escritura, tanto del AT como del NT. No se trata solo del lenguaje como en otras ocasiones. Aquí son las ideas las que están trasnochadas y no admiten ninguna traducción a un lenguaje actual. Cuantos siglos más tendrán que pasar para darnos cuenta. El lenguaje apocalíptico y escatológico corresponde a un modo mítico de ver el mundo, a Dios y al hombre. Tanto en el AT como en el NT, el pueblo de Dios está volcado sobre el porvenir. Esta actitud le distingue de los pueblos circundantes cerrados en el continuo devenir de los ciclos naturales. Israel se encuentra siempre en tensión hacia la salvación que ha de venir. Desde Abrahán, a quien Dios le dice: "sal de tu tierra", pasando por el éxodo hacia la tierra prometida; y terminando por la espera del Mesías, Israel vivió siempre con la esperanza de que Dios le iba a salvar dándole algo mejor que lo que tenía. Los profetas fueron los encargados de mantener viva esta expectativa de salvación total. En principio, el día de esa salvación debía ser un día de alegría, de felicidad, de luz; pero a causa de las infidelidades del pueblo, los profetas empiezan a anunciarlo como día de sufrimiento, de tinieblas para la mayoría de los hombres que no hacen caso a Dios. Será el día de Yahvé (intervención de Dios para juzgar) en que castigará a los infieles y salvará al resto. Se trataba de ver el futuro como criterio de valoración juiciosa del presente. La apocalíptica es una actitud vital y un género literario. La palabra en griego significa “desvelar”. Escudriña el futuro partiendo de la palabra de Dios. Nace en los ambientes sapienciales y desciende del profetismo. Desarrolla una visión pesimista del mundo, que no tiene arreglo; por eso, tiene que ser destruido y sustituido por otro de nueva creación. Invita, no a cambiar el mundo sino a huir de él.El mundo futuro no tendrá ninguna relación con el presente. El objetivo es alentar a la gente en tiempo de crisis para que aguante el chaparrón. El resto que se conserve fiel, reinará con Él. Todo lo demás será aniquilado. Escatología, procede de la palabra griega "esjatón", que significa “lo último”. Su origen es también la palabra de Dios, y su objetivo, descubrir lo que va a suceder al final de los tiempos, pero no por curiosidad, sino por un intento de acrecentar la confianza. El futuro está en manos de Dios, pero ese futuro llegará como progresión del presente, que también está en manos de Dios, y es positivo a pesar de todo. Este mundo no será consumido sino consumado. Dios reserva una plenitud de sentido para la creación. Dios salvará un día definitivamente, pero esa salvación ya ha comenzado aquí y ahora La referencia a los tiempos finales de los evangelios, no es apocalíptica sino más bien escatológica, aunque nos despiste bastante el hecho de que el NT usa el lenguaje apocalíptico, por que es muy sugerente y llama la atención. Uno de los logros de la apocalíptica fue enriquecer el lenguaje religioso con multitud de símbolos e imágenes. Los evangelistas, no pudieron librarse de esta mentalidad apocalíptica, muy desarrollada en aquella época. Con demasiada frecuencia se ha hecho un mal uso de este modo de hablar. Parece que es una tentación constante el acudir al juicio final, para urgir a la gente a que se porte como Dios manda. En todas las épocas han proliferado los milenarismos de todo tipo; incluso en nuestro tiempo se predican calamidades como castigo de Dios porque los seres humanos no somos como debiéramos ser. La experiencia de la muerte nos obliga a unir tiempo y eternidad, contingencia y absoluto, lo divino y lo terreno, cielo y tierra. Hoy debemos interpretar la realidad, a la luz de los nuevos conocimientos que tenemos de ella. Al final del relato de la creación, Dios “vio todo lo que había hecho, y era muy bueno”. Es ridículo pensar que la creación le salió mal a Dios y que ahora tiene que arreglarla de alguna manera. Mayor ridículo es creer que el hombre puede malograr la creación de Dios. Tal vez lo que tendríamos que hacer, sería dejarnos de especulaciones sobre como será el más allá y tomar la responsabilidad que nos toca en la marcha del más acá. Para la escatología, Dios es el dueño absoluto del universo y de la historia. El hombre puede malograr la creación, pero no puede volver a enderezarla. Solo Dios puede salvarla. Al superar la idea del dios intervencionista, se nos plantea un dilema insuperable. Por una parte sabemos que Dios no tiene pasado ni futuro; que no está en el tiempo ni en el espacio sino en la eternidad. Por otro lado, el hombre no puede entender nada que no esté en el tiempo y el espacio. Meter a Dios en el tiempo para poderlo entender es un disparate mayúsculo. Por otra parte, sacar al hombre del tiempo y el espacio, es descoyuntarlo como criatura. En tiempo de Jesús se creía que esa intervención definitiva, iba a ser inminente. En este ambiente se desarrolla la predicación de Juan Bautista y de Jesús. También en la primera comunidad cristiana se vivió esta espera de la llegada inmediata de la parusía. Solamente en los últimos escritos del NT, es ya patente un cambio de actitud. Al no llegar el fin, se empieza a vivir la tensión entre la espera del fin y la necesidad de preocuparse de la vida presente. Se sigue esperando el fin, pero la comunidad se prepara para la permanencia. Creo que ha llegado el momento de abandonar este lenguaje. Hasta hace muy poco tiempo, la historia era exclusivamente cosa del pasado. En nuestros días parece que hemos descubierto la importancia que tiene esa historia no solo para nuestro presente, sino para nuestro futuro. El hombre se considera fruto de un pasado; sigue su curso en el presente y se encamina hacia el futuro. La escatología está implícita en la manera de entender la existencia, pero se trata de “lo último” dentro de la marcha del mundo, no más allá de él. Para nosotros hoy, Dios no es un ser que está fuera del mundo dirigiéndolo y manipulándolo desde fuera. No podemos separar a Dios de la realidad que nos envuelve. Es la base y el fundamento de todo lo que existe. Dios ni puede ni tiene que “actuar” porque es acto puro, es decir, lo está haciendo todo en todo momento. Ante Dios todo es justo y bueno en cada momento. No tiene sentido amenazar con la ira de Dios. Esta mejor comprensión de la manera de actuar (no actuar) de Dios en la historia, hace superfluas las imágenes espectaculares sobre el "exjatón", pero obliga a una reflexión sobre la importancia que el ser humano tiene a la hora de planificar su futuro. Hoy sabemos que el tiempo y el espacio son productos mentales, extraídos de la experiencia de un mundo terreno. ¿Qué sentido puede tener el hablar de tiempo y espacio más allá de lo material? Hablar de un “lugar” (cielo o infierno) más allá de este mundo, solo puede tener un sentido simbólico. Hablar de un “día del juicio”, cuando no puedan darse tiempo ni espacio, es un contrasentido. No hay inconveniente en seguir empleando ese lenguaje, pero sin olvidar que se trata de un lenguaje simbólico y no de realidades objetivas. Meditación-contemplación Jesús nos dice que aprendamos de la higuera. En los brotes que empiezan a moverse en la primavera, tenemos que adivinar los futuros higos. En cualquier fragmento de realidad está ya Dios plenamente …………… La realidad que todos vemos por igual está diciendo cosas distintas a cada uno. El ser humano tiene que aprender a ver mucho más de lo que le entra por los ojos. ……………… Hace cuatro mil años, los orientales descubrieron que la realidad que vemos, no es más que apariencia. La verdadera realidad hay que descubrirla más allá y a pesar de lo que vemos y oímos. Este “pequeño apocalipsis” de Marcos quiere ser una llamada a la confianza. Más allá de las imágenes utilizadas –que llevaron, en el lenguaje cotidiano, a identificar lo “apocalíptico” con la devastación total-, de lo que habla es de la caída del “mundo viejo” y del surgir de un mundo nuevo –eso es lo que significan los movimientos estelares-, que tiene sabor de “primavera”.
El apocalipsis está redactado dentro de categorías temporales –“el día y la hora nadie lo sabe”-, pero aquello a lo que apunta es atemporal, el presente eterno. Todo es ahora. No hay sino presente, por más que nuestra mente solo pueda tener una visión secuencial. El presente abraza todo lo real. Tanto el recuerdo como la proyección –en los que nuestra mente se mueve a gusto- acontecen en el presente. La lectura secuencial de la historia permite el desarrollo de toda esta “representación” o “juego” en la que nos movemos. Sin embargo, esa misma lectura no es sino fruto de la propia mente. La realidad es que todo está ya completo; todo es pleno. La consciencia se despliega en lo que aparece a nuestros ojos como una representación progresiva. Podemos identificarnos con el “papel” que nos ha correspondido en esa representación –y eso es la ignorancia básica- o, por el contrario, nos reconocemos en la propia consciencia que se expresa en esta forma particular. Y ya que hablamos de representación, la imagen del teatro puede resultar adecuada: cuando el actor sube al escenario a representar su papel, no olvida que su identidad es otra. Eso le permite desarrollar su tarea a la perfección –provocando incluso la sensación de ser uno con el personaje que representa-, pero no le priva en absoluto de su libertad ni tampoco se confunde con aquello que se desarrolla en el escenario. Al terminar la función, cualquier que haya sido el rol asumido en ella, vuelve a casa, desde donde relativiza todo lo ocurrido encima de las tablas. La clave de la sabiduría radica, justamente, en la toma de distancia que nos permite desarrollar el “papel” que nos ha correspondido, sin reducirnos a él. Esta reflexión se debe al Blog “Nihil Obstat”, del dominico Martín Gelabert Ballester, donde ha escrito un artículo valiente, y bastante claro, con el título “La doctrina cambia”, publicado hoy en Religión Digital (RD). Y pone varios ejemplos, como el caso de los niños, muertos antes del Bautismo, que según el concilio de Florencia se condenaban, pero el Concilio Vaticano II los considera salvados. Y a este propósito cita una resolución de la “Comisión Teológica Internacional”, que dictamina: “la afirmación según la cual los niños que mueren sin Bautismo sufren la privación de la visión beatífica ha sido durante mucho tiempo doctrina común de la Iglesia, que es algo distinto de la fe de la Iglesia”.
Esta diferencia entre fe y doctrina se me antoja fundamental. En este blog siempre me he guiado por esa separación, que a muchos les ha sacado de tantas dudas, aunque a unos pocos les ha desazonado. Para fijar bien los conceptos es preciso, antes, considerar lo que la Teología denomina, con gran precisión, “economía de la Revelación”, que quiere decir, ni más ni menos, con un lenguaje teológicamente poco académico, pero bien popular, lo siguiente: Dios no nos regala la Revelación perdiendo energía, es decir, cuando el que la va a recibir todavía no está preparado, sino que aguarda a que se dé esta circunstancia, para no perder el tiempo, ni tener que repetir la información revelada. Esto explica muchas cosas. Cuando no se podía todavía revelar la importancia del perdón y de la misericordia, porque los miembros del pueblo judío estaban ocupados en la ardua y urgente labor de conquistar la tierra, Dios se revela como “Yavé Sebaot”, (Dios de los ejércitos). Y así en el Antiguo Testamento, (AT), podemos contemplar la lenta evolución de los contenidos de la Revelación, lo que demuestra la finura pedagógica de la iniciativa divina. Además, podemos distinguir, y nos hará muy bien a nuestro intelecto, el aspecto subjetivo y el objetivo de la única realidad que es la fe. El fiel, más que creer en postulados, definiciones dogmáticas, o dogmas propiamente dichos, lo que tiene es una profunda confianza en Alguien. En nuestra fe cristiana, ese alguien es el Padre de Jesús, que nos lo entregó para nuestra salvación. Es decir, para resumirlo en lenguaje sencillo e inteligible, para que nuestra vida tenga sentido. El aspecto objetivo de la fe es el que está recogido en proposiciones, afirmaciones, definiciones dogmáticas, es decir, fijaciones literarias de todo aquello que hace que el creyente tenga algún dato más objetivo y consistente que su propia subjetividad, ya que ésta puede dejarse llevar por ideas y sentimientos que si no tienen un soporte más constatable y racional puede llevar a la persona a un mundo de figuraciones y fantasías. Y aquí entra el Magisterio de la Iglesia, que es quien formula, y, después, interpreta, esas definiciones. Realmente, el Magisterio llamado ordinario es el autor de lo que solemos llamar “doctrina de la Iglesia”. Y ésta no siempre coincide con el Dogma, propia y exactamente dicho. Además del ejemplo que trae el autor que he citado al principio, hay otros muchos. Por ejemplo, durante mucho tiempo se ha considerado doctrina de la Iglesia, y por eso, para algunos, dogma, la existencia del limbo, o del mismo purgatorio. Pero hay nadie defendería ni una ni otra cosa. Un ejemplo claro es, y ahora que se está realizando el Sínodo sobre el Matrimonio y la familia viene muy a cuento, que el mismo Derecho Canónico, uno de los registros de Doctrina de la Iglesia más considerado, afirmaba que el fin del Matrimonio era la procreación, y el remedio contra la concupiscencia. (Verdaderamente, el CIC, -Codex iuris canonici-, o Código de Derecho Canónico, no era muy complaciente ni considerado con los cónyuges. Da la impresión de que esa expresión “concupiscencia” fue provocada por la obsesión de alguno, o tal vez muchos, clérigos, constreñidos por su obligada soltería. Concluyendo, en contra de algunos obispos o cardenales que están preocupados con la libertad del Papa, que tal vez la juzgan mal, y casi la denominarían irresponsabilidad, -de hecho alguno de ellos ya la ha calificado así-, la Doctrina de la Iglesia no es inmutable, ha cambiado, cambia, y, cada vez habrá más disposición, libertad y argumentos para que cambie sin ningún trauma. Lo que jamás cambiará será el Amor, la Misericordia, la Santidad, y la voluntad salvífica de Dios, manifestada en la encarnación de su Hijo, y en la entrega de éste hasta la Pasión, Muerte y Resurrección. Amen. Entrevista a José Palazón presidente de PRODEIN, organización que trabaja al pie de las frontera de Melilla, y muestra de primera mano la situación de los inmigrantes empobrecidos, que intentan llegar a Europa.
José Palazón es crítico con la “militarización de fronteras que se está imponiendo sin ninguna vergüenza” ¿Hay que poner límites a la inmigración? -Bueno, se están implantando desde hace años, pero no hay ninguna medida que frene a quien huye de la guerra y del hambre. Ahora se ha puesto de moda diferenciar entre refugiados e inmigrantes económicos, pero en realidad la principal guerra en este mundo es la que se libra contra el hambre, que es la que más mata. Ante tanta urgencia, los límites jamás funcionarán. Pero el hambre mata, como dice, y hay muchos menores con importantes carencias… -Mira, en julio visité un hospital de Burkina Faso donde trataban la desnutrición infantil severa (hambre). Ver aquello en el siglo que estamos, acudir a un centro en el que ves morir a niños de hambre, es un crimen. Entiendo que haya familias que huyan de ese horror porque se les ha muerto un hijo y no quieren que se les mueran más. Se ponen a andar, y no hay límites que valgan. Ellos tienen la razón y la fuerza. ¿Qué situación se está viviendo en Melilla actualmente? -El trato que está dando España a los refugiados es criminal. Hay un dato que hay que dar a conocer. Se habló mucho de los subsaharianos que saltaban la valla el año pasado, pero de los más de 7.000 inmigrantes que entraron, ni la mitad fueron subsaharianos. La mayor parte eran sirios y palestinos. Entonces no había una oficina de asilo, y tenían que entrar a Melilla pagando cada uno de ellos hasta 3.000 euros. Tenían derecho a pedir refugio, pero tuvieron que pagar, algo que Marruecos siempre ha silenciado. ¿Hasta cuándo se vivió esa situación? -Hasta septiembre de 2014, cuando se abrió la oficina de asilo. Está en el lado español, pero han llegado a un acuerdo de tal manera que es Marruecos el que controla el acceso, y no se ha permitido la entrada a ninguna persona de color. Será la única oficina de solicitantes de asilo para blancos que existe en el mundo. ¿Y cómo es el día a día de los sirios que piden refugio? -Se establecen cuotas de 20 a 30 solicitantes cada día, pero tienen que pagar a la Policía marroquí. Si no pagan, no pasan, y eso está creando una bolsa de gente en el lado marroquí -unos 2.000 sirios y palestinos- que se ha quedado sin dinero. No pueden abonar esas cantidades, y las familias se ven obligadas a separarse. Hay gente que se queda viviendo en la calle, cuando en realidad son refugiados que escapan de una guerra con todo el derecho al asilo. ¿Hay muchas familias rotas? -Ahora mismo puede haber unas quinientas familias separadas. El padre con un hijo en un lado, y la madre con el resto en otro… Normalmente van pagando de uno en uno, primero la mujer y algún niño, y cuando se quedan sin dinero esperan a reunir lo suficiente, o aguardan algún despiste de la policía para intentar saltar la valla. ¿Los niños también pagan? -Sí, los últimos niños que han pasado han tenido que pagar 400 euros. Cada día, en el lado marroquí hay una especie de mercadillo donde llega la gente con su dinero. Si tú tienes mil euros y hay otro de 3.000, lógicamente pasa el segundo. Es criminal porque se subasta el tique de entrada de ese día a la frontera. España está intentado utilizar a Marruecos como ahora Europa a Turquía. Es una política que se está generalizando, y que es totalmente contraria a la legalidad internacional. España ha subrogado el control de la frontera a la policía marroquí, y de ahí ha nacido un negocio sucio. ¿Hay dificultad para informar sobre lo que está ocurriendo? -Sin duda. El Gobierno español ha estado negando sistemáticamente durante más de diez años que se estuvieran produciendo devoluciones en caliente, y es a raíz de unos vídeos que publicamos en marzo cuando el gobierno tuvo que reconocer que lo hacían. Existen dificultades para contar la realidad, hay un empeño por silenciar lo que está ocurriendo, con una actitud muy agresiva hacia los informadores. Suya es una fotografía, ‘Paisajes de desolación’, que muestra la valla de Melilla desde un campo de golf, y que dio la vuelta al mundo. ¿Persisten esos contrastes? -Sí, no necesariamente en ese mismo lugar, pero claro que la gente se sigue jugando la vida encima de la valla. Ni tan siquiera se la juegan porque piensen que en este lado van a estar mejor, se la juegan porque en el otro lado no se puede vivir. Vienen porque quieren seguir vivos. Autor: José Palazón ( *Extracto) Como hemos visto en el articulo anterior, los santos padres, grandes pensadores, filósofos y teólogos, pero, ¡todavía!, algo que después se fue perdiendo, mantuvieron un apreciable respeto por las coordenadas fundamentales del Evangelio, si bien, ya al fin del período, siglos VII y finales del VIII, fue organizándose en la Iglesia un fenómeno institucional que, después, vendría a ser fundamental: el clero. Y esto sucedió, según mi opinión, por un lento proceso de “religiosización” de lo que en el anuncio de Jesús era, más bien, una bomba en la línea de flotación del sentimiento religioso. Las enseñanzas del Maestro, en el tema que estamos tratando desde el Domingo, como “entre vosotros que no sea así“, y afirmaciones como “el hombre no es para el Sábado, sino el Sábado para el hombre “, o el episodio del mercadillo montado en el patio de los Gentiles del Templo por lo suelos, o la exclamación escandalosa para los fariseos piadosos y devotos, de “destruid este templo que Yo lo reedificará en tres días”, y otros muchos pasajes evangélicos constituyen al profeta de Nazaret en uno de los más acerbos y afilados críticos de la experiencia religiosa institucionalizada, sobre todo cuando, como suele suceder, ésta aprovecha su tremenda y majestuosa puesta en escena para controlar y guiar las conciencias de los fieles.
Así que, siempre en mi opinión, que puede ser muy discutida y mejor aclarada, ambos procesos se dieron juntos, uno apoyándose al otro: el de clericalización, y el de religiosización de la Iglesia. Y ya para completar el desvío, el sistema episcopal feudal acabaría por sellar lo que yo he titulado como ruptura total con el evangelio. Es sorprendente, pero profundamente significativo, lo que puede llegar a suceder con la percepción de la realidad, cuando ésta se presenta, durante grandes períodos de tiempo, de manera idéntica, uniforme, y sin grandes variaciones. Sucede algo parecido a lo que proclaman los maestros (falsos) de la información, que usaron tanto los nazis, y que vuelven a intentar aplicar muchos Gobiernos ahítos de poder: que la mentira, si repetida innúmeras veces y sin fisuras, acaba pareciendo una verdad. O, por lo menos, es aceptada en el conjunto social sin estridencias ni sinsabores. ¿Alguien que haya leído atenta y respetuosamente el evangelio puede identificar la figura del obispo feudal, o del Papa gran Señor de los territorios pontificios, con las palabra y la enseñanza de Jesús? ¿O la “pompa y circunstancia” de las principales cortes episcopales y papales, no ya con la palabra y la vida del “Hijo del hombre, que no tiene ni donde reclinar la cabeza”, sino ni tan siquiera con las andanzas, aventuras, naufragios, palizas y desprecios de Pedro, Pablo, y tantos miles de primeros cristianos, que sí que se tomaron en serio, pero con alegría y energía vitales, las indicaciones del Señor? Nos contaba nuestro profesor de Historia de la Iglesia, nuestro nunca bien ponderado, ni suficientemente, padre Miguel Pérez del Valle, ss.cc., la siguiente anécdota, que resume muy bien lo que quiero decir. Convencieron algunos compañeros a Francisco de Asís que acudiera a Roma para que el Papa, Inocencio III, para algunos el papa más poderoso de la Edad Media, diera la aprobación a la regla de la naciente orden de los “Hermanos menores” , popularmente conocidos como franciscanos. El papa, que paseaba por los jardines vaticanos ladeado por los cardenales Orsini y Colonna, se sorprendió tato al oír hablar de “pobreza”, y de “bienaventurados los pobres” que pensó que ese pobre futuro fraile había perdido la cabeza. Tanto así que los cardenales tuvieron que decirle, “¡Santidad!, eso está en el Evangelio. Y el Papa, “¿Que eso está en el Evangelio”? Es claro que hasta el descubrimiento de la Imprenta, las iglesias perdidas por pequeños lugares en el mundo no tenían acceso a copias de la Biblia. Así que no nos debe de sorprender que estuvieran el año entero repitiendo cinco o seis lecturas. Pero el Vaticano no debería tener ese problema, con el enjambre de amanuenses, copistas y escribientes que había en sus estancias, así como en los monasterios y grandes catedrales. pero el caso es que la dedicación a la política y a las armas, (el papa Julio II, que solo decía una o dos misas al año, el de Miguel Ángel y la Capilla Sixtina, andaba casi siempre con su armadura, y con un capellán a su lado, al que le pedía, eventualmente la capa pluvial, para, por ejemplo, bendecir la rebelde ciudad de Ostia antes de entregarla al saqueo de las su tropas pontificias). Se trata, como vemos, de actitudes y comportamientos, en lo más alto de la escala eclesial, tan alejados de los principios más elementales del Evangelio, sobre todo en lo concerniente al afán de riquezas y a la búsqueda y abuso del Poder, que no es excesivo el título de “ruptura total con el Evangelio”. Parece mentira, pero todo esto, con algunas mejoras, pero no en lo transcendente, duró hasta el Concilio Vaticano II, que lo quiso arreglar, con el susto y miedo en el cuerpo de los altos funcionarios curiales vaticanos, quienes después pusieron todas las trabas y frenos al desarrollo del mismo, y muchos de los prelados episcopales. Y todo este panorama es el que, valientemente, está enfrentado el Papa Francisco. ¡Pero esta es otra historia!, que en su tiempo alguien tendrá que contar. Al comienzo del Sínodo, usted decía: Francisco podría andar más rápido, pero no quiere hacer esto solo, la Iglesia necesita tiempo. ¿Y ahora?
El hecho de que el informe final haya sido aprobado, que todos los puntos hayan superado los dos tercios, es importante. Es un documento que deja las manos libres para que Francisco actúe. El Papa puede hacer lo que considera bueno, oportuno y necesario. En la mente de todos los miembros de la Comisión, existía la idea de preparar un documento que dejase las puertas abiertas, de tal modo que el Papa pudiera entrar y salir, o sea, hacer lo que considerase mejor. El cardenal [austriaco Christoph] Schönborn decía: la palabra clave del documento es “discernimiento”... Pienso que es el efecto de este Papa. El discernimiento es capital en la mente de San Ignacio y Francisco es muy ignaciano. La palabra “discernimiento” apareció muchas veces, en la presentación, en los grupos y también en el texto final... ¿Qué quiere decir "discernimiento” en las "situaciones irregulares”, como los divorciados y vueltos a casar excluidos de los sacramentos? La recomendación del Papa es de hacer teorías, por ejemplo, no colocar a los divorciados y vueltos a casar todos juntos, porque los sacerdotes tendrán que ejercer el discernimiento caso por caso y ver la situación, las circunstancias, aquello que ocurre, y, a partir de todo eso, decidir una cosa u otra. No hay teorías generales que se traducen en una disciplina férrea impuesta a todos. El fruto del discernimiento quiere decir que se tiene en cuenta cada caso y se busca encontrar salidas de misericordia. Ahora la palabra pasa a Francisco, ¿no es así? Sí. Habrá una exhortación apostólica del Papa. No creo que tarde un año, como ocurrió en otros Sínodos y con otros papas. Un año es demasiado tiempo. Los entendidos en management me dicen que, si pasan ocho meses sin que se diga nada, las personas vuelven al punto de partida, y entonces es preciso rehacer todo el proceso. Creo que Francisco será más rápido. ¿Qué le parece que va a ocurrir? Pienso que una cosa siempre frágil, en la Iglesia, es el "follow up” [retorno, confirmación]. El fruto del Sínodo no puede ser un documento, aunque sea muy buen. El fruto es práctico: lo que se hace, lo que ocurre en la situación pastoral, en las parroquias, cuando las personas van allá con sus problemáticas. Es allá que se ve. Para mí, el "follow up” ideal consistiría en sínodos particulares: cada uno de los obispos vuelve a casa y hace un sínodo con sus diocesanos, sacerdotes y laicos, para evaluar el modo hasta ahora seguido y examinar otras posibilidades. ¿Cuál fue el cambio más importante ocurrido en el Sínodo? Francisco no quiere una aplicación mecánica de la ley, la defensa de la letra y no del espíritu. Éste no es el modo de actuar de la Iglesia. Él mismo nos habló de los corazones cerrados, que se esconden detrás de la enseñanza de la Iglesia y se sientan en la silla de Moisés para juzgar a los heridos. Al contrario, es preciso buscar, con compasión y misericordia, encontrar nuevos caminos para ayudar a las personas. Un discernimiento de la situación concreta, que vea antes que nada a las personas, y después los principios. Éste es el más fuerte aliento para los sacerdotes, para que no sean funcionarios: no, no son funcionarios. Ellos tienen un trabajo de discernimiento que hacer. San Ignacio quedaría muy contento al ver que el discernimiento entró en la Iglesia. Y también el Papa Francisco estaría muy contento. |
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