Esta reflexión se debe al Blog “Nihil Obstat”, del dominico Martín Gelabert Ballester, donde ha escrito un artículo valiente, y bastante claro, con el título “La doctrina cambia”, publicado hoy en Religión Digital (RD). Y pone varios ejemplos, como el caso de los niños, muertos antes del Bautismo, que según el concilio de Florencia se condenaban, pero el Concilio Vaticano II los considera salvados. Y a este propósito cita una resolución de la “Comisión Teológica Internacional”, que dictamina: “la afirmación según la cual los niños que mueren sin Bautismo sufren la privación de la visión beatífica ha sido durante mucho tiempo doctrina común de la Iglesia, que es algo distinto de la fe de la Iglesia”.
Esta diferencia entre fe y doctrina se me antoja fundamental. En este blog siempre me he guiado por esa separación, que a muchos les ha sacado de tantas dudas, aunque a unos pocos les ha desazonado. Para fijar bien los conceptos es preciso, antes, considerar lo que la Teología denomina, con gran precisión, “economía de la Revelación”, que quiere decir, ni más ni menos, con un lenguaje teológicamente poco académico, pero bien popular, lo siguiente: Dios no nos regala la Revelación perdiendo energía, es decir, cuando el que la va a recibir todavía no está preparado, sino que aguarda a que se dé esta circunstancia, para no perder el tiempo, ni tener que repetir la información revelada. Esto explica muchas cosas. Cuando no se podía todavía revelar la importancia del perdón y de la misericordia, porque los miembros del pueblo judío estaban ocupados en la ardua y urgente labor de conquistar la tierra, Dios se revela como “Yavé Sebaot”, (Dios de los ejércitos). Y así en el Antiguo Testamento, (AT), podemos contemplar la lenta evolución de los contenidos de la Revelación, lo que demuestra la finura pedagógica de la iniciativa divina. Además, podemos distinguir, y nos hará muy bien a nuestro intelecto, el aspecto subjetivo y el objetivo de la única realidad que es la fe. El fiel, más que creer en postulados, definiciones dogmáticas, o dogmas propiamente dichos, lo que tiene es una profunda confianza en Alguien. En nuestra fe cristiana, ese alguien es el Padre de Jesús, que nos lo entregó para nuestra salvación. Es decir, para resumirlo en lenguaje sencillo e inteligible, para que nuestra vida tenga sentido. El aspecto objetivo de la fe es el que está recogido en proposiciones, afirmaciones, definiciones dogmáticas, es decir, fijaciones literarias de todo aquello que hace que el creyente tenga algún dato más objetivo y consistente que su propia subjetividad, ya que ésta puede dejarse llevar por ideas y sentimientos que si no tienen un soporte más constatable y racional puede llevar a la persona a un mundo de figuraciones y fantasías. Y aquí entra el Magisterio de la Iglesia, que es quien formula, y, después, interpreta, esas definiciones. Realmente, el Magisterio llamado ordinario es el autor de lo que solemos llamar “doctrina de la Iglesia”. Y ésta no siempre coincide con el Dogma, propia y exactamente dicho. Además del ejemplo que trae el autor que he citado al principio, hay otros muchos. Por ejemplo, durante mucho tiempo se ha considerado doctrina de la Iglesia, y por eso, para algunos, dogma, la existencia del limbo, o del mismo purgatorio. Pero hay nadie defendería ni una ni otra cosa. Un ejemplo claro es, y ahora que se está realizando el Sínodo sobre el Matrimonio y la familia viene muy a cuento, que el mismo Derecho Canónico, uno de los registros de Doctrina de la Iglesia más considerado, afirmaba que el fin del Matrimonio era la procreación, y el remedio contra la concupiscencia. (Verdaderamente, el CIC, -Codex iuris canonici-, o Código de Derecho Canónico, no era muy complaciente ni considerado con los cónyuges. Da la impresión de que esa expresión “concupiscencia” fue provocada por la obsesión de alguno, o tal vez muchos, clérigos, constreñidos por su obligada soltería. Concluyendo, en contra de algunos obispos o cardenales que están preocupados con la libertad del Papa, que tal vez la juzgan mal, y casi la denominarían irresponsabilidad, -de hecho alguno de ellos ya la ha calificado así-, la Doctrina de la Iglesia no es inmutable, ha cambiado, cambia, y, cada vez habrá más disposición, libertad y argumentos para que cambie sin ningún trauma. Lo que jamás cambiará será el Amor, la Misericordia, la Santidad, y la voluntad salvífica de Dios, manifestada en la encarnación de su Hijo, y en la entrega de éste hasta la Pasión, Muerte y Resurrección. Amen.
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