En las tres primeras lecturas de los domingos que llevamos de cuaresma, se nos ha hablado de pacto. Después de la alianza con Noe (Dom. 1) y con Abraham (Dom. 2), se nos narra hoy la tercera alianza, la del Sinaí. La alianza con Noe, fue la alianza cósmica del miedo. La de Abrahán fue la familiar de la promesa. La de Moisés fue la nacional de la Ley.
¿Cómo debemos entender hoy estos relatos? Noe, Abrahán y Moisés, son personajes legendarios. La historia “sagrada” que narra la vida y milagros de estos personajes empezó a escribirse hacia el siglo IX antes de Cristo. Son míticas leyendas que no debemos entender al pie de la letra. Se trata de experiencias vitales que responden a las categorías religiosas de cada época. Hoy nadie, en su sano juicio, puede pensar que Dios le dio a Moisés unas tablas de piedra con los diez mandamientos. No fue Dios quien utilizó a Moisés para comunicar su Ley, sino Moisés el que utilizó a Dios para hacer cumplir unas normas que él consideró imprescindibles para la construcción y supervivencia del un pueblo. Dios no puede hacer pactos con nadie porque no puede ser “parte”. Una cosa es la experiencia de Dios que los hombres tienen según su nivel cultural, y otra muy distinta lo que Dios es. Jesús nos habló del Dios de la “alianza eterna”. Dios actúa de una manera unilateral y desde el amor, no desde un ‘toma y daca’ con los hombres. Dios se da totalmente sin condiciones ni requisitos, porque el darse (el amor) es su esencia. En el Dios de Jesús no tienen cabida los pactos ni las alianzas. Lo único que espera de nosotros es que descubramos la presencia de ese amor total identificado con nuestro propio ser, y actuemos con los demás como Él actúa con nosotros. EXPLICACIÓN DEL EVANGELIO El nombre de “purificación del templo” no es adecuado, porque no se trata de purificar, sino de sustituir. El pasaje del templo lo hemos entendido de una manera demasiado simplista. Una vez más la exégesis viene en nuestra ayuda para descubrir el significado profundo del relato. Como buen judío, Jesús desarrolló su vida espiritual en torno al templo; pero su fidelidad a Dios le hizo comprender que lo que allí se cocía no era lo que Dios esperaba de los seres humanos. Es muy importante recordar que cuando se escribió este evangelio, ni existía ya el templo ni la casta sacerdotal tenía ninguna influencia en el judaísmo. Pero el cristianismo se había convertido ya en una religión y podía caer en la tentación de repetir aquella manera de dar culto a Dios. Es casi seguro que algo parecido a lo que nos cuentan, sucediera realmente, porque el relato cumple perfectamente los criterios de historicidad. Por una parte lo narran los cuatro evangelios. Por otra es algo que podía interpretarse por los primeros cristianos (todos judíos) como desdoro de la persona de Jesús: no es fácil que nadie se lo pudiera inventar si no hubiera ocurrido y no hubiera estado en las fuentes. Nos han repetido, por activa y por pasiva, que lo que hizo Jesús en el templo fue purificarlo de una actividad de compraventa ilegal y abusiva. Según esa versión, Jesús lo que intenta es que al templo se vaya a rezar y no a comprar y vender. Esto no tiene fundamento alguno, puesto que lo que estaban haciendo allí los vendedores y cambistas, era completamente imprescindible para el desarrollo de la actividad del templo. Se vendían bueyes ovejas y palomas, que eran la base de los sacrificios que se ofrecían en el templo. Los animales vendidos en el templo para sacrificarlos estaban controlados por los sacerdotes; de esa manera se garantizaba que cumplían todos los requisitos de legalidad. También eran imprescindibles los cambistas, porque al templo solo se le podía ofrecer dinero puro, es decir, acuñado por el templo. En la fiesta de Pascua, llegaban a Jerusalén israelitas de todo el mundo, a la hora de hacer la ofrenda no tenían más remedio que cambiar su dinero romano o griego por el del templo. Jesús quiso manifestar con un acto profético, que aquella manera de dar culto a Dios, no era la correcta. Imaginad que una persona entra en la sacristía de una iglesia, se apropia del vino y las formas e impide que se diga la misa. No se le juzgaría por apoderarse de unos gramos de pan y una mínima cantidad de vino, sino por impedir la celebración de la eucaristía. No podemos pensar en una acción espectacular. En esos días de fiesta podía haber en el atrio del templo ocho o diez mil personas. Es impensable que un sólo hombre con unas cuerdas pudiera arrojar del templo a tanta gente. Además, el templo tenía su propia guardia, que se encargaba de mantener el orden. Por si esto fuera poco, en una esquina del templo se levantaba la torre Antonia, con una guarnición romana. Los levantamientos contra Roma tenían lugar siempre durante las fiestas. Eran momentos de alerta máxima para las autoridades romanas. Cualquier desorden hubiera sido sofocado en unos minutos. Los textos que citan los evangelistas son la clave para interpretar el hecho. Debemos tener claro que la Biblia no estaba dividida en capítulos y en versículos como ahora. Era una escritura continua que ni siquiera separaba las palabras unas de otras. Para citar la Biblia se recordaba una frase y con ella se hacía alusión a todo el contexto. Los sinópticos ponen en labios de Jesús una cita de (Is 56,7) "mi casa será casa de oración para todos los pueblos"; y otra de (Jer 7,11) "pero vosotros la habéis convertido en cueva de bandidos". El texto de Isaías hace referencia a los extranjeros y a los eunucos que estaban excluidos del templo, y dice: “yo los traeré a mi monte santo y los alegraré en mi casa de oración. Sus sacrificios y holocaustos serán gratos sobre mi altar, porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos." Isaías está diciendo, que en los tiempos mesiánicos, los eunucos y los extranjeros podrán dar culto a Dios. Ahora no podían pasar del patio de los gentiles. El texto de Jeremías (Jer 7,8-11) dice así: "No podéis robar, matar, adulterar, jurar en falso, incensar a Baal, correr tras otros dioses y luego venir a presentaros ante mí, en este templo consagrado a mi nombre, diciendo: ‘Estamos seguros’ y seguir cometiendo los mismos crímenes. ¿Acaso tenéis este templo por una cueva de bandidos?” Los bandidos no son los que venden palomas y ovejas, sino los que hacen las ofrendas sin una actitud mínima de conversión. Son bandidos, no por ir a rezar, sino porque solo buscaban seguridad. Lo que Jesús critica es que con los sacrificios se intente comprar a Dios. Juan va por otro camino y cita un texto de Zacarías (14,20) "En aquel día se leerá en los cascabeles de los caballos: "consagrado a Yahvé", y serán las ollas de la casa del Yahvé como copas de aspersión delante del altar; y toda olla de Jerusalén y de Judá estará consagrada a Yahvé y los que vengan a ofrecer comerán de ellas y en ellas cocerán; y ya no habrá comerciante en la casa de Yahvé en aquel día". Esa inscripción "consagrado a Yahvé" la llevaban los cascabeles de las sandalias de los sacerdotes y las ollas donde se cocía la carne consagrada. Quiere decir que en los tiempos mesiánicos, no habrá distinción entre cosas sagradas y cosas profanas, Dios lo inundará todo y todo será sagrado, es decir, ordenado al Señor. Las personas no serán santas porque vengan a rezar al templo, su santidad se hará presente en la vida ordinaria. En el Apocalipsis (Ap. 21.22) se dice: "No vi santuario en la ciudad, pues el Señor todopoderoso y el Cordero, eran su santuario." Los vendedores interpelados (los judíos) le exigen un prodigio que avale su misión. No reconocen a Jesús ningún derecho para actuar así. Ellos son los dueños y Jesús un rival que se ha entrometido. Ellos están acreditados por la institución misma, quieren saber quién le acredita a él. No les interesa la verdad de la denuncia, sino la legalidad de la situación, que les favorece. Pero Jesús les hace ver que sus credenciales han caducado. Las credenciales de Jesús serán ‘hacer presente la gloria de Dios a través de su amor’. Suprimid este santuario y en tres días lo levantaré. Aquí encontramos la razón por la que leemos el texto de Juan y no el de Marcos. Esta alusión a su resurrección da sentido al texto en medio de la cuaresma. Le piden una señal y él contesta haciendo alusión a su muerte. Su muerte hará de él el santuario único y definitivo. Una de las razones para matarlo, será que se ha convertido en un peligro para el templo. Es interesante descubrir que, para Juan, el fin de los templos está ligado a la muerte de Jesús. APLICACIÓN La aplicación a nuestra vida del mensaje del evangelio de hoy, podría tener consecuencias espectaculares en nuestra relación con Dios. Si dejásemos de creer en un Dios ‘que está en el cielo’, no le iríamos a buscar en la iglesia (edificio), donde nos encontramos tan a gusto. Si de verdad creyésemos en un Dios que está presente en todas y cada una de sus criaturas, trataríamos a todas con el mismo cuidado y cariño que si fuera Él mismo. Nos seguimos refugiando en lo sagrado, porque seguimos pensando que hay realidades que no lo son. Una vez más el evangelio está sin estrenar. Meditación-contemplación “Ya no habrá comerciantes en la casa del Señor, en aquel día”. Ha llegado, de verdad, para mí “aquel día”. ¿He salido ya de un toma y daca en mis relaciones con Dios? ¿He descubierto que Él me lo ha dado todo y que yo tengo que hacer lo mismo? ………………… Mis relaciones con Dios tienen como base su amor total. Nada puedo pedir ni esperar de Él que no me haya dado ya. Mi tarea consiste en tomar conciencia de ese don total. Mi vida real responderá entonces a esa realidad. ………………… Todas las criaturas son manifestación de Dios. La única Realidad es Él mismo. Nosotros solo somos la imagen que se refleja en el espejo, que no estaría ahí si Él no estuviera presente al otro lado.
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Los profetas de Israel solían recurrir a “gestos proféticos” para expresar, de un modo visual, mensajes que les parecían decisivos. Es lo que hizo Ezequiel, cuando preparó su equipaje para el destierro, haciendo un boquete en la pared (Ez 12,3-7); al preparar una olla llena de herrumbre (Ez 24,1-14); o al profetizar sobre huesos secos (Ez 37,1-14).
Jeremías se sintió instado a una cosa sencilla, como comprar una faja de lino (Jer 13,1), pero también a otra más exigente, como la de no casarse ni tener hijos (Jer 16,2); como signo profético, rompió un botijo de barro a la vista de todos, para llamar la atención sobre el hecho de que el pueblo se estaba rompiendo (Jer 19,1-11). Oseas se casó con Gomer, una prostituta, y puso a sus hijos nombres cargados de alusiones simbólicas a la situación de Israel (Os 1,2-9). En la misma línea de los profetas de su pueblo, Jesús realiza también gestos repletos de simbolismo: sus comidas con pecadores, el lavatorio de los pies, la acción contra el templo… Porque de eso se trata en la lectura de hoy, de una acción simbólica en la que se pretende mostrar que el tiempo del templo ha acabado. No es lo que a veces se ha designado como “purificación” del templo, que habría sido convertido en centro comercial. Todo lo que ocurría en él, no solo se hallaba plenamente legislado, sino que era imprescindible para que la misma vida del templo –los sacrificios- pudiera seguir funcionando. Del mismo modo, las mesas de los cambistas se requerían para que los judíos que venían de la diáspora pudieran comprar los animales de los sacrificios en la moneda acuñada por el propio templo. Si todo lo que sucedía en el templo estaba respaldado por la legislación, la acción de Jesús debe interpretarse desde otra perspectiva, tal como se pone de relieve, desde dos ángulos diferentes, en el mismo evangelio de Juan. La clave la encontramos, para empezar, en este mismo relato. En él queda claro lo que Jesús pretende: sustituir el templo por su propio cuerpo resucitado. El templo de piedra era el centro de la religión (particularmente en Israel, religión en la que no se reconoce sino un único templo, el de Jerusalén); en él se encontraba el Arca de la alianza y, por lo tanto, la Presencia de Dios. Como la judía, todas las religiones han tendido a absolutizar los templos como lugares de la presencia divina, cayendo incluso a veces en dicotomías o dualismos extraños entre “lo religioso” y “lo profano”. La novedad de Jesús –tal como se pone de relieve en sus parábolas- consiste en afirmar que existe un camino para encontrar a Dios que no pasa por el templo. De ese modo, se supera definitivamente aquel dualismo y se reconoce la vida como lugar de la Presencia. Al “sustituir” el templo por su cuerpo, el autor del evangelio nos invita a vivir el encuentro con Dios en el centro de nuestra persona y de la vida misma. Y Jesús nos hace de “espejo” para ver lo que es una vida vivida de ese modo: una existencia marcada por el amor compasivo y la resurrección gozosa. Ahí –parece indicar el texto- es donde vamos a encontrar con certeza a Dios; ahí radica el “secreto” del vivir humano: en el amor y en el gozo. Hasta el punto de que ambos no son sino nombres de nuestra identidad más profunda, trascendida la (errónea) identificación con el ego: somos Amor y somos Gozo. Es únicamente la reducción al yo lo que nos impide reconocerlo y vivirlo. Pero no es la única vez en que el autor del cuarto evangelio invita a superar el templo. En el capítulo 4, que recoge el (simbólico) diálogo con la mujer de Samaría, pone en boca de Jesús esta afirmación tajante: “Ha llegado la hora en que los que rinden verdadero culto al Padre, lo adoran en espíritu y en verdad. El Padre quiere ser adorado así. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad” (Jn 4,23-24). La superación del templo significa la superación de la religión. No en el sentido de que haya que dejarla de lado –tanto la religión como el templo pueden ser medios valiosos para no pocas personas-, sino en el de no absolutizarla. La absolutización de la religión ha provocado demasiado enfrentamiento y sufrimiento entre los humanos. Como ha expresado con sabiduría Javier Melloni, “las religiones son receptáculos de una plenitud que ha sido vertida en ellas y que tratan de custodiar. Pero al custodiarla se pueden hacer insolentes. Por miedo a perderla, la blindan, y al no saber qué hacer con tanta densidad, la lanzan sobre las demás… La apropiación de esa plenitud se convierte en totalitarismo… Las religiones se hacen indigestas –no solo indigestas, sino sumamente peligrosas- cuando pretenden apoderarse del Absoluto” (J. MELLONI, Hacia un tiempo de síntesis, Fragmenta, Barcelona 2011, pp.43-44). Un síntoma claro de haber absolutizado la propia religión es la crispación con la que se defiende. En psicología se afirma que, en las relaciones interpersonales, la crispación emocional es señal inequívoca de la presencia de la propia sombra no conocida y no aceptada, que lleva a condenarla en el otro. El motivo es sencillo: al ver en el otro lo que en mí he rechazado u ocultado, nace un sentimiento de inseguridad, del que trato de defenderme achacando el problema a la otra persona. Sin embargo, la presencia de la crispación no me deja mentir: lo que me altera no puede ser nada ajeno, sino mi propio sentimiento no aceptado. De un modo similar, la crispación religiosa –que va de la mano de la descalificación del otro y del fanatismo- no revela otra cosa que ignorancia e inseguridad. Y, como suele ocurrir, se convierte en el antídoto más eficaz contra la presunción de verdad de la creencia de quien así descalifica: ¿quién querría ser “creyente” de una fe o de una religión que descalifica o ataca con tanta virulencia? Lo causa última, sin embargo, hay que buscarla en el psiquismo y, en concreto, en lo insoportable que, para algunas personas, resulta el sentimiento de inseguridad. A mayor inseguridad, más necesidad de absolutizar las propias creencias, como medio de no sentirte cuestionado. Y lo hará incluso en nombre de Dios y de sus “derechos”, de los que se considera verdadero conocedor y ardiente defensor. El jesuita y psicoanalista Carlos Domínguez Morano ha analizado toda esta cuestión con notable agudeza, hablando de las “patologías de lo religioso”. Un yo no suficientemente integrado, por falta de un adecuado contacto materno, puede verse impelido a una necesidad de poseer seguridades absolutas, incluso a sentirse como portador de una palabra absoluta. La consecuencia no es otra que la descalificación –también absoluta- de todos quienes no piensen como él: es el reflejo de una actitud fanática y paranoide (Puede verse el interesante estudio de C. DOMÍNGUEZ MORANO, en su obra Experiencia cristiana y psicoanálisis, Sal Terrae, Santander 2006, pp.158-161). Personalmente, no encuentro un texto sagrado más desactivador de cualquier absolutismo religioso que el propio evangelio. El único texto del Evangelio en el que Jesús actúa violentamente, lo recogen los cuatro evangelistas (Mateo, 21; Marcos, 11; Lucas, 19; Juan, 2). En los tres sinópticos se narra tras la entrada mesiánica en Jerusalén antes de la Pasión. Juan lo coloca al principio (Testimonio del Bautista > Elección de discípulos > Bodas de Caná > Templo). Está claro que Juan utiliza este suceso como introducción de toda una línea teológica importante.
En la interpretación del texto nos encontramos varios niveles. En primer lugar, es un suceso, que debemos admitir como tal. Que nos parezca bien o mal es problema nuestro. Ése es Jesús, que monta en cólera por la profanación del templo, que se ha convertido en un negocio, y los echa a todos a latigazos. Si esto no concuerda con nuestra imagen de Jesús, tendremos que cambiarla. La primera lectura es, por tanto sencilla: "el celo de tu Casa me devora" (Salmo 69). El Templo se ha convertido en un negocio, y en una baza política. Jesús no lo soporta. Hay, sin embargo, otra lectura más profunda, que es la que introduce Juan. El Templo está acabado. El Templo - aun cuando funcione bien, dignamente y según la Ley – ya está superado. Ahora el Templo es Jesús, el templo es el ser humano. Ya pasó el Templo lugar de residencia del dios, lugar de encuentro, fuente de favores divinos... Ni siquiera le interesan a Jesús los que creen en Él por "sus señales". El milagro no vale para la fe. ("Si no creen a Moisés y a los profetas, aunque un muerto resucite no creerán", Lucas 16,31) La destrucción del Templo había sido para los judíos la señal de que Dios estaba enfadado y les rechazaba. Es un concepto pagano que existe en todas las religiones: los dioses se enfadan y nos abandonan. Ahora Jesús proclama el abandono definitivo. Pero no es que Dios se vaya porque se enfada. Dios nunca se va. Lo que pasa es que lo provisional ha pasado, y los sacerdotes se empeñan en poseer a Dios, en usar a Dios para su seguridad y su preminencia sobre los demás. Con Jesús se ha acabado todo privilegio del pueblo elegido. Ya no hay más que servicio, y no a Dios en el Templo, sino al hombre hijo de Dios. En este tercer Domingo de Cuaresma se matiza por tanto profundamente el sentido de nuestra conversión. La "Religión" de Jesús es "otra cosa", mucho más seria, más crítica, sin concesión alguna a mitologías ni proyecciones de lo sentimental... Se nos invita a dar un paso adelante: seguir a Jesús sin concesiones. Esta es la oportunidad de analizar a fondo nuestra religiosidad. Jesús, locura para los sabios. Jesús, escándalo para la gente religiosa. La "sabiduría" de la vida enseña a ganar dinero, buscar la salud y la seguridad, dar para que te den o porque te han dado, buscar influencias, privilegios, poder, basarse en la justicia... La Sabiduría de Jesús es: "dichosos los pobres, los que sufren, los que sirven, los que piensan bien, los que son perseguidos porque trabajan por la paz..." "Deja lo que tienes, entra por la puerta estrecha..." Las "señales" de la gente religiosa son: no mezclarse con los pecadores, guardar los preceptos, practicar el culto, ser limpios de pecado ante Dios... Y los motivos para creer en Dios son las señales espectaculares, los milagros… Jesús cuenta con que somos pecadores y nos pregunta si queremos trabajar por el Reino. Come con los pecadores, elige publicanos para apóstoles, confirma al renegado Pedro como jefe de los Doce... Ni siquiera sus milagros son “señales” en el sentido que les hemos otorgado más arriba. Jesús cura y libera ante todo porque es compasivo y para que se vea presente su talante de liberador, para que se vea en qué consiste la acción de Dios. El modo de vivir de Jesús es una estupidez para la gente sensata y es un escándalo para la gente religiosa. La filosofía antigua se rió a carcajadas de la predicación de Pablo. Pilatos se rió al oír hablar de "la verdad". Herodes lo despreció por loco. Los jefes religiosos y el pueblo de Jerusalén lo crucificaron por hereje peligroso. Locura y escándalo. Los Mandamientos y el Templo representan sin duda lo que habitualmente llamamos “religión”. A Jesús no le basta con eso. No son suficientemente salvadores. Incluso pueden ser anti-religiosos, como sucedía con los fariseos, perfectos cumplidores de todo precepto, y con los sacerdotes, escrupulosos practicadores de todo rito. Jesús pasa del respeto y la obediencia a Dios ‘porque es el Señor’, al amor a Dios ‘porque es mi Madre’. Jesús pasa del no matarás, no robarás… a “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Y esto estaba ya dicho en la Ley, pero Jesús sabe y proclama que eso, no lo otro, es el corazón de la Ley. Jesús, sobre todo, no se limita a que cada uno cumpla preceptos para ser justo ante Dios sino que invita a trabajar para construir El Reino, es decir, una humanidad en que todos sean, se comporten y se sientan hijos. Y va más allá. Los sagrados ritos del Templo no le atraen: en ninguna parte de los evangelios le vemos usar el Templo más que para predicar en él. Jesús, se saltaba el descanso sabático por curar, prefería rescatar a una adúltera que cumplir lo preceptuado en la Ley. Jesús produjo un enorme escándalo. Antes la persona que la ley, antes la curación que el sábado, antes el marginal que el importante. Sin duda lo más escandaloso de Jesús fue su propia marginalidad y su preferencia por los marginados. Su marginalidad fue escándalo para los sabios, los santos y los sacerdotes. El desconocido y teóricamente iletrado carpintero de Nazaret dando lecciones a los sabios; el que se mezclaba, el que formaba parte del pueblo impuro dando lecciones de santidad a los selectos fariseos. Y se atrevía a preferir a los marginados, a los samaritanos, a los publicanos, hasta a las prostitutas; no sólo les aceptaba a su mesa sino que se iba a comer con ellas, y se atrevía, de manera provocativa, a darles el rol de buenos en las parábolas, mientras fariseos, sacerdotes y levitas representaban a los malos, a los que no agradaban a Dios. Jesús fue necedad para los sabios y escándalo para los justos. ¿Dónde ha quedado el escándalo de Jesús? Nosotros hoy practicamos y predicamos un cristianismo sabio, razonable. Templos, culto, sacerdotes, preceptos, perdón de los pecados.... Pero Jesús va más lejos. No creo que las "comunidades oficialmente católicas y ortodoxas" de nuestra sociedad tengan el menor poder de convertir a nadie. No hay más que una manera de convertir: servir por amor hasta la muerte. Eso hizo él. Y eso hacen algunas comunidades cristianas hoy. Y producen escándalo, y son perseguidas. SALMO 63 Oh Dios, Dios mío, a Ti te busco mi alma tiene sed de Ti, por ti suspira mi cuerpo, tierra seca, sedienta, sin agua. Mejor es tu amor que la vida. Mis labios cantarán tu alabanza. Yo quiero bendecirte en mi vida y levantar mis manos en tu nombre. Tendido en mi lecho pienso en Ti, en Ti medito al caer de la tarde, en Ti que fuiste mi socorro y me alegro a la sombra de tus alas. Mi alma se refugia junto a Ti y tu diestra es mi fortaleza. Mi alma tiene sed de Ti, A Ti te busco, ¡oh Dios, Dios mío! Llueve. No me resigno a los cristales. Llueve en esta iracundia estival, 37º C de sensación térmica.
Llueve y la creación responde. A unos cien metros dos caballos corren, gozan de refrescarse, juegan. Los gansos siguen su deambular comunitario; los patos buscan el charco, chapotean en el barro. Sube la intensidad, golpeteo insistente, crescendo. Se escucha el galope doble que busca refugio. El pollo que no llega a la quincena se cobija bajo la madre, ésta bajo la mesa bajo el roble: triple barrera y el bebé se mantiene razonablemente seco. Vengo siguiendo el entrenamiento desde el día en que el único huevo se abrió. La primera salida de la gallina, a puro cacareo intimidatorio, hacia los primeros alimentos. El salto desde el nido con el pichón en el pico un par de días después. Los primeros pasos; la elección de comida muy supervisada por la hembra que tragaba velozmente todo lo que el crío no pudiese procesar, la primera uva pelada para que le llegase sólo la pulpa, el hollejo inaugural. La enseñanza de la limpieza de plumas y de cómo ahuyentar mosquitos a picotazos. Hoy, ya los separa un metro y la gallina no desespera, lo deja hacer aun en esta llovizna. Los gansos imperturbables incluso cuando el gotear aumenta, apenas una curva en el cogote o un aleteo para el secado. El resto del tiempo una inmovilidad que obliga a cuestionarse si han caído bajo algún hechizo petrificador lanzado con varita de lluvia. El sistema de vigías, distintas direcciones de observación para cada cual; protección de la bandada que recae en la tarea pequeña, sostenida y precisa de absolutamente todos los miembros. Llueve menos ahora. El sol se abre un hilo entre los nubarrones, entre el roble y la araucaria. Cómo despierta la tierra con la lluvia. Cae silenciosa por unos instantes, las flores pujan nuevas turgencias, todo reluce en verdor más límpido. En el fondo de la tierra, en lo invisible, la humedad convoca nutrientes, inflama semillas hasta explotarlas en brote. En el interjuego de lo que llega desde afuera, de ese llanto gozoso del cielo, con lo que late en lo profundo; en el entramado de lo más novedoso de la simiente con el suelo aromado por siglos de sedimentos. En el entrecruzamiento de los opuestos… estalla la vida. Y el gallo canta, confirmando el día nuevo. Cumplió con su tarea el manantial celeste. Vuelven trinos y gorjeos como levantados por el beso del príncipe. Todo retorna a lo habitual –como yo en un par de días regresando a mi ciudad de piedra. Un ganso lanza quién sabe qué advertencia. Los perros vienen a buscar mi saludo. Todo está igual que antes de la lluvia, pero renovado, más vital. Será eso la cuaresma. Un tiempo para que la lluvia de lo alto nos penetre las entrañas. Que revuelva las honduras y despabile lo escondido. Que nos impulse al resguardo mutuo y nos anime a la intemperie combativa. Que nos ponga en búsqueda del sol que espía en rincones inesperados. Que el “retorno a la vida” nos encuentre reconectados con los sueños. A menudo se plantea esta cuestión. ¿Es Dios una persona que está allá en el cielo? El concepto de un Dios personal representa la más antigua tradición. Viene de antaño cuando nuestros ancestros creían en un mundo en tres pisos, el cielo donde moraban los dioses o Dios; la tierra donde habitan los hombres; y bajo tierra, el lugar de los muertos. Dios era "ubicado" en un lugar concreto, allá arriba, desde donde intervenía de vez en cuando para mejorar o corregir las cosas que no andaban bien en la tierra.
¿Pero en realidad qué sabemos de Dios? Si decimos que es una persona como nosotros, caemos en un antropomorfismo. Pero si decimos que es impersonal, en el fondo caemos en lo mismo. Porque tomamos al ser humano como referencia y en base a eso tratamos de describir a Dios. Pero ambas ideas (personal e impersonal) pertenecen al lenguaje humano, ya que en realidad Dios es el Indecible, el Inefable. Ahora bien, no podemos quedarnos en el silencio. Tenemos la necesidad de "expresar" nuestra experiencia de aquello que no es sin nosotros y que es más que nosotros. Si no lo hacemos nos arriesgamos a que desaparezca en una nebulosa sin significado. Lo que expresamos es nuestro encuentro con el Misterio que nos habita, más bien que una explicación sobre Dios mismo. Por lo tanto todo lenguaje sobre Dios debe ser una imagen, un símbolo o una metáfora. Si no tenemos un "saber", en cambio sí tenemos lo que pertenece al "creer". A aquello en lo cual confiamos, a lo que damos nuestro "corazón". Literalmente Dios no es una persona como nosotros, ni simplemente una fuerza impersonal. Pero si admitimos que no somos capaces de describir lo que Dios es, y no tomamos literalmente las imágenes que nos proponemos, podremos expresar nuestra fe de diferentes maneras. Al orar, personificamos a Dios, ya que a veces tenemos necesidad de un interlocutor divino con el cual expresar lo que hay de más profundo en nuestro ser. Así nos dirigimos a Aquel que está "en nosotros y más allá de nosotros". Hay otros creyentes que experimentan en ellos una fortaleza interior que les transmite una alegría para vivir. En este caso, la oración se convierte en contemplación, en un sumergirse en las profundidades de la vida, en el discernimiento de una presencia. Entonces ¿qué o quién es Dios? Quizás lo más sencillo es decir que Dios es Dios. No es una persona ni una fuerza, tomadas estas palabras literalmente, si bien hay algo en nosotros que nos hace concebirle de estas maneras. Podemos afirmar que hay en nosotros algo que nos pone en "relación" con Dios. Tenemos una experiencia con una trascendencia que está en nosotros. La manera con la que respondamos a esa interpelación nos irá mostrando las diferentes expresiones de espiritualidad. Intentemos ponernos de acuerdo al menos en un punto. Quizás podamos hablar de una Presencia en nosotros, que no viene de nosotros y que es más que nosotros. Una Presencia con la cual "contactamos" de una forma u otra. Pero no hay que plantearse el dilema de lo personal o impersonal para hablar de Dios. Marcus J. Borg en su libro "La Esencia del Cristianismo" (PPC) dice que Dios tiene más que ver con una presencia personal que con una fuerza impersonal. Claro que decir que es una persona, es algo muy limitado. Así que podemos utilizar las dos fórmulas siendo conscientes que no son sino descripciones, aproximaciones. Por una parte llamaremos a Dios "el Fundamento del Ser", "la Fuente de la vida y del Amor", "el Dinamismo creador" y por otra le diremos "Padre", "Madre", "Amigo" o " Salvador". Según las necesidades de cada uno, estableceremos una relación diferente con Dios. En nuestros cultos se utilizan ambos lenguajes. Incluso estas dos maneras de hablar se encuentran en la Biblia. (Roca, Viento, Amor, Padre, Señor...) Las Escrituras nos advierten constantemente de que no es posible definir a Dios. ¿Y Jesús? Es el Hombre que encarnó esta Realidad. Mostró lo que esa Presencia puede realizar en una vida humana. Gracias a él identificamos a Dios con la compasión, el amor, la justicia y la verdad. Él es además la personificación de Dios y la manifestación de su Amor. Es el Hombre verdadero, en plenitud, y la presencia de Dios en el mundo. Nos llama a seguirle, para que nosotros también nos convirtamos en una "encarnación", una presencia de lo Divino. Cuando seguimos a Jesús, viviendo sus valores, los del "Reino de Dios", lo invisible se hace ver. Dios está ahí. ¿Es Dios una persona? No es menos que una persona (es más) y más que una fuerza impersonal. Una Presencia de Amor y de Vida, que ha sido desvelada en la vida de Jesús de Nazaret, quien puede ayudarnos a reconciliar los dos lenguajes, las dos maneras de expresar esa experiencia del Inefable. Soy de la generación que tenía 20 años de edad en la década de 1960. Generación que vibró con el éxito de la Revolución Cubana, la victoria del heroico pueblo vietnamita sobre la mayor potencia bélica y económica de la historia (EEUU); que admiró a los Beatles y que, gracias a la píldora, conquistó la emancipación de la mujer y la revolución sexual, y redujo el prejuicio de la homosexualidad.
Generación que en América Latina se movilizó en las calles y en las montañas contra las dictaduras militares. Generación que tenía como ejemplos de vida a personas altruistas como el Che Guevara, Luther King, Mandela. Generación que presenció la realización del Concilio Vaticano II, convocado por el aperturista Juan XXIII, y aprendió a respirar una fe liberadora junto a los pobres e hizo surgir las Comunidades Eclesiales de Base y la Teología de la Liberación. En fin, una generación que se movía inspirada por paradigmas fundados en grandes relatos, en ideales históricos, en utopías liberadoras. Generación que ansiaba cambiar el mundo y soñaba, con los ojos bien abiertos, con un nuevo proyecto civilizatorio, en el que fuese suprimida la miseria, el hambre, la exclusión social, el imperialismo, la opresión, y predominasen la solidaridad, el compartir, el derecho de todos a tener asegurados sus derechos humanos y planetarios. El sueño se acabó. El socialismo fracasó (todavía en Cuba resiste entre dificultades, conquistas sociales y compromisos internacionalistas) y el mundo se volvió unipolar bajo la hegemonía del capitalismo neoliberal. Se introdujo la globo-colonización (la imposición al planeta del modelo de vida made in USA), se incrementó el belicismo (Iraq y Afganistán) y las guerras de baja intensidad; quedó aislada África, esquilmada por siglos de colonización. ¿Qué futuro? Nuevas tecnologías de comunicación acortan el tiempo y el espacio y promueven la homogenización cultural según patrones consumistas. Los sueños ceden lugar a las ambiciones (de poder, fama, belleza y riqueza); la búsqueda del hedonismo se sobrepone a la ética del trabajo; la especulación predomina sobre la producción; la relativización de los valores fragiliza las instituciones fundamentales de la modernidad, como la familia, la Iglesia, la escuela y el Estado. La realidad se fragmenta como en el giro alucinado del caleidoscopio. La posmodernidad emerge y propone el interés individual como el parámetro prioritario. Reina el cuidado excesivo del cuerpo (fitness); la presentación del artista parece tener más importancia que su obra de arte; las religiones abrazan los criterios del mercado y prometen milagros listos para llevar; el fundamentalismo resucita al «Señor de los Ejércitos». La muerte de las ideologías libertarias y el predominio de la óptica neoliberal como sinónimo de democracia y libertad aceleran el proceso de deshumani-zación. Pásase de lo colectivo a lo privado, de lo social a lo individual, de lo histórico a lo momentáneo. Lo que era pueblo se transforma en un aglomerado de personas; las clases se enzarzan en intereses personales movidos por el mimetismo espejado en el comportamiento de la élite; la nación se deja recolonizar por la progresiva mercantilización de la aldea mundial. Frente a esa realidad fragmentada sobrevuela la pregunta: ¿Qué futuro? La barbarie de un capitalismo depredador, excluyente, de represión implacable contra el flujo migratorio de los pobres, de calentamiento planetario y degradación ambiental, de imperio del narcotráfico y del entretenimiento de la imagen (TV e internet) desprovisto de contenido? ¿Un mundo basado en la competición, en la progresiva apropiación privada de la riqueza, en la transformación de los derechos sociales -como alimentación, salud y educación-, en meras mercancías a las que tengan acceso solamente aquellos que pueden pagar? El Foro Social Mundial propone: «Otro mundo es posible». ¿Es posible? ¿Cuál sería su diseño y los paradigmas de ese otro mundo posible? Si queremos escapar de la barbarie no queda otra esperanza fuera de la defensa intransigente del medio ambiente; del repudio a todas las formas de prejuicios y discriminaciones, fundamentalismos y segregaciones; del diálogo interreligioso y de la espiritualidad capaz de potencializar nuestra capacidad de amar y de solidarizarse. No habrá futuro saludable si desde ahora, en el presente, no hay fortalecimiento de los vínculos gregarios de movimientos sociales, asociaciones, sindicatos y partidos, en función de proyectos comunitarios y derechos colectivos. Tal desafío supone el rescate del carácter histórico del tiempo, de los grandes relatos, del valor de las causas humanitarias, de una visión del mundo y de la vida que rompa los límites del aquí y del ahora para proyec-tarse en el futuro que atraviesa y al mismo tiempo sobrepasa todos los modelos de futuro -aquello que Jesús llamó Reino de Dios, que no reside allá encima, se sitúa allá adelante, a la culminación de todos nuestros sueños y utopías. En suma, se trata de buscar una calidad de vida más próxima posiblemente de la propuesta del sumak kawsay (vivir en plenitud) de los pueblos originarios andinos, que del consumismo exacerbado de los centros de compra. «Vivir en plenitud» o buen vivir no coincide con la propuesta consumista de una existencia respaldada por el dinero, la posesión de bienes de confort, las condiciones de seguridad predominante sobre las de libertad. Si sumak kawsay merece figurar como nuestra Gran Causa hoy, hay que comprometerse con las varias causas capaces de converger en esa dirección. Hay muchas causas sectoriales o corporativas, como la indígena, la de la mujer, la de los homosexuales, la de los negros, la de los sin-tierra y sin-techo, la de los migrantes y, entre otras, la ecológica. El desafío es cómo ampliar tales luchas dentro de una visión sistémica, pues pretender obtener todas las conquistas de cada una de esas causas dentro del capitalismo neoliberal es creer que se pueda obtener un paño nuevo remendando varios retales viejos. Es necesario, cada vez más, articular las luchas de los varios movimientos populares y sociales, de modo que el movimiento de mujeres no sea mero espectador de lo que ocurre al movimiento de los sin-tierra, y que éste no se limite a acompañar por la TV la movilización del movimiento indígena. Sin que la lucha de uno se torne lucha de todos, difícilmente se alcanzará el sueño de una sociedad que favorezca la vida en plenitud. La vida sólo vale la pena ser vivida movida por sentimientos y prácticas de amor, de justicia, de respeto a las identidades y a los derechos del otro. Sólo así seremos capaces de saciar nuestra hambre de pan y aplacar nuestra sed de belleza Hay cosas que no se escriben, ni se dicen ni se entienden porque son demasiado grandes.
Apenas si conocemos la superficie de las cosas. En la superficie de las cosas es en donde únicamente solemos bregar, buscar, sufrir y morir. En la marejada provocada por los vientos del miedo y del odio, en un mar desencajado, y en su frágil esquife de arcilla navega el ser humano. Aquí y allá lo impulsa algún soplo de sabiduría, de grandeza, de felicidad y de belleza, pero a menudo se pierde y termina destrozado contra una roca o ahogado en el abismo marino. En esos lugares oscuros nacen los héroes, las estrellas, los dioses y los monstruos que pueblan nuestro imaginario, nutren nuestra memoria y frecuentan nuestros sueños. Sin embargo, no es allí donde el hombre se encuentra a sí mismo en verdad ni podrá jamás encontrar a su Dios. Porque Dios y el hombre, en su realidad verdadera, se pueden hallar sólo a un nivel muy distinto. No le pidas a tu inteligencia que conozca algo que la supera. Sería como esperar que un árbol caminara o que un pato se sorprendiera ante un Picasso o con una fuga de Bach. Ese Dios de la fe del que se dice que crea, ama, libera, se hace uno con nosotros en la carne, el que al mismo tiempo es Uno y Tres y es simplemente Amor, en realidad, nunca se alcanza a comprender. Ni se alcanza a conocer al humano hecho a su imagen y semejanza. Cuando uno pretende comprenderlo, lo achica, lo deforma y a veces, aún sin querer, lo caricaturiza. Porque Dios en su grandeza y el hombre en su profundidad no pueden explicarse ni decirse. No pueden asirse. El lenguaje de la razón o el de la imaginación pueden a lo sumo dar indicios, pistas, signos, pero nada pueden explicar en verdad. ¿Cómo describirle los colores a un ciego, la música a un sordo y enseñarle el tango a un rengo? Lo indecible, lo increíble, lo inaudito no pueden “asirse” salvo que se baje a una profundidad tan grande de nuestro ser que ni siquiera sospechamos que pueda existir. Para llegar allí, es necesario desfondarse. Porque hay como una especie de piso que nos separa de la parte más importante de nosotros mismos. Algo como una separación estanca entre el “subsuelo” de nuestro ser y la “planta baja” donde solemos vivir. Por lo tanto, para conocernos en verdad, y conocer algo de Dios, primero hace falta creer en la existencia de… ese “subsuelo” misterioso. Admitir la posibilidad de esa realidad, admitirla en la oscuridad, integrarla a nuestro espíritu y abrirnos simplemente a ella. Ese espacio es inviolable; es un santuario. Dicen que es un Edén custodiado por querubines remolinando espadas que disparan rayos... Imposible entrar allí por algún esfuerzo de la voluntad propia. Es un espacio sellado, sagrado. Es “otro”. No podemos hacer nada para penetrarlo salvo estar atentos, “despiertos”, listos(Lucas 12, 35). Dicen también que sólo los pobres y los niños tienen acceso más fácil a ese lugar porque ellos no tienen puertas trancadas ni techos a toda prueba. No tienen nada que los retenga, están siempre listos para partir hacia donde les esperan el pan y alguna felicidad… “Se rasga de arriba abajo” la cortina del santuario, rueda la pesada piedra que tapa la entrada y se abre por sí sola la puerta a la hora en que llegamos al final de nosotros mismos, cuando todo se ha consumido. Lo cual puede darse en cualquier momento de la vida. En ese mero momento sale a relucir lo que uno o una en verdad ES, en el resplandor de Dios, “El-Que-Es”. Como el alba, como la aurora, como una mañana de sol cósmica emerge el SER VERDADERO entre brumas de oro que tardan una eternidad en disiparse. En los tres ciclos litúrgicos leemos el segundo domingo de cuaresma, el relato de la transfiguración. Hoy leemos el de Marcos, que es el más breve, aunque hay muy pocas diferencias con los demás sinópticos. Lo difícil para nosotros es dar sentido a este relato. Marcos coloca este episodio entre el primer anuncio de la pasión y el segundo. Parece que hay una intención clara de contrarrestar ese lenguaje duro y difícil de la cruz.
EXPLICACIÓN Es muy complicado encontrar un significado coherente con nuestra perspectiva actual. Sobre todo, si nos negamos a entrar por la puerta fácil y trillada de la explicación oficial. Para mí, es inaceptable que Jesús se dedicara a hacer su puesta en escena particular. Mucho menos que tratara de dar un caramelo a los más íntimos para ayudarles a soportar el trago de la cruz (cosa que no consiguió). Con ello estaría fomentando lo que tanto critica Marcos en todo su evangelio: poner como objetivo último la gloria; aceptar que lo verdaderamente importante es el triunfo personal, aunque sea a través de la cruz. La misma estructura del relato y su redacción a base de símbolos del AT, nos advierte de que no se trata de un hecho histórico, sino de una teofanía, a ejemplo de las que se narran a lo largo de todo el AT. Como todas las epifanías, no supone que Dios en un momento determinado, desde su omnipotencia, realice un espectáculo de luz y sonido. Son solamente experiencias subjetivas que en un momento determinado garantizan la presencia de lo divino en un individuo concreto. La presencia de lo divino es constante en toda la realidad creada, pero el hombre puede descubrir esa cercanía y vivirla de una manera experimental en un momento determinado de su vida. A Dios nunca podemos acceder por los sentidos. Si en esa experiencia se dan percepciones sensoriales, se trata de fenómenos paranormales que la misma persona produce. Dios está en cada ser acomodándose a lo que es como criatura, no cambiando o violentando nada de ese mismo ser. Es más, la llegada a la existencia de todo ser, es la consecuencia de la presencia divina en él. Esto no quiere decir que la experiencia de Dios no sea real. Quiere decir que Dios no está nunca en el ‘fenómeno’, sino en el ‘noúmeno’. “Si te encuentras al Buda, mátalo”. El domingo pasado decíamos que Jesús, como verdadero Hijo de hombre, tuvo que luchar en la vida por alcanzar su “salvación”. Esto es la consecuencia de ser completamente humano. El relato de hoy quiere decir que aún siendo hombre, había en él algo, que iba más allá de lo humano. Es muy probable que se trate de un relato pascual que, en un momento determinado se consideró oportuno retrotraer a la vida terrena de Jesús.En los relatos Pascuales, se insiste una y otra vez, en que ese JesúsVivo, es el mismo que anduvo con ellos por las tierras de Galilea. En la trasfiguración, se dice lo mismo, pero desde el punto de vista contrario. Ese Jesús que vive con ellos es el mismo Cristo glorificado. Quiere demostrar que lo que descubrieron de Jesús después de su muerte, ya estaba en él durante su vida, sólo que no fueron capaces de apreciarlo. Jesús fue siempre lo que se quiere contar en este relato, antes de la muerte y después de ella. Lo que hay de divino en Jesús, está en su humanidad, no añadido a ella en un momento determinado. Este mensaje es muy importante a la hora de superar visiones demasiado maniqueas de Jesús con el fin de manifestar de manera apodíctica su divinidad. “A los seis días” tiene un carácter simbólico. El sexto día del Génesis, tiene lugar la creación del hombre. A los seis días de trabajo sigue el descanso del sábado. También Moisés sube al monte Sinaí y está seis días cubierto por la nube, y al séptimo le habla Dios. Pedro, Santiago y Juan fueron los únicos a los que Jesús cambió el nombre. Era buena gente, pero un poco duros de mollera. Parece que necesitaban clases de apoyo para poder llegar al nivel de comprensión de los demás. Los tres acompañan a Jesús en la agonía del huerto. Los tres son testigos de la resurrección de la hija de Jairo. Pedro acaba de decir a Jesús, que de pasión y muerte, ni hablar. Santiago y Juan van a pedir a Jesús, en el capítulo siguiente, que quieren ser los primeros en su reino... Los tres demuestran no haber entendido nada del mensaje de su Maestro. Los tres necesitan un buen correctivo. La montaña alta, la nube, la luz, la voz, el miedo, son todos elementos que aparecen literalmente en las teofanías del AT. El monte sin nombre, es una clara referencia al Sinaí. Lugar de la más grande teofanía. La nube fue siempre signo de la presencia de Dios. La nube traeagua, trae sombra, trae vida. Sobre todo en el tiempo del desierto está siempre presente como signo de que Dios les acompaña. Los vestidos blancos son signo de la divinidad. El hecho de que todos sean símbolos, no disminuye en nada la profundidad del mensaje que nos quieren transmitir; al contrario, al emplear el lenguaje bíblico se asegura la comprensión de los destinatarios que eran todos judíos. Moisés y Elías conversando con Jesús. Además de ser los testigos de grandes teofanías, representan todo el AT, la Ley y los profetas. Me pregunto cómo supieron que se trataba de esos dos personajes. También me gustaría saber en qué lengua hablaban. Está claro que lo que se intenta es manifestar el traspaso del testigo a Jesús. Hasta ahora, La Ley y los profetas eran la clave para descubrir la voluntad de Dios. Desde ahora, la clave de acceso a Dios será Jesús. ¡Qué bien se está aquí! Para Pedro era mucho mejor lo que estaba viendo y disfrutando que la pasión y muerte, que les había anunciado unos versículos antes Jesús para dentro de muy poco. Cuando les anuncia por primera vez la pasión, Pedro había dicho a Jesús: ¡Ni hablar! Pero ahora se encuentra a sus anchas. Vamos a hacer tres chozas. Pedro está en la “gloria”, y pretende retener el momento. Pedro, tan espontáneo, diciendo lo que piensa, manifestando su falta total de comprensión del mensaje de Jesús. Le ha costado subir, pero ahora no quiere bajar, porque se habían acercado a Jesús con buena voluntad, pero sin descartar la posibilidad de medrar. Todos estamos dispuestos a subir, pero nos cuesta mucho bajar. No habrá plenitud de humanidad, mientras los de arriba no decidan bajar, y los de abajo no renuncien a subir por encima de los demás. Al poner al mismo nivel a los tres personajes, Pedro niega la originalidad de Jesús. No acepta que la Ley y los profetas hayan cumplido su papel y están ya superados. La voz corrige esta visión de Pedro. ¡Escuchadle! Es la palabra clave. A Moisés y Elías les habéis escuchado hasta ahora. Llega el momento de escucharle solamente a él. El AT ha sido para los primeros cristianos, y sigue siendo hoy, el mayor obstáculo para escuchar a Jesús. Hoy también lo es la estructura religiosa y todos los prejuicios que nos han inculcado sobre el mismo Jesús. Escuchar, es la actitud básica del discípulo. En el Éxodo, escuchar a Dios no es aprender de Él, sino obedecerle. La Palabra que “escuchamos” nos compromete y nos arranca de nosotros mismos. No contéis a nadie... Es la referencia más clara a la experiencia pascual del relato. No tiene sentido hablar de lo que ellos ni estaban buscando ni habían descubierto. No solo no contaron nada, sino que a ellos mismos se les olvidó muy pronto. En el capítulo siguiente nos narra Marcos la petición de los primeros puestos por parte de Santiago y Juan. Pedro siguió sin enterarse de quién era Jesús y termina negándolo ante una criada. Estos dos hechos hubieran sido impensables después de una experiencia como la transfiguración. APLICACIÓN La conclusión no es que no tengamos más remedio que aceptar la cruz porque esta sea el único camino para la gloria. Ni para Jesús ni para nosotros, programa Dios unos sufrimientos porque quiera premiarnos con mayor gloria. No se llega a la vida a través de la muerte, sino que en lo que llamamos “muerte” está ya la Vida. Seguimos aferrados a la dinámica de Pedro. Seguimos buscando una gloria que no tiene nada que ver con el evangelio. La única noticia buena es que la mayor gloria que podamos imaginar, ya está aquí. Pero está en la humillación y en la derrota, aceptada por amor, y no nos lo creemos. Sólo en la muerte de mi “ego” puedo alcanzar la verdadera “gloria”. Con relación al AT, tenemos un mensaje muy claro en el relato de hoy: hay que escuchar a Jesús para poder comprender La Ley y los profetas, no al revés. Seguimos demasiado apegados al Dios del AT, como si el mensaje de Jesús nos viniera demasiado grande. Como Pedro, a lo más que nos hemos atrevido es a poner al mismo nivel a la Ley, a los profetas y a Jesús. Todavía no nos hemos creído del todo que Dios sea Padre, Amor, Misericordia, Compasión. Seguimos escuchando mensajes sobre un dios que premia a los buenos y castiga a los malos, que curiosamente siempre son los otros. Aplicando a Dios el método que nosotros empleamos con los animales, domesticarles a base de palo y zanahoria, estamos ridiculizando a Dios y desconfiando del hombre. Meditación-contemplación ¡Escuchadle! No se refiere sólo a lo que nos dijo con sus palabras. En Marcos Jesús nos habla más y mejor con sus hechos. El mayor atractivo de Jesús es su coherencia. En él, lo que pensaba, lo que decía y lo que hacía era todo uno. …………………… Esa autenticidad es la clave de un verdadero ser humano. Jesus era verdad, le miraras por donde le miraras. Ahí tenemos el modelo y el ejemplo. Nuestro objetivo será arrancar de nosotros la mentira. ……………… Ahí está la tarea de toda nuestra vida: purificar, día a día, nuestros pensamientos; apartar de nuestra lengua toda mentira; evitar en todas nuestras acciones la falsedad. No vamos a entrar en el tema de la historicidad del género. No hay un acuerdo entre los exegetas. Pero el significado del texto es claro. Una manifestación de la presencia de Dios en Jesús, conectada con el Antiguo Testamento, con la Pasión y con la Resurrección. Se hacen presentes varios elementos muy significativos:
Los signos de la divinidad: el monte, la nube, la luz, la voz. Nos parece estar en el Sinaí y oír la voz "Yo soy el Señor tu Dios, no tendrás otro dios". Los personajes: Moisés y Elías, los dos que han "visto a Dios" en la cumbre del Sinaí. Son los dos personajes representativos de "la Ley y Los Profetas" Jesús se retira al monte: como en el monte de la tentación, como cuando se retira a orar antes de las grandes decisiones, como en la víspera de la pasión (acompañado de los mismos tres discípulos). En medio de la gloria, se habla de la cruz y la resurrección: como casi siempre, el triunfo de Jesús pasa por la cruz, no por la glorificación humana. En conjunto, se presenta, pues, a Jesús como "El Mesías", la plenitud de la Antigua Alianza, el cumplimiento de la promesa. "Este es mi Hijo amado: escuchadle", como escuchasteis a Moisés y a los Profetas. Se presenta también la tentación de un mesianismo fácil, esplendoroso y triunfal. No es así: la presencia del Hijo es para compartir el pecado y la muerte. Y el amor salvador de Dios será más fuerte. No es una salvación "desde fuera", una manifestación de esplendores que lo transforman todo por magia. Es la encarnación de Dios, que para salvar al hombre no "escatima" ni a su propio hijo. Y este es el Hijo. R E F L E X I Ó N La escena de la Transfiguración se sitúa, en los tres sinópticos, en el contexto de los anuncios de la Pasión. Los discípulos estaban dispuestos a aceptar que Jesús era el Mesías esperado, pero no estaban dispuestos a esperar un Mesías como Jesús. Que el Mesías acabase crucificado por sus enemigos estaba fuera de todas sus expectativas. El anuncio de la Pasión rompía todas esas expectativas, sembraba en ellos la duda, como sucedió de hecho cuando la muerte en cruz supuso la más terrible crisis de su fe en Jesús. En este momento, en que Jesús empieza a dirigirse ya a Jerusalén, consciente de lo que allí le puede suceder, los evangelistas sitúan esta manifestación de su fe en Jesús, vistiéndola de todos los signos de la presencia de la divinidad. Solamente después de la inenarrable experiencia de la resurrección pudieron los discípulos creer en el crucificado. Y esa experiencia es la que se expresa anticipadamente en la Transfiguración, como si se nos pusiera sobre aviso antes de acercarnos a la cruz. La muerte en cruz de Jesús no será su fracaso, sino su triunfo: el triunfo de su consecuencia hasta el final, el triunfo de su entrega total, el triunfo de su opción por los más marginales, el triunfo de su concepción de la vida y su jerarquía de valores. Durante las horas que Jesús pasará en la cruz, sus enemigos le desafiarán: “baja de la cruz y creeremos en ti”. Si hubiese podido bajar de la cruz, nosotros no podríamos creer en él, porque ya no sería uno de nosotros. Pero no podía bajar. El hombre lleno del Espíritu, el Hijo Predilecto, carga con la cruz como todos; por eso podemos creer en él. Esta imagen de Jesús es una revelación indispensable para nosotros. No son los resplandores los que manifiestan al Espíritu, sino su capacidad de cargar con la cruz como todos. Y es fundamental percibir que el Espíritu no le evita la cruz, sino que le hace capaz de ser coherente hasta la muerte. Los simbólicos resplandores del Tabor no hacen más que recordarnos que el Espíritu está en él. Jesús es el mejor cumplidor de sus propias enseñanzas. “El que busca su vida la echa a perder; el que la pierde la gana”. “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, se queda solo; si muere, da fruto”. Jesús es el que ha echado a perder su vida, a los ojos y criterios de muchos. Jesús crucificado es un grano de trigo enterrado. Pero en su capacidad de ir hasta el final radica su credibilidad, de ella nace nuestra fe en él, nuestra fe es el fruto. Los discípulos ponían la credibilidad del Mesías en exhibiciones de poder. Pero la credibilidad está en su coherencia absoluta en su lucha contra todo mal humano, contra la enfermedad y la ignorancia, y en su opción radical por los más marginales contra los poderes de los que decían representar a Dios. Por eso tuvo que morir, y por eso nos resulta creíble. La escena de Jesús Transfigurado representa plásticamente que “Dios estaba con él”, para que, cuando le veamos crucificado, sigamos creyendo que Dios está con él. Esto nos obliga a cambiar nuestra imagen de Dios. Nos hemos preguntado por el origen del mal y su existencia nos hace dudar de Abbá. En este domingo se nos da una respuesta que no satisface nuestra curiosidad sobre el mal, pero nos informa de la posición de Dios respecto a nuestro mal. Dios es el que no escatima ni a su propio hijo predilecto, en su esfuerzo por salvar. No hay aquí explicaciones filosóficas sobre el problema del mal, sino oferta y desafío a la fe. Jesús es así porque así es el Espíritu de su Padre. Creemos que el Padre es Abbá porque vemos cómo es su hijo. Esta es la imagen que nos ofrece también la primera lectura. Abbá es como Abrahán, el que es capaz de entregar a su propio hijo. Y de aquí se deduce el himno triunfal de Pablo. Ninguna tribulación, ningún mal de la vida podrá hacernos dudar de Abbá, porque hemos visto su Espíritu en el Hijo, capaz de entregarse hasta la muerte por nosotros. También nosotros necesitamos “transfigurar nuestra vida” y especialmente nuestra cruz. Ni Jesús ni nosotros hemos recibido información sobre la causa del mal, ni podemos responder a las preguntas sobre su origen, ni nos explicamos cómo Abbá puede ser compatible con nuestro mal, con tanto mal. No hemos recibido esta información, pero sí otra: que Abbá está con nosotros contra el mal, que se puede superar el mal, que se puede llevar la cruz y que es misión de los hijos aceptarla como parte de la vida y transfigurarla. Nada de esto es una evidencia, ni se desprende de una lógica ni de una filosofía. Sólo sabemos lo que vemos en Jesús: que el Hijo Predilecto es capaz de ir hasta la muerte por salvar. En eso, y solamente en eso, conocemos el corazón de Dios, ya que Jesús es así precisamente porque está lleno del Espíritu. Todas las demás explicaciones del mal del mundo pueden ser muy respetables, aunque probablemente todas sean insuficientes. Pero nosotros, los seguidores de Jesús, solamente sabemos del mal lo que Jesús sabía, y aceptar a Jesús crucificado es comportarse ante el mal como él. Creemos en la doctrina de un sabio antiguo porque nos resulta convincente. Admiramos a un hombre extraordinario, de los que dejan huella. Todo eso es bueno y verdadero, pero la fe, además de todo eso, ve en Jesús algo más. Y este es el punto en que nuestra fe es hoy interrogada. ¿Creemos que en Jesús podemos ver cómo es Dios mismo, Dios con nosotros, presencia entre los hombres del amor salvador de Dios? Será esto lo que celebremos el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección. Por eso le llamamos "el Hijo Único" porque en todos los demás se ve a Dios muy mal, pero "en Él reside toda la plenitud del Espíritu". Ver la vida, la riqueza, la pobreza, el poder, el sufrimiento y el placer, el trabajo y el ocio, la juventud, la vejez y la muerte....ver todas las cosas con los ojos de Jesús - eso es convertirse - es una apuesta, un riesgo, nacido de un convencimiento, de un acercamiento personal profundo, de un enamoramiento, que es fruto de la oración, de la puesta en práctica cotidiana... es el crecimiento, la conversión continua, la peregrinación, el oficio de caminante... ¿Cuánto me fío de Jesús? Podemos volver a leer una palabra suya, que es como un desafío: "El que escucha mis palabras y las pone en práctica es como un hombre inteligente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia y vinieron los torrentes, y se desencadenaron los vientos contra aquella casa, y aguantó, porque estaba construida sobre roca. Pero, al contrario, el que oye mis palabras y no las pone en práctica es como un necio que ha edificado su casa sobre arena, y al venir la lluvia y los vientos, la casa se derrumbó, porque estaba cimentada sobre arena." O R A C I Ó N Podemos recitar este fragmento de la Primera Carta de Juan. Es un "Credo" mucho más profundo que el que decimos en la Misa, que casi es solo un puñado de afirmaciones dogmáticas. Este es un acto de confianza, una proclamación de nuestra aceptación de la GRAN NOTICIA. Lo que era desde el principio lo que nosotros hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, lo que nuestras manos han tocado del Verbo de la Vida, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos... Ved qué gran amor nos ha tenido el Padre, para que se nos llame "hijos de Dios", pues lo somos... Queridos, desde ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, tras esta manifestación, seremos semejantes a Él, porque le veremos cara a cara... En esto se ha manifestado el amor de Dios por nosotros: Dios ha entregado su hijo único al mundo para que nosotros vivamos por él... No es que nosotros le hayamos amado primero, sino que es Él el que nos ha amado y ha enviado a su hijo.... Queridos, si Dios nos ha amado tanto, nosotros debemos también amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca; si nosotros nos amamos, Dios permanece en nosotros y su amor se realiza en nosotros.... Y nosotros, nosotros hemos contemplado y testificamos que el Padre ha enviado a su hijo, el salvador del mundo. Montaña alta, luminosidad, color blanco… Son signos que colocan el relato en el ámbito de lo divino. De ese modo, parece hacernos una doble invitación: por un lado, a vivirnos conscientemente conectadoscon el Misterio último de lo Real; por otro, a reconocer esa Realidad como la dimensión más profunda de todo lo que es, nosotros mismos incluidos.
Es la mente la que, por la propia naturaleza del pensar, tiene que fraccionar y separar lo real. Como consecuencia, al tomar su lectura como si fuera una representación exacta de las cosas, terminamos asumiendo la creencia, incuestionada, de que todos son objetos separados: las cosas, los otros, uno mismo, Dios… La mente convierte lo real en una infinidad de “islotes” separados, a los que atribuye desigual importancia o jerarquía. La realidad, sin embargo, es no-separación. Como siempre han visto los místicos –y hoy experimentan los físicos, en el mundo de las partículas elementales-, todo es Uno en las diferencias aparentes. El Fondo de todo lo real es uno y el mismo Fondo. Y ese Fondo es lo que constituye nuestra verdadera identidad. El Fondo de todo lo humano y de todo lo material es el mismo Principio divino. ¡Se comprende bien la reacción de Pedro, apenas lo atisbó!: “Qué bien se está aquí. Vamos a hacer tres tiendas”. Como Pedro, también nosotros, mientras no hemos vislumbrado nada, esto puede parecernos una locura…, o hasta una blasfemia. Pero en cuanto se nos regala “verla”, caemos en la cuenta de que ésa es nuestra identidad; en cierto sentido, es como si, cuando eso se produce,recordáramos lo que somos y, al recordarlo, iniciamos el camino devuelta a casa (las “tres tiendas”). La palabra que aparece en el relato –“Este es mi Hijo amado”- lo explicita. Ser hijo es “estar naciendo” en permanencia de ese mismo Fondo originante, fuente de todo lo que es. Dentro de los límites del lenguaje, podría decirse que es ese mismo y único Fondo el que se manifiesta en formas temporales o transitorias. Y que, como se expresa en Jesús, así se expresa en cada ser humano. Por eso, en la tradición cristiana, reconocemos a Jesús como nuestra “referencia”, la imagen más nítida en la que el Fondo se manifiesta. Pero no por un “privilegio” especial, sino porque Jesús de Nazaret fue el hombre que no puso obstáculos al Misterio para que se expresara en él. Por eso puede decirse con toda razón de él que es “el Hijo amado”, el parecido más exacto a la Fuente de la que todo surge. Pero es eso mismo lo que puede afirmarse de cada ser humano: cada uno es “hijo amado”, nacido de aquella misma Fuente y transparencia de ella. Cuando se nos regala hacer consciente esta realidad, experimentamos una sensación de asombro y de sobrecogimiento. Es lo que les ocurre a los discípulos, a quienes el susto los hace callar. Solo cuando vivan la experiencia de la resurrección –otra experiencia transpersonal-, serán capaces de captar un poco más lo que aquí se contiene. De algún modo, caer en la cuenta de nuestra condición de “hijos amados” –de ser expresión del Misterio último de lo Real- equivale a reconocernos como ya “resucitados”. Porque ni somos separados de aquella Fuente originante ni hay algo que tengamos que recibir en algún futuro. Todo está ya aquí y ahora…, aunque con frecuencia se nos escape. Decir que somos “hijos”, significa nombrar nuestra identidad: no soy el ego separado que la mente piensa que soy, sino aquel Fondo último que se está expresando en esta forma temporal. Y eso no es algo que deba “lograr” en algún futuro más o menos lejano, sino que constituye mi identidad ya en este mismo momento. Aldous Huxley, en su novela “La isla”, lo expresa de una manera inigualable: “Nadie necesita ir a ninguna parte. Todos estamos ya allí, lo sepamos o no. Si supiese quién soy en realidad, dejaría de comportarme como lo que creo que soy; y si dejase de comportarme como lo que creo que soy, sabría quién soy”. “Volver a casa” es reconocer que, como dice Mónica Cavallé, somos Plenitud que se desborda: la Plenitud que sostiene el cosmos, es la misma que me sostiene a mí. Y sigue diciendo: “El Tao [el Misterio, el Ser, la Vida, Dios, el Espíritu] es lo que vive en nosotros, lo que respira en nuestra respiración y pulsa en el rítmico fluir de nuestra sangre; aquello que ríe cuando reímos y danza cuando danzamos; lo que arde en nuestra ira y en nuestro deseo. Es lo que mira por nuestros ojos, piensa en nuestro pensamiento y nos inspira palabras cuando hablamos. Es el vigor que late en la semilla, que asciende como savia y se celebra en el fruto y en la flor. Es la matemática armonía del cielo nocturno, de la estructura del cristal, de los arabescos del mundo subatómico, réplica analógica de las galaxias celestes. Es aquello que nos fascina en el andar alerta y grácil del tigre, en la creatividad y elegancia insuperables del color de los peces y del plumaje de las aves. Lo que une a estos peces y aves en bandadas. La voluntad única que los hace moverse y danzar al unísono, formando un solo cuerpo… Es la hermandad invisible que nos permite adivinar lo que sintió algún hombre del pasado, y compartir el dolor que adivinamos en la mirada de otro ser humano o en la mirada afligida de un perro… Es la insólita belleza de la música y lo que se conmueve en aquél que la escucha. La misteriosa armonía que, enlazando lo más sutil y lo más grosero, permite que nuestro espíritu necesite de la materialidad del oído para sentir esa mística familiaridad. Lo que hace acordar el alma con lo que sólo son ondas sonoras… Es la inteligencia ilimitada e insondable que todo lo rige y en todo se manifiesta. ¿Qué hay de abstracto o de “otro” en todo ello?” (M. CAVALLÉ, La sabiduría recobrada. Filosofía como terapia, Martínez Roca, Barcelona 2006, p.92. (Se trata de un libro sumamente valioso que, afortunadamente, ha sido reeditado recientemente por la editorial Kairós). Para terminar este comentario, me gustaría señalar una cosa más. La sugerencia de Pedro de hacer “tres tiendas” puede interpretarse como consecuencia de que, al “ver” lo que somos, recordamos nuestra identidad y nos toma el anhelo por “volver a casa”. Pero pudiera también interpretarse –y este es el sentido que le ha dado habitualmente la tradición- como comodidad, que lleva a instalarse en lo que nos resulta agradable. En esta interpretación, la reacción de Pedro sería expresión de lo que se conoce como “materialismo espiritual”, y que consiste en la apropiación de la riqueza espiritual por parte del ego para obtener algún “beneficio” egoico. Cuando eso ocurre, lo que se produce es una perversión radical de la espiritualidad. Por eso, frente a este riesgo –que se aferra en el narcisismo que nunca deja de acecharnos-, es importante subrayar que el test de todo camino espiritual es siempre la vida, y la vida entregada a favor de los demás. No recordamos quienes somos para permanecer en un “monte” aislado y cómodo, sino para “bajar” a la vida cotidiana, con todos sus conflictos, y vivir allí lo que hemos visto, desde una actitud de bondad, compasión y servicio, que se basa en la comprensión de la Unidad que somos. |
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